Mostrando entradas con la etiqueta J. D. Vance. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta J. D. Vance. Mostrar todas las entradas

sábado, 6 de septiembre de 2025

Aquella brisa de los veranos de antes (5 de 20)

 

 Por Pedro Costa Morata
       Ingeniero, Periodista y Politólogo. Ha sido profesor en la Universidad Politécnica de Madrid. Premio Nacional de Medio Ambiente.



Extraña pareja en Alaska


     (¡Cómo me divierto! Aquí tengo a Putin el Terrible viniendo a comer de mi mano, en el mayor Estado de mi América, que precisamente perdió Rusia por la milésima parte de lo que valía... Parece mentira que sus zares fueran tan necios y que no vieran la oportunidad de mantener su presencia y poder a un paso de América; claro que menudo problema me plantearían porque a ver cómo iba a pedir yo Canadá sin exigir antes la salida de los rusos de Alaska, eso es verdad. Tendrá que darse cuenta del papelón que hace ante su país y el mundo ¡Me lo voy a merendar!).

(¡Ahí lo tengo! Con su sonrisa de degenerado, creyendo que acudo a su llamada cómo, cuándo y dónde ha decidido él. Se creerá que se me ha escapado el detalle de que me haya traído a Alaska, a 7.000 kilómetros del Kremlin y a once usos horarios... Como me saque el tema de la venta de Alaska a Estados Unidos por el zar Alejandro II lo mismo le digo que, si quiere, le puedo facilitar -la paz no tiene precio- una o dos alaskas más a un módico precio, que aún así Rusia seguirá siendo más grande (y rica) que su América... ¡A ver por dónde me sale este tipejo!).


Trump y Putin. (Euro News).

- ¡Cómo estás amigo Vladi, bienvenido a América! Perdóname por no haberte propuesto un lugar de encuentro más equidistante, pero si me despisto mucho de América los delincuentes de Washington -negros, como sabes- van a conseguir expulsarme de la capital. Y no sé cómo lo tomaría mi gente -que me adora y me vota con pasión, ya lo viste- si me instalo, con esta pandilla de inútiles de mi gobierno y mi oficina, en Mar-a-Lago, en Florida, con mi golf y eso; que aunque estoy hecho un chaval, no como el espantajo de Biden, que ya chocheaba de vicepresidente con Obama, esos viajes tan continuos para disfrutar del trópico, francamente, me empiezan a cansar un poco.

- ¡Querido Donald, se te veía muy interesado en que visitara Alaska por primera vez! Veía tu interés en enseñarme esta poderosa base militar, y estos americanos privilegiados que tanto dinero cuestan al Estado por vivir en esta tierra que es verdad que casi os regalamos, tan lejos y absurda, hartos de no encontrar nunca el final de la Rusia de todas las Rusias. Comprendo que quieras estar a un tiro de piedra de la Casa Blanca, ya que sé que vas a tener que desplegar al Ejército también en Chicago, Los Ángeles, Nueva York... ¡Duro con esos protestones, que siempre te quedará Mar-a-Lago! Y cuenta con mi simpatía si, como piensas, acabas trasladando tu poder a la playa, y te olvidas del apestoso Washington.

- Sabía que nos entenderíamos. Por cierto, ¿no podrías prestarme un par de años a tu ministro Lavrov, que me encanta, y te quedas con el necio de Marco Rubio, que total para lo que vale no te va a estorbar, y hasta con el vicepresidente Vance, que me repatea cada vez que abre la boca. No te ofrezco al secretario de Defensa, Hegseth, que como sabes que es judío lo tengo conmigo para que los insoportables israelíes vivan tranquilos y no sean más pegajosos; que si no...

- Hombre, a Lavrov no te lo puedo prestar, ya me gustaría complacerte, pero te advierto que se empeñaría en hablarte en ruso, que menudo carácter tiene. Sí podemos hablar con mis portavoces, Péskov y la Zajárova, que un pajarito me ha dicho que tienen engatusada a la opinión pública americana (la inteligente, que tú y yo sabemos que no es la mayoría) por su estilo y capacidad; pero hay que consultarlo con ellos. Por lo demás, tú pide, pide, que sabes de sobra que estoy para servirte.

- Bueno, bueno, Vladi, vamos al grano, que no te puedo conceder más de un par de horas y lo de Ucrania tiene que quedar hecho, que necesito ahí la paz para que Israel siga limpiándome Gaza. ¿Qué hacemos con Zelensky, que se nos ha atravesado y se cree que, porque me regale sus tierras raras y tal, voy a estar respaldándolo toda la vida?

- Pues, sí, es un zoquete y un incauto. No necesito decirte que cuando nos quedemos ese 20 por ciento del territorio de Ucrania -que menos mal que tú reconoces que eso es para nosotros para siempre-, las tierras raras que quieras las tendrás a tu disposición, y te las podrás llevar sin aranceles ni nada, y a precio de amigos.

- De eso te quería yo hablar, ¿me prometes que en cuanto te levante las sanciones y los pringaos de Europa tengan que hacer lo mismo, estableceremos un tratado preferencial, de interés mutuo, por supuesto, que haga que se enrabieten esos europeos tan pesados, que hay que ver la lata que dan hablando siempre de sus valores y su historia?

- Hecho, dime entonces si no te va a molestar que demos una lección, de una vez, a esos nazis de Kiev, y que nos pidan árnica a los dos, en la mesa de negociaciones. Y no pierdas el tiempo asociando a la negociación a esos mataos de Merz, Macron y los polacos de siempre. Tú y yo, con Zelensky vestido de penitente. No te asustes, por cierto, cuando advierto a los alemanes que no vuelvan por donde siempre, que los conozco bien.

- Eso queda de tu cuenta, abrevia y dales de paso una lección a los europeos, que no les dé tiempo de venirme con más monsergas y que se dediquen a comprarme cosas, gas y armas en primer lugar, y bajar mi déficit comercial. ¿Lo del gas no te va a molestar, verdad? Y lo del Nord Stream, tú señala a todo el mundo menos a mí (que no estaba, acuérdate), que comprendo que fue una faena, pero, oye, no hay mal que por bien no venga, ¿no?

- Lo del gas no me molesta, qué va, resulta que desde que no suministramos a Europa nos faltan caudales para mandar a China e India, más esos amigos nuevos del BRIC, que cada día quieren ser más, y no tragan al cantamañanas de Zelensky. Y tampoco me molesta lo de las armas: tú no les digas que según entren en Ucrania me las pienso cepillar, y así tendrán que aumentarte sus pedidos.

- Bueno, lo de China tenemos que hablarlo otro día, a ver qué opinas tú de eso de que vaya a ser la futura potencia mundial, como si pudiera Dios dejar de mostrar su preferencia por el noble, pacífico y leal pueblo americano. Además, son gente amarilla, bajita, poco simpática, no como tú y yo, que somos blancos de pura cepa, cristianos a tope, dialogantes, aliados por naturaleza, no sé... ¿Y lo de India? ¿Es verdad que ya tiene más gente que China? ¿No podíamos hacer que se desarrolle más y antes que China? ¿Cómo te llevas con Modi, que no acabo de enterarme bien de si está conmigo o contigo?

- Pues claro, no te atormentes por lo de China, que va para largo, y tú no debes, con tu edad, preocuparte por lo que vaya a pasar más allá de 2028. Aprieta con tu hábil política arancelaria y negocia poquito, que así es como harás a América greater (¿se dice así?). Además, ya sabes que los de los BRIC no van contra ti, ni mucho menos, ni hagas caso si te dicen que piensan cargarse el dólar que, en todo caso, ¿a ti qué? Eres hombre de negocios preparado para cualquier eventualidad. ¿De Modi, dices? Un místico, algo racista porque espumea por la boca cuando piensa en los musulmanes, pero ningún peligro, ya te digo.


Grupo de Shangái, 31 de agosto. (DW).

- Me encanta oírte Vladímir Vladímirovich, pero, hemos perdido el hilo de lo de Ucrania ¿Qué vamos a decir en la rueda de prensa? ¿La preparan nuestros asesores y que hablen ellos?

- No te preocupes, nos encargamos nosotros, sonreímos y decimos que todo ha ido bien, que es la verdad, ¿no? Y que la paz en Ucrania está más cerca que nunca, que tenemos un plan.

- Pues Ok. ¿Querías también que habláramos algo sobre la OTAN? ¿Te sigue preocupando lo de la integración de Ucrania, Georgia y Moldavia en ella? ¿Recuerdas que lo primero que dije con mi regreso fue que me la cargaría? ¿No te dije un día que no habría más “revoluciones de color” y que lo tuyo es tuyo?

- Lo sé, lo sé. Me vale con que me confirmes que la OTAN te la trae al pairo, que no le vas a consentir a Zelensky que vuelva a decir que quiere entrar en ella y que si se me ponen tontos los europeos y tengo que corregirlos por las bravas, vas a bloquear la estupidez del artículo 5, de la asistencia mutua y esas babosadas.

(Bueno, vaya repaso que le he dado a este Putin que más que ruso parece tártaro, nada caucásico. A ver si hace lo que le he dicho y empieza a enviarme, con aranceles cero, esas tierras raras que el pardillo de Zelensky creía que podría regalarme. Y lo de la guerra, bueno, él verá cómo se las apaña, que yo no tengo prisa ni pienso escuchar muchas quejas más de mis aliados; que remate ese asunto cuanto antes).

(Ahí va este Donald, que se llama como el pato ese de Hollywood, tan contento de que lo haya toreado y regalado unos espejitos. Y que se dé con un canto en los dientes que no le he preguntado si ya tiene fecha para lo del bombardeo de Moscú, o si quiere que le diga donde están ahora mismo esos dos submarinos nucleares tan secretos que mandó para que me intimidaran. En fin, que me encanta este fantasmón).


miércoles, 3 de septiembre de 2025

Cómico y desgarrador - Notas sobre el final de Europa

 

    Escritor y filósofo italiano. Activista de la izquierda.


     CNN muestra imágenes del funeral de un joven soldado ucraniano. Su esposa llora frente al ataúd y pone flores.

Banderas rojas y negras, una gran A en un círculo en primer plano.

Recuerdo que, desde los primeros días de esta guerra, Vasyl, un amigo ucraniano que se autodenomina anarco-socialista, me escribió: “Si Putin gana, el fascismo prevalecerá en todo el mundo”.

Tenía razón, y hoy el triunfo del fascismo se ve por todas partes.

El problema es que el fascismo habría prevalecido en todo el mundo incluso si Zelenski hubiera ganado la guerra.

Pero ver imágenes de un joven anarquista que podría haber sido mi alumno si hubiera dado clases en Kiev es desgarrador; ver el llanto de esa chica que fue su pareja es desgarrador.

La cumbre de Washington, por otro lado, con Trump saludando a los perdedores con una sonrisa sardónica, fue cómica.

Zelenski, con un traje oscuro alquilado para la ocasión, resultó ridículo.

Sentado en la misma silla que ocupó en febrero cuando Vance lo insultó y Trump lo humilló frente a mil millones de espectadores, el perdedor agradece, agradece y agradece.

No me queda claro por qué les agradece.

El hombre a quien agradece acaba de regresar de una reunión con Putin, buscado por una sentencia penal internacional. En Alaska acordaron temas relacionados con la división del Ártico y también, marginalmente, sobre la rendición incondicional de Ucrania.

De eso trató la cumbre de Alaska, aunque los comediantes europeos (el tío Macron, la tía Meloni, la abuela Ursula y los demás familiares del perdedor ucraniano) finjan hablar de las garantías que se le brindarán a su nieto. Nadie menciona la palabra “Donbás” o la palabra “Crimea”; sería de mal gusto.


Zelenski y Trump, junto a otros líderes europeos, durante la reunión en Washington, del pasado 19 de agosto.

Lo que pasará a la historia como la guerra de Ucrania (si es que en el futuro existen historiadores, cosa que dudo) comenzó como una genialidad del gobierno de Biden. Causar una masacre en la frontera oriental de Europa pretendía destruir Europa y debilitar a Rusia simultáneamente.

El primer objetivo se logró a la perfección. Si quieren entender la importancia de Europa hoy, basta con ver a Macron sentado junto a Trump, quien recientemente lo trató públicamente como un idiota que habla de cosas que desconoce. Sin embargo, Macron finge que todo está bien con el Padrino y, con una expresión bastante nerviosa, dice algo irrelevante mientras el Padrino sonríe con sorna.

El primer objetivo se ha cumplido a la perfección: se han roto las relaciones económicas entre Rusia y Alemania y se ha interrumpido el gasoducto North Stream 2. Vance ha degradado a la Unión: “Primero eran súbditos, ahora son enemigos”, declaró el número dos en Múnich.

Castigados con aranceles que pronto hundirán la economía europea, los súbditos convertidos en enemigos deben ahora invertir su capital en el país que los humilla y comprar armas a quienes traicionaron a Ucrania para abastecer a una Ucrania mutilada.

La guerra interblanca se encamina hacia una conclusión (temporal) con el siguiente resultado: la civilización blanca está dominada por las potencias nucleares del Ártico (EEUU y Rusia), la Unión Europea es un muerto viviente y Ucrania se ha convertido en un país destruido, empobrecido y despoblado, obligado a entregar sus recursos a quienes primero la empujaron a la guerra, luego la engañaron y finalmente la traicionaron.

En cuanto al segundo objetivo (debilitar a Rusia), se falló por completo, porque los estadounidenses, como sabemos, son volubles. Empiezan guerras en lugares lejanos como Afganistán, luego olvidan por qué lo hicieron y dejan a sus protegidos (especialmente sus protegidas) en manos de asesinos.

Así que, en lugar de Biden, el enemigo de los rusos, llegó el mejor amigo de Vladímir Putin, y medio millón de ucranianos (¿más?, ¿menos?, Nunca lo sabremos) murieron por nada. Es decir, para defender las fronteras sagradas de la patria y, como siempre, para dejarse engañar por el nacionalismo de los payasos.



Fuente: CTXT

lunes, 28 de julio de 2025

El retorno del conservadurismo decadente

 

      Profesor de la Universidad de Ottawa e investigador en Queen Mary, Universidad de Londres.


Las facciones más estridentes de la derecha contemporánea coquetean con la monarquía, los mitos y la trascendencia tecnofuturista. Inspiradas en la sensibilidad antimoderna del fin de siècle, rechazan la democracia y buscan configurar el futuro a partir de pasados imaginarios



     Pobre de quien analiza la política conservadora contemporánea. Antes parecía fácil identificar a un conservador: era alguien que defendía las tradiciones heredadas, las prácticas e instituciones consolidadas, los valores familiares y la moral convencional. Estas posturas solían ser hipócritas, en contradicción con la economía de libre mercado que defendían, pero al menos era una hipocresía honesta. El vicio rendía homenaje a la virtud. Los conservadores ocultaban sus transgresiones, las negaban o buscaban el perdón. Aunque los escándalos familiares, las «desviaciones» sexuales y los estilos de vida poco convencionales podían ser habituales, se ocultaban o se encubrían en nombre de la modestia y la convencionalidad.




Hoy en día, esa visión del conservadurismo parece pintoresca hasta el punto de lo absurdo. El divorcio era antes motivo de descalificación para un candidato a la presidencia de Estados Unidos. Ahora hemos visto la reelección de un hombre divorciado dos veces, con un historial de aventuras amorosas en la prensa sensacionalista que incluye modelos de Playboy y estrellas porno. Su antiguo partidario y provocador por excelencia, Elon Musk, tiene un historial que hace parecer inofensivo el de su jefe: tres matrimonios con dos mujeres y al menos catorce hijos. El exsocio de Musk y antiguo mentor del vicepresidente Estados Unidos J. D. Vance, Peter Thiel, también desafía cualquier categorización sencilla. Aunque encaja en la etiqueta de «conservador libertario», el estilo de vida abiertamente gay de Thiel hasta hace poco habría escandalizado a muchos autoproclamados conservadores, y probablemente aún lo haga en los círculos más tradicionales del movimiento.

La lista de lo que antes se habría considerado un comportamiento «anticonservador» podría continuar. Sin embargo, no se trata aquí de trollear la vida personal de figuras públicas en busca de transgresiones de un conservadurismo nostálgico. Se trata de preguntarse qué tipo de conservadurismo estamos viendo hoy en día. Descartar a estas personas como «no realmente conservadoras» claramente no funciona: apoyan objetivos conservadores y desempeñan papeles importantes en la política conservadora. Sin embargo, sus gustos y estilos de vida no parecen encajar en los estándares conservadores tradicionales. A falta de una palabra mejor, parecen sospechosamente decadentes. Esta semejanza no pasa desapercibida para quienes ven paralelismos entre nuestra época y la Edad Dorada de El gran Gatsby, con Mar-a-Lago sustituyendo a West Egg, Long Island.

Conservadores de cuero y terciopelo

Estas analogías pueden parecer ridículas. Al fin y al cabo, la decadencia ha sido el blanco de los conservadores durante siglos, y las acusaciones de decadencia siguen siendo una de las formas más fiables de la derecha para condenar el liberalismo como una cultura del relativismo y el nihilismo. Sin embargo, la sospecha de que estamos asistiendo a una nueva decadencia, esta vez procedente de sectores de la derecha, no parece errada. El parecido con episodios culturales anteriores —ya sean los locos años veinte de F. Scott Fitzgerald o los decadentes de fin de siècle de Gran Bretaña— es más profundo de lo que parece y merece la pena profundizar en él.

Esa generación anterior de decadentes, que incluía figuras como Oscar Wilde, Wyndham Lewis, T. S. Eliot o W. B. Yeats, suele considerarse progresista. Buscaban liberar las formas de expresión artística y la vida individual de las camisas de fuerza burguesas. Despreciando la moral social y sexual convencional y a menudo hipócrita, y rechazando la formalidad insulsa de los valores burgueses victorianos, el arte y la literatura decadentes eran corporales, emotivos y transgresores, y con frecuencia se celebran como tales en la actualidad.

Sin embargo, como argumenta Alex Murray en su notable estudio Decadent conservatism, también eran profundamente conservadores, aunque de forma compleja. Los ataques de los decadentes a un presente degradado se inspiraban en elementos estéticos e ideológicos del pasado medieval y absolutista. Atraídos por el elitismo y la aristocracia, sus adeptos se deleitaban con lo provocativo y lo recargado, oponiéndose firmemente a gran parte de la cultura moderna y, a menudo, a las ideas democráticas de su época.




Los ecos que se encuentran en algunas partes del conservadurismo actual son sorprendentes. La similitud más evidente es su individualidad asertiva. Los decadentes literarios se oponían a lo que identificaban como la opresión moral e intelectual victoriana. La libertad de pensamiento y de expresión, en particular la de las élites, era vital para combatir el impacto intelectualmente y socialmente adormecedor de la cultura de masas. El arte debía salvarse de la sociedad industrial y así, tal vez, podría ayudar a salvar a la sociedad de sí misma.

Los decadentes conservadores de hoy en día suelen ser libertarios de un tipo u otro, y se definen, como todo el mundo sabe, en contra de la ortodoxia del «liberalismo woke». Su entorno es la tecnofilosofía, no la literatura. Pero, al igual que sus predecesores, combinan una imagen provocativa con reflexiones teóricas y una política elitista. Las chaquetas de cuero negro pueden ser sus levitas de terciopelo, las motosierras sus accesorios y Twitter/X sus medios de comunicación preferidos. Sin embargo, con frecuencia son, inequívocamente, intelectuales.

Make Monarchy Cool Again

Entre sus preocupaciones destaca la importancia de la libertad de pensamiento individual. Defensor de la audacia de las fuerzas creativas ajenas a las instituciones liberales, Thiel suele caracterizar la cultura liberal contemporánea con imágenes que recuerdan a T. S. Eliot. El liberalismo, sostiene, ha «llegado a su fin»: agotado de imaginación y vitalidad, se ha convertido en poco más que una «máquina» decrépita y decadente que impone las opiniones e intereses de sus partidarios y silencia los de sus adversarios.

Esto, para Thiel, no es solo cuestión de derechos individuales. Es un asunto especialmente importante para las élites, cuya libertad intelectual es esencial para el avance de la sociedad en su conjunto. En su opinión, el mundo está atrapado en una carrera mortal entre una política disfuncional y unas tecnologías que encierran un potencial devastador o liberador. El destino del capitalismo y —desde una perspectiva libertaria— la libertad humana están en juego. La individualidad de las élites es lo único que se interpone entre nosotros y el abismo.




A diferencia del mundo de la política, en el mundo de la tecnología las decisiones de los individuos pueden seguir siendo primordiales. El destino de nuestro mundo puede depender del esfuerzo de una sola persona que construya o propague la maquinaria de la libertad que hace que el mundo sea seguro para el capitalismo.

Los primeros decadentes se mostraban escépticos, a veces abiertamente hostiles, hacia la democracia. Al igual que Alexis de Tocqueville, temían sus efectos niveladores: que embotara la individualidad, borrara las distinciones de excelencia y empoderara a los mediocres. Encontraron inspiración para una alternativa en el pasado, en particular en el retorno de la supuesta época más encantada de la monarquía estuardiana, con su moral individual más libre y su apreciación antipuritana del placer estético y físico. El gobierno severo de Victoria parecía sin vida y restrictivo en contraste con los ricos rituales del catolicismo y la gallardía y grandeza aristocráticas que terminaron con la ejecución de Carlos I.

Los decadentes de hoy expresan un desdén similar por la democracia liberal. En 2009 Thiel declaró de manera bastante infame que ya no creía que la libertad y la democracia sean compatibles. También recurren con frecuencia al pasado en busca de inspiración. Pensemos en Curtis Yarvin, ingeniero informático y teórico político, cuya presencia pública va en aumento gracias a sus conexiones con Michael Anton y el vicepresidente Vance. Yarvin también adopta una personalidad contracultural.

El retrato de Yarvin en una entrevista del New York Times tiene un parecido asombroso con Oscar Wilde. Y, al igual que esos pensadores anteriores, comparte una desconfianza —de hecho, hostilidad— hacia la democracia y busca en el pasado alternativas inspiradoras. En su caso, la respuesta no es una restauración estuardiana, sino un sistema neomonárquico con raíces en las ideas cameralistas prusianas de los siglos XVIII y XIX. Actualizado al presente, Yarvin imagina un «CEO nacional» en lugar de la democracia representativa, un soberano ejecutivo que fomentaría el individualismo, apoyaría el elitismo y destruiría el liberalismo.

Desencanto y reacción

La afirmación de Yarvin de que el desencanto con la democracia liberal es la condición previa para estar «plenamente iluminado» políticamente coincide con otra corriente que tiene ecos sorprendentes de una época anterior. Los decadentes del movimiento de fin de siècle estaban cautivados por la riqueza experiencial del pasado, por las diversas formas de vida que daban acceso a la experiencia humana que había sido aplastada por la lógica desencantadora de la modernidad.


Ilustración de Matthew Holland.

Para algunos, la religión ofrecía una visión alternativa de la autoridad basada en la jerarquía, y no en el liberalismo y la democracia. No era solo la autoridad lo que les atraía de la religión, sino el misterio de la fe en sí misma, su capacidad para evocar sentimientos y experiencias que iban más allá de la piedad victoriana. El mundo medieval, y a menudo la Iglesia católica en particular, sirvió no solo como modelo de orden jerárquico, sino como reserva histórica e institucional, algo a lo que recurrir en el esfuerzo por recuperar formas emocionales, estéticas y sociales que habían sido degradadas hasta quedar casi irreconocibles por el materialismo, el utilitarismo y la sociedad industrial. No era el moralismo convencional lo que atraía a los decadentes, sino la esperanza de revivir dimensiones perdidas de la experiencia y la vida social.

Es revelador que no sea difícil encontrar ideas similares entre los decadentes de hoy en día. Un buen ejemplo es el tecnólogo informático e inversor de capital de riesgo Mark Andreessen. Conocido de Thiel, Yarvin y otras muchas luminarias de Silicon Valley, además de partidario de la campaña de Donald Trump, Andreessen se hace eco de la fascinación de los decadentes por los aspectos experienciales de los pasados perdidos y la sabiduría latente que conservan. Aquí, el desencanto se convierte en reencanto. Como observa Matthew D’Ancona:

Andreessen se remite al hasta ahora oscuro estudio de 1864 La Cité antique del historiador francés Numa Denis Fustel de Coulanges. Como dijo en el podcast de Lex Fridman en junio de 2023, este relato de la cultura indoeuropea antes de la era clásica describe una «civilización organizada en cultos, cuya intensidad era un millón de veces superior a cualquier cosa que podamos reconocer hoy en día». Con una sonrisa, Andreessen observó que la vida contemporánea es «muy insulsa y gris en comparación a cómo solía ser la experiencia de las personas. Creo que es por eso por lo que somos tan propensos a buscar el drama. Hay algo en nosotros, profundamente evolucionado, que quiere recuperar eso».

No se trata de una simple reacción: es una visión de futuros radicales a los que se accede y se inspiran en parte a través del pasado, no como un retorno a él.

Los nuevos decadentes

Ver estas ideas y figuras de la derecha contemporánea como moldeadas en parte por una nueva decadencia nos permite dar sentido a fracciones importantes del conservadurismo contemporáneo. Los decadentes de hace un siglo eran una fuerza culturalmente prominente pero políticamente marginal. Sus ideas sin duda tuvieron un impacto, pero su influencia fue principalmente estética. No se puede decir lo mismo de los decadentes conservadores de hoy. Carecen del poder estético de Wilde, Yeats o Eliot, pero poseen una riqueza y un poder que habrían impresionado a Jay Gatsby, y una confianza intelectual y cultural que sin duda él habría envidiado. Forman parte de lo que John Gray ha llamado una «contraélite» que se opone a las élites liberales a las que se enfrenta con amargura.

Lo que los distingue es su capacidad para movilizar los elementos retóricos y performativos de un conservadurismo claramente decadente, proyectando un atractivo que va más allá del conservadurismo tradicional y serio que han rechazado y, en gran medida, sustituido. La decadencia siempre ha tenido una carga subversiva. Puede ofrecer una sensación de individualidad atrevida y juvenil, transformando el conservadurismo en una transgresión contra una cultura liberal dominante y un orden político esclerótico. Apela al anhelo de fundamentos, utilizando el pasado no como un punto final sino como una lente a través de la cual plantear preguntas existenciales de formas nuevas y radicales. Abraza el poder del mito. En todo esto, se ha convertido en una parte poderosa de la política conservadora actual.


Ilustración de Stephen Collins.

Los nuevos decadentes han desempeñado un papel importante en el auge del conservadurismo trumpista. Pero su protagonismo también crea posibles fisuras. Steve Bannon ya ha lanzado ataques mordaces contra los «broligarcas», y no es difícil imaginar que otras facciones más conservadoras socialmente o más tradicionales desde el punto de vista religioso se desilusionen de manera similar. El rencor cada vez más público entre Musk y Trump simboliza esta disyuntiva: un choque no solo de personalidades, sino de visiones. Dicho esto, realmente nadie en la izquierda debería esperar que estas fisuras conduzcan al colapso de la coalición que condujo a Donald Trump nuevamente a la presidencia de Estados Unidos.

Son numerosos los elementos de la derecha que han mostrado una considerable disposición a pasar por alto sus diferencias para mantener la unidad conservadora y avanzar en sus agendas específicas. Por si ello fuera poco, la izquierda contemporánea muestra escasos indicios de ofrecer una alternativa atractiva para los grupos escindidos de la derecha. Los nuevos decadentes podrían convertirse en un foco de controversia, pero, al menos por ahora, no son una fuente de desestabilización grave. Aun así, la política cultural ha sido un aspecto clave del ascenso del trumpismo: las grietas dentro de este movimiento merecen una atención especial.


Fuente: JACOBIN

domingo, 23 de febrero de 2025

OFENSIVA ULTRA: la alternativa al thatcherismo era el turbothatcherismo

 

 Por Oriol Bartomeus  
      Profesor asociado del Departamento de Ciencia Política y Derecho Público de la Universidad Autónoma de Barcelona.


La extrema derecha ha entendido que el miedo y la angustia que generó la caída del sistema tras la crisis de 2008 requería de una respuesta contundente


     Este domingo 23 de febrero, un partido de nombre Alternativa por Alemania (AfD) y de ideología nacionalista, reaccionaria y xenófoba se va a convertir en la segunda fuerza del país más importante de la Unión Europea con el apoyo de probablemente nueve millones de votantes, más del 20% del voto, lo que significa que en cuatro años AfD habría doblado su apoyo electoral.


Alice Weidel, candidata a canciller por AfD, en la inauguración de la campaña electoral en Halle (Alemania).

AfD hace tiempo que ha dejado de ser un partido en el extrarradio de la política alemana para convertirse en mainstream. A pesar de que su base de apoyo más fiel está en el este, ha logrado penetrar consistentemente en el oeste del país. Aunque su voto es muy masculinizado, el apoyo entre las mujeres es similar al que obtienen los socialdemócratas. Si bien sigue siendo la opción favorita entre aquellos que viven en entornos rurales, penetra sin problemas en las ciudades y entre los que tienen estudios superiores, a pesar de que su base se encuentra entre los que tienen un nivel académico bajo.

AfD es realmente la alternativa al actual sistema, como en su momento lo fue Fratelli d’Italia o lo es Rassemblement National en Francia. Lo que antes podría parecer una opción extemporánea, fuera de los lindes, freak, se sitúa hoy en el corazón de los sistemas democráticos europeos, acumulando apoyos de lo más variopinto, provenientes de todos los sectores sociales, con la única promesa de darle una vuelta al sistema, de acabar con la casta política ineficaz y corrupta que se ha mostrado incapaz de mejorar la vida de sus conciudadanos.


Le Pen y Meloni asistieron en 2015 al programa de la televisión italiana 'Di martedi en Roma'.

AfD nace a la contra con un discurso que propugna un thatcherismo aún más puro

Dos ideas para tener en cuenta respecto a AfD. La primera, el nombre. AfD es la alternativa. No lo son otros. AfD nace en 2013 pero su origen se remonta a 2010, cuando Merkel propone el “rescate” de Grecia como la única opción posible, anunciando solemnemente en el Bundestag que “no hay alternativa”. AfD se erige en “la alternativa”, combatiendo la idea tan thatcheriana de que existe un único camino (“there is no alternative”). AfD nace a la contra con un discurso que propugna un thatcherismo aún más puro, el egoísmo como guía de las políticas: que se hundan los griegos por manirrotos, los contribuyentes alemanes no deben salir a su rescate.

[Un inciso. Nadie les dijo a esos contribuyentes alemanes –nadie, excepto Varoufakis– que con su dinero en realidad no estaban rescatando a los ciudadanos griegos, sino a sus propios bancos, entrampados por sus ruinosas inversiones especulativas en Grecia].


Jeroen Dijsselbloem y Yanis Varoufakis.

La segunda idea. También en 2013 Thomas Piketty publica El capital en el siglo XXI, que por un momento pone encima de la mesa lo que entonces se llamó el nuevo keynesianismo como respuesta a la crisis financiera global. Por un breve lapso, la desigualdad aparece como el foco de todas las preocupaciones y hasta en Davos discuten cómo hacerle frente, convencidos de su impacto negativo para la estabilidad de los sistemas democráticos.


Thomas Piketty.

Un espejismo. En la década que ha transcurrido desde entonces se ha ido imponiendo la “alternativa” que representan AfD y todos los partidos de su misma tendencia, frente a las propuestas de Piketty, que ya ha publicado cinco libros sobre la cuestión, con un éxito descriptible en la política real. Así pues, la solución a la crisis final del sistema levantado por la revolución conservadora a principios de los ochenta parece ser una versión más descarnada y radical de los mismos postulados de esa revolución. A la crisis terminal del thatcherismo le habría sucedido el turbothatcherismo. Milei es la versión desacomplejada de Macri, como Trump es el “capitalismo compasivo” de Bush hijo… pero sin compasión.

¿Cómo ha sido posible esta jugada de prestidigitación a gran escala? Principalmente porque la extrema derecha ha sabido entender el nuevo mundo nacido de la crisis de 2008 mucho mejor que la izquierda. La extrema derecha ha entendido que el miedo y la angustia que generó la caída del sistema, la sensación de desamparo de buena parte de la población, requería de una respuesta contundente y sin medias tintas. A diferencia de la izquierda, la extrema derecha ha sabido vehicular ese miedo a su favor, identificando a los culpables: la dictadura progre (lo woke), la élite y sus peones, los inmigrantes. Todos ellos al servicio del gran reemplazo, de la sustitución de los valores tradicionales, del vaciado de las identidades nacionales a favor del “globalismo”.

La respuesta de la extrema derecha ha servido como faro reconocible para aquella parte de la sociedad que se sentía a la deriva después del 2008 y que buscaba refugio, cobijo, ante un mundo desconocido y amenazante. La nostalgia de un pasado supuestamente glorioso, la seguridad de la comunidad de iguales (los hombres, los blancos, los nativos), los parámetros reconocibles, el orden, la simplicidad, la claridad ante un mundo confuso.

El arte de esta respuesta reside en hacerla parecer una alternativa antisistema cuando es una continuación de ese mismo sistema, cuando no una profundización de sus valores dominantes: el individualismo a ultranza, la desaparición de la responsabilidad compartida, la búsqueda individual del éxito, la legitimación de la desigualdad y la exaltación de la riqueza entendida como el baremo del valor social (Musk). Nada que no estuviera en el thatcherismo original. Entonces, la clave de vuelta del sistema era la noción de capitalismo popular, la posibilidad que tenía cualquiera de participar en el gran festín que ofrecía el mundo financiero, entendido como un ágora democrática en la que todos (si queríamos) gozábamos de las mismas posibilidades de hacernos ricos. En el turbothatcherismo la clave de vuelta es el cryptobro, capaz de ganar millones mientras hace burpees.

En el turbothatcherismo la clave de vuelta es el cryptobro

Como entonces, todos estamos invitados al festín y si no nos hacemos millonarios es porque no lo deseamos lo suficiente, porque no lo sudamos lo suficiente. Como entonces, de nada sirve que haya un Estado para corregir las desigualdades puesto que éstas son naturales y la pobreza es la opción que han tomado los flojos, los parásitos y los aprovechados.

Últimamente, la lógica cryptobro también ha tomado las relaciones internacionales, convertidas en un escenario donde una hermandad de potencias agresivas entiende el resto del mundo como una tierra a conquistar, un puñado de pusilánimes que no tienen derecho a limitar el ansia de conquista de los bros.

Mientras ha pasado todo esto, ¿dónde estaba la izquierda? En tres grupos distintos. Los analistas, los bomberos o los savonarolas. Los primeros se lamentan del fallo del ascensor social. Los segundos intentan rescatar algo del sistema. Los terceros se dedican a condenar al fuego eterno a todos aquellos (entre ellos, los segundos) que no se adhieran a sus postulados de pureza ideológica. La utilidad de los tres para mitigar el miedo y la angustia de la ciudadanía es, como mínimo, muy mejorable, lo que explica que la extrema derecha les haya ganado la partida de calle.

Los analistas les han dicho a sus conciudadanos que el ascensor social efectivamente estaba averiado y que su arreglo era extraordinariamente complicado, porque había que tener en cuenta múltiples factores interconectados, así que paciencia que estamos en ello. Los bomberos estaban demasiado ocupados en intentar gobernar, y aún no han entendido que el sistema tal y como aún lo conciben hace tiempo que ha dejado de existir (de este segundo tipo la Unión Europea va sobrada). Finalmente, los savonarolas les han dicho machaconamente que no tienen derecho a sentir miedo ni angustia porque al fin y al cabo son unos privilegiados, por ser europeos, hombres, blancos, heterosexuales y por todo ello cómplices de todos los males del sistema, además de racistas, misóginos, fascistas y tontos rematados por votar a los partidos equivocados.

En su conjunto la izquierda no ha sabido contraponer al discurso de la extrema derecha uno de igual potencia persuasiva, lo cual ha acabado reforzando la propuesta fraudulenta del turbothatcherismo. Así es como J. D. Vance puede denunciar que las democracias europeas aplastan la libertad de expresión o Díaz Ayuso referirse a Pedro Sánchez como tirano o, como ha dicho sin rubor la candidata de AfD, desvelar que Hitler era en realidad un comunista.

Bienvenidos a la era del turbothatcherismo, donde nada es lo que parece, una gran maniobra de desvío de la atención en masa, un guiñol en el que la reacción es la revolución, las percepciones son la realidad y el sistema el antisistema. Un mundo lampedusiano 2.0 avanzando feliz hacia el pasado. Glups (como diría el maestro Martínez).

Fuente: ctxt