Mientras
el Occidente político lucha por mantener la cohesión en lo que a
menudo se asemeja a un matrimonio disfuncional, que aparentemente se
encamina hacia un divorcio
inevitable
, los acontecimientos que se desarrollan al otro lado del mundo
fomentan el optimismo y la fe en alternativas. China se ha propuesto
construir una «paz
positiva»
(en el sentido de
Johan Galtung de
bienestar, progreso y emancipación). Al erradicar con éxito la
pobreza extrema, fomentar una clase media estable y alcanzar un
crecimiento económico sin precedentes, China ha sentado las bases de
dicha paz.
Con
estos logros internos, no sorprende que esta filosofía también haya
comenzado a manifestarse externamente. En consonancia con los
principios de la Carta de las Naciones Unidas, y basándose en su
reconocida sabiduría histórica, China ha abrazado la globalización,
considerándola esencial para tender puentes de cooperación, todo
ello sin imponer condiciones políticas ni inmiscuirse en los asuntos
internos de otras naciones.
Xi Jinping da la bienvenida a líderes de Asia Central.
Por
primera vez en la historia reciente, presenciamos una profunda
división civilizacional en el ámbito económico entre Estados
Unidos y China (por ahora, podemos dejar que Europa
se
enfrente a sus propios demonios y a sus vanas aspiraciones de
relevancia global). Con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca,
una gran división parecía inevitable en múltiples frentes, similar
a la de un elefante que se estrella contra una tienda de porcelana.
La violación de las normas básicas de decencia, el humanitarismo
internacional y los principios políticos y económicos fundamentales
es evidente y difícil de ignorar.
Tras
reflexionar un poco, y con la calma de un ajedrecista experimentado,
Pekín anticipó los movimientos de Trump hacia el llamado «Día de
la Liberación», anunciado en su discurso
inaugural
. Mientras el mundo se preparaba para la reapertura de la carpa del
circo en el famoso Jardín de las Rosas (qué irónico), otra reunión
tuvo lugar en Pekín. El 28 de marzo, el presidente chino, Xi
Jinping, y los principales líderes del país se
reunieron con
más de 40 directores ejecutivos de empresas globales. Sus mensajes
encarnaron el espíritu de la filosofía política china: China no
divide a las naciones en amigos y enemigos, sino en amigos y amigos
potenciales. En su discurso, Xi reafirmó que China sigue siendo una
puerta abierta para los negocios globales, posicionando al país como
un oasis de globalización y relaciones económicas estables.
El presidente Xi Jinping se reúne con representantes de la comunidad empresarial internacional.
Las
declaraciones de
Xi elogiaron a las empresas extranjeras que han colaborado durante
mucho tiempo con China, subrayando que las inversiones extranjeras
ayudaron a China a integrarse en la economía global, modernizar sus
industrias y crear empleo. La política de apertura de China seguirá
evolucionando con mayor intensidad, centrándose en la liberalización
de los mercados, la mejora de los marcos institucionales y la
garantía de un trato justo para las empresas extranjeras, afirmó.
China promete un entorno político estable, un mercado seguro y la
clase media más numerosa del mundo. En conclusión, Xi enfatizó que
invertir en China significa invertir en el futuro: un futuro más
prometedor para todos.
Apenas
unos días después, el 2 de abril, se desató en Washington un
espectáculo de marcado contraste. El presidente estadounidense,
Trump, ofreció
una
actuación de la que muchos aún no se han recuperado. Su anuncio de
un aumento de aranceles, que afectaría a todos los países,
distanció incluso a algunos de los aliados más cercanos de Estados
Unidos. Enmarcado como una respuesta necesaria a una «emergencia
nacional» (el pretexto se basa en razones legales, no de seguridad),
su discurso, que muchos compararon con un discurso más propio de un
preescolar
que
del líder de la superpotencia militar mundial, pintó una narrativa
de victimización. Habló de un Estados Unidos brutalizado, «violado»
y «saqueado», sin mencionar la explotación, las intervenciones ni
las anexiones extranjeras que han caracterizado durante mucho tiempo
las políticas estadounidenses.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, firma una orden ejecutiva junto al músico de derechas Kid Rock en la Oficina Oval de la Casa Blanca el 31 de marzo de 2025.
Los
economistas identificaron
rápidamente los aranceles como una manifestación de proteccionismo
económico, que protegía a las industrias nacionales de la
competencia extranjera. Sin embargo, también los
interpretaron
como una negación de dos verdades cruciales: primero, que otros
países no son responsables del déficit comercial de Estados Unidos,
y segundo, que cualquier efecto positivo de la guerra arancelaria
beneficiaría a los estadounidenses más ricos, no a los más pobres.
No
se requiere una gran perspicacia para concluir que el enfoque de
Trump es diametralmente opuesto al de Xi. Mientras China promueve la
apertura, la cooperación y la interdependencia, Estados Unidos se
está aislando, generando inestabilidad e imprevisibilidad en los
mercados globales. El enfoque chino se basa en el beneficio mutuo y
la interconexión global, mientras que Trump amplifica la
fragmentación económica, amenazando con interrumpir las cadenas de
suministro globales.
Pronto
quedó claro para las naciones afectadas por los aranceles de Trump
que se enfrentaban a una elección entre dos modelos: el de Xi, que
ofrece cooperación, inversión y progreso para todos, y el de Trump,
que exige aislamiento, autoprotección y un mundo lleno de enemigos
que buscan hacernos daño.
China
busca posicionarse como líder en estabilidad y crecimiento global,
mientras que Estados Unidos se aferra al aislacionismo y al
nacionalismo económico. El enfoque de Xi refuerza el mensaje
tradicional de China: la globalización es clave para fomentar la
colaboración y la estabilidad, en particular a través de
iniciativas como la Franja
y la Ruta.
En un mundo de creciente inestabilidad, China se presenta como un
oasis de seguridad para el capital, ofreciendo previsibilidad a largo
plazo y seguridad geoeconómica.
Por
el contrario, Estados Unidos se está refugiando en una forma de
soberanía económica que corre el riesgo de distanciarse de sus
socios globales. Los aranceles de Trump, por ejemplo, socavan las
normas de la Organización Mundial del Comercio y contribuyen a la
fragmentación del comercio mundial. En lugar de impulsar el
crecimiento global, Estados Unidos se está convirtiendo cada vez más
en una fuerza disruptiva en el escenario mundial.
Las
implicaciones geopolíticas de estas trayectorias divergentes son
claras: el enfoque de China encarna el poder mediante la conexión y
la cooperación, mientras que Estados Unidos busca el poder mediante
el control y la coerción. Algunos ven el "poder blando" de
China como una forma de expandir su influencia en infraestructura,
comercio e inversión, sin una confrontación directa. Al fomentar
una red global de interdependencia, el modelo chino resulta
especialmente atractivo para los países de la Mayoría Global, e
incluso para algunos países del Norte Global y sus
vecinos.
Tras la declaración de guerra económica de Trump, la postura de
China ha cobrado aún más relevancia. La respuesta no se hizo
esperar:
Pekín denunció los nuevos aranceles estadounidenses como "una
típica maniobra unilateral de intimidación" que "no
cumple con las normas del comercio internacional y perjudica
gravemente los derechos e intereses legítimos de China".

Una compradora explora productos japoneses en una exposición de productos de China, Japón y Corea del Sur en Qingdao, provincia de Shandong.
En
contraste, la estrategia estadounidense se presenta como una forma de
chantaje económico: aranceles, sanciones y restricciones para
mantener su dominio geopolítico. Sin embargo, esta estrategia está
cada vez más desconectada de las realidades del mundo globalizado.
Las élites económicas que dominan Washington están empobreciendo a
la población estadounidense, y los aranceles de Trump afectarán aún
más a los más pobres, un escenario que podría acelerar el declive
de Estados Unidos como líder económico mundial y la desdolarización
del mundo.
La
pregunta estratégica clave hoy es: ¿Quién liderará la
globalización posneoliberal? Si bien ya vivimos en un mundo
posneoliberal (algunos argumentan que el capitalismo mismo está
muerto),
es crucial preguntarse quién moldeará la globalización en el
futuro. ¿Adoptará el mundo un modelo inclusivo e interconectado con
nuevos centros de poder? ¿O dominarán el futuro bloques económicos
fragmentados y desglobalizados?
Actualmente,
China declara: «El mundo es lo suficientemente grande para todos».
Estados Unidos replica: «O estás con nosotros o contra nosotros; y
si no, pagarás aranceles más altos o comprarás nuestras armas».
Esto va más allá de un simple impasse económico; es una división
civilizacional, basada en valores y estratégica. La evolución de
esta dinámica definirá el futuro del orden económico global.
Fuente:
Globetrotter