viernes, 11 de abril de 2025

El dilema geoeconómico: ¿Globalización a la Xi o aislacionismo a la Trump?

 

      Profesora de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en la Universidad de San Cirilo y San Metodio en Skopie y la intelectual pública más influyente de Macedonia.


     Mientras el Occidente político lucha por mantener la cohesión en lo que a menudo se asemeja a un matrimonio disfuncional, que aparentemente se encamina hacia un divorcio inevitable , los acontecimientos que se desarrollan al otro lado del mundo fomentan el optimismo y la fe en alternativas. China se ha propuesto construir una «paz positiva» (en el sentido de Johan Galtung de bienestar, progreso y emancipación). Al erradicar con éxito la pobreza extrema, fomentar una clase media estable y alcanzar un crecimiento económico sin precedentes, China ha sentado las bases de dicha paz.

Con estos logros internos, no sorprende que esta filosofía también haya comenzado a manifestarse externamente. En consonancia con los principios de la Carta de las Naciones Unidas, y basándose en su reconocida sabiduría histórica, China ha abrazado la globalización, considerándola esencial para tender puentes de cooperación, todo ello sin imponer condiciones políticas ni inmiscuirse en los asuntos internos de otras naciones.


                  Xi Jinping da la bienvenida a líderes de Asia Central.


Por primera vez en la historia reciente, presenciamos una profunda división civilizacional en el ámbito económico entre Estados Unidos y China (por ahora, podemos dejar que Europa se enfrente a sus propios demonios y a sus vanas aspiraciones de relevancia global). Con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, una gran división parecía inevitable en múltiples frentes, similar a la de un elefante que se estrella contra una tienda de porcelana. La violación de las normas básicas de decencia, el humanitarismo internacional y los principios políticos y económicos fundamentales es evidente y difícil de ignorar.

Tras reflexionar un poco, y con la calma de un ajedrecista experimentado, Pekín anticipó los movimientos de Trump hacia el llamado «Día de la Liberación», anunciado en su discurso inaugural . Mientras el mundo se preparaba para la reapertura de la carpa del circo en el famoso Jardín de las Rosas (qué irónico), otra reunión tuvo lugar en Pekín. El 28 de marzo, el presidente chino, Xi Jinping, y los principales líderes del país se reunieron con más de 40 directores ejecutivos de empresas globales. Sus mensajes encarnaron el espíritu de la filosofía política china: China no divide a las naciones en amigos y enemigos, sino en amigos y amigos potenciales. En su discurso, Xi reafirmó que China sigue siendo una puerta abierta para los negocios globales, posicionando al país como un oasis de globalización y relaciones económicas estables.


El presidente Xi Jinping se reúne con representantes de la comunidad empresarial internacional.

Las declaraciones de Xi elogiaron a las empresas extranjeras que han colaborado durante mucho tiempo con China, subrayando que las inversiones extranjeras ayudaron a China a integrarse en la economía global, modernizar sus industrias y crear empleo. La política de apertura de China seguirá evolucionando con mayor intensidad, centrándose en la liberalización de los mercados, la mejora de los marcos institucionales y la garantía de un trato justo para las empresas extranjeras, afirmó. China promete un entorno político estable, un mercado seguro y la clase media más numerosa del mundo. En conclusión, Xi enfatizó que invertir en China significa invertir en el futuro: un futuro más prometedor para todos.

Apenas unos días después, el 2 de abril, se desató en Washington un espectáculo de marcado contraste. El presidente estadounidense, Trump, ofreció una actuación de la que muchos aún no se han recuperado. Su anuncio de un aumento de aranceles, que afectaría a todos los países, distanció incluso a algunos de los aliados más cercanos de Estados Unidos. Enmarcado como una respuesta necesaria a una «emergencia nacional» (el pretexto se basa en razones legales, no de seguridad), su discurso, que muchos compararon con un discurso más propio de un preescolar que del líder de la superpotencia militar mundial, pintó una narrativa de victimización. Habló de un Estados Unidos brutalizado, «violado» y «saqueado», sin mencionar la explotación, las intervenciones ni las anexiones extranjeras que han caracterizado durante mucho tiempo las políticas estadounidenses.


El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, firma una orden ejecutiva junto al músico de derechas Kid Rock en la Oficina Oval de la Casa Blanca el 31 de marzo de 2025.

Los economistas identificaron rápidamente los aranceles como una manifestación de proteccionismo económico, que protegía a las industrias nacionales de la competencia extranjera. Sin embargo, también los interpretaron como una negación de dos verdades cruciales: primero, que otros países no son responsables del déficit comercial de Estados Unidos, y segundo, que cualquier efecto positivo de la guerra arancelaria beneficiaría a los estadounidenses más ricos, no a los más pobres.

No se requiere una gran perspicacia para concluir que el enfoque de Trump es diametralmente opuesto al de Xi. Mientras China promueve la apertura, la cooperación y la interdependencia, Estados Unidos se está aislando, generando inestabilidad e imprevisibilidad en los mercados globales. El enfoque chino se basa en el beneficio mutuo y la interconexión global, mientras que Trump amplifica la fragmentación económica, amenazando con interrumpir las cadenas de suministro globales.

Pronto quedó claro para las naciones afectadas por los aranceles de Trump que se enfrentaban a una elección entre dos modelos: el de Xi, que ofrece cooperación, inversión y progreso para todos, y el de Trump, que exige aislamiento, autoprotección y un mundo lleno de enemigos que buscan hacernos daño.

China busca posicionarse como líder en estabilidad y crecimiento global, mientras que Estados Unidos se aferra al aislacionismo y al nacionalismo económico. El enfoque de Xi refuerza el mensaje tradicional de China: la globalización es clave para fomentar la colaboración y la estabilidad, en particular a través de iniciativas como la Franja y la Ruta. En un mundo de creciente inestabilidad, China se presenta como un oasis de seguridad para el capital, ofreciendo previsibilidad a largo plazo y seguridad geoeconómica.

Por el contrario, Estados Unidos se está refugiando en una forma de soberanía económica que corre el riesgo de distanciarse de sus socios globales. Los aranceles de Trump, por ejemplo, socavan las normas de la Organización Mundial del Comercio y contribuyen a la fragmentación del comercio mundial. En lugar de impulsar el crecimiento global, Estados Unidos se está convirtiendo cada vez más en una fuerza disruptiva en el escenario mundial.

Las implicaciones geopolíticas de estas trayectorias divergentes son claras: el enfoque de China encarna el poder mediante la conexión y la cooperación, mientras que Estados Unidos busca el poder mediante el control y la coerción. Algunos ven el "poder blando" de China como una forma de expandir su influencia en infraestructura, comercio e inversión, sin una confrontación directa. Al fomentar una red global de interdependencia, el modelo chino resulta especialmente atractivo para los países de la Mayoría Global, e incluso para algunos países del Norte Global y sus vecinos. Tras la declaración de guerra económica de Trump, la postura de China ha cobrado aún más relevancia. La respuesta no se hizo esperar: Pekín denunció los nuevos aranceles estadounidenses como "una típica maniobra unilateral de intimidación" que "no cumple con las normas del comercio internacional y perjudica gravemente los derechos e intereses legítimos de China".


Una compradora explora productos japoneses en una exposición de productos de China, Japón y Corea del Sur en Qingdao, provincia de Shandong.

En contraste, la estrategia estadounidense se presenta como una forma de chantaje económico: aranceles, sanciones y restricciones para mantener su dominio geopolítico. Sin embargo, esta estrategia está cada vez más desconectada de las realidades del mundo globalizado. Las élites económicas que dominan Washington están empobreciendo a la población estadounidense, y los aranceles de Trump afectarán aún más a los más pobres, un escenario que podría acelerar el declive de Estados Unidos como líder económico mundial y la desdolarización del mundo.

La pregunta estratégica clave hoy es: ¿Quién liderará la globalización posneoliberal? Si bien ya vivimos en un mundo posneoliberal (algunos argumentan que el capitalismo mismo está muerto), es crucial preguntarse quién moldeará la globalización en el futuro. ¿Adoptará el mundo un modelo inclusivo e interconectado con nuevos centros de poder? ¿O dominarán el futuro bloques económicos fragmentados y desglobalizados?

Actualmente, China declara: «El mundo es lo suficientemente grande para todos». Estados Unidos replica: «O estás con nosotros o contra nosotros; y si no, pagarás aranceles más altos o comprarás nuestras armas». Esto va más allá de un simple impasse económico; es una división civilizacional, basada en valores y estratégica. La evolución de esta dinámica definirá el futuro del orden económico global.


Fuente: Globetrotter

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