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domingo, 29 de junio de 2025

La guerra, el dólar y la deuda

 

 Por Domenico Moro   
      Sociólogo e investigador italiano.


Irán es una pieza clave en la geopolítica actual. Su buena relación con Rusia, su situación geográfica, su formidable cantidad de reservas energéticas, su posible control del estrecho de Ormuz, lo han convertido, para Occidente, en el enemigo a batir.



     Existe una estrecha conexión entre la guerra, el dólar y la deuda estadounidense. La agresión de Israel contra Irán se produjo en una zona, Oriente Medio y el Golfo Pérsico, que alberga las mayores reservas de petróleo y gas del mundo. En particular, Irán posee la segunda mayor reserva de gas y la tercera mayor de petróleo del mundo. Además, el 30% del petróleo mundial pasa por el Estrecho de Ormuz, controlado por Irán, con destino a Asia Oriental y, en particular, a China, que, a pesar de las sanciones estadounidenses, compra el 90% del petróleo que exporta Irán.




Pocos días después del inicio del ataque israelí, Il Sole 24 Ore publicó en portada un titular titulado “Comercio internacional, menos dólares y más euros” [i]. Según el prestigioso diario económico, el liderazgo del dólar estadounidense se ve cada vez más cuestionado en las transacciones comerciales internacionales. Una parte cada vez mayor del comercio mundial comienza a liquidarse en divisas distintas del dólar, como el euro, el yuan renminbi chino, el dólar canadiense y otras. Resulta significativo en este sentido lo que dijo el jefe de ventas de US Bancorp: “Muchos de nuestros clientes afirman que los proveedores extranjeros ya no quieren que se les pague en dólares. Antes era casi un dogma. Ahora dicen: «Dennos nuestra moneda, siempre que paguen»”.




Esta tendencia a cambiar del dólar a otras monedas no solo se debe a la volatilidad del dólar, que subió un 7 % a finales de 2024 y cayó un 8 % en los primeros meses de 2025 debido a las políticas arancelarias vacilantes de Trump. También pesa el efecto de las sanciones que, por ejemplo, han llevado a China, Rusia e Irán a utilizar el yuan renminbi para sus transacciones.

Pero, más allá de lo contingente, se trata de una tendencia histórica subyacente vinculada al declive del poder económico y militar de Estados Unidos. Según Sole24ore, se está definiendo una arquitectura monetaria global en la que las reservas mundiales de divisas ya no estarán dominadas por una moneda única, sino que se distribuirán entre tres grandes bloques: Estados Unidos, la UE y China.




El control geopolítico de las reservas de petróleo y sus rutas de transporte por parte de Estados Unidos y su Armada es crucial, ya que, gracias a este control, las transacciones de petróleo (y otras materias primas clave) siempre se han realizado en dólares. Sin embargo, como se mencionó, esto ya no es así; por ejemplo, el petróleo iraní se vende a China en yuanes (renminbi). El hecho de que las materias primas más importantes se negocien en divisas distintas del dólar socava la posición del dólar como moneda de reserva mundial. Hasta ahora, el 58 % de las reservas monetarias mundiales estaban en dólares y el 20 % en euros.

¿Por qué es importante para Estados Unidos que su moneda, el dólar, sea la moneda de reserva mundial? Porque los bancos centrales y las instituciones financieras globales, al tener que acumular reservas en dólares, compran activos en dólares, empezando por los bonos del Tesoro estadounidense. Comprar estos últimos es esencial, ya que Estados Unidos necesita financiar una enorme deuda pública. Pero no se trata solo de deuda pública. Como declaró recientemente el exgobernador del Banco de Italia, Ignazio Visco, en una entrevista en Affari & Finanza: «En el mundo solo hay un gran deudor: Estados Unidos» [ii]. La posición neta de activos de Estados Unidos —la diferencia entre los activos financieros en el extranjero de residentes estadounidenses y los pasivos financieros con no residentes— es negativa en más de 26 billones, el 90 % del PIB estadounidense.

Este pasivo se debe a tres factores. Primero, la acumulación a lo largo del tiempo de los déficits comerciales de Estados Unidos, que durante décadas ha importado más de lo que exporta. Segundo, la apreciación del dólar frente a otras monedas, que también resta competitividad a las exportaciones. Y tercero, el aumento excepcional, superior al 370%, en el precio de las acciones de empresas estadounidenses que pertenecen en una proporción significativa a otros países. Se trata, en particular, de las empresas tecnológicas estadounidenses, las llamadas «7 Magníficas», que por sí solas representan un tercio de la capitalización del mercado estadounidense.

La situación de la deuda estadounidense se ha visto agravada por el intento de Trump de contrarrestar la deuda comercial mediante aranceles y la devaluación del dólar. Esto ha provocado una tendencia a la salida de una serie de activos estadounidenses, desde el dólar hasta los bonos y las acciones. En particular, el bajo atractivo de los bonos del Estado, que ha provocado una caída de sus precios y un aumento de sus rendimientos, ha llevado a Trump a una rápida retirada de los aranceles. En los últimos días, los precios de los swaps de incumplimiento crediticio (CDS) también se han disparado, lo que constituye un seguro de protección ante una posible quiebra de Estados Unidos, ante el temor a un crecimiento descontrolado de su deuda pública.

La guerra entre Israel e Irán también debe analizarse en este contexto económico. La creciente deuda obliga a Estados Unidos a colocar sus bonos gubernamentales en el mercado, pero esto es difícil si el dólar pierde su estatus de moneda de reserva, que solo puede mantenerse si se mantiene como moneda de intercambio internacional. Para seguir siendo una moneda de intercambio internacional, el dólar debe utilizarse como medio de transacción para las materias primas más importantes, empezando por el petróleo y el gas. Esto implica el control político y militar por parte de Estados Unidos de las zonas donde se producen petróleo y gas y donde se encuentran la mayor parte de las reservas.

Como se mencionó, la zona donde se concentran las mayores reservas de materias primas energéticas es el Golfo Pérsico, dominado por Arabia Saudita, Kuwait, Catar, Emiratos Árabes Unidos e Irán. Por lo tanto, el control del Golfo Pérsico es esencial para Estados Unidos tanto desde el punto de vista económico, por las razones expuestas anteriormente, como desde el punto de vista geopolítico, ya que, al controlar el Golfo Pérsico, también controla a países aliados, como Japón, y adversarios, como China, que dependen de esa zona para su abastecimiento de petróleo y otras materias primas estratégicas.

Para controlar el Golfo y Oriente Medio, el imperialismo occidental se vio inmediatamente obligado, desde el siglo XIX, a controlar Irán, el país más importante de la zona en términos de población, historia y posición geográfica. Gran Bretaña fue la primera en ejercer este control, a la que posteriormente se unió Estados Unidos. Ambos países anglosajones apoyaron el golpe militar que, en 1953, derrocó al primer ministro iraní, Muhammad Mossadeq, gran responsable de haber nacionalizado la producción petrolera, arrebatándosela a Gran Bretaña. Posteriormente, Irán se convirtió en una colonia británica y estadounidense de facto, hasta el derrocamiento del sha, Reza Pahlavi, por la Revolución iraní de 1979.

Así pues, desde 1979, Irán ha escapado en gran medida al control occidental, convirtiéndose en una piedra en el zapato para Estados Unidos y su política de hegemonía en Oriente Medio. Por ello, para Estados Unidos, el control total de esta zona pasa por la destrucción de Irán como Estado independiente. Por el contrario, Israel representa el brazo armado del imperialismo occidental y estadounidense en la zona. Por lo tanto, la guerra en curso se inscribe en este contexto y, desde esta perspectiva, representa el último episodio del enfrentamiento entre Irán y el imperialismo estadounidense.


Notas

[i] Vito Lops, “Comercio exterior, la demanda es menos dólares y más euros”, Il Sole24ore, 18 de junio de 2025.

[ii] Walter Galbiati, “En el mundo hay un gran y único deudor: Estados Unidos”, Affari & Finanza, la Repubblica, 16 de junio de 2025.


Fuente: El Viejo Topo

jueves, 26 de junio de 2025

El loco ataque y su complicada respuesta

 

      Fue corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania de la eurocrisis.


Estados Unidos ha atacado el octavo país musulmán en quince años. La violación del derecho internacional ha sido en este caso doble, pues se han atacado instalaciones nucleares, algo expresamente prohibido. Asistimos al derribo del “derecho internacional” por sus inventores.



     Libia, Irak, Siria y Serbia fueron atacadas e invadidas por no tener armas nucleares. Corea del Norte no ha sido atacada porque las tiene. Irán firmó el Acuerdo de No Proliferación Nuclear (NPT) y ha sido atacado. La conclusión es obvia: este ataque ofrece claros incentivos para salirse de dicho acuerdo y hacerse con la bomba como hizo Corea del Norte. Y no solo en Irán, sino en toda la región. Si antes la posibilidad de que Irán se hiciera con la bomba se consideraba una amenaza existencial para Israel, ahora el cálculo se ha invertido: para Irán, la capacidad nuclear se está convirtiendo rápidamente en una cuestión de supervivencia.

Irán fue atacado por Israel el 13 de junio con engaño, mientras negociaba con Estados Unidos. Diez días después, el 22 de junio, ha sido atacado por Estados Unidos mientras negociaba con la Unión Europea en Ginebra. ¿Qué piensan ahora, no solo en Teheran sino también en Moscú y en Pekín de la fiabilidad de Estados Unidos en materia de acuerdos y negociaciones?

Las potencias europeas cooperan militarmente con Israel. Un avión de la Luftwaffe, la fuerza aérea alemana, aprovisiona en vuelo a cazas franceses que interceptan proyectiles iranís en Jordania, mientras la marina británica hace lo mismo en el Mar Rojo y en el Mediterráneo. Y debe haber mucho más que desconocemos.

Con su conducta, Washington y la Unión Europea siguen consolidando la más que complicada cooperación entre China, Rusia, Bielorrusia, Irán y Corea del Norte, sin embargo de momento no hay noticia de una ayuda de esos países, aunque sea meramente defensiva a Irán.

Responder a los ataques de Estados Unidos o de Israel de una forma proporcional, por ejemplo bombardeando el Pentágono en Washington o atacando instalaciones nucleares en Israel y eliminando a algunos dirigentes del estado sionista, está fuera de las posibilidades misilísticas de Irán en el primer caso, y sería sumamente peligroso en ambos casos.

Esta respuesta con una contundencia proporcional contiene el riesgo de ser atacado a continuación con armas nucleares, si Israel es colocado contra las cuerdas. Pero no responder, o hacerlo de una forma suave o simbólica convencería a Israel de la debilidad de Irán e incentivaría nuevas presiones sobre Washington para “acabar el trabajo”. O sea: responder es peligroso, pero no hacerlo también.

Sumando todo lo anterior, resulta un gran espacio para la vacilación de los dirigentes iranís. El jefe de la cadena de televisión catarí Al Jazeera en Teheran, Abdul Qader, cree que en Teheran se estudia “responder de una manera estratégica cuidadosamente considerada, no basada en la venganza momentánea, sino más bien en un enfoque más global que permita múltiples opciones en lugar de arrastrarlo a una confrontación táctica específica o a una reacción directa y poco meditada”. Es una manera de decir que la respuesta es muy complicada.

Siguen siendo válidas por lo menos tres de las cinco preguntas formuladas la semana pasada Occidente escala su guerra mundial – Rafael Poch de Feliu:




-¿Cuantos misiles tiene Irán?, ¿Cuanto tiempo puede sostener su ataque a Israel causándole un daño significativo? ¿Tiene suficientes reservas para atacar a Estados Unidos en la región, por ejemplo a su marina de guerra, si así lo decide? Tras la luz verde de su parlamento consultivo, ¿se decidirán los dirigentes de Irán a cerrar el Golfo de Ormuz y desencadenar un gran trastorno en la economía?

China y Rusia, ¿van a ayudar a Irán?

-¿El “eje de la resistencia” tiene fuelle todavía, en Líbano, en Irak, en Yemen, para atacar a Israel, por ejemplo con acciones desde el sur de Líbano, mayor hostigamiento a la navegación en el Mar Rojo y eventuales ataques a bases americanas en el Golfo?

Respecto a Estados Unidos, despejada la pregunta sobre si atacaría o no, lo que queda es que Trump ha traicionado su promesa de no meter al país en más guerras, pese a que la opinión pública está en contra en alrededor de un 60%, frente a un 16% que apoyaría tal guerra y un 20% que no sabe. Por otro lado aumenta la sensación de una administración rehén del loby sionista y que improvisa.


La Conferencia de Políticas de AIPAC de 2016 se celebró en el Verizon Center en Washington DC.

Las decisiones no son, como antes, resultado del asesoramiento de la “comunidad de inteligencia” (“no me importa lo que digan, se equivocan”, ha dicho Trump), sino del capricho y la irracionalidad. Estados Unidos, ¿es un estado moderno cuyas instituciones dialogan, pugnan entre sí y deciden, o es el imperio de una especie de Nerón con mando nuclear?


Del blog personal de

Rafael Poch-de-Feliu

miércoles, 25 de junio de 2025

Del Nord Stream a Irán: geopolítica de un imperio en declive

 

 Por Irene Calvé,   
      Gerente de Programa, Alianzas de Acceso a la Energía, Energía Sostenible para Todos (SEforALL).

      Físico, matemático y experto en Energía del CSIC.

Y

      Guionista, periodista y activista en Extinction Rebellion y València en Transició.


El ‘fracking’ estadounidense solo puede sobrevivir si el precio del barril de petróleo sube mucho. Y eso depende, en buena medida, de las decisiones que tome Teherán


     El petróleo se está agotando y, con él, se agota también la ficción de un imperio sostenido a base de rentas energéticas. En concreto, el fracking –la técnica que permitió a Estados Unidos convertirse en exportador neto de hidrocarburos– está comenzando su declive. Washington lo sabe, y está dispuesto a hacer lo que sea para estirar unos años más esa supremacía energética. Por eso, el ataque a Irán no es un desliz, sino un movimiento estratégico: necesitan que el petróleo suba de precio para que el fracking vuelva a ser rentable, aunque eso implique incendiar Oriente Medio. Porque no se trata de ganar, sino de no hundirse todavía.




Desde que en 1972 llegó al máximo de producción convencional, EEUU ha sido un país dependiente de las importaciones de petróleo. Pero todo cambió con el auge del fracking: una tecnología agresiva que permitió explotar yacimientos no convencionales, arañando gotas dispersas en rocas porosas a fuerza de reventarlas a pura presión (de ahí el término “fracking”). Gracias a esta tecnología, EEUU pasó de ser un importador masivo de hidrocarburos a convertirse en el mayor productor mundial de petróleo y gas natural (dejando atrás a Arabia Saudita y a Rusia) y el mayor exportador mundial de gas natural y gasolina. Es cierto que consiguió más que abastecer sus necesidades de gas natural (EEUU continúa siendo un país muy carbonífero, así que no usa tanto gas para la producción de electricidad), pero nunca dejó de comprar petróleo, aunque las importaciones cayeron de más del 60% a menos del 40% actualmente. En todo caso, EEUU se ha vuelto demasiado dependiente del fracking para garantizar la estabilidad de la economía productiva. Sin embargo, los sweet spots del fracking hace tiempo que se agotaron, y todo apunta a que el declive terminal de la producción comenzará en los próximos años.


Extractores de petróleo.

¿Por qué, entonces, montar este caos, si igualmente el fracking tiene los días contados? No estamos hablando de una estrategia sostenible a largo plazo, sino de una huida hacia adelante alimentada por tipos de interés bajos, estímulos financieros y petróleo caro. Una economía entera reconfigurada para vender energía fósil al mundo, especialmente en un contexto de declive del petróleo convencional.

Pero, como hemos dicho, ese milagro está llegando a su fin. El fracking tiene un problema físico: es intensivo en energía y materiales, económicamente costoso y se agota rápidamente (al cabo de cinco años la mayoría de los pozos cierran). Desde hace tiempo se alerta de que los mejores pozos están cerrando, que las proyecciones han sido infladas, y que muchos campos ya han entrado en declive. Desde 2022, el fracking en Estados Unidos ha entrado en una fase crítica. Uno de cada tres pozos ha cerrado, y la actividad perforadora ha caído a mínimos no vistos en años, con apenas 442 equipos operativos en todo el país. Esta crisis está directamente relacionada con la caída del precio del petróleo, que ha tocado fondo recientemente, por debajo del umbral de rentabilidad para el fracking, estimado – con cierta dosis de optimismo – entre 60 y 65 dólares por barril. A diferencia de ciclos anteriores en los que la OPEP –y en particular Arabia Saudí– restringía la producción para estabilizar precios, ahora ha optado por mantener una producción bastante elevada. La estrategia saudí, según algunos analistas, busca expulsar del mercado a competidores con mayores costes de extracción, como el fracking estadounidense, y recuperar cuota de mercado perdida. Esta ofensiva petrolera, combinada con una demanda débil –los aranceles de Trump han hecho mucho daño– no solo ha tumbado el precio del crudo, sino que también ha devuelto a la OPEP a una posición central en el control del mercado, poniendo a EEUU en una encrucijada: o fuerza una subida del precio global –mediante inestabilidad o bloqueo de suministro en otras regiones– o asume su lenta pérdida de hegemonía energética y económica. En este contexto, el fracking estadounidense solo puede sobrevivir si el precio del barril de petróleo sube mucho. Y aquí entra la Tasa de Retorno Energético (TRE).


Plataforma petrolífera en las costas de Groenlandia.

La TRE mide cuánta energía se obtiene por cada unidad de energía invertida en la extracción. El petróleo convencional llegó a tener, a principios del siglo XX, TREs de hasta 100:1, es decir, por cada unidad de energía invertida se obtenían 100, una relación que hacía posible todo el desarrollo industrial del siglo XX. En cambio, el fracking nació ya con rendimientos mucho menores, entre 6:1 y 12:1 en sus inicios, y hoy ha caído hasta el rango de 3:1 o incluso menos a medida que los pozos envejecen y se agotan rápidamente. Es como recoger manzanas: al principio bastaba con alargar el brazo para alcanzar las que cuelgan en las ramas bajas, usando muy poca energía (alta TRE), pero ahora solo quedan las del extremo superior del árbol, que requieren esfuerzo y riesgo, y puedes acabar consumiendo más kilocalorías para cogerlas que las que las propias manzanas te aportan. Aunque el fracking siga siendo rentable si el precio del barril sube, desde el punto de vista físico se aproxima al absurdo: extraer energía gastando casi la misma cantidad, o incluso más. Pero el capitalismo no funciona según criterios científicos. Funciona por el valor de cambio: si el precio del barril sube lo suficiente, cualquier aberración energética se vuelve negocio. De ahí la paradoja: una técnica energéticamente absurda puede sobrevivir si los mercados permiten venderla cara (y hay otras fuentes para apuntalarla, o se extrae energía embebida de otro sitio, por ejemplo, no manteniendo infraestructuras). La economía capitalista degrada sistemáticamente la TRE porque no extrae energía para sostener la vida, sino para alimentar el ciclo de acumulación. Y ese ciclo hoy depende, literalmente, de provocar guerras.

La implicación es brutal. Estados Unidos no puede permitirse volver a ser un importador neto de petróleo. No solo por razones energéticas, sino porque toda su arquitectura económica reciente se ha basado en convertirse en una suerte de “emirato fósil”: exportador de energía, receptor de renta internacional, sostén artificial de su hegemonía militar. El crecimiento económico derivado del fracking ha sostenido regiones enteras, sobre todo en estados como Texas, Dakota del Norte o Nuevo México. Todo ello mientras su industria productiva sigue de capa caída desde la crisis de 2008, que mantiene la manufactura muy por debajo de los niveles de hace 30 años y con una parte de la industria intensiva en energía dependiente de precios bajos del crudo. El turismo internacional –uno de los grandes motores no energéticos– se ha desinflado desde la pandemia y no ha remontado a niveles ni siquiera de prepandemia, con un marcado empeoramiento en 2025 debido a tensiones políticas y medidas migratorias restrictivas. Por último, la agricultura aún sigue siendo competitiva en exportaciones, pero enfrenta problemas estructurales como la concentración, las sequías crecientes y, por supuesto, la dependencia del petróleo. El fracking no era un mero complemento para Estados Unidos; era su apuesta y su tabla de salvación.

Pero ahora que los pozos se están agotando, ¿existe algún tipo de plan? Evidentemente, no; existe únicamente la lógica electoralista cortoplacista propia de las “democracias liberales”: no centrarse en una solución sostenible, sino en retrasar las consecuencias de lo inevitable hasta después de agotar la legislatura. Por eso hicieron saltar por los aires el Nord Stream: para forzar a Europa a depender del gas estadounidense, aunque se vendiese más caro. Por eso también, en las negociaciones comerciales, EEUU condicionó la retirada de aranceles a que la UE consumiera ingentes cantidades de energía fósil made in USA (en concreto 350.000 millones de dólares). Esos movimientos no fueron anecdóticos: forman parte de una guerra comercial y energética planificada para sostener el precio del crudo y estirar el tiempo antes de confrontar la realidad material: Estados Unidos dejará de ser un gran exportador de hidrocarburos (principalmente, gas natural y gasolina).


Fuga de gas de los oleoductos Nord Stream en el Mar Báltico, el 29 de septiembre de 2022.

Y ahora llega Irán. Una pieza clave, porque si Teherán responde al asesinato de sus militares bloqueando el Estrecho de Ormuz –por donde pasa casi el 20% del petróleo mundial, que representa el 40% de las exportaciones mundiales del oro negro–, el precio del crudo se dispararía.


Un petrolero cruza el estrecho de Ormuz.

Justo lo que necesita el fracking estadounidense. ¿Representa una solución a largo plazo? En absoluto. ¿Y una solución para este mandato? Tal vez. Esa es la lógica desesperada: si el fracking vuelve a respirar unos años, se gana tiempo, se salvan elecciones, se sostiene el dólar, se aplaza la caída.

La alternativa –no hacer nada– implicaría mantener precios bajos del petróleo, lo que haría económicamente inviable seguir explotando el fracking en muchos de los campos clave. Eso significaría, en términos prácticos, una aceleración de la desindustrialización, especialmente en los estados del interior y del sur, ya devastados por décadas de deslocalización, abandono y declive de la inversión pública. La pérdida del fracking dejaría a muchos territorios sin su última fuente de empleo directo e indirecto. La tensión social escalaría: una población armada, empobrecida, políticamente polarizada y con una fe menguante en las instituciones podría ser el caldo de cultivo para estallidos violentos, revueltas locales o incluso una guerra civil difusa. Esta no es una hipótesis apocalíptica lanzada al azar: sectores del propio Departamento de Defensa norteamericano y del establishment energético han advertido de que la desestabilización interna por el colapso energético es uno de los principales riesgos estratégicos a medio plazo. El fin del fracking no es simplemente una cuestión económica: es una amenaza existencial para la arquitectura política, territorial y militar de Estados Unidos.

Así que la disyuntiva es clara: si no hacen nada, el colapso llegará desde dentro. Si actúan, pueden desatar una escalada global, pero al menos retrasan su propia caída. Puede que Oriente Medio arda. Puede que la guerra se descontrole. Pero eso es un precio asumible si sirve para sostener artificialmente el valor de cambio de su energía fósil. Mientras tanto, la TRE sigue cayendo. El planeta se calienta. La energía útil se agota. Pero el capital, como un zombi ciego, solo responde a la rentabilidad inmediata, aunque eso implique dinamitar las bases de la vida.

Frente a esa lógica suicida, urge una ruptura: poner la energía al servicio de la vida y no del mercado, entender que la transición energética solo puede basarse en reorganizar radicalmente nuestra relación con la energía, con la producción, con el planeta. Utilizar el valor de uso y no el de cambio.

Y en esa disyuntiva brutal –hundirse solo o incendiar el mundo–, el imperio, una vez más, ha hecho su elección.


Fuente: ctxt

Crónicas de la caída: Junio de 2025

 

 Por Antonio Turiel  
      Físico, matemático y experto en Energía del CSIC.


     No me esperaba yo que tan pronto tuviera que escribir un nuevo post de esta serie dedicada a los eventos abruptos que van a marcar esta fase del descenso energético y material de nuestra sociedad, pero está visto que desde que Donald Trump accedió a la presidencia de los EE.UU., este tipo de turbulencias se van a dar con mayor frecuencia. Conste que yo opino que el Sr. Trump es más bien el síntoma, y no la enfermedad, pero está claro que esta etapa va a ir bastante ligada a su presencia.

Diversas noticias han marcado la actualidad mundial durante las últimas semanas, pero particularmente lo ha hecho la escalada militar impulsada por el estado de Israel. Mientras prosigue su campaña de exterminio de la población palestina (con la aquiescencia y beneplácito de los gobiernos occidentales, aunque no necesariamente de las poblaciones de esos países), Israel ha subida su apuesta con una agresión directa a Irán con un bombardeo inicial de misiles, a la cual Irán ha respondido con sus propias armas a la que luego Israel ha replicado y luego Irán y así sucesivamente. Las cosas no parecían irle demasiado bien ni a uno ni a otro (al final, en estos juegos de guerra hipertecnificados actuales los daños son bien reales, comenzando por los que sufre la población), cuando, de repente y a instancias de Israel, EE.UU. ha decidido hacer acto de aparición, bombardeando las instalaciones de enriquecimiento de uranio de Irán, como muestra de que no van a permitir que ese país consiga la bomba atómica (que es la excusa habitual para hostigar a Irán, a pesar del hecho cierto de que en todas estas décadas nunca ha fabricado una bomba y que al parecer el propio ayatolah Jamenei considera inmoral ese tipo de bombas).

No voy a entrar en el análisis geostratégico del juego de ataques y réplicas, porque no es mi fuerte, pero parece bastante claro que hay un interés por todas las partes en mantener una cierta tensión pero sin llegar a una escalada hasta las últimas consecuencias. Israel no ha atacado todas las refinerías de Irán (un blanco fácil y que causaría un auténtico caos económico y logístico), solo y marginalmente una planta de gas, mientras que Irán no ha destruido las pocas plantas eléctricas de Israel (también un blanco fácil con enorme impacto social y económico). Por su parte, EE.UU. ha atacado Irán pero lo ha hecho de manera contenida, en instalaciones que habían sido previamente evacuadas y aparentemente con menos fuerza de la que se pretende hacer creer. Como réplica, Irán ha lanzado varios misiles lentos (recordemos que tiene supersónicos) contra una base americana en Catar, los cuales fueron completamente interceptados.




En resumidas cuentas, da la impresión de que nadie quiere llegar demasiado lejos en este macabro juego de golpes y contragolpes, y eso los mercados parecen descontarlo, ya que por ejemplo el precio del petróleo no ha subido mucho, y hoy mismo por ejemplo ha pegado un bajonazo muy importante.

Se tiene que decir que la actual situación es conveniente para tanto los EE.UU. como para Irán y otros países, en su mayoría aliados de los EE.UU. Una situación de tensión e inestabilidad favorece un precio del petróleo más elevado, y eso ahora mismo es algo completamente necesario para los EE.UU. Se estima que con los precios de 60$ por barril en los que estábamos estancados en las últimas semanas, uno de cada tres pozos de fracking había cerrado. Para mantener viva y en forma esta industria vital para los EE.UU., se necesitan precios de 80$ por barril o más. También necesita precios en ese rango Arabia Saudita, si quiere enjugar sus déficits públicos, y algo parecido le pasa a Irán. La guerra arancelaria que desató Trump (y que en su momento debió parecerle buena idea) ya ha originando una cierta recesión económica y con ella una caída de precio del petróleo; ahora, estos intercambios bélicos permiten compensar en parte ese efecto. Por cierto que esta dinámica de shocks de destrucción de demanda y amenaza de destrucción de oferta se conjugan bien, aunque sea algo peculiar, con un fenómeno que conocemos bien: la espiral.

Desgraciadamente, se está jugando con fuego y en algún momento alguien puede cometer un error y rebasar alguna línea que no se debe de rebasar. Al final, hay seres humanos tomando las decisiones finales, y el problema con los seres humanos es que frecuentemente tienen reacciones emocionales y no perfectamente frías y racionales.

Lo peor que podría pasar para la economía mundial es que Irán decidiese el cierre total del estrecho de Ormuz, por donde pasa el 20% de todo el petróleo que se produce en el mundo, pero que también representa el 40% de todas las exportaciones de petróleo. Eso, para regiones que son grandes importadoras como Europa o China hace que Ormuz sea algo crítico.

Cerrar completamente Ormuz (por ejemplo, sembrándolo de minas, que costaría muchos meses barrer) es lo más próximo que tiene Irán a un ataque con armas nucleares. De manera prácticamente instantánea pondría la economía mundial de rodillas, con un precio del barril que podría llegar a superar los 150$. Sin embargo, uno de los grandes perjudicados sería China, aliado de Irán, mientras que a EE.UU. solo le afectaría marginalmente. Por eso, el cierre total de Ormuz es una solución extrema para Irán, a la que solo recurrirá si se enfrenta a un peligro existencial.

Una situación diferente se plantearía si se diera un cierre selectivo de Ormuz. De esa manera, Irán podría dejar pasar solamente aquellos petroleros con dirección a la India o a China, mientras que retendría o ralentizaría el resto. Irán podría hacer esto usando patrulleras, siempre y cuando no apareciera una potencia extranjera con sus buques de guerra. Si Irán consiguiera implementar ese tipo de cierre, el principal problema sería para Europa. Obviamente, Europa maniobraría para conseguir el petróleo por otros modos (recordemos que es algo habitual que la carga de un petrolero cambie varias veces de manos y hasta de destino en los meses que dura su travesía) y esto empujaría el precio al alza, pero no sería igual que con un cierre total porque Europa no podría encontrar reemplazo para todo y el precio moderaría su subida. Al final, Europa tendría que enfrentarse con un problema diferente al de la carestía y con el que conviven centenares de millones de personas cada día: la escasez. Para agravar la situación, de manera paradójica se podría dar que algunos países aprovecharan los precios altos no para aumentar la producción de petróleo sino para disminuirla. Tal podría ser por ejemplo la situación de Nigeria (uno de los principales proveedores de España), que ahora mismo sufre escasez de combustibles en su territorio porque prefiere destinar el petróleo a la exportación; si el precio sube mucho, podría reducir sus exportaciones para garantizar la paz social en su casa.

Estos serían escenarios catastróficos para una Europa actualmente desorientada, que se está centrando sus esfuerzos económicos en una medida tan absurda como destinar el 5% del PIB a la compra de armamento para prepararse para una fantasmagórica guerra con Rusia, cuando en realidad sus problemas son otros.

Para Europa, el cierre de Ormuz, incluso selectivo, aceleraría la caída económica del Viejo Continente. Hay tiempo aún para reaccionar, para tomar medidas que avancen en la transformación industrial y energética que necesitamos, pero ese tiempo se nos agota rápidamente.

Y al mismo tiempo, nos preparamos para lo que parece que va a ser un verano con temperaturas sin precedentes. Tengan cuidado ahí fuera.


Fuente: The Oil Crush