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jueves, 4 de septiembre de 2025

Alejandro Pedregal: “El decrecimiento no es ni primitivismo ni austeridad”

 

 Entrevista de Deva Mar Escobedo

      Periodista que escribe sobre clima en El Salto.


     Pedrógrão Grande, Portugal. Galería Nicolini, Lima. Torre Grenfell, Londres. Estos son los lugares de grandes incendios acontecidos todos en junio de 2017 y el punto del que parte Alejandro Pedregal en su libro Incendios. Una crítica ecosocial del capitalismo inflamable (Verso Libros, 2025), un análisis de la relación del capital con diferentes aspectos de la vida “en un sentido amplio”, según explica su autor.




Alejandro Pedregal es investigador del Consejo de Investigación de Finlandia y trabaja en el departamento de cine de la Universidad Aalto, en el país nórdico. Colabora con El Salto en temas relacionados con la crisis ecosocial o modelos políticos alternativos al capitalismo y se encuadra en el campo del decrecimiento, “uno de los movimientos que pueden iluminar una salida al contexto de policrisis ecosocial” y que para nada implica “una especie de primitivismo actual” o austeridad. Las críticas en este sentido al decrecimiento son ignorantes o interesadas, opina el cineasta: “El eslogan ‘no tendrás nada y serás feliz’ se ha achacado al decrecimiento cuando viene del Foro de Davos”.


Alejandro Pedregal, autor de 'Incendios' y colaborador de El Salto.

Sobre la vertiente metafórica del fuego, Pedregal da gran importancia al mito griego de Prometeo, el ser que robó el fuego a los dioses para dárselo a la especie humana. La lectura actual de la historia la entiende como un mito del productivismo, pero las influencias de culturas no occidentales en el origen del mito griego apuntan más al fuego como símbolo del conocimiento secular emancipado de los dioses. De las sociedades no occidentales hay mucho que aprender, sostiene Pedregal: estas culturas ponen en práctica los proyectos más relevantes para entender cómo construir modelos de sociedad alternativos al capitalismo. El colaborador de esta casa ha dedicado el libro “a la Resistencia del pueblo palestino, que insiste en educarnos cada día”.


Prometeo siendo encadenado por Vulcano - Dirck van Baburen.

Empiezas el libro aclarando que a pesar del del título, el tuyo no es un escrito sobre incendios como tal.

El libro se llama Incendios, pero no voy a describir el aspecto más inmediato que a uno se le ocurra sobre los incendios. El libro tiene tres capítulos centrales, cada uno parte de un incendio y hay una dimensión física o material que se aborda, pero, sobre todo, es una herramienta que nos lleva al plano simbólico a pensar en las dimensiones destructivas del capitalismo en el ámbito socioecológico. Intenta tratar el tema desde una perspectiva un poco más amplia de la que habitualmente se trabaja cuando se habla de incendios.

¿Puedes contarnos un poco más sobre esa relación entre los incendios y el capitalismo que mencionas?


Un vecino de Valdeorras frente a una de las casas destrozadas por los incendios de este verano.

La idea que guía el libro es el antagonismo o contradicción entre el capital y la vida, es decir, entre las necesidades del capital para constituirse y reproducirse como orden social y los límites contra los que choca, que son los límites de la vida en un sentido amplio, de la existencia.

Me acerco a cada uno de los incendios para explorar tres ejes de esa contradicción. Una [el incendio forestal en Pedrógrão Grande, Portugal] es el antagonismo entre capital y naturaleza. El segundo es el incendio de la Galería Nicolini en Lima, Perú, que analiza el antagonismo entre capital y trabajo. El tercero, el de la Torre Grenfell, se centra en el antagonismo entre el capital y la reproducción social, esos espacios necesarios para que aquellos que fueron expropiados de su acceso a los bienes comunes puedan reproducir su fuerza de trabajo y ser productivos en términos capitalistas.

Dentro del uso que le das al fuego como metáfora, hablas del capitalismo como sistema inflamable e identificas dos vertientes. La primera es la material y es fácil de entender: hemos visto estos días cómo la privatización y búsqueda del máximo beneficio potencia los incendios. A la segunda vertiente le dices simbólica. ¿En qué consiste?

Quizás la forma más sencilla de acercarse a esa dimensión sea entender por qué hablamos, cuando nos referimos al calentamiento global, de mundo en llamas. El fuego aparece como un elemento destructivo porque es el que mejor simboliza en el imaginario social lo que es el efecto de la acumulación de gases de invernadero en la atmósfera y el calentamiento global.

Las dimensiones simbólicas también movilizan formas de entender el mundo y hacen que lo entendamos de una manera particular. En ese sentido y pensando en el fuego, el mito de Prometeo está en el imaginario social —y también en el ecologista— como un mito del productivismo que recoge las esencias de la modernidad capitalista. Trato de aportar otra lectura a este mito que permita también entender que el fuego [otorgado por Prometeo a la humanidad a espaldas de los dioses en la mitología griega] puede ser un símbolo de conocimiento secular y ciencia democratizada que permita construir otro orden social y un desarrollo equilibrado dentro de los límites planetarios.

La lectura actual del mito de Prometeo no es inocua, ¿no? Porque lo que nos ofrece a la humanidad es, entre otras cosas, la capacidad de domar la naturaleza. Se junta esto con Descartes y de aquellos barros, estos lodos.

La lectura dominante del mito tiene un Prometeo del dominio sobre la naturaleza y productivista, una visión que viene de la división cartesiana entre sociedad y naturaleza. El mito ha tenido un recorrido histórico que tuvo que ver con el desarrollo del capitalismo a partir del siglo XIX y el eurocentrismo que ignoró las influencias de otras culturas en la historia del Prometeo griego.

Hay una serie de mitos que preceden al griego con personajes similares a Prometeo: Matariswan en pueblos védicos o el sumerio Enki. Planteaban esa idea del mito iluminador, pero no en el sentido de control de la naturaleza, sino de conocimiento secular que se emancipa de los dioses. Esos aspectos se fueron perdiendo con el eurocentrismo que viene del pensamiento cartesiano.

Citas a John Bellamy Foster, sociólogo y prologuista del libro, para argumentar que en parte de la literatura de la literatura ecológica hay una crítica esencialista a la modernidad. ¿Confundimos decrecimiento con volver a lavar la ropa a mano en el río?

[Ríe]. Sí, ese es uno de los problemas. Esa idea del decrecimiento como una especie de primitivismo actual se ha instalado de manera muy interesada por determinados sectores. En algunos casos por ignorancia; en otros por mala intención. Cualquiera que se ponga a leer a los autores del decrecimiento verá que no es ni primitivismo, ni austeridad, ni nada por el estilo. Hay un texto, por ejemplo, de Jason Hickel, muy breve donde plantea estos temas con una claridad meridiana. Enterarse de qué es el decrecimiento lleva una tarde.

El decrecimiento es uno de los movimientos que pueden iluminar una salida al contexto de policrisis ecosocial en el que estamos instalados. Lo que plantea es la reducción de la producción y el consumo más degradante, especialmente en el Norte global. Esto permitiría que el Sur global pudiera desconectar de las redes del capital global y desarrollar una economía local que no estuviera centrada en la exportación, sino en la satisfacción de las necesidades de las sociedades locales.

Hay mucha ignorancia, pero también mala intención en otros casos. El eslogan ese del “no tendrás nada y serás feliz” se achaca al decrecimiento cuando en realidad viene de[l Foro de] Davos.

Incides en la vertiente decolonial del decrecimiento. Es algo que veo un poco ausente cuando debaten quienes abogan por ir a menos con quienes defienden la sustitución de energía fósil y nuclear por renovable como manera de seguir creciendo. Sobre todo después del apagón, que hubo un debate muy técnico y el extractivismo estaba más ausente.




Mi marco de lecturas no procede únicamente del ámbito ecologista o del decrecimiento, sino que estoy ligado a lo que se conoce como marxismo tercermundista y a la literatura anticolonial y antiimperialista. Hay autores del decrecimiento que vinculan este modelo con la liberación del Sur global de las cadenas de suministro y valor globales. Hay un vínculo entre esas dimensiones del decrecimiento y las luchas del Sur global.

Poner el foco en esos trabajos es especialmente relevante porque en Occidente o en el Norte [global] a veces hablamos de propuestas ecosociales o bien muy lejanas en la historia o bien muy aisladas de los centros donde se mueve la mayoría de la población. Mientras, otras realidades han puesto o intentado poner en marcha otros tipos de organización socioecológica. Esos casos son mucho más amplios de lo que creemos. En ellos, además, encontramos muchos de los problemas a los que nos enfrentaríamos si tuviéramos que poner en marcha un proyecto de organización social diferente.

¿Puedes poner algún ejemplo?

Uno de los casos más relevantes es el desarrollo de la agroecología en Cuba en el periodo especial o las comunas en Venezuela. Thomas Sankara en Burkina Faso en los años 80 u organizaciones como La Vía Campesina, el MST [Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra de Brasil] o el MTST [Movimiento de los Trabajadores Sin Techo de Brasil].

La lucha por la supervivencia del pueblo palestino contra el genocidio de Israel también es una lucha entre dos modelos de organización social, uno [el de Israel] que procede de la expansión del capitalismo que adopta la forma del imperialismo occidental. Por otro lado, está la posibilidad de existir de modos alternativos de vida, pero todo esto va mucho más allá de las cuestiones socioecológicas que yo trato.

¿En qué estás trabajando ahora?

En un número especial de la Journal of Labor and Society sobre los aspectos imperialistas del ecomodernismo en el que participan autores bastante destacados, como Kai Heron y Nemanja Lukić. Estoy bastante ilusionado con este proyecto. Tengo otros textos en proceso. Uno es sobre lo que he llamado la gran colisión sistémica, que tiene que ver con el choque entre el declive del sistema mundo capitalista y el deterioro del sistema Tierra y ver cómo se podrían organizar los movimientos antisistémicos para crear alguna alternativa instituyente.

Fuente: EL SALTO

domingo, 17 de agosto de 2025

¿Está el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) subestimando la aceleración de la crisis climática? Una eminencia científica dice que sí

 

 Por Andrés Actis   
      Periodista/Licenciado en Comunicación Social (UNR-Argentina).



James Hansen, considerado el “padre del calentamiento global”, uno de los investigadores con más credenciales en la ciencia del clima, advierte que la crisis planetaria va más rápido de lo proyectado. ¿El motivo? Un mal diagnóstico en los aerosoles atmosféricos, que ya no reflejan la luz solar como estaba previsto


La reducción en el uso de aerosoles que enfriaban el planeta por parte de la marina mercante es uno de los factores.


      James Hansen (Estados Unidos, 1941) es una eminencia en el campo de las ciencias del clima. Es profesor adjunto en el Departamento de Ciencias Terrestres y Ambientales de la Universidad de Columbia. Hasta principios de 2013 dirigió el Instituto Goddard para Estudios Espaciales de la NASA. Muchos de sus colegas lo llaman “el padre del calentamiento global” por su recordada disertación en junio de 1988 ante el Congreso de los Estados Unidos en la que alertó, cuando nadie lo hacía, sobre las consecuencias del cambio climático antropogénico. “Vamos camino a un planeta diferente del que conocemos”​, advirtió ante la mirada extrañada de los congresistas. Treinta y siete años más tarde, Hensen lanza otra afirmación disruptiva: el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) se equivoca y la crisis climática va más rápido de lo proyectado.


James Hansen.

La tesis de este científico no es nueva. Lleva desde hace dos años alertando de una preocupante aceleración del calentamiento global, subestimada por la mayoría de los modelos climáticos. Ahora, ha decidido publicar un resumen, un documento de 14 páginas, con los principales hallazgos de sus últimas dos investigaciones científicas.












En su introducción, Hansen explica que los principales objetivos de toda investigación sobre el cambio climático son evaluar la sensibilidad climática —cómo responde la temperatura del sistema climático a un cambio en el balance de energía del planeta— y los forzamientos o perturbaciones que lo impulsan. Por tanto, afirma, comprender el cambio climático actual y futuro requiere acertar en estas dos variables.

Los principales forzamientos del cambio climático son los gases de efecto invernadero y los aerosoles. El efecto de estos segundos estaría siendo subestimado, según James Hansen.

La ciencia del clima lleva décadas analizando dos grandes forzamientos: los gases de efecto invernadero (GEI) y el cambio en los aerosoles, las partículas suspendidas en la atmósfera, que, en un lenguaje sencillo, pueden enfriar el planeta reflejando la luz solar o calentarlo absorbiendo la radiación. Existen otros forzamientos climáticos, tanto antropogénicos como naturales, “pero son menores y se compensan parcialmente”, explica Hansen.

Sobre la medición de los GEI hay unanimidad científica. No se conoce ningún caso en la historia de la Tierra en el que el forzamiento climático de los GEI haya aumentado a un ritmo cercano al del cambio antropogénico actual. “Incluso el aumento de CO2 durante el emblemático Máximo Térmico del Paleoceno Eoceno fue un orden de magnitud más lento que el cambio antropogénico. Por tanto, el futuro cambio climático antropogénico es un territorio inexplorado”, explica Hansen.

Según Hansen, la temperatura global reciente de +1,6 grados choca con la medición “moderada” del IPCC.

Pero sobre el segundo forzamiento, los aerosoles, este científico —que el año pasado disertó ante la Haya en el histórico proceso que terminó con la opinión consultiva sobre las obligaciones de los Estados en relación con el cambio climático— discrepa con las proyecciones del IPCC.

En sus cálculos, las medición “moderada” de este órgano internacional choca con el nivel reciente de temperatura global de +1,6 °C respecto a la era preindustrial. Tampoco explica un aumento de temperatura global de 0,4 °C en los últimos años. “Estos datos generaron consternación en la comunidad de investigación climática, creyendo que algo andaba mal y que ninguna combinación de mecanismos conocidos podía explicar el calentamiento global observado”, recuerda Hansen en su artículo.

El asombro y desconcierto de sus colegas se explica, a su entender, por “el problema en el que se ha metido el IPCC por su excesiva dependencia de los modelos climáticos globales” y su subestimación al impacto “del forzamiento climático de los aerosoles”. Su tesis es que el enfriamiento por aerosoles se ha debilitado en los últimos 20 años por dos motivos: la reducción de las emisiones de China —para mejorar la calidad de su aire— y la regulación impuesta en 2020 por la Organización Marítima Internacional (OMI) a los buques comerciales.

La gran paradoja

Según Hansen, esta normativa, necesaria para la salud humana —se estima que estas partículas de azufre contribuyen a unas 60.000 muertes por año por cáncer cardiopulmonar y de pulmón— ha eliminado un mecanismo de enfriamiento que ha estado “enmascarando” el verdadero impacto de los gases de efecto invernadero.

Su teoría es la siguiente: hasta la restricción de la OMI, los barcos y buques que surcaban los océanos arrojaban a la atmósfera penachos de pequeñas partículas de dióxido de azufre que, al interactuar con el vapor de agua en la atmósfera, creaban nubes bajas, muy reflectantes a la radiación solar.

La reducción de los aerosoles que reflejan la luz solar habría hecho que la Tierra fuera un “poco más oscura” y esté absorbiendo más radicación solar.

Al aumentar su extensión y brillo —las nubes reflejan la luz solar—, estos aerosoles generaban un efecto de enfriamiento en la temperatura del aire. Al reducirse la cantidad de azufre —y, por lo tanto, las nubes de enfriamiento—, la Tierra se ha vuelto un “poco más oscura” y ha empezado a absorber más luz solar, lo que ha aumentado el calentamiento global.

Al estudiar zonas de tráfico marítimo intenso en los océanos Pacífico y Atlántico Norte, Hansen y su equipo de trabajo encontraron que la disminución de aerosoles habría aumentado la radiación solar absorbida por la Tierra en 0,5 vatios por metro cuadrado, una cantidad equivalente al efecto de calentamiento de una década de emisiones de CO2. “Este tema constituye una parte importante del “bosque” de la ciencia del clima. Los modelos climáticos globales (GCMs, por sus siglas en inglés) son los “árboles” que lo están tapando.

El bosque de la ciencia climática incluye otras áreas —además de la sensibilidad climática y los forzamientos climáticos— que también son importantes. Por ejemplo, los impactos potenciales del cambio climático incluyen la interrupción de la circulación de vuelco oceánica y un gran aumento del nivel del mar, lo cual podría ser el asunto más importante de todos los temas climáticos”, advierte.

El balance energético de la Tierra

La reducción de la cubierta de hielo marino y la desaparición de estas nubes bajas generadas por los aerosoles están “descompensando” el balance energético de la Tierra, la diferencia entre la energía que llega y la que se pierde al espacio. Un concepto clave es el “albedo terrestre”, el porcentaje de radiación solar entrante que se refleja de vuelta al espacio después de todas las interacciones con la atmósfera y la superficie de la Tierra. “La observación climática moderna más impactante es el cambio del albedo terrestre”, apunta Hansen.

El planeta se ha vuelto menos reflectante porque ciertos tipos de nubes han disminuido. 2023 ha sido el año con el albedo planetario —porcentaje de radiación entrante devuelta al espacio— más bajo.

En este ítem, hay más científicos que respaldan su análisis. El año pasado, un equipo dirigido por el Instituto Alfred Wegener publicó una investigación con esta misma conclusión: el planeta se ha vuelto menos reflectante porque ciertos tipos de nubes han disminuido. Tras examinar en detalle datos de la Nasa y del Centro Europeo de Previsiones Meteorológicas a Plazo Medio (ECMWF), se identificó el 2023 como el año con el albedo planetario más bajo desde que hay registros.

Otro equipo de investigadores, dirigidos por Thorsten Mauritsen, director del Departamento de Meteorología y Centro Bolin de Investigación Climática, Universidad de Estocolmo (Suecia), publicó en mayo de este año un trabajo en la misma dirección. El hallazgo: el balance energético de la Tierra se ha duplicado en los últimos 20 años y el cambio es dos veces más rápido de lo que predicen los modelos. “Esta gran tendencia nos ha tomado por sorpresa y, como comunidad, debemos esforzarnos por comprender las causas subyacentes”, admiten los autores.

A mediados de los 2000, el promedio de desequilibrio energético rondaba los 0,6 vatios por metro cuadrado. Hoy se acerca a 1,3 W/m². “Las observaciones espaciales del desequilibrio energético muestran que está aumentando mucho más rápido de lo previsto, y en 2023 alcanzó valores dos veces superiores a la mejor estimación del IPCC”, se explica. La investigación también señala una “discrepancia” entre los modelos climáticos globales y estas nuevas observaciones. ¿Uno de los motivos? Misma tesis que Hansen: la sobreestimación de los aerosoles. La gravedad del diagnóstico es doble atendiendo al avance del negacionismo político. Dice Mauritsen: “Nuestra capacidad para observar este desequilibrio se está deteriorando rápidamente a medida que se desmantelan los satélites”.

¿Cómo comunicar la aceleración de la crisis climática?

En el cierre de su artículo, Hansen deja entrever que el objetivo de mantener el calentamiento global por debajo de 1,5 °C está muerto. “Esto plantea un interrogante: ¿estamos nosotros, la comunidad científica, informando adecuadamente a los gobiernos y al público?”, se pregunta.

Hansen asevera que los Gobiernos y el público necesitan más información para fundamentar su toma de decisiones, aunque aclara que el trabajo del IPCC es fidedigno y tiene “referencias útiles”.

Más allá de la crítica al análisis científico del IPCC y de las “deficiencias” observadas, el científico aclara que este panel de expertos “está haciendo lo que se le encomendó” y que sus informes “contienen información fidedigna, redactada con esmero por expertos en sus campos, con referencias útiles”. Sin embargo, aclara, “los Gobiernos y el público necesitan más información para fundamentar adecuadamente su toma de decisiones”.

Lamenta que se le tilde de “exagerado y alarmista” por conclusiones que “nadie ha podido refutar”. Por suerte, el consenso sí es unánime en el campo científico respecto a que “el cambio climático provocado por el ser humano está llamado a ser la mayor injusticia de la historia”. “Su alcance es global. El alcance del cambio climático, en el lapso de vida de un joven de hoy, será monumental y trágico si se permite que los Gobiernos persistan en la farsa y la negación”, denuncia.

Y concluye: “El cambio climático es una injusticia intergeneracional, ya que jóvenes inocentes y sus hijos sufrirán las consecuencias más graves. Igualmente, es una injusticia internacional, ya que las naciones que menos han contribuido se encuentran directamente en la trayectoria de la tormenta climática que se avecina”.


Fuente: El Salto

domingo, 13 de julio de 2025

Neofascismo y cambio climático

 

 Por Gilbert Achcar  
      Académico y escritor socialista libanés.


En un momento en el que una ola de calor sin precedentes está asolando gran parte de Europa y Norteamérica, y en el que el cambio climático y el calentamiento global —contra los que los científicos medioambientales llevan tiempo advirtiendo de que es necesario actuar urgentemente antes de que sea demasiado tarde— se hacen cada vez más patentes



   En este momento alarmante para el futuro del planeta y de sus habitantes humanos y animales, cabe preguntarse qué impulsa a los movimientos neofascistas a cuestionar, en mayor o menor grado, la realidad del cambio climático, o al menos su relación con el comportamiento humano.

Ya señalamos que «el neofascismo está empujando al mundo hacia el abismo con la flagrante hostilidad de la mayoría de sus facciones a las indispensables medidas medioambientales, agravando así el peligro medioambiental, especialmente cuando el neofascismo ha tomado las riendas del poder sobre la población más contaminante del mundo proporcionalmente a su número, es decir, la población de Estados Unidos.» («La era del neofascismo y sus rasgos distintivos«,  en viento sur 5/02/2025 ).

Esta tendencia a negar la gravedad del cambio climático no es natural ni intuitivamente inteligible, a diferencia de otras características del neofascismo, como el nacionalismo, el etnocentrismo, el racismo, el sexismo y la hostilidad extrema a los valores sociales emancipadores.




Entonces, ¿qué es lo que lleva a los movimientos neofascistas a negar lo cada vez más obvio y, sobre todo, a oponerse a las políticas diseñadas para combatir el cambio climático en un intento de mitigarlo y evitar que el desastre empeore?


Mujeres de Yulchen Frontera, integrantes de la Resistencia Pacífica Ixquisis en contra del proyecto hidroeléctrico San Mateo en Guatemala.

Los investigadores han identificado tres factores principales que explican esta tendencia.

Uno está relacionado con el arsenal ideológico tradicional de la extrema derecha, mientras que los otros dos se refieren a los dos polos de clase que determinan el comportamiento de los neofascistas: la amplia base social y la estrecha élite económica, cuyo apoyo buscan.

El primer factor se basa en el ultranacionalismo, que a menudo se refleja en políticas soberanistas y aislacionistas que rechazan cualquier acuerdo internacional que limite la libertad del Estado-nación para determinar sus políticas económicas o de otro tipo. Este comportamiento alcanza su nivel más absurdo cuando procede del país que más influencia tiene en la configuración de los acuerdos internacionales y las políticas relacionadas, es decir, Estados Unidos.

Hemos visto cómo Donald Trump justificaba la retirada de Washington de los acuerdos climáticos de París, como si fueran el resultado de la connivencia del resto del mundo para limitar la libertad de Estados Unidos para desarrollar su economía, especialmente en la explotación de sus recursos naturales de combustibles fósiles: carbón, petróleo y gas. El rechazo neofascista de los acuerdos internacionales sobre medio ambiente se inscribe, pues, en un rechazo total de todas las normas que, desde un punto de vista ultranacionalista, limitan la soberanía nacional.

El segundo factor consiste en excitar los sentimientos de la base social cuyo apoyo electoral pretenden ganar los neofascistas. Explotan el descontento de ciertos grupos de bajos ingresos ante los cambios de estilo de vida y el coste que implica la lucha contra el cambio climático. Este descontento se ve ciertamente amplificado cuando los gobiernos neoliberales tratan de infligir el coste de esta lucha a los grupos de bajos ingresos, en lugar de imponérselo a las grandes empresas, principales responsables de la contaminación perjudicial para el medio ambiente.

Un ejemplo llamativo de tal empeño es el impuesto adicional que el gobierno del presidente francés Emmanuel Macron intentó imponer en 2018 sobre el combustible de los vehículos, una medida que habría afectado principalmente a las categorías más bajas de las y los usuarios del automóvil. Este intento desencadenó una de las mayores oleadas de protestas populares en Francia de este siglo, conocida como el movimiento de los chalecos amarillos. Una de las reivindicaciones del movimiento contra el gobierno era imponer un impuesto a los más ricos, en lugar de una carga adicional a una gran parte de la población.

Aquí llegamos al tercer factor que explica la posición neofascista sobre el cambio climático. Una de las características bien conocidas del viejo fascismo es que pretendía ganarse el apoyo de las grandes empresas a pesar de su retórica demagógica populista, que decía defender los intereses de las clases sociales más bajas y, en algunos casos, incluso pretendía ser «socialismo», como en el caso del nazismo alemán, cuyo nombre oficial hacía referencia a ello.

La connivencia entre fascistas y grandes empresarios procedía principalmente del temor de estos últimos al ascenso del movimiento obrero, con sus alas socialdemócrata y comunista, en medio de la crisis económica de los años de entreguerras del siglo pasado, los años de la era fascista original.

Hoy, sin embargo, con el movimiento obrero considerablemente debilitado por la embestida neoliberal y el cambio tecnológico, la motivación de las grandes empresas para confabularse con los movimientos neofascistas no es defensiva, sino ofensiva. Nos enfrentamos a un tipo de gran capital que busca proteger su crecimiento monopolístico a costa del pequeño y mediano capital.

Para ello, debe deshacerse de las restricciones impuestas anteriormente para limitar los monopolios, inspirándose en un liberalismo económico preocupado por preservar la competencia como principal motor del desarrollo capitalista. Desde este punto de vista, las políticas medioambientales se consideran restricciones impuestas a la libertad del capital, una libertad viciada por una contradicción intrínseca, en el sentido de que la libertad completa y sin restricciones conduce inevitablemente a la aparición de monopolios que socavan esa misma libertad.

El ejemplo más destacado de ello es Peter Thiel, uno de los principales capitalistas estadounidenses y el más destacado defensor y partidario del neofascismo entre ellos. Thiel fue uno de los más ardientes partidarios de la campaña presidencial de Donald Trump y también es conocido por ser el padrino político del vicepresidente J. D. Vance, el portavoz casi oficial de la ideología neofascista en la administración Trump.

Thiel declara descaradamente su preferencia por los monopolios, argumentando que permiten un progreso tecnológico sin trabas a través de un enriquecimiento ilimitado, ¡al tiempo que se opone a las políticas medioambientales alegando que limitan la competencia internacional!

Comparte esta opinión con los monopolistas estadounidenses de tecnologías avanzadas y sus aplicaciones en el comercio y los medios sociales, que apoyaron la reciente campaña de Trump y cuentan con él para luchar contra las restricciones e impuestos que los gobiernos europeos pretenden imponerles. Trump ha puesto esta tarea a la cabeza de su agenda en la guerra comercial que ha declarado contra el resto del mundo.


Fuente: Rebelión