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martes, 1 de julio de 2025

El plan de Trump para restaurar el dominio financiero de EE. UU.

 

 Por Vassilis Fouskas   
      Profesor de historia internacional, política y economía en la Universidad de East London.


Detrás del aparente caos de la política arancelaria de Trump hay un plan coherente para reiniciar lo que Peter Gowan denominó el «régimen del dólar-Wall Street». Su objetivo es fortalecer el poder de EE. UU. en torno a los oligarcas digitales de alta tecnología


     Dejando de lado la política cultural, MAGA (Make America Great Again) es un proyecto conservador-nacionalista coherente en todos los sentidos. Su objetivo principal es restaurar algunas variables interconectadas que se establecieron tras el fin del sistema de Bretton Woods en 1971.




MAGA busca mantener la centralidad del Poder Ejecutivo estadounidense en la política mundial a través de acuerdos de tipo «hub and spoke» (modelo de centro y radios), junto con la primacía indiscutida del dólar y de la Reserva Federal en los mercados de divisas y en el sistema monetario internacional, reciclando los excedentes globales hacia el propio Estados Unidos a través de bonos del Tesoro.

El proyecto también pretende mantener el poder offshore de Wall Street, garantizando operaciones financieras transfronterizas ilimitadas y subordinando a los sectores productivos de los Estados vasallos a los Estados Unidos. Este conjunto integrado es lo que el difunto Peter Gowan, en su premiado libro de 1999 The Global Gamble, denominó el régimen del dólar-Wall Street (DWSR, por sus siglas en inglés).




Sin embargo, las fuerzas históricas estructurales, junto con la incompetencia de los actores liberales y neoconservadores, provocaron la desintegración del DWSR, especialmente desde la crisis financiera mundial de 2007-2008. Al examinar más detenidamente las razones que subyacen a esta desintegración, podemos hacernos una idea más clara del éxito que puede tener el proyecto MAGA.

Pérdida de terreno

La crisis financiera mundial obligó a la Reserva Federal a introducir importantes programas de rescate para salvar del colapso total a los bancos de inversión de Wall Street y a oscuros servicios financieros. Al mismo tiempo, redujo los tipos de interés a cero, lo que debilitó el poder del dólar y encareció las importaciones. En la misma línea, el Tesoro de Estados Unidos inyectó posteriormente billones de dólares en programas de rescate, créditos fiscales y otras ayudas para limitar los daños económicos y sociales causados por la pandemia de COVID-19. Esto supuso una fiesta para las empresas estadounidenses, pero también alimentó la inflación.





La implacable competitividad de China a escala mundial reforzó las tendencias desintegradoras de la primacía estadounidense. China fue ganando terreno desde 2007-2008, con el lanzamiento de la Iniciativa del Cinturón y la Ruta y el inicio de una oleada de adquisiciones de activos y construcción de infraestructuras en Asia, Europa y África. Al mismo tiempo, se convirtió en un eslabón crucial de las redes de producción híbridas y las cadenas de suministro, y sus empresas se asociaron con las principales corporaciones occidentales, para luego superarlas.

En general, China no es «el sirviente principal de Estados Unidos», como solían argumentar algunos analistas. Si bien las empresas transnacionales estadounidenses (ETN) aún pueden repatriar las ganancias de sus operaciones en la costa este de China, las empresas estatales chinas compiten directamente con esas empresas a escala mundial, especialmente en campos como los semiconductores, la biotecnología, la producción de vehículos eléctricos y la inteligencia artificial.

Desde 2003, las corporaciones chinas, tanto financieras como no financieras, vienen aumentando de manera continua en cantidad como empresas que cotizan en bolsa, mientras que el registro de Estados Unidos muestra un declive prolongado. El Banco Industrial y Comercial de China ocupó el primer lugar en la lista Forbes Global 2000 durante siete años consecutivos, de 2013 a 2019. Datos tomados del índice Shanghai Shenzhen CSI 300 muestran el peso significativo de las corporaciones chinas en la capitalización de los mercados globales.

Si deducimos de los cálculos el régimen fiscal relativamente bajo de Estados Unidos, las empresas chinas están casi a la par con las multinacionales estadounidenses. En lo que respecta a la alta tecnología, los semiconductores, los vehículos eléctricos y las materias primas relacionadas con la energía verde, los miembros del círculo de Donald Trump (especialmente en esta ocasión) creen que el ascenso de China se basa en última instancia en las vastas reservas de elementos y minerales raros (REEM, por sus siglas en inglés) que controla. Estos materiales son abundantes en China, donde se extraen y refinan, así como en África, donde China ya intervino con importantes proyectos de inversión y relaciones comerciales.

La descuidada gestión de los asuntos globales y nacionales por parte de las administraciones Obama y Biden empeoró la situación. El círculo de Trump sostiene que las medidas reguladoras impuestas a Wall Street crearon un entorno empresarial rígido que mermó los beneficios y la cultura emprendedora. Tampoco funcionó la guerra proxy en Ucrania, impulsada con la esperanza de provocar la derrota de Rusia y restaurar la unidad transatlántica mediante el reparto del botín, ya que tanto Ucrania como Rusia son países muy ricos en REEM e hidrocarburos.

En la práctica, la guerra terminó debilitando a Europa y fortaleciendo al bloque chino-ruso, sobre todo por la influencia de este en el Sur Global, tanto dentro como fuera de las Naciones Unidas. El aumento de los costos energéticos tuvo un impacto devastador en la industria alemana tras la ruptura de los vínculos energéticos del país con Rusia, lo que provocó la migración de las empresas a China o a los Estados Unidos. Europa en su conjunto está en recesión, mientras que la economía rusa resistió los estragos de la guerra y las sanciones.

Parece que la expansión de la OTAN hacia el este y los resultados positivos que esto pueda aportar al capitalismo euroatlántico y al DWSR ya llegaron a su límite. La economía y las infraestructuras de Ucrania están destrozadas. La segunda administración Trump está tratando de cambiar el curso catastrófico del neoimperialismo estadounidense antes de que sea demasiado tarde.

MAGA significa reconstruir el poder estadounidense sirviendo, ante todo, a los intereses de la nueva clase dominante estadounidense de Wall Street, y no al resto. En el corazón del proyecto MAGA se encuentra la restauración del dominio del dólar y los negocios de alta tecnología de Wall Street.


Oligarcas tecnofascistas en la toma de posesión de Trump.

Contrataque

La nueva administración se propuso desmantelar el aparato estatal bipartidista construido durante décadas. Esto incluye despidos de personal administrativo, especialmente de aquellos que no están de acuerdo con el proyecto MAGA, y una reorganización del sistema sanitario. Las medidas adoptadas representan una radicalización verdaderamente conservadora de la política estadounidense con el fin de fortalecer al Ejecutivo y reducir los déficits presupuestarios a nivel estatal y federal, al tiempo que se promueve una masiva redistribución de la riqueza hacia arriba.

Los recortes en sanidad y cupones de alimentos superan el billón de dólares. Las contribuciones de Washington a las organizaciones internacionales se están reduciendo o eliminando por completo, al tiempo que EE.UU. se retira de organismos como la Organización Mundial de la Salud. El nuevo Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) de Elon Musk muestra la verdadera intención del Gobierno de Trump, que busca fortalecer los lazos entre el poder ejecutivo en Washington, por un lado, y las empresas digitales de alta tecnología estadounidenses con sus redes que dominan Wall Street, por otro.

La orden ejecutiva de Trump por la que se crea el DOGE establece que el objetivo, aunque temporal, es llevar a cabo recortes de gastos y modernizar la tecnología y el software federales, al tiempo que se maximiza la eficiencia y la productividad gubernamentales. Según Trump, esto erradicará las regulaciones innecesarias e improductivas impuestas por Barack Obama y Joe Biden en Wall Street.

Cuando Trump promulgó la emblemática Ley de Recortes Fiscales y Empleo en diciembre de 2017, todo Wall Street se unió a su administración. Durante el primer mandato de Trump, el Dow Jones Industrial Average, el S&P 500 y el Nasdaq Composite se dispararon un 57%, un 70% y un 142%, respectivamente. Hoy en día, todos los inversores de Wall Street esperan que se repita el mismo resultado. No es casualidad que muchos operadores de Wall Street, entre ellos los titanes de las finanzas Bill Ackman, Scott Bessent y Stephen Schwarzman, respaldaran y patrocinaran el regreso al poder de Trump mucho antes de las elecciones de noviembre de 2024.

Desde una perspectiva de economía política, en el centro de esos procesos se encuentra la cuestión del dominio del dólar en los mercados monetarios mundiales y en el comercio y las inversiones internacionales, es decir, la capacidad del Ejecutivo estadounidense y de la Reserva Federal para determinar su precio y sus fluctuaciones tanto a nivel nacional como mundial. Los datos del año pasado del Fondo Monetario Internacional (FMI) sobre la composición monetaria de las reservas oficiales de divisas apuntaban a una disminución gradual y continua de la cuota del dólar en las reservas de divisas asignadas. Las monedas rivales, como el euro, el yen y la libra esterlina, no lograron avances significativos, aunque el yuan chino, el won surcoreano e incluso las criptomonedas ganaron terreno de forma notable.

El Estado chino impulsó políticas que promueven la internacionalización del yuan, incluido el establecimiento de un sistema de pagos transfronterizos, al tiempo que pone a prueba una moneda digital del banco central. Barry Eichengreen y sus colegas advirtieron en un informe patrocinado por el FMI que se publicó el año pasado que las ganancias de cuota de mercado del yuan equivalen a una cuarta parte de la disminución de la cuota del dólar. Esto es significativo, sobre todo si se tiene en cuenta que China sigue manteniendo controles de capital, lo que limita la capacidad de su moneda para despegar en las condiciones del mercado capitalista mundial.

El equipo de Trump tiene una visión despectiva de los proyectos de «transición verde» y de «energía verde», que considera como ejercicios simulados que sacrifican miles de millones, si no billones, de dólares en aras de una ideología «progresista» sin sentido. Para ellos, lo importante es lo tangible: el petróleo, el gas y otros hidrocarburos. No es casualidad que la capital saudí, Riad, fuera elegida como sede de las negociaciones entre los emisarios rusos y estadounidenses sobre Ucrania.

Rusia ya no puede ser excluida de la arquitectura de seguridad europea. Pero Arabia Saudí también es importante. El círculo de Trump ve como una amenaza el abrazo de la oligarquía saudí por parte de Rusia y China, porque existe un grave riesgo subyacente. El país con las mayores reservas de petróleo del mundo y «productor oscilante» de la OPEP podría dejar de invertir el excedente de dólares obtenido del comercio del petróleo en bonos del Tesoro.

El reciclaje de los petrodólares fue un principio fundamental del DWSR desde principios de la década de 1970, tras un acuerdo entre Henry Kissinger y los saudíes. Los aranceles anunciados por Trump, si no se utilizan como amenaza, harán subir el valor del dólar, lo que reforzará el DWSR. La estructura de los rendimientos de las plataformas del mercado de Wall Street puede compensar las posibles tendencias inflacionistas, ya que el precio de los bonos, especialmente los de vencimiento a corto plazo, subirá.

Si hay más incertidumbre y riesgo geopolítico, podemos esperar que el DWSR se beneficie, ya que los inversores se apresurarán a invertir de forma segura en dólares garantizados por el poder del Estado estadounidense. El argumento liberal de que las estructuras de capital de Wall Street se verían perjudicadas no tiene sentido, como demostró la experiencia de los aranceles de Trump en 2018-2019: el impacto negativo fue pasajero y los aranceles no afectaron negativamente al rendimiento de los mercados de capitales.

Los aranceles selectivos también contribuyeron a reducir el déficit comercial de Estados Unidos, al tiempo que impulsaron algunos sectores de la industria manufacturera nacional. Al fin y al cabo, Biden no modificó el régimen arancelario impuesto por su predecesor. Todo lo anterior, por supuesto, es una mala noticia para los trabajadores. Los aranceles no son más que un impuesto a la clase trabajadora, que permite nuevos recortes fiscales a las empresas tecnológicas estadounidenses sin aumentar la deuda nacional.

En definitiva, el principal esfuerzo de Trump es el fortalecimiento de la DWSR bajo los auspicios de los nuevos oligarcas digitales de alta tecnología. La proyección global del poder de Estados Unidos será consecuencia de este esfuerzo.

Enigmas futuros

Obviamente, Trump no es un bolchevique. Es cierto que radicalizó al Estado estadounidense, pero esta radicalización se basa enteramente en principios de oferta que le sirven a la nueva oligarquía. El vínculo económico y de seguridad transatlántico es demasiado fuerte y está profundamente institucionalizado, junto con los acuerdos de tipo radial que no pueden erradicarse tan fácilmente.

El plan de Trump para Ucrania tiene muchos obstáculos que superar, como el régimen de sanciones a Rusia y el futuro de las relaciones entre Ucrania, la OTAN y la Unión Europea. El Gobierno estadounidense no puede ordenarle a los Estados europeos que levanten las sanciones, que son las que más perjudican a Rusia. A medio o largo plazo, podría surgir una nueva versión de Yalta, en la que Rusia participaría como socio en igualdad de condiciones, mientras que China sería reconocida como una potencia tecnológica en expansión que debe ser contenida. Pero esto no puede suceder de inmediato.

El período intermedio estará plagado de conflictos e inestabilidad. Europa podría retener los 220 mil millones de dólares rusos congelados en bancos europeos y mantener las sanciones incluso si Estados Unidos las suaviza. Washington podría dejar de comprometer tropas y material para la defensa de Europa, simplemente porque el teatro indopacífico y China representan los principales retos para la hegemonía geopolítica y militar de Estados Unidos.

Rusia está muy familiarizada con la guerra y los presupuestos de defensa masivos, pero Europa no. En la actualidad, hay fuertes llamamientos para que Europa desmantele sus sistemas de bienestar con el fin de redirigir el dinero hacia los presupuestos de defensa. No será una tarea fácil, pero si suponemos que se lleva a cabo en los próximos años, supondría formas de «equilibrio offshore» para Estados Unidos, una posición que defienden algunos teóricos realistas estadounidenses como John Mearsheimer.

El paso de los acuerdos onshore de tipo «hub and spoke» al «equilibrio offshore» será un proceso arduo y largo, sin garantías de paz. Europa puede incluir a Rusia en su arquitectura de seguridad sin perjudicar los intereses estadounidenses en Eurasia, pero esto llevará tiempo, si es que llega a materializarse, sobre todo debido a las limitaciones burocráticas, ideológicas e institucionales creadas por décadas de neoimperialismo transatlántico. Por el momento, Europa es el bando belicista que demoniza a Rusia de la misma manera que Estados Unidos demonizó a la Unión Soviética durante la Guerra Fría.


Fuente: JACOBIN

miércoles, 25 de junio de 2025

Del Nord Stream a Irán: geopolítica de un imperio en declive

 

 Por Irene Calvé,   
      Gerente de Programa, Alianzas de Acceso a la Energía, Energía Sostenible para Todos (SEforALL).

      Físico, matemático y experto en Energía del CSIC.

Y

      Guionista, periodista y activista en Extinction Rebellion y València en Transició.


El ‘fracking’ estadounidense solo puede sobrevivir si el precio del barril de petróleo sube mucho. Y eso depende, en buena medida, de las decisiones que tome Teherán


     El petróleo se está agotando y, con él, se agota también la ficción de un imperio sostenido a base de rentas energéticas. En concreto, el fracking –la técnica que permitió a Estados Unidos convertirse en exportador neto de hidrocarburos– está comenzando su declive. Washington lo sabe, y está dispuesto a hacer lo que sea para estirar unos años más esa supremacía energética. Por eso, el ataque a Irán no es un desliz, sino un movimiento estratégico: necesitan que el petróleo suba de precio para que el fracking vuelva a ser rentable, aunque eso implique incendiar Oriente Medio. Porque no se trata de ganar, sino de no hundirse todavía.




Desde que en 1972 llegó al máximo de producción convencional, EEUU ha sido un país dependiente de las importaciones de petróleo. Pero todo cambió con el auge del fracking: una tecnología agresiva que permitió explotar yacimientos no convencionales, arañando gotas dispersas en rocas porosas a fuerza de reventarlas a pura presión (de ahí el término “fracking”). Gracias a esta tecnología, EEUU pasó de ser un importador masivo de hidrocarburos a convertirse en el mayor productor mundial de petróleo y gas natural (dejando atrás a Arabia Saudita y a Rusia) y el mayor exportador mundial de gas natural y gasolina. Es cierto que consiguió más que abastecer sus necesidades de gas natural (EEUU continúa siendo un país muy carbonífero, así que no usa tanto gas para la producción de electricidad), pero nunca dejó de comprar petróleo, aunque las importaciones cayeron de más del 60% a menos del 40% actualmente. En todo caso, EEUU se ha vuelto demasiado dependiente del fracking para garantizar la estabilidad de la economía productiva. Sin embargo, los sweet spots del fracking hace tiempo que se agotaron, y todo apunta a que el declive terminal de la producción comenzará en los próximos años.


Extractores de petróleo.

¿Por qué, entonces, montar este caos, si igualmente el fracking tiene los días contados? No estamos hablando de una estrategia sostenible a largo plazo, sino de una huida hacia adelante alimentada por tipos de interés bajos, estímulos financieros y petróleo caro. Una economía entera reconfigurada para vender energía fósil al mundo, especialmente en un contexto de declive del petróleo convencional.

Pero, como hemos dicho, ese milagro está llegando a su fin. El fracking tiene un problema físico: es intensivo en energía y materiales, económicamente costoso y se agota rápidamente (al cabo de cinco años la mayoría de los pozos cierran). Desde hace tiempo se alerta de que los mejores pozos están cerrando, que las proyecciones han sido infladas, y que muchos campos ya han entrado en declive. Desde 2022, el fracking en Estados Unidos ha entrado en una fase crítica. Uno de cada tres pozos ha cerrado, y la actividad perforadora ha caído a mínimos no vistos en años, con apenas 442 equipos operativos en todo el país. Esta crisis está directamente relacionada con la caída del precio del petróleo, que ha tocado fondo recientemente, por debajo del umbral de rentabilidad para el fracking, estimado – con cierta dosis de optimismo – entre 60 y 65 dólares por barril. A diferencia de ciclos anteriores en los que la OPEP –y en particular Arabia Saudí– restringía la producción para estabilizar precios, ahora ha optado por mantener una producción bastante elevada. La estrategia saudí, según algunos analistas, busca expulsar del mercado a competidores con mayores costes de extracción, como el fracking estadounidense, y recuperar cuota de mercado perdida. Esta ofensiva petrolera, combinada con una demanda débil –los aranceles de Trump han hecho mucho daño– no solo ha tumbado el precio del crudo, sino que también ha devuelto a la OPEP a una posición central en el control del mercado, poniendo a EEUU en una encrucijada: o fuerza una subida del precio global –mediante inestabilidad o bloqueo de suministro en otras regiones– o asume su lenta pérdida de hegemonía energética y económica. En este contexto, el fracking estadounidense solo puede sobrevivir si el precio del barril de petróleo sube mucho. Y aquí entra la Tasa de Retorno Energético (TRE).


Plataforma petrolífera en las costas de Groenlandia.

La TRE mide cuánta energía se obtiene por cada unidad de energía invertida en la extracción. El petróleo convencional llegó a tener, a principios del siglo XX, TREs de hasta 100:1, es decir, por cada unidad de energía invertida se obtenían 100, una relación que hacía posible todo el desarrollo industrial del siglo XX. En cambio, el fracking nació ya con rendimientos mucho menores, entre 6:1 y 12:1 en sus inicios, y hoy ha caído hasta el rango de 3:1 o incluso menos a medida que los pozos envejecen y se agotan rápidamente. Es como recoger manzanas: al principio bastaba con alargar el brazo para alcanzar las que cuelgan en las ramas bajas, usando muy poca energía (alta TRE), pero ahora solo quedan las del extremo superior del árbol, que requieren esfuerzo y riesgo, y puedes acabar consumiendo más kilocalorías para cogerlas que las que las propias manzanas te aportan. Aunque el fracking siga siendo rentable si el precio del barril sube, desde el punto de vista físico se aproxima al absurdo: extraer energía gastando casi la misma cantidad, o incluso más. Pero el capitalismo no funciona según criterios científicos. Funciona por el valor de cambio: si el precio del barril sube lo suficiente, cualquier aberración energética se vuelve negocio. De ahí la paradoja: una técnica energéticamente absurda puede sobrevivir si los mercados permiten venderla cara (y hay otras fuentes para apuntalarla, o se extrae energía embebida de otro sitio, por ejemplo, no manteniendo infraestructuras). La economía capitalista degrada sistemáticamente la TRE porque no extrae energía para sostener la vida, sino para alimentar el ciclo de acumulación. Y ese ciclo hoy depende, literalmente, de provocar guerras.

La implicación es brutal. Estados Unidos no puede permitirse volver a ser un importador neto de petróleo. No solo por razones energéticas, sino porque toda su arquitectura económica reciente se ha basado en convertirse en una suerte de “emirato fósil”: exportador de energía, receptor de renta internacional, sostén artificial de su hegemonía militar. El crecimiento económico derivado del fracking ha sostenido regiones enteras, sobre todo en estados como Texas, Dakota del Norte o Nuevo México. Todo ello mientras su industria productiva sigue de capa caída desde la crisis de 2008, que mantiene la manufactura muy por debajo de los niveles de hace 30 años y con una parte de la industria intensiva en energía dependiente de precios bajos del crudo. El turismo internacional –uno de los grandes motores no energéticos– se ha desinflado desde la pandemia y no ha remontado a niveles ni siquiera de prepandemia, con un marcado empeoramiento en 2025 debido a tensiones políticas y medidas migratorias restrictivas. Por último, la agricultura aún sigue siendo competitiva en exportaciones, pero enfrenta problemas estructurales como la concentración, las sequías crecientes y, por supuesto, la dependencia del petróleo. El fracking no era un mero complemento para Estados Unidos; era su apuesta y su tabla de salvación.

Pero ahora que los pozos se están agotando, ¿existe algún tipo de plan? Evidentemente, no; existe únicamente la lógica electoralista cortoplacista propia de las “democracias liberales”: no centrarse en una solución sostenible, sino en retrasar las consecuencias de lo inevitable hasta después de agotar la legislatura. Por eso hicieron saltar por los aires el Nord Stream: para forzar a Europa a depender del gas estadounidense, aunque se vendiese más caro. Por eso también, en las negociaciones comerciales, EEUU condicionó la retirada de aranceles a que la UE consumiera ingentes cantidades de energía fósil made in USA (en concreto 350.000 millones de dólares). Esos movimientos no fueron anecdóticos: forman parte de una guerra comercial y energética planificada para sostener el precio del crudo y estirar el tiempo antes de confrontar la realidad material: Estados Unidos dejará de ser un gran exportador de hidrocarburos (principalmente, gas natural y gasolina).


Fuga de gas de los oleoductos Nord Stream en el Mar Báltico, el 29 de septiembre de 2022.

Y ahora llega Irán. Una pieza clave, porque si Teherán responde al asesinato de sus militares bloqueando el Estrecho de Ormuz –por donde pasa casi el 20% del petróleo mundial, que representa el 40% de las exportaciones mundiales del oro negro–, el precio del crudo se dispararía.


Un petrolero cruza el estrecho de Ormuz.

Justo lo que necesita el fracking estadounidense. ¿Representa una solución a largo plazo? En absoluto. ¿Y una solución para este mandato? Tal vez. Esa es la lógica desesperada: si el fracking vuelve a respirar unos años, se gana tiempo, se salvan elecciones, se sostiene el dólar, se aplaza la caída.

La alternativa –no hacer nada– implicaría mantener precios bajos del petróleo, lo que haría económicamente inviable seguir explotando el fracking en muchos de los campos clave. Eso significaría, en términos prácticos, una aceleración de la desindustrialización, especialmente en los estados del interior y del sur, ya devastados por décadas de deslocalización, abandono y declive de la inversión pública. La pérdida del fracking dejaría a muchos territorios sin su última fuente de empleo directo e indirecto. La tensión social escalaría: una población armada, empobrecida, políticamente polarizada y con una fe menguante en las instituciones podría ser el caldo de cultivo para estallidos violentos, revueltas locales o incluso una guerra civil difusa. Esta no es una hipótesis apocalíptica lanzada al azar: sectores del propio Departamento de Defensa norteamericano y del establishment energético han advertido de que la desestabilización interna por el colapso energético es uno de los principales riesgos estratégicos a medio plazo. El fin del fracking no es simplemente una cuestión económica: es una amenaza existencial para la arquitectura política, territorial y militar de Estados Unidos.

Así que la disyuntiva es clara: si no hacen nada, el colapso llegará desde dentro. Si actúan, pueden desatar una escalada global, pero al menos retrasan su propia caída. Puede que Oriente Medio arda. Puede que la guerra se descontrole. Pero eso es un precio asumible si sirve para sostener artificialmente el valor de cambio de su energía fósil. Mientras tanto, la TRE sigue cayendo. El planeta se calienta. La energía útil se agota. Pero el capital, como un zombi ciego, solo responde a la rentabilidad inmediata, aunque eso implique dinamitar las bases de la vida.

Frente a esa lógica suicida, urge una ruptura: poner la energía al servicio de la vida y no del mercado, entender que la transición energética solo puede basarse en reorganizar radicalmente nuestra relación con la energía, con la producción, con el planeta. Utilizar el valor de uso y no el de cambio.

Y en esa disyuntiva brutal –hundirse solo o incendiar el mundo–, el imperio, una vez más, ha hecho su elección.


Fuente: ctxt

miércoles, 21 de mayo de 2025

Europa se está suicidando

 

 Entrevista de Glenn Diesen  
      Escritor y activista político noruego.


      Economista con doble nacionalidad greco-austaliana. Político y activo escritor.


El politólogo noruego Glenn Diesen entrevistó recientemente al conocido economista Yanis Varoufakis, quien hace un cuestionamiento a fondo de la Unión Europea, que considera se está convirtiendo en un apéndice económico de EEUU.


     Glenn Diesen: Hoy me complace contar con la presencia de Yanis Varoufakis, economista, exministro de finanzas Grecia y también un autor sumamente prolífico. Así que bienvenido al programa, Yanis. Bueno, parece que hemos llegado al final del camino en cuanto a cómo ha funcionado el sistema económico internacional durante las últimas décadas. Trump parece reconocer que Estados Unidos está en una situación difícil y ha iniciado un esfuerzo para reorganizar la economía mundial a su favor, lo que incluye una guerra comercial muy disruptiva. tanto contra adversarios como contra sus aliados. Pero, si nos alejamos un poco de los detalles del día a día, ¿qué es lo que realmente estamos presenciando en cuanto a los objetivos de Estados Unidos y cómo intenta alcanzarlos?

Yanis Varoufakis: En realidad el objetivo de Estados Unidos ha sido el mismo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y probablemente ese objetivo sea Alemania.

Estados Unidos salió de la Segunda Guerra Mundial habiendo heredado esencialmente el imperio británico después que este quedara en bancarrota. La doctrina Truman iba de la mano con el sistema de Breton Woods, así que en esencia todo giraba torno a mantener la producción de industria manufacturera estadounidense después de 1945.


Harry S. Truman.

Su gran temor en aquel momento era que con el fin de la guerra desapareciera la necesidad producir a más del 100% , Estados Unidos se enfrentaba a la seria amenaza de volver a 1929, una gran recesión, una gran depresión. Era el mismo modelo, si se quiere, que el de China hoy en día. En esa época los dirigentes estadounidenses eran lo suficientemente inteligentes como para entender que no se pueden mantener exportaciones netas para siempre, a menos que transfieras parte de tus excedentes a las regiones deficitarias de su sistema económico, para mantener la demanda de sus exportaciones netas.

Así que Europa y Japón se dolarizaron, ya fuera a través del plan Marshall, o de créditos o préstamos privados o públicos. Es decir, una gran parte de los excedentes estadounidenses se enviaban a Europa y Asia para que pudieran mantener las importaciones netas de Estados Unidos.

Ese era el sistema de Breton Woods. Ese sistema estaba destinado a morir en el momento que Estados Unidos dejase de tener excedentes. Y fue entonces cuando “el Trump de aquella época”, un caballero que recordaréis, Richard Nixon, hizo estallar el sistema monetario y sistema comercial mundial que los estadounidenses habían creado.


Conferencia de Bretton Woods.

Así que lo está haciendo Trump ya se ha hecho antes. Un presidente estadounidense ya ha hecho saltar por los aires el sistema financiero y comercial global diseñado y construido por Estados Unidos. Y ese es un periodo, desde mediados de los años 70 en adelante, de un mecanismo global de “reciclaje invertido”.

En lugar de que los excedentes estadounidenses se reciclaran al resto del mundo, los déficits estadounidenses proporcionaron una enorme demanda agregada para financiar su déficit. Para eso era necesaria alimentar el milagro económico alemán, el milagro económico japonés y permitir que el milagro económico chino echara raíces y creciera.

Así que para decirlo de forma vulgar, esencialmente, la economía estadounidense generaba demanda agregada para los exportadores alemanes, japoneses y chinos. A estos se les pagaba con pagarés llamados dólares que regresaban a Estados Unidos través de Wall Street para financiar al gobierno estadounidense, a la bolsa estadounidense y al sector inmobiliario estadounidense. Esa era la situación y por supuesto ese tsunami de capital que llegaba a Wall Street requería la desregulación de Wall Street.

Entonces, los banqueros se volvieron locos. empezaron a construir enormes y gigantescas pilas de derivados tóxicos y este sistema colapsó en 2008. Todo ese sistema entró en una crisis muy grave, con un sistema de reciclaje tan extraño… una suerte de “socialismo” para banqueros. Eso es la flexibilización cuantitativa, la impresión de dinero para los banqueros y austeridad para casi todos los demás.


Crisis financiera de 2007-2008. En rojo, el incremento de riesgo de crédito.

Con este sistema se provocó un colapso muy significativo de la inversión en Estados Unidos y en Europa. Los únicos que realmente invirtieron gran parte del dinero que estaban imprimiendo los bancos centrales fueron los grandes propietarios tecnológicos, ya sabes, los Amazon, los Google, los Meta y así sucesivamente.

Por eso tenemos una nueva forma de capital. la llamo capital en la nube. Y en este contexto, mientras Estados Unidos, estaba siendo diezmado con un proceso de desindustrialización, la clase rentista estadounidense lo estaba pasando realmente muy bien. Las personas que vivían de los mercados financieros y del sector inmobiliario prosperaron enormemente con el reciclaje del dinero y con los beneficios producidos por el déficit comercial de Estados Unidos. Pero si eras un trabajador de la construcción o de la manufactura, un obrero en el medio oeste estaba siendo precarizado. Y entonces llega Trump y declara: “Esto no puede continuar. Nos hemos pasado y voy a hacer que América vuelva a ser grande. En otras palabras, voy a reequilibrar la relación entre el mundo del dólar y la capacidad manufacturera estadounidense, que llegó a ser totalmente desproporcionada”. Dicho de otro modo, las finanzas estadounidenses, el mundo dolarizado, se convirtieron en un parásito gigantesco que se alimentaba de un organismo diminuto: la manufactura estadounidense. Ahora bien, esto no significa que Trump vaya a lograr lo que promete. No significa que porque Nixon tuvo éxito con su shock, Trump vaya a tener éxito con el suyo.

No significa que vaya a haber continuidad, porque no es solo cuestión de lo que haga Trump para este proyecto funcione. La próxima administración y la siguiente también tendrán que participar. Nixon no lo hizo solo. Carter, Reagan y luego Bush continuaron esa política. Así que estamos viviendo tiempos muy interesantes, por decir lo menos.

Glenn Diesen: Bueno, parece que Trump intenta hacer que América vuelva a ser grande y está haciendo esfuerzos por reindustrializar el país y reducir su monstruoso déficit de comercio exterior. Me parece que Trump acertó en parte al tomar el pulso, reconociendo que tal como están la cosas esta situación es insostenible para EEUU. Pero, ¿qué significa esto para Europa? Porque desde la Segunda Guerra Mundial tuvimos una especie de acceso preferencial al mercado estadounidense, también por motivos políticos disfrutamos de energía barata de los rusos. ¿Cómo se están reorganizando los europeos o qué están haciendo en esta guerra comercial que en esencia es construir un nuevo modelo económico?

Yanis Varoufakis: La respuesta es que no mucho. Sea lo que sea que estén haciendo, lo están haciendo en un estado de pánico y sin ninguna planificación. El shock de Nixon fue el mundo que engendró el euro, la eurozona. Porque pensándolo bien, lo que hizo Nixon en 1971 fue expulsar a Europa de la zona dólar.

En 1971 teníamos tipos de cambio fijos con el dólar. En otras palabras, éramos parte de la zona dólar, aunque lleváramos nuestras propias monedas nacionales en los bolsillos. Piénsalo, durante 20 años no tuvimos que comprobar los tipos de cambio porque eran los mismos. Los tipos de interés eran, más o menos constantes, entre un 4 y 5%.

Era un mundo magníficamente aburrido. Era el mundo en que la maquinaria manufacturera alemana se volvió sustancialmente exitosa. Pero, lo que hicieron los estadounidenses en 1971 fue echarnos fuera. Nos arrojaron a los lobos. El secretario del tesoro John Conell iba por ahí diciendo: «No me importa cuál sea tu problema, amigo. El dólar es nuestra moneda, pero es tu problema.»

Y en un estado de pánico total en los años 70, los europeos empezaron a intentar crear su propio sistema de Breton Woods, su propio régimen de tipos de cambio fijos. Esta es razón por la que lo necesitaban crear la Unión Europea, que se construyó como un cartel de grandes empresas.

Claro que el primer nombre fue “Comunidad Europea del carbón y del acero”, que funcionaba como lo hace la OPEP con el petróleo. Los europeos lo hicieron con el carbón y acero. Se trataba de limitar la competencia, tener precios estables, precios acordados, precios de cartel y luego, por supuesto, incluyeron a los agricultores con el tratado de Roma, a quienes les ofrecieron una parte de los beneficios de la industria pesada. Eso es la política agrícola común.

Ahora bien, para que un cartel funcione se necesita tener una moneda común o tipos de cambio fijos. Porque si los tipos de cambio fluctúan, realmente es muy difícil mantener la colusión. Los cárteles son inestables, están sujetos a fuerzas centrífugas y si permites que los precios varíen porque los tipos de cambio varían, entonces no puedes mantener el cártel.

Así que Europa necesitaba otra construcción con una moneda común. Entonces entraron en un proceso. Primero fue el llamado sistema monetario europeo. Después el mecanismo de tipos de cambio. Todo esto fracasó. Así que decidimos federar nuestro dinero, crear una moneda común, el euro.

Pero en el proceso olvidamos crear un tesoro común, olvidamos crear las instituciones democráticas que puedan gestionar la política monetaria de una manera mínimamente democrática. Esto, por supuesto, fue la causa de la crisis del euro.

¿Y cómo afrontó la Unión Europea la crisis del euro? Mediante una austeridad dura, increíblemente dura y mucha impresión de dinero, lo que por supuesto significó que Volkswagen no invirtió nada, porque si recibes ese dinero gratis y los clientes no tienen dinero para comprar Volkswagens caros o máquinas tipo Tesla, las automotrices no invierten en nuevas tecnologías, es muy caro.


La economía alemana se ha ido contrayendo en los últimos años.

Lo que ha pasado es que las empresas se quedaron con el dinero que imprime el Banco Central y fueron a la bolsa de Frankfurt y recobraron sus propias acciones. El precio de las acciones subió y los directivos de Volkswagen se forraron porque sus salarios están vinculados al precio de las acciones. Esto significó que durante 15 años no tuvimos inversión.

Mientras tanto, la política se volvió tóxica porque cuando al aplicar la austeridad al pueblo alemán, francés, o griego y así sucesivamente, todos terminaron odiándose entre sí. Si hoy vas a conversar con los europeos, incluso con los europeos progresistas, y les dices, «¿Qué tal si nos federamos ahora?» Te responden, «Largo, simplemente vete, no me hables de esto».

Estas son personas que hace un tiempo querían una federación europea, así que la política se ha vuelto tóxica. No hay coordinación, no tenemos liderazgo. En su momento, como sabes, yo me opuse abiertamente a alguien como Angela Merkel, ¿verdad? Pero al menos ella era una líder, al menos tenía capital político.

Ahora tenemos pollos sin cabeza corriendo por ahí… un tipo como Merz que ni siquiera logra ser elegido directamente como canciller de Alemania. Tenemos a Macron, un pato cojo. Cuando yo estaba en el gobierno griego había un choque muy fuerte entre el norte y el sur. Ahora tenemos un choque aún peor entre el este y oeste.

¿Por qué te cuento todo esto? Perdona mi respuesta tan extensa, pero tu pregunta es, ¿cómo está respondiendo Europa al shock de Trump? Pues no lo está haciendo, porque para responder necesitas tener un centro coherente de toma de decisiones políticas y no lo tenemos.

En cambio tienes a Merz, que quiere un acuerdo de libre comercio con Trump. Eso es caer directamente en la trampa que Donald Trump está tendiendo. Tienes a un Macron que no quiere eso. Y para más remate ni Merz ni Macron tienen poder sobre la Comisión Europea.

De hecho, Ursula van der Leyen ha creado una pequeña camarilla a su alrededor. Y ella no tiene legitimidad ni apoyo democrático, pero está concentrando el poder en sí misma, haciendo cosas realmente absurdas que no tienen absolutamente ninguna relación con el verdadero problema que tiene Europa. Nos faltan nada menos que unos 600.000 millones al año en términos de inversión. Tenemos un déficit de inversión de 600.000 millones al año y nadie habla de ello.

Y que hacen, ¿sabes? No tengo mucho pelo, pero el poco que tengo me lo arranco porque están hablando de rearme. Van a comprar tanques y torpedos y no sé qué otras ideas idiotas tienen sobre lo que van a adquirir. Esto no va a generar crecimiento. Hará subir el precio de las acciones de Rhine Metal y la industria armamentística. Pero no tendrá ningún efecto macroeconómico para Europa.

Así que en resumen, la respuesta a tu pregunta es que Europa se está quedando atrás.

Glenn Diesen: Creo que la falta de cohesión política y capacidad decisión es un problema clave. Y comparto tu pesimismo respecto al keynesianismo militar, pero un componente fundamental a abordar en el actual shock de la economía internacional es el cambio industrial, que ahora muchos denominan la cuarta revolución.

En particular Europa está quedándose atrás en el sector tecnológico, especialmente ahora que todo se está digitalizando. Vemos que las tecnologías digitales se están fusionando cada vez más con las industrias físicas o las están transformando. ¿Cuáles son los principales retos para Europa en este sentido? ¿Hay algo en camino o simplemente se está subordinando a Estados Unidos?

Yanis Varoufakis: Están intentando subordinarse a un líder como Trump que curiosamente no los quiere como subordinados. Están suplicando: «Déjanos ser tus esclavos.» Y él responde, «No, no quiero que seáis mis esclavos.» Así que en realidad es bastante cómico. Mira, nos hemos quedado atrás en las tecnologías del futuro. La razón de que nos hayamos quedado atrás en la energía verde, como paneles solares, energía eólica y fusión, es porque no hemos invertido nada.

Alemania solía ser el principal productor de paneles solares en el año 2000. ¿Y qué pasó? Dejaron de invertir en ello. Los chinos nos han adelantado en dos revoluciones industriales, no solo en una. Están por delante en la fabricación de paneles solares y en los vehículos eléctricos.

Esa idiotez de que los chinos están inundando el mercado con productos baratos por las subvenciones del gobierno chino es una completa tontería. Simplemente nosotros no tenemos la tecnología de los chinos. ¿Por qué? Porque no se ha invertido. Nosotros hemos pasado los últimos 20 años sin invertir y al final todo esto pasa factura.

Cuando te pierdes 20 años de inversión en plena revolución tecnológica te quedfas fuera. Y lo que han hecho en lugar de invertir es una tontería. En su inmensa necedad pensaron que somos una economía de 500 millones personas y debido a nuestro peso, nuestra magnitud, nuestro tamaño, vamos a regular, vamos imponer nuestros propios estándares al resto del mundo.

Bueno, ya sabes, esa política no funciona durante mucho tiempo. Si no tienes ningún capital en la nube, entonces en algún momento el capital va a superar tus propias regulaciones. La última tontería son los comentarios en Bruselas: si Trump impone aranceles terribles a nuestros productos, a nuestros coches, al aluminio, a nuestros bolsos Hermes y Louis Vuitton, entonces vamos a imponer impuestos digitales a las grandes tecnológicas de Silicon Valley.

Bueno, por cierto, estoy totalmente a favor de los impuestos a las grandes tecnológicas. Lo llamo el impuesto a la nube. He defendido esa idea. Pero, ¿sabes qué? Ni siquiera harán eso porque son unos charlatanes y no lo harán porque a diferencia de los chinos que han desarrollado sus propias grandes empresas tecnológicas, por cada gran empresa tecnológica estadounidense hay un equivalente en China que en realidad es mejor que la estadounidense en cuanto a funcionalidad. Baidu, Tencent, Alibaba y otras, si los comparas, técnicamente son mejores.

Las empresas tecnológicas chinas son realmente mejores que las estadounidenses. Nosotros no tenemos nada en Europa. Y lo que hacemos es vender nuestras empresas tecnológicas. Bolt fue vendido al Silicon Valley, así que no tengo ninguna duda de que si Bruselas intenta tomar represalias contra los aranceles estadounidenses con un impuesto a la nube para las grandes tecnológicas estas chantajearán a Europa simplemente diciendo: «Cortaremos todos los servicios para vosotros, los europeos.»

Y entonces, ¿qué dirá Ursula van der Leyen a los europeos? Porque los europeos no tendrán acceso a YouTube, no tendrán acceso a X. ¿Sabes? Los estadounidenses pueden hacer esto fácilmente. Solo haría falta una semana sin acceso a YouTube para que toda la comisión europea se viniera abajo.

Así que todas estas son amenazas no creíbles en nuestro lenguaje económico. Lo que normalmente se haría para superar estos desafíos, es decir, la dependencia excesiva de un solo actor extranjero, sería buscar una mayor autonomía estratégica, también la soberanía tecnológica, además de diversificar las alianzas externas, pero parece que los europeos se están aislando de otros centros clave, siendo China uno de los más importantes.

Glenn Diesen: Me alegro de que menciones a China porque ellos están desarrollando su autonomía estratégica. están diversificando sus alianzas exteriores. Pero en esta guerra económica los dos actores principales parecen ser, obviamente, Estados Unidos y China, ¿quién tiene las cartas ganadoras? ¿Cómo crees que se va a desarrollar esta guerra económica? ¿Por qué los chinos no están respondiendo de forma más contundente? ¿Cómo interpretas la situación?

Yanis Varoufakis: Los chinos son los adultos en la sala. Son los que están respondiendo de una manera muy conservadora, racional y sensata. Y tienen un plan. Los europeos no tienen un plan. El plan que principalmente nos falta es un plan macroeconómico y de inversión. Eso es lo único que no tenemos. Tenemos todo tipo de otros planes y regulaciones, pero lo que realmente necesitamos no lo tenemos y ni siquiera estamos trabajando para conseguirlo.

Así que permítanme decir que hay tres cosas que deberían haberse hecho ayer, pero al menos hagámoslas hoy. No creo que se hagan, pero déjenme decirles cuáles son. En primer lugar, no hagan nada respecto a Trump. No vayan verle. No respondas con represalias ni vayas mendigando un acuerdo comercial, simplemente ignóralo.

En su lugar, abre una línea de comunicación con Pekín. No estoy diciendo que debamos convertirnos en vasallos de Pekín de la misma manera que fuimos vasallos de Estados Unidos. No, pero sí coordinar. En primer lugar, elimina todos los aranceles que la Unión Europea impuso a China instancias de Estados Unidos.

Esos aranceles sobre los paneles solares, por ejemplo, nos los impuso EEUU. Washington llamó a Bruselas y dijo: «Poned aranceles a los paneles solares porque estamos en guerra con los chinos.» Bueno, ya sabes, ahora los estadounidenses están en una guerra económica con nosotros. ¿Por qué deberíamos estar en guerra con los chinos? ¿Solo porque estadounidenses lo están?

Necesitamos paneles solares. Ellos fabrican paneles solares de muy buena calidad y a un precio muy bajo, Así que compremos esos paneles sin hacer que nuestra gente en Europa tenga que pagar precios desorbitados por algo que necesitamos. ¿De acuerdo? Primer punto, eliminar los aranceles que Europa impuso en nombre de Estados Unidos.

En segundo lugar, coordinar entre el Banco Central Europeo y el Banco de China un programa de estímulo común, porque tanto China como la Unión Europea necesitan un estímulo coordinado para hacer frente a las olas recesivas que se avecinan como resultado del impacto de los aranceles de Trump sobre el comercio mundial.

En tercer lugar, buscar formas de colaborar en la producción conjunta. Ya lo hemos hecho antes. Fueron Siemens y Alst quienes fueron a China y les ayudaron a construir ferrocarriles que ahora son mucho mejores que los nuestros. ¿Por qué no hacemos lo mismo? ¿Por qué no hay empresas conjuntas entre Volkswagen y BYD para producir coches eléctricos en Alemania, por ejemplo? Así que eso es lo primero que haría.

Lo segundo que haría sería poner en marcha un programa de inversión que cubra el déficit de inversión que mencioné antes… de unos 600 ó 700.000 millones cada año. Y la forma de hacerlo no es a través de un fondo de recuperación como el que creamos durante la pandemia, eso es absurdo. Fue una idea terrible porque esencialmente lo que hizo fue gravar a los trabajadores alemanes pobres para dar dinero a los oligarcas en Italia y otros países.

Eso fue como decirle al pueblo alemán y al pueblo holandés: «Nunca más ayudemos a los griegos y a los italianos». Lo que realmente necesitamos es un programa de inversión paneuropeo que no financie gobiernos, sino proyectos concretos que sean potencialmente rentables, estén donde estén, en el sur de Europa, o en el norte de Europa.

Y sabemos que necesitamos unos 600 a 700.000 millones para eso. Ahora no hay tiempo para tener esta discusión sobre los eurobonos y un tesoro federal, porque como dije antes, esa discusión se envenenó hace mucho tiempo, pero tenemos el Banco Europeo de Inversiones que emite bonos. Bueno, denles luz verde para emitir bonos por valor de 600.000 millones de euros cada año durante los próximos 5 años y el Banco Central Europeo debería declarar que si es necesario intervendrá en los mercados secundarios para comprarlos.

Esto significa que los bonos que propongo tendrán tipos de interés inferiores al 2%, quizá incluso menos del 1%, porque serán muy seguros si cuentan con el respaldo del BCE. y coges esos 600, ó 700-000 millones y los inviertes en las tecnologías que tanto nos faltan y lo haces a nivel paneuropeo.

Ni siquiera lo haces a través de los gobiernos. Lo haces mediante un programa europeo de inversión como el plan Marshall. que fue un programa estadounidense de inversión. Así que eso es lo segundo que haría.

Y lo tercero sería crear una cartera digital en el BCE para que cada ciudadano europeo pueda descargarlo desde la tienda de Android o Apple, igual que pueden hacerlo los chinos, porque el Banco Central de China ha proporcionado a los ciudadanos chinos una cuenta bancaria digital gratuita.

Lo que obtienes es que cualquier dinero que tengas en esa cartera genera el tipo de interés overnight del Banco Central, lo cual es una forma fantástica de competir con China. Los bancos comerciales son terribles, pagan poco a los ahorradores y cobran de más a los prestatarios y entonces de repente tienes este nuevo y asombroso ámbito digital de pagos gratuitos, transfronterizos como el de los chinos

Así es como compites con el WCAT chino, con la moneda digital china. Así es como obligas a los banqueros. Básicamente les dices que ya no tienen el monopolio del sistema de pagos. Si quieres ofrecer buenos servicios a los clientes, hazlo.

Glenn Diesen: Antes de terminar, solo una última pregunta, muy rápida. Entonces, ¿por qué no hacemos realmente estas cosas? Sé que antes llamaste a Europa el continente estúpido, pero es por falta de conocimiento e ideología. ¿Cómo lo entiendes tú?

Yanis Varoufakis: Es una combinación de ideología y conveniencia. Tomemos, por ejemplo, el sistema de pagos digitales que mencioné. Los bancos de Frankfort y los bancos de París van a decapitar a cualquier político que sugiera esto porque esencialmente les estás quitando su monopolio sobre el sistema de pagos. Cuando lo propuse en 2015, no solo fui demonizado, sino que fui decapitado discursivamente.

Publicaron todo tipo de tonterías patrocinadas por banqueros que quieren anularme como entidad, porque para ellos es mucho dinero. En cuanto a la organización y creación de este programa de inversión mi opinión al respecto es que el establishment financiero e industrial alemán aún no ha aceptado el euro.

Tenemos el euro desde 1992 ¿verdad? Pero realmente los alemanes no lo han aceptado. Lo han aceptado formalmente, pero quieren mantener su derecho y oportunidad de salir del euro. Ese es el establishment alemán. Nos han permitido usar su marco alemán en forma de euro, pero quieren poder desconectarse y salir, lo que significa que no quieren tener deuda común.

Cuando dicen no a la deuda común esto significa que la Unión Europea no puede tener un programa común de inversiones. Esto es el derecho de Alemania a salir de Europa y no es una idea irracional por su parte, porque es la manera de tener la máxima influencia dentro de Europa. Esta estrategia de salida no la tienen los italianos ni los franceses, porque son países deficitarios.

Un ejemplo es California que no puede salir de la unión del dólar, porque si sale de dólar es imposible saber qué parte de la deuda soberana estadounidense corresponde a California. Así que eso es lo que pasa si estas atado a una deuda común.

Este es mi análisis sobre porqué no están haciendo nada, aunque en el fondo saben lo que hay que hacer. Con la actual política Europa se esta suicidando.

Glenn Diesen: Tu análisis ha sido muy interesante, gracias, Yanis Varoufakis.


Fuente: EL VIEJO TOPO