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jueves, 4 de septiembre de 2025

Alejandro Pedregal: “El decrecimiento no es ni primitivismo ni austeridad”

 

 Entrevista de Deva Mar Escobedo

      Periodista que escribe sobre clima en El Salto.


     Pedrógrão Grande, Portugal. Galería Nicolini, Lima. Torre Grenfell, Londres. Estos son los lugares de grandes incendios acontecidos todos en junio de 2017 y el punto del que parte Alejandro Pedregal en su libro Incendios. Una crítica ecosocial del capitalismo inflamable (Verso Libros, 2025), un análisis de la relación del capital con diferentes aspectos de la vida “en un sentido amplio”, según explica su autor.




Alejandro Pedregal es investigador del Consejo de Investigación de Finlandia y trabaja en el departamento de cine de la Universidad Aalto, en el país nórdico. Colabora con El Salto en temas relacionados con la crisis ecosocial o modelos políticos alternativos al capitalismo y se encuadra en el campo del decrecimiento, “uno de los movimientos que pueden iluminar una salida al contexto de policrisis ecosocial” y que para nada implica “una especie de primitivismo actual” o austeridad. Las críticas en este sentido al decrecimiento son ignorantes o interesadas, opina el cineasta: “El eslogan ‘no tendrás nada y serás feliz’ se ha achacado al decrecimiento cuando viene del Foro de Davos”.


Alejandro Pedregal, autor de 'Incendios' y colaborador de El Salto.

Sobre la vertiente metafórica del fuego, Pedregal da gran importancia al mito griego de Prometeo, el ser que robó el fuego a los dioses para dárselo a la especie humana. La lectura actual de la historia la entiende como un mito del productivismo, pero las influencias de culturas no occidentales en el origen del mito griego apuntan más al fuego como símbolo del conocimiento secular emancipado de los dioses. De las sociedades no occidentales hay mucho que aprender, sostiene Pedregal: estas culturas ponen en práctica los proyectos más relevantes para entender cómo construir modelos de sociedad alternativos al capitalismo. El colaborador de esta casa ha dedicado el libro “a la Resistencia del pueblo palestino, que insiste en educarnos cada día”.


Prometeo siendo encadenado por Vulcano - Dirck van Baburen.

Empiezas el libro aclarando que a pesar del del título, el tuyo no es un escrito sobre incendios como tal.

El libro se llama Incendios, pero no voy a describir el aspecto más inmediato que a uno se le ocurra sobre los incendios. El libro tiene tres capítulos centrales, cada uno parte de un incendio y hay una dimensión física o material que se aborda, pero, sobre todo, es una herramienta que nos lleva al plano simbólico a pensar en las dimensiones destructivas del capitalismo en el ámbito socioecológico. Intenta tratar el tema desde una perspectiva un poco más amplia de la que habitualmente se trabaja cuando se habla de incendios.

¿Puedes contarnos un poco más sobre esa relación entre los incendios y el capitalismo que mencionas?


Un vecino de Valdeorras frente a una de las casas destrozadas por los incendios de este verano.

La idea que guía el libro es el antagonismo o contradicción entre el capital y la vida, es decir, entre las necesidades del capital para constituirse y reproducirse como orden social y los límites contra los que choca, que son los límites de la vida en un sentido amplio, de la existencia.

Me acerco a cada uno de los incendios para explorar tres ejes de esa contradicción. Una [el incendio forestal en Pedrógrão Grande, Portugal] es el antagonismo entre capital y naturaleza. El segundo es el incendio de la Galería Nicolini en Lima, Perú, que analiza el antagonismo entre capital y trabajo. El tercero, el de la Torre Grenfell, se centra en el antagonismo entre el capital y la reproducción social, esos espacios necesarios para que aquellos que fueron expropiados de su acceso a los bienes comunes puedan reproducir su fuerza de trabajo y ser productivos en términos capitalistas.

Dentro del uso que le das al fuego como metáfora, hablas del capitalismo como sistema inflamable e identificas dos vertientes. La primera es la material y es fácil de entender: hemos visto estos días cómo la privatización y búsqueda del máximo beneficio potencia los incendios. A la segunda vertiente le dices simbólica. ¿En qué consiste?

Quizás la forma más sencilla de acercarse a esa dimensión sea entender por qué hablamos, cuando nos referimos al calentamiento global, de mundo en llamas. El fuego aparece como un elemento destructivo porque es el que mejor simboliza en el imaginario social lo que es el efecto de la acumulación de gases de invernadero en la atmósfera y el calentamiento global.

Las dimensiones simbólicas también movilizan formas de entender el mundo y hacen que lo entendamos de una manera particular. En ese sentido y pensando en el fuego, el mito de Prometeo está en el imaginario social —y también en el ecologista— como un mito del productivismo que recoge las esencias de la modernidad capitalista. Trato de aportar otra lectura a este mito que permita también entender que el fuego [otorgado por Prometeo a la humanidad a espaldas de los dioses en la mitología griega] puede ser un símbolo de conocimiento secular y ciencia democratizada que permita construir otro orden social y un desarrollo equilibrado dentro de los límites planetarios.

La lectura actual del mito de Prometeo no es inocua, ¿no? Porque lo que nos ofrece a la humanidad es, entre otras cosas, la capacidad de domar la naturaleza. Se junta esto con Descartes y de aquellos barros, estos lodos.

La lectura dominante del mito tiene un Prometeo del dominio sobre la naturaleza y productivista, una visión que viene de la división cartesiana entre sociedad y naturaleza. El mito ha tenido un recorrido histórico que tuvo que ver con el desarrollo del capitalismo a partir del siglo XIX y el eurocentrismo que ignoró las influencias de otras culturas en la historia del Prometeo griego.

Hay una serie de mitos que preceden al griego con personajes similares a Prometeo: Matariswan en pueblos védicos o el sumerio Enki. Planteaban esa idea del mito iluminador, pero no en el sentido de control de la naturaleza, sino de conocimiento secular que se emancipa de los dioses. Esos aspectos se fueron perdiendo con el eurocentrismo que viene del pensamiento cartesiano.

Citas a John Bellamy Foster, sociólogo y prologuista del libro, para argumentar que en parte de la literatura de la literatura ecológica hay una crítica esencialista a la modernidad. ¿Confundimos decrecimiento con volver a lavar la ropa a mano en el río?

[Ríe]. Sí, ese es uno de los problemas. Esa idea del decrecimiento como una especie de primitivismo actual se ha instalado de manera muy interesada por determinados sectores. En algunos casos por ignorancia; en otros por mala intención. Cualquiera que se ponga a leer a los autores del decrecimiento verá que no es ni primitivismo, ni austeridad, ni nada por el estilo. Hay un texto, por ejemplo, de Jason Hickel, muy breve donde plantea estos temas con una claridad meridiana. Enterarse de qué es el decrecimiento lleva una tarde.

El decrecimiento es uno de los movimientos que pueden iluminar una salida al contexto de policrisis ecosocial en el que estamos instalados. Lo que plantea es la reducción de la producción y el consumo más degradante, especialmente en el Norte global. Esto permitiría que el Sur global pudiera desconectar de las redes del capital global y desarrollar una economía local que no estuviera centrada en la exportación, sino en la satisfacción de las necesidades de las sociedades locales.

Hay mucha ignorancia, pero también mala intención en otros casos. El eslogan ese del “no tendrás nada y serás feliz” se achaca al decrecimiento cuando en realidad viene de[l Foro de] Davos.

Incides en la vertiente decolonial del decrecimiento. Es algo que veo un poco ausente cuando debaten quienes abogan por ir a menos con quienes defienden la sustitución de energía fósil y nuclear por renovable como manera de seguir creciendo. Sobre todo después del apagón, que hubo un debate muy técnico y el extractivismo estaba más ausente.




Mi marco de lecturas no procede únicamente del ámbito ecologista o del decrecimiento, sino que estoy ligado a lo que se conoce como marxismo tercermundista y a la literatura anticolonial y antiimperialista. Hay autores del decrecimiento que vinculan este modelo con la liberación del Sur global de las cadenas de suministro y valor globales. Hay un vínculo entre esas dimensiones del decrecimiento y las luchas del Sur global.

Poner el foco en esos trabajos es especialmente relevante porque en Occidente o en el Norte [global] a veces hablamos de propuestas ecosociales o bien muy lejanas en la historia o bien muy aisladas de los centros donde se mueve la mayoría de la población. Mientras, otras realidades han puesto o intentado poner en marcha otros tipos de organización socioecológica. Esos casos son mucho más amplios de lo que creemos. En ellos, además, encontramos muchos de los problemas a los que nos enfrentaríamos si tuviéramos que poner en marcha un proyecto de organización social diferente.

¿Puedes poner algún ejemplo?

Uno de los casos más relevantes es el desarrollo de la agroecología en Cuba en el periodo especial o las comunas en Venezuela. Thomas Sankara en Burkina Faso en los años 80 u organizaciones como La Vía Campesina, el MST [Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra de Brasil] o el MTST [Movimiento de los Trabajadores Sin Techo de Brasil].

La lucha por la supervivencia del pueblo palestino contra el genocidio de Israel también es una lucha entre dos modelos de organización social, uno [el de Israel] que procede de la expansión del capitalismo que adopta la forma del imperialismo occidental. Por otro lado, está la posibilidad de existir de modos alternativos de vida, pero todo esto va mucho más allá de las cuestiones socioecológicas que yo trato.

¿En qué estás trabajando ahora?

En un número especial de la Journal of Labor and Society sobre los aspectos imperialistas del ecomodernismo en el que participan autores bastante destacados, como Kai Heron y Nemanja Lukić. Estoy bastante ilusionado con este proyecto. Tengo otros textos en proceso. Uno es sobre lo que he llamado la gran colisión sistémica, que tiene que ver con el choque entre el declive del sistema mundo capitalista y el deterioro del sistema Tierra y ver cómo se podrían organizar los movimientos antisistémicos para crear alguna alternativa instituyente.

Fuente: EL SALTO

lunes, 10 de marzo de 2025

El temporal perpetuo

 

 Por Juan Bordera  
      Guionista, periodista y activista en Extinction Rebellion y València en Transició.


Hay un desconocimiento enorme y fatal de la realidad a la que nos vamos a enfrentar ya mismo en el litoral del mar que vio nacer a la civilización moderna


     No me gusta estar escribiendo esto. Tampoco me gusta, a veces, saber lo que sé. Sin embargo, aún me gusta menos, mucho menos, que, sabiendo lo que sé, no lo supiera más gente, porque lo que nos estamos jugando es absolutamente incalculable. Cuando hay tanto en disputa, el silencio cómodo de quien sabe puede ser tan elocuentemente traidor como la peor de las mentiras.


Imagen de la península ibérica captada por el satélite MODIS de la NASA el 1 de noviembre de 2024, durante la DANA en la periferia sur de Valéncia.

Estamos viviendo inundaciones cada vez más recurrentes y fenómenos cada vez más extremos por toda Europa y el norte de África, cuyo origen está en el Mediterráneo. Esa balsa sobrecalentada que está mutando a jacuzzi. Buena prueba de ello es que cuando aún hay gente que no ha podido volver a habitar la que era su casa, tras la dana del 29 de octubre, volvemos a vivir otra alerta, de menor virulencia, que afecta a partes del territorio español tan alejadas como Gran Canaria, Málaga o Castellón.

Habrá quien diga que Gran Canaria no está en el Mediterráneo… y no le faltará razón, pero quizá no por lo que cree. Efectivamente, no es sólo el mar más importante para Europa el que se está revolviendo, es todo el inabarcable mar de la Tierra, que está batiendo récord tras récord de temperatura. Es la circulación atmosférica desequilibrada. Son las corrientes oceánicas. Es el deshielo abrupto. Es el equilibrio climático del que dependemos el que se está alterando.

Desde que hay registros, sólo ha habido dos años en los que la temperatura del mar del planeta entero haya estado por encima de los 21ºC a estas alturas del año: el imborrable 2024 y este 2025, que comienza fuerte.




Este año en el que ni la influencia de La Niña en acción (la parte fría del ciclo ENSO, la oscilación más determinante de la Tierra, que calienta o enfría las aguas del Pacífico con repercusión en el planeta entero) es capaz ya de enfriar nada.

Esta circunstancia resulta determinante porque fue la desestabilización de esta anomalía la que causó la peor extinción masiva de la historia de la Tierra. Y cada vez hay más estudios, y pruebas, para quien quiera ver, que apuntan a que ya estamos empezando a desestabilizarla. Las “Niñas” vienen débiles, y cada vez menos; los “Niños” vienen crecidos y cada vez más fuertes. El punto final de esta desestabilización son alternancias entre sequías perennes y temporales perpetuos. Algo de poesía tiene el asunto.

Y habrá que repetirlo las veces que haga falta. El mar era la componente lenta del calentamiento global: hace falta 3.000 veces más energía, más calor, para calentar el mismo volumen de agua que de atmósfera, ergo, si algo se rompe, como se ha roto desde 2023 en el termostato marino, prepárense, porque, sin duda, la cosa se acelera. No hay tiempo para contarnos mentiras cómodas sobre avances tecnológicos. Hay que seguir investigando, sí, pero con menos tecno-optimismo, más principio de precaución y conciencia del momento histórico.

Todos los países con litoral mediterráneo formamos parte de la lista de lugares que van a salir peor parados con el caos climático que hemos desatado, y que nos empeñamos en menospreciar. Nos mentimos pensando que existe alguna forma de ponerle freno sin cambiar de manera radical el modelo de consumo y, sobre todo, de producción.

Aunque alguna vez la metralleta sin puntería apunta más lejos de la costa (Alemania y otros países de Europa Central sufrieron en 2021 un evento atroz con 242 víctimas), lo habitual es que los peores fenómenos se produzcan en los lugares que bordean los mares y océanos, y, más aún, en aquellos más frecuentemente inundables que, testarudos e inconscientes, nos hemos empeñado en robarle a la naturaleza. Albufera quiere decir “el lago” y Alzira, “la isla”, por alguna razón que no debimos olvidar para beneficio de cuatro constructoras.

Los modelos climáticos, en general, están fallando, pecando de optimistas”

Grecia y Libia también comprobaron la furia creciente del Mediterráneo en 2023, con uno de los peores temporales que se recuerdan y que fue 50 veces más probable debido al caos climático que prácticamente nadie asume en las políticas que se implementan. Hubo más de 10.000 afectados, entre víctimas y desaparecidos.

Los mapas de peligrosidad, zonas inundables y periodos de retorno de inundación están absolutamente desfasados. Anacrónicos. Basados en un clima que ya no existe. Y esto no es una frase hecha, es que literalmente son modelizaciones estadísticas que se basan en un pasado que no puede servir como modelo, cuando hasta el mismo presente ya es tan diferente. De hecho, los modelos climáticos, en general, están fallando, pecando de optimistas, de moderación, para sorpresa de nadie que sepa cómo funcionan.

Del futuro mejor no hablemos ahora, aunque por el título ya se pueden imaginar por dónde va la previsión del asunto. Más aún si seguimos confiando en que la canalización, la obra dura, la ingeniería, nos van a sacar de esta encrucijada sin tocar nada más. Habrá que hacer canalización donde haya que hacerla, pero es más crucial renaturalizar y quitar hormigón que poner nuevo.


Imágenes captadas por el satélite US Landstat-8 de la periferia sur de Valencia el 8 de octubre (izq.) y el 30 de octubre, durante la DANA (dcha).

De todas formas, por si a alguien le interesa el futuro, quizá solo tiene que aprender del pasado, del de hace unos 12.000 años –un periodo inestable diferente, pero que comparte rasgos con el que vamos a vivir, llamado Younger Dryas–; ya comentamos aquí con más acierto del que querríamos, dos meses antes de la tragedia en la periferia valenciana, algunas claves de lo que se nos viene literalmente encima, pero hay más. Mucho más. Hay un desconocimiento enorme y fatal de la realidad a la que nos vamos a enfrentar ya mismo en el litoral del mar que vio nacer a la civilización moderna. Y tiene mucho que ver con la radiación creciente que está absorbiendo la Tierra y con el deshielo acelerado en ambos polos.


Barcos destrozados tras el paso dos meses antes de una dana por las Islas Balerares.

Pero, sobre todo, que no reaccionemos, que se siga asumiendo construir aún más cerca de la playa después de una dana como la del 29 de octubre, que no se haga apenas nada de nada de lo que habría que hacer, tiene que ver con que el sistema económico que hemos construido es alérgico a la verdad.

A saber cuántos puestos de trabajo y billones de euros en inversiones y propiedades dependen de que no se asuman los límites reales que marcan la física, la geografía, la biología y el sentido común. Y el mayor problema es que esa avidez de mentiras que tiene el sistema económico –porque se asienta sobre la gran mentira de que es posible crecer eternamente en un planeta finito– nos está contagiando al resto, y poco a poco nos lleva hacia el crecimiento del fascismo, debido al fascismo que esconde la mentira del propio crecimiento.


Fuente: Ctxt

viernes, 27 de diciembre de 2024

El peligroso y conveniente optimismo de las élites

 

Por Juan Bordera, Antonio Turiel, Fernando Valladares y Alejandro Pedregal.


      Juan Bordera. Guionista, periodista y activista en Extinction Rebellion y València en Transició.

      Antonio Turiel. Investigador científico en el Instituto de Ciencias del Mar del CSIC.

      Fernando Valladares. Científico y profesor de universidad interesado en ecología y preocupado por el cambio global.

      Alejandro Pedregal. Activista climático y crítico de política internacional.



Hannah Ritchie, divulgadora de referencia de Gates y Musk, ofrece “soluciones” al paradigma emergente del decrecimiento, que cuestiona calificándolo de “innecesario”


Hannah Ritchie, durante su charla TED.  YouTube (TED)


     Las personas que seguimos con desasosiego la situación climática del planeta Tierra sabemos que, en el mejor de los casos, el punto de no retorno está muy cerca. Es física básica, en realidad. El balance radiativo de la Tierra está aumentando exponencialmente por las emisiones de gases de efecto invernadero y por el deshielo creciente, dos fenómenos que se realimentan.




Se acaba de registrar el récord de extensión mínima de hielo tanto en el Ártico como en el hielo marino global para estas fechas. Mientras, James Hansen, uno de los científicos del clima más respetados por su trabajo, advierte de que los modelos han estado infraestimando la situación por no tener en cuenta el efecto de los aerosoles –que estamos retirando– en la temperatura oceánica. Pero saber todo esto no nos desanima; al contrario, nos empuja para actuar aún con más convicción. Quizá porque sabemos que esto no va de ganar o perder, sino de cuánto de lo uno y de lo otro. De qué porcentaje podemos salvar. No es una disyuntiva binaria made in Hollywood en la que, o salvamos todo lo construido, o lo perdemos todo al final de la película. Lo que nos desanima es más bien el exceso de optimismo que se desprende de la mayoría de las propuestas y análisis de la situación, que convenientemente omiten los detalles anteriores, generando una parálisis tranquilizante que lo acaba inundando todo y a (casi) todos.


Las calles de Larisa, en Grecia, completamente inundadas tras el paso de la tormenta Daniel.  Wikimedia Commons

Decía el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, que la humanidad estaba abriendo las puertas del infierno con la dejadez respecto al caos climático. Y en la periferia de la ciudad de Valencia acabamos de comprobar cuánta razón tenía. Sintiéndolo mucho, las posibilidades de más eventos catastróficos van a aumentar en los próximos años, especialmente en lugares como el mar Mediterráneo, que está 4ºC por encima de la temperatura esperable para esta época del año.


Imágenes captadas por el satélite US Landstat-8 de Valencia el 8 de octubre (izq.) y el 30 de octubre, durante la DANA (dcha.).  USGS, procesado por la ESA.

Los patrones de estaciones, de corrientes atmosféricas y marinas, se están desestabilizando, y seguirán haciéndolo mientras nos mintamos sobre las dos cosas más cruciales de este reto planetario: la dimensión del problema y las “soluciones” que hemos ingeniado para frenarlo. Con esas mentiras nos medicamos la ansiedad creciente y, sobre todo, toleramos mejor el no estar actuando en consecuencia.

Además de enfrentar a negacionistas de la realidad y de la ciencia más elemental, también tenemos que enfrentar que una buena parte de la gente, que comprende el caos climático que ya hemos generado, prefiere mentirse antes de asumir que muy probablemente no haya solución de tipo técnico. Y es que eso les deja desnudos ante una realidad dura de tragar: no hay solución dentro de la búsqueda de crecimiento perpetuo del mismo sistema capitalista que generó el problema.

No hay solución dentro de la búsqueda de crecimiento perpetuo del mismo sistema capitalista”

Cuando la élite empieza a venderte optimismo, tiembla

Un caso flagrante de “optimismo de la conveniencia” nos lo ofrece Hannah Ritchie, autora de Not the end of the world y divulgadora de referencia de Bill Gates y Elon Musk, que la financian abiertamente, como ella misma reconoce en esta entrevista en la que la periodista Rachel Donald la desmonta punto por punto. Su trabajo ofrece todo un despliegue de “soluciones” que, según ella, ya existen, como contrapeso al paradigma emergente del Decrecimiento, que cuestiona insistentemente calificándolo de “innecesario: no solucionará nuestros problemas”.




Recientemente se ha viralizado un vídeo breve en el que Ritchie condensa parte de su conveniente discurso: como ha habido soluciones técnicas en el pasado a problemas graves, afirma, seguro que las habrá por siempre jamás. Añádanle unas cuantas tergiversaciones aderezadas con medias verdades sobre logros en descarbonización y desacoplamiento entre emisiones y crecimiento económico, sin mencionar que los pocos países que algo han logrado, lo han hecho deslocalizando sus industrias mientras las emisiones globales siguen creciendo, y ya está. Ya tienen su receta optimista para todos los públicos que puede venderse en cualquier medio respetable sin ser cuestionada.

Sus estadísticas son toda una fantasía: se apoyan sobre períodos muy extensos sin tener en cuenta que ha sido precisamente en los últimos 20 años cuando las cosas han empezado a torcerse más seriamente.

Lo más tramposo del discurso de Ritchie es que, si se critica su sesgo en la presentación de los datos, siempre responde igual: ¿pero no has visto el progreso que ha habido en el siglo XX? ¿Progreso? Será para unos pocos… entre los que están aquellos que la financian. Progreso alimentado por un consumo acelerado de recursos, con los combustibles fósiles en el centro, y gestionado desde la extrema desigualdad sobre el trabajo barato y el expolio material de las periferias geográficas y sociales. Seguramente sin la avaricia desmedida de unos pocos, ese “progreso” habría sido otra cosa, bastante mejor.

Otra de las características de su discurso es compartida con los negacionistas climáticos: el “cherry picking”, o escoger los datos que favorecen su posición mientras ignora aquellos que la cuestionan y hasta la desmontan por completo. Algunos de ellos con implicaciones muy graves. Por ejemplo, muestra lo ventajoso en ocupación del territorio y bajas emisiones de la energía nuclear, pero olvida el problema de gestionar miles de toneladas de residuos radiactivos de alta actividad durante miles de años o que la extracción de uranio está cayendo a un ritmo acelerado por agotamiento geológico (un 23% desde 2016).

En realidad, el vídeo entero está plagado de puntos ciegos deliberados: los impactos ambientales del coche eléctrico van más allá de las emisiones de CO2; los recursos que hay en el subsuelo de materiales críticos para la transición no son las reservas (lo verdaderamente extraíble), y estas no equivalen a la producción que, por limitaciones técnicas y físicas, se puede extraer cada año; y así podríamos seguir y seguir, pero un texto como este tiene que tener límites también.

El discurso de Ritchie –y de tantos otros– quiere proyectar la imagen de un control ficticio”

Lo verdaderamente peligroso del discurso de Ritchie es que es una banalización de una discusión técnica compleja, seria e intensa que desde hace años mantienen académicos de especializaciones muy diversas, desde la geología, la física o la química, hasta la economía o la sociología. Un debate con muchas aristas que, hasta ahora, lo único que ha dejado claro es que no hay ni se va a dar ninguna transición rápida y económicamente viable. Todo apunta que lo que va a suceder es más bien todo lo contrario: un cúmulo de dificultades y desastres de todo orden que nos exponen ante el mayor reto de nuestra historia, en el que, literalmente, nos va la vida. Ante una situación así, más peligrosa aún que la inacción es la creencia de que se va en la dirección correcta cuando se va en la contraria.

En realidad, el discurso de Ritchie –y de tantos otros– quiere proyectar la imagen de un control ficticio, una fantasía de datos que, puestos en línea, demostrarían que todo va bien bajo el capitalismo global, con el fin último de no cuestionar el mismo sistema que nos está llevando al matadero. Aún hay vidas que se pueden sacrificar antes de aceptar que este orden debe acabarse con una transición planificada y lo más democrática posible.

Una última pista definitiva para los que aún queden algo despistados por su ilusionante discurso: la plataforma que difunde su vídeo esta vez es Big Think, un canal de difusión de contenidos financiado nada más y nada menos que por Peter Thiel, uno de los seres más peligrosos que pueblan este planeta que se desangra, aquí tienen un perfil más amplio de este capitalista militante. Pero da igual que sea evidente su sesgo de élite. Mucha gente está viralizando su vídeo. El virus del optimismo bien financiado es lo que tiene: hasta a nosotros nos encantaría creer que Hannah Ritchie y sus seguidores tienen razón.


Peter Thiel

El problema es que, si no tienen razón –que no la tienen–, seguir ese camino asfaltado por los futuristas, que hace un siglo creerían en el progreso sin fin y en este siglo creen en la transición sin fisuras, nos aparta la mirada de soluciones más simples, pero más difíciles de ver y de asumir porque no tienen apenas luces de neón que las anuncien. Soluciones que van, además, en contra de lo que mucha gente quiere creer para poder dormir mejor por las noches. Temporalmente, eso sí. Hasta que llegue el siguiente desastre climático, o el siguiente conflicto bélico en busca de esos recursos que, para los optimistas, nos siguen sobrando, aunque por lo que sea los países nos seguimos pegando por ellos sin cuartel. Una transición es posible e imprescindible, pero dentro de unos límites materiales reales que necesitamos definir con precisión para no equivocar el rumbo.

Fuente: ctxt