viernes, 23 de mayo de 2025

Un nuevo barco vinculado al comercio de armas y explosivos con Israel atracará en el puerto de Cartagena

 

 De BDS  
      Boicot, Desinversión y Sanciones a Israel.


Pese a las palabras y gestos, el gobierno español sigue permitiendo el comercio de armas con Israel.


     Información pública obtenida del puerto Cartagena y de la plataforma de seguimiento de barcos VesselFinder confirma que un nuevo buque procedente directamente desde Israel descargará explosivos en dicho puerto el viernes 23 de mayo.




Se trata de la embarcación “DANICA VIOLET” con bandera de Dinamarca (IMO 8503967), la cual tiene previsto descargar el viernes 23 un contenedor de mercancía IMO 1.4 (explosivos). Anunciamos que el sistema de seguimiento de este buque (AIS) ha sido desconectado hace al menos 10 horas, ocultando su posición actual por motivos evidentes. Se trata de un patrón común en los barcos implicados en el comercio de armas con Israel.




El Danica Violet forma parte de una flota de siete buques operada por H. Folmer & Co., estando especializado en la cargamento y transporte de explosivos. Según informó Progressive International, en Diciembre de 2024 entregó más de 18.000 kg de explosivos de demolición desde la India hasta Israel. Este viaje fue solo uno de los doce que la flota ha realizado desde diciembre de 2023. Estos explosivos podrían haber sido utilizados en recientes demoliciones de viviendas en Jenin (Cisjordania) o en la Franja de Gaza.

A esta misma flota pertenece el “MARIANNE DANICA” con bandera de Dinamarca (IMO 9006241), al cuál el Ministerio de Asuntos Exteriores español ya denegó el acceso al puerto de Cartagena en mayo de 2024 por llevar armas a Israel.

Así misma la descarga será facilitada por la consignataria A. PEREZ y CIA, SL, cuyo director general Félix Gendler es a su vez delegado de la naviera israelí ZIM en España. Cabe recordar que la consignataria A. PEREZ y CIA, SL no solamente ha sido la encargada de los movimientos de la naviera ZIM en los puertos españoles, sino también de la mayoría de los Maersk denunciados por llevar armas desde EE.UU. un Israel.

Hasta la fecha, el Gobierno de España no ha decretado formalmente un embargo de armas a Israel y las relaciones militares entre ambos países se han mantenido prácticamente intactas. Las autoridades competentes sólo han adoptado medidas aisladas y puntuales en relación con buques de idénticas características, habiendo denegado la escala a al menos tres barcos en noviembre de 2024. Sin embargo, y pese a que por desgracia sobran las razones para expulsar a estos buques de nuestros puertos, el Gobierno guarda silencio ante la inminente llegada esta semana de un nuevo buque involucrado en el comercio de armas con Israel.

Ante esta situación, exigimos al Gobierno que declare de manera inmediata un embargo integral de armas a Israel vía Real Decreto Ley, comprendiendo tanto la compra como la venta y tránsito. Siguen existiendo contratos con la industria armamentística israelí pendientes de anular. Siguen pasando armas manchadas de sangre por nuestros puertos y aeropuertos. Seguimos financiando y facilitando el genocidio, la ocupación y el apartheid en Palestina.

Nada impide al Gobierno convocar al Consejo de Ministros con carácter urgente, y decretar formalmente un embargo de armas a un Estado genocida como Israel. El momento es ahora.

Así mismo, exigimos a las autoridades competentes que denieguen el acceso a los servicios poos a aquellos que, como el Danica Violet, son parte de las rutas regulares que facilitan la logística del genocidio mediante el suministro de armas y combustible. Ningún puerto español debe permitir el atraque de barcos implicados en el comercio de armas con Israel.


Solidaridad con Palestina.

Pongamos fin a la complicidad con el genocidio de Israel contra el pueblo palestino.

¡Embargo de armas a Israel YA!


Fuente: Kaos en la red


(N. de E.).- Gracias a la denuncia inicial de Fin al Comercio de Armas con Israel el barco no atracará finalmente en Cartagena y cambia su rumbo a Chipre.



jueves, 22 de mayo de 2025

El falso dilema entre proteccionismo y libre comercio

 

 Por Luciana Ghiotto  
      Investigadora asociada del Transnational Institute (TNI) especializada en comercio e inversiones.



La política arancelaria del segundo mandato de Donald Trump como presidente de Estados Unidos representa una reconfiguración del comercio global y plantea serios desafíos para los movimientos contra los tratados de libre comercio en todo el mundo.


     El segundo gobierno de Donald Trump parece haber modificado el tablero del comercio global. La administración trumpista puso el foco en el libre comercio porque lo entiende como una práctica que ha dañado la hegemonía de Estados Unidos al generar desbalances comerciales con sus socios (especialmente China). Desde esa perspectiva, los altos aranceles podrían ayudar a recuperar parte del poderío industrial y económico perdido con la globalización. «La palabra más bonita del diccionario es arancel», decía Trump en 2024, y desde su asunción en enero hemos entendido que no estaba exagerando.




En este artículo nos proponemos examinar las políticas arancelarias de Trump desde una perspectiva crítica, trascendiendo las interpretaciones predominantes que las presentan como una ruptura radical con el orden económico global previo. Nuestra investigación se estructura en torno a tres objetivos fundamentales. Primero, desarrollar un análisis riguroso sobre la naturaleza, alcance e historicidad de las transformaciones generadas por las políticas arancelarias trumpistas, situándolas en la trayectoria más amplia de las relaciones entre Estado y capital en el capitalismo contemporáneo.

Segundo, problematizar críticamente la concepción dominante del «libre comercio», interrogando si las políticas proteccionistas actuales representan una verdadera ruptura con el paradigma librecambista o si constituyen, más bien, una reconfiguración de los mecanismos de acumulación dentro de la misma lógica sistémica. Tercero, examinar las implicaciones de estas transformaciones para los movimientos sociales que han articulado sus estrategias en torno a la crítica del libre comercio durante las últimas tres décadas, evaluando los desafíos que este nuevo escenario plantea para sus marcos interpretativos y prácticas políticas.

Sostenemos que una lectura crítica del momento actual resulta fundamental para repensar las estrategias de los movimientos sociales, particularmente en lo que respecta a su relación con los Estados nacionales y a las formas de construir solidaridades transnacionales efectivas. Las transformaciones en curso exigen reconsiderar tanto los sujetos políticos protagonistas de las resistencias como las escalas en que estas deben articularse para confrontar un sistema cuyas contradicciones se manifiestan simultáneamente en múltiples niveles.


Rupturas y continuidades en el modelo económico estadounidense


Las políticas proteccionistas de Trump no son una anomalía histórica sino un retorno a estrategias fundamentales en la construcción de Estados Unidos como potencia industrial. Contrariamente a la narrativa liberal dominante, este país desarrolló su economía bajo un intenso proteccionismo durante el siglo XIX, con aranceles que superaban el 40% hasta la Segunda Guerra Mundial. Lejos de representar una «desviación» del libre comercio, esta medida era una herramienta para gestionar asimetrías de poder económico, permitiendo a las potencias emergentes acumular capacidad industrial antes de competir globalmente. La Gran Depresión de 1930 intensificó el proteccionismo con la ley Smoot-Hawley, que elevó aranceles a niveles históricos. Esta crisis representó más que una recesión económica: fue una crisis orgánica del capitalismo donde el proteccionismo funcionó como mecanismo de emergencia para contener el cataclismo dentro de las fronteras nacionales y facilitar la reestructuración de las relaciones capital-trabajo.

El New Deal de Roosevelt supuso la masiva intervención estatal, con inversiones en infraestructura, subsidios industriales y regulación financiera, mientras la Segunda Guerra Mundial justificó una planificación económica centralizada que consolidó el complejo militar-industrial estadounidense. Tras la guerra, el capital de base estadounidense se internacionalizó, lentamente, pero sin pausa. La reconstrucción de Europa y su proceso de integración regional con la nueva Comunidad Europea promovió el aumento de la inversión extranjera directa a ese territorio. En ese mismo periodo se crearon en México las primeras maquiladoras con capital estadounidense, cuando en 1965 el gobierno mexicano implementó el Programa de Industrialización Fronteriza. Para 1970 ya existían 132 maquiladoras en la zona de frontera con Estados Unidos.

Paralelamente, durante estos años aumentaron las protestas sindicales en los países industrializados (con eventos como Mayo Francés y el Otoño Caliente italiano), expresando la insubordinación obrera a los dictados del capital y contribuyendo a la caída de la tasa de ganancia a principios de los años setenta. A este proceso deben añadirse también los procesos de lucha en América Latina, como el Cordobazo argentino, las huelgas del ABC paulista o la masacre estudiantil de Tlatelolco, todo en el contexto de la revolución cubana como horizonte de posibilidad de cambio sistémico.

La liberalización comercial se intensificó con la Ronda Kennedy del GATT (1964-1967), que incluyó no solo aranceles sino también barreras no arancelarias, expandiendo el ámbito regulatorio para satisfacer las necesidades de un capital que se volvía lentamente transnacional. Esta trayectoria culminó con la Ronda Uruguay (1986-1994) y la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC), que extendió radicalmente el alcance regulatorio a áreas como la propiedad intelectual, las inversiones extranjeras, los servicios y las compras gubernamentales.

En este proceso, Estados Unidos actuó como arquitecto principal, impulsando la liberalización en sectores en los que sus corporaciones tenían ventajas (servicios, propiedad intelectual, finanzas) mientras preservaba protecciones en áreas sensibles (agricultura, textiles, acero). Esta estrategia dual —«haz lo que digo, no lo que hago»— permitió al país norteamericano posicionarse como un defensor del libre comercio mientras mantenía elementos proteccionistas en su política doméstica, tales como subsidios encubiertos, compras gubernamentales discriminatorias y medidas antidumping.

Navegando esta dualidad, Estados Unidos se posicionó como el principal defensor y promotor del discurso y la práctica del libre comercio a escala global. Los distintos gobiernos emplearon su influencia diplomática, económica y militar para impulsar la liberalización en aquellos sectores donde sus corporaciones mantenían ventajas competitivas. La transformación del GATT en OMC y la expansión cualitativa del ámbito regulatorio que esto implicó respondió fundamentalmente a esta agenda impulsada por Estados Unidos y sus corporaciones transnacionales, que buscaban instrumentos jurídicos más fuertes para garantizar condiciones favorables para la penetración en los nuevos mercados.

La globalización como reestructuración cualitativa

Siguiendo esta línea, los años noventa no representaron el «nacimiento» de la globalización, sino una nueva disposición de las relaciones entre los Estados nacionales y el mercado mundial, caracterizada por la expansión geográfica de las relaciones capitalistas, el aumento de la inversión extranjera directa y la incorporación de nuevos territorios a los circuitos globales de acumulación. Este periodo no significó una ruptura absoluta con el pasado, sino que expresó una reconfiguración de las relaciones sociales capitalistas en respuesta a las contradicciones de los Estados de bienestar keynesianos.

El desplome soviético y la apertura china ofrecieron al capital acceso a vastos territorios con mano de obra barata, nuevos mercados y recursos estratégicos. Estos espacios ofrecían múltiples ventajas: enormes reservas de fuerza de trabajo disciplinada y de bajo costo, mercados potenciales para la venta de productos y servicios, oportunidades para inversiones de capital fijo en infraestructura, y acceso a recursos naturales estratégicos. Los capitales estadounidenses respondieron a estas transformaciones implementando una serie de estrategias de instalación en los nuevos territorios incorporados al mercado global. En China, adoptaron principalmente la forma de inversión productiva directa en sectores manufactureros intensivos en trabajo, instalando plantas en las Zonas Económicas Especiales.

Esta expansión geográfica de las empresas estadounidenses (y europeas) implicó la transformación cualitativa en la organización del capitalismo global. Facilitó la conformación de un entramado productivo transnacional que profundizaba el proceso de relocalización industrial iniciado en los años sesenta. Las cadenas globales de valor emergieron como la forma organizativa dominante, permitiendo a las corporaciones transnacionales fragmentar los procesos productivos y distribuirlos a través de múltiples territorios para maximizar las ventajas comparativas de cada territorio.

Este proceso económico tuvo su reflejo en un entramado jurídico específico, una nueva «arquitectura jurídica de la impunidad» para las corporaciones, al decir de Juan Hernández Zubizarreta. Esta arquitectura, compuesta por un conjunto de instituciones y tratados internacionales, generó una asimetría normativa articulada en torno a una idea básica: proteger a toda costa los negocios de las multinacionales mediante un ordenamiento jurídico internacional fundamentado en las reglas del comercio y la inversión.

Se conformó, entonces, una lex mercatoria compuesta por miles de normas: contratos de explotación y comercialización, tratados comerciales bilaterales y regionales, acuerdos de protección de las inversiones, políticas de ajuste y préstamos condicionados, laudos arbitrales, etc. Un derecho duro (hard law) (coercitivo y sancionador) que protege con fuerza los intereses empresariales. Y a este entramado se sumó también la creación, en 1995, de la Organización Mundial del Comercio (OMC), institución que reúne los objetivos del libre mercado y los vuelve regla para todos los Estados.

En definitiva, la globalización no está determinada solamente por la integración económica (aunque se trata de un elemento central) ni por las innovaciones tecnológicas (esenciales para la internacionalización) ni por el nuevo entramado jurídico (clave para otorgar seguridad a la propiedad privada). Todo esto define a la globalización, marcando una fase específica de la lucha entre capital y trabajo donde el capital buscó recomponer su dominación frente a las luchas obreras de los años sesenta que habían encarecido el precio del trabajo y reducido la ganancia.

Asimismo, todas las economías que se habían mantenido semicerradas en la posguerra, durante los Estados de bienestar, fueron conectadas en el mercado global. Ya no habría más lugar para economías nacionales autonomizadas, sino que se imponía ahora la regla del mercado. La globalización, entonces, representa una estrategia ofensiva del capital para escapar de las restricciones nacionales y disciplinar a la clase trabajadora mediante la amenaza constante de relocalización y precarización. La movilidad global del capital y la desregulación financiera que caracterizan esta etapa no son más que expresiones de la crisis de la forma tradicional de dominación capitalista y su intento desesperado por restaurar la rentabilidad.

¿Trump contra el libre comercio?

La política económica de la administración Trump marcó un quiebre significativo con el consenso bipartidista «globalizador» y en favor del libre comercio que dominó la política estadounidense durante cuatro décadas. Este «neoproteccionismo» representa una forma explícita de intervención estatal que defiende selectivamente a empresas con base en Estados Unidos ofreciéndoles protección contra los competidores extranjeros. Esto revela la verdadera naturaleza del proyecto económico trumpista: no un rechazo al neoliberalismo ni al libre comercio en sí mismos, sino una reconfiguración de las relaciones entre el Estado, las corporaciones y el mercado mundial, desarrollando un nacionalismo económico con fuerte impacto en la base electoral.

Los partidos Demócrata y Republicano habían convergido en su apoyo a políticas de libre comercio, desde el TLCAN bajo Clinton hasta el TPP con Obama. Trump rompió con esta tradición, calificando al TLCAN como «el peor tratado de la historia» y forzando su renegociación entre 2017 y 2018. Hay que reconocer que Trump no estaba tan errado: el TLCAN redujo empleos en sectores industriales clave de Estados Unidos, particularmente en estados del llamado «cinturón del óxido». Se estiman pérdidas de alrededor de 700 000 puestos de trabajo estadounidenses como resultado directo del acuerdo. Este fenómeno evidencia las contradicciones inherentes a la internacionalización del capital, donde la promesa de prosperidad generalizada chocó con la realidad de una redistribución desigual de costos y beneficios.

En su primer gobierno, Trump redobló la apuesta contra las instituciones del libre comercio. En 2017 boicoteó el Órgano de Solución de Diferencias de la OMC y retiró a Estados Unidos del TPP. A su vez, impuso aranceles a China, México, Canadá y la Unión Europea, e inició una guerra comercial con China desde 2018. El demócrata Joe Biden no modificó los aranceles impuestos por Trump, sino que los mantuvo y profundizó con iniciativas como la Ley de Reducción de la Inflación, la Ley de Chips y Ciencia, y políticas de Buy American, consolidando un nuevo enfoque proteccionista bipartidista.

El proteccionismo de Trump recupera una forma explícita de intervención estatal a favor de empresas con base administrativa en Estados Unidos, cobijándolas de la competencia internacional. Literalmente, los aranceles impuestos actúan como una coraza protectora, un escudo para amplios segmentos del capital estadounidense que habían perdido ventajas competitivas frente a rivales internacionales, especialmente empresas chinas. El objetivo de las políticas de Trump es, reforzar el poder de las corporaciones estadounidenses, no limitarlo.

Asimismo, este proteccionismo es selectivo: mientras defiende sectores industriales tradicionales, desregula el sector financiero y reduce impuestos al gran capital. Implementa altos aranceles para lograr un efecto positivo en sectores manufactureros tradicionales, pero simultáneamente ejecuta una agenda de desregulación financiera que desmantela el andamiaje regulatorio construido tras la crisis de 2008. En 2018, el gobierno de Trump terminó con la Ley Dodd-Frank que había sido aprobada en 2010 para reforzar las exigencias de capital de respaldo a los bancos, obligándolos a llevar a cabo test de resistencia anuales para mostrar su fortaleza y prohibía a las instituciones financieras dedicarse a actividades de alto riesgo con el dinero de sus clientes.

Por otra parte, la Ley de Recortes de Impuestos y Empleos (Tax Cuts and Jobs Act) de 2017 representó la mayor reforma fiscal en tres décadas y constituyó el logro legislativo más significativo del primer mandato de Trump. La pieza central de esta legislación fue la dramática reducción del impuesto federal sobre la renta corporativa del 35% al 21%, un recorte sin precedentes que transformó el panorama tributario empresarial estadounidense. Los legisladores republicanos argumentaron que un entorno fiscal más favorable incentivaría a las empresas a expandir sus operaciones en Estados Unidos y las haría más competitivas en el mercado global.

La drástica reducción del impuesto corporativo reveló una profunda contradicción en el núcleo de la política económica trumpista: mientras se implementaban aranceles y restricciones comerciales bajo el discurso de proteger a los trabajadores estadounidenses, se otorgaban enormes beneficios fiscales a las mismas corporaciones multinacionales que habían relocalizado empleo durante décadas. Esta contradicción aparente revela la verdadera naturaleza del proyecto: no se trata de un retorno al proteccionismo integral del siglo XIX o del período de sustitución de importaciones, sino de una reconfiguración del rol estatal dentro del capitalismo globalizado para defender selectivamente ciertos sectores mientras se mantienen y profundizan las ventajas para el capital financiero y las grandes corporaciones.

Lo que Trump consiguió fue sincerar la relación entre Estado y capital corporativo: abandonó la pretensión neoliberal de separación entre ambos, reconociendo de manera explícita que el poder estatal sigue siendo esencial para garantizar la rentabilidad del capital estadounidense en un contexto de creciente competencia internacional. El proteccionismo trumpista, en este sentido, no es una limitación del capitalismo estadounidense sino un intento de salvarlo de su crisis de rentabilidad y pérdida de ventajas competitivas, utilizando el poder estatal como escudo para preservar posiciones privilegiadas que ya no podían sostenerse mediante la pura competencia en los mercados globales.

La contradicción fundamental del proyecto económico de Trump radica en querer capturar los beneficios de la globalización (ganancias extraordinarias, dominio tecnológico, influencia geopolítica) mientras rechaza sus consecuencias inevitables: la relocalización productiva y los impactos negativos sobre el mercado laboral doméstico. El gobierno pretende reconciliar el nacionalismo económico del siglo XX con la realidad de corporaciones cuyo poder deriva precisamente de su capacidad para operar más allá de las fronteras nacionales. Esta tensión revela que el America First económico no puede materializarse mediante un simple retorno de la producción, sino que requiere una transformación radical de las lógicas de acumulación global que estas mismas corporaciones han construido durante décadas y de las cuales depende actualmente su posición dominante en la economía mundial.


Más allá del dilema: los movimientos anti-TLC en la encrucijada trumpista


Las organizaciones sociales que tradicionalmente se han opuesto a los TLC desde una crítica al neoliberalismo ahora enfrentan un dilema: oponerse frontalmente a las políticas comerciales de Trump podría interpretarse como una defensa implícita del statu quo neoliberal; apoyarlas significaría legitimar un proyecto que, aunque nombradamente contrario al libre comercio, está diseñado para fortalecer el poder del capital estadounidense sin cuestionar las relaciones sociales de explotación y desigualdad que le subyacen.

Pero Trump se ha apropiado de la retórica anti libre comercio desde un foco diferente a las campañas contra los tratados. Es cierto que algunos puntos de su argumento son similares: la crítica a la relocalización productiva, los impactos de los TLC sobre los trabajadores, la oposición a acuerdos como el TPP y las críticas del TLCAN y la OMC. Pero esto lo hace principalmente desde una matriz nacionalista-corporativa que no cuestiona las asimetrías fundamentales del orden económico global ni incorpora demandas de justicia ambiental o laboral internacional. Por el contrario, lo que Trump reivindica es un nacionalismo económico excluyente: su objetivo no es rediscutir el rol de las corporaciones estadounidenses, sino hacerlas nuevamente fuertes. Antes que «Make America Great Again», «Make US Corporations Great Again».

Esta situación revela una crisis más profunda en los marcos interpretativos tradicionales que planteaban «libre comercio vs. proteccionismo». Se evidencia ahora la necesidad de desarrollar un análisis más sofisticado que juegue en dos niveles: por un lado, una crítica del neoliberalismo y del libre comercio, pero, por otro, una crítica radical basada en el entendimiento de cómo funciona el capitalismo en su conjunto, y cómo el tema de comercio se entreteje con los temas financieros, ambientales, digitales, productivos, etc.

Lo que el trumpismo ha puesto en crisis es la mirada centrada en el nacionalismo económico que muchos movimientos sociales han sostenido desde los años noventa, cuando el foco era la crítica al neoliberalismo. La reivindicación de la centralidad del Estado y su capacidad regulatoria se convirtió en el eje articulador de proyectos progresistas que buscaban recuperar espacios de autonomía para las políticas públicas nacionales frente al avance de la globalización neoliberal. Sin embargo, esta estrategia política ha encontrado su límite en la profunda transformación estructural que el capitalismo global ha experimentado.

El problema fundamental es que estas políticas centradas en la recuperación de la soberanía económica nacional chocan inevitablemente contra la realidad de una interconexión económica global que ha reconfigurado las bases materiales de reproducción social. El neoliberalismo no fue simplemente un conjunto de políticas reversibles mediante la voluntad estatal, sino un proceso de reorganización profunda de las relaciones de producción a escala planetaria. Las economías nacionales fueron orgánicamente integradas en cadenas globales de valor, circuitos financieros transnacionales y redes tecnológicas que reducen drásticamente el margen de maniobra para experimentos económicos autonomizados.

En este contexto, los movimientos sociales que se oponen a los tratados de libre comercio enfrentan varios desafíos. La superación del nacionalismo metodológico constituye quizás el más importante y urgente, en tanto implica trascender una visión que ha estructurado tanto el análisis como la praxis política de numerosos movimientos populares durante décadas: la centralidad incuestionada del Estado-nación como articulador del horizonte utópico y como contenedor natural de los procesos sociales.

Esto no es meramente una cuestión ideológica ni un enamoramiento con los debates históricos dentro de las izquierdas sobre el rol del Estado en los procesos emancipatorios. La crisis de este enfoque refleja las transformaciones estructurales en el capitalismo. Frente a esta realidad, la reivindicación de la soberanía económica nacional como horizonte estratégico principal resulta insuficiente. Sin embargo, reconocer los límites del nacionalismo metodológico tampoco implica abrazar un internacionalismo abstracto que ignore las asimetrías de poder entre naciones y regiones, o que desconozca la importancia que los espacios nacional-estatales siguen teniendo como terrenos de disputa política. Se trata, más bien, de desarrollar perspectivas analíticas y estrategias políticas que puedan operar simultáneamente en múltiples escalas.

Desde los años noventa, el foco político puesto en los tratados de libre comercio ha permitido visibilizar los mecanismos concretos mediante los cuales el poder corporativo transnacional se institucionalizaba y expandía. La creación de alianzas transnacionales efectivas que superen las tentaciones del nacionalismo económico sin diluir las especificidades de cada contexto constituye otro reto significativo. Hoy, la solidaridad internacional requiere la identificación de la contradicción fundamental del capitalismo contemporáneo (la cual a menudo queda invisibilizada en los análisis políticos convencionales). Efectivamente, el libre comercio no es simplemente un conjunto de políticas erróneas, sino un mecanismo estructural que produce necesariamente sectores «sacrificables» cuya exclusión y precarización no es un efecto colateral, sino una condición constitutiva del modelo de acumulación global. Esta expulsión no podría corregirse mediante mejores políticas públicas dentro del mismo marco, sino que se ha vuelto una necesidad estructural del sistema.

Las comunidades afectadas por el extractivismo minero y petrolero constituyen los territorios que deben ser despojados para alimentar las cadenas globales de producción y consumo. Su desplazamiento y la destrucción de sus formas de vida no son «daños colaterales» sino requisitos operativos de la acumulación por desposesión que caracteriza al capitalismo contemporáneo. Del mismo modo, los trabajadores informales y autónomos que proliferan en las economías periféricas representan la materialización de un proceso donde el trabajo formal, regulado y con derechos laborales se convierte en una excepción histórica, no en la norma. La economía global requiere esta masa creciente de trabajo precarizado, disponible y desprovisto de protecciones sociales para mantener las tasas de ganancia.

Esta comprensión tiene efectos profundos sobre la construcción de solidaridades políticas. Significa que los movimientos sociales deben centrar su atención precisamente en estos sectores cuya opresión es constitutiva del sistema, no accidental. Las comunidades despojadas por el extractivismo, los trabajadores informalizados, los migrantes precarizados, las comunidades indígenas y campesinas amenazadas por megaproyectos: todos ellos expresan, en sus luchas concretas, las contradicciones fundamentales que el sistema no puede resolver mediante reformas parciales.

La solidaridad política debe construirse, entonces, no a partir de la promesa ilusoria de una inclusión plena en el capitalismo global, sino desde el reconocimiento de que la emancipación de estos sectores requiere necesariamente trascender la lógica misma del sistema que los sacrifica. La tarea, en síntesis, es transitar de una crítica al neoliberalismo hacia una crítica integral al capitalismo, comprendiendo que el libre comercio no es simplemente una «política equivocada» sino una expresión orgánica de las tendencias expansivas inherentes al capital como relación social.

La pregunta que se abre entonces es: ¿puede el movimiento trascender la dicotomía libre comercio/proteccionismo? ¿Es posible desarrollar una praxis internacionalista que reconozca los límites estructurales del nacionalismo económico sin caer en la resignación ante el poder del capital global? Esta crítica más profunda no implica abandonar la lucha contra los tratados de libre comercio, sino recontextualizarla en una comprensión más profunda de las dinámicas del capitalismo contemporáneo y en un proyecto de transformación radical que abarque simultáneamente las múltiples dimensiones de la dominación capitalista.

Una perspectiva integrada abriría posibilidades para una praxis más efectiva. No basta con oponerse a acuerdos específicos; es necesario construir modelos alternativos de relaciones económicas internacionales que cuestionen la propia lógica capitalista. Esto hará posible tender puentes entre distintos niveles de análisis, conectando las críticas a las cláusulas específicas de los TLC con cuestionamientos más profundos al sistema capitalista, al tiempo que permitirá ir más allá de los debates reduccionistas entre «nacionalismo económico» versus «globalismo neoliberal», reconociendo que ambos operan dentro de la misma lógica sistémica.

Fuente: JACOBIN

miércoles, 21 de mayo de 2025

Europa se está suicidando

 

 Entrevista de Glenn Diesen  
      Escritor y activista político noruego.


      Economista con doble nacionalidad greco-austaliana. Político y activo escritor.


El politólogo noruego Glenn Diesen entrevistó recientemente al conocido economista Yanis Varoufakis, quien hace un cuestionamiento a fondo de la Unión Europea, que considera se está convirtiendo en un apéndice económico de EEUU.


     Glenn Diesen: Hoy me complace contar con la presencia de Yanis Varoufakis, economista, exministro de finanzas Grecia y también un autor sumamente prolífico. Así que bienvenido al programa, Yanis. Bueno, parece que hemos llegado al final del camino en cuanto a cómo ha funcionado el sistema económico internacional durante las últimas décadas. Trump parece reconocer que Estados Unidos está en una situación difícil y ha iniciado un esfuerzo para reorganizar la economía mundial a su favor, lo que incluye una guerra comercial muy disruptiva. tanto contra adversarios como contra sus aliados. Pero, si nos alejamos un poco de los detalles del día a día, ¿qué es lo que realmente estamos presenciando en cuanto a los objetivos de Estados Unidos y cómo intenta alcanzarlos?

Yanis Varoufakis: En realidad el objetivo de Estados Unidos ha sido el mismo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y probablemente ese objetivo sea Alemania.

Estados Unidos salió de la Segunda Guerra Mundial habiendo heredado esencialmente el imperio británico después que este quedara en bancarrota. La doctrina Truman iba de la mano con el sistema de Breton Woods, así que en esencia todo giraba torno a mantener la producción de industria manufacturera estadounidense después de 1945.


Harry S. Truman.

Su gran temor en aquel momento era que con el fin de la guerra desapareciera la necesidad producir a más del 100% , Estados Unidos se enfrentaba a la seria amenaza de volver a 1929, una gran recesión, una gran depresión. Era el mismo modelo, si se quiere, que el de China hoy en día. En esa época los dirigentes estadounidenses eran lo suficientemente inteligentes como para entender que no se pueden mantener exportaciones netas para siempre, a menos que transfieras parte de tus excedentes a las regiones deficitarias de su sistema económico, para mantener la demanda de sus exportaciones netas.

Así que Europa y Japón se dolarizaron, ya fuera a través del plan Marshall, o de créditos o préstamos privados o públicos. Es decir, una gran parte de los excedentes estadounidenses se enviaban a Europa y Asia para que pudieran mantener las importaciones netas de Estados Unidos.

Ese era el sistema de Breton Woods. Ese sistema estaba destinado a morir en el momento que Estados Unidos dejase de tener excedentes. Y fue entonces cuando “el Trump de aquella época”, un caballero que recordaréis, Richard Nixon, hizo estallar el sistema monetario y sistema comercial mundial que los estadounidenses habían creado.


Conferencia de Bretton Woods.

Así que lo está haciendo Trump ya se ha hecho antes. Un presidente estadounidense ya ha hecho saltar por los aires el sistema financiero y comercial global diseñado y construido por Estados Unidos. Y ese es un periodo, desde mediados de los años 70 en adelante, de un mecanismo global de “reciclaje invertido”.

En lugar de que los excedentes estadounidenses se reciclaran al resto del mundo, los déficits estadounidenses proporcionaron una enorme demanda agregada para financiar su déficit. Para eso era necesaria alimentar el milagro económico alemán, el milagro económico japonés y permitir que el milagro económico chino echara raíces y creciera.

Así que para decirlo de forma vulgar, esencialmente, la economía estadounidense generaba demanda agregada para los exportadores alemanes, japoneses y chinos. A estos se les pagaba con pagarés llamados dólares que regresaban a Estados Unidos través de Wall Street para financiar al gobierno estadounidense, a la bolsa estadounidense y al sector inmobiliario estadounidense. Esa era la situación y por supuesto ese tsunami de capital que llegaba a Wall Street requería la desregulación de Wall Street.

Entonces, los banqueros se volvieron locos. empezaron a construir enormes y gigantescas pilas de derivados tóxicos y este sistema colapsó en 2008. Todo ese sistema entró en una crisis muy grave, con un sistema de reciclaje tan extraño… una suerte de “socialismo” para banqueros. Eso es la flexibilización cuantitativa, la impresión de dinero para los banqueros y austeridad para casi todos los demás.


Crisis financiera de 2007-2008. En rojo, el incremento de riesgo de crédito.

Con este sistema se provocó un colapso muy significativo de la inversión en Estados Unidos y en Europa. Los únicos que realmente invirtieron gran parte del dinero que estaban imprimiendo los bancos centrales fueron los grandes propietarios tecnológicos, ya sabes, los Amazon, los Google, los Meta y así sucesivamente.

Por eso tenemos una nueva forma de capital. la llamo capital en la nube. Y en este contexto, mientras Estados Unidos, estaba siendo diezmado con un proceso de desindustrialización, la clase rentista estadounidense lo estaba pasando realmente muy bien. Las personas que vivían de los mercados financieros y del sector inmobiliario prosperaron enormemente con el reciclaje del dinero y con los beneficios producidos por el déficit comercial de Estados Unidos. Pero si eras un trabajador de la construcción o de la manufactura, un obrero en el medio oeste estaba siendo precarizado. Y entonces llega Trump y declara: “Esto no puede continuar. Nos hemos pasado y voy a hacer que América vuelva a ser grande. En otras palabras, voy a reequilibrar la relación entre el mundo del dólar y la capacidad manufacturera estadounidense, que llegó a ser totalmente desproporcionada”. Dicho de otro modo, las finanzas estadounidenses, el mundo dolarizado, se convirtieron en un parásito gigantesco que se alimentaba de un organismo diminuto: la manufactura estadounidense. Ahora bien, esto no significa que Trump vaya a lograr lo que promete. No significa que porque Nixon tuvo éxito con su shock, Trump vaya a tener éxito con el suyo.

No significa que vaya a haber continuidad, porque no es solo cuestión de lo que haga Trump para este proyecto funcione. La próxima administración y la siguiente también tendrán que participar. Nixon no lo hizo solo. Carter, Reagan y luego Bush continuaron esa política. Así que estamos viviendo tiempos muy interesantes, por decir lo menos.

Glenn Diesen: Bueno, parece que Trump intenta hacer que América vuelva a ser grande y está haciendo esfuerzos por reindustrializar el país y reducir su monstruoso déficit de comercio exterior. Me parece que Trump acertó en parte al tomar el pulso, reconociendo que tal como están la cosas esta situación es insostenible para EEUU. Pero, ¿qué significa esto para Europa? Porque desde la Segunda Guerra Mundial tuvimos una especie de acceso preferencial al mercado estadounidense, también por motivos políticos disfrutamos de energía barata de los rusos. ¿Cómo se están reorganizando los europeos o qué están haciendo en esta guerra comercial que en esencia es construir un nuevo modelo económico?

Yanis Varoufakis: La respuesta es que no mucho. Sea lo que sea que estén haciendo, lo están haciendo en un estado de pánico y sin ninguna planificación. El shock de Nixon fue el mundo que engendró el euro, la eurozona. Porque pensándolo bien, lo que hizo Nixon en 1971 fue expulsar a Europa de la zona dólar.

En 1971 teníamos tipos de cambio fijos con el dólar. En otras palabras, éramos parte de la zona dólar, aunque lleváramos nuestras propias monedas nacionales en los bolsillos. Piénsalo, durante 20 años no tuvimos que comprobar los tipos de cambio porque eran los mismos. Los tipos de interés eran, más o menos constantes, entre un 4 y 5%.

Era un mundo magníficamente aburrido. Era el mundo en que la maquinaria manufacturera alemana se volvió sustancialmente exitosa. Pero, lo que hicieron los estadounidenses en 1971 fue echarnos fuera. Nos arrojaron a los lobos. El secretario del tesoro John Conell iba por ahí diciendo: «No me importa cuál sea tu problema, amigo. El dólar es nuestra moneda, pero es tu problema.»

Y en un estado de pánico total en los años 70, los europeos empezaron a intentar crear su propio sistema de Breton Woods, su propio régimen de tipos de cambio fijos. Esta es razón por la que lo necesitaban crear la Unión Europea, que se construyó como un cartel de grandes empresas.

Claro que el primer nombre fue “Comunidad Europea del carbón y del acero”, que funcionaba como lo hace la OPEP con el petróleo. Los europeos lo hicieron con el carbón y acero. Se trataba de limitar la competencia, tener precios estables, precios acordados, precios de cartel y luego, por supuesto, incluyeron a los agricultores con el tratado de Roma, a quienes les ofrecieron una parte de los beneficios de la industria pesada. Eso es la política agrícola común.

Ahora bien, para que un cartel funcione se necesita tener una moneda común o tipos de cambio fijos. Porque si los tipos de cambio fluctúan, realmente es muy difícil mantener la colusión. Los cárteles son inestables, están sujetos a fuerzas centrífugas y si permites que los precios varíen porque los tipos de cambio varían, entonces no puedes mantener el cártel.

Así que Europa necesitaba otra construcción con una moneda común. Entonces entraron en un proceso. Primero fue el llamado sistema monetario europeo. Después el mecanismo de tipos de cambio. Todo esto fracasó. Así que decidimos federar nuestro dinero, crear una moneda común, el euro.

Pero en el proceso olvidamos crear un tesoro común, olvidamos crear las instituciones democráticas que puedan gestionar la política monetaria de una manera mínimamente democrática. Esto, por supuesto, fue la causa de la crisis del euro.

¿Y cómo afrontó la Unión Europea la crisis del euro? Mediante una austeridad dura, increíblemente dura y mucha impresión de dinero, lo que por supuesto significó que Volkswagen no invirtió nada, porque si recibes ese dinero gratis y los clientes no tienen dinero para comprar Volkswagens caros o máquinas tipo Tesla, las automotrices no invierten en nuevas tecnologías, es muy caro.


La economía alemana se ha ido contrayendo en los últimos años.

Lo que ha pasado es que las empresas se quedaron con el dinero que imprime el Banco Central y fueron a la bolsa de Frankfurt y recobraron sus propias acciones. El precio de las acciones subió y los directivos de Volkswagen se forraron porque sus salarios están vinculados al precio de las acciones. Esto significó que durante 15 años no tuvimos inversión.

Mientras tanto, la política se volvió tóxica porque cuando al aplicar la austeridad al pueblo alemán, francés, o griego y así sucesivamente, todos terminaron odiándose entre sí. Si hoy vas a conversar con los europeos, incluso con los europeos progresistas, y les dices, «¿Qué tal si nos federamos ahora?» Te responden, «Largo, simplemente vete, no me hables de esto».

Estas son personas que hace un tiempo querían una federación europea, así que la política se ha vuelto tóxica. No hay coordinación, no tenemos liderazgo. En su momento, como sabes, yo me opuse abiertamente a alguien como Angela Merkel, ¿verdad? Pero al menos ella era una líder, al menos tenía capital político.

Ahora tenemos pollos sin cabeza corriendo por ahí… un tipo como Merz que ni siquiera logra ser elegido directamente como canciller de Alemania. Tenemos a Macron, un pato cojo. Cuando yo estaba en el gobierno griego había un choque muy fuerte entre el norte y el sur. Ahora tenemos un choque aún peor entre el este y oeste.

¿Por qué te cuento todo esto? Perdona mi respuesta tan extensa, pero tu pregunta es, ¿cómo está respondiendo Europa al shock de Trump? Pues no lo está haciendo, porque para responder necesitas tener un centro coherente de toma de decisiones políticas y no lo tenemos.

En cambio tienes a Merz, que quiere un acuerdo de libre comercio con Trump. Eso es caer directamente en la trampa que Donald Trump está tendiendo. Tienes a un Macron que no quiere eso. Y para más remate ni Merz ni Macron tienen poder sobre la Comisión Europea.

De hecho, Ursula van der Leyen ha creado una pequeña camarilla a su alrededor. Y ella no tiene legitimidad ni apoyo democrático, pero está concentrando el poder en sí misma, haciendo cosas realmente absurdas que no tienen absolutamente ninguna relación con el verdadero problema que tiene Europa. Nos faltan nada menos que unos 600.000 millones al año en términos de inversión. Tenemos un déficit de inversión de 600.000 millones al año y nadie habla de ello.

Y que hacen, ¿sabes? No tengo mucho pelo, pero el poco que tengo me lo arranco porque están hablando de rearme. Van a comprar tanques y torpedos y no sé qué otras ideas idiotas tienen sobre lo que van a adquirir. Esto no va a generar crecimiento. Hará subir el precio de las acciones de Rhine Metal y la industria armamentística. Pero no tendrá ningún efecto macroeconómico para Europa.

Así que en resumen, la respuesta a tu pregunta es que Europa se está quedando atrás.

Glenn Diesen: Creo que la falta de cohesión política y capacidad decisión es un problema clave. Y comparto tu pesimismo respecto al keynesianismo militar, pero un componente fundamental a abordar en el actual shock de la economía internacional es el cambio industrial, que ahora muchos denominan la cuarta revolución.

En particular Europa está quedándose atrás en el sector tecnológico, especialmente ahora que todo se está digitalizando. Vemos que las tecnologías digitales se están fusionando cada vez más con las industrias físicas o las están transformando. ¿Cuáles son los principales retos para Europa en este sentido? ¿Hay algo en camino o simplemente se está subordinando a Estados Unidos?

Yanis Varoufakis: Están intentando subordinarse a un líder como Trump que curiosamente no los quiere como subordinados. Están suplicando: «Déjanos ser tus esclavos.» Y él responde, «No, no quiero que seáis mis esclavos.» Así que en realidad es bastante cómico. Mira, nos hemos quedado atrás en las tecnologías del futuro. La razón de que nos hayamos quedado atrás en la energía verde, como paneles solares, energía eólica y fusión, es porque no hemos invertido nada.

Alemania solía ser el principal productor de paneles solares en el año 2000. ¿Y qué pasó? Dejaron de invertir en ello. Los chinos nos han adelantado en dos revoluciones industriales, no solo en una. Están por delante en la fabricación de paneles solares y en los vehículos eléctricos.

Esa idiotez de que los chinos están inundando el mercado con productos baratos por las subvenciones del gobierno chino es una completa tontería. Simplemente nosotros no tenemos la tecnología de los chinos. ¿Por qué? Porque no se ha invertido. Nosotros hemos pasado los últimos 20 años sin invertir y al final todo esto pasa factura.

Cuando te pierdes 20 años de inversión en plena revolución tecnológica te quedfas fuera. Y lo que han hecho en lugar de invertir es una tontería. En su inmensa necedad pensaron que somos una economía de 500 millones personas y debido a nuestro peso, nuestra magnitud, nuestro tamaño, vamos a regular, vamos imponer nuestros propios estándares al resto del mundo.

Bueno, ya sabes, esa política no funciona durante mucho tiempo. Si no tienes ningún capital en la nube, entonces en algún momento el capital va a superar tus propias regulaciones. La última tontería son los comentarios en Bruselas: si Trump impone aranceles terribles a nuestros productos, a nuestros coches, al aluminio, a nuestros bolsos Hermes y Louis Vuitton, entonces vamos a imponer impuestos digitales a las grandes tecnológicas de Silicon Valley.

Bueno, por cierto, estoy totalmente a favor de los impuestos a las grandes tecnológicas. Lo llamo el impuesto a la nube. He defendido esa idea. Pero, ¿sabes qué? Ni siquiera harán eso porque son unos charlatanes y no lo harán porque a diferencia de los chinos que han desarrollado sus propias grandes empresas tecnológicas, por cada gran empresa tecnológica estadounidense hay un equivalente en China que en realidad es mejor que la estadounidense en cuanto a funcionalidad. Baidu, Tencent, Alibaba y otras, si los comparas, técnicamente son mejores.

Las empresas tecnológicas chinas son realmente mejores que las estadounidenses. Nosotros no tenemos nada en Europa. Y lo que hacemos es vender nuestras empresas tecnológicas. Bolt fue vendido al Silicon Valley, así que no tengo ninguna duda de que si Bruselas intenta tomar represalias contra los aranceles estadounidenses con un impuesto a la nube para las grandes tecnológicas estas chantajearán a Europa simplemente diciendo: «Cortaremos todos los servicios para vosotros, los europeos.»

Y entonces, ¿qué dirá Ursula van der Leyen a los europeos? Porque los europeos no tendrán acceso a YouTube, no tendrán acceso a X. ¿Sabes? Los estadounidenses pueden hacer esto fácilmente. Solo haría falta una semana sin acceso a YouTube para que toda la comisión europea se viniera abajo.

Así que todas estas son amenazas no creíbles en nuestro lenguaje económico. Lo que normalmente se haría para superar estos desafíos, es decir, la dependencia excesiva de un solo actor extranjero, sería buscar una mayor autonomía estratégica, también la soberanía tecnológica, además de diversificar las alianzas externas, pero parece que los europeos se están aislando de otros centros clave, siendo China uno de los más importantes.

Glenn Diesen: Me alegro de que menciones a China porque ellos están desarrollando su autonomía estratégica. están diversificando sus alianzas exteriores. Pero en esta guerra económica los dos actores principales parecen ser, obviamente, Estados Unidos y China, ¿quién tiene las cartas ganadoras? ¿Cómo crees que se va a desarrollar esta guerra económica? ¿Por qué los chinos no están respondiendo de forma más contundente? ¿Cómo interpretas la situación?

Yanis Varoufakis: Los chinos son los adultos en la sala. Son los que están respondiendo de una manera muy conservadora, racional y sensata. Y tienen un plan. Los europeos no tienen un plan. El plan que principalmente nos falta es un plan macroeconómico y de inversión. Eso es lo único que no tenemos. Tenemos todo tipo de otros planes y regulaciones, pero lo que realmente necesitamos no lo tenemos y ni siquiera estamos trabajando para conseguirlo.

Así que permítanme decir que hay tres cosas que deberían haberse hecho ayer, pero al menos hagámoslas hoy. No creo que se hagan, pero déjenme decirles cuáles son. En primer lugar, no hagan nada respecto a Trump. No vayan verle. No respondas con represalias ni vayas mendigando un acuerdo comercial, simplemente ignóralo.

En su lugar, abre una línea de comunicación con Pekín. No estoy diciendo que debamos convertirnos en vasallos de Pekín de la misma manera que fuimos vasallos de Estados Unidos. No, pero sí coordinar. En primer lugar, elimina todos los aranceles que la Unión Europea impuso a China instancias de Estados Unidos.

Esos aranceles sobre los paneles solares, por ejemplo, nos los impuso EEUU. Washington llamó a Bruselas y dijo: «Poned aranceles a los paneles solares porque estamos en guerra con los chinos.» Bueno, ya sabes, ahora los estadounidenses están en una guerra económica con nosotros. ¿Por qué deberíamos estar en guerra con los chinos? ¿Solo porque estadounidenses lo están?

Necesitamos paneles solares. Ellos fabrican paneles solares de muy buena calidad y a un precio muy bajo, Así que compremos esos paneles sin hacer que nuestra gente en Europa tenga que pagar precios desorbitados por algo que necesitamos. ¿De acuerdo? Primer punto, eliminar los aranceles que Europa impuso en nombre de Estados Unidos.

En segundo lugar, coordinar entre el Banco Central Europeo y el Banco de China un programa de estímulo común, porque tanto China como la Unión Europea necesitan un estímulo coordinado para hacer frente a las olas recesivas que se avecinan como resultado del impacto de los aranceles de Trump sobre el comercio mundial.

En tercer lugar, buscar formas de colaborar en la producción conjunta. Ya lo hemos hecho antes. Fueron Siemens y Alst quienes fueron a China y les ayudaron a construir ferrocarriles que ahora son mucho mejores que los nuestros. ¿Por qué no hacemos lo mismo? ¿Por qué no hay empresas conjuntas entre Volkswagen y BYD para producir coches eléctricos en Alemania, por ejemplo? Así que eso es lo primero que haría.

Lo segundo que haría sería poner en marcha un programa de inversión que cubra el déficit de inversión que mencioné antes… de unos 600 ó 700.000 millones cada año. Y la forma de hacerlo no es a través de un fondo de recuperación como el que creamos durante la pandemia, eso es absurdo. Fue una idea terrible porque esencialmente lo que hizo fue gravar a los trabajadores alemanes pobres para dar dinero a los oligarcas en Italia y otros países.

Eso fue como decirle al pueblo alemán y al pueblo holandés: «Nunca más ayudemos a los griegos y a los italianos». Lo que realmente necesitamos es un programa de inversión paneuropeo que no financie gobiernos, sino proyectos concretos que sean potencialmente rentables, estén donde estén, en el sur de Europa, o en el norte de Europa.

Y sabemos que necesitamos unos 600 a 700.000 millones para eso. Ahora no hay tiempo para tener esta discusión sobre los eurobonos y un tesoro federal, porque como dije antes, esa discusión se envenenó hace mucho tiempo, pero tenemos el Banco Europeo de Inversiones que emite bonos. Bueno, denles luz verde para emitir bonos por valor de 600.000 millones de euros cada año durante los próximos 5 años y el Banco Central Europeo debería declarar que si es necesario intervendrá en los mercados secundarios para comprarlos.

Esto significa que los bonos que propongo tendrán tipos de interés inferiores al 2%, quizá incluso menos del 1%, porque serán muy seguros si cuentan con el respaldo del BCE. y coges esos 600, ó 700-000 millones y los inviertes en las tecnologías que tanto nos faltan y lo haces a nivel paneuropeo.

Ni siquiera lo haces a través de los gobiernos. Lo haces mediante un programa europeo de inversión como el plan Marshall. que fue un programa estadounidense de inversión. Así que eso es lo segundo que haría.

Y lo tercero sería crear una cartera digital en el BCE para que cada ciudadano europeo pueda descargarlo desde la tienda de Android o Apple, igual que pueden hacerlo los chinos, porque el Banco Central de China ha proporcionado a los ciudadanos chinos una cuenta bancaria digital gratuita.

Lo que obtienes es que cualquier dinero que tengas en esa cartera genera el tipo de interés overnight del Banco Central, lo cual es una forma fantástica de competir con China. Los bancos comerciales son terribles, pagan poco a los ahorradores y cobran de más a los prestatarios y entonces de repente tienes este nuevo y asombroso ámbito digital de pagos gratuitos, transfronterizos como el de los chinos

Así es como compites con el WCAT chino, con la moneda digital china. Así es como obligas a los banqueros. Básicamente les dices que ya no tienen el monopolio del sistema de pagos. Si quieres ofrecer buenos servicios a los clientes, hazlo.

Glenn Diesen: Antes de terminar, solo una última pregunta, muy rápida. Entonces, ¿por qué no hacemos realmente estas cosas? Sé que antes llamaste a Europa el continente estúpido, pero es por falta de conocimiento e ideología. ¿Cómo lo entiendes tú?

Yanis Varoufakis: Es una combinación de ideología y conveniencia. Tomemos, por ejemplo, el sistema de pagos digitales que mencioné. Los bancos de Frankfort y los bancos de París van a decapitar a cualquier político que sugiera esto porque esencialmente les estás quitando su monopolio sobre el sistema de pagos. Cuando lo propuse en 2015, no solo fui demonizado, sino que fui decapitado discursivamente.

Publicaron todo tipo de tonterías patrocinadas por banqueros que quieren anularme como entidad, porque para ellos es mucho dinero. En cuanto a la organización y creación de este programa de inversión mi opinión al respecto es que el establishment financiero e industrial alemán aún no ha aceptado el euro.

Tenemos el euro desde 1992 ¿verdad? Pero realmente los alemanes no lo han aceptado. Lo han aceptado formalmente, pero quieren mantener su derecho y oportunidad de salir del euro. Ese es el establishment alemán. Nos han permitido usar su marco alemán en forma de euro, pero quieren poder desconectarse y salir, lo que significa que no quieren tener deuda común.

Cuando dicen no a la deuda común esto significa que la Unión Europea no puede tener un programa común de inversiones. Esto es el derecho de Alemania a salir de Europa y no es una idea irracional por su parte, porque es la manera de tener la máxima influencia dentro de Europa. Esta estrategia de salida no la tienen los italianos ni los franceses, porque son países deficitarios.

Un ejemplo es California que no puede salir de la unión del dólar, porque si sale de dólar es imposible saber qué parte de la deuda soberana estadounidense corresponde a California. Así que eso es lo que pasa si estas atado a una deuda común.

Este es mi análisis sobre porqué no están haciendo nada, aunque en el fondo saben lo que hay que hacer. Con la actual política Europa se esta suicidando.

Glenn Diesen: Tu análisis ha sido muy interesante, gracias, Yanis Varoufakis.


Fuente: EL VIEJO TOPO