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miércoles, 23 de abril de 2025

Dólar, déficits y crisis

 

      Profesor de economía de la Universidad Nacional de Quilmes y la Universidad de Buenos Aires.


El 9 de abril, cuando se derrumbaban las acciones en Wall Street y en el resto del mundo, hubo ventas masivas de títulos del Tesoro. “Los bonos del Tesoro estadounidense se están liquidando a un ritmo poco común, niveles que históricamente han provocado algún tipo de intervención por parte de la Reserva Federal”, señaló Lale Akoner, analista Global de Mercados de eToro.



     Producto de estas ventas cayeron los precios de los títulos, con su contrapartida, el aumento de los rendimientos: el miércoles 9 de abril la tasa del bono a 10 años pasó del 3,9% al 4,5%; la tasa del bono a 30 años subió a 4,79%. Fue la mayor suba desde la pandemia, en 2020. Dado que se referencia en la tasa de los bonos públicos, la tasa hipotecaria a 20 años llegó a subir 20 puntos básicos. También subieron los rendimientos de los bonos corporativos con menor calificación (junk bonds). Y bonos de Gran Bretaña, Australia y Japón.

En los días posteriores los rendimientos bajaron (o sea, se recuperaron los precios de los bonos), pero queda el interrogante de por qué la caída de los títulos. En especial porque fue a contramano de lo ocurrido en crisis anteriores, en las que los inversores que salían del mercado bursátil demandaban títulos del Tesoro, a modo de refugio. Por ejemplo, cuando estalló la crisis financiera de 2008-2009 los títulos del Tesoro subieron. ¿Por qué no ocurrió algo similar en la presente crisis?

Tres explicaciones

Una primera explicación que se ha dado de la caída de los precios de los títulos del Tesoro es que China salió a vender masivamente, en respuesta a la guerra comercial desatada por Washington. Es una explicación plausible, pero nada indica que China haya aumentado significativamente la venta de bonos en los últimos días. Más importante, la tenencia china de bonos del Tesoro de EEUU ha venido disminuyendo en los últimos años; hoy ronda los US$0,8 billones.

Una segunda explicación (adelantada entre otros por analistas del UBS) es que fondos de cobertura (hedge funds) se vieron forzados a desarmar posiciones que apostaban a la suba de los activos. Estos fondos operan con alto grado de apalancamiento. De ahí que cuando el mercado no se mueve en el sentido en que han hecho sus apuestas (al alza o a la baja) necesitan hacerse de liquidez a cualquier precio, ya sea porque deben reponer garantías estipuladas en los contratos con los prestamistas, como devolver el dinero a los clientes que piden el reembolso de sus inversiones. De ahí las ventas forzadas de títulos del Tesoro, que son altamente líquidos (sobre los mecanismos del apalancamiento, aquí).

La tercera explicación de la caída de los precios de los bonos tiene que ver con una cuestión fundamental: la desconfianza de los inversores. Esto es, la demanda de los títulos del Tesoro no habría aumentado en la medida en que aumentó la oferta porque estaría disminuyendo la confianza de los inversores. Por eso, los bonos y letras del Tesoro no fungieron, ante la crisis, como reservas de valor. En palabras de un analista de Bloomberg, “se ha mandado un mensaje… la confianza del inversor ya no se puede considerar garantizada. Se plantea la posibilidad de que EE UU se esté convirtiendo en un lugar menos atractivo para invertir a largo plazo. La imprevisibilidad de las políticas y el menor crecimiento pueden generar una mayor preocupación por la sostenibilidad fiscal”.

Señalemos dos antecedentes: en 2011 Standard & Poor bajó, por primera vez en la historia, la calificación de la deuda de EEUU, de AAA a AA+. Y Fichte hizo lo mismo en 2023. El argumento fue el creciente déficit fiscal y “la falta de gobernanza”. El efecto no fue relevante, en términos prácticos, pero manifiesta el temor de que en algún momento EEUU no pueda pagar su deuda. O que deba aumentar significativamente las tasas ofrecidas para refinanciar la deuda. Lo que agravaría considerablemente el peso de los servicios de deuda, además de repercutir en el valor del resto de los activos financieros.

Estas cuestiones se vinculan con los déficits de cuenta corriente y fiscal, y la evolución de la posición inversora de EEUU. Lo presentamos brevemente en los cuadros que siguen.

Déficit de cuenta corriente, posición inversora neta, y déficit fiscal de EEUU en perspectiva

El primer cuadro registra la evolución de la cuenta corriente en los últimos 44 años. Para los lectores que no son economistas recordamos que la cuenta corriente registra el comercio en bienes (automóviles, chips, soja, etc.) y servicios (fletes, turismo, etc.); más salidas o entradas de dinero por intereses, ganancias y utilidades, royalties, salarios, etcétera.


Entre 2022 y 2024 el déficit anual promedio fue superior al billón de dólares.

Si el balance de la cuenta corriente es negativo, debe financiarse con superávit en la cuenta de capital. Esto es, los residentes deberán vender activos a extranjeros, o tomar créditos. Y si la entrada de capitales no cubre el déficit de cuenta corriente, o sea, si la balanza de pagos es deficitaria, el Banco Central perderá reservas; lo opuesto si hay superávit en la balanza de pagos.

De lo anterior resulta la posición inversora internacional neta. Es la diferencia entre las inversiones que realizan los residentes del país en el exterior (activos) y las inversiones que realizan los extranjeros en el país (pasivos). La presentamos en el segundo cuadro:




Desde 1990 la posición inversora neta internacional de EEUU ha sido negativa; y crecientemente negativa. Al finalizar 2024 lo era por US$26,23 billones: los activos totalizaban US$35,89 billones y los pasivos US$62,12 billones. Al finalizar 2023 la posición neta estaba en rojo por US$19,85 billones. O sea, aumentó más del 30% entre 2023 y 2024. Por último, presentamos un cuadro de la evolución de la deuda nacional bruta en la última década.

Recordemos que la deuda nacional es el monto de dinero tomado en préstamo que el gobierno federal acumuló a lo largo del tiempo. Se compone de la deuda en manos del público y la deuda con las agencias gubernamentales (por ejemplo, la seguridad social). La más relevante desde el punto de vista económico es la que está en manos del público. Esta deuda se ha vendido en los mercados de crédito e influencia directamente las tasas de interés. Consiste de inversión en títulos del Tesoro: bonos (vencimientos entre 20 y 30 años); notas (2 a 10 años) y letras (4 semanas), comercializados en operaciones privadas.




La deuda pública en marzo 2025 alcanza los US$36,22 billones. La deuda en manos del público es de US$28,96 billones. La intra-gobierno es de US$7,26 billones. El 77% de la deuda total está en manos de residentes de EEUU (la Reserva Federal es el mayor tenedor, US$5,2 billones, el 15% del total). El 23% es deuda externa (los acreedores son bancos centrales y otras entidades estatales, inversores y empresas extranjeros). Japón posee US$1,1 billones, que es el 3% del total; China US$0,8 billones, 2%; Gran Bretaña 0,69 billones, 2%. Otros países poseen US$5,3 billones (Charted: Here’s Who Owns U.S. Debt).

Mundialización del capital, el dólar y el déficit de cuenta corriente

Empecemos por los dos primeros gráficos, el déficit de la cuenta corriente y la posición crecientemente deudora de la economía estadounidense. El marco es la mundialización, o globalización del capital. Significa que la relación capitalista se ha extendido, y el planeta de conjunto es el terreno de operaciones de los capitales más concentrados.

Entre las consecuencias de esta globalización, una de las fundamentales es que la movilidad de las inversiones ha incrementado el poder del capital sobre el trabajo. Una dinámica que se intensificó desde la crisis capitalista de mediados de los 1970. Dada la intensificación de la competencia que ocurrió en aquellos años (en especial, entrada de empresas japonesas y alemanas en el mercado estadounidense), y la sobreproducción, los capitales más poderosos de los países centrales desplazaron muchas inversiones hacia países o regiones en que los salarios eran más bajos. Alternativamente, fueron a países que les otorgaban facilidades fiscales; o acceso privilegiado a fuentes de materias primas, además de salarios bajos y elevadas tasas de explotación.

Abiertamente, los empresarios amenazaban a los sindicatos con transferir operaciones al «tercer mundo» si no se avenían a sus exigencias. Y, de hecho, lo hicieron. El norte de México, con las maquiladoras, es un ejemplo. Las cadenas globales de valor, a lo largo de países industrializados y atrasados, son otro ejemplo. Las empresas que fabrican zapatillas en Vietnam o Camboya son otro ejemplo, y así podríamos seguir. Este proceso fue particularmente intenso en EEUU. Como resultado, la participación del empleo industrial en el total del empleo pasó del 25% en 1977 a menos del 10% en 2019.

La mundialización de la producción y realización del valor y la plusvalía fue, pues, un rasgo dominante de la época. No hubo estafa alguna a EEUU (ese disparate solo se le ocurre a un esperpento como Trump) sino explotación del trabajo intensificada y globalizada. Lo cual contribuyó al restablecimiento de la rentabilidad del capital. Cuando una empresa, por caso, invertía, o invierte, en México para vender su producto en EEUU, pagando apenas una fracción del salario que pagaría en EEUU, y produciendo con una tecnología avanzada, está apropiándose de una plusvalía extraordinaria. Y esto ocurrió, y sigue ocurriendo, a escala global.

Sin embargo, el proceso no es lineal, ya que los espacios nacionales de valor no son homogéneos. La economía mundial no es una totalidad abstracta, plana, sino concreta. Los espacios nacionales o regionales de valor se erigen sobre distintos niveles de productividad (desarrollo tecnológico) y valores de la fuerza de trabajo, y están conectados por los tipos de cambio. Lo cual remite a una jerarquía de monedas, con el dólar como moneda mundial.

Destacamos que la dominancia del dólar como moneda mundial ha sobrevivido a la caída del sistema de Bretton Woods y a la disminución de la participación del producto de EEUU en el producto mundial. Más aún, su participación en la facturación del comercio global, en la deuda internacional, y el crédito no bancario internacional supera su participación en el comercio, la emisión internacional de bonos y empréstitos y los préstamos transfronterizos. Incluso después de la crisis financiera de 2008-2009 aumentó su participación en la deuda internacional y los empréstitos bancarios. Ninguna moneda ha sido rival del dólar en este rol. A comienzos de los 2000 se vislumbró que el euro podría desafiarlo, pero esto no ocurrió. El rol del euro como moneda mundial está estancado. Tampoco el renminbi pudo, por ahora, desplazar el rol del dólar (nos basamos en “The Stealth Erosion of Dollar Dominance: Active Diversifiers and the Rise of Nontraditional Reserve Currencies”, Serkan Arslanalp, Barry Eichengreen, and Chima Simpson-Bell, IFM, WP/22/58, 2022).

Esto hace que el capital dinero -acumulación de plusvalías producidas a nivel global- en tanto se mantiene como reserva de valor, o atesorado, lo haga, principalmente a través de la compra de activos financieros estadounidenses y/o nominados en dólares. Una situación de este tipo adquiere especial relevancia cuando se produce lo que Marx llamó una plétora del capital: los capitales se mantienen en estado líquido -o sea, no se reinvierten en la producción. Valorizados por plusvalía producida y realizada en diferentes países y regiones, esos capitales consideran al dólar y a la economía estadounidense como refugios seguros. Mucho de esto ha ocurrido en los años previos a la crisis financiera. De ahí la entrada de capitales que financian el déficit de cuenta corriente, participan del financiamiento del déficit fiscal y por ahora contribuyen al sostenimiento del valor del dólar.

La perspectiva de una crisis del dólar en tanto dinero mundial

Por lo desarrollado, se plantea una contradicción entre el rol del dólar como moneda nacional y su rol como dinero mundial. Es que, en tanto moneda nacional, y según los patrones clásicos del comercio internacional, debería depreciarse, dado el déficit en la cuenta corriente. Pero en su rol de dinero mundial, es imprescindible que encarne valor y sea medio de atesoramiento. Agregando que ese rol explica la entrada de capitales y el consiguiente financiamiento de los déficits.

El tema es, sin embargo, que el dólar como moneda mundial flota sobre un mar de deudas, y esto es intrínsecamente contradictorio con su papel de dinero mundial. Las necesidades de financiamiento de los dos déficits -cuenta corriente y fiscal- siguen creciendo. Por caso, en 2025 el gobierno de EEUU debe refinanciar deuda por US$7 billones. El déficit en cuenta corriente no se achica y las medidas proteccionistas que acaba de implementar Washington solo empeorarán las cosas. La perspectiva de una recesión global -en el marco de sobreproducción, guerras de precios y enfrentamientos geopolíticos- es real. Una depresión global dispararía una gigantesca destrucción de valores. El dólar no sería inmune a ella. Sin embargo, en tanto moneda mundial, debe ser poder, “la forma siempre pronta, absolutamente social de la riqueza” (Marx, El capital, p. 160, t. 1). Es desde ese lugar que “funciona como medio general de pago, medio general de compra y concreción material, absolutamente social de la riqueza en general” (ibídem, p. 175). Esta contradicción, entre el rol del dólar como dinero mundial, y las gigantescas deudas que se acumulan, es la causa última de la desconfianza de los inversores.

Los síntomas no son nuevos. En los últimos años China, Rusia (antes de la invasión a Ucrania) y Turquía han estado comprando oro. También India, en 2024. Entre 2022 y 2024 bancos centrales compraron más de 1000 toneladas de oro por año. El justificativo: “es el dinero sin riesgo”. También “es el único activo que no es pasivo de ningún gobierno”, A su vez, China, Arabia Saudita y Brasil han bajado la tenencia de títulos del Tesoro.

La caída de los precios de los títulos del Tesoro en la crisis en curso es otro llamado de alerta. Todo indica que la mencionada contradicción que atraviesa al dólar debería desembocar, en algún punto, en una crisis monetaria y financiera de proporciones. Por ejemplo, si los inversores comienzan a pedir más tasa para financiar el déficit fiscal de EEUU; o si se frena la entrada de capitales a EEUU. En esta última eventualidad habría una crisis en la balanza de pagos que empujaría a una devaluación del dólar. Con el agravante que EEUU puede pagar sus deudas emitiendo su propia moneda. Si ocurriera, se aceleraría la depreciación del dólar y los acreedores (bancos centrales, entidades financieras, empresas y otros tenedores de títulos del Tesoro) sufrirían pérdidas gigantescas. Cualquiera de esos escenarios, desataría crisis al interior de los países afectados. En particular, será necesario seguir la evolución de la crisis inmobiliaria que se está desarrollando en China. Así como los cambios que están ocurriendo a nivel geopolítico, que por momentos apuntarían a la formación de bloques económicos en creciente tensión.



Fuente: Rebelión

domingo, 20 de abril de 2025

China aguanta el pulso arancelario y confía en su gran potencial en tierras raras para batir a Trump

 

      Periodista y analista para Público en temas internacionales. Especialista universitario en Servicios de Inteligencia e Historia Militar.


Pekín descarta claudicar en la guerra arancelaria declarada por Trump y apuesta por doblegar a EEUU en el sector de los minerales, clave para las últimas tecnologías.


     En la guerra comercial global declarada por el presidente de EEUU, Donald Trump, para imponer la hegemonía económica estadounidense, China dispone de un arma que podría poner de rodillas a la principal economía del mundo. De momento, Pekín apuesta por utilizarla para devolver la calma a los mercados e impedir un mayor caos comercial internacional.


La búsqueda de tierras raras se ha convertido en una estrategia fundamental en el mundo.

Se trata de su predominio en el sector de las tierras raras, esos minerales críticos imprescindibles para la manufactura de componentes electrónicos de última generación. China se encuentra en una posición en la que podría obligar a cualquier país a arrodillarse y negociar en este ámbito en los próximos años.

Esos minerales estratégicos son utilizados para elementos tecnológicos militares, del transporte y sobre todo de la comunicación, especialmente en la telefonía móvil. La respuesta china a la guerra comercial declarada por Trump con sus aranceles en ristre, además de elevar sus propias tasas a la importación, ha limitado las exportaciones de esas tierras raras.


Vista aérea del puerto de Shanghái​, epicentro del comercio en China.

China tiene el 61% de la producción mundial de tierras raras extraídas, pero controla el 92% del procesamiento. Es decir, tras décadas de silencioso trabajo en este sector, Pekín domina su cadena de suministro y puede decidir qué empresas son abastecidas de esos elementos químicos.

Estados Unidos y muchos otros países han dependido de China en el suministro de estos minerales procesados y ahora comprueban la distancia abismal que les separa con Pekín. Entre 2020 y 2023, Estados Unidos dependió de China para el 70% de sus importaciones de todos los compuestos y metales de tierras raras.

Por eso, las restricciones chinas a la exportación de estos elementos pueden ser un torpedo bajo la línea de flotación de la tecnología estadounidense, en especial en áreas clave como la industria de la defensa.

La guerra comercial con China no le sale bien a Trump

En estos momentos, EEUU y China mantienen las espadas en alto en su disputa arancelaria, detonada por la decisión de Trump de imponer aranceles comerciales prácticamente al planeta entero. El problema es que con Pekín ha querido dar una lección excepcional, identificando a China como un enemigo a abatir y tratando de someter a los productos chinos al escenario que Trump quiere para la economía estadounidense. Ya lo intentó en su anterior mandato presidencial, entre 2017 y 2021, sin mucho éxito.


El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, después de firmar dos órdenes ejecutivas que dieron lugar a los aranceles recíprocos.

Ahora, totalmente desatado por su control semidespótico de los principales resortes de poder en EEUU, Trump ha creído que podría presionar a los chinos y someterlos a sus caprichos comerciales sin que estos no alzaran ni una ceja. No ha sido así y tras un toma y daca agudizado en las últimas semanas, actualmente los aranceles impuestos por Washington a los productos chinos ascienden a un disparatado 145%, mientras que las tasas chinas a los bienes estadounidenses se han elevado a un 125%.

En tales circunstancias, el daño a las economías mundiales, empezando por la estadounidense y la china, puede ser incalculable. La tensión de la cuerda es muy alta y podría llegar a romperse.

Aunque las instituciones financieras mundiales descartan una recesión generalizada, si las cosas se ponen feas estaríamos ante una crisis económica que recordaría los peores tiempos derivados de la guerra de Ucrania y de la pandemia de covid estos años atrás.

Una crisis mayor

Hace una semana, Trump decidió dar una tregua a la imposición de los aranceles a sus socios comerciales, que sin ser tan desmesurados como en el caso chino, seguían siendo insoportables. Ese respiro no incluía a China, que ha empezado a movilizarse comercial y políticamente para la resistencia.


Trabajadores en una fábrica de Hefei, en China.

Con el tiempo en contra, la Administración Trump pretende tener el control y cerrar las negociaciones con socios y contrincantes en el próximo mes. Respecto a la Unión Europea, la visita de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, a Washington esta semana parece haber desatascado algunas puertas bloqueadas, que podrían abrirse con ciertas cesiones del comercio europeo.

En el caso de China, Trump insiste en que ya hay conversaciones de por medio, pero los avances sustantivos no se ven. Y las amenazas de más inflación y de caída del crecimiento del PIB son reales para Estados Unidos en primer lugar. Pekín se limita a subrayar el error que está cometiendo Trump y a advertir de que tomará las medidas oportunas.

Y ya lo está haciendo, para pánico de los exportadores estadounidenses y de la propia clase política de Washington, que teme una invasión de los mercados por productos chinos muy rebajados en sus precios. Saben que China tiene la fuerza suficiente como para resistir esta oleada y la siguiente.

El doble rasero de EEUU

En un acto de doble rasero y máximo nerviosismo, es la Casa Blanca la que acusa a China de emprender "estrategias agresivas" y dañar a la economía estadounidense. Pero en los propios EEUU ya se empieza a cuestionar la estrategia de Trump y se recuerda que fue éste quien lanzó, al proclamar su "día de la liberación", la primera andanada en una guerra que nadie puede ganar.


Las banderas de Estados Unidos y China en un edificio de una empresa estadounidense de Pekín.

Los últimos aranceles y limitaciones al transporte marítimo chino, con tasas a los buques construidos y operados por China que lleguen a puertos estadounidenses, pueden subir los costes del transporte marítimo global, perturbar la estabilidad de la cadena de suministros y aumentar la inflación sobre todo en EEUU, como argumentó el portavoz de Asuntos Exteriores chino, Lin Jian.

No parece, pues, que vaya a funcionar ese plazo de "tres o cuatro semanas" del que habló Trump este jueves para alcanzar acuerdos arancelarios con todo el mundo, menos aún con China. La tregua parcial de 90 días declarada la semana pasada ya está contando y el reloj avanza sin demora. Todo el mundo sabe, sin embargo, que sobre estos acuerdos pende la espada de Damocles de la confrontación entre EEUU y China.

China se mueve con cautela; en EEUU sube el nerviosismo

La inquietud cunde en la Casa Blanca. "La pelota está en el tejado chino, es China quien ha de dar el primer paso", afirman en Washington los hombres de Trump. Pekín, entretanto aguarda. Aguarda y espera incluso que el presidente estadounidense pida una cumbre con el líder chino, Xi Jinping, para arreglar las cosas al máximo nivel. Ello supondría una victoria china sin paliativos y muy evidente a los ojos de todo el mundo.

La visita que el presidente chino acaba de finalizar por el sudeste asiático no es casual. Es ese movimiento que demandaba Trump, solo que Xi Jinping lo ha dado en una dirección contraria a la que esperaba el mandatario estadounidense. El mensaje es evidente: China ofrece estabilidad allí donde EEUU está promoviendo el caos.

Que la visita haya sido a una de las zonas comerciales de mayor auge en el mundo, además vecina de China, marca la fuerza del mensaje en una región, Asia Pacífico, donde Trump ha declarado una y otra vez que quiere izar la bandera de EEUU sin que ninguna otra le haga sombra.

El jaque mate chino de las tierras raras

Ahora queda ver el impacto que puede tener en esta guerra arancelaria la decisión china de meter al comercio de tierras raras en la trifulca. Los 17 elementos químicos que conforman las llamadas tierras raras no son tan raros ni difíciles de hallar. El problema es que no se encuentran en casi ninguna parte en los volúmenes precisos para su extracción, explotación, manufacturación y comercio de cara a la fabricación de componentes de telefonía móvil inteligente, pantallas, tecnología médica, láseres, coches eléctricos, cuadros de mando de los aviones de combate más avanzados, circuitos para submarinos, mecanismos sofisticados para satélites y muchos otros usos.

Esas tierras raras son el escandio, el itrio, el cerio, el lantano, el neodimio, el praseodimio, el prometio, el europio, el holmio, el erbio, el terbio, el iterbio, el tulio, el lutecio, el samario, el gadolinio y el disprosio.

Y es China, como se ha indicado, la que detenta casi todo el potencial en su producción y procesamiento, para disgusto de Trump, quien parece que es ahora, y de repente, cuando se ha dado cuenta del patinazo que puede haber dado al declararle al gigante asiático su cruzada arancelaria.

China tiene las mayores minas del mundo de al menos siete de esos elementos químicos raros, con una producción anual de 270.000 toneladas métricas frente a las 40.823 toneladas métricas extraídas en EEUU.

Fabricantes destacados en la industria de la defensa y aeroespacial de EEUU, como Lockheed Martin o Boeing, asisten muy preocupados al pulso entre Pekín y Washington, tras estar sufriendo ya las restricciones chinas. Los emporios del automóvil eléctrico, las comunicaciones y la computación tiemblan más, si cabe.

Si a merced de esta guerra de aranceles global, Pekín impone su monopolio en esos minerales estratégicos, China podría lanzar un jaque mate a EEUU y las consecuencias serían no solo económicas.

El riesgo de guerras regionales por los recursos

A la caza de esas tierras raras y otros metales estratégicos, como el cobalto, el coltán o el tántalo, Washington ya está evaluando una presencia militar en África para desplegarse en países ricos en esas reservas, como la República Democrática del Congo, y desplazar allí a las empresas chinas que comercializan esos minerales.

La misma semana que Trump lanzaba su guerra arancelaria global, su asesor especial para África, Massad Boulos, viajaba al Congo para negociar la ayuda militar que puede prestar EEUU a ese Gobierno a fin de librarlo de la guerrilla del M23 y del apoyo a ésta por parte de Ruanda a cambio de la adquisición de sus reservas de minerales estratégicos.

En un corto espacio de tiempo, África podría arder en guerras locales con EEUU, Rusia, China o Francia apoyando a Gobiernos o milicias rebeldes a fin de controlar la producción de esos minerales imprescindibles también para la fabricación de baterías de teléfonos móviles, ordenadores portátiles y tabletas, y el resto de destinos de última tecnología ya mencionados.

Si en el pasado se desataron guerras por el oro, las especias, el opio o el petróleo las próximas contiendas podrían ser por las tierras raras. Y tanto EEUU como China estarán de una u otra forma implicados.


Fuente: Público

viernes, 11 de abril de 2025

El dilema geoeconómico: ¿Globalización a la Xi o aislacionismo a la Trump?

 

      Profesora de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en la Universidad de San Cirilo y San Metodio en Skopie y la intelectual pública más influyente de Macedonia.


     Mientras el Occidente político lucha por mantener la cohesión en lo que a menudo se asemeja a un matrimonio disfuncional, que aparentemente se encamina hacia un divorcio inevitable , los acontecimientos que se desarrollan al otro lado del mundo fomentan el optimismo y la fe en alternativas. China se ha propuesto construir una «paz positiva» (en el sentido de Johan Galtung de bienestar, progreso y emancipación). Al erradicar con éxito la pobreza extrema, fomentar una clase media estable y alcanzar un crecimiento económico sin precedentes, China ha sentado las bases de dicha paz.

Con estos logros internos, no sorprende que esta filosofía también haya comenzado a manifestarse externamente. En consonancia con los principios de la Carta de las Naciones Unidas, y basándose en su reconocida sabiduría histórica, China ha abrazado la globalización, considerándola esencial para tender puentes de cooperación, todo ello sin imponer condiciones políticas ni inmiscuirse en los asuntos internos de otras naciones.


                  Xi Jinping da la bienvenida a líderes de Asia Central.


Por primera vez en la historia reciente, presenciamos una profunda división civilizacional en el ámbito económico entre Estados Unidos y China (por ahora, podemos dejar que Europa se enfrente a sus propios demonios y a sus vanas aspiraciones de relevancia global). Con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, una gran división parecía inevitable en múltiples frentes, similar a la de un elefante que se estrella contra una tienda de porcelana. La violación de las normas básicas de decencia, el humanitarismo internacional y los principios políticos y económicos fundamentales es evidente y difícil de ignorar.

Tras reflexionar un poco, y con la calma de un ajedrecista experimentado, Pekín anticipó los movimientos de Trump hacia el llamado «Día de la Liberación», anunciado en su discurso inaugural . Mientras el mundo se preparaba para la reapertura de la carpa del circo en el famoso Jardín de las Rosas (qué irónico), otra reunión tuvo lugar en Pekín. El 28 de marzo, el presidente chino, Xi Jinping, y los principales líderes del país se reunieron con más de 40 directores ejecutivos de empresas globales. Sus mensajes encarnaron el espíritu de la filosofía política china: China no divide a las naciones en amigos y enemigos, sino en amigos y amigos potenciales. En su discurso, Xi reafirmó que China sigue siendo una puerta abierta para los negocios globales, posicionando al país como un oasis de globalización y relaciones económicas estables.


El presidente Xi Jinping se reúne con representantes de la comunidad empresarial internacional.

Las declaraciones de Xi elogiaron a las empresas extranjeras que han colaborado durante mucho tiempo con China, subrayando que las inversiones extranjeras ayudaron a China a integrarse en la economía global, modernizar sus industrias y crear empleo. La política de apertura de China seguirá evolucionando con mayor intensidad, centrándose en la liberalización de los mercados, la mejora de los marcos institucionales y la garantía de un trato justo para las empresas extranjeras, afirmó. China promete un entorno político estable, un mercado seguro y la clase media más numerosa del mundo. En conclusión, Xi enfatizó que invertir en China significa invertir en el futuro: un futuro más prometedor para todos.

Apenas unos días después, el 2 de abril, se desató en Washington un espectáculo de marcado contraste. El presidente estadounidense, Trump, ofreció una actuación de la que muchos aún no se han recuperado. Su anuncio de un aumento de aranceles, que afectaría a todos los países, distanció incluso a algunos de los aliados más cercanos de Estados Unidos. Enmarcado como una respuesta necesaria a una «emergencia nacional» (el pretexto se basa en razones legales, no de seguridad), su discurso, que muchos compararon con un discurso más propio de un preescolar que del líder de la superpotencia militar mundial, pintó una narrativa de victimización. Habló de un Estados Unidos brutalizado, «violado» y «saqueado», sin mencionar la explotación, las intervenciones ni las anexiones extranjeras que han caracterizado durante mucho tiempo las políticas estadounidenses.


El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, firma una orden ejecutiva junto al músico de derechas Kid Rock en la Oficina Oval de la Casa Blanca el 31 de marzo de 2025.

Los economistas identificaron rápidamente los aranceles como una manifestación de proteccionismo económico, que protegía a las industrias nacionales de la competencia extranjera. Sin embargo, también los interpretaron como una negación de dos verdades cruciales: primero, que otros países no son responsables del déficit comercial de Estados Unidos, y segundo, que cualquier efecto positivo de la guerra arancelaria beneficiaría a los estadounidenses más ricos, no a los más pobres.

No se requiere una gran perspicacia para concluir que el enfoque de Trump es diametralmente opuesto al de Xi. Mientras China promueve la apertura, la cooperación y la interdependencia, Estados Unidos se está aislando, generando inestabilidad e imprevisibilidad en los mercados globales. El enfoque chino se basa en el beneficio mutuo y la interconexión global, mientras que Trump amplifica la fragmentación económica, amenazando con interrumpir las cadenas de suministro globales.

Pronto quedó claro para las naciones afectadas por los aranceles de Trump que se enfrentaban a una elección entre dos modelos: el de Xi, que ofrece cooperación, inversión y progreso para todos, y el de Trump, que exige aislamiento, autoprotección y un mundo lleno de enemigos que buscan hacernos daño.

China busca posicionarse como líder en estabilidad y crecimiento global, mientras que Estados Unidos se aferra al aislacionismo y al nacionalismo económico. El enfoque de Xi refuerza el mensaje tradicional de China: la globalización es clave para fomentar la colaboración y la estabilidad, en particular a través de iniciativas como la Franja y la Ruta. En un mundo de creciente inestabilidad, China se presenta como un oasis de seguridad para el capital, ofreciendo previsibilidad a largo plazo y seguridad geoeconómica.

Por el contrario, Estados Unidos se está refugiando en una forma de soberanía económica que corre el riesgo de distanciarse de sus socios globales. Los aranceles de Trump, por ejemplo, socavan las normas de la Organización Mundial del Comercio y contribuyen a la fragmentación del comercio mundial. En lugar de impulsar el crecimiento global, Estados Unidos se está convirtiendo cada vez más en una fuerza disruptiva en el escenario mundial.

Las implicaciones geopolíticas de estas trayectorias divergentes son claras: el enfoque de China encarna el poder mediante la conexión y la cooperación, mientras que Estados Unidos busca el poder mediante el control y la coerción. Algunos ven el "poder blando" de China como una forma de expandir su influencia en infraestructura, comercio e inversión, sin una confrontación directa. Al fomentar una red global de interdependencia, el modelo chino resulta especialmente atractivo para los países de la Mayoría Global, e incluso para algunos países del Norte Global y sus vecinos. Tras la declaración de guerra económica de Trump, la postura de China ha cobrado aún más relevancia. La respuesta no se hizo esperar: Pekín denunció los nuevos aranceles estadounidenses como "una típica maniobra unilateral de intimidación" que "no cumple con las normas del comercio internacional y perjudica gravemente los derechos e intereses legítimos de China".


Una compradora explora productos japoneses en una exposición de productos de China, Japón y Corea del Sur en Qingdao, provincia de Shandong.

En contraste, la estrategia estadounidense se presenta como una forma de chantaje económico: aranceles, sanciones y restricciones para mantener su dominio geopolítico. Sin embargo, esta estrategia está cada vez más desconectada de las realidades del mundo globalizado. Las élites económicas que dominan Washington están empobreciendo a la población estadounidense, y los aranceles de Trump afectarán aún más a los más pobres, un escenario que podría acelerar el declive de Estados Unidos como líder económico mundial y la desdolarización del mundo.

La pregunta estratégica clave hoy es: ¿Quién liderará la globalización posneoliberal? Si bien ya vivimos en un mundo posneoliberal (algunos argumentan que el capitalismo mismo está muerto), es crucial preguntarse quién moldeará la globalización en el futuro. ¿Adoptará el mundo un modelo inclusivo e interconectado con nuevos centros de poder? ¿O dominarán el futuro bloques económicos fragmentados y desglobalizados?

Actualmente, China declara: «El mundo es lo suficientemente grande para todos». Estados Unidos replica: «O estás con nosotros o contra nosotros; y si no, pagarás aranceles más altos o comprarás nuestras armas». Esto va más allá de un simple impasse económico; es una división civilizacional, basada en valores y estratégica. La evolución de esta dinámica definirá el futuro del orden económico global.


Fuente: Globetrotter

domingo, 9 de febrero de 2025

Estados Unidos, la mayor burbuja de la humanidad

 

 Por Juan Laborda 
      Profesor de Finanzas, Universidad Politécnica de Madrid.


Donald Trump no es una anomalía, sino la cristalización de ese pacto perverso entre dinero y política




     Trump personifica la decadencia terminal de las democracias occidentales, pero su ascenso no es más que el corolario lógico de una dinámica sistémica que, aunque algunos anticipamos, resultó imposible frenar por la incapacidad, personal y colectiva, de contrarrestar sus engranajes. Su figura encarna la culminación de un liberalismo desregulado y arrogante, cuyos brotes históricos —desde el colonialismo hasta el capitalismo salvaje— han dejado siempre secuelas de polarización y crisis civilizatorias. Las advertencias teóricas, desde el Totalitarismo Invertido de Sheldon Wolin hasta los análisis clásicos sobre el fascismo, parecen hoy profecías autocumplidas.

La implosión del bloque soviético en 1989 marcó un punto de inflexión: el neoliberalismo, hasta entonces contenido por la Guerra Fría, se despojó de toda ambigüedad. Bajo este nuevo orden, las demandas sociales y los principios democráticos quedaron subordinados a un dogma incuestionable: la infalibilidad del mercado. Este paradigma no fue un accidente, sino un proyecto orquestado con la complicidad activa de las grandes fuerzas políticas occidentales —liberales, conservadoras, democratacristianas e incluso socialdemócratas—, que abdicaron de su rol redistributivo. La academia, por su parte, legitimó este giro mediante modelos económicos elegantemente matematizados pero desconectados de la realidad material, convertida en sacerdocio al servicio del capital.


Consecuencias del neoliberasmo.

El resultado fue una mutación estructural: los economistas se erigieron en augures de los mercados, mientras una legión de policy experts reducía la política a un manual de “buenas prácticas” tecnocráticas. La izquierda tradicional, especialmente la socialdemocracia, pagó el precio más alto: su metamorfosis en gestora del statu quo la vació de contenido ideológico, fracturando su vínculo con sindicatos, clases medias empobrecidas y sectores vulnerables. Este vacío de representación alimentó el caldo de cultivo para la extrema derecha, en general, y el trumpismo, en particular.

En Estados Unidos, los partidos hegemónicos —Demócrata y Republicano— son corresponsables. Su colusión con élites corporativas y grupos de presión convirtió al Estado en un instrumento al servicio de intereses privados. Trump no es una anomalía, sino la cristalización de ese pacto perverso entre dinero y política. Lo mismo sucedió al otro lado del Atlántico: en Europa, la erosión progresiva de la socialdemocracia y la derecha institucional ha abierto compuertas a proyectos ultranacionalistas que, bajo retóricas de soberanía, replican el mismo guion: desmantelar instituciones, demonizar al diferente y normalizar el autoritarismo.

Trump, el fanfarrón, se olvida de ciertas cosas

La estrategia proteccionista de Donald Trump, bajo el lema “América Primero”, prioriza aranceles y sanciones comerciales para imponer la supremacía económica estadounidense. Su enfoque, centrado inicialmente en renegociar acuerdos como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) con México y Canadá, amenaza con desestabilizar el comercio global al ignorar la interdependencia económica. Por ejemplo, sus aranceles del 25% a México buscan forzar concesiones políticas, pero podrían desencadenar una crisis similar a la de 1982: la reducción de exportaciones mexicanas a Estados Unidos deprimiría el peso, dispararía la inflación y complicaría el pago de deuda en dólares, replicando un colapso regional.


Donald Trump durante un mitin en Arizona en agosto de 2024.

Igual el fanfarrón de Trump se acaba encontrando con algo que no espera: el colapso del orden monetario actual y el fin de la hegemonía del dólar

Las políticas de Trump tensionan la balanza de pagos de economías dependientes de Estados Unidos, especialmente en el Sur Global. Un dólar fuerte, derivado de la reacción inicial a las políticas arancelarias, encarece las importaciones y la deuda externa en estas naciones. Los países enfrentan un dilema perverso: aceptar los términos de Estados Unidos (con depreciación monetaria y caída del nivel de vida) o resistir mediante suspensiones de deuda y sustitución de importaciones. Yo, si fuera ellos, optaría por la segunda opción, y que les den. Si jugamos, hagámoslo todos. Igual el fanfarrón de Trump se acaba encontrando con algo que no espera: el colapso del orden monetario actual y el fin de la hegemonía del dólar.

Keynes tenía razón: la falacia de la teoría del comercio internacional de David Ricardo

La teoría del comercio internacional de David Ricardo, basada en la ventaja comparativa, sostiene que los países siempre encontrarán una manera de equilibrar sus pagos internacionales, ajustando salarios y precios para hacer sus exportaciones más competitivas. Esta lógica es la base del modelo de austeridad del FMI, que impone severos recortes presupuestarios a los países deudores con la esperanza de que reduzcan su déficit comercial.

Sin embargo, como explicó John Maynard Keynes en los debates económicos de los años 20 y 30, esta teoría es profundamente errónea. Durante el período de entreguerras, Estados Unidos exigió a sus aliados europeos que pagaran enormes deudas de guerra, que éstos trasladaron a Alemania, pero al mismo tiempo impuso aranceles que impedían que estos países generaran ingresos exportando a Estados Unidos. El resultado fue una espiral de crisis financiera y el auge de regímenes autoritarios que llevaron a la II Guerra Mundial.

Si se cumplen las amenazas de Trump, Estados Unidos estará violando ese principio fundamental al bloquear el acceso de otros países al comercio internacional, haciendo que sus deudas sean impagables

Keynes argumentó que un sistema financiero internacional funcional debe permitir que los países deudores generen ingresos exportando a los países acreedores. De lo contrario, el sistema colapsa bajo la presión de la deuda. La propuesta de Keynes en Bretton Woods de establecer un mecanismo de ajuste basado en el “bancor” buscaba precisamente evitar la polarización del mundo entre países acreedores y deudores. No le hicieron caso, y, ahora, con Trump, doble taza. Si se cumplen las amenazas de Trump, Estados Unidos estará violando ese principio fundamental al bloquear el acceso de otros países al comercio internacional, haciendo que sus deudas sean impagables. Repito, de nuevo, por segunda vez, ¡las deudas en dólares no se pagarán!

La arrogancia de Trump supone que las economías afectadas no responderán. Sin embargo, la historia muestra que opciones como suspender el pago de deuda (México, 1982), reorientar el comercio hacia China o impulsar alianzas regionales (BRICS, yuan digital) son viables. Estas medidas no solo debilitarían el dólar como moneda global, sino que acelerarían la fragmentación del sistema financiero. La política trumpiana, lejos de consolidar el poder estadounidense, podría catalizar su declive como eje económico hegemónico.

Hay algo más: Estados Unidos es la mayor burbuja de la humanidad

Hay algo de lo que nadie habla. Estados Unidos es en realidad la mayor burbuja de la historia de la humanidad. Todo lo que produce, sobretodo tecnología, bienes y servicios, está profundamente sobrevalorado. Un ejemplo es su programa militar y espacial. Gastan mucho más en armas que sus principales competidores, pero ahora mismo en el campo de batalla dejan mucho que desear –ver lo que está sucediendo en Ucrania-: no disponen de misiles hipersónicos, como los rusos, ni de aviones de combate de sexta generación, como los chinos. Está claro, como dice el matemático Nassim Talen, que hay un sobrepago –muy típico de los acuerdos público-privados-. Lo mismo sucede con el coche eléctrico, con el programa aeroespacial, con la industria farmacéutica, con su sistema educativo universitario… El último botón de muestra, la Inteligencia Artificial. En este campo, un grupo de niñatos pijos autócratas, no paran de extraer rentas desde sus atalayas en Sillicon Valley. Pero a la hora de la verdad llegan los chinos y sacan DeepSeek, mucho más barato y eficiente, porque al final, la ingeniería de las cosas, funciona.

La economía estadounidense ha mutado desde finales del siglo XX hacia un modelo dominado por las finanzas, profundamente extractivo, convirtiendo incluso derechos básicos universales, como la vivienda, la educación y la salud en activos especulativos. Además, es profundamente depredador, acelerando la crisis climática y la extracción de todo tipo de minerales y materias primas. Nos dirigimos a Thanatia –de eso va la fanfarronada sobre Groenlandia-. Fondos de inversión y bancos han inflado artificialmente los precios de la vivienda, transformándola en un instrumento de rentabilidad en lugar de un derecho. La educación, sujeta a deudas estudiantiles abusivas, y la salud, controlada por aseguradoras y farmacéuticas que imponen precios monopolísticos desorbitados, reflejan cómo la financiarización prioriza el lucro sobre el acceso. El colofón final de estas dinámicas es el aumento del poder de mercado de ciertas empresas, que ha conllevado un aumento del capital extractivo (beneficios puros) a expensas del factor trabajo y el capital productivo. Este proceso ha desviado capital de la inversión productiva hacia burbujas especulativas, agravando desigualdades y generando crisis cíclicas.

La sobrevaloración de activos estadounidenses es posible porque el resto del mundo acepta el dólar como garantía, pero una crisis de las deudas emitidas en dólares acelerará el giro hacia divisas alternativas

En este contexto, qué papel juega la política arancelaria de Trump. Desempolvemos la Paradoja de Robert Triffin. La hegemonía del dólar como moneda global obliga a Estados Unidos a mantener déficits crónicos para abastecer al mundo de liquidez, pero estos mismos déficits socavan la confianza en su valor. Trump agrava esta paradoja: su proteccionismo limita la circulación internacional del dólar, mientras la financiarización exige su emisión. La sobrevaloración de activos estadounidenses (desde acciones hasta servicios educativos) ahora es posible porque el resto del mundo acepta el dólar como garantía, pero una crisis de las deudas emitidas en dólares acelerará el giro hacia divisas alternativas (yuan) y alianzas como los BRICS. La política trumpiana, al obstruir el comercio global, acelerará la fuga de confianza hacia otras monedas.

El modelo estadounidense —financiarización, oligarquía rentista e imposición de la hegemonía del dólar— choca contra sus límites. Trump, al imponer aranceles y restricciones comerciales, no fortalece a Estados Unidos., sino que acelera la erosión de su moneda y su influencia. La combinación de deuda impagable, represalias internacionales (suspensión de pagos, comercio en yuan) y la pérdida de credibilidad del dólar podría desencadenar un colapso sistémico. Lejos de restaurar la grandeza, la estrategia de Trump reproduce los errores de los años 30: proteccionismo que alimenta crisis, desigualdad que polariza sociedades y un declive hegemónico. El resultado no será un reajuste, sino una implosión. Por eso me entra la duda, ¿y si en realidad Trump fuera un agente infiltrado, al servicio de otra potencia, y su lema otro, MAGA: Manufacturing America’s Gradual Annihilation?


Fuente: EL SALTO