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jueves, 4 de septiembre de 2025

Alejandro Pedregal: “El decrecimiento no es ni primitivismo ni austeridad”

 

 Entrevista de Deva Mar Escobedo

      Periodista que escribe sobre clima en El Salto.


     Pedrógrão Grande, Portugal. Galería Nicolini, Lima. Torre Grenfell, Londres. Estos son los lugares de grandes incendios acontecidos todos en junio de 2017 y el punto del que parte Alejandro Pedregal en su libro Incendios. Una crítica ecosocial del capitalismo inflamable (Verso Libros, 2025), un análisis de la relación del capital con diferentes aspectos de la vida “en un sentido amplio”, según explica su autor.




Alejandro Pedregal es investigador del Consejo de Investigación de Finlandia y trabaja en el departamento de cine de la Universidad Aalto, en el país nórdico. Colabora con El Salto en temas relacionados con la crisis ecosocial o modelos políticos alternativos al capitalismo y se encuadra en el campo del decrecimiento, “uno de los movimientos que pueden iluminar una salida al contexto de policrisis ecosocial” y que para nada implica “una especie de primitivismo actual” o austeridad. Las críticas en este sentido al decrecimiento son ignorantes o interesadas, opina el cineasta: “El eslogan ‘no tendrás nada y serás feliz’ se ha achacado al decrecimiento cuando viene del Foro de Davos”.


Alejandro Pedregal, autor de 'Incendios' y colaborador de El Salto.

Sobre la vertiente metafórica del fuego, Pedregal da gran importancia al mito griego de Prometeo, el ser que robó el fuego a los dioses para dárselo a la especie humana. La lectura actual de la historia la entiende como un mito del productivismo, pero las influencias de culturas no occidentales en el origen del mito griego apuntan más al fuego como símbolo del conocimiento secular emancipado de los dioses. De las sociedades no occidentales hay mucho que aprender, sostiene Pedregal: estas culturas ponen en práctica los proyectos más relevantes para entender cómo construir modelos de sociedad alternativos al capitalismo. El colaborador de esta casa ha dedicado el libro “a la Resistencia del pueblo palestino, que insiste en educarnos cada día”.


Prometeo siendo encadenado por Vulcano - Dirck van Baburen.

Empiezas el libro aclarando que a pesar del del título, el tuyo no es un escrito sobre incendios como tal.

El libro se llama Incendios, pero no voy a describir el aspecto más inmediato que a uno se le ocurra sobre los incendios. El libro tiene tres capítulos centrales, cada uno parte de un incendio y hay una dimensión física o material que se aborda, pero, sobre todo, es una herramienta que nos lleva al plano simbólico a pensar en las dimensiones destructivas del capitalismo en el ámbito socioecológico. Intenta tratar el tema desde una perspectiva un poco más amplia de la que habitualmente se trabaja cuando se habla de incendios.

¿Puedes contarnos un poco más sobre esa relación entre los incendios y el capitalismo que mencionas?


Un vecino de Valdeorras frente a una de las casas destrozadas por los incendios de este verano.

La idea que guía el libro es el antagonismo o contradicción entre el capital y la vida, es decir, entre las necesidades del capital para constituirse y reproducirse como orden social y los límites contra los que choca, que son los límites de la vida en un sentido amplio, de la existencia.

Me acerco a cada uno de los incendios para explorar tres ejes de esa contradicción. Una [el incendio forestal en Pedrógrão Grande, Portugal] es el antagonismo entre capital y naturaleza. El segundo es el incendio de la Galería Nicolini en Lima, Perú, que analiza el antagonismo entre capital y trabajo. El tercero, el de la Torre Grenfell, se centra en el antagonismo entre el capital y la reproducción social, esos espacios necesarios para que aquellos que fueron expropiados de su acceso a los bienes comunes puedan reproducir su fuerza de trabajo y ser productivos en términos capitalistas.

Dentro del uso que le das al fuego como metáfora, hablas del capitalismo como sistema inflamable e identificas dos vertientes. La primera es la material y es fácil de entender: hemos visto estos días cómo la privatización y búsqueda del máximo beneficio potencia los incendios. A la segunda vertiente le dices simbólica. ¿En qué consiste?

Quizás la forma más sencilla de acercarse a esa dimensión sea entender por qué hablamos, cuando nos referimos al calentamiento global, de mundo en llamas. El fuego aparece como un elemento destructivo porque es el que mejor simboliza en el imaginario social lo que es el efecto de la acumulación de gases de invernadero en la atmósfera y el calentamiento global.

Las dimensiones simbólicas también movilizan formas de entender el mundo y hacen que lo entendamos de una manera particular. En ese sentido y pensando en el fuego, el mito de Prometeo está en el imaginario social —y también en el ecologista— como un mito del productivismo que recoge las esencias de la modernidad capitalista. Trato de aportar otra lectura a este mito que permita también entender que el fuego [otorgado por Prometeo a la humanidad a espaldas de los dioses en la mitología griega] puede ser un símbolo de conocimiento secular y ciencia democratizada que permita construir otro orden social y un desarrollo equilibrado dentro de los límites planetarios.

La lectura actual del mito de Prometeo no es inocua, ¿no? Porque lo que nos ofrece a la humanidad es, entre otras cosas, la capacidad de domar la naturaleza. Se junta esto con Descartes y de aquellos barros, estos lodos.

La lectura dominante del mito tiene un Prometeo del dominio sobre la naturaleza y productivista, una visión que viene de la división cartesiana entre sociedad y naturaleza. El mito ha tenido un recorrido histórico que tuvo que ver con el desarrollo del capitalismo a partir del siglo XIX y el eurocentrismo que ignoró las influencias de otras culturas en la historia del Prometeo griego.

Hay una serie de mitos que preceden al griego con personajes similares a Prometeo: Matariswan en pueblos védicos o el sumerio Enki. Planteaban esa idea del mito iluminador, pero no en el sentido de control de la naturaleza, sino de conocimiento secular que se emancipa de los dioses. Esos aspectos se fueron perdiendo con el eurocentrismo que viene del pensamiento cartesiano.

Citas a John Bellamy Foster, sociólogo y prologuista del libro, para argumentar que en parte de la literatura de la literatura ecológica hay una crítica esencialista a la modernidad. ¿Confundimos decrecimiento con volver a lavar la ropa a mano en el río?

[Ríe]. Sí, ese es uno de los problemas. Esa idea del decrecimiento como una especie de primitivismo actual se ha instalado de manera muy interesada por determinados sectores. En algunos casos por ignorancia; en otros por mala intención. Cualquiera que se ponga a leer a los autores del decrecimiento verá que no es ni primitivismo, ni austeridad, ni nada por el estilo. Hay un texto, por ejemplo, de Jason Hickel, muy breve donde plantea estos temas con una claridad meridiana. Enterarse de qué es el decrecimiento lleva una tarde.

El decrecimiento es uno de los movimientos que pueden iluminar una salida al contexto de policrisis ecosocial en el que estamos instalados. Lo que plantea es la reducción de la producción y el consumo más degradante, especialmente en el Norte global. Esto permitiría que el Sur global pudiera desconectar de las redes del capital global y desarrollar una economía local que no estuviera centrada en la exportación, sino en la satisfacción de las necesidades de las sociedades locales.

Hay mucha ignorancia, pero también mala intención en otros casos. El eslogan ese del “no tendrás nada y serás feliz” se achaca al decrecimiento cuando en realidad viene de[l Foro de] Davos.

Incides en la vertiente decolonial del decrecimiento. Es algo que veo un poco ausente cuando debaten quienes abogan por ir a menos con quienes defienden la sustitución de energía fósil y nuclear por renovable como manera de seguir creciendo. Sobre todo después del apagón, que hubo un debate muy técnico y el extractivismo estaba más ausente.




Mi marco de lecturas no procede únicamente del ámbito ecologista o del decrecimiento, sino que estoy ligado a lo que se conoce como marxismo tercermundista y a la literatura anticolonial y antiimperialista. Hay autores del decrecimiento que vinculan este modelo con la liberación del Sur global de las cadenas de suministro y valor globales. Hay un vínculo entre esas dimensiones del decrecimiento y las luchas del Sur global.

Poner el foco en esos trabajos es especialmente relevante porque en Occidente o en el Norte [global] a veces hablamos de propuestas ecosociales o bien muy lejanas en la historia o bien muy aisladas de los centros donde se mueve la mayoría de la población. Mientras, otras realidades han puesto o intentado poner en marcha otros tipos de organización socioecológica. Esos casos son mucho más amplios de lo que creemos. En ellos, además, encontramos muchos de los problemas a los que nos enfrentaríamos si tuviéramos que poner en marcha un proyecto de organización social diferente.

¿Puedes poner algún ejemplo?

Uno de los casos más relevantes es el desarrollo de la agroecología en Cuba en el periodo especial o las comunas en Venezuela. Thomas Sankara en Burkina Faso en los años 80 u organizaciones como La Vía Campesina, el MST [Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra de Brasil] o el MTST [Movimiento de los Trabajadores Sin Techo de Brasil].

La lucha por la supervivencia del pueblo palestino contra el genocidio de Israel también es una lucha entre dos modelos de organización social, uno [el de Israel] que procede de la expansión del capitalismo que adopta la forma del imperialismo occidental. Por otro lado, está la posibilidad de existir de modos alternativos de vida, pero todo esto va mucho más allá de las cuestiones socioecológicas que yo trato.

¿En qué estás trabajando ahora?

En un número especial de la Journal of Labor and Society sobre los aspectos imperialistas del ecomodernismo en el que participan autores bastante destacados, como Kai Heron y Nemanja Lukić. Estoy bastante ilusionado con este proyecto. Tengo otros textos en proceso. Uno es sobre lo que he llamado la gran colisión sistémica, que tiene que ver con el choque entre el declive del sistema mundo capitalista y el deterioro del sistema Tierra y ver cómo se podrían organizar los movimientos antisistémicos para crear alguna alternativa instituyente.

Fuente: EL SALTO

martes, 19 de agosto de 2025

Prendedlos

 

 Por Antonio Turiel  

      Físico, matemático y experto en Energía del CSIC.


     No tenía intención de escribir sobre los catastróficos incendios que están asolando varias provincias, y muy particularmente la de mi León natal, porque yo no soy para nada especialista en temas de incendios forestales y porque ya se ha escrito mucho sobre el tema, muy buenos artículos por parte de gente con verdadero conocimiento de la materia. Sin embargo, omitir toda mención a lo que ahora es motivo de gran angustia en España y particularmente en mi patria chica, en un blog como éste dedicado a la pérdida de sostenibilidad de nuestra sociedad, me ha parecido poco apropiado.




Pero, como digo, al no ser experto en la materia, no entraré en la cuestión técnica. Atendiendo a lo poco que yo sé sobre el tema (el impacto del Cambio Climático), sería tentador atribuir todo lo que está pasando a los efectos del Cambio Climático, pero no es verdad. Cierto, las altas temperaturas favorecen incendios más difíciles de controlar y facilitan la aparición de incendios de sexta generación. También es verdad que las lluvias muy abundantes de la primavera, alimentadas por las alteraciones climáticas actuales, han creado lo que se conoce como "efecto latigazo": la lluvia anormalmente abundante hace crecer rápidamente todo tipo de plantas que se secan de manera más rápida cuando llegan las actuales temperaturas extremas y añaden una gran cantidad de combustible seco.


Las consecuencias del  "efecto latigazo".

Pero de manera similar a lo que pasó con la catastrófica DANA que asoló Valencia el año pasado, una gran parte de lo que está pasando está asociado a un modelo de gestión del territorio. Escaso interés en la prevención, falta de toma de medidas adecuadas, abandono del medio rural espoleado por las políticas dirigidas al extractivismo masivo, recortes en medios públicos para la extinción  de incendios (percibidos por nuestros gestores como un gasto inútil o de poco retorno económico)... Nada de esto es casual, es una consecuencia de un sistema económico depredador y ecocida, que no es capaz de pararse delante de nada y que atenta contra las bases mismas que sustentan la vida, la humana incluida. Estos días estoy leyendo un libro magistral que condensa todas estas ideas,  "Incendios" de Alejandro Pedregal - espero poder hacer una reseña de él en breve - y que desde luego les recomiendo para tomar una perspectiva amplia de lo que nos pasa.




Me gustaría por tanto simplemente hacer unas reflexiones de carácter más social sobre lo que está pasando. La carencia de medios de extinción, junto con el gran volumen de incendios (mayoritariamente provocados, eso es seguro) ha hecho que en muchos pueblos los vecinos se hayan encontrado solos, sin ningún tipo de ayuda. Los responsables autonómicos, con sus declaraciones y también con sus elocuentes silencios, reconocen su impotencia. Incluso el propio Estado: hace unas horas, la ministra de Defensa, Margarita Robles, reconoció que dada la magnitud de la catástrofe no hay realmente medios para atajar estos incendios, y que estamos a merced de que un cambio de tiempo traiga la ansiada lluvia. La idea que se transmite es que hay zonas en las que ya no hay nada que hacer, ergo no se va a hacer nada, y esto va seguir ardiendo hasta que pare por sí mismo. Sin embargo, para los que viven en esos lugares, eso equivale a perder su vida: sus casas, sus medios de subsistencia, su patrimonio, todo. Por eso no es de extrañar que, en medio del abandono institucional, los vecinos de muchos de estos lugares, valientemente, con los pocos medios que tienen, hayan luchado en una desigual batalla por salvar lo que es suyo. Por salvar su vida. En muchos casos perdiéndolo todo, hasta su vida misma, por desgracia. Esa gente no pueden permitirse la ligereza de darlo todo por perdido desde un despacho de la gran capital. Pocos hechos ilustran tan claramente que la lucha contra estos incendios es una lucha de clase, un concepto que repetidamente se dice superado pero que en realidad emerge continuamente.


La lucha contra estos incendios es una lucha de clase.

Y en medio de esta catástrofe, observamos - como ya pasó en el caso de la DANA - una nueva pugna absurda por la atribución de la responsabilidad, entre las autonomías y el estado. Ciertamente las autonomías tienen las competencias sobre la prevención y la extinción de los incendios, y es culpa de ellas su falta de adecuación, y máxime con el agravamiento de las condiciones materiales que nos está trayendo el Cambio Climático. Y ciertamente el Estado puede en cualquier momento elevar el grado de emergencia y tomar el mando. Pero no lo hace porque sabe que desde las autonomías se le acusará de intervencionista, y obviamente le cargarán toda la responsabilidad cuando la imposibilidad de hacer algo útil sea manifiesta. Al mismo tiempo, las autonomías no piden al estado que asuma el mando porque sería reconocer su impotencia y diluiría la responsabilidad del estado en el fracaso final. Unos por otros, al final nadie se mueve y no se declara el estado de emergencia nacional, que sin duda lo es, y no se moviliza todo lo que se podría movilizar - aunque fuera para comprobar que ni con eso hay bastante. En el fondo hay cierto miedo a hacer evidente que, en realidad, tras décadas de dilución y destrucción de lo público, el Estado realmente no cuenta con medios para dar respuesta a los retos del futuro. Porque eso llevaría a la ciudadanía a plantear una serie de preguntas incómodas que nadie quiere responder, y a exigir una asignación diferente de recursos del Estado que no se quiere plantear, no fuera el caso que se cuestionase asignar tanto dinero a obras inútiles o un armamento que más vale que no se use.




Vivimos un momento de creciente inoperancia del Estado, a medida que los recursos se hacen más escasos, las dificultades (particularmente, pero no solo, las ambientales) mayores, y las oportunidades de ganancia del capital (que es al final a quien responde el Estado) más pequeñas. A medida que todas las crisis se hagan más agudas, más inútil será el Estado. Es algo característico del proceso de descomposición del capitalismo.




Lo que pasa con el fuego no es una casualidad, sino una necesidad. Es algo que resulta conveniente al capitalismo depredador, que busca vaciar todo el espacio y almacenar a la gente en las ciudades, para poder convertir todo el territorio en una mina, en un lugar de extracción. Lo que estamos viviendo es solo una fase más de la lucha final. La lucha por la vida. Porque son los bosques los que nos mantienen vivos, los que realizan funciones ecosistémicas fundamentales para nuestra vida, desde regular el ciclo del agua hasta contener las escorrentías, desde mantener la biodiversidad hasta hacer de barrera para la propagación de las enfermedades, desde contener la temperatura hasta garantizar la salud de nuestros cultivos. Incluso los urbanitas más alienados perciben que cuando perdemos un bosque hemos perdido algo profundo, importante, íntimo y vital. No podemos mantener este (des)orden. Tenemos que parar ya.



Fuente: The Oil Crush

viernes, 8 de agosto de 2025

Palestina libre, desde el río hasta el mar…

 

 Por Rafael SM Paniagua    
      Docente, investigador y artista.



O no sólo desaparecerá la Franja de Gaza sino también toda Europa y el mundo entero. La ruina de Palestina es la ruina del futuro del mundo si no torcemos el plan de quienes sólo viven para dominarlo



Jóvenes palestinos esperan a que una organización benéfica distribuya alimentos en Rafah, en diciembre de 2024.


     Es mediados de julio del verano de 2025 y en el minúsculo pedazo de la Franja de Gaza donde se acumulan dos millones de palestinos, los soldados del ejército del Estado sionista de Israel están disparando contra las personas hambrientas que se agolpan en los cuatro puntos de distribución de comida que se han autorizado. Un anciano ha caído fulminado de inanición justo cuando el voluntario le ha servido un cazo de aguaza blanca en un recipiente abollado. El hambre –que es el arma de guerra más antigua– matará a miles de personas pronto si Israel no desbloquea los accesos a la Franja, donde se acumulan víveres que podrían sostener por varios meses a los gazatíes. El pueblo judío que rechaza el sionismo se ha manifestado de nuevo en Tel-Aviv portando sacos de harina y fotografías de los niños hambrientos. El Estado sionista trata de esconder la lucha interna en Israel, donde viven judíos por miles que piden que pare el genocidio en su nombre del pueblo palestino, desposeído y cercado en un inmenso campo de concentración no reconocido como tal, pero nunca un pueblo rendido a la fatalidad. Los palestinos quieren comer, quieren beber, quieren vivir. Es verano en el Mediterráneo y ellos también estarían en sus playas, disfrutando del paisaje, la familia y la amistad.


Familias palestinas en la playa de Ciudad de Gaza,  27 de agosto de 2023.

En ese frágil gesto de arriesgar la vida para conseguir un puñado de harina, se condensa toda su resistencia y toda la determinación política de permanecer en su tierra, que los colonos y quienes los apoyan quieren convertir en un resort vacacional de lujo.

Palestina libre, desde el río hasta el mar. Está escrito en cada una de las células de cada cuerpo hambriento, de cada vida martirizada en Palestina. Un mensaje de despedida del personal médico del complejo Nasser en Khan Younis de hace una semana: “Ahora mismo estamos trabajando en el hospital, y los tanques están a sólo unos metros de nosotros. Estamos más cerca de la muerte que de la vida. Los soldados no tienen compasión por un niño, ni por un anciano, ni por un médico, ni por un enfermero. Nos quedamos aquí porque somos seres humanos, y porque nuestra misión es profundamente humanitaria. Si estos cuervos nos arrebatan el alma... no nos olviden, no nos conviertan en cifras. Amamos la vida, tenemos sueños como ustedes. Tenemos hijos y esposas a quienes amamos. Pero ser realmente humano significa no abandonar a quien necesita tu humanidad. Cuéntenle al mundo sobre nosotros... Díganles que fuimos más humanos que aquellos que sólo lo fingieron. Díganles que elegimos la muerte antes que renunciar a nuestra noble misión. No digan que fuimos héroes, sólo digan que entendimos lo que significa ser verdaderamente humanos”. No hay humanidad alguna sino a través de la ayuda a quien –despojado de toda humanidad para ser más fácilmente eliminado– necesita de la nuestra. No somos humanos sino en virtud de cómo tratamos a los otros. Unos niños consiguieron salvar sus pececillos de los bombardeos. Los llevan en un tarro de cristal a falta de una pecera en condiciones. “Y ahora vamos a salvar a los pájaros”.

Palestina libre, desde el río hasta el mar. Está escrito también en cada píxel. No más discusiones sobre la supuesta anestesia que deviene de las imágenes del horror. Los médicos del hospital Baptista al-Ahli al-Arab de Gaza hicieron el 18 de octubre de 2023 una rueda de prensa rodeados de algunos cadáveres, muchos niños, de los cientos que provocó el ataque israelí al hospital esa misma noche (“No nos conviertan en cifras… no somos números”). Esa toma de posición debería zanjar el falso debate en el que nos encallamos en Occidente para no mirar nuestra connivencia con la barbarie. Sontag defendió en Ante el dolor de los demás la fuerza política de las imágenes que aún no entendía e incluso rechazaba en Sobre la fotografía. Tuvo la honradez de escribir un libro para rebatir otro que ella misma había escrito. Los palestinos no se pueden permitir el lujo de relacionarse con su genocidio como si fuera un problema de la representación y las imágenes. Sólo hace falta escuchar y atender a lo que hacen las propias víctimas que lo están sufriendo, y escuchar y atender lo que nos piden hacer. Toman imágenes, las difunden como pueden y nos piden que las distribuyamos. No dejéis de hablar de Palestina. Forensic Architecture ha reconstruido con infografías el testimonio situado del Doctor Ghassan Abu-Sittah, quien hizo la rueda de prensa en el hospital rodeado de cadáveres.


El doctor Abu-Sittah, rodeado de compañeros sanitarios, durante la rueda de prensa posterior al ataque israelí contra el hospital Baptista al-Ahli al-Arabi, en Gaza.

Varias carpetas con más de 700 GB de Evidence Task circulan por internet y los grupos de Telegram y podemos descargarnos en nuestros ordenadores portátiles las pruebas de la barbarie antes de que algún tipo de juicio a estos crímenes contra la humanidad sea una posibilidad real. No terminamos de creernos que vivimos en un mundo en que podemos conocer, mientras está sucediendo, un proceso de colonización y un genocidio. Debemos resistirnos a que el imperio colonice nuestra percepción y nos desgarre aún más de la acción. Nadie sabe lo que una imagen puede detonar en un momento de posibilidad. Quienes afirman que nuestra capacidad de acción está limitada por la hiper-representación del genocidio, tan sólo están decretando la impotencia de las imágenes, su incapacidad de ser afectados por ellas y admitiendo indirectamente su connivencia con esa violencia que querría escapar de toda representación, volverse opaca, oscura, sin pruebas, sin testimonios, por eso los perpetradores se esconden y no muestran su rostro. Pero está ocurriendo, a los ojos de todos, como está teniendo lugar un inmenso ecocidio a gran escala. No sabemos qué hacer, no sabemos cómo hacer, pero tampoco sabemos lo que pueden las imágenes y voces que nos lo cuentan. Disparadas al vacío mediático, distribuidas con la esperanza de que encuentren su momento

Palestina libre, desde el río hasta el mar. O no sólo desaparecerá la Franja de Gaza sino también toda Europa y el mundo entero. La ruina de Palestina es la ruina del futuro del mundo si no torcemos el plan de quienes sólo viven para dominarlo, explotarlo y monetizarlo a cualquier coste ecológico y humano. “Los valores de Occidente ya no significan nada” dice un joven palestino. El joven sabe que muchos occidentales se manifiestan en la calles de sus ciudades, arriesgándose a la represión policial y judicial, de intensidad dispar según el apoyo de sus gobiernos al sionismo, pues no es lo mismo manifestarse con una bandera palestina en Zaragoza que en Berlín. La universidad de Columbia, que vivió un levantamiento estudiantil hace unos meses para denunciar el genocidio en el que participan los EU, ha expulsado a 80 estudiantes por su activismo pro-palestino, ha aceptado las sanciones de Trump por antisemitismo y pagará 200 millones de multa al Gobierno si quiere recibir otros 400 millones de fondos estatales. Las prestigiosas universidades que han marcado el rumbo al resto, a los pies del sionismo, del colonialismo y del capitalismo que sustenta sus estructuras institucionales. En España, la Red Universitaria por Palestina vigila las relaciones de las universidades del país con el Estado sionista, en muchos sentidos aún turbias. La economía de la ocupación y el genocidio, la maquinaria corporativa al servicio de la colonización, sigue dando sus réditos y enriqueciendo a los que ya tienen mucho y les da igual que otros mueran para tener aún más. El capitalismo global necesita el genocidio. Las IA que utilizamos para hacer chorradas han multiplicado la capacidad de atacar objetivos de los drones. Para entender el genocidio de un antiguo pueblo del Mediterráneo necesitamos observar el proceso a escala global. La vida está en peligro y todo en el mundo está en peligro desde que los hombres decidieron organizarlo todo en torno al poder del dinero, que es el fascismo de cada día, estando el mundo lleno de riquezas y fortunas que no son dinero, la tierra cuya “voluntad es dar frutos para todos”, la amistad, el amor.  Esto no comenzó el 7 de octubre del 2023. El New York Times del 20 de junio de 1899, recoge la noticia de la conferencia anual de la Federación de Sionistas Americanos en Baltimore “We will colonize Palestine”, decía hace 126 años el siniestro titular. La Agencia Judía de Colonización se había fundado en 1891, y el primer Congreso Mundial Sionista en 1897.

Palestina libre, desde el río hasta el mar. Porque vivimos, en mayor o menor intensidad bajo el orden de un imperio colonial capitalista, clasista y racista. El dilema no es sólo cómo desertamos, cómo nos fugamos, cómo boicoteamos y resistimos a este orden del mundo y a ese argumentario que sostiene las falacias del sionismo, que nos acusa de antisemitas por oponernos a su plan colonial. El dilema también es cómo percibimos esta amenaza común, cómo desaprendemos la estructura del mundo que perpetúa el desastre y cómo vivimos el hecho de que “todos somos palestinos” como en otro tiempo fuimos “judíos alemanes”. “Cada niño muerto es un hijo nuestro” puede oírse en las manifestaciones, que antes que un desplazamiento o apropiación de la singularidad gazatí, podría ser un proceso de agencia colectiva a través de la solidaridad en el sufrimiento. “El genocidio palestino es un tipo de vanguardia del fascismo contemporáneo y la sociedad de control que extiende sus formas de saqueo, borrado y desertificación de la experiencia por todo el planeta. En parte porque existen lugares como Gaza en los que poder llevarlas al extremo”. Son extractos de un correo electrónico de d-0, un proceso transcomunitario, iniciado hace unos meses en distintos lugares del mundo que nos convoca a “salir, destituir, abolir, desvincularse de las culturas de negación de la Nakba”, que significa en árabe ‘catástrofe’, ‘desastre,’ y refiere la destrucción del Estado palestino tras la Segunda Mundial para el establecimiento del Estado de Israel, que mediante la destrucción de medio millar de pueblos, se hizo con casi la totalidad del territorio obligando a éxodo a  miles de palestinos. El orden del mundo, todas las instituciones que forjó Occidente como las Naciones Unidas y la Corte Internacional de Justicia (1945) o la Declaración Universal de los Derechos humanos (1948) se basan en la Nakba de 1948 y su negación.

Palestina libre, desde el río hasta el marLas amigas de d-0 hablan de “la Nakba como un régimen planetario de ordenación del mundo”, un desastre global que sucede en diferentes intensidades y velocidades. Incontables procesos de expulsión, de destrucción, de colonización, de borrado, pues “cada Estado ha hecho (y sigue haciendo) las Nakbas que ha podido hacer”, como dijo una compañera en una de las asambleas. Esta perspectiva nos obliga a preguntarnos por los procesos de expulsión, destrucción, borrado y asesinato que han sucedido en nuestro país. Es imposible que no nos venga a la cabeza el pacto internacional de no intervención en la Guerra de España, como la llamaban los brigadistas voluntarios que llegaron de todas partes del mundo en 1936, también de Palestina, judíos y árabes, a luchar contra el fascismo. Durante tres años, el mundo conoció por la prensa el horror de lo que estaba sucediendo en España, las huidas de las ciudades, los fusilamientos masacreslas fosas, los bombardeos sobre la población civil, al servicio del golpe de estado fascista y su dictadura nacional-católica. Los trabajadores intentaron vencer al fascismo haciendo la revolución social y los trabajadores de otras naciones se solidarizaron con ellos boicoteando la fabricación de bombas destinadas a España, como atestiguan las notas dejadas por ellos en el interior de las bombas que no llegaban a detonar. “La causa de España es la causa de la humanidad” dijo Pasionaria en Barcelona en el recibimiento de los voluntarios brigadistas internacionales. Pero el relato por ganar la guerra, y no el de la revolución social que impugnaba el orden del mundo que la había pergeñado, se impuso. En vista de los resultados en España, el negocio de la guerra se transformó a escala europea y global a partir de septiembre del 39, cuando los nazis invadieron Polonia, tras 8 años en el gobierno. En España el franquismo implantó entonces su plan colonial interno de disciplinamiento del territorio y la sociedad. El mundo igualmente se convino con una dictadura, de la que sacaban provecho económico y militar con el negocio de la re-construcción, y que seguía condenando y asesinando a miles de presos políticos a trabajos forzados en los campos del régimen. Esta es una de nuestras Nakbas. También hubo hebras de paz viva en este país, como las hay en Tel-Aviv, NYC o Medellín. Quienes debían hacer de delatores, de sancionadores o perpetradores de la violencia, encontraron formas de no hacerlo, de ayudar a quien se supone había que atacar o del que había que defenderse. Cortocircuitos al régimen de la hostilidad que se dan cada día, de forma cotidiana, entre quienes deciden que se imponga lo humano, la convivencia y la hospitalidad.

Los jóvenes brigadistas judíos de Palestina, que formaban parte de la Unidad Botwin que luchó en España, eran casi todos miembros del Partido Comunista de Palestina que luchaba contra el imperialismo británico y sionista. Unos 200 jóvenes salieron de una Palestina donde se imponía la política de “un  judío sólo da trabajo a un judío”, defendida tanto por sionistas de derechas como de izquierdas. Una colonización y expulsión de los árabes de la esfera del trabajo que no era invisible a los ojos de los jóvenes comunistas palestinos judíos. Ellos volvieron a España, un lugar del que habían sido expulsados los judíos hace siglos. Muchos españoles tenían ideas antisemitas como recuerda uno de los brigadistas, Shmuel Stamler: “Un soldado español que servía en mi unidad me dijo que antes de la guerra pensaba que todos los judíos eran mercaderes y ladrones. Y ahora que he visto a los voluntarios judíos luchar por la libertad hombro con hombro con los soldados españoles está orgulloso de ser nuestro compañero”. El Centro Sefarad-Israel de Madrid (inaugurado en 2011 por los entonces reyes de España junto a Simón Peres, el artífice de la limpieza étnica en Galilea y de la buen relación entre Israel y la Sudáfrica del apartheid), organizó una exposición este año que trataba de ocultar la filiación comunista y antisionista de estos brigadistas, con la intención de recabar apoyos para la supuesta lucha antiterrorista del Estado de Israel, pero una fuerza de ocupación no tiene derecho a ninguna defensa.


La intervención de los judíos en la guerra española de 1936 se realizó a partir de su propio batallón, la Unidad Botwin, que estuvo nueve meses en combate activo.

También hubo palestinos árabes como Nayati Sidqi y no sólo Guardia Mora de Franco. Árabes del norte de África brigadistas antifascistas, muchos trabajadores emigrados a Francia, enrolados como voluntarios en las milicias populares y columnas anarquistas, como Sail Mohamed, que formó parte de la Columna Durruti. “¿Por qué no te unes a nosotros?”. Le preguntó el jefe de un grupo de milicianos a Nayati Sidqi en Barcelona: “Soy un voluntario árabe y he venido para defender a Damasco en Guadalajara, a Jerusalén en Córdoba, a Bagdad en Toledo, a El Cairo en Cádiz y a Tetuán en Burgos”. Es el sentimiento Pachequero.


“La independencia y la libertad de España dependen de la libertad y la independencia de los otros pueblos. Hermanos marroquíes: apoyad al gobierno republicano legítimo”. Agrupación Antifascista Hispanomarroquí, fundada en octubre de 1936 en Madrid por el palestino Nayati Sidqi / madridislámico.org.

En Madrid y Barcelona hubo varios encuentros enmarcados en el proceso de d-0. En una azotea de la única capital europea de fundación árabe –,مَايْرِيط ‘Mayrīṭ’– se juntó un grupo pequeño de personas venidas de Argelia, Italia, Brasil, Egipto, España, Estados Unidos… Es un grupo variopinto, pero tenemos en común que venimos de profesiones artísticas, culturales, académicas. En mayor o menor medida participamos ya de otros procesos y colectivos. Las formas de protestas y vías de solidaridad con el pueblo palestino son muchas alrededor, por eso no nos reunirnos en torno a la afirmación militante sino para abrir preguntas desde nuestra acción restringida, compartir reflexiones, estudiar o escribir juntas, comer y beber, también, para celebrar la vida de quienes resisten al otro lado del Mediterráneo, en África, en Latinoamérica o cualquier otro lugar del mundo amenazado por la nakba planetaria, porque no sólo se espejean las catástrofes, también se conectan las luchas por la liberación. Las amigas de d-0 nos enseñan dos nociones árabes: فزعة [faza’a] y عونة [o’neh]. “فزعة [faza’ai] implica una acción, se podría decir de solidaridad, que responde a una emergencia y busca detenerla.  عونة [o’neh] es una acción de solidaridad que apoya una visión a más largo plazo, construyendo algo juntxs, como por ejemplo cuando hay una amiga que necesita construir una casa y la comunidad se une para prestar todo lo que puede para hacerlo realidad”. Pese a la dispersión que impone el verano y las distancias, queremos compartir el camino del d-0 y ver qué podríamos aportar, los próximos meses y años, a un frente cultural común e intercomunalista para desvincularnos de las culturas de la perpetración y la negación de la Nakba. Universidades, escuelas, museos, centros patrimoniales, bibliotecas, editoriales, galerías, archivos. Todo ha sido destruido en Gaza. ¿Será que la cultura y el arte importan? El borrado de las culturas palestinas, del pasado vivo, permite la escritura colonial del sionismo. La mayoría del contenido de este texto surge del aprendizaje que surge del reconocimiento de la ignorancia propia, del no saber lo más concreto, lo más material, las historias de la vida en Palestina, que fueron, son o serán. Porque Palestina libre vencerá, desde el río hasta el mar. Y en esa azotea de Madrid se ha constituido un Comité del Mediodía.


Niños palestinos jugando.

El mediodía. He tenido que enfrentarme al reto de hablar de ello en varias ocasiones desde 2022, cuando leí por primera vez el término en los libros de Rodolfo Gil-Benumeya, a propósito de un proyecto que estaba desarrollando en La Madraza de Granada. El mediodía –midi, mezzogiorno– nos pareció una idea cargada de pasado y de futuro, y por lo tanto útil para un presente vivido, sentido, pensado e imaginado desde los sures, por muchas personas que cuya mirada no puede apartarse de allí donde en el mundo es la medianoche, como lo es en Gaza. Y así, en la Casa de Porras del Albaicín –una antigua casa de vecinos que fueron expulsados de un barrio que ha vivido desde hace siglos sucesivos vaciamientos y colonizaciones internas– ahora vibra una utopía, la Universidad Popular del Mediodía, un espacio en crecimiento y transformación desde hace dos años que quiere resistirse a las inercias de la universidad neoliberal del capitalismo académico –a convertir el mediodía en un mero juguete intelectual o artístico– en complicidad con los saberes y artes que despreciamos por su carácter social, popular, menor y conectando con un pasado andalusí que nos haga más libres. Madraza en árabe significa ‘escuela’. En la Casa de Porras pensamos que una escuela ha de servir al conocimiento que nos ayude a vivir más felices, no a acumular saberes, lujos y privilegios, para situarnos por encima de los otros. Una escuela debe propiciar que se generen lazos de fraternidad, igualdad y emancipación social. Como toda utopía, puede ser tomada por cualquiera, como sucede con el Comité del Mediodía, que es una fabulación que permite contenernos a muchas del espectro meridional y que sólo podemos inventar juntas para contrarrestar los relatos de (sin)sentido de un mundo basado en la hostilidad. “Mediodía: un pequeño mundo psicográfico en transición, con una continuidad humana y cultural propia que no es ni África ni Europa, ni oriente ni occidente”. Una geografía y una temporalidad imaginaria, y por eso puede afectar a la realidad y sus vectores de deseo que buscan rozar lo material. Y así seguimos, Porque desde el río hasta el mar, Palestina libre, vencerá.


Birzeit - Muro


Fuente: Ctxt