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miércoles, 3 de septiembre de 2025

Cómico y desgarrador - Notas sobre el final de Europa

 

    Escritor y filósofo italiano. Activista de la izquierda.


     CNN muestra imágenes del funeral de un joven soldado ucraniano. Su esposa llora frente al ataúd y pone flores.

Banderas rojas y negras, una gran A en un círculo en primer plano.

Recuerdo que, desde los primeros días de esta guerra, Vasyl, un amigo ucraniano que se autodenomina anarco-socialista, me escribió: “Si Putin gana, el fascismo prevalecerá en todo el mundo”.

Tenía razón, y hoy el triunfo del fascismo se ve por todas partes.

El problema es que el fascismo habría prevalecido en todo el mundo incluso si Zelenski hubiera ganado la guerra.

Pero ver imágenes de un joven anarquista que podría haber sido mi alumno si hubiera dado clases en Kiev es desgarrador; ver el llanto de esa chica que fue su pareja es desgarrador.

La cumbre de Washington, por otro lado, con Trump saludando a los perdedores con una sonrisa sardónica, fue cómica.

Zelenski, con un traje oscuro alquilado para la ocasión, resultó ridículo.

Sentado en la misma silla que ocupó en febrero cuando Vance lo insultó y Trump lo humilló frente a mil millones de espectadores, el perdedor agradece, agradece y agradece.

No me queda claro por qué les agradece.

El hombre a quien agradece acaba de regresar de una reunión con Putin, buscado por una sentencia penal internacional. En Alaska acordaron temas relacionados con la división del Ártico y también, marginalmente, sobre la rendición incondicional de Ucrania.

De eso trató la cumbre de Alaska, aunque los comediantes europeos (el tío Macron, la tía Meloni, la abuela Ursula y los demás familiares del perdedor ucraniano) finjan hablar de las garantías que se le brindarán a su nieto. Nadie menciona la palabra “Donbás” o la palabra “Crimea”; sería de mal gusto.


Zelenski y Trump, junto a otros líderes europeos, durante la reunión en Washington, del pasado 19 de agosto.

Lo que pasará a la historia como la guerra de Ucrania (si es que en el futuro existen historiadores, cosa que dudo) comenzó como una genialidad del gobierno de Biden. Causar una masacre en la frontera oriental de Europa pretendía destruir Europa y debilitar a Rusia simultáneamente.

El primer objetivo se logró a la perfección. Si quieren entender la importancia de Europa hoy, basta con ver a Macron sentado junto a Trump, quien recientemente lo trató públicamente como un idiota que habla de cosas que desconoce. Sin embargo, Macron finge que todo está bien con el Padrino y, con una expresión bastante nerviosa, dice algo irrelevante mientras el Padrino sonríe con sorna.

El primer objetivo se ha cumplido a la perfección: se han roto las relaciones económicas entre Rusia y Alemania y se ha interrumpido el gasoducto North Stream 2. Vance ha degradado a la Unión: “Primero eran súbditos, ahora son enemigos”, declaró el número dos en Múnich.

Castigados con aranceles que pronto hundirán la economía europea, los súbditos convertidos en enemigos deben ahora invertir su capital en el país que los humilla y comprar armas a quienes traicionaron a Ucrania para abastecer a una Ucrania mutilada.

La guerra interblanca se encamina hacia una conclusión (temporal) con el siguiente resultado: la civilización blanca está dominada por las potencias nucleares del Ártico (EEUU y Rusia), la Unión Europea es un muerto viviente y Ucrania se ha convertido en un país destruido, empobrecido y despoblado, obligado a entregar sus recursos a quienes primero la empujaron a la guerra, luego la engañaron y finalmente la traicionaron.

En cuanto al segundo objetivo (debilitar a Rusia), se falló por completo, porque los estadounidenses, como sabemos, son volubles. Empiezan guerras en lugares lejanos como Afganistán, luego olvidan por qué lo hicieron y dejan a sus protegidos (especialmente sus protegidas) en manos de asesinos.

Así que, en lugar de Biden, el enemigo de los rusos, llegó el mejor amigo de Vladímir Putin, y medio millón de ucranianos (¿más?, ¿menos?, Nunca lo sabremos) murieron por nada. Es decir, para defender las fronteras sagradas de la patria y, como siempre, para dejarse engañar por el nacionalismo de los payasos.



Fuente: CTXT

martes, 29 de julio de 2025

Indignidad europea ante el engaño trumpista

 

      Economista español. Integrante del Consejo Científico de Attac España y catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla.


La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el de Estados Unidos, Donald Trump, acaban de escenificar una auténtica y desvergonzada obra de teatro


Fuente: Ganas de escribir


     Como ha hecho con otros países, Donald Trump no ha buscado ahora con la Unión Europea un buen acuerdo comercial para los intereses de la economía estadounidense, como él se empeña en decir. Y en lo que ha cedido von der Leyen no es en materia arancelaria para evitar los males mayores de una escalada de guerra comercial, como afirman los dirigentes europeos. El asunto va por otros derroteros.

Los aranceles del 15 por ciento acordados para gravar casi todas las exportaciones europeas los pagarán los estadounidenses y, en algunos casos, con costes indirectos aún más elevados.

Eso pasará, entre otros productos, con los farmacéuticos que se ven afectados. Puesto que en Estados Unidos no hay producción nacional alternativa y siendo generalmente de compra obligada (los economistas decimos de muy baja elasticidad de la demanda respecto al precio) los consumidores terminarán pagando precios más elevados. Suponiendo que fuese posible o interesara la relocalización de las empresas para irse a producir a Estados Unidos (lo que, desde luego no está nada claro), sería a medio plazo (lo expliqué en un artículo anterior).

Los aranceles a los automóviles europeos serán del 15 por ciento, pero los fabricantes estadounidenses deben pagar otros del 50 por ciento por el acero y el cobre, y del 25 por ciento por los componentes que adquieren de Canadá y México. Sería posible, por tanto, que los coches importados de la Unión Europea sean más baratos que los fabricados en Estados Unidos y que a los fabricantes de este país les resulte mejor producirlos en Europa y llevárselos de vuelta. Además, la mayoría de los automóviles de marcas europeas que se venden en Estados Unidos se fabrican allí, de modo que no les afectarán los aranceles, mientras que en Europa apenas se venden coches estadounidenses, no por razones comerciales sino más bien culturales o de gustos. Otros productos en los que Europa tiene ventajas, como los relativos a la industria aeroespacial y algunos químicos, agrícolas, recursos naturales y materias primas no se verán afectados.

En realidad, en términos de exportación e importación de bienes generales, el «acuerdo» no es favorable a Estados Unidos. Como explicó hace unos días Paul Krugman en un artículo titulado El arte del acuerdo realmente estúpido, el que suscribió con Japón (y se puede decir exactamente lo mismo ahora del europeo y de todos los demás) «deja a muchos fabricantes estadounidenses en peor situación que antes de que Trump iniciara su guerra comercial».




No obstante, todo esto tampoco quiere decir que Europa haya salido beneficiada. Las guerras comerciales no suele ganarlas nadie, y muchas empresas y sectores europeos (los del aceite y el vino español, por ejemplo) se verán afectados negativamente. Pero no perderán porque Trump vaya buscando disminuir el déficit de su comercial exterior, sino como un efecto colateral de otra estrategia aún más peligrosa.

La realidad es que a Estados Unidos no le conviene disminuirlo porque este déficit, por definición, genera superávit y ahorro en otros países que vuelve como inversión financiera a Estados Unidos para alimentar el negocio de la gran banca, de los fondos de inversión y de las grandes multinacionales que no lo dedican a invertir y a localizarse allí, sino a comprar sus propias acciones. El déficit exterior de la economía estadounidense no es una desgracia, sino el resultado deliberadamente provocado para construir sobre él un negocio financiero y especulativo de colosal magnitud.

Lo que verdaderamente busca Estados Unidos con los «acuerdos» comerciales no es eliminar los desequilibrios mediante aranceles. Eso es algo que no se ha conseguido prácticamente nunca en ninguna economía). El objetivo real de Estados Unidos es hacer chantaje para extraer rentas de los demás países, obligándoles a realizar compras a los oligopolios y monopolios que dominan sus sectores energético y militar y, por añadidura, humillarlos y someterlos de cara a que acepten más adelante los cambios en el sistema de pagos internacionales que está preparando ante el declive del dólar como moneda de referencia global.

En el «acuerdo» con la Unión Europea (como en los demás), lo relevante ni siquiera son las cantidades que se han hecho públicas. Los aranceles son una excusa, un señuelo, el arma para cometer el chantaje. Lo que de verdad importa a Trump no es el huevo que se ha repartido, sino el fuero que acaba de establecer. Es decir, la coacción, el sometimiento y el monopolio de voluntad que se establecen, ya formalmente, como nueva norma de gobernanza y dominio de la economía global y que Estados Unidos necesita imponer, ahora por la vía de la fuerza financiera y militar debido a su declive como potencia industrial, comercial y tecnológica.

Siendo Donald Trump un gran negociador, si quisiera lograr auténticas ventajas comerciales para su economía no habría firmado lo que ha «acordado» con Europa (y con los demás países), ni hubiera dejado en el aire y sin concretar sus aspectos más cuantiosos. La cantidad de compras de material militar estadounidense no se ha señalado: «No sabemos cuál es esa cifra», dijo al escenificar el acuerdo con von der Leyen. El compromiso de compra de 750.000 millones de dólares en productos energéticos de Estados Unidos en tres años sólo podría obligar a Europa a desviar una parte de sus compras y tampoco parece que se haya concretado lo suficiente. Y la obligación de inversiones europeas por valor de 600.000 millones de dólares en Estados Unidos es una quimera porque la Unión Europea no dispone de instrumentos (como el fondo soberano de Japón) que le permitan dirigir inversiones a voluntad y de un lado a otro. Además, establecer esta última obligación sería otro disparate si lo que de verdad deseara Trump fuese disminuir su déficit comercial con Europa: si aumenta allí la inversión europea, disminuirán las compras de Europa a Estados Unidos, y lo que se produciría será un mayor déficit y no menor. 

Lo que han hecho von der Leyen y Trump (por cierto, en Escocia y ni siquiera en territorio europeo) ha sido desnudarse en público. Han hecho teatro haciendo creer que negociaban cláusulas comerciales, pero en realidad se han quitado la ropa de la demagogia y los discursos retóricos para mostrar a todo el mundo sus vergüenzas manifestadas en cinco grandes realidades:

1. El final del gobierno de la economía global y el comercio internacional mediante reglas y acuerdos y el comienzo de un nuevo régimen en el que Estados Unidos decidirá ya sin disimulos, a base de chantaje, imposiciones y fuerza militar.

2. A Estados Unidos no le va a importar provocar graves daños y producir inestabilidad y una crisis segura en la economía internacional para poner en marcha ese nuevo régimen. Quizá, incluso lo vaya buscando, lo mismo que buscará conflictos que justifiquen sus intervenciones militares.

3. La Unión Europea se ha sometido, se arrodilla ante el poder estadounidense y renuncia a forjar cualquier tipo de proyecto autónomo. Como he dicho, a Trump no le ha importado el huevo, sino mostrar que Europa ya no toma por sí misma decisiones estratégicas en tres grandes pilares de la economía y la geopolítica: defensa, energía e inversiones (en tecnología, hace tiempo que perdió el rumbo y la posibilidad de ser algo en el concierto mundial). Von der Leyen, con el beneplácito de una Comisión Europea de la que no sólo forman parte las diferentes derechas sino también los socialdemócratas (lo que hay que tener en cuenta para comprender el alcance del «acuerdo» y lo difícil que será salir de él), ha aceptado que la Unión Europea sea, de facto, una colonia de Estados Unidos.

4. Ambas partes han mostrado al mundo que los viejos discursos sobre los mercados, la competencia, la libertad comercial, la democracia, la soberanía o la paz eran lo que ahora vemos que son: humo que se ha llevado el viento, un fraude, una gran mentira.

5. Por último, han mostrado también que el capitalismo se ha convertido en una especie de gran juego del Monopoly regido por grandes corporaciones industriales y financieras que han capturado a los estados para convertirse en extractoras de privilegios, en una especie de gigantescos propietarios que exprimen a sus inquilinos aumentándoles sin cesar la renta mientras les impiden por la fuerza que se vayan y  les hablan de libertad. 

La Unión Europea se ha condenado a sí misma. Ha dicho adiós a la posibilidad de ser un polo y referente mundial de la democracia, la paz y el multilateralismo. Ahora hace falta que la gente se entere de todo esto y lo rechace, lo que no será fácil que suceda, pues a esos monopolios se añade el mediático y porque, como he dicho, esta inmolación de Europa la ha llevado a cabo no sólo la derecha, sino también los socialistas europeos que, una vez más, traicionan sus ideales y se unen a quien engaña sin vergüenza alguna a la ciudadanía que los vota.


Fuente: Rebelión

domingo, 22 de junio de 2025

Estados Unidos bombardea Irán y su gobierno anuncia una 'respuesta legítima en defensa propia'

 

En la madrugada del sábado al domingo, hora española, Trump ha ordenado el bombardeo de tres instalaciones nucleares de Irán.



Natanz es una de las tres infraestructuras nucleares que Estados Unidos ha atacado.


Por Redacción El Salto


     Tras unos días de retórica belicista, amenazas y escalada de la violencia, finalmente el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha decidido bombardear Irán. Lo ha hecho durante la madrugada del sábado 21 de junio al domingo 22, hora española.


Personal militar estadounidense transportaba una bomba GBU-57 en mayo de 2023 en Misuri.

Según ha confirmado el propio Trump en redes sociales, el ejército estadounidense han bombardeado las infraestructuras nucleares de Natanz, Fordow e Isfahan. En una comparecencia en la Casa Blanca después del ataque, Trump ha calificado la operación de “éxito militar” y ha amenazado con nuevas acciones si Irán no se rinde. “Paz o tragedia”, ha dicho en su tono habitual.

Por su parte, Irán ya ha anunciado que este ataque tendrá consecuencias y que esta intervención se ha llevado a cabo “al margen de la ley internacional”. “De conformidad con la Carta de las Naciones Unidas y sus disposiciones que permiten una respuesta legítima en defensa propia, Irán se reserva todas las opciones para defender su soberanía, sus intereses y su pueblo”, ha dicho el ministro de Seyed Abbas Araghch, ministro de Asuntos Exteriores de Irán.




Es la primera vez desde la Revolución Islámica de 1979 que Estados Unidos ataca con fuerzas aéreas instalaciones dentro del país, lo que ha sido considerado un acto de guerra. Según fuentes iraníes, desde que empezó la ofensiva israelí, el pasado viernes 13 de junio, unos 400 iraníes habría muerto a causa de los ataques.

Según medios estadounidenses, los bombarderos estadounidenses que atacaron las instalaciones nucleares iraníes lanzaron, por primera vez en una guerra, bombas antibúnker diseñadas para destruir objetivos subterráneos reforzados. Una docena de las bombas se lanzaron contra la planta de enriquecimiento de Fordow, que está enterrada bajo una montaña, y otras dos se utilizaron contra la planta de enriquecimiento de Natanz, según informó un funcionario de Defensa. Se sabe que EE.UU. ha producido alrededor de 20 de estas municiones gigantes.


Bomba Massive Ordnance Penetrator GBU-57A-B.

El ejército de Irán ha respondido con una nueva oleada de misiles que han alcanzado zonas de las ciudades de Tel Aviv, Nes Tziona y Haifa. Las autoridades médicas de Israel confirman que hay al menos 86 heridos a causa de los bombardeos. Desde Teherán, que han confirmado el ataque, han señalado que sus objetivos eran el Aeropuerto Internacional de Ben Gurión, un centro de investigación biológica, bases logísticas y varios niveles de centros de mando y control.

Las reacciones tampoco se han hecho esperar en los propios Estados Unidos. “Es groseramente inconstitucional“, ha dicho el senador demócrata Bernie Sanders, que ha recordado que “el único que puede declarar la guerra es el Congreso” y que Trump no tiene legitimidad para atacar a un país extranjero sin pasar por la Cámara.

Las reacciones diplomáticas también se llevan sucediendo en las últimas horas. La primera ha sido la propia nación atacada. Irán ha pedido una reunión extraordinaria al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas al considerar que el ataque de Estados Unidos sobre sus instalaciones nucleares son “ilegales”.

Por su parte, la Unión Europea ha llamado a una negociación. La alta representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Kaja Kallas, ha declarado que “no se debe permitir que Irán desarrolle un arma nuclear, ya que supondría una amenaza para la seguridad internacional”, a la vez que ha instado a todas las partes “a que den un paso atrás, vuelvan a la mesa de negociaciones y eviten una nueva escalada”. También ha anunciado que mañana lunes se reunirán los ministros de Asuntos Exteriores de los Estados miembro para debatir la situación.




La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha declarado en redes que “Irán nunca debe adquirir la bomba” y ha apuntado a que “con las tensiones en Oriente Medio en un nuevo punto álgido, la estabilidad debe ser la prioridad”. Pese a que ha sido Estados Unidos quien se ha autoinvitado a esta guerra sin el permiso de su Congreso, Von der Leyen ha señalado que “el respeto del derecho internacional es fundamental” sin citar ni una vez a Estados Unidos ni a su presidente. “Ahora es el momento de que Irán se comprometa a una solución diplomática creíble. La mesa de negociaciones es el único lugar para poner fin a esta crisis”, ha concluido la mandataria europea.



Fuente: EL SALTO

domingo, 6 de abril de 2025

Prevenir la paz

 

 Por Fabian Scheidler   
      Escribe para medios como Le Monde Diplomatique, Berliner Zeitung, Revista Contexto o Jacobin y es cofundador del magazine de televisión Kontext TV.



Los estados europeos están haciendo todo lo posible para impedir un acuerdo de paz en Ucrania


     Con las negociaciones para un acuerdo de paz en Ucrania ya en marcha y Washington insinuando una posible distensión con el Kremlin, los Estados europeos hacen todo lo posible para obstruir el proceso. Se imponen nuevas sanciones a Moscú. Se envían armas rápidamente al frente. Se liberan fondos para el rearme: Gran Bretaña, Francia y Alemania aspiran a aumentar sus presupuestos de defensa al menos al 3% del PIB, y la UE planea crear un «fondo voluntario» de hasta 40.000 millones de euros para ayuda militar. Macron y Starmer buscan desplegar tropas en Ucrania en caso de un posible alto el fuego, supuestamente para ofrecer «seguridad», a pesar de la obviedad de que solo soldados neutrales podrían actuar como fuerzas de paz creíbles.


Macron y Starmer buscan desplegar tropas en Ucrania.

Si bien algunos líderes de la UE han reconocido con tibieza la exigencia diplomática de Trump, la postura dominante del bloque desde febrero de 2022 —que la lucha no debe terminar sin una victoria absoluta de Ucrania— se mantiene prácticamente inalterada. Su jefa de política exterior, Kaja Kallas, se ha opuesto durante mucho tiempo a los esfuerzos para desescalar el conflicto, declarando en diciembre pasado que ella y sus aliados harían "lo que fuera necesario" para aplastar al ejército invasor. Recientemente, la primera ministra danesa, Mette Fredriksen, se hizo eco de sus palabras al sugerir que "la paz en Ucrania es, en realidad, más peligrosa que la guerra". El mes pasado, cuando los negociadores plantearon la posibilidad de levantar ciertas sanciones para poner fin a las hostilidades en el Mar Negro, la portavoz de Asuntos Exteriores de la Comisión Europea, Anitta Hipper, afirmó que "la retirada incondicional de todas las fuerzas militares rusas de todo el territorio de Ucrania sería una de las principales condiciones previas".


Kaja Kallas.

Esta postura parece asumir que Ucrania es capaz de expulsar a los rusos y recuperar todo el territorio perdido, una afirmación completamente ajena a la realidad. Ya en otoño de 2022, el general Mark Milley, entonces jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, admitió que la guerra había llegado a un punto muerto y que ninguna de las partes podía ganar. Valery Zalushnyi, entonces comandante supremo de las fuerzas armadas ucranianas, hizo una admisión similar en 2023. Al final, incluso estas sombrías evaluaciones resultaron demasiado optimistas. Durante el último año, la posición de Ucrania en el campo de batalla se ha deteriorado constantemente. Sus pérdidas territoriales aumentan y sus ganancias en la región rusa de Kursk se han revertido casi por completo. Cada día que pasa, el país se acerca más al colapso, a medida que pierde más vidas y acumula más deudas.

Es improbable que Kallas, Fredriksen y Hipper realmente creen que Rusia se retirará del Donbás y Crimea, y mucho menos incondicionalmente. Al insistir en esto como condición previa para levantar o incluso modificar las sanciones, están descartando la posibilidad de un alivio de las sanciones y, por lo tanto, renunciando a uno de sus medios más concretos para ejercer presión en las negociaciones. Cabría pensar que la UE tendría un claro interés en sofocar el fuego a sus puertas. Sin embargo, sigue echando más leña al fuego, comprometiendo sus propios intereses de seguridad y los de Ucrania. En lugar de posicionarse como mediador entre EE.UU. y Rusia —la única opción racional dada su posición geográfica—, continúa distanciando a ambas grandes potencias y aumentando su propio aislamiento.

¿Cómo explicar este comportamiento aparentemente irracional? Vijay Prashad sospecha que las élites europeas están principalmente interesadas en preservar su propia legitimidad. Han invertido demasiado capital político en este objetivo de una paz "victoriosa" como para abandonarlo ahora. Aún es pronto para saber qué tipo de acuerdo aceptaría el Kremlin, dada su sólida posición en el campo de batalla. Pero si Moscú aceptara un alto el fuego, la narrativa que la UE ha propagado durante los últimos tres años —que es imposible negociar con Putin, que está decidido a conquistar otros estados europeos, que su ejército pronto se desintegraría— se vería fatalmente socavada. En ese momento, se plantearían varias preguntas difíciles. ¿Por qué, por ejemplo, la UE se negó a apoyar las conversaciones de paz de Estambul en la primavera de 2022, que tenían una gran posibilidad de poner fin al conflicto, evitar cientos de millas de víctimas y evitarle a Ucrania una sucesión de derrotas contundentes?

Un acuerdo de paz viable también pondría en duda el frenético rearme que se está llevando a cabo en toda Europa. Si se demuestra que los objetivos de Rusia siempre fueron estrictamente regionales, para garantizar su influencia y defenderse de posibles amenazas en su perímetro occidental, un mayor gasto en armamento ya no podría justificarse con la idea de que el Kremlin planea invadir Estonia, Letonia y Lituania antes de avanzar hacia el oeste. Por extensión, ya no será tan fácil obtener el consentimiento público para desmantelar el estado de bienestar, que Europa supuestamente ya no puede permitirse, con el fin de construir un estado bélico. El llamamiento a una mayor austeridad —que erosiona los servicios públicos de salud, educación, transporte, protección climática y prestaciones sociales— carecerá de una justificación convincente.


Europa en estado de guerra.

Noam Chomsky observó en una ocasión que el proyecto de desmantelar los programas sociales en beneficio del complejo militar-industrial se remonta al New Deal. Mientras que el estado de bienestar fortalece el deseo de autodeterminación de las personas, actuando como freno al autoritarismo, el estado bélico genera ganancias y crecimiento sin la responsabilidad de los derechos sociales. Por lo tanto, es la solución ideal para una élite europea que lucha por reproducir su poder en medio del estancamiento económico, la volatilidad geopolítica y una ciudadanía ingobernable.




Otra razón por la que la UE podría mostrarse reacción a emprender una diplomacia constructiva es su relación con una nueva administración más hostil en Washington. Si la UE sostiene que una paz victoriosa es alcanzable —a sabiendas de que no lo es—, podrá presentar cualquier acuerdo negociado por Trump como una traición. Esto permitirá a los opositores de Trump, tanto en Estados Unidos como en Europa, argumentar que ha apuñalado a Ucrania por la espalda y que es el único responsable de sus pérdidas territoriales, lo que, a su vez, contribuirá a ocultar los desastrosos errores de Biden y sus aliados de la UE en la gestión de las fases iniciales de la guerra. Oponerse a la paz se convierte en una forma útil de crear amnesia histórica.

Los efectos destructivos de esta estrategia son innegables. Fortalecerá a las fuerzas dentro y fuera de Ucrania que buscan continuar indefinidamente una guerra imposible de ganar o sabotear un acuerdo de paz a posteriori. Aumentará la probabilidad de una guerra civil en Ucrania y de una confrontación directa entre la UE y Moscú. Si los líderes europeos se preocuparan genuinamente por la "seguridad" de sus países, harían bien en reconocer algunas verdades dolorosas, entre ellas, que el enfoque occidental del conflicto ha sido un fracaso rotundo; que la decisión de centrarse en el suministro de armas y rechazar la diplomacia fue un error; y que ha prolongado innecesariamente una guerra que podría haber sido evitada desde un principio. Garantizar la paz en el continente requiere una orientación radicalmente diferente. La UE debe participar de una vez por todos en el proceso de negociación en lugar de torpedearlo desde la barrera.


Fuente: SIDECAR

lunes, 31 de marzo de 2025

Las grandes mentiras de la guerra de Ucrania

 

 Por Thomas Palley  
      Economista estadounidense orientado hacia la construcción de sociedades democráticas y abiertas.


     En el libro La marcha de la locura: la sinrazón desde Troya hasta Vietnam, la historiadora Barbara Tuchman aborda la desconcertante cuestión de por qué a veces los países promueven políticas radicalmente opuestas a sus intereses. Esta pregunta vuelve a cobrar relevancia ahora que Europa ha decidido empeorar aún más la marcha de la locura sobre Ucrania. Continuar con esta marcha tendrá graves consecuencias para Europa, pero abandonarla plantea un desafío político colosal que obliga a explicar cómo la Unión Europea ha resultado perjudicada por su política ucraniana; cómo es evidente que, si redobla esa apuesta, va a verse aún más perjudicada; cómo se ha vendido políticamente esa marcha de la locura; y, por último, por qué el poder político porfía en esa idea.







Los costes político-económicos de la locura


A pesar de no haber intervenido directamente en el conflicto ucraniano, Europa –y, sobre todo, Alemania– se ha convertido en uno de los grandes perdedores de la guerra debido a las sanciones económicas, que han tenido un efecto bumerán en la economía europea. La energía barata procedente de Rusia ha sido reemplazada por energía cara procedente de Estados Unidos. Esto ha tenido un impacto negativo sobre el nivel de vida de la sociedad y la competitividad del sector manufacturero; asimismo, ha influido en el aumento de la inflación en el territorio europeo.


«Las terminales de Gas Natural Licuado estadounidense son inversiones extremadamente costosas que requieren décadas de inversión», afirma Lukas Ross.

A lo anterior se suma la pérdida de un mercado importante como es el ruso, en el que Europa vendía productos manufacturados y obtenía inversiones y oportunidades de crecimiento. Además, Europa se ha quedado sin el fastuoso gasto de las élites rusas: la combinación de estos factores ayuda a esclarecer el estancamiento de la economía europea. Por si fuera poco, su futuro económico está gravemente comprometido por la marcha de la locura, que amenaza con hacer permanentes esos efectos.

La llegada masiva de refugiados ucranianos también ha tenido consecuencias adversas: ha aumentado la competencia a la baja de los salarios; ha agravado la escasez de viviendas, lo que ha subido el precio de los alquileres; el sistema escolar y los servicios sociales se han sobrecargado, y el gasto público se ha incrementado. Aunque estas consecuencias han repercutido sobre el conjunto del territorio europeo, Alemania se ha llevado la peor parte. Esto, sumado a los efectos económicos adversos, ha contribuido a enturbiar el clima político, lo que ayuda a explicar el ascenso de la política protofascista, sobre todo –de nuevo–, en Alemania.


La gran mentira y cómo se vende la locura


La “gran mentira” es una idea que Adolf Hitler formuló en Mein Kampf (Mi lucha). Viene a decir que, si una mentira descarada asociada a un prejuicio popular se repite muchas veces, terminará por aceptarse como verdad. Joseph Goebbels, propagandista nazi, logró perfeccionar la teoría de la gran mentira en la práctica. Es innegable que muchas sociedades la han usado en cierta medida, y el poder político europeo ha recurrido a ella con total libertad para vender ahora la marcha de la locura.


Los creadores de la "gran mentira", Hitler y Goebbels, junto a la esposa de este último, Magda Ritschel.

La primera gran mentira es el resurgimiento de la narrativa sobre los acuerdos de apaciguamiento de Múnich de 1938, que afirma que Rusia invadirá Europa central si no es derrotada en Ucrania. Esa mentira también se alimenta con los restos de la teoría del dominó de la Guerra Fría, según la cual la conquista de un país desencadenaría una oleada de colapsos en otros países.

La narrativa de apaciguamiento motiva, asimismo, comparaciones sumamente desacertadas entre el presidente Putin y Hitler, avivadoras de una segunda gran mentira: el moralismo maniqueo que presenta a Europa como la encarnación del bien y a Rusia como la encarnación del mal. Este marco impide reconocer la responsabilidad de Occidente en la gestación del conflicto, por medio de la expansión de la OTAN hacia el este, y la propagación del sentimiento antirruso en Ucrania y otras repúblicas exsoviéticas.


Expansión cronológica de la OTAN hacia el Este.

La tercera gran mentira atañe a la capacidad militar de Rusia: se argumenta que su poderío militar representa una amenaza existencial para Europa central y oriental, y esto aporta credibilidad a la acusación del expansionismo ruso. Ninguna ecuación matemática podría desmentirlo; sin embargo, los antecedentes en el campo de batalla indican lo contrario, al igual que el análisis de su base económica, relativamente exigua en comparación a la de los países de la OTAN, sin olvidar el envejecimiento demográfico que padece.

El “apaciguamiento de Múnich”, el “expansionismo ruso”, “Rusia como encarnación del mal” y la “amenaza militar rusa” son imágenes ficticias que se utilizan para deslegitimar a este país y, a la vez, justificar y encubrir las agresiones occidentales. Nunca existieron pruebas de que Rusia tuviese la intención de controlar Europa occidental, ni durante la Guerra Fría ni hoy en día. Al contrario, la intervención de Rusia en Ucrania fue motivada principalmente por el miedo –en términos de seguridad nacional– que desató la expansión de la OTAN por parte de Occidente, de la que Rusia se ha quejado repetidamente desde la desintegración de la Unión Soviética.


Reunión entre el Consejo de la OTAN y Rusia en Bruselas a finales de enero de 2022, un mes antes de que empezara la guerra.

La gran mentira emponzoña la posibilidad de paz, porque no se puede negociar con un adversario que encarna el mal y constituye una amenaza existencial. Con todo, y a pesar de su naturaleza engañosa, las mentiras ganan terreno entre la opinión pública; por un lado, porque se conectan con una dilatada historia de sentimiento antirruso, que incluye la Guerra Fría y el miedo a los rojos de los años veinte; por otro, porque apelan a la soberbia pretensión de superioridad moral, uno de los emblemas de la marcha de la locura.


Cortina de humo: el establishment europeo intensifica la marcha de la locura


La gran mentira ayuda a explicar cómo el poder político europeo ha vendido la marcha de la locura, pero invita a preguntarnos por qué. La respuesta es tan simple como compleja. La parte simple del análisis advierte que el establishment político europeo ha fracasado en la política interior y se asoma al abismo: adoptar la locura con mayor ahínco es un intento de salvación.

Ejemplo de ello es Francia, con un presidente, Macron, bastante impopular y menguante legitimidad democrática. La estrategia de guerra exterior actúa como cortina de humo redirigiendo la atención de los fracasos en la política interna hacia un enemigo externo. Así, Macron apela al nacionalismo militarista y se posiciona como defensor de La France.


Macron apela al nacionalismo militarista en nombre de La France.

En la misma línea, Keir Starmer, primer ministro británico, ha redoblado la apuesta por la estrategia política de la triangulación, de modo que los laboristas siguen los pasos del partido conservador. Starmer y su partido han llevado la estrategia tan al extremo que de laboristas ya solo les queda el nombre, e incluso han superado a los conservadores con su postura belicista en Ucrania. Ahora bien, estas decisiones lo han hundido políticamente. En un escenario en el que lo único que ofrece son medidas conservadoras, los votantes de derecha eligen la marca original y los de centroizquierda se abstienen cada vez más. Como respuesta, Starmer ha optado por ampliar la intervención de Reino Unido en Ucrania y ha participado en sesiones fotográficas acordadas con fines militares en un intento de evocar las figuras de Winston Churchill y Margaret Thatcher.


Keir Starmer, primer ministro británico, apuesta por la estrategia política de la "triangulación".

Pero es que, si observamos el panorama general, comprobaremos que los socialdemócratas europeos tienden a una postura aún más militarista que los conservadores. En parte, esto se debe al fenómeno de mimetización derivado de la triangulación, que fuerza a estos grupos a tratar de superar a sus rivales constantemente. De igual manera, se debe al infame abandono de la oposición al nacionalismo militarista que ha definido a la izquierda desde los horrores de la I Guerra Mundial. En otras palabras: muchos socialdemócratas se han convertido ahora en amigos de la locura.


La animadversión de Europa contra Rusia y las largas raíces de la locura


La parte compleja de por qué Europa ha adoptado el paradigma de la locura se arraiga en las largas y enmarañadas raíces de esta, que se remontan a muchos años atrás. Esa historia ha sembrado la animadversión institucionalizada contra Rusia que ahora impulsa la marcha de la locura europea. Hace setenta años que Europa carece de un enfoque independiente en materia de política exterior. En su lugar, se somete al liderazgo de Estados Unidos y designa a personas afines a los intereses estadounidenses para ocupar los cargos de defensa y política exterior que ostentan el poder.

Este sometimiento se propaga a las élites de la sociedad civil –laboratorios de ideas, universidades prestigiosas y grandes medios de comunicación– y al complejo industrial-militar y el empresariado, que han secundado este posicionamiento con la esperanza de abastecer al ejército de Estados Unidos y conseguir acceso a los mercados estadounidenses. Todo esto ha desembocado en el secuestro del pensamiento político europeo en materia de política exterior y la conversión de Europa en un actor subordinado a la política exterior estadounidense, una situación que sigue vigente.

Dada la falta de autonomía en política exterior, Europa se ha mostrado dispuesta a apoyar la expansión hacia el este de la OTAN comandada por Washington en la era posterior a la Guerra Fría. El objetivo de Estados Unidos era crear un nuevo orden mundial en el que se consolidaría como potencia hegemónica sin que ningún país pudiese disputar su dominación, como había hecho la Unión Soviética. El proceso comprendía tres pasos, siguiendo el plan maestro articulado por Zbigniew Brzezinski, exconsejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos. Primero, expandir la OTAN hacia el este para incorporar países del antiguo Pacto de Varsovia; segundo, expandir la OTAN hacia el este para incorporar repúblicas exsoviéticas; tercero, concluir el proceso con la división de Rusia en tres estados.

El sometimiento de Europa al liderazgo estadounidense también permite explicar la urgencia paralela de la Unión Europea por expandirse hacia el este. Habría sido muy sencillo acceder a las ventajas económicas del mercado por medio de acuerdos de libre comercio, que, además, habrían posibilitado el aprovechamiento de la mano de obra barata procedente de Europa central y oriental por parte de las empresas europeas. Lejos de eso, se optó por la ampliación –a pesar de resultar sumamente costosa en términos económicos y de que Europa del Este carecía de una tradición política democrática común–, porque así se afianzaba a los Estados miembro en la órbita occidental y se acorralaba a Rusia; esto es, la expansión hacia el este de la UE complementaba la expansión hacia el este de la OTAN.

Por último, también existen factores idiosincráticos propios de cada país que sirven para explicar la adopción de la locura por parte de Europa. Uno de los casos que ilustran la histórica animadversión contra Rusia es el de Reino Unido, cuya antipatía se origina en el siglo XIX, cuando veía la expansión rusa en Asia central como una amenaza a su dominio en India. A esto se sumó el miedo a que Rusia ganase influencia ante el declive del Imperio Otomano, lo que propició la Guerra de Crimea. Hoy en día, la animadversión británica contra Rusia se asienta en la Revolución bolchevique de 1917 y el establecimiento del gobierno comunista, la ejecución del zar y su círculo familiar, y el incumplimiento de pago por parte de la Unión Soviética de los préstamos que Reino Unido había concedido en el marco de la I Guerra Mundial. En 1945, menos de seis meses después de la firma del Acuerdo de Yalta con la Unión Soviética, Winston Churchill propuso la Operación Impensable, un plan que incluía el rearme de Alemania y la continuación de la Segunda Guerra Mundial contra Rusia. Afortunadamente, el presidente Truman lo rechazó. Tras la Segunda Guerra Mundial, el servicio secreto británico apoyó un levantamiento en la Ucrania soviética comandado por el ucraniano Stepan Bandera, fascista y colaborador nazi. Este trazado histórico clarifica el alcance de la animadversión de la clase gobernante británica contra Rusia, un sentimiento que perdura en la concepción de la política y la seguridad nacional del presente.

Todo lo que se sembró en este largo e intrincado recorrido histórico se está cosechando ahora con el conflicto ucraniano. Dada su condición de actor subordinado, Europa se posicionó de inmediato con la respuesta estadounidense, a pesar de los costes en términos económicos y sociales y de que el conflicto apelaba a la hegemonía estadounidense, no a la seguridad europea.

Peor aún: debido a la expansión previa de la OTAN y la UE, estas instituciones han anexado Estados –a saber, Polonia y los países bálticos, entre otros– con una profunda y activa aversión hacia Rusia, lo que los convierte en firmes partidarios de la marcha de la locura. Como miembro de la OTAN, incluso antes de la intervención militar rusa en Ucrania, Polonia acogió con agrado el despliegue de instalaciones para misiles que podrían suponer una amenaza directa a la seguridad nacional de Rusia. En el mismo orden de ideas, y con anterioridad a la intervención en Ucrania, los países bálticos habían insistido en el despliegue de más fuerzas de la OTAN en su territorio.

En cuanto a la UE, ha elegido mandatarios rusófobos deliberadamente, como Ursula von der Leyen, actual presidenta de la Comisión Europea. El último nombramiento en ese sentido ha sido el de la estonia Kaja Kallas, nacionalista extremista designada como alta representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad. Kallas ha pedido abiertamente la disolución de Rusia y, durante su mandato como primera ministra de Estonia, promovió con vehemencia políticas contra la población de etnia rusa.


Más papista que el papa: los amargos frutos político-económicos de la locura


Paradójicamente, es Estados Unidos, bajo el gobierno de Trump, el que ha roto con la estrategia de seguridad nacional estadounidense del aparato bipartidista que abogaba por cercar a Rusia y escalar la tensión cada vez más. Esta ruptura abre una oportunidad para que Europa se libre de la trampa en la que ha caído por su falta de visión política. No obstante, se muestra más papista que el papa; leal al Estado profundo estadounidense que vela por la seguridad nacional.

Tanto el presidente Macron como el primer ministro Starmer hablan del envío unilateral de efectivos militares franceses y británicos a Ucrania. No hay duda de que eso escalaría drásticamente el conflicto, además de evocar la estupidez de los eventos que condujeron a Europa a la I Guerra Mundial. El Gobierno laborista de Starmer también habla de una “coalición de los dispuestos”, ignorando que esa expresión hace referencia a la invasión ilegal de Estados Unidos en Irak.

Mientras tanto, la Unión Europea, con la aprobación del establishment político europeo, impulsa un mastodóntico plan de gasto militar de 800.000 millones de euros, financiado a través de bonos. La facilidad con la que se diseñó un plan con un presupuesto de este calibre dice mucho sobre el carácter de la UE. El dinero para el keynesianismo militar se dispone con prontitud; el dinero para las necesidades de la sociedad civil nunca está disponible por razones de responsabilidad fiscal. Reino Unido, Alemania y Dinamarca, entre otros países, también han presentado propuestas para incrementar su propio gasto militar.

El giro hacia el keynesianismo militar generará un impacto macroeconómico positivo, ya que está respaldado por el complejo industrial-militar europeo, uno de los grandes beneficiarios. Eso sí: fabrican cañones, no mantequilla. Peor todavía, esta deriva augura la consolidación de una economía impulsada por la guerra, sin espacio para la política fiscal; es decir, sin espacio para la inversión pública en ciencia y tecnología, educación, vivienda o infraestructura, áreas que realmente aportan bienestar.

Por otro lado, el giro hacia el keynesianismo militar traerá consecuencias políticas negativas, ya que reforzará la posición y el poder políticos del complejo industrial-militar y de los partidarios del militarismo. La celebración del militarismo, por otra parte, va calando paulatinamente en la percepción del electorado, de forma que promueve el desarrollo de movimientos políticos reaccionarios más amplios.

En definitiva, los frutos político-económicos de la marcha de la locura se anuncian amargos y tóxicos. La única manera de evitarlos es que los liberales y los socialdemócratas europeos recuperen el sentido común, pero me temo que el panorama es desolador.


Fuente: ctxt