El
autor refleja en estas reflexiones su temor a que EEUU se convierta
en una autocracia y confiesa que le resulta difícil evitar las
analogías con Hitler
Donald Trump compareciendo ante los medios de comunicación en abril de 2025.
Decidí
tomar nota de mis pensamientos a medida que transcurrían los
acontecimientos, escribiendo un diario. He estado leyendo sobre las
reacciones de ciudadanos alemanes ante el ascenso del nazismo y me
llamó la atención su dificultad para comprender en qué podían
desembocar los acontecimientos que vivían a diario. En
retrospectiva, sabremos lo que pasó, analizaremos todo y los sucesos
cobrarán sentido, todo se habrá definido. Podremos concluir, como
Amos Elon (The
Pity of It All),
que lo que ocurrió no era inevitable, que la historia podría haber
tomado un rumbo diferente. Sin embargo, prospectivamente, solo
podemos sentir miedo o albergar esperanzas, y no sabemos con cuál
quedarnos. Tengo oscuros presentimientos, pero es lo único que
tengo. Así que mi único propósito es informar sobre lo que en el
futuro acabará siendo un análisis retrospectivo, dejando constancia
de mis reacciones viscerales ante los acontecimientos diarios a
medida que suceden.
Martes,
11 de febrero de 2025
He
pasado buena parte de mi vida, cincuenta años, pensando en los
regímenes políticos, clasificándolos, estudiando su dinámica y
sus consecuencias. Y me siento perdido. Intento encontrar categorías
en las que adscribir la situación actual y precedentes históricos
de los que extraer algo de claridad. Fracaso en ambas empresas.
Las
medidas, anunciadas o ya adoptadas, se suman a un cambio
revolucionario de la relación entre el Estado y la sociedad. El
objetivo inmediato de la Administración de Trump es reducir el
tamaño del Gobierno y utilizar la lealtad como criterio exclusivo de
servicio público: el control total del aparato del Estado es, por
cierto, el instrumento de todos los gobiernos revolucionarios. El
segundo objetivo es reducir drásticamente el alcance y la magnitud
de los servicios gubernamentales al ámbito de las instituciones
privadas y a los particulares.

A
lo largo de los años he desarrollado una teoría sobre las
condiciones en las que las democracias procesan en libertad y paz los
conflictos que surgen en la sociedad. De hecho, mi nombre está
asociado a una frase que escribí hace unos treinta y cinco años, a
saber: “Democracia existe cuando los partidos pierden las
elecciones”. Pensé que las condiciones necesarias para que las
elecciones procesen pacíficamente los conflictos son que los
gobiernos elegidos no hagan que la derrota electoral resulte
demasiado costosa para los perdedores en cada momento, lo que supone
que esos gobiernos actuarán de forma “moderada”, y que no
excluyan la posibilidad de ser destituidos en las elecciones, de
manera que la derrota sea temporal, no permanente. Las elecciones no
logran mantener la paz cuando originan transformaciones
revolucionarias, algo bien confirmado en la historia (salvo que el
gobierno utilice la fuerza física, claro).
Asimismo,
hay estudios estadísticos que demuestran que las democracias
sobreviven en países con una renta per cápita elevada y en los que
hay costumbre de alternancia pacífica en el poder mediante
elecciones. Cuando aplico este modelo estadístico a EEUU, con su
renta y sus veintitrés alternancias partidistas pasadas en el cargo
de presidente, descubro que la probabilidad de que la democracia
muera en EEUU es de 1 en 1,8 millones de países-año: es decir,
cero.
Por
lo tanto, mis resultados analíticos y estadísticos no me permiten
comprender los acontecimientos que se desencadenan hora tras hora. No
se me ocurre ningún marco teórico ni precedente histórico que
pueda servir para suscitar ninguna expectativa sobre lo que está a
punto de ocurrir. ¿Está muriendo la democracia en Estados Unidos?
Miércoles,
12 de febrero de 2025
La
base de la autopercepción estadounidense sobre su sistema político
es que se trata de un país que obedece al “Estado de derecho”
(rule
of law).
Conceptualmente es una construcción inestable. Como observó Ignacio
Sánchez-Cuenca, “la ley no puede gobernar. Gobernar es una
actividad, y las leyes no pueden actuar”. “Estado de derecho”
sólo puede significar que todos, gobierno incluido, obedezcan las
leyes.

La
relación entre democracia y Estado de derecho tiene lugar a través
de dos instituciones: gobiernos y tribunales. Se trata de una
relación supeditada a las previsibles consecuencias electorales. Los
gobiernos han de obedecer a los jueces porque temen que, de lo
contrario, perderían las elecciones, de modo que la ley manda. Sin
embargo, los gobiernos pueden creer que ganarían las elecciones
desobedeciendo a los jueces: así ocurrirá cuando una mayoría no
quiera que los gobiernos sigan el dictado de los jueces. En este
caso, se violaría el Estado de derecho, pero mientras las acciones
del gobierno estén motivadas por el miedo a perder las elecciones,
el sistema sigue siendo democrático, “iliberal” pero
democrático.
Como
ya observó el vicepresidente Vance, los tribunales carecen de
instrumentos para hacer cumplir sus sentencias. Por esta razón
Montesquieu pensaba que el poder judicial es el menos eficaz. Actuar
contra las universidades de “élite” es una medida popular y
probablemente no tiene coste electoral, quizás todo lo contrario.
Entonces, ¿ignorarán descaradamente a los tribunales?

Cambiando
de tema. El Partido Demócrata ha estado casi mudo durante las
últimas semanas. Actúa como si no hubiera nada importante en juego.
Además, salvo Elisabeth Warren, su reacción visceral fue salir en
defensa de la política gubernamental menos popular, es decir, la
ayuda exterior. Hay que reconocer que se encuentran en una situación
difícil. Los republicanos acaban de ganar unas elecciones, están
aplicando su programa electoral y, hasta ahora, la opinión pública
no se ha vuelto contra ellos. Resistirse a las nuevas políticas
puede parecer antidemocrático: al fin y al cabo, el gobierno sólo
está haciendo lo que los gobiernos recién elegidos tienen la
prerrogativa de hacer.
Están
surgiendo algunas protestas en la calle pero, teniendo en cuenta la
experiencia de Nixon, no sé qué pensar de las consecuencias. Mi
temor es que, a menos que sean realmente masivas, sólo sirvan de
pretexto para una represión selectiva, que confirmaría el lenguaje
de Trump cuando habla de “enemigos internos”. Además, pueden
desembocar en un aumento de la violencia descentralizada que sería
tolerada por el FBI y el Departamento de Justicia. Hay que tener en
cuenta que, por ahora, dichas organizaciones únicamente están
siendo purgadas y reorganizadas. Sin embargo, no puedo evitar pensar
que lo peor está por llegar, es decir, que reprimiran enérgicamente
a los oponentes políticos.
Jueves,
13 de febrero de 2025
Algunas
reflexiones sobre la ofensiva antiinmigrante. Antes de que Trump
asumiera el cargo, yo, como muchos otros, creía que sus
declaraciones eran una mera estrategia de campaña. Teniendo en
cuenta la dependencia de la mano de obra inmigrante por parte de
varios sectores de la economía estadounidense, así como los costes
y la logística de las deportaciones masivas, esperaba que Trump
llevara a cabo algunas maniobras muy visibles y ya. Ahora pienso que
quizá haya sido demasiado optimista.
Intento
mantenerme alejado de las reacciones emotivas, pero no puedo
evitarlo. Conozco a una familia que emigró de un país
latinoamericano hace dos décadas y ahora tiene hijos nacidos en
Estados Unidos. Todos viven aterrorizados. Todos los días, cuando el
padre se va a trabajar, sus hijos le dan un fuerte abrazo ante el
temor de que no vuelva a casa. En las escuelas de Nueva York se
enseña a los niños qué hacer si vuelven a casa y sus padres no
están. Yo soy inmigrante, desde hace varias décadas ciudadano
estadounidense, pero pasé por algo parecido, pues en un par de
ocasiones se denegó el derecho a permanecer en el país y,
habiéndome marchado, también se me impidió regresar. Sé lo que se
siente en las entrañas, aunque mis desventuras palidezcan en
comparación con el terror que viven millones de personas en este
momento.
Viernes
14 de febrero de 2025
Trump
anunció una nueva política arancelaria, “recíproca”. Esta
medida fue duramente atacada por un artículo de opinión en The
Wall Street Journal:
“Los aranceles recíprocos no tienen sentido”. El subtítulo
explica por qué: “¿En qué beneficia al interés nacional
estadounidense dejar que otros países decidan qué aranceles
pagamos?”. Bloomberg, Financial
Times
y
The
Wall Street Journal
parecen
escépticos con las políticas económicas de Trump, pero la bolsa se
mantiene estable. Me resulta desconcertante.
Creo
que entiendo el atractivo del trumpismo para los hombres blancos. La
visión de la sociedad en la que todas las personas de origen europeo
son opresoras no tiene mucho sentido. Díselo a un hombre blanco de
cincuenta años que no encuentra trabajo tras el cierre de la única
fábrica de su ciudad. Díselo a millones de hombres blancos que
sobreviven día a día con el salario mínimo. Diles que “ellos”
son los responsables de la injusticia racial del pasado. ¿Quiénes
son “ellos”? ¿Sus abuelos que emigraron de algún pueblo europeo
abandonado para pavimentar las calles por las que ahora caminamos?
¿Los abuelos que fueron asesinados por organizar sindicatos? ¿Sus
descendientes, que intentan desesperadamente escapar del destino de
sus padres? ¿Son “ellos” los responsables?

Así
pues, nunca me cautivó la imagen de la sociedad que generaron las
políticas de DEI [Diversidad, equidad, inclusión]. Pero el ataque
de Trump contra ellas, el lenguaje vituperable, el rencor, me
recuerdan mi vida bajo el comunismo. Cuando vivía en Polonia, el
gobierno comunista censuraba las palabras “élite” (porque la
usaba Milovan Djilas para criticar a los partidos comunistas) o
“burocracia” (porque la usaba León Trotsky para referirse a los
bolcheviques). Ahora las agencias gubernamentales estadounidenses han
generado largas listas de palabras que se usan para cancelar
proyectos de investigación.
Está
claro que los cuadros trumpistas creen que deben actuar de forma
inmediata e indiscriminada. No están abiertos a ninguna discusión.
Y están dispuestos a utilizar el poder que tienen sin ningún
escrúpulo. Queda por ver a dónde llevará esto. Hasta ahora, el
instrumento de coacción ha sido el dinero. ¿Utilizarán la
represión política?
Lunes,
17 de febrero de 2025
Me
ha llamado la atención un comentario de Pete Buttigieg, alguien a
quien realmente respeto. Dijo: “Si quisieras reducir el
despilfarro, el fraude y el abuso, darías más poder a los
inspectores generales” (en lugar de despedirlos). Esto, obviamente,
es cierto, pero lo que me impresionó es que esta no refleja bien la
magnitud de la ofensiva de Trump o Musk. Lo que pretenden es destruir
el gobierno, no retocarlo con reformas institucionales. ¿Se da
cuenta el Partido Demócrata de la magnitud de los problemas?
Actualmente,
por todo el país, están teniendo lugar varias manifestaciones en la
calle. Me pregunto si Trump reaccionará ante ellas y, en caso
afirmativo, cómo.
Miércoles,
19 de febrero
La
purga continúa: la Administración Federal de la Vivienda, varias
instituciones dependientes de Salud y Servicios Sociales, la NSF, el
IRS (Servicio de impuestos internos), la Administración Federal de
Aviación. Sigo sin saber si los NIH (Institutos nacionales de la
salud) están distribuyendo fondos para las subvenciones ya
concedidas en cumplimiento de una orden judicial. Todo son
habladurías.
Me
desconcierta que Trump y sus acólitos –ayer el senador Ted Cruz–
presenten su actuación como una lucha contra la “propaganda
neomarxista de la guerra de clases”. Obviamente no tienen ni idea
de lo que “marxista” o “neomarxista” significan. “Guerra de
clases” podría ser marxismo. Pero el “neomarxismo” no tiene
que ver con la clase, sino con la raza y el género. El enemigo
ideológico que Trump, Putin y el partido polaco PiS comparten es la
ideología de género.
¿Qué
quiere Trump? Todavía no he oído ni leído una respuesta
convincente. Quizá sea ésta una de las causas de su fortaleza. Ezra
Klein observó en uno de sus podcasts que Trump carece de los
mecanismos inhibitorios que todos los políticos tienen.
¿Su
objetivo es enriquecerse personalmente? ¿Es aniquilar a quienes
percibe como enemigos? ¿Se limita a escuchar los aplausos? Quizás
deberíamos interpretar sus palabras al pie de la letra cuando se
declara a sí mismo “El Rey” (en el tuit de ayer sobre una zona
de tráfico en Nueva York). Según esta interpretación, el objetivo
de Trump sería establecer un control personal completo sobre el
gobierno, a todos los niveles. La voluntad de obedecer es el único
criterio exigido al personal del gobierno. Las agencias
gubernamentales implementan lo que a él se le antoje en cualquier
momento, sin impedimentos por parte del Congreso o los tribunales. Su
poder es absoluto.
Intento
no buscar analogías en Hitler, pero me resulta difícil evitarlas.
(Me baso aquí en historiadores, pero esto no es un artículo
académico, así que me limito a citar sus nombres pero no
proporciono referencias exactas). Según Hans Frank, jefe de la
Asociación de Abogados Nazis, “el Derecho Constitucional en el
Tercer Reich es la formulación legal de la voluntad histórica del
Führer”.
Richard Evans comenta que “la palabra de Hitler, ..., era por tanto
ley, y podía anular todas las leyes existentes”. Cuando un
tribunal alemán declaró inocente al pastor Niemöller, Hitler hizo
que la Gestapo volviera a detenerlo, anunciando que “ésta es la
última vez que un tribunal alemán va a declarar inocente a alguien
a quien yo he declarado culpable”. Según la Wikipedia, “ya en
1935, un tribunal administrativo prusiano había dictaminado que las
acciones de la Gestapo no estaban sujetas a revisión judicial. El
oficial de las SS Werner Best, que fue jefe de asuntos jurídicos de
la Gestapo, resumió esta política diciendo: ‘Mientras la policía
cumpla la voluntad de los dirigentes, actúa legalmente’”.
La
pretensión de Trump de legitimar todas sus acciones es que ganó las
elecciones y sigue gozando del apoyo popular. También lo era la de
Mussolini, que afirmaba retrospectivamente que “estrictamente
hablando, ni siquiera fui un dictador porque mi poder de mando
coincidía perfectamente con la voluntad de obedecer del pueblo
italiano” (un comentario a un periodista, Ivanoe Fossani, en marzo
de 1945). Los límites al poder pueden ser institucionales o
únicamente electorales. A pesar de su pretensión, Mussolini no
estaba dispuesto a enfrentarse a unas elecciones competitivas. Trump
parece dispuesto a ignorar las barreras institucionales. ¿Está
dispuesto a obedecer el veredicto de las urnas?
Jueves,
20 de febrero
Para
hacer balance de dónde creo que estamos, necesito organizar mis
esperanzas y temores.
Primero
las esperanzas.
Los
malos resultados económicos combinados con la erosión de los
servicios públicos deben reducir el apoyo popular a Trump. Y luego
está la bomba de relojería a la que me refería antes: unos cientos
de miles de empleados públicos que habrán perdido su empleo.
Disensiones
internas. Si la economía entra en recesión, las disensiones
florecerán. El papel de Musk puede ser el primer objeto de
discordia. La alianza entre Trump y Musk no puede ser estable, por lo
que es probable que estalle un conflicto entre ellos, con Vance del
lado de Musk. No estoy seguro de quién ganaría.
Nótese
que no tengo esperanzas sobre el Congreso o los tribunales, así que
mis esperanzas se concentran en las elecciones de mitad de mandato.
Aquí vienen mis temores.
El
Partido Demócrata es extremadamente impopular y está dividido sobre
qué estrategia adoptar. Pero supongamos que una mayoría está
dispuesta a votar a candidatos demócratas sólo para oponerse a lo
que está ocurriendo. Un pequeño cambio es suficiente para cambiar
el control de la Cámara y sólo uno ligeramente mayor para el del
Senado. Así que vuelvo a las preguntas que me atormentan: ¿Las
personas del entorno de Trump están dispuestas a celebrar unas
elecciones limpias? Si no es así, ¿qué son capaces de hacer para
asegurarse la victoria pase lo que pase?
Aún
no hemos visto represión política, pero puede que solo sea “aún”.
Hasta
aquí llego. No reacciono a las noticias, repletas de desastres, sino
que pienso en el futuro. Crecí bajo una dictadura pero nunca imaginé
que podría morir bajo otra. Hoy contemplo esta posibilidad.
Viernes,
21 de febrero
Escribir
estas notas me está deprimiendo demasiado. Además, fuera hace un
frío tremendo y el cielo está gris. Con todo, hay algunos signos de
esperanza.
Los
sondeos de opinión. Según la última encuesta de Gallup, el margen
de aprobación general de Trump (aprobar-desaprobar) está en -6
puntos: en inmigración -6, en asuntos exteriores -9 y en economía
-11. La CNN informa de que la diferencia entre “ha ido demasiado
lejos” y “más o menos bien” o “no lo bastante lejos” es de
5 puntos con respecto a la valoración del “uso del poder
presidencial y del órgano ejecutivo”, mientras que la diferencia a
favor de “no lo bastante” es de 77 puntos con respecto a
“intentar reducir el precio de los productos básicos”. Según el
blog 538
(FiveThirtyEight),
hasta ayer, el 48,2 % de los encuestados tenía una opinión
desfavorable de Donald Trump, y el 46,5 % favorable. Otra encuesta:
El 84 % de los encuestados, incluido el 79 % de los republicanos,
dice que la administración Trump debe acatar las sentencias de los
tribunales federales.
Domingo,
23 de febrero
He
tenido una larga discusión por Zoom con dos amigos. Ambos creen que
las barreras institucionales, los sistemas de separación de poderes,
sean cuales sean, no pueden impedir que un órgano ejecutivo que
pretenda monopolizar el poder triunfe. Me recordaron algo que el
difunto Guilllermo O'Donnell dijo hace cuarenta años en un seminario
que impartimos juntos: “No se puede detener un golpe de Estado con
un artículo de la Constitución”. Pero si esto es cierto, ¿por
qué son tan raras las “tomas del poder ejecutivo”,
los autogolpes?
¿Por qué los jefes del ejecutivo se contienen en su búsqueda del
poder? ¿Por qué respetan las normas institucionales?
Todos
los gobernantes deben delegar, por lo que deben elegir a sus
portavoces. En esta elección se enfrentan a una disyuntiva entre
lealtad y competencia. Los representantes leales no son
necesariamente los más competentes. En China, donde esta elección
ha sido objeto de una extensa bibliografía, se resumía como “Rojo
contra experto”. Los “rojos” ejecutan ciegamente las órdenes.
Ejemplo: el secretario de Agricultura acaba de cancelar una
conferencia sobre biodiversidad porque la “diversidad” está
relacionada con el DEI. Pero a veces tienen que tomar decisiones, y
son unos incompetentes incapaces de hacerlo con criterio. Confiar
únicamente en la lealtad genera malos resultados.
Incluso
los “gobernantes depredadores”, aquellos que buscan maximizar los
ingresos gracias a su cargo, pueden estar mejor con una parte menor
de un pastel más grande que con una parte mayor de uno más pequeño.
Por lo tanto, necesitan incitar la cooperación de todos aquellos que
contribuyen a hacer el pastel más grande: banqueros y bomberos,
científicos y albañiles. Y para facilitar esa cooperación, han de
refrenar sus instintos depredadores. Tienen que moderarse.
Estos
son los fundamentos de por qué, en mi opinión, la mayoría de los
gobernantes, democráticos o autocráticos, se reprimen en la
búsqueda del poder absoluto. Como todas las teorías, mi explicación
puede ser cierta o no. Pero la pregunta que plantea es “¿Por qué
ahora?”. Se piense lo que se piense del sistema institucional
estadounidense, ha sobrevivido 250 años. Entonces, ¿se ha quebrado
algo ahora? ¿Ya no hay “necesidad de cooperación”? ¿O es que
esta gente simplemente se ha vuelto loca?
Lunes,
24 de febrero
El
caos se está volviendo abrumador. Musk emitió una orden en la que
exigía a todos los empleados del gobierno que enumeraran en cinco
puntos lo que hicieron la semana anterior, con fecha límite esa
misma noche bajo amenaza de despido.
Una
lección de Polonia. En el momento en que todo se politiza, restaurar
las instituciones democráticas se hace difícil. Cuando Ley y
Justicia (PiS) estaba en el poder en Polonia, llenó todas las
instituciones, incluidos los tribunales y los medios de comunicación,
con sus partidarios. Cuando perdió las elecciones, todo el mundo era
partidista, por lo que encontrar personas competentes no partidistas
era difícil y el nuevo gobierno sólo pudo volver a llenar todas las
instituciones de nuevo con sus partidarios. Cuando la lealtad se
convierte en el único criterio, incluso las personas competentes se
vuelven partidistas.
Empiezo
a pensar que Trump ha olvidado que tiene que gobernar. En su página
web parece que se dedica a jugar al golf, a pronunciar largos
discursos sobre sí mismo y a vomitar mensajes inanes. Su mente
divaga en direcciones dispares. Para sus acólitos debe de ser
difícil adivinar lo que realmente quiere. Hasta ahora, el gobierno
lo dirige Musk. Pero pronto llegará el momento de aprobar un
presupuesto, elevar el techo de la deuda y evitar la paralización
del gobierno. Estas cuestiones requieren un planteamiento coherente.
¿Será capaz de hacerlo?
Martes
25 de febrero
Otra
interpretación de Trump es que gobierna el país como si fuera un
terreno privado. El término “patrimonialismo” lo acuñó Max
Weber y se atribuyó a Trump en un libro de Hanson y Kopstein.
Destituir a todos los que están en posición de controlar la
corrupción es sin duda una prueba a favor de esta opinión.
Mercado
de valores: S&P baja un 0,47%, Nasdaq baja un 1,35%, Dow sube un
0,37%. Sigo los índices bursátiles porque todavía tengo la
intuición de que la primera oposición efectiva puede venir de los
mercados bursátiles.
Viernes,
28 de febrero
Nos
encontramos en la siguiente situación: tal vez reaccionar ahora sea
demasiado pronto, pero quizá, cuando pensemos que ha llegado el
momento, sea demasiado tarde. Puede que sea demasiado pronto porque
resistirse al gobierno recién elegido podría parecer
antidemocrático. Oponerse a algunas de las políticas del nuevo
gobierno es normal en una democracia. Sin embargo, encontrar el
momento de oponerse fuera del marco institucional, en las calles y
mediante otras formas de desobediencia civil, es una decisión
estratégica difícil. Quizás ahora sea demasiado pronto y quizás
en algún momento sea demasiado tarde.
Fuente:
CTXT