sábado, 15 de febrero de 2025

Principio de acuerdo Trump-Putin ¿a las puertas de un Yalta 2.0 que divida el mundo en esferas de influencia?

 

 Por Bruno Sgarzini  
      Periodista argentino especializado en asuntos internacionales.


     Vladimir Putin y Donald Trump conversaron 90 minutos por teléfono sobre la guerra en Ucrania y otros temas. La llamada fue precedida por la liberación de Marc Fogel, un académico estadounidense detenido en Rusia por posesión de marihuana, a cambio de un preso ruso en manos estadounidenses que no fue identificado. Vladimir Putin invitó, además, a Trump a reunirse en Moscú.




Veamos:

El presidente Trump dijo que tuvo una “llamada telefónica prolongada y altamente productiva” con el presidente ruso Vladimir Putin, y la calificó como el comienzo de una negociación para poner fin a la guerra en Ucrania.
Fue la primera conversación confirmada entre los dos hombres durante el segundo mandato de Trump, y se produce luego de que Trump dejó en claro a sus asesores que encontrar un fin respaldado por Estados Unidos a la guerra que Rusia inició es una prioridad para su administración.
Discutimos sobre Ucrania, Medio Oriente, energía, inteligencia artificial, el poder del dólar y varios otros temas”, escribió Trump en una publicación en las redes sociales.
Ambos hablamos de las fortalezas de nuestras respectivas naciones y del gran beneficio que algún día obtendremos al trabajar juntos”, agregó Trump. “Pero primero, como ambos acordamos, queremos detener los millones de muertes que están ocurriendo en la guerra con Rusia/Ucrania”. (Se estima que en el conflicto han ocurrido varios cientos de miles de muertes, no millones).
El presidente estadounidense dijo que planeaba informar al presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, que ambos países planeaban "que nuestros respectivos equipos inicien negociaciones de inmediato". La oficina de Zelensky dijo más tarde que el presidente ucraniano habló con Trump durante una hora.
Sin embargo, Trump no dijo en su publicación en las redes sociales qué papel desempeñaría Zelensky en las negociaciones que él y Putin estaban poniendo en marcha. Trump siempre ha sido escéptico respecto de Ucrania y nunca ha simpatizado con Zelensky.
El portavoz del Kremlin, Dmitri S. Peskov, dijo a los periodistas que la llamada de Putin con Trump duró casi una hora y media.
Peskov dijo que ambos acordaron reunirse personalmente y que Putin invitó a Trump a visitar Moscú, algo a lo que Trump también aludió en su publicación en las redes sociales. Putin estuvo de acuerdo con Trump en que “ha llegado el momento de que nuestros países trabajen juntos”, dijo.
En cuanto a Ucrania, Putin le dijo a Trump que “es necesario eliminar las causas profundas del conflicto”, afirmó Peskov. Esa fue una señal de que Putin no aceptaría un simple alto el fuego en Ucrania y que buscaría concesiones más amplias de Ucrania y Occidente antes de detener los combates.
Trump luego de la reunión dijo que habló con Zelensky con el siguiente texto:
Acabo de hablar con el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelenskyy. La conversación fue muy bien. Él, al igual que el presidente Putin, quiere lograr la PAZ. Hablamos de diversos temas relacionados con la guerra, pero sobre todo de la reunión que se está organizando para el viernes en Munich, donde el vicepresidente JD Vance y el secretario de Estado Marco Rubio encabezarán la delegación. Tengo la esperanza de que los resultados de esa reunión sean positivos. Es hora de detener esta guerra ridícula, en la que ha habido una MUERTE y una DESTRUCCIÓN masivas y totalmente innecesarias. ¡Dios bendiga a los pueblos de Rusia y Ucrania!”.

Un día antes, el secretario del Pentágono, Pete Hegseth, afirmó que Ucrania debería abandonar sus pretensiones de volver a las fronteras previas a 2014. En palabras sencillas, Kiev debería olvidarse de Crimea, de la región del Donbas y es posible, también de la parte ucraniana declarada como rusa. “Sólo pondremos fin a esta guerra devastadora y estableceremos una paz duradera si combinamos la fuerza de los aliados con una evaluación realista del campo de batalla”.




En la sede de la Alianza del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), Hegseth también dijo que esperaba que Europa asumiera una mayor responsabilidad financiera y militar en la defensa de Ucrania. Europa, remarcó, debe hacerse cargo de su defensa convencional y gastar más dinero en sus fuerzas armadas, hasta el 5 por ciento de su producción nacional, mientras Estados Unidos enfrenta sus propios riesgos de seguridad y el desafío de China. Ucrania, para la Administración Trump, no debería ser miembro de la OTAN.

Las realidades impiden a Estados Unidos ser su garante de seguridad [el de Europa], y esperar una reducción de las fuerzas estadounidenses en la región. Nos enfrentamos a un competidor de la talla de los chinos comunistas con la capacidad y la intención de amenazar nuestra patria y nuestros principales intereses nacionales en el Indo-Pacífico. Estados Unidos está dando prioridad a la disuasión de una guerra con China en el Pacífico. Reconocer la realidad de la escasez y hacer concesiones en materia de recursos para garantizar que la disuasión no fracase. La disuasión no puede fracasar. Los aliados europeos deben liderar desde el frente. Estados Unidos ya no tolerará una relación desequilibrada que fomente la dependencia. Por el contrario, nuestra relación dará prioridad a capacitar a Europa para que asuma la responsabilidad de su propia seguridad", Peter Hegseth, secretario del Pentágono.

Trump, indicó, apoya un proceso de paz duradera que incluya garantías de seguridad sólidas para asegurar que la guerra no comience de nuevo”, pero esa sería responsabilidad, dijo, de las tropas europeas y no europeas en una “misión no OTAN” desprotegida por el compromiso del Artículo Cinco de la OTAN con la defensa colectiva. En criollo: los europeos se deben hacer cargo de los desastres promovidos por la Administración Biden.

Para The New York Times no parece algo muy realista delegar a Europa el “paraguas de seguridad”.

En ausencia de la adhesión a la OTAN, que es lo que prefiere, Zelenski ha hablado de hasta 200.000 tropas extranjeras en el terreno en Ucrania, pero esa cifra es casi tres veces el tamaño de todo el ejército británico y los analistas la consideran imposible.
Un alto funcionario europeo dijo que el continente ni siquiera tiene 200.000 soldados para ofrecer y que cualquier tropa que se desplace sobre el terreno debe contar con el apoyo estadounidense, especialmente frente a la segunda mayor potencia nuclear del mundo, Rusia. De lo contrario, quedarían permanentemente vulnerables a los esfuerzos rusos por socavar la credibilidad política y militar de la alianza.
Incluso una cantidad más modesta de soldados europeos, como 40.000, sería una meta difícil para un continente con un crecimiento económico lento, escasez de tropas y la necesidad de aumentar el gasto militar para su propia protección. Y probablemente no sería suficiente para proporcionar una disuasión realista contra Rusia.
Una verdadera fuerza de disuasión normalmente requeriría “mucho más de 100.000 tropas asignadas a la misión” para rotaciones regulares y emergencias, dijo Lawrence Freedman, profesor emérito de estudios de guerra en el King's College de Londres.
El peligro sería una política de “engañar y rezar” que Claudia Major, experta en defensa del Instituto Alemán de Asuntos Internacionales y de Seguridad, llama.
Proporcionar muy pocas tropas, o fuerzas trampa sin refuerzos, equivaldría a un engaño que podría invitar a Rusia a tantear el terreno, y los estados de la OTAN difícilmente podrían contrarrestarlo”, escribió en un artículo reciente con Aldo Kleemann, un teniente coronel alemán, sobre cómo asegurar un cese del fuego en Ucrania.

La hemeroteca es bastante cruel con los defensores de pelear hasta “el último ucraniano”; cuando Ucrania estaba rodeada por tropas rusas en diciembre de 2021, Jack Sullivan, director del Consejo de Seguridad de Biden, se negó en Ginebra al pedido ruso de que existiese la garantía de seguridad de que Ucrania jamás se uniría a la OTAN. El argumento fue que Kiev era un país soberano que tomaba sus propias decisiones sin influencia estadounidense.

La ironía del caso es que el vicepresidente estadounidense, JD Vance, y el secretario de Estado, Marco Rubio, conversaran sobre la propuesta estadounidense en la misma Conferencia de Munich donde tres años atrás Volodomir Zelenski amenazó con renunciar al Tratado de Budapest que prohíbe que Ucrania acceda a armas nucleares. Vladimir Putin, por aquel momento, justificó que si Rusia no invadía Ucrania, pronto sería un país con un arma nuclear en la cabeza.




¿Y dónde quedan los europeos en todo este cuento? Al parecer como actores de reparto. En una declaración simbólica, Kaja Kallas, jefa de la política exterior de la Unión Europea, afirmó: “la independencia y la integridad territorial de Ucrania son incondicionales. Nuestra prioridad ahora debe ser fortalecer a Ucrania y ofrecer garantías de seguridad sólidas. En cualquier negociación, Europa debe tener un papel central”. En la práctica una hermosa declaración para hacer papel picado en alguna fiesta de cumpleaños o casamiento.

Moscú, por su lado, ha rechazado de plano que exista la presencia de tropas europeas en Ucrania como garantías de seguridad o “fuerzas de paz”. Alguien, en su sano juicio, puede creer que después de una larga guerra, el país victorioso aceptaría que un grupo de militares, aliados de tu país enemigo, se queden cerca de la línea de contacto para quedar mejor parados en una eventual nueva ronda de agresión. En este newsletter hemos repasado varios papers donde se le recomienda a los decisores occidentales encontrar un punto puerto en el conflicto para que Ucrania pueda remilitarizar y reiniciar el conflicto en una mejor posición. ¿Acaso piensan los europeos y estadounidenses que la mayoría de los rusos han sido víctimas de ceguera precoz?

Este cambio de rumbo en la política occidental también demuestra cómo Ucrania perdió mucho más territorio por no haber aceptado los términos de paz conversados al inicio del conflicto. La Administración Biden y el propio Boris Johnson, por entonces primer ministro británico, sabotearon ese posible acuerdo por considerarlo dañino para los “intereses ucranianos”.

Veamos qué decía el principio de acuerdo:

El 29 de marzo, en la séptima ronda de conversaciones, se reanudaron las negociaciones cara a cara en Estambul. La discusión se centró en un proyecto de tratado, cuyo punto esencial era la neutralidad permanente de Ucrania y su estatus no nuclear, a cambio de lo cual Ucrania recibiría garantías de seguridad similares a las del Artículo 5 de la alianza militar de la OTAN por parte de China, Rusia, el Reino Unido, Francia, Bielorrusia y otros. Ucrania también iniciaría un período de consultas de 15 años sobre el estatus de Crimea, aunque se reservaría el derecho a reconquistar Luhansk y Donetsk. Por su parte, Rusia “reduciría drásticamente” la actividad militar cerca de Kiev para “crear las condiciones necesarias para futuras negociaciones”. La exitosa contraofensiva de Ucrania había comenzado una semana antes de las conversaciones de paz de Estambul. La oferta rusa de “retirarse” el 29 de marzo estaba, por tanto, lejos de ser voluntaria.
Este borrador fue el que Putin agitó en la televisión el 17 de junio de 2023. Lo calificó como un “resultado nada malo”.
Las negociaciones del 29 de marzo concluyeron con la expectativa de que los principales países firmarían el borrador del acuerdo, sentando las bases para una paz de compromiso. Putin incluso propuso reunirse con Zelenski. Esto nunca ocurrió y así terminaron las negociaciones bilaterales. El ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, declaró que “Washington, Londres y Bruselas quieren utilizar a Ucrania en su beneficio” y que “no se puede llegar a un acuerdo de paz”. Zelenski declaró que Ucrania no aceptaría la paz hasta que Rusia aceptara devolver Crimea y la región del Donbás a Ucrania.
En resumen: en las primeras semanas que siguieron a la invasión rusa de Ucrania, Rusia y Ucrania hicieron importantes intentos de negociar una solución pacífica. Esos intentos podrían haber puesto fin a la guerra antes de la devastación de la infraestructura ucraniana, la pérdida masiva de vidas y el aumento del riesgo de una escalada descontrolada. Entre ellos figuraba una oferta de Ucrania de no unirse a la OTAN a cambio de garantías de seguridad equivalentes. Persistieron puntos cruciales de desacuerdo sobre Crimea y Donbas, así como sobre la viabilidad de las garantías de no unirse a la OTAN, pero el 29 de marzo, aparentemente ambas partes esperaban seguir hablando.

Una de las razones que esgrimen los defensores de Ucrania es que Kiev había vencido la ofensiva rusa y estaba en posición de recuperar varias porciones de territorio antes de negociar una paz. La verdad es que toda esta política de pensar que algo mágico salvaría a Kiev era un buen cuento para burócratas europeos y personas poco realistas sobre la naturaleza del conflicto.




Tres años después, Washington reconoce las preocupaciones de seguridad de Rusia y amaga con conversar acerca de una arquitectura de seguridad común en Europea que regule la competencia. Por eso, para The New York Times: “Vladimir Putin obtiene un gran victoria y no en el campo de batalla”.

Por supuesto, hay varias dudas razonables; ¿acaso Trump está dispuesto a resolver todo sin pasar por los europeos? ¿o es una táctica para poner en una situación de debilidad a los europeos previo al pedido de concesiones comerciales y económica importantes? ¿se puede poner fin a una guerra, como la ucraniana, sin consolidar un tratado de seguridad entre Rusia y Estados Unidos? ¿Washington está dispuesta a permitir que Europa vuelva a ser dependiente de Rusia en cuento a energía y otras materias primas?

¿O es todo una pantomima para que sea Europa quien sustente el conflicto directo contra Rusia mientras Estados Unidos enfrenta a China?

Lo que nos lleva al quid de la cuestión: el interrogante de si todo este principio de acuerdo entre Putin y Trump, ¿es el inicio de conversaciones entre China, Rusia y Estados Unidos para repartirse el mundo en esferas de influencia como sucedió en Yalta después de la Segunda Guerra Mundial?


Fuente: Bruno Sgarzini

jueves, 13 de febrero de 2025

El daño del plan de Trump para Gaza ya está hecho

 

      Periodista israelí editor en Local Call.


La propuesta de limpiar Gaza de palestinos tocó una profunda corriente subyacente en la sociedad israelí: puso en peligro cualquier posibilidad de un futuro pacífico en la región.


      En septiembre de 2020, hacia el final de su primer mandato como presidente, Donald Trump supervisó la firma de los Acuerdos de Abraham entre Israel, los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin en el jardín de la Casa Blanca. Los acuerdos, de los que Sudán y Marruecos también se convertirían en partes en los meses siguientes, fueron proclamados como “acuerdos de paz”, pero habría sido más preciso etiquetarlos como “acuerdos para marginar al pueblo palestino”. Su objetivo no era crear la paz (en primer lugar, no hubo una guerra entre estos estados), sino más bien establecer una nueva realidad regional en la que la lucha de liberación palestina quedara marginada y, en última instancia, olvidada.


Un gran cartel publicitario colocado en la autopista Ayalon en Tel Aviv, en apoyo al presidente estadounidense Donald Trump, el 5 de febrero de 2025.

Los cuatro años y medio que siguieron han sido los más sangrientos en la historia del conflicto entre israelíes y palestinos. Medio año después de la firma de los acuerdos, las fuerzas israelíes atacaron a los fieles del Ramadán en la mezquita de Al-Aqsa y procedieron a desalojar a familias palestinas del barrio de Sheikh Jarrah de Jerusalén, lo que desencadenó una guerra fugaz pero brutal en Gaza y un estallido de violencia intercomunitaria entre judíos (apoyados por soldados y policías israelíes) y palestinos que se extendió por todo el territorio entre el mar Mediterráneo y el río Jordán por primera vez desde 1948. En 2022 y 2023 se registraron cifras récord de palestinos en Cisjordania asesinados por soldados y colonos israelíes, así como un aumento de los ataques contra israelíes. Luego llegó el 7 de octubre, la prueba definitiva de que intentar dejar de lado la lucha palestina es como ignorar una divisoria de carreteras: termina en una colisión fatal.

Independientemente de si Trump lo entiende o no, su nuevo enfoque dice en esencia: si no podemos pasar por alto a los palestinos, expulsémoslos. “He oído que Gaza ha sido muy desafortunada para ellos”, dijo en una conferencia de prensa conjunta con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, a principios de esta semana, añadiendo que por tanto sería mejor que toda la población de la Franja se mudara a un “pedazo de tierra bueno, fresco y hermoso”.


El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se reúne con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, en la Casa Blanca, en Washington DC, el 4 de febrero de 2025.

Uno de los primeros criterios con los que se ha examinado la idea es su viabilidad. Desde este punto de vista, es evidente que fracasa. Las probabilidades de que más de dos millones de palestinos —la mayoría de ellos refugiados o descendientes de refugiados de la Nakba de 1948, que durante 75 años han permanecido en campos de refugiados en Gaza en lugar de abandonar su patria— acepten ahora abandonarla son casi nulas.

La probabilidad de que países como Jordania o Egipto acepten siquiera una fracción de esa población es igualmente remota, ya que una medida de ese tipo podría desestabilizar sus regímenes. Y la idea de que Estados Unidos, después de poner fin a ocupaciones prolongadas, costosas y letales en Irak y Afganistán, ahora esté dispuesto a “poseer” Gaza, gobernarla y desarrollarla parece igualmente descabellada.

Pero este plan es peor que la suma de sus partes. Aunque no avance ni un ápice, ya ha tenido un profundo impacto en el discurso político judeo-israelí. De hecho, tal vez sería más preciso decir que la propuesta de Trump ha tocado una corriente subyacente profunda en la sociedad judeo-israelí.

Netanyahu, que estuvo junto a Trump en la conferencia de prensa, fue el primero en dar la bienvenida a la iniciativa del presidente. “Este es el tipo de pensamiento que puede transformar Oriente Medio y traer la paz”, proclamó. Para sorpresa de nadie, los líderes de la derecha mesiánica de Israel también se apresuraron a expresar su propio regocijo ante la propuesta, tratando la conferencia de prensa de Trump como si fuera una revelación divina. Pero no fueron los únicos.

Benny Gantz, que renunció al gobierno por la dirección de la guerra en Gaza, describió el plan de Trump como “creativo, original e interesante”. Yair Lapid, líder del partido centrista Yesh Atid, calificó la conferencia de prensa como “buena para Israel”. Yair Golan, líder del partido sionista de izquierda Demócratas, se limitó a comentar la impracticabilidad de la idea. Fue como si los políticos de todo el espectro sionista simplemente hubieran estado esperando el momento en que la limpieza étnica recibiera el sello de aprobación de “Hecho en Estados Unidos” antes de adoptarla.

Este veneno transferista no desaparecerá del torrente sanguíneo de Israel en un futuro próximo y las consecuencias podrían ser catastróficas para toda la región.

No hay incentivos para las negociaciones


Incluso sin tropas estadounidenses en el terreno, la sensación de que Israel ha tropezado con una oportunidad histórica para vaciar la Franja de Gaza de sus habitantes palestinos dará un enorme impulso a las demandas de Bezalel Smotrich e Itamar Ben Gvir, quienes instan a Netanyahu a hacer estallar el alto el fuego antes de que llegue a su segunda fase, conquistar Gaza y reconstruir los asentamientos judíos en la Franja. Netanyahu, que parecía algo avergonzado por la franqueza de Trump, es partidario de la idea de “reducir” la población de Gaza y bien podría ceder a estas demandas, especialmente en medio de temores de que pueda perder su coalición.

En cuanto al ejército israelí, un alto funcionario, citado por el sitio de noticias israelí Ynet, calificó la iniciativa de Trump de “excelente idea”. Mientras tanto, el Coordinador de Actividades Gubernamentales en los Territorios (COGAT), el organismo del ejército responsable de supervisar los asuntos humanitarios en Gaza y Cisjordania, ya ha comenzado a elaborar los planes. Si, por ejemplo, Egipto se niega a permitir que se utilice el cruce de Rafah para facilitar la limpieza étnica de Gaza, el ejército puede abrir otras rutas “desde el mar o la tierra y desde allí a un aeropuerto para trasladar a los palestinos a los países de destino”.


Banderas israelíes en el Corredor Filadelfia, entre el sur de la Franja de Gaza y Egipto, el 15 de julio de 2024.

Incluso si el cese del fuego se lleva a cabo en las fases dos y tres, se libera a todos los rehenes, el ejército se retira de Gaza y se logra un cese del fuego permanente, el plan de Trump no desaparecerá de la política judeo-israelí. ¿Qué incentivo tendría un gobierno o partido para impulsar un acuerdo político con los palestinos si el público judío ve su expulsión como una alternativa viable? Todo acuerdo, todo cese del fuego, podría llegar a ser visto como nada más que un paso temporal hacia el objetivo final de la transferencia masiva. Las posibilidades de una cooperación política efectiva entre judíos y palestinos se reducirán significativamente.

¿Y por qué limitarse a Gaza? No hay ninguna razón en particular para que la propuesta de Trump no pueda ampliarse a los palestinos de Cisjordania (una zona que probablemente también considera “muy desafortunada” para ellos), o Jerusalén Oriental, o incluso Nazaret.

En la calle palestina, el plan de Trump no hará más que socavar toda noción de reconciliación con Israel. A veces con entusiasmo, a veces a regañadientes, pero desde los Acuerdos de Oslo de 1993 (e incluso antes de eso), los dirigentes políticos palestinos han afirmado la posibilidad de vivir junto a un Estado que nació de los desplazamientos masivos y sobre las ruinas de su propio pueblo en 1948. Ciertamente, esto nunca fue algo claro; hubo muchos obstáculos, mucho doble discurso y mucha oposición violenta (sobre todo por parte de Hamás), pero este enfoque siguió siendo dominante durante décadas.

Una vez que el presidente estadounidense propone la transferencia como solución al “problema palestino”, y una vez que todo Israel –desde la derecha religiosa fascista hasta el centro liberal e incluso la izquierda sionista– la acepta, el mensaje a los palestinos es claro: no hay posibilidad de compromiso con Israel y su patrón estadounidense, al menos en su forma actual, porque están decididos a eliminar al pueblo palestino.

Esto no significa necesariamente que las masas palestinas vayan a recurrir inmediatamente a la lucha armada, aunque ese es un posible resultado, pero sin duda hará imposible que cualquier dirigente palestino que intente llegar a un acuerdo con Israel conserve el apoyo popular. La legitimidad de la Autoridad Palestina ya está en entredicho; si vuelve a entablar un proceso político con Israel a la sombra del plan de Trump, sólo se deteriorará aún más.

Una receta para una guerra regional total

Y el peligro no termina ahí. Trump, en su total ignorancia de Oriente Medio (a lo largo de la conferencia de prensa, afirmó repetidamente que “tanto los árabes como los musulmanes” se beneficiarían de la prosperidad que traería su plan), ha “regionalizado” la cuestión palestina, considerando su resolución no como un asunto de los judíos y palestinos que viven entre el río y el mar, sino que ha volcado esa responsabilidad sobre los estados vecinos. No sólo exige que Egipto, Jordania, Arabia Saudita y otros países acepten a cientos de miles de palestinos en sus territorios, sino que también les pide en la práctica que firmen el acuerdo de enterrar la causa palestina.

Semejante exigencia constituye una amenaza directa para los regímenes del mundo árabe. El gobierno jordano teme que una afluencia significativa de palestinos a su reino pueda provocar su caída al alterar el delicado equilibrio demográfico del país, que ya de por sí se inclina fuertemente hacia Palestina. Pero incluso en otros países con una conexión menos directa con Palestina, la situación es igualmente frágil. Bastaba con ver los canales de noticias saudíes el día del anuncio de Trump para comprender el nivel de conmoción, amenaza y miedo que rodeaba a esta medida.

Quince años antes de que la OLP hiciera un compromiso histórico con el Estado de Israel, Egipto había llegado a la conclusión de que no sólo podía aceptar la existencia de Israel en la región, sino que también podía beneficiarse de ella, y firmó el tratado de paz de 1979. Jordania siguió su ejemplo y, hace cuatro años y medio, los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Sudán y Marruecos adoptaron la misma línea de pensamiento. Incluso sin haber normalizado oficialmente sus relaciones con Israel, Arabia Saudita, un peso pesado de la región, parece haber llegado a una conclusión similar.


El presidente Donald Trump camina con Mohammed bin Salman por la Columnata Oeste de la Casa Blanca, el martes 14 de marzo de 2017.

Pero la maniobra aplastante de Trump y su aceptación instintiva por parte de Israel podrían indicar a los regímenes de Oriente Medio –incluidos los etiquetados como “moderados” (que, en realidad, suelen ser más autocráticos que el resto)– que los compromisos son inútiles. Sugieren que Israel, gracias a su poderío militar y al respaldo de Estados Unidos, cree que puede imponer cualquier solución que desee en la región, incluido el desplazamiento forzado de millones de personas de su patria y la negación de su derecho a la autodeterminación, reconocido casi universalmente.

Durante el último año y medio, Israel no se conformó con las matanzas en Gaza y la destrucción de la infraestructura necesaria para la vida humana. También ocupó partes del Líbano y se niega a retirarse, violando así el acuerdo de alto el fuego; y se apoderó de partes de Siria sin intención de marcharse en un futuro próximo. Esta realidad no hace más que reforzar la impresión de que Israel ha decidido que puede establecer un nuevo orden en Oriente Próximo mediante la fuerza pura, sin acuerdos ni negociaciones.

La guerra de 1973 fue la última vez que Israel luchó contra ejércitos de estados soberanos y no contra organizaciones militantes no estatales, que siempre han sido mucho más débiles. Aunque los libros de texto de historia israelíes afirman ahora que Israel no tuvo ninguna responsabilidad por esa guerra, no hay duda de que Egipto y Siria la lanzaron porque se dieron cuenta de que no había posibilidad de recuperar pacíficamente los territorios que Israel había ocupado en 1967.

El camino que Israel está siguiendo ahora, bajo la influencia de Trump, podría llevarlo al mismo lugar, donde sus vecinos concluyan que Israel sólo entiende de fuerza. De hecho, Middle East Eye citó fuentes en Ammán que afirman que Jordania está dispuesta a declarar la guerra a Israel si Netanyahu intenta trasladar por la fuerza a refugiados palestinos a su territorio.

Fuente: +972

Si esto no es corrupción…

 

      Redactor de Jacobín Magazine.


Donald Trump dijo una vez a los votantes que estaba luchando contra un sistema político corrupto. Sin embargo, con Elon Musk operando con impunidad en todo el gobierno federal, Trump ha llevado la corrupción política a niveles sin precedentes.


     Casi una década después, mientras encarga al hombre más rico del mundo que destruya y arruine las instituciones de las que dependen millones de familias estadounidenses, es fácil olvidar que Donald Trump llegó a la cima política prometiendo acabar con la corrupción de Washington.




Acertadamente, pintó de «corrupta» a su oponente, Hillary Clinton, que había recibido millones de dólares por discursos ante bancos de Wall Street y tenía un historial de corrupción y de pago por favores con donantes corporativos. Para demostrar que «el sistema está roto», Trump admitió abiertamente que, como empresario, había dado dinero «a todo el mundo», incluidos políticos demócratas como Clinton, para que «cuando necesite algo de ellos» más adelante, «estén ahí para mí».

El hecho de que él se autofinanciara su campaña de 2016 significaba que «no formaba parte del sistema corrupto» como candidato, dijo a los votantes, prometiendo en su lugar «escuchar su voz, oír sus gritos de ayuda». Incluso presentó un plan para «hacer que nuestro gobierno vuelva a ser honesto» que implicaba expulsar a los lobbistas de los cargos oficiales.

«Nuestro movimiento consiste en reemplazar un sistema fallido y (…) totalmente corrupto por un nuevo gobierno controlado por ustedes, el pueblo estadounidense», dijo Trump a los votantes un mes antes de ser elegido por primera vez.

Este tipo de discurso se abrió camino incluso en su campaña más reciente. Durante el año pasado, Trump se quejó de que «políticos corruptos» robaban la Seguridad Social para «financiar sus proyectos favoritos», y se comprometió a «recuperar nuestra democracia de la corrupción de Washington» y a enfrentarse a «la corrupción que ha plagado nuestro gobierno federal y perjudicado a los estadounidenses».

Así que su decisión de nombrar a Elon Musk, un multimillonario inmigrante, para formar un gobierno dentro del gobierno que no rinde cuentas para disolver amplias franjas del Estado posterior al New Deal es un duro despertar. En pocas palabras, Trump ha abrazado plenamente el sistema corrupto contra el que una vez afirmó estar luchando y, de hecho, lo ha llevado a nuevos e inéditos extremos que hacen que los Clinton parezcan modelos de ética e integridad.




A esta altura, resulta más fácil preguntarse en qué partes del gobierno federal no metió ya sus garras Musk que en cuáles sí. Musk y su equipo del «Departamento de Eficiencia Gubernamental» (DOGE, por sus siglas en inglés) están ahora instalados y juguetean con los sistemas de los Departamentos de Trabajo, Educación y Energía, así como con las agencias responsables de administrar los programas Medicare y Medicaid de los que dependen casi 150 millones de estadounidenses, administrar el programa de la Seguridad Social que mantiene a millones de estadounidenses fuera de la pobreza, vigilar y advertir al país cuando se forman huracanes mortales y proteger a los estadounidenses de delincuentes de cuello blanco, por nombrar algunos.




Quizá lo más alarmante es que, según se informa, tienen poder de edición sobre el código informático del Departamento del Tesoro, el sistema responsable de los enormes pagos federales por valor de 5,5 billones de dólares que hacen funcionar a la América del siglo XXI. Su objetivo es reducir radicalmente todos estos organismos mediante despidos masivos y recortes de programas, supuestamente para erradicar el fraude y el despilfarro, lo que planean hacer alimentando con la información de sus sistemas a programas de inteligencia artificial plagados de errores que decidirán qué recortar. De hecho, Trump está luchando activamente contra los tribunales para asegurarse de que Musk pueda seguir manipulando el sistema de pagos del Tesoro, lo que pone en riesgo la información privada más sensible de los estadounidenses.

Para que eso suceda, Musk está tomando decisiones tanto políticas como de dotación de personal, incluyendo el despido de funcionarios experimentados y veteranos si se interponen en su camino. Según lo que los funcionarios de Trump le dijeron al New York Times, nadie en la administración, excepto Trump, tiene autoridad sobre él o siquiera sabe lo que está haciendo. Mientras Musk y su equipo llevan a cabo este programa radical antigubernamental, están tomando medidas para eludir la ley y asegurarse de que el público no pueda solicitar y ver sus comunicaciones más adelante.

Incluso antes de que Trump tomara posesión, Musk estaba presente en reuniones con líderes mundiales y asesorando informalmente al presidente electo. Musk no fue elegido en ningún momento, confirmado por el Congreso, ni siquiera nombrado para ningún cargo oficial por el presidente: es un ciudadano privado que puede entrar y salir de la Casa Blanca cuando quiera, no responde ante nadie y puede manipular y potencialmente arruinar programas gubernamentales a su discreción personal y sin responsabilidad democrática.

¿Qué ha hecho exactamente Musk para merecer este tipo de poder sin precedentes sobre las vidas de millones de personas en su país de adopción? No es talento ni habilidad. La habilidad de Musk para autopromocionarse y hacer grandes declaraciones con bombos y platillos que luego incumple en silencio ha pulido una imagen pública de genio pionero que ha servido para enmascarar la mediocridad y la fanfarronería de charlatán que se esconde en su corazón.

Gracias a este esfuerzo de relaciones públicas, pocos estadounidenses saben que, por ejemplo, Musk no fundó la empresa por la que es más famoso, Tesla, sino que fue solo un inversor que más tarde expulsó a los verdaderos fundadores, se instaló como director general y más tarde ganó el título de «fundador» mediante una demanda. Tampoco muchos de ellos conocen o recuerdan su constante incapacidad para cumplir las grandiosas promesas de ciencia ficción que le gusta contar a multitudes de fanáticos de la tecnología, su empleo masivo de trucos y mentiras para embellecer los productos de su empresa, o su historial de ideas derrochadoras e inventos que no funcionan.

El mandato de Musk en Twitter/X ha sido una muestra de primera mano de lo exagerada que es su reputación de genio de los negocios, ya que la plataforma se ha vuelto mucho menos funcional, más represiva con la libertad de expresión, plagada de spam y falsificaciones y más precaria económicamente, mientras que su base de usuarios se ha reducido, todo ello mientras las nuevas funciones e innovaciones que aportó al sitio demostraban ser fallos técnicos vergonzosos y de alto perfil.

Ya está trayendo este mismo tipo de incompetencia a su nuevo trabajo en el gobierno. Cuando Molly Jong-Fast, de Vanity Fair, señaló acertadamente que la directiva de Musk y DOGE de recortar miles de millones en fondos biomédicos acabaría recortando los fondos para la investigación del cáncer, él respondió: «No lo hago. ¿De qué carajos estás hablando?». En otras palabras, Musk, literalmente, no tiene ni idea de lo que está recortando mientras reduce sin pensar el gobierno federal.


Prácticamente todas las universidades y centros de investigación médica del país se verán afectados por los recortes de subvenciones.

La única razón por la que Musk está en condiciones de hacer este tipo de daño es porque es multimillonario y porque le dio al presidente casi 290 millones de dólares en los meses previos a las elecciones, el mismo tipo de soborno flagrante de financiación de campaña que ha sido endémico en ambos partidos durante décadas, y exactamente el tipo de corrupción de Washington que Trump afirmó estar limpiando, solo que ahora con esteroides.

Más allá de la hipocresía, es la demostración más clara que se puede tener de cómo la extrema y creciente desigualdad del país corroe su democracia: mientras la gran mayoría de los estadounidenses se sienten frustrados por la falta de respuesta de Washington a sus necesidades, el hombre más rico del mundo puede simplemente comprar su entrada al gobierno y hacer lo que quiera con él, sin importar lo que el resto de nosotros pensemos o cómo nos afecte.

Pero la situación de Musk es solo un caso particularmente extremo de un patrón en la administración Trump, que en sus cortas cuatro semanas ha entregado el gobierno de Estados Unidos a una cohorte récord de trece mil millonarios, así como a especuladores corporativos en general, que a veces dirigen departamentos que afectan directamente a sus intereses comerciales. Pero esto es el business as usual de Washington, y la única desviación de Trump respecto a presidentes anteriores como Bill Clinton y George W. Bush en este frente hasta ahora es en cuánto más descarado y agresivo ha sido al hacerlo.

Desde hace años, el público estadounidense se queja de que el sistema político está amañado en su contra y a favor de los ricos y poderosos, lo que Joe Biden llamó tan atinada como tardíamente una «oligarquía incipiente», y lo que Trump denominó el «pantano» la primera vez que se presentó, cuando prometió drenarlo y hacer que el gobierno funcionara para los estadounidenses comunes y corrientes, olvidados. De hecho, la ira popular ante este tipo de corrupción es precisamente lo que ayudó a impulsar la popularidad de Trump en primer lugar.

Lejos de drenarlo, Trump se ha convertido en este pantano. Trump «escuchó la voz de la gente» y «oyó sus gritos de ayuda», pero aparentemente decidió que prefería atender el parloteo de un torpe oligarca tecnológico.


Fuente: JACOBIN