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jueves, 4 de septiembre de 2025

Alejandro Pedregal: “El decrecimiento no es ni primitivismo ni austeridad”

 

 Entrevista de Deva Mar Escobedo

      Periodista que escribe sobre clima en El Salto.


     Pedrógrão Grande, Portugal. Galería Nicolini, Lima. Torre Grenfell, Londres. Estos son los lugares de grandes incendios acontecidos todos en junio de 2017 y el punto del que parte Alejandro Pedregal en su libro Incendios. Una crítica ecosocial del capitalismo inflamable (Verso Libros, 2025), un análisis de la relación del capital con diferentes aspectos de la vida “en un sentido amplio”, según explica su autor.




Alejandro Pedregal es investigador del Consejo de Investigación de Finlandia y trabaja en el departamento de cine de la Universidad Aalto, en el país nórdico. Colabora con El Salto en temas relacionados con la crisis ecosocial o modelos políticos alternativos al capitalismo y se encuadra en el campo del decrecimiento, “uno de los movimientos que pueden iluminar una salida al contexto de policrisis ecosocial” y que para nada implica “una especie de primitivismo actual” o austeridad. Las críticas en este sentido al decrecimiento son ignorantes o interesadas, opina el cineasta: “El eslogan ‘no tendrás nada y serás feliz’ se ha achacado al decrecimiento cuando viene del Foro de Davos”.


Alejandro Pedregal, autor de 'Incendios' y colaborador de El Salto.

Sobre la vertiente metafórica del fuego, Pedregal da gran importancia al mito griego de Prometeo, el ser que robó el fuego a los dioses para dárselo a la especie humana. La lectura actual de la historia la entiende como un mito del productivismo, pero las influencias de culturas no occidentales en el origen del mito griego apuntan más al fuego como símbolo del conocimiento secular emancipado de los dioses. De las sociedades no occidentales hay mucho que aprender, sostiene Pedregal: estas culturas ponen en práctica los proyectos más relevantes para entender cómo construir modelos de sociedad alternativos al capitalismo. El colaborador de esta casa ha dedicado el libro “a la Resistencia del pueblo palestino, que insiste en educarnos cada día”.


Prometeo siendo encadenado por Vulcano - Dirck van Baburen.

Empiezas el libro aclarando que a pesar del del título, el tuyo no es un escrito sobre incendios como tal.

El libro se llama Incendios, pero no voy a describir el aspecto más inmediato que a uno se le ocurra sobre los incendios. El libro tiene tres capítulos centrales, cada uno parte de un incendio y hay una dimensión física o material que se aborda, pero, sobre todo, es una herramienta que nos lleva al plano simbólico a pensar en las dimensiones destructivas del capitalismo en el ámbito socioecológico. Intenta tratar el tema desde una perspectiva un poco más amplia de la que habitualmente se trabaja cuando se habla de incendios.

¿Puedes contarnos un poco más sobre esa relación entre los incendios y el capitalismo que mencionas?


Un vecino de Valdeorras frente a una de las casas destrozadas por los incendios de este verano.

La idea que guía el libro es el antagonismo o contradicción entre el capital y la vida, es decir, entre las necesidades del capital para constituirse y reproducirse como orden social y los límites contra los que choca, que son los límites de la vida en un sentido amplio, de la existencia.

Me acerco a cada uno de los incendios para explorar tres ejes de esa contradicción. Una [el incendio forestal en Pedrógrão Grande, Portugal] es el antagonismo entre capital y naturaleza. El segundo es el incendio de la Galería Nicolini en Lima, Perú, que analiza el antagonismo entre capital y trabajo. El tercero, el de la Torre Grenfell, se centra en el antagonismo entre el capital y la reproducción social, esos espacios necesarios para que aquellos que fueron expropiados de su acceso a los bienes comunes puedan reproducir su fuerza de trabajo y ser productivos en términos capitalistas.

Dentro del uso que le das al fuego como metáfora, hablas del capitalismo como sistema inflamable e identificas dos vertientes. La primera es la material y es fácil de entender: hemos visto estos días cómo la privatización y búsqueda del máximo beneficio potencia los incendios. A la segunda vertiente le dices simbólica. ¿En qué consiste?

Quizás la forma más sencilla de acercarse a esa dimensión sea entender por qué hablamos, cuando nos referimos al calentamiento global, de mundo en llamas. El fuego aparece como un elemento destructivo porque es el que mejor simboliza en el imaginario social lo que es el efecto de la acumulación de gases de invernadero en la atmósfera y el calentamiento global.

Las dimensiones simbólicas también movilizan formas de entender el mundo y hacen que lo entendamos de una manera particular. En ese sentido y pensando en el fuego, el mito de Prometeo está en el imaginario social —y también en el ecologista— como un mito del productivismo que recoge las esencias de la modernidad capitalista. Trato de aportar otra lectura a este mito que permita también entender que el fuego [otorgado por Prometeo a la humanidad a espaldas de los dioses en la mitología griega] puede ser un símbolo de conocimiento secular y ciencia democratizada que permita construir otro orden social y un desarrollo equilibrado dentro de los límites planetarios.

La lectura actual del mito de Prometeo no es inocua, ¿no? Porque lo que nos ofrece a la humanidad es, entre otras cosas, la capacidad de domar la naturaleza. Se junta esto con Descartes y de aquellos barros, estos lodos.

La lectura dominante del mito tiene un Prometeo del dominio sobre la naturaleza y productivista, una visión que viene de la división cartesiana entre sociedad y naturaleza. El mito ha tenido un recorrido histórico que tuvo que ver con el desarrollo del capitalismo a partir del siglo XIX y el eurocentrismo que ignoró las influencias de otras culturas en la historia del Prometeo griego.

Hay una serie de mitos que preceden al griego con personajes similares a Prometeo: Matariswan en pueblos védicos o el sumerio Enki. Planteaban esa idea del mito iluminador, pero no en el sentido de control de la naturaleza, sino de conocimiento secular que se emancipa de los dioses. Esos aspectos se fueron perdiendo con el eurocentrismo que viene del pensamiento cartesiano.

Citas a John Bellamy Foster, sociólogo y prologuista del libro, para argumentar que en parte de la literatura de la literatura ecológica hay una crítica esencialista a la modernidad. ¿Confundimos decrecimiento con volver a lavar la ropa a mano en el río?

[Ríe]. Sí, ese es uno de los problemas. Esa idea del decrecimiento como una especie de primitivismo actual se ha instalado de manera muy interesada por determinados sectores. En algunos casos por ignorancia; en otros por mala intención. Cualquiera que se ponga a leer a los autores del decrecimiento verá que no es ni primitivismo, ni austeridad, ni nada por el estilo. Hay un texto, por ejemplo, de Jason Hickel, muy breve donde plantea estos temas con una claridad meridiana. Enterarse de qué es el decrecimiento lleva una tarde.

El decrecimiento es uno de los movimientos que pueden iluminar una salida al contexto de policrisis ecosocial en el que estamos instalados. Lo que plantea es la reducción de la producción y el consumo más degradante, especialmente en el Norte global. Esto permitiría que el Sur global pudiera desconectar de las redes del capital global y desarrollar una economía local que no estuviera centrada en la exportación, sino en la satisfacción de las necesidades de las sociedades locales.

Hay mucha ignorancia, pero también mala intención en otros casos. El eslogan ese del “no tendrás nada y serás feliz” se achaca al decrecimiento cuando en realidad viene de[l Foro de] Davos.

Incides en la vertiente decolonial del decrecimiento. Es algo que veo un poco ausente cuando debaten quienes abogan por ir a menos con quienes defienden la sustitución de energía fósil y nuclear por renovable como manera de seguir creciendo. Sobre todo después del apagón, que hubo un debate muy técnico y el extractivismo estaba más ausente.




Mi marco de lecturas no procede únicamente del ámbito ecologista o del decrecimiento, sino que estoy ligado a lo que se conoce como marxismo tercermundista y a la literatura anticolonial y antiimperialista. Hay autores del decrecimiento que vinculan este modelo con la liberación del Sur global de las cadenas de suministro y valor globales. Hay un vínculo entre esas dimensiones del decrecimiento y las luchas del Sur global.

Poner el foco en esos trabajos es especialmente relevante porque en Occidente o en el Norte [global] a veces hablamos de propuestas ecosociales o bien muy lejanas en la historia o bien muy aisladas de los centros donde se mueve la mayoría de la población. Mientras, otras realidades han puesto o intentado poner en marcha otros tipos de organización socioecológica. Esos casos son mucho más amplios de lo que creemos. En ellos, además, encontramos muchos de los problemas a los que nos enfrentaríamos si tuviéramos que poner en marcha un proyecto de organización social diferente.

¿Puedes poner algún ejemplo?

Uno de los casos más relevantes es el desarrollo de la agroecología en Cuba en el periodo especial o las comunas en Venezuela. Thomas Sankara en Burkina Faso en los años 80 u organizaciones como La Vía Campesina, el MST [Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra de Brasil] o el MTST [Movimiento de los Trabajadores Sin Techo de Brasil].

La lucha por la supervivencia del pueblo palestino contra el genocidio de Israel también es una lucha entre dos modelos de organización social, uno [el de Israel] que procede de la expansión del capitalismo que adopta la forma del imperialismo occidental. Por otro lado, está la posibilidad de existir de modos alternativos de vida, pero todo esto va mucho más allá de las cuestiones socioecológicas que yo trato.

¿En qué estás trabajando ahora?

En un número especial de la Journal of Labor and Society sobre los aspectos imperialistas del ecomodernismo en el que participan autores bastante destacados, como Kai Heron y Nemanja Lukić. Estoy bastante ilusionado con este proyecto. Tengo otros textos en proceso. Uno es sobre lo que he llamado la gran colisión sistémica, que tiene que ver con el choque entre el declive del sistema mundo capitalista y el deterioro del sistema Tierra y ver cómo se podrían organizar los movimientos antisistémicos para crear alguna alternativa instituyente.

Fuente: EL SALTO

sábado, 16 de agosto de 2025

“Los fuegos no son naturales ni accidentales: son síntomas de un orden social concreto”

 

 Entrevista de Juan Bordera   
      Guionista, periodista y activista en Extinction Rebellion y València en Transició.


     Incendios: Una crítica ecosocial del capitalismo inflamable (2025, Verso Libros) es un libro atemporal, pero no podría haber salido en un momento más apropiado, con los incendios y la temperatura descontrolándose, especialmente en el área mediterránea.




Con prólogo del sociólogo John Bellamy Foster, el guionista y cineasta Alejandro Pedregal (Madrid, 1977) nos lleva a reflexionar sobre las causas sistémicas detrás de tres incendios trágicos ocurridos en junio de 2017 en Portugal, Perú y Reino Unido, al tiempo que propone una crítica profunda al capitalismo como estructura de destrucción social y ecológica.


Alejandro Pedregal, autor del libro Incendios:  Una crítica ecosocial del capitalismo inflamable.

Me gustaría empezar preguntándole por el origen del libro. ¿De dónde surge?

Empecé a interesarme por aquellos incendios en el momento en que sucedieron, y creo que despertó aún más interés por ellos el hecho de que ocurrieran con tanta proximidad en el tiempo. Cuando empiezo a reflexionar sobre ellos no tenía en la cabeza escribir un libro. De hecho, por mi formación, por aquel entonces pensaba más en la posibilidad de hacer algo para una especie de ensayo-documental, al estilo de algunas obras emblemáticas del Tercer Cine y de trabajos más recientes de gente como Raoul Peck o Göran Olsson. Me interesaba esa especie de tríptico que se vinculaba a tantos casos y episodios históricos. De algún modo, esa idea primera me movilizó para armar la investigación, que pasó por diferentes fases e interrupciones por motivos que no siempre estuvieron relacionados directamente con el proyecto. Pero en cualquier caso, esa investigación fue ocupando más espacio y, al tiempo que se aparcaba la posibilidad de hacer un trabajo audiovisual, la escritura fue tomando la centralidad. Creo que ya por entonces era evidente que el trabajo se dirigía más hacia un tipo de formato escrito, como es el de este libro, pero esa idea primera afectó a la forma final que ha adoptado el trabajo.

Estas semanas se están produciendo incendios terribles en todo el país. ¿Están cambiando los incendios?

Sin duda. Estamos haciendo un experimento muy peligroso con nuestra atmósfera que lo está cambiando todo, una transformación profunda en la relación entre clima, territorio y fuego. La dimensión de los eventos extremos, ya sean incendios, inundaciones o sequías, está aumentando, y no de manera lineal. Ante esta situación, que requeriría un esfuerzo coordinado mayor, lo que nos encontramos es una mezcla de ignorancia y falta de voluntad política alarmante. Resulta muy preocupante que, ante el exceso de biomasa, el abandono rural y la presión climática, se oigan voces como las del president Salvador Illa concluyendo que “sobran bosques. En una región como el Mediterráneo, tan duramente afectada por el cambio climático, donde el mar se está calentando de manera descontrolada, los bosques resultan esenciales: secuestran carbono, amortiguan las temperaturas gracias a su bajo albedo, y equilibran el metabolismo de todo su entorno de forma multifuncional.


Imagen de la península ibérica captada por el satélite MODIS de la NASA el 1 de noviembre de 2024, durante la DANA.

Desde luego, el calentamiento global, unido al abandono de políticas públicas de gestión rural y forestal, han convertido muchos de estos bosques en auténticas bombas de relojería. Pero la solución no puede pasar por la eliminación de la masa forestal, sino por una gestión adaptativa y con visión de largo alcance. Esto implica revisar e intervenir sobre la arquitectura forestal, invertir en mantenimiento –controlando biomasa, por ejemplo– y abordar de raíz el desequilibrio campo-ciudad. Ante la transformación que estamos viviendo, la mejor forma de afrontar estos eventos extremos no es eliminando bosques para entregar el suelo a la agroindustria o la construcción, sino mediante políticas capaces de cuidarlos y cuidarnos.

Al abrir su libro, lo primero que hace es advertir de que este no es sobre incendios en sentido estricto, sino sobre la lógica destructiva del capitalismo. ¿Qué papel juega el fuego como símbolo?

El fuego cumple una función doble en la estructuración del libro. En su nivel material, sirve para narrar una serie de hechos que exponen cómo el capitalismo genera condiciones de catástrofe ecosocial, algo que se explora a partir de los incendios de Pedrógão Grande en Portugal, la Galería Nicolini en Lima y la torre Grenfell en Londres. Pero el fuego también se propone como una metáfora poderosa: representa la lógica expansiva, voraz y amoral del capital, que avanza de manera incontrolada por el planeta como “sujeto automático”, arrasando relaciones sociales, ecosistemas y formas de vida. No son fuegos ni naturales ni accidentales: son síntomas de una combustión sistémica provocada por un orden social concreto e inflamable. Se trata de un orden que se fundamenta en el despojo y la explotación a escala mundial para servir a la acumulación infinita, que es la base de la ideología del crecimiento.

Los tres incendios con los que arrancan cada uno de los tres capítulos centrales del libro ocurrieron en contextos muy distintos. ¿Qué los conecta estructuralmente?

El capitalismo como sistema tiene un carácter integral mundial. Por ello, aunque distantes en el mapa, esos incendios se presentaban unidos por el entramado histórico del capitalismo. Les une la lógica del capital que los engendra y su antagonismo inherente con la vida. Por ello, cada uno de estos incendios expresa diferentes aspectos de ese antagonismo: las contradicciones entre capital y naturaleza, entre capital y trabajo, y entre capital y reproducción social. Al analizar cada uno de esos incendios, junto a otros episodios históricos, se revelaba una dimensión distinta del “crimen social” del orden que habitamos, dominado por la mercantilización, la expropiación y la explotación globalizadas, aspectos todos atravesados a su vez por la segregación social, racial y de género. Los incendios del libro, en otras palabras, son sistémicos.

Por ello, el incendio de Portugal exponía cómo la lógica mercantil aplicada a ecosistemas y tierra, que está en la base histórica de los cercamientos, la división campo-ciudad y el colonialismo, y cuya expresión más notable cristaliza en el monocultivo, genera paisajes inflamables. El caso de Lima mostraba cómo la superexplotación laboral y la informalidad estructural en el sur global, que se manifiestan en condiciones de trabajo inseguras e insalubres, son condiciones constitutivas del orden imperial de acumulación que impone la dinámica expansiva del capital; un sistema global de jerarquías al que da forma el drenaje de valor que el Norte impone sobre el Sur. Por su parte, el incendio de la torre Grenfell ejemplificaba el declive de la vida cotidiana bajo el neoliberalismo, donde incluso el hogar, como espacio de descanso, alimento y cuidados, queda expuesto a la amenaza. La atrofia del urbanismo globalizado se ve condicionada por una migración climática creciente que condena a los sectores más vulnerables, especialmente feminizados y racializados.

En el caso de Pedrógão Grande, habla del eucalipto como símbolo de una transformación profunda del territorio. ¿Cómo se inscribe este proceso en la lógica del capital?

El incendio de Portugal expone cómo algo que puede resultar tan trivial como el eucalipto, al integrarse dentro de la dinámica capitalista de mercantilización universal, trasciende su condición natural para transformarse en parte de la maquinaria del propio capital.

Su implantación masiva en Portugal respondió a un modelo específico de modernización (algo próximo a lo que también sucedió en España), el cual veía en el monocultivo un medio rentable para el desarrollo de la industria, a expensas de poblaciones rurales, ecosistemas, suelos y biodiversidad. Bajo sus cenizas, lo que queda es una historia de cercamientos, expropiación y subordinación del uso del suelo a las exigencias del mercado. En ese sentido, el fuego no fue accidental, sino resultado de una racionalidad económica sociohistórica concreta, que convierte los bosques en activos mercantiles. Es una forma de acumulación por combustión, podríamos decir.

El capítulo sobre Lima profundiza en el concepto de “superexplotación”. ¿Por qué es importante este concepto para entender tragedias laborales como la de la Galería Nicolini?

Porque lo que ocurrió allí no fue un accidente, sino la culminación de una cadena de aspectos estructurales que impone el capital sobre la vida, en este caso, por medio del trabajo. Los dos jóvenes encerrados en condiciones de semiesclavitud murieron por estar insertos en un sistema que precisa de su vulnerabilidad para funcionar. El trabajo mercantilizado hace del trabajador una mercancía y el dominio del capital sobre la vida agota las alternativas para vivir fuera de él, especialmente para las clases más vulnerables de la periferia. La mal llamada “flexibilidad laboral” y el asalto a todo derecho laboral no son desviaciones del capitalismo globalizado, sino parte constitutiva de su funcionamiento. La superexplotación, como planteó Ruy Mauro Marini, es una condición estructural del capitalismo como sistema mundial, que desarrolla un vínculo inalienable entre los regímenes de dominio y de dependencia que impone el drenaje de valor.

Las cadenas de valor globales requieren que el Sur produzca barato y rápido para que el Norte consuma a bajo costo. Es lo que se ha denominado “el modo de vida imperial”; un modelo que agudiza la acumulación sistémica de basura, golpeando especialmente a la ecología humana de las masas trabajadores de la periferia. Para producir de este modo, se deben imponer condiciones laborales depredadoras: la seguridad y la salubridad suponen un costo que debe ser reducido a toda costa.


Acumulación sistémica de basura.

¿Qué papel juega la historia colonial en estos procesos de precarización contemporánea?

Un papel central. Las formas actuales de despojo, exclusión y subordinación no pueden entenderse sin su genealogía colonial. Desde el guano y el nitrato en Perú, hasta la expropiación de tierras comunales o la segregación urbana, hay una continuidad entre la acumulación colonial de riqueza y su actualización neoliberal. Las fronteras entre periferia y centro son el reflejo ampliado de la división entre campo y ciudad. Y no solo no han desaparecido, sino que se han ampliado debido a la lógica expansiva del capital. Es más, se reproducen tanto en los circuitos del comercio global como en los barrios marginalizados de las grandes metrópolis, donde viven las poblaciones racializadas, migrantes o empobrecidas, como se pudo comprobar en la torre Grenfell. 

Grenfell mostró cómo dentro de la lógica de acumulación capitalista reside una continuidad entre la historia colonial y el presente neoliberal, amenazando incluso los espacios donde se sostiene la vida: la vivienda, el cuidado, el descanso, la alimentación, el ocio. Y también que repensar la reproducción social implica cuestionar cómo ciertos cuerpos sociales –pobres, migrantes, mujeres– continúan siendo sacrificables hoy para mantener el orden vigente, también en las ciudades globales. Esa continuidad no es anecdótica ni accidental.

El libro concluye con una reflexión esperanzada, que podría resumirse en la idea de que “otro fuego es posible”. ¿Cómo se construye ese fuego emancipador del que habla? ¿Debemos “arder” para evitar el incendio?

Sí, ese otro fuego es el de una lucha colectiva que ya existe en las grietas del sistema, y que nos permiten reflexionar sobre las alternativas posibles. Desde propuestas de restauración metabólica como la agroecología hasta las apuestas por la toma y reparto de tierras de comunidades rurales e indígenas y otras experiencias vinculadas a los movimientos de liberación nacional en el Sur global o los feminismos populares, existe toda una variedad de propuestas tácticas y estratégicas destinadas al cambio sistémico que sitúan la vida en el centro frente al avasallamiento corporativo del capital. Son estas experiencias antisistémicas las que están construyendo, con mayor o menor grado de autorreflexividad, otra forma de habitar el mundo. 

Al hablar de ese “otro fuego” en el libro, sugiero una reinterpretación del mito de Prometeo más próxima a su original, vinculado a otros mitos orientales, como el védico Matariswan o el sumerio Enki, y apartado del eurocentrismo que ha dominado su lectura desde el siglo XIX, como símbolo de dominación sobre la naturaleza y del productivismo propio del proyecto de modernización capitalista. 

Pero este “otro fuego” es también una llamada a reflexionar sobre el papel de la ciencia como bien popular y al servicio de las necesidades humanas, liberada de la instrumentalización que el capital impone. Es ahí donde el papel emancipador del fuego puede servir para repensar, dentro de una concepción científica “pueblo céntrica” (como la denominaron un grupo de científicos latinoamericanos), una dialéctica entre los saberes de las prácticas sociales situadas y el conocimiento sistematizado, formalizado y técnico. Y como tal, ese fuego emancipador es un fuego verdaderamente democratizador, que no se impone, sino que se cultiva, se transmite y se enciende desde abajo, de acuerdo a la escala humana y los límites planetarios.

Pero no se queda ahí, sino que esa es la base sobre la que hace su propuesta de decrecimiento ecosocialista en el libro.

Efectivamente, el libro se propone como un trabajo de intervención, y la reflexión sobre el decrecimiento ecosocialista es parte de ella. En este sentido conviene subrayar que el decrecimiento aquí se propone como parte de una concepción antisistémica y, en consecuencia, antiimperialista. La inercia expansiva del capital –que ha dado forma a la globalización– permite identificar el capitalismo global con el imperialismo. Frente a ello, concibo el decrecimiento dentro de toda una constelación de movimientos antisistémicos, que en el Sur se desarrollan, entre muchos otros, dentro de ámbitos destinados a la toma y el reparto de tierras (como el MST y MTST, por ejemplo) o en políticas de restauración metabólica, como se da alrededor de la agroecología y ha abanderado La Vía Campesina. Es la unidad de diferentes movimientos antisistémicos –una suerte de Internacional Antisistémica si quieres–, operando en ámbitos específicos y con el potencial de unificación frente a la contradicción que supone el capitalismo global para la vida y el planeta, lo que entiendo como una apuesta a la que el decrecimiento debe incorporarse ante la urgencia planetaria de un cambio social.




Por este motivo, entiendo que el decrecimiento debe abordarse como una propuesta destinada principalmente, como indica el antropólogo Jason Hickel, al Norte global, que es la región que acumula el mayor impacto ecológico y social sobre el mundo. El Norte global impone un intercambio ecológico desigual por medio de las destructivas dinámicas de producción y consumo dominantes gracias a su posición jerárquica en el orden global. Esta perspectiva debe atender al vínculo entre el decrecimiento y lo que se ha llamado la desconexión –que Hickel recoge de los planteamientos de Samir Amin. Como parte del movimiento por la justicia climática, el decrecimiento de la producción y el consumo de alto impacto ecosocial permitiría al Sur “desconectarse” del dominio que imponen las cadenas de suministro del capital global. Con ello, la periferia del sistema podría redirigir sus estrategias productivas de forma autónoma y soberana, sin necesidad de centrarse en las exportaciones de manufacturas altamente contaminantes y degradantes para sus sociedad y ecosistemas. A su vez, desligarse de esos regímenes de dependencia permitiría desarrollar modelos de cooperación Sur-Sur que facilitarían modelos autosuficientes de desarrollo local, centrados en las necesidades socioecológicas y dando prioridad a un metabolismo social soberano. Por ello, entiendo que el decrecimiento es hoy uno más dentro de los diferentes movimientos antisistémicos, con sus fallas y carencias, pero seguramente el más receptivo a los reclamos del Sur que existe frente a otras posiciones del ecologismo en el Norte.


Fuente: Ctxt

sábado, 26 de abril de 2025

Los pueblos indígenas son marginados en la lucha climática global

 

      Periodismo y Comunicación desde Latinoamérica para el Cambio Global.


     A medida que el planeta se calienta y el impulso hacia la descarbonización cobra impulso, los pueblos indígenas, desde hace largo tiempo entre los defensores del medioambiente más eficaces del mundo, una vez más se están quedando atrás, revela un nuevo informe de las Naciones Unidas.

El informe “Estado de los Pueblos Indígenas del Mundo” expone un marcado desequilibrio: si bien esos pueblos representan solo seis por ciento de la población mundial, protegen 80 % de la biodiversidad que queda en el planeta, aunque reciben menos de uno por ciento de la financiación internacional para el clima.


Indígenas de la comunidad yanomami Xihopi, en el norte brasileño, cerca de la frontera entre dos estados con el mismo nombre en Brasil y Venezuela: Amazonas. Los pueblos indígenas no solo son afectados por la degradación de su hábitat, sino también marginados con una participación ínfima en la planificación, desarrollo y financiamiento de la acción en favor del clima, indica un estudio de las Naciones Unidas.

Hindou Oumarou Ibrahim, presidente del Foro Permanente de las Naciones Unidas para las Cuestiones Indígenas, sostiene en el prólogo del informe que “aunque nos vemos desproporcionadamente afectados por la crisis climática, los pueblos indígenas no somos víctimas”.

Somos custodios del mundo natural y estamos comprometidos a mantener el equilibrio natural del planeta para las generaciones venideras”, afirmó.

El estudio, dirigido por el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la ONU (Desa) ofrece una evaluación de la acción climática, que no solo carece de urgencia, sino también de equidad.

Desde proyectos de energía verde impuestos sin consentimiento, hasta decisiones políticas tomadas en espacios donde las voces indígenas están ausentes, sus comunidades con demasiada frecuencia se ven excluidas de las soluciones climáticas, desplazadas por ellas y privadas de los recursos para liderar el camino.

El informe exige un cambio radical en la forma en que se entiende y respeta el conocimiento indígena, reformulándolo no como “tradicional” o folclórico, sino como conocimiento científico y técnico.

Los autores argumentan que los sistemas de conocimiento indígena son “probados a lo largo del tiempo, basados en métodos” y construidos sobre relaciones directas con los ecosistemas que han sustentado la vida durante milenios.

Por ejemplo, cita el ejemplo de Perú, donde una comunidad quechua de Ayacucho (Andes del centro-sur) ha recuperado prácticas de siembra y recolección de agua para adaptarse a la disminución de los glaciares y la sequía.


Pobladores se movilizan en abril de 2024 en la ciudad de Tarapoto, en el departamento de San Martín, en la Amazonia peruana, en defensa de los bienes que les proporciona la naturaleza como la tierra y el agua, en creciente riesgo por las actividades como los monocultivos que han invadido la región selvática.

Esos métodos, parte de la gestión ancestral de los ciclos hidrológicos, ahora se comparten a través de las fronteras con agricultores costarricenses como modelo de cooperación climática Sur-Sur.

Mientras tanto, el pueblo comcaac de México, en el noroccidental estado de Sonora, codifica el conocimiento ecológico y marítimo en su lengua.

De ese modo, nombres como Moosni Oofia (donde se reúnen las tortugas verdes) y Tosni Iti Ihiiquet (donde nacen los pelícanos) actúan como puntos de referencia vivos, “vitales para su supervivencia”, enfatiza el informe.

El estudio también analiza cómo, incluso mientras el mundo adopta un futuro de energía renovable, muchos pueblos indígenas se encuentran en primera línea no como socios climáticos, sino como daños colaterales de algunas de las soluciones.

Las llamadas soluciones verdes a menudo representan una amenaza tan grande para los pueblos indígenas como la propia crisis climática”, señala el texto.

Expone que desde la expansión de los biocombustibles, los programas de compensación de carbono y la extracción de minerales para tecnologías de energía limpia, “la nueva economía a menudo se construye sobre viejas injusticias”.

En varios países de América, los proyectos de compensación de carbono vinculados a la conservación forestal también se han implementado sin consulta, a menudo en tierras indígenas, lo que resulta en degradación ambiental y exclusión de los beneficios financieros

El informe también incluye un capítulo encargado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) que detalla cómo los impactos del clima en la salud se interrelacionan con la vida social, cultural y espiritual de las comunidades indígenas.

Las mujeres indígenas se ven particularmente afectadas por la intersección del cambio climático y la salud.

En la Amazonia, la pérdida de biodiversidad inducida por el clima ha reducido el acceso a los recursos tradicionales: alimentos y plantas medicinales, lo que contribuye a las deficiencias nutricionales en mujeres embarazadas y lactantes, así como a vulnerabilidades más amplias en la salud de la comunidad.


La reserva de Tariquía en Bolivia, amenazada por la extracción de hidrocarburos, se caracteriza por su enorme biodiversidad.

A pesar de estos desafíos, el informe enfatiza la resiliencia, pues las comunidades están implementando estrategias de adaptación con raíces locales, a menudo lideradas por mujeres y ancianos.

Estas incluyen la restauración de dietas tradicionales, el fortalecimiento del intercambio de conocimientos intergeneracionales, y la adaptación de los calendarios de cosecha a los nuevos ritmos ecológicos.

Las comunidades indígenas continúan enfrentando barreras estructurales que les impiden acceder a la financiación climática internacional. Si bien importantes recursos fluyen a través de iniciativas climáticas en todo el mundo, menos de uno por ciento llega directamente a los pueblos indígenas.




El informe exige un cambio fundamental: no solo aumentar la financiación, sino también cambiar quién la controla.

Entre sus recomendaciones clave se encuentran la creación de mecanismos financieros liderados por indígenas, el reconocimiento formal de los sistemas de gobernanza indígenas y la protección de la soberanía de los datos.

De ese modo se garantiza que las comunidades controlen cómo se recopila y utiliza el conocimiento sobre sus tierras y medios de vida.

A menos que estos sistemas se transformen, advierte el informe, la acción climática corre el riesgo de reproducir los mismos patrones de exclusión y despojo que han socavado durante mucho tiempo tanto los derechos indígenas como los objetivos ambientales globales.


Fuente: Inter Press Service