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lunes, 28 de julio de 2025

El retorno del conservadurismo decadente

 

      Profesor de la Universidad de Ottawa e investigador en Queen Mary, Universidad de Londres.


Las facciones más estridentes de la derecha contemporánea coquetean con la monarquía, los mitos y la trascendencia tecnofuturista. Inspiradas en la sensibilidad antimoderna del fin de siècle, rechazan la democracia y buscan configurar el futuro a partir de pasados imaginarios



     Pobre de quien analiza la política conservadora contemporánea. Antes parecía fácil identificar a un conservador: era alguien que defendía las tradiciones heredadas, las prácticas e instituciones consolidadas, los valores familiares y la moral convencional. Estas posturas solían ser hipócritas, en contradicción con la economía de libre mercado que defendían, pero al menos era una hipocresía honesta. El vicio rendía homenaje a la virtud. Los conservadores ocultaban sus transgresiones, las negaban o buscaban el perdón. Aunque los escándalos familiares, las «desviaciones» sexuales y los estilos de vida poco convencionales podían ser habituales, se ocultaban o se encubrían en nombre de la modestia y la convencionalidad.




Hoy en día, esa visión del conservadurismo parece pintoresca hasta el punto de lo absurdo. El divorcio era antes motivo de descalificación para un candidato a la presidencia de Estados Unidos. Ahora hemos visto la reelección de un hombre divorciado dos veces, con un historial de aventuras amorosas en la prensa sensacionalista que incluye modelos de Playboy y estrellas porno. Su antiguo partidario y provocador por excelencia, Elon Musk, tiene un historial que hace parecer inofensivo el de su jefe: tres matrimonios con dos mujeres y al menos catorce hijos. El exsocio de Musk y antiguo mentor del vicepresidente Estados Unidos J. D. Vance, Peter Thiel, también desafía cualquier categorización sencilla. Aunque encaja en la etiqueta de «conservador libertario», el estilo de vida abiertamente gay de Thiel hasta hace poco habría escandalizado a muchos autoproclamados conservadores, y probablemente aún lo haga en los círculos más tradicionales del movimiento.

La lista de lo que antes se habría considerado un comportamiento «anticonservador» podría continuar. Sin embargo, no se trata aquí de trollear la vida personal de figuras públicas en busca de transgresiones de un conservadurismo nostálgico. Se trata de preguntarse qué tipo de conservadurismo estamos viendo hoy en día. Descartar a estas personas como «no realmente conservadoras» claramente no funciona: apoyan objetivos conservadores y desempeñan papeles importantes en la política conservadora. Sin embargo, sus gustos y estilos de vida no parecen encajar en los estándares conservadores tradicionales. A falta de una palabra mejor, parecen sospechosamente decadentes. Esta semejanza no pasa desapercibida para quienes ven paralelismos entre nuestra época y la Edad Dorada de El gran Gatsby, con Mar-a-Lago sustituyendo a West Egg, Long Island.

Conservadores de cuero y terciopelo

Estas analogías pueden parecer ridículas. Al fin y al cabo, la decadencia ha sido el blanco de los conservadores durante siglos, y las acusaciones de decadencia siguen siendo una de las formas más fiables de la derecha para condenar el liberalismo como una cultura del relativismo y el nihilismo. Sin embargo, la sospecha de que estamos asistiendo a una nueva decadencia, esta vez procedente de sectores de la derecha, no parece errada. El parecido con episodios culturales anteriores —ya sean los locos años veinte de F. Scott Fitzgerald o los decadentes de fin de siècle de Gran Bretaña— es más profundo de lo que parece y merece la pena profundizar en él.

Esa generación anterior de decadentes, que incluía figuras como Oscar Wilde, Wyndham Lewis, T. S. Eliot o W. B. Yeats, suele considerarse progresista. Buscaban liberar las formas de expresión artística y la vida individual de las camisas de fuerza burguesas. Despreciando la moral social y sexual convencional y a menudo hipócrita, y rechazando la formalidad insulsa de los valores burgueses victorianos, el arte y la literatura decadentes eran corporales, emotivos y transgresores, y con frecuencia se celebran como tales en la actualidad.

Sin embargo, como argumenta Alex Murray en su notable estudio Decadent conservatism, también eran profundamente conservadores, aunque de forma compleja. Los ataques de los decadentes a un presente degradado se inspiraban en elementos estéticos e ideológicos del pasado medieval y absolutista. Atraídos por el elitismo y la aristocracia, sus adeptos se deleitaban con lo provocativo y lo recargado, oponiéndose firmemente a gran parte de la cultura moderna y, a menudo, a las ideas democráticas de su época.




Los ecos que se encuentran en algunas partes del conservadurismo actual son sorprendentes. La similitud más evidente es su individualidad asertiva. Los decadentes literarios se oponían a lo que identificaban como la opresión moral e intelectual victoriana. La libertad de pensamiento y de expresión, en particular la de las élites, era vital para combatir el impacto intelectualmente y socialmente adormecedor de la cultura de masas. El arte debía salvarse de la sociedad industrial y así, tal vez, podría ayudar a salvar a la sociedad de sí misma.

Los decadentes conservadores de hoy en día suelen ser libertarios de un tipo u otro, y se definen, como todo el mundo sabe, en contra de la ortodoxia del «liberalismo woke». Su entorno es la tecnofilosofía, no la literatura. Pero, al igual que sus predecesores, combinan una imagen provocativa con reflexiones teóricas y una política elitista. Las chaquetas de cuero negro pueden ser sus levitas de terciopelo, las motosierras sus accesorios y Twitter/X sus medios de comunicación preferidos. Sin embargo, con frecuencia son, inequívocamente, intelectuales.

Make Monarchy Cool Again

Entre sus preocupaciones destaca la importancia de la libertad de pensamiento individual. Defensor de la audacia de las fuerzas creativas ajenas a las instituciones liberales, Thiel suele caracterizar la cultura liberal contemporánea con imágenes que recuerdan a T. S. Eliot. El liberalismo, sostiene, ha «llegado a su fin»: agotado de imaginación y vitalidad, se ha convertido en poco más que una «máquina» decrépita y decadente que impone las opiniones e intereses de sus partidarios y silencia los de sus adversarios.

Esto, para Thiel, no es solo cuestión de derechos individuales. Es un asunto especialmente importante para las élites, cuya libertad intelectual es esencial para el avance de la sociedad en su conjunto. En su opinión, el mundo está atrapado en una carrera mortal entre una política disfuncional y unas tecnologías que encierran un potencial devastador o liberador. El destino del capitalismo y —desde una perspectiva libertaria— la libertad humana están en juego. La individualidad de las élites es lo único que se interpone entre nosotros y el abismo.




A diferencia del mundo de la política, en el mundo de la tecnología las decisiones de los individuos pueden seguir siendo primordiales. El destino de nuestro mundo puede depender del esfuerzo de una sola persona que construya o propague la maquinaria de la libertad que hace que el mundo sea seguro para el capitalismo.

Los primeros decadentes se mostraban escépticos, a veces abiertamente hostiles, hacia la democracia. Al igual que Alexis de Tocqueville, temían sus efectos niveladores: que embotara la individualidad, borrara las distinciones de excelencia y empoderara a los mediocres. Encontraron inspiración para una alternativa en el pasado, en particular en el retorno de la supuesta época más encantada de la monarquía estuardiana, con su moral individual más libre y su apreciación antipuritana del placer estético y físico. El gobierno severo de Victoria parecía sin vida y restrictivo en contraste con los ricos rituales del catolicismo y la gallardía y grandeza aristocráticas que terminaron con la ejecución de Carlos I.

Los decadentes de hoy expresan un desdén similar por la democracia liberal. En 2009 Thiel declaró de manera bastante infame que ya no creía que la libertad y la democracia sean compatibles. También recurren con frecuencia al pasado en busca de inspiración. Pensemos en Curtis Yarvin, ingeniero informático y teórico político, cuya presencia pública va en aumento gracias a sus conexiones con Michael Anton y el vicepresidente Vance. Yarvin también adopta una personalidad contracultural.

El retrato de Yarvin en una entrevista del New York Times tiene un parecido asombroso con Oscar Wilde. Y, al igual que esos pensadores anteriores, comparte una desconfianza —de hecho, hostilidad— hacia la democracia y busca en el pasado alternativas inspiradoras. En su caso, la respuesta no es una restauración estuardiana, sino un sistema neomonárquico con raíces en las ideas cameralistas prusianas de los siglos XVIII y XIX. Actualizado al presente, Yarvin imagina un «CEO nacional» en lugar de la democracia representativa, un soberano ejecutivo que fomentaría el individualismo, apoyaría el elitismo y destruiría el liberalismo.

Desencanto y reacción

La afirmación de Yarvin de que el desencanto con la democracia liberal es la condición previa para estar «plenamente iluminado» políticamente coincide con otra corriente que tiene ecos sorprendentes de una época anterior. Los decadentes del movimiento de fin de siècle estaban cautivados por la riqueza experiencial del pasado, por las diversas formas de vida que daban acceso a la experiencia humana que había sido aplastada por la lógica desencantadora de la modernidad.


Ilustración de Matthew Holland.

Para algunos, la religión ofrecía una visión alternativa de la autoridad basada en la jerarquía, y no en el liberalismo y la democracia. No era solo la autoridad lo que les atraía de la religión, sino el misterio de la fe en sí misma, su capacidad para evocar sentimientos y experiencias que iban más allá de la piedad victoriana. El mundo medieval, y a menudo la Iglesia católica en particular, sirvió no solo como modelo de orden jerárquico, sino como reserva histórica e institucional, algo a lo que recurrir en el esfuerzo por recuperar formas emocionales, estéticas y sociales que habían sido degradadas hasta quedar casi irreconocibles por el materialismo, el utilitarismo y la sociedad industrial. No era el moralismo convencional lo que atraía a los decadentes, sino la esperanza de revivir dimensiones perdidas de la experiencia y la vida social.

Es revelador que no sea difícil encontrar ideas similares entre los decadentes de hoy en día. Un buen ejemplo es el tecnólogo informático e inversor de capital de riesgo Mark Andreessen. Conocido de Thiel, Yarvin y otras muchas luminarias de Silicon Valley, además de partidario de la campaña de Donald Trump, Andreessen se hace eco de la fascinación de los decadentes por los aspectos experienciales de los pasados perdidos y la sabiduría latente que conservan. Aquí, el desencanto se convierte en reencanto. Como observa Matthew D’Ancona:

Andreessen se remite al hasta ahora oscuro estudio de 1864 La Cité antique del historiador francés Numa Denis Fustel de Coulanges. Como dijo en el podcast de Lex Fridman en junio de 2023, este relato de la cultura indoeuropea antes de la era clásica describe una «civilización organizada en cultos, cuya intensidad era un millón de veces superior a cualquier cosa que podamos reconocer hoy en día». Con una sonrisa, Andreessen observó que la vida contemporánea es «muy insulsa y gris en comparación a cómo solía ser la experiencia de las personas. Creo que es por eso por lo que somos tan propensos a buscar el drama. Hay algo en nosotros, profundamente evolucionado, que quiere recuperar eso».

No se trata de una simple reacción: es una visión de futuros radicales a los que se accede y se inspiran en parte a través del pasado, no como un retorno a él.

Los nuevos decadentes

Ver estas ideas y figuras de la derecha contemporánea como moldeadas en parte por una nueva decadencia nos permite dar sentido a fracciones importantes del conservadurismo contemporáneo. Los decadentes de hace un siglo eran una fuerza culturalmente prominente pero políticamente marginal. Sus ideas sin duda tuvieron un impacto, pero su influencia fue principalmente estética. No se puede decir lo mismo de los decadentes conservadores de hoy. Carecen del poder estético de Wilde, Yeats o Eliot, pero poseen una riqueza y un poder que habrían impresionado a Jay Gatsby, y una confianza intelectual y cultural que sin duda él habría envidiado. Forman parte de lo que John Gray ha llamado una «contraélite» que se opone a las élites liberales a las que se enfrenta con amargura.

Lo que los distingue es su capacidad para movilizar los elementos retóricos y performativos de un conservadurismo claramente decadente, proyectando un atractivo que va más allá del conservadurismo tradicional y serio que han rechazado y, en gran medida, sustituido. La decadencia siempre ha tenido una carga subversiva. Puede ofrecer una sensación de individualidad atrevida y juvenil, transformando el conservadurismo en una transgresión contra una cultura liberal dominante y un orden político esclerótico. Apela al anhelo de fundamentos, utilizando el pasado no como un punto final sino como una lente a través de la cual plantear preguntas existenciales de formas nuevas y radicales. Abraza el poder del mito. En todo esto, se ha convertido en una parte poderosa de la política conservadora actual.


Ilustración de Stephen Collins.

Los nuevos decadentes han desempeñado un papel importante en el auge del conservadurismo trumpista. Pero su protagonismo también crea posibles fisuras. Steve Bannon ya ha lanzado ataques mordaces contra los «broligarcas», y no es difícil imaginar que otras facciones más conservadoras socialmente o más tradicionales desde el punto de vista religioso se desilusionen de manera similar. El rencor cada vez más público entre Musk y Trump simboliza esta disyuntiva: un choque no solo de personalidades, sino de visiones. Dicho esto, realmente nadie en la izquierda debería esperar que estas fisuras conduzcan al colapso de la coalición que condujo a Donald Trump nuevamente a la presidencia de Estados Unidos.

Son numerosos los elementos de la derecha que han mostrado una considerable disposición a pasar por alto sus diferencias para mantener la unidad conservadora y avanzar en sus agendas específicas. Por si ello fuera poco, la izquierda contemporánea muestra escasos indicios de ofrecer una alternativa atractiva para los grupos escindidos de la derecha. Los nuevos decadentes podrían convertirse en un foco de controversia, pero, al menos por ahora, no son una fuente de desestabilización grave. Aun así, la política cultural ha sido un aspecto clave del ascenso del trumpismo: las grietas dentro de este movimiento merecen una atención especial.


Fuente: JACOBIN

sábado, 19 de julio de 2025

El fantasma de Epstein persigue a Trump: Cuando las teorías conspirativas devoran a sus creadores

 

 Por Bruno Sgarzini   
      Periodista argentino especializado en asuntos internacionales.


     Tenemos una Administración PERFECTA, DE LA QUE HABLA TODO EL MUNDO, y ‘gente egoísta’ está tratando de perjudicarla, todo por un tipo que nunca acaba de morir, Jeffrey Epstein”, escribió Donald Trump en su red Truth Social como una forma de acallar la cada vez más abiertas críticas a su Administración por el cierre del caso Epstein sin nuevas revelaciones que comprueben las teorías conspirativas alrededor del antiguo amigo de Trump.

El llamado de Trump a cerrar filas se vincula a las críticas del mundo MAGA contra el memorándum del Departamento de Justicia y el FBI que establece que no hay pruebas sobre el asesinato de Epstein, en una cárcel federal, ni tampoco una lista de sus “clientes”, ni pruebas de su liderazgo de una red de “chantaje sexual” a políticos y empresarios. Entre los principales apuntados por los influencers MAGA está Pam Bondi, la jefa del Departamento de Justicia, y Kash Patel, el jefe del FBI conocido por haber sido uno de los principales promotores de las teorías de la conspiración alrededor del caso Epstein y sus vínculos con el establishment del partido demócrata. Bondi, además, es conocida por no haber investigado a Epstein cuando fue fiscal del estado de La Florida, uno de los epicentros de la operación del reconocido pedófilo.

En un escueto memorándum de dos páginas, el FBI y el Departamento de Justicia sostuvieron que no se encontró una "lista de clientes" incriminatoria, evidencia creíble de que Epstein chantajeara a personas prominentes, ni se descubrió evidencia que justificase investigaciones contra terceros. Para sostener esto, ambas instituciones se basan en la revisión, 300 gigabytes de datos y evidencia física, donde se incluye imágenes de Epstein, víctimas menores de edad, y más de 10,000 videos e imágenes de material de abuso sexual infantil. Además, las dos instituciones concluyeron que Epstein se suicidó en una celda de una prisión en Manhattan en base a la autopsia de su cuerpo y las grabaciones de la prisión, publicadas en un metraje de 11 horas por las autoridades. Por todo esto, las autoridades informaron que no publicarán ningún material adicional sobre el caso para “proteger a las víctimas”, dado, además, de que muchos videos, y fotos, representan pornografía infantil. “Una de nuestras mayores prioridades es combatir la explotación infantil y hacer justicia a las víctimas. Perpetuar teorías infundadas sobre Epstein no contribuye a ninguno de esos fines", sentenció el memorándum. El caso empieza y termina, según las autoridades, en el banquero y su esposa, Ghislaine Maxwell, como si fueran solo dos manzanas podridas de un árbol lleno de vida.

El extraño giro en la causa se dio luego de que a principio de año, la oficina de Bondi repartiera archivos del caso a influencers de extrema derecha después de una larga campaña para que se liberaran estos archivos. La narrativa del caso Epstein, sostenida por comunicadores como Tucker Carlston, Steve Bannon o el inefable Alex Jones de Infowars, es que toda la historia detrás del antiguo banquero revela los entresijos entre la inteligencia israelí, el mundo criminal la familia Clinton, y oscuros financistas detrás del famoso Estado Profundo. Algunos teóricos, como los de la secta Qanom, incluso han hablado de que Epstein pertenecía a una red de pederastas satánicos, vinculados al partido demócrata, que bebían sangre y cometían delitos, como abuso infantil y tráfico, sexual en los sótanos de pizzerías y fiestas privadas. Por eso, todos estos teóricos sostienen que fue asesinado, en su celda, para tapar las revelaciones que pudiera dar de su lista de clientes.

Por lo que la reacción del mundo MAGA fue inmediata. “El Departamento de Justicia está encubriendo a la CIA y al Mossad. ¡¡¡NADIE SE LO CREE!!!. Acabarán diciendo en el Departamento de Justicia que en realidad, Jeffrey Epstein ni siquiera existió. Esto es repugnante”, dijo, entre lágrimas, Alex Jones en un video filmado dentro de uno de sus autos. Mientras que Laura Loomer, una influencer responsable del despido de varios funcionarios trumpistas por haber financiado, en el pasado, políticos demócrata, pidió la cabeza de la fiscal Pam Bondi, abogada personal de Trump y exjefa del Departamento de Justicia de La Florida (uno de los estados donde Epstein cometió la mayoría de sus casos de abuso y tráfico sexual). “Cuando la gente votó por el presidente Trump, la divulgación de los archivos de Epstein fue algo que se prometió a la base. Ahora está descontenta y creo que este problema no desaparecerá. El presidente Trump debería despedir a Blondi por crear un lastre para su administración”, declaró después del memorándum.


Alex Jones rompe a llorar por el último informe de Trump sobre Epstein.

Mientras que Tucker Carlson sostuvo que las investigaciones sobre el caso no han llegado al “fondo del asunto” porque, en realidad, es posible que “Epstein fuera una agente de inteligencia israelí”. Para Steve Bannon, el antiguo estratega de Trump que asesoró a Epstein y su socio, el exprimer ministro israelíe Ehud Barak, en la primera parte del escándalo, el “filántropo” es la llave para conocer “tantas cosas, no solo individuos, sino también de instituciones de inteligencia, gobiernos extranjeros y quienes trabajaban con él en nuestro aparato de seguridad y en nuestro gobierno”. Bannon tiene quince horas de entrevistas con Epstein que aún no han salido a la luz de los tiempos cuando lo asesoró para salir en el programa 60 minutos de la cadena de televisión CBC, según el libro Too Famous: The Rich, the Powerful, the Wishful, the Notorious, the Damned de Michael Wolf.


Steve Bannon entrenó a Jeffrey Epstein para que pareciera "amistoso" y "comprensivo" en televisión.


Otro de los máximos funcionarios criticados fue el jefe del FBI, Kash Patel, quien, antes de asumir el cargo, había dicho que si “el FBI protegía al mayor pederasta de la historia era por quién estaba en su lista de clientes". En línea, surgió la acusación de que su cambio de postura respecto al caso tenía que ver con su relación con Alexis Wilkins, una cantante country de 26 años, que forma parte de la empresa de medios conservadora PragerU, liderada por Marissa Streit, exoficial de las Fuerzas de Defensa de Israel



“Wilkins presuntamente es agente del MOSSAD. Es 20 años menor que él y está acusada de ser una seductora. A ella le interesa suprimir los archivos de Epstein para proteger a gente muy poderosa”, escribió la cuenta @Kremlintrolls en un tuit compartido por diversas cuentas MAGA. Patel, de forma irónica, es víctima del mismo método de guerra comunicacional de desprestigio que tanto tiempo practicó desde la oposición.




El caso se ha convertido en una “bomba sucia” a tal nivel que hasta su segundo en el FBI, el subsecretario Dan Bongino, está cerca de renunciar después de enfrentarse con la fiscal Pam Bondi en una reunión cerrada en la Casa Blanca a principio de la semana pasada, según New York Times. Bondi acusó a Bongino, uno de los principales promotores de las teorías alrededor de Epstein, de filtrar información de la investigación sobre el caso a los medios conservadores y de extrema derecha del mundo trumpista. Para contener la crisis, el propio Trump salió a desmentir la renuncia de Bongino y calificó el caso Epstein como una teoría de la conspiración creada por Hillary Clinton y Barack Obama, en una clara reversión de los hechos que sonrojaría hasta las bandas tributos hacedoras de covers musicales.



Dan Bongino, ahora subdirector del FBI, durante una audiencia en Washington en 2020.


Inconsistencias, deliberadas omisiones y agujeros narrativos en un oscuro caso.

Desde el memorándum han surgido otras inconsistencias que también afectan la credibilidad de las conclusiones alcanzadas por las autoridades. La revista The Wired, por ejemplo, reveló que el video publicado sobre los momentos previos al suicidio de Epstein fue editado con el software de edición de Adobe Premier, según los macrodatos del video revisados por expertos forenses consultados por el medio. Sin embargo, “es posible que el video simplemente se haya procesado para su divulgación pública mediante el software disponible, sin modificaciones más allá de la unión de dos clips”. Esto no es lo más llamativo sino que en la filmación, que comprobaría que nadie entró a la celda de magnate antes de su muerte, faltan casi tres minutos de grabación.


Jeffrey Epstein

La fiscal Bondi “atribuyó uno de los minutos faltantes a una falla en el ciclo diario del sistema de vigilancia, afirmando que falta un minuto en la grabación de cada noche”. Por supuesto, la inconsistencia alimenta aún las teorías de la conspiración, dado que en el momento del suicidio de Epstein solo funcionaban la mitad de las 150 cámaras de vigilancia del centro de reclusión de Manhattan debido a un “error técnico”, según un informe del 2023 de la Oficina del Inspector General. “El sistema estaba programado para reparaciones el 9 de agosto, la noche anterior al hallazgo del cadáver de Epstein. Sin embargo, el técnico asignado para repararlo no pudo acceder al equipo necesario porque el funcionario de prisiones encargado de escoltarlo estaba a punto de terminar su turno”, de acuerdo a The Wire.



Pero muchas preguntas han quedado sin respuestas sobre la red de Epstein que abarcó más de mil víctimas, según el Departamento de Justicia y el FBI. Una de ellas son las acusaciones, por ejemplo, de Virginia Giuffre y Jane Doe (seudónimo para una víctima protegida) sobre que el magnate y su esposa, Ghislaine Maxwell, lideraban una red de chantaje sexual. Giuffre, por ejemplo sostuvo que en el verano que cumplió 17 años fue persuadida por la pareja “para dejar su trabajo como asistente de spa en el club Mar-a-Lago de Trump para convertirse en "masajista" de Epstein, un trabajo que implicaba realizar actos sexuales”. En uno de los documentos judiciales, liberados por la jueza Loretta Preska, los abogados de una de las víctimas, Bradley Edwards y Paul G. Cassell, afirmaron que: “Epstein también traficó sexualmente a la entonces menor Jane Doe, poniéndola a disposición para tener relaciones sexuales con personas con conexiones políticas y financieramente poderosas. Los propósitos de Epstein al "prestar" a Jane Doe (junto con otras niñas) a personas tan poderosas eran para congraciarse con ellos para obtener beneficios comerciales, personales, políticos y financieros, así como para obtener información potencial para chantaje".


Ghislaine Maxwell conversa con su hermano, Kevin, durante su juicio.


Después están los interrogantes sobre los sistemas de cámaras de vigilancia en su residencia en Palm Beach, Florida, y su mansión de cuatro pisos de Manhattan, donde se realizaban la mayoría de sus fiestas con celebridades, políticos, empresarios y banqueros junto a menores de edad. Las fallas en la investigación judicial como la desaparición y reaparición del material de la caja de fuerte de Epstein en esta mansión que contenía CD, joyas, discos duros (se presume con los vídeos de las 12 habitaciones de la casa), diamantes sueltos, pasaportes y grandes cantidades de dinero. También había un pasaporte de un país extranjero con una fotografía de Epstein con otro nombre, según los investigadores.

Luego están las turbias conexiones del magnate y su esposa, Ghislaine Maxwell. La mansión de la pareja, originalmente, fue comprada por Leslie Wexner, propietario de Limited y de Victoria's Secret. Epstein manejó su dinero en los 80 y 90 cuando Limited estuvo involucrado, por ejemplo, en la liquidación de la empresa Southern Air Transport, relacionada a los vuelos organizados por la Agencia Central de Inteligencia para armar a la Contra nicaragüense en Honduras. Wexner era uno de de cinco administradores clave de los flujos de efectivo del crimen organizado en los Estados Unidos, según Catherine Austin Fitts, ex banquera de inversiones y funcionaria del gobierno, que ha investigado exhaustivamente la intersección del crimen organizado, los mercados negros, Wall Street y el gobierno en la economía estadounidense. En una investigación federal también se lo nombró como parte de una red de lavado de dinero. “Desde que Leslie Wexner apareció en su vida —Epstein ha dicho que fue en 1986; otros dicen que fue en 1989, como mínimo—, ganó aceptación en el establishment, de una forma que generalmente no ha llegado a los titulares. Fue miembro de diversas comisiones y consejos: forma parte de la Comisión Trilateral, el Consejo de Relaciones Exteriores y el Instituto de Educación Internacional”, según un reportaje de la periodista Victoria Ward en la revista Vanity Fair.

Con estas conexiones, el modus operandi de Epstein para la periodista Whitney Webb, autora del libro Una Nación Bajo Chantaje, era similar a la red de chantaje sexual dirigida por el mafioso italoamericano Lewis Rosenstiel y su empleado Roy Cohn: dedicada a realizar fiestas con menores y figuras importantes que, luego, quedaban inmortalizadas en grabaciones y fotos. La información sensible luego era usada como elementos de extorsión por la mafia y, a veces, por los servicios de inteligencia con los que la mafia tenía buena relación. Entre los años 50 y 80, Roy Cohn era el Jeffrey Epstein de la época con fiestas organizadas en la suite “233” del Hotel Plaza en Manhattan. “El trabajo de Cohn era dirigir a los niños pequeños”, según el ex detective de la policía de Nueva York y ex jefe de la División de Trata de Personas y Delitos Relacionados con Vicio del departamento , James Rothstein.


Demasiado grande para quebrar: la investigación de Epstein.

Cohn había saltado a la fama en los 50 como asesor del congresista Joseph McCarthy, justo en el momento que protagonizaba una “cruzada anticomunista” que llevaría su nombre. “Entre sus amigos se encontraban importantes personalidades de los medios como Barbara Walters , ex directores de la CIA, Ronald Reagan y su esposa Nancy , los magnates de los medios Rupert Murdoch y Mort Zuckerman, numerosas celebridades , abogados destacados como Alan Dershowitz , figuras destacadas de la Iglesia católica y destacadas organizaciones judías como como B. 'nai B'rith y el Congreso Judío Mundial”.




Otra cuestión llamativa la señala Thomas Volscho, profesor de sociología del College of Staten Island e investigador del caso Epstein: “el magnate dirigía organizaciones benéficas para Wexner, su principal cliente, y luego dirigía sus propias organizaciones benéficas, y siempre tenían donaciones de 9 o 10 millones de dólares circulando a su alrededor. Siempre sospeché, pero no me atreví a investigar, que estaba malversando fondos”. Una investigación del medio estadounidense NBC encontró, por ejemplo, que varias donaciones, anunciadas por la fundación Epstein, nunca llegaron a instituciones como el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, Universidad de Duke, la Universidad Estatal de Ohio y la Ópera Metropolitana y la Fundación Elton John contra el SIDA.

Después están, por supuesto, sus supuestos vínculos con los servicios de inteligencia. Cuando, en los inicios de la primera Administración Trump, Alexander Acosta, nombrado secretario de Trabajo, fue interrogado acerca de la razón por la que había hecho un acuerdo judicial con Epstein, como Fiscal de La Florida, que lo había liberado de pasar varios años en la cárcel por haber explotado 36 menores, respondió que “alguien de arriba le dijo que lo hiciera” porque el banquero “trabajaba para los servicios de inteligencia”. El periodista británico Nigel Rosser informó en enero de 2001 en el Evening Standard que Epstein había afirmado que él había trabajado para la CIA durante los años 80 y 90. “Epstein tiene licencia para portar un arma oculta, alguna vez afirmó haber trabajado para la CIA, aunque ahora lo niega, y posee propiedades en todo Estados Unidos. Una vez llegó a la casa londinense de un traficante de armas británico trayendo un regalo: una pistola antidisturbios de acción de bomba de la policía de Nueva York. 'Dios sabe cómo llegó al país', dijo un amigo”, escribió Rosser en un articulo borrado por el periódico británico.

Pero el vínculo más comentado es el del padre de su esposa, Robert Maxwell, propietario de grandes pulpos mediáticos, como el Mirror y Pergamon Press, quien fue enterrado en 1991 en un funeral en el cementerio del Monte de los Olivos de Jerusalén, frente al Muro de las Lamentaciones, con la presencia de los por entonces primer ministro, Yitzhak Shamir, el presidente Chaim Herzog y Ariel Sharon, según un reportaje de The Washington Post titulado Israel le da a Maxwell una despedida digna de un héroe. Maxweell, un antiguo colaborador de los servicios de inteligencia británicos durante la Segunda Guerra Mundial, fue señalado por el periodista Seymour Hersh de colaborar con el Mossad, el servicio de inteligencia israelí, en el secuestro del técnico nuclear Mordecai Vanunu, responsable de revelar el programa nuclear de Tel Aviv. También ha sido acusado de comercializar a el software Promis, sobre el que pesan sospechas de haber sido utilizado por Israel para espiar a los países compradores.




Epígrafe: Robert Maxwell junto a Ariel Sharon, ministro de Defensa y primer ministro de Israel.

Fuente: Bruno Sgarzini