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jueves, 4 de septiembre de 2025

Alejandro Pedregal: “El decrecimiento no es ni primitivismo ni austeridad”

 

 Entrevista de Deva Mar Escobedo

      Periodista que escribe sobre clima en El Salto.


     Pedrógrão Grande, Portugal. Galería Nicolini, Lima. Torre Grenfell, Londres. Estos son los lugares de grandes incendios acontecidos todos en junio de 2017 y el punto del que parte Alejandro Pedregal en su libro Incendios. Una crítica ecosocial del capitalismo inflamable (Verso Libros, 2025), un análisis de la relación del capital con diferentes aspectos de la vida “en un sentido amplio”, según explica su autor.




Alejandro Pedregal es investigador del Consejo de Investigación de Finlandia y trabaja en el departamento de cine de la Universidad Aalto, en el país nórdico. Colabora con El Salto en temas relacionados con la crisis ecosocial o modelos políticos alternativos al capitalismo y se encuadra en el campo del decrecimiento, “uno de los movimientos que pueden iluminar una salida al contexto de policrisis ecosocial” y que para nada implica “una especie de primitivismo actual” o austeridad. Las críticas en este sentido al decrecimiento son ignorantes o interesadas, opina el cineasta: “El eslogan ‘no tendrás nada y serás feliz’ se ha achacado al decrecimiento cuando viene del Foro de Davos”.


Alejandro Pedregal, autor de 'Incendios' y colaborador de El Salto.

Sobre la vertiente metafórica del fuego, Pedregal da gran importancia al mito griego de Prometeo, el ser que robó el fuego a los dioses para dárselo a la especie humana. La lectura actual de la historia la entiende como un mito del productivismo, pero las influencias de culturas no occidentales en el origen del mito griego apuntan más al fuego como símbolo del conocimiento secular emancipado de los dioses. De las sociedades no occidentales hay mucho que aprender, sostiene Pedregal: estas culturas ponen en práctica los proyectos más relevantes para entender cómo construir modelos de sociedad alternativos al capitalismo. El colaborador de esta casa ha dedicado el libro “a la Resistencia del pueblo palestino, que insiste en educarnos cada día”.


Prometeo siendo encadenado por Vulcano - Dirck van Baburen.

Empiezas el libro aclarando que a pesar del del título, el tuyo no es un escrito sobre incendios como tal.

El libro se llama Incendios, pero no voy a describir el aspecto más inmediato que a uno se le ocurra sobre los incendios. El libro tiene tres capítulos centrales, cada uno parte de un incendio y hay una dimensión física o material que se aborda, pero, sobre todo, es una herramienta que nos lleva al plano simbólico a pensar en las dimensiones destructivas del capitalismo en el ámbito socioecológico. Intenta tratar el tema desde una perspectiva un poco más amplia de la que habitualmente se trabaja cuando se habla de incendios.

¿Puedes contarnos un poco más sobre esa relación entre los incendios y el capitalismo que mencionas?


Un vecino de Valdeorras frente a una de las casas destrozadas por los incendios de este verano.

La idea que guía el libro es el antagonismo o contradicción entre el capital y la vida, es decir, entre las necesidades del capital para constituirse y reproducirse como orden social y los límites contra los que choca, que son los límites de la vida en un sentido amplio, de la existencia.

Me acerco a cada uno de los incendios para explorar tres ejes de esa contradicción. Una [el incendio forestal en Pedrógrão Grande, Portugal] es el antagonismo entre capital y naturaleza. El segundo es el incendio de la Galería Nicolini en Lima, Perú, que analiza el antagonismo entre capital y trabajo. El tercero, el de la Torre Grenfell, se centra en el antagonismo entre el capital y la reproducción social, esos espacios necesarios para que aquellos que fueron expropiados de su acceso a los bienes comunes puedan reproducir su fuerza de trabajo y ser productivos en términos capitalistas.

Dentro del uso que le das al fuego como metáfora, hablas del capitalismo como sistema inflamable e identificas dos vertientes. La primera es la material y es fácil de entender: hemos visto estos días cómo la privatización y búsqueda del máximo beneficio potencia los incendios. A la segunda vertiente le dices simbólica. ¿En qué consiste?

Quizás la forma más sencilla de acercarse a esa dimensión sea entender por qué hablamos, cuando nos referimos al calentamiento global, de mundo en llamas. El fuego aparece como un elemento destructivo porque es el que mejor simboliza en el imaginario social lo que es el efecto de la acumulación de gases de invernadero en la atmósfera y el calentamiento global.

Las dimensiones simbólicas también movilizan formas de entender el mundo y hacen que lo entendamos de una manera particular. En ese sentido y pensando en el fuego, el mito de Prometeo está en el imaginario social —y también en el ecologista— como un mito del productivismo que recoge las esencias de la modernidad capitalista. Trato de aportar otra lectura a este mito que permita también entender que el fuego [otorgado por Prometeo a la humanidad a espaldas de los dioses en la mitología griega] puede ser un símbolo de conocimiento secular y ciencia democratizada que permita construir otro orden social y un desarrollo equilibrado dentro de los límites planetarios.

La lectura actual del mito de Prometeo no es inocua, ¿no? Porque lo que nos ofrece a la humanidad es, entre otras cosas, la capacidad de domar la naturaleza. Se junta esto con Descartes y de aquellos barros, estos lodos.

La lectura dominante del mito tiene un Prometeo del dominio sobre la naturaleza y productivista, una visión que viene de la división cartesiana entre sociedad y naturaleza. El mito ha tenido un recorrido histórico que tuvo que ver con el desarrollo del capitalismo a partir del siglo XIX y el eurocentrismo que ignoró las influencias de otras culturas en la historia del Prometeo griego.

Hay una serie de mitos que preceden al griego con personajes similares a Prometeo: Matariswan en pueblos védicos o el sumerio Enki. Planteaban esa idea del mito iluminador, pero no en el sentido de control de la naturaleza, sino de conocimiento secular que se emancipa de los dioses. Esos aspectos se fueron perdiendo con el eurocentrismo que viene del pensamiento cartesiano.

Citas a John Bellamy Foster, sociólogo y prologuista del libro, para argumentar que en parte de la literatura de la literatura ecológica hay una crítica esencialista a la modernidad. ¿Confundimos decrecimiento con volver a lavar la ropa a mano en el río?

[Ríe]. Sí, ese es uno de los problemas. Esa idea del decrecimiento como una especie de primitivismo actual se ha instalado de manera muy interesada por determinados sectores. En algunos casos por ignorancia; en otros por mala intención. Cualquiera que se ponga a leer a los autores del decrecimiento verá que no es ni primitivismo, ni austeridad, ni nada por el estilo. Hay un texto, por ejemplo, de Jason Hickel, muy breve donde plantea estos temas con una claridad meridiana. Enterarse de qué es el decrecimiento lleva una tarde.

El decrecimiento es uno de los movimientos que pueden iluminar una salida al contexto de policrisis ecosocial en el que estamos instalados. Lo que plantea es la reducción de la producción y el consumo más degradante, especialmente en el Norte global. Esto permitiría que el Sur global pudiera desconectar de las redes del capital global y desarrollar una economía local que no estuviera centrada en la exportación, sino en la satisfacción de las necesidades de las sociedades locales.

Hay mucha ignorancia, pero también mala intención en otros casos. El eslogan ese del “no tendrás nada y serás feliz” se achaca al decrecimiento cuando en realidad viene de[l Foro de] Davos.

Incides en la vertiente decolonial del decrecimiento. Es algo que veo un poco ausente cuando debaten quienes abogan por ir a menos con quienes defienden la sustitución de energía fósil y nuclear por renovable como manera de seguir creciendo. Sobre todo después del apagón, que hubo un debate muy técnico y el extractivismo estaba más ausente.




Mi marco de lecturas no procede únicamente del ámbito ecologista o del decrecimiento, sino que estoy ligado a lo que se conoce como marxismo tercermundista y a la literatura anticolonial y antiimperialista. Hay autores del decrecimiento que vinculan este modelo con la liberación del Sur global de las cadenas de suministro y valor globales. Hay un vínculo entre esas dimensiones del decrecimiento y las luchas del Sur global.

Poner el foco en esos trabajos es especialmente relevante porque en Occidente o en el Norte [global] a veces hablamos de propuestas ecosociales o bien muy lejanas en la historia o bien muy aisladas de los centros donde se mueve la mayoría de la población. Mientras, otras realidades han puesto o intentado poner en marcha otros tipos de organización socioecológica. Esos casos son mucho más amplios de lo que creemos. En ellos, además, encontramos muchos de los problemas a los que nos enfrentaríamos si tuviéramos que poner en marcha un proyecto de organización social diferente.

¿Puedes poner algún ejemplo?

Uno de los casos más relevantes es el desarrollo de la agroecología en Cuba en el periodo especial o las comunas en Venezuela. Thomas Sankara en Burkina Faso en los años 80 u organizaciones como La Vía Campesina, el MST [Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra de Brasil] o el MTST [Movimiento de los Trabajadores Sin Techo de Brasil].

La lucha por la supervivencia del pueblo palestino contra el genocidio de Israel también es una lucha entre dos modelos de organización social, uno [el de Israel] que procede de la expansión del capitalismo que adopta la forma del imperialismo occidental. Por otro lado, está la posibilidad de existir de modos alternativos de vida, pero todo esto va mucho más allá de las cuestiones socioecológicas que yo trato.

¿En qué estás trabajando ahora?

En un número especial de la Journal of Labor and Society sobre los aspectos imperialistas del ecomodernismo en el que participan autores bastante destacados, como Kai Heron y Nemanja Lukić. Estoy bastante ilusionado con este proyecto. Tengo otros textos en proceso. Uno es sobre lo que he llamado la gran colisión sistémica, que tiene que ver con el choque entre el declive del sistema mundo capitalista y el deterioro del sistema Tierra y ver cómo se podrían organizar los movimientos antisistémicos para crear alguna alternativa instituyente.

Fuente: EL SALTO

sábado, 16 de agosto de 2025

“Los fuegos no son naturales ni accidentales: son síntomas de un orden social concreto”

 

 Entrevista de Juan Bordera   
      Guionista, periodista y activista en Extinction Rebellion y València en Transició.


     Incendios: Una crítica ecosocial del capitalismo inflamable (2025, Verso Libros) es un libro atemporal, pero no podría haber salido en un momento más apropiado, con los incendios y la temperatura descontrolándose, especialmente en el área mediterránea.




Con prólogo del sociólogo John Bellamy Foster, el guionista y cineasta Alejandro Pedregal (Madrid, 1977) nos lleva a reflexionar sobre las causas sistémicas detrás de tres incendios trágicos ocurridos en junio de 2017 en Portugal, Perú y Reino Unido, al tiempo que propone una crítica profunda al capitalismo como estructura de destrucción social y ecológica.


Alejandro Pedregal, autor del libro Incendios:  Una crítica ecosocial del capitalismo inflamable.

Me gustaría empezar preguntándole por el origen del libro. ¿De dónde surge?

Empecé a interesarme por aquellos incendios en el momento en que sucedieron, y creo que despertó aún más interés por ellos el hecho de que ocurrieran con tanta proximidad en el tiempo. Cuando empiezo a reflexionar sobre ellos no tenía en la cabeza escribir un libro. De hecho, por mi formación, por aquel entonces pensaba más en la posibilidad de hacer algo para una especie de ensayo-documental, al estilo de algunas obras emblemáticas del Tercer Cine y de trabajos más recientes de gente como Raoul Peck o Göran Olsson. Me interesaba esa especie de tríptico que se vinculaba a tantos casos y episodios históricos. De algún modo, esa idea primera me movilizó para armar la investigación, que pasó por diferentes fases e interrupciones por motivos que no siempre estuvieron relacionados directamente con el proyecto. Pero en cualquier caso, esa investigación fue ocupando más espacio y, al tiempo que se aparcaba la posibilidad de hacer un trabajo audiovisual, la escritura fue tomando la centralidad. Creo que ya por entonces era evidente que el trabajo se dirigía más hacia un tipo de formato escrito, como es el de este libro, pero esa idea primera afectó a la forma final que ha adoptado el trabajo.

Estas semanas se están produciendo incendios terribles en todo el país. ¿Están cambiando los incendios?

Sin duda. Estamos haciendo un experimento muy peligroso con nuestra atmósfera que lo está cambiando todo, una transformación profunda en la relación entre clima, territorio y fuego. La dimensión de los eventos extremos, ya sean incendios, inundaciones o sequías, está aumentando, y no de manera lineal. Ante esta situación, que requeriría un esfuerzo coordinado mayor, lo que nos encontramos es una mezcla de ignorancia y falta de voluntad política alarmante. Resulta muy preocupante que, ante el exceso de biomasa, el abandono rural y la presión climática, se oigan voces como las del president Salvador Illa concluyendo que “sobran bosques. En una región como el Mediterráneo, tan duramente afectada por el cambio climático, donde el mar se está calentando de manera descontrolada, los bosques resultan esenciales: secuestran carbono, amortiguan las temperaturas gracias a su bajo albedo, y equilibran el metabolismo de todo su entorno de forma multifuncional.


Imagen de la península ibérica captada por el satélite MODIS de la NASA el 1 de noviembre de 2024, durante la DANA.

Desde luego, el calentamiento global, unido al abandono de políticas públicas de gestión rural y forestal, han convertido muchos de estos bosques en auténticas bombas de relojería. Pero la solución no puede pasar por la eliminación de la masa forestal, sino por una gestión adaptativa y con visión de largo alcance. Esto implica revisar e intervenir sobre la arquitectura forestal, invertir en mantenimiento –controlando biomasa, por ejemplo– y abordar de raíz el desequilibrio campo-ciudad. Ante la transformación que estamos viviendo, la mejor forma de afrontar estos eventos extremos no es eliminando bosques para entregar el suelo a la agroindustria o la construcción, sino mediante políticas capaces de cuidarlos y cuidarnos.

Al abrir su libro, lo primero que hace es advertir de que este no es sobre incendios en sentido estricto, sino sobre la lógica destructiva del capitalismo. ¿Qué papel juega el fuego como símbolo?

El fuego cumple una función doble en la estructuración del libro. En su nivel material, sirve para narrar una serie de hechos que exponen cómo el capitalismo genera condiciones de catástrofe ecosocial, algo que se explora a partir de los incendios de Pedrógão Grande en Portugal, la Galería Nicolini en Lima y la torre Grenfell en Londres. Pero el fuego también se propone como una metáfora poderosa: representa la lógica expansiva, voraz y amoral del capital, que avanza de manera incontrolada por el planeta como “sujeto automático”, arrasando relaciones sociales, ecosistemas y formas de vida. No son fuegos ni naturales ni accidentales: son síntomas de una combustión sistémica provocada por un orden social concreto e inflamable. Se trata de un orden que se fundamenta en el despojo y la explotación a escala mundial para servir a la acumulación infinita, que es la base de la ideología del crecimiento.

Los tres incendios con los que arrancan cada uno de los tres capítulos centrales del libro ocurrieron en contextos muy distintos. ¿Qué los conecta estructuralmente?

El capitalismo como sistema tiene un carácter integral mundial. Por ello, aunque distantes en el mapa, esos incendios se presentaban unidos por el entramado histórico del capitalismo. Les une la lógica del capital que los engendra y su antagonismo inherente con la vida. Por ello, cada uno de estos incendios expresa diferentes aspectos de ese antagonismo: las contradicciones entre capital y naturaleza, entre capital y trabajo, y entre capital y reproducción social. Al analizar cada uno de esos incendios, junto a otros episodios históricos, se revelaba una dimensión distinta del “crimen social” del orden que habitamos, dominado por la mercantilización, la expropiación y la explotación globalizadas, aspectos todos atravesados a su vez por la segregación social, racial y de género. Los incendios del libro, en otras palabras, son sistémicos.

Por ello, el incendio de Portugal exponía cómo la lógica mercantil aplicada a ecosistemas y tierra, que está en la base histórica de los cercamientos, la división campo-ciudad y el colonialismo, y cuya expresión más notable cristaliza en el monocultivo, genera paisajes inflamables. El caso de Lima mostraba cómo la superexplotación laboral y la informalidad estructural en el sur global, que se manifiestan en condiciones de trabajo inseguras e insalubres, son condiciones constitutivas del orden imperial de acumulación que impone la dinámica expansiva del capital; un sistema global de jerarquías al que da forma el drenaje de valor que el Norte impone sobre el Sur. Por su parte, el incendio de la torre Grenfell ejemplificaba el declive de la vida cotidiana bajo el neoliberalismo, donde incluso el hogar, como espacio de descanso, alimento y cuidados, queda expuesto a la amenaza. La atrofia del urbanismo globalizado se ve condicionada por una migración climática creciente que condena a los sectores más vulnerables, especialmente feminizados y racializados.

En el caso de Pedrógão Grande, habla del eucalipto como símbolo de una transformación profunda del territorio. ¿Cómo se inscribe este proceso en la lógica del capital?

El incendio de Portugal expone cómo algo que puede resultar tan trivial como el eucalipto, al integrarse dentro de la dinámica capitalista de mercantilización universal, trasciende su condición natural para transformarse en parte de la maquinaria del propio capital.

Su implantación masiva en Portugal respondió a un modelo específico de modernización (algo próximo a lo que también sucedió en España), el cual veía en el monocultivo un medio rentable para el desarrollo de la industria, a expensas de poblaciones rurales, ecosistemas, suelos y biodiversidad. Bajo sus cenizas, lo que queda es una historia de cercamientos, expropiación y subordinación del uso del suelo a las exigencias del mercado. En ese sentido, el fuego no fue accidental, sino resultado de una racionalidad económica sociohistórica concreta, que convierte los bosques en activos mercantiles. Es una forma de acumulación por combustión, podríamos decir.

El capítulo sobre Lima profundiza en el concepto de “superexplotación”. ¿Por qué es importante este concepto para entender tragedias laborales como la de la Galería Nicolini?

Porque lo que ocurrió allí no fue un accidente, sino la culminación de una cadena de aspectos estructurales que impone el capital sobre la vida, en este caso, por medio del trabajo. Los dos jóvenes encerrados en condiciones de semiesclavitud murieron por estar insertos en un sistema que precisa de su vulnerabilidad para funcionar. El trabajo mercantilizado hace del trabajador una mercancía y el dominio del capital sobre la vida agota las alternativas para vivir fuera de él, especialmente para las clases más vulnerables de la periferia. La mal llamada “flexibilidad laboral” y el asalto a todo derecho laboral no son desviaciones del capitalismo globalizado, sino parte constitutiva de su funcionamiento. La superexplotación, como planteó Ruy Mauro Marini, es una condición estructural del capitalismo como sistema mundial, que desarrolla un vínculo inalienable entre los regímenes de dominio y de dependencia que impone el drenaje de valor.

Las cadenas de valor globales requieren que el Sur produzca barato y rápido para que el Norte consuma a bajo costo. Es lo que se ha denominado “el modo de vida imperial”; un modelo que agudiza la acumulación sistémica de basura, golpeando especialmente a la ecología humana de las masas trabajadores de la periferia. Para producir de este modo, se deben imponer condiciones laborales depredadoras: la seguridad y la salubridad suponen un costo que debe ser reducido a toda costa.


Acumulación sistémica de basura.

¿Qué papel juega la historia colonial en estos procesos de precarización contemporánea?

Un papel central. Las formas actuales de despojo, exclusión y subordinación no pueden entenderse sin su genealogía colonial. Desde el guano y el nitrato en Perú, hasta la expropiación de tierras comunales o la segregación urbana, hay una continuidad entre la acumulación colonial de riqueza y su actualización neoliberal. Las fronteras entre periferia y centro son el reflejo ampliado de la división entre campo y ciudad. Y no solo no han desaparecido, sino que se han ampliado debido a la lógica expansiva del capital. Es más, se reproducen tanto en los circuitos del comercio global como en los barrios marginalizados de las grandes metrópolis, donde viven las poblaciones racializadas, migrantes o empobrecidas, como se pudo comprobar en la torre Grenfell. 

Grenfell mostró cómo dentro de la lógica de acumulación capitalista reside una continuidad entre la historia colonial y el presente neoliberal, amenazando incluso los espacios donde se sostiene la vida: la vivienda, el cuidado, el descanso, la alimentación, el ocio. Y también que repensar la reproducción social implica cuestionar cómo ciertos cuerpos sociales –pobres, migrantes, mujeres– continúan siendo sacrificables hoy para mantener el orden vigente, también en las ciudades globales. Esa continuidad no es anecdótica ni accidental.

El libro concluye con una reflexión esperanzada, que podría resumirse en la idea de que “otro fuego es posible”. ¿Cómo se construye ese fuego emancipador del que habla? ¿Debemos “arder” para evitar el incendio?

Sí, ese otro fuego es el de una lucha colectiva que ya existe en las grietas del sistema, y que nos permiten reflexionar sobre las alternativas posibles. Desde propuestas de restauración metabólica como la agroecología hasta las apuestas por la toma y reparto de tierras de comunidades rurales e indígenas y otras experiencias vinculadas a los movimientos de liberación nacional en el Sur global o los feminismos populares, existe toda una variedad de propuestas tácticas y estratégicas destinadas al cambio sistémico que sitúan la vida en el centro frente al avasallamiento corporativo del capital. Son estas experiencias antisistémicas las que están construyendo, con mayor o menor grado de autorreflexividad, otra forma de habitar el mundo. 

Al hablar de ese “otro fuego” en el libro, sugiero una reinterpretación del mito de Prometeo más próxima a su original, vinculado a otros mitos orientales, como el védico Matariswan o el sumerio Enki, y apartado del eurocentrismo que ha dominado su lectura desde el siglo XIX, como símbolo de dominación sobre la naturaleza y del productivismo propio del proyecto de modernización capitalista. 

Pero este “otro fuego” es también una llamada a reflexionar sobre el papel de la ciencia como bien popular y al servicio de las necesidades humanas, liberada de la instrumentalización que el capital impone. Es ahí donde el papel emancipador del fuego puede servir para repensar, dentro de una concepción científica “pueblo céntrica” (como la denominaron un grupo de científicos latinoamericanos), una dialéctica entre los saberes de las prácticas sociales situadas y el conocimiento sistematizado, formalizado y técnico. Y como tal, ese fuego emancipador es un fuego verdaderamente democratizador, que no se impone, sino que se cultiva, se transmite y se enciende desde abajo, de acuerdo a la escala humana y los límites planetarios.

Pero no se queda ahí, sino que esa es la base sobre la que hace su propuesta de decrecimiento ecosocialista en el libro.

Efectivamente, el libro se propone como un trabajo de intervención, y la reflexión sobre el decrecimiento ecosocialista es parte de ella. En este sentido conviene subrayar que el decrecimiento aquí se propone como parte de una concepción antisistémica y, en consecuencia, antiimperialista. La inercia expansiva del capital –que ha dado forma a la globalización– permite identificar el capitalismo global con el imperialismo. Frente a ello, concibo el decrecimiento dentro de toda una constelación de movimientos antisistémicos, que en el Sur se desarrollan, entre muchos otros, dentro de ámbitos destinados a la toma y el reparto de tierras (como el MST y MTST, por ejemplo) o en políticas de restauración metabólica, como se da alrededor de la agroecología y ha abanderado La Vía Campesina. Es la unidad de diferentes movimientos antisistémicos –una suerte de Internacional Antisistémica si quieres–, operando en ámbitos específicos y con el potencial de unificación frente a la contradicción que supone el capitalismo global para la vida y el planeta, lo que entiendo como una apuesta a la que el decrecimiento debe incorporarse ante la urgencia planetaria de un cambio social.




Por este motivo, entiendo que el decrecimiento debe abordarse como una propuesta destinada principalmente, como indica el antropólogo Jason Hickel, al Norte global, que es la región que acumula el mayor impacto ecológico y social sobre el mundo. El Norte global impone un intercambio ecológico desigual por medio de las destructivas dinámicas de producción y consumo dominantes gracias a su posición jerárquica en el orden global. Esta perspectiva debe atender al vínculo entre el decrecimiento y lo que se ha llamado la desconexión –que Hickel recoge de los planteamientos de Samir Amin. Como parte del movimiento por la justicia climática, el decrecimiento de la producción y el consumo de alto impacto ecosocial permitiría al Sur “desconectarse” del dominio que imponen las cadenas de suministro del capital global. Con ello, la periferia del sistema podría redirigir sus estrategias productivas de forma autónoma y soberana, sin necesidad de centrarse en las exportaciones de manufacturas altamente contaminantes y degradantes para sus sociedad y ecosistemas. A su vez, desligarse de esos regímenes de dependencia permitiría desarrollar modelos de cooperación Sur-Sur que facilitarían modelos autosuficientes de desarrollo local, centrados en las necesidades socioecológicas y dando prioridad a un metabolismo social soberano. Por ello, entiendo que el decrecimiento es hoy uno más dentro de los diferentes movimientos antisistémicos, con sus fallas y carencias, pero seguramente el más receptivo a los reclamos del Sur que existe frente a otras posiciones del ecologismo en el Norte.


Fuente: Ctxt

martes, 12 de agosto de 2025

Construyendo el partido de la izquierda en el Reino Unido

 

 Por James Schneider   
      Organizador político y escritor inglés.



     En los últimos meses, varios grupos de la izquierda organizada británica han debatido la formación de un nuevo vehículo nacional: un partido político o una alianza electoral. La necesidad de una institución de este tipo es evidente. El actual gobierno laborista se caracteriza por la deferencia a los intereses corporativos, la complicidad en genocidios y la represión de la disidencia. Mientras la oposición conservadora sigue obsesionada con las guerras culturales y manchada por su largo historial de desgobierno, el partido ultraderechista Reform UK parece encaminarse a obtener una mayoría relativa del voto popular, presentando su visión powelliana como la única alternativa viable. 

Las encuestas sugieren que un partido de izquierda podría obtener tantos votos como el gobernante, con ambos alcanzando el 15%. Esta cifra podría aumentar aún más si se consolidara en distritos electorales clave y lanzara un ataque contundente contra el consenso de Westminster: un evento que marcaría un gran avance para un bloque socialista históricamente limitado por las limitaciones del laborismo. Si bien los políticos y operadores clave de esta nueva organización aún no han desarrollado un esquema claro, la destacada diputada socialista Zarah Sultana y el exlíder laborista Jeremy Corbyn han anunciado una conferencia inaugural, que se celebrará este otoño, en la que se podrán decidir democráticamente las políticas y los modelos de liderazgo. Unas sorprendentes 200.000 personas se han inscrito en menos de 24 horas.


El exlíder del Partido Laborista, Jeremy Corbyn (izquierda), y Zarah Sultana, diputada por Coventry South, frente a la estación de tren Euston de Londres.

Uno de los organizadores que ha trabajado en este proyecto es James Schneider. Nacido en 1987, Schneider se radicalizó tras la guerra de Irak y la crisis financiera mundial. Cofundó el grupo de campaña Momentum para generar apoyo popular al liderazgo de Corbyn en 2015, y un año después fue nombrado Director de Comunicaciones Estratégicas del partido: un puesto en el que abogó por un populismo de izquierdas sin complejos, intentando, en vano, resistir la presión para ceder ante la derecha laborista en cuestiones clave como el Brexit. Desde entonces, ha publicado Our Bloc (2022), su proyecto para el futuro de la izquierda británica, y ahora trabaja como Director de Comunicaciones de la Internacional Progresista.




Schneider conversó con Oliver Eagleton sobre algunas consideraciones cruciales en el proceso de construcción de un partido: cómo puede mediar entre el poder popular y el electoral, las estructuras organizativas que debe establecer, los factores que previamente impidieron su lanzamiento y los ejemplos internacionales de los que puede aprender. Esta es la primera de una serie de reflexiones sobre el panorama de la izquierda post-corbynista que aparecerán en Sidecar.





Oliver Eagleton: Comencemos con su relato general de lo que un hipotético partido de izquierda debería esperar lograr en el panorama político de la década de 2020, especialmente en países como Gran Bretaña, donde enfrentaría una serie de obstáculos importantes, desde el control de los medios de comunicación del establishment hasta el sistema antidemocrático de Westminster y la división de las fuerzas a la izquierda del Partido Laborista.

James Schneider: La tarea de este partido debería ser emprender diferentes formas de "construcción política". En primer lugar, está la construcción de la unidad popular: tomar los distritos electorales que actualmente forman una mayoría sociológica y convertirlos en una mayoría política. En Gran Bretaña, estos son la clase trabajadora con escasos recursos, los graduados con movilidad social descendente y las comunidades racializadas. La mayoría de la gente piensa en los distritos electorales en términos puramente electorales: "¿Cómo podemos ganar algunos escaños más?", etc. Pero en esencia, no importa si se tienen cincuenta, cien o doscientos diputados a menos que la estrategia electoral esté vinculada a este proyecto social más amplio. 

Luego está la construcción del poder popular: construir organizaciones estructuradas que las personas puedan usar para controlar democráticamente diferentes aspectos de sus vidas, ya sea obteniendo concesiones del capital y el Estado, o trascendiéndolos parcialmente, desmercantilizando ciertos recursos o creando espacios de autonomía. Esto permite a las personas legislar colectivamente desde abajo, a la vez que crea las condiciones para que su partido legisle desde arriba. El movimiento obrero y las cooperativas británicas han cumplido tradicionalmente este propósito. Otros países tienen tradiciones más variadas de creación de poder popular, a través de grupos de arrendatarios, colectivos agrícolas, sindicatos de deudores y ocupaciones de tierras, por nombrar solo algunos.   

Esto nos lleva a la forma final de construcción política: la de una alternativa popular. La unidad y el poder popular demuestran que existen alternativas para organizar la sociedad en su conjunto, a la vez que se construye un programa de gobierno mayoritario capaz de satisfacer las necesidades de la gente a corto y mediano plazo. Si seguimos esta estrategia tripartita, comenzaremos a ver el surgimiento de nuevas formas de protagonismo popular que difunden la lucha y el control en toda la sociedad.  

Permítanme darles dos ejemplos de Colombia. Históricamente, este país fue uno de los principales bastiones del imperialismo en el continente, dominado por una élite compradora conservadora. Sin embargo, durante más de setenta años, el petróleo del país ha sido de propiedad pública, debido a que los trabajadores petroleros iniciaron una huelga indefinida en 1948 que obligó al Estado a establecer una empresa nacionalizada. La persistente presión popular ha impedido que ningún gobierno haya podido revertir la decisión. Más recientemente, en 2010, se formó una institución llamada Congreso de los Pueblos para agrupar diversos movimientos sociales y luchas territoriales: urbanas, campesinas e indígenas. Una de sus iniciativas fue establecer territorios de producción de alimentos controlados por los campesinos que vinculaban a los pequeños agricultores con los pobres urbanos, y finalmente obligaron al gobierno a reconocer y apoyar estos territorios en expansión, que el movimiento concibe como "trincheras del poder popular". Esta estrategia de legislar desde abajo alimentó la elección del primer gobierno de izquierda de Colombia en 2022, liderado por Gustavo Petro. 

En resumen, nuestro partido debe ser un vehículo para establecer la unidad, un catalizador para la organización popular y una palanca para la movilización popular hacia una alternativa social. Nuestro objetivo a largo plazo, mucho más allá de lo que se pueda lograr en la década de 2020, debería ser establecer una sociedad que reconozca la dignidad esencial de cada persona. Si bien este principio es evidente para muchos, las macroestructuras de nuestro sistema global se oponen firmemente a él. El orden actual se basa en la tríada del capital, la nación y el Estado. Nuestro objetivo debería ser reemplazarlo por uno diferente: el social, el internacional y el democrático: tres lógicas entrelazadas que abren espacio a nuevas formas de vida más allá de la explotación, el imperio y el control vertical. Esto significa socializar la economía, transformar nuestra posición en la cadena de relaciones imperialistas y la división global del trabajo, y democratizar el Estado. No hay camino hacia un futuro ecológico sostenible sin estas transformaciones. En este país, nunca hemos tenido un vehículo que haya intentado lograr este tipo de cambio a través de la política de masas. Ninguno de los pequeños grupos de izquierda lo ha hecho. Incluso bajo el liderazgo de Corbyn en el Partido Laborista, no concebimos nuestro objetivo en estos términos. Lo que se requiere es un partido popular y un conjunto de organizaciones que lo rodeen, capaces de alcanzar el poder en todos los sentidos: social, cultural, político e industrial. 

OE: ¿Puede decirnos más sobre cómo esta estrategia se adaptaría a las realidades prácticas de la política británica actual?

JS: Los sectores sociales que describí anteriormente —trabajadores con escasos recursos, graduados con movilidad social descendente y personas racializadas— serían los más beneficiados por un movimiento para abolir la situación actual. Por supuesto, un partido de izquierda también debería buscar apoyo más allá de estos grupos: existen elementos progresistas tanto fuera como dentro, por lo que no puede ser un proceso rígido ni mecánico. Pero estos son los tres actores principales a través de los cuales se puede forjar la unidad popular. Algunas de las razones por las que constituyen una mayoría numérica están relacionadas con la posición global de Gran Bretaña como economía avanzada en el núcleo capitalista, pero otras son más específicas: por ejemplo, las políticas impulsadas por el Nuevo Laborismo en educación superior, vivienda e industria, que crearon la categoría del graduado con movilidad social descendente (irónicamente, ya que el Nuevo Laborismo fue en parte el proyecto de una clase de graduados con movilidad social ascendente). Cada vez más, las acciones del establishment —especialmente del actual gobierno laborista— están consolidando un interés común entre estos sectores. Los partidos de Westminster han empobrecido a los pobres en activos junto con los graduados más jóvenes, y han tratado de culpar a las personas racializadas, incluidas aquellas que no encajan en estas otras dos categorías sociales, lo que les da una base compartida para revertir el status quo. 

Así que el potencial está ahí. Lo que falta es la capacidad. En lo que respecta al poder popular, partimos de un nivel muy bajo. La vida cívica en Gran Bretaña, como en gran parte del Norte Global, ha quedado reducida a cenizas. La vida asociativa de la clase trabajadora ha sido destruida; no solo los sindicatos y las cooperativas, sino también las bibliotecas, los bares, los clubes, las bandas, los equipos deportivos. Cada vez menos gente recuerda esta cultura política anterior. Nuestra mayor manifestación de poder popular es el movimiento obrero, y lo principal que ha experimentado en los últimos cincuenta años es la derrota, lo que naturalmente crea una postura defensiva. ¿Cómo la superamos? Bueno, el poder popular siempre se basa en la densidad. Hay una razón por la que la fábrica crea oportunidades políticas para la izquierda; y lo mismo ocurre con el barrio obrero, como lugar donde la gente se reúne de forma natural. En Gran Bretaña, esto tiene claras implicaciones para la estrategia electoral debido al sistema de mayoría simple. No soy defensor de ese sistema, pero existe y debemos trabajar con él por el momento. Una cosa que nos obliga a hacer es seguir una estrategia de densidad: enraizar nuestro proyecto en áreas específicas en las que esos tres grupos sociales tienen una supermayoría. 

Analicemos las elecciones del año pasado, donde los cinco independientes que se postularon a la izquierda del Partido Laborista obtuvieron escaños en el parlamento: una victoria relativamente pequeña, pero también histórica, ya que anteriormente solo había habido tres independientes a la izquierda del Partido Laborista desde la Segunda Guerra Mundial. La situación en Islington North, donde Corbyn venció al contrincante laborista por un margen aplastante, fue algo sui generis, ya que se trataba de un candidato con perfil nacional y un reconocimiento absoluto. Sin embargo, tiene implicaciones más amplias, ya que hasta el último elemento restante de poder social se movilizó en apoyo de la campaña, precisamente porque la gente la veía como una expresión de su propia vida cívica. Todos los grupos de jardinería, todas las iglesias, todas las mezquitas, todas las secciones sindicales de la zona: todos reconocieron que Corbyn era su encarnación política, razón por la cual votaron por él, casi independientemente de sus opiniones sobre políticas específicas. 

Los otros cuatro independientes también ganaron en gran medida gracias al verdadero poder social de sus comunidades, que reside principalmente en las mezquitas, aunque, por supuesto, muchos no musulmanes y no practicantes también hicieron campaña y votaron por ellos. La gente va a la mezquita todas las semanas. Es un lugar de sociabilidad, de bienestar, de guía moral. Y así, aunque estos candidatos independientes serían los primeros en admitir su inexperiencia política —que no contaban con campañas ingeniosas, comunicaciones innovadoras ni una plataforma política integral—, alcanzaron la victoria gracias a esta identificación con el centro de poder de la comunidad, lo que ayudó a canalizar su repulsión compartida ante el genocidio de Gaza, junto con una serie de otros problemas. Precisamente por eso el establishment reaccionó con tanto horror. No se trataba solo de islamofobia; también era un reconocimiento aterrado de que el poder popular puede eludir las estructuras que se supone deben neutralizarlo. 

OE: Si su ambición es crear algún tipo de vínculo vinculante entre un partido político y formas más amplias de vida asociativa, entonces quizás deba establecerse una distinción entre movimientos e instituciones. Los primeros pueden ser efímeros y amorfos, incapaces de crear formas duraderas de poder popular, en ausencia de los segundos. Podría decirse que, en lo que respecta a temas como el genocidio de Gaza, es el movimiento el que activa a las personas como sujetos políticos, la institución la que traduce esa politización en poder popular y el partido el que aprovecha ese poder para influir o controlar el Estado. Esto me lleva a preguntarme: si la cultura institucional de la clase trabajadora británica ha sido destruida en gran medida durante el último medio siglo, dejando solo enclaves aislados, ¿no estamos perdiendo un eslabón crucial en esta secuencia? ¿Cómo debería un nuevo partido de izquierda abordar este problema? 

JS: Necesitamos construir más instituciones. Para mí, esta es la tarea estratégica más importante del partido y también la que probablemente se pase por alto. Además de fortalecer las manifestaciones de poder popular que han sobrevivido a las ruinas del neoliberalismo, debemos crear otras nuevas. El número de hogares de alquiler en el Reino Unido es de 8,6 millones. El número de personas en sindicatos de inquilinos es de aproximadamente 20.000. Solo el 38% de los inquilinos votó en las últimas elecciones. Si, con el Partido Laborista de Corbyn, hubiéramos decidido salir a tocar puertas y organizar a los inquilinos, ¿cuántos líderes tendríamos ahora? ¿Cómo podríamos haber cambiado la conciencia de la izquierda laborista, alejándola de la propaganda de un partido parlamentario en Twitter y orientándola hacia la construcción de instituciones sólidas propias? Podrías plantearte las mismas preguntas sobre una variedad de otros temas. Con 600.000 afiliados laboristas, 450.000 de ellos de izquierdas, podríamos haber decidido que organizarnos en torno a la cuestión X o Y era una prioridad política. Si hubiéramos movilizado incluso al 10% de esos afiliados de izquierdas, podríamos haber creado nuevas organizaciones populares: cooperativas de alimentos, sindicatos de contribuyentes, grupos de salud mental. Se podrían haber organizado campañas para una huelga climática o para intentar que los servicios públicos pasaran a ser propiedad pública mediante boicots masivos. Hay muchísimas posibilidades, y no me corresponde ser prescriptivo sobre cuáles debemos priorizar en los próximos años. Estas decisiones deben ser tomadas democráticamente por un partido político nacional.  

Si el nuevo partido dedica todo su tiempo a desarrollar la política de asistencia social perfecta para nuestro imaginario futuro tecnocrático de izquierdas cuando dirijamos el Estado, no llegará a ninguna parte. Si se considera un Partido Laborista 2.0, con mejores políticas que el actual, pero sin canales para una participación popular real, será destruido por poderes opuestos. Durante la era Corbyn, estábamos atrapados en una posición en la que los miembros del Partido Laborista a menudo se veían obligados a esperar a que un puñado de personas en la cúpula tomara decisiones, en lugar de convertirse ellos mismos en agentes y líderes. No podemos repetir ese error. Creo que es importante recordar que fuera de Europa y Norteamérica, las reuniones políticas no son malas. No son aburridas. Son animadas, participativas y arraigadas en la cultura popular: con música, comida e incluso baile. La gente normal asiste porque pertenece. Hay diferentes maneras de participar. Y eso se debe a que su propósito es fortalecer los lazos de solidaridad y unidad para que la gente pueda salir y participar en la construcción del poder popular. 

OE: ¿Cómo debería el nuevo partido que usted imagina crear este tipo de cultura política no tradicionalmente británica? 

JS: En la Gran Bretaña contemporánea, el establishment no tiene nada que contar: dice que todo está básicamente bien y que hay que callarse los problemas. El bloque reaccionario, mientras tanto, dice que todo está mal: no se puede conseguir una cita en el NHS, la vivienda es inasequible, el sueldo ha bajado y la razón de todo esto son los musulmanes, los inmigrantes y las minorías. Cuando estas son las únicas narrativas disponibles, es probable que la segunda gane, porque al menos aborda algunos agravios reales. Pero lo cierto es que atacar a las minorías es en sí mismo una postura minoritaria. Puede que haya cierto tipo de racismo generalizado en Gran Bretaña, pero la mayoría de la gente no se detiene a pensar en cuánto odia a los extranjeros, así que hay una clara oportunidad para una narrativa diferente. Lo que deberíamos ofrecer, en cambio, es una "lucha de clases con una sonrisa". Deberíamos rechazar todas las devociones de la clase política, mediática y estatal, porque son odiadas por el público, y con razón. Deberíamos generar controversias en lugar de retractarnos de ellas. Este estilo comunicativo se suele denominar populismo de izquierda. Implica trazar una línea de antagonismo clara y contundente, donde hay unidad de nuestro lado y división del otro. Esa línea de antagonismo es extremadamente simple: la causa de nuestros problemas son los banqueros y los multimillonarios. Están en guerra con nosotros, así que nosotros vamos a la guerra con ellos. Deberíamos aspirar a desconcertar e indignar a los medios de comunicación con un estilo político combativo pero también alegre. Deberíamos tener reuniones como las que he descrito, con música, comida y grupos de debate, y donde la gente pueda salir con acciones claras que llevar a cabo. Esto, naturalmente, significa que el partido debería tener su sede principalmente fuera de Westminster; no debería asociarse con tipos trajeados que se pasan el tiempo murmurando hipócritas a las cámaras de noticias. 

Mi sueño es una fiesta que impacte con el mismo impacto que "Turn the Page" , el tema de apertura del álbum debut de The Streets, Original Pirate Material . Algo que nunca hayas escuchado antes, pero que sea reconocible al instante; inconfundiblemente británico y arraigado en la vida cotidiana, desde los pubs hasta las aceras. Un sonido, o en nuestro caso, una política, que fusiona sin esfuerzo culturas y tradiciones, anclado en la clase y la comunidad, pero que avanza con confianza y estilo. Necesitamos habitar este tipo de registro nacional-popular. Para decirlo de una manera más teórica, la eficacia de este tipo de política proviene de desbloquear la valencia progresiva potencial de la dimensión "nacional" de la tríada capital-nación-estado. En Sidecar publicaste un artículo breve y reflexivo de Dylan Riley la semana pasada titulado "Lenin in America", que, siguiendo a Gramsci, argumentaba que Lenin hoy buscaría una "relación productiva y creativa con la cultura política revolucionaria nacional-democrática específica en la que uno opera". La izquierda británica debería pensar en estos términos.




OE: Mencionaste a Colombia como modelo, pero pensemos por un momento en las diferencias históricas y contextuales. Allí, existía un Estado dominado por los dos partidos principales, el Liberal y el Conservador, que durante décadas colaboraron con Estados Unidos para mantener al país en una situación de dependencia periférica, excluyendo a los sectores populares del poder. Por lo tanto, muchos de estos sectores estaban en gran medida desintegrados en los procesos de acumulación económica y participación política, lo que contribuyó a forjar ciertas tradiciones de lucha autónomas: movimientos guerrilleros que controlaban amplias zonas rurales, campañas contra el extractivismo, grupos que defendían territorios indígenas. Petro logró unificar muchas de estas fuerzas en su proyecto electoral, incorporando a los forasteros —los "don nadie", como se les llamaba cariñosamente— al corazón del gobierno. En Gran Bretaña, en cambio, el problema de larga data ha sido menos la exclusión popular que la asimilación popular. El Partido Laborista ha sido tradicionalmente una herramienta para subsumir a la clase trabajadora en el Estado y reconciliarla con el imperialismo, con el resultado de que nuestra cultura de lucha popular es menos activa. Nuestras reuniones de izquierda son más aburridas; la base orgánica para este tipo de política de masas es mucho más débil. 
El liderazgo de Corbyn realizó una evaluación sobria de estas condiciones. Su objetivo no era necesariamente empoderar a las bases y esperar que los llevaran a la victoria. Se trataba, más bien, de explotar una situación de crisis política, tomar el poder estatal e implementar un programa de reformas no reformistas que, a su vez, galvanizaría a sectores más amplios de la población, fortaleciendo a trabajadores, inquilinos, migrantes, etc. Este enfoque, en el que la política desde arriba precede a la política desde abajo, no fue simplemente un error estratégico. Fue un reflejo de nuestra particular situación histórica y las posibilidades políticas que generó. Se podría argumentar que esas mismas condiciones también han moldeado la forma en que se ha desarrollado hasta ahora el plan para un nuevo partido de izquierda, con decisiones tomadas por un estrato relativamente pequeño de operadores políticos que esperan, con razón, utilizar las victorias electorales para impulsar luchas más amplias. 

JS: La explicación que ofreces es, en general, correcta y ayuda a explicar por qué la conciencia predominante en la izquierda británica es altamente electoralista. No estoy argumentando en contra de ganar elecciones ni de entrar en el gobierno. Creo que es esencial. Pero hay dos razones por las que puede y debe combinarse con estos otros procesos de construcción política desde el principio. En primer lugar, la asimilación de la clase trabajadora británica —no solo a través del Partido Laborista, sino también de los sindicatos durante el período corporativista— nunca fue total: siempre hubo revueltas populares y focos de resistencia. Por lo tanto, existen tradiciones radicales sobre las que construir. En segundo lugar, nos acercamos al final de una ofensiva capitalista de décadas que pretendía destruir dicha resistencia. Esto se logró en parte mediante la asimilación, pero principalmente mediante la fuerza bruta: la exclusión violenta de las masas tanto en el Norte como en el Sur Global, con mineros británicos decapitados y izquierdistas argentinos arrojados desde helicópteros. Lo que vemos hoy es que esta embestida comienza a estancarse, no por la oposición externa, sino por sus propias limitaciones internas: la incapacidad de Estados Unidos para frenar el desarrollo soberano chino, especialmente después de 2008; y la creciente presión sobre los recursos a medida que la crisis ecológica se intensifica. Esto crea una oportunidad vital para un partido de izquierda. 

Pero no podemos simplemente repetir el corbynismo en este contexto. No estamos al frente de un partido de gobierno y no tenemos ninguna posibilidad de lograrlo pronto. Por lo tanto, esa apuesta electoralista, que fue derrotada en primer lugar, es aún menos viable ahora. El número de personas que eran conscientes de la estrategia 2015-19, tal como la describe, también era extremadamente limitado: solo un puñado entre el gabinete en la sombra y los asesores principales la habrían articulado de esa manera. La lógica del socialismo parlamentario se mantuvo prácticamente intacta. Creo que necesitamos un cambio fundamental en nuestra visión estratégica para crear un consenso en la izquierda que reconozca la importancia del poder popular. 

Si busca un ejemplo negativo, puede considerar al Partido Verde. Su enfoque consiste en elegir a sus candidatos a cargos públicos para que puedan usar su perfil para defender políticas progresistas. En sus propios términos, han tenido cierto éxito, eligiendo a un diputado entre 2019 y 2024 y cuatro desde entonces, además de numerosos concejales locales. Pero ¿qué impacto han tenido en la conciencia pública? Prácticamente ninguno. Rebelión contra la Extinción y Viernes por el Futuro han tenido un efecto mucho más tangible en la política ambiental de masas. El enfoque matemático de los Verdes —cuantos más representantes electos, mejor— tiene doscientos años de antigüedad, y se remonta a la época de las revoluciones liberales, cuando el discurso público se desarrollaba en parlamentos y asambleas recién formados donde los números realmente importaban. Es totalmente inadecuado para la década de 2020. El portavoz más elocuente del partido ni siquiera es diputado. Últimamente hemos estado escuchando cosas como «Junto con los Verdes, un partido de izquierda podría mantener el equilibrio de poder en Westminster». Este es el mismo tipo de disparate autoengañoso que algunos en el Grupo de Campaña Socialista llevan años difundiendo: «Si nos quedamos en el Partido Laborista y mantenemos un perfil bajo, quizá mantengamos el equilibrio de poder». ¿Cómo ha funcionado eso?

OE: Se trata de un modelo liberal de frente popular que implícitamente compromete a la izquierda a apoyar a un gobierno laborista, lo cual sería un suicidio moral y político. Pero, para centrarnos un momento en las lecciones del corbynismo: la mayoría reconoció que una de las principales razones de su derrota fue la falta de una base social sólida, lo que dificultó la lucha contra las campañas de desprestigio y el sabotaje político a los que fue sometido el proyecto. Pero después de 2019, muchas de esas personas se dedicaron a «construir la base» de una manera desvinculada de cualquier infraestructura nacional mayor, dando lugar a un conjunto de iniciativas dispares —un sindicato comunitario por aquí, un grupo de acción directa por allá— que el gobierno de turno ha ignorado o reprimido en su mayoría.
Actualmente, se acepta ampliamente que se necesita una síntesis de organización electoral y popular, como usted menciona, pero aún no hay consenso sobre la forma que debería adoptar. Se ha debatido mucho si esta nueva organización debería ser un partido desde el principio o si debería comenzar como una alianza electoral. Quienes defienden esta última postura argumentan que la situación fragmentada de la izquierda británica, y de la vida cívica británica en su conjunto, implica que necesitamos una estructura de coalición que pueda abarcar las luchas locales y apoyar a los líderes comunitarios que quizá no se identifiquen explícitamente con «la izquierda», aunque compartan ampliamente nuestra política. Sin embargo, al mismo tiempo, una coalición flexible amenaza con institucionalizar la situación fracturada de la izquierda en lugar de repararla. ¿Cuál es su postura sobre estas cuestiones? 

JS: No estoy a favor de ninguna de las dos posturas, al menos no de sus versiones extremas. Por un lado, se corre el riesgo de tener un laborismo recalentado con mejores políticas, pero con una estructura de partido similar, cuya prioridad principal es encontrar candidatos para las elecciones locales. Por otro lado, el peligro es que terminemos con un paraguas flexible de independientes que no ofrece una perspectiva gubernamental para un cambio real. Ninguna de estas dos opciones va a generar un poder genuino en la sociedad. 

En el libro que escribí tras la derrota de 2019, defendí una federación de los movimientos, organizaciones estructuradas y fuerzas de izquierda existentes que pudiera servir de base para un proyecto más ambicioso. Hoy en día, sigue siendo perfectamente plausible que una organización federada pueda desempeñar este papel: sentar las bases para los diferentes tipos de construcción política que mencioné anteriormente. Sin embargo, para empezar, se seguiría necesitando una estructura unificada de toma de decisiones para poder establecer cualquier tipo de estructura mayor, ya sea federal, confederal o central. Optar por una coalición en lugar de un partido no cambiaría el hecho de que la gente primero debe unirse y acordar las líneas básicas, y hasta ahora esto no ha sucedido. Tampoco hay ninguna razón por la que un partido no pueda respetar la diversidad de posiciones, con diferentes tendencias y pluralismo interno. Una marca política local existente debería poder seguir operando con un alto nivel de autonomía, si así se desea. Estas son, francamente, cuestiones secundarias que pueden resolverse cuando se establezcan los canales deliberativos adecuados. 

Mi modelo preferido sería una estructura donde confiáramos la estrategia a la membresía y las tácticas al liderazgo. Las principales cuestiones estratégicas —qué tipo de construcción de poder social priorizar, cómo distribuir recursos a los activistas en todo el país, qué tipo de educación y formación política proporcionar, cuál debería ser el contenido del programa político— se decidirían colectivamente. Las tácticas, es decir, cómo se alcanzan estos objetivos estratégicos, podrían ser determinadas en gran medida por los organizadores o políticos de primera línea. Para que esto funcione, tendría que haber un sistema de liderazgo colectivo. Podría ser algo así: una lista de liderazgo de doce o quince personas se presentaría con una propuesta estratégica y quizás también una propuesta política, que presentaría a los miembros, quienes emitirían votos transferibles para su estrategia preferida y los candidatos asociados. Esto daría lugar a un comité nacional compuesto por líderes de diferentes listas, que sintetizaría las diversas propuestas y las presentaría a la conferencia de miembros, donde podrían ser aprobadas, modificadas o rechazadas. El comité también elegiría a personas para diferentes cargos nacionales: nuestro portavoz principal, nuestro organizador principal, nuestro enlace con los movimientos progresistas, nuestro gestor del partido, etc. De esta manera, seguiríamos teniendo personas en puestos de liderazgo identificables, pero no se trataría solo de un concurso de popularidad. Se crearía un estrato de líderes capaces de tomar decisiones ágiles y tácticas, pero también se fomentaría el protagonismo popular al convertir la estrategia en un esfuerzo colectivo.  

OE: Si un partido de izquierda se hubiera lanzado antes, podría haber aprovechado varias oportunidades políticas. A nivel de élite, podría haber aprovechado la decisión de Starmer del pasado julio de suspender a siete diputados, incluida Sultana, del partido parlamentario, quizás convenciendo a más de abandonar el partido. A nivel de masas, podría haber organizado una respuesta unida de la izquierda a la creciente ola de violencia racista incitada tanto por Starmer como por Farage. ¿Por qué, en su opinión, el proyecto ha tardado tanto en salir a la luz pública?

JS: Llevo trabajando en esto casi un año, y creo que existen factores estructurales que dificultan el lanzamiento de cualquier cosa: no solo el tipo específico de partido de izquierda que he defendido, sino cualquier tipo de partido de izquierda. Como ya he dicho, todo se reduce a la cuestión de la toma de decisiones. ¿Qué decisiones son legítimas? ¿Quién puede tomarlas y quién puede implementarlas? Existe el dilema del huevo y la gallina: no se pueden tomar decisiones hasta tener una estructura, pero para tener una estructura es necesario tomar decisiones. En otras situaciones equivalentes, este problema se soluciona de tres maneras. 

La primera es la intervención de un hiperlíder. Jean-Luc Mélenchon dice: «El Partido de Izquierda no funciona, estoy formando La Francia Insumisa», y eso es lo que ocurre. La gente lo sigue. En Gran Bretaña no tenemos ese tipo de figura. Tenemos una especie de hiperlíder en Jeremy, una persona cuya autoridad moral y política supera a la de cualquier otro; pero él no actúa así. No es su estilo. 

La segunda es una organización estructurada preexistente con capacidad disciplinada para tomar decisiones. Podría ser un sindicato o una campaña política. En Sudáfrica, Abahlali baseMjondolo, un movimiento de personas que viven en chabolas informales, cuenta con 180.000 miembros en 102 asentamientos de viviendas y está llevando a cabo ocupaciones de tierras en cuatro provincias. Asistí a su asamblea general cuando observaba las elecciones en Sudáfrica el año pasado y presencié sus debates sobre la creación de su propio vehículo electoral. Pueden utilizar los mecanismos democráticos existentes que permiten tomar, impugnar y revocar decisiones como parte de un proceso abierto donde todos conocen su postura. Esto también falta en Gran Bretaña. 

La tercera solución es un pequeño grupo de personas políticamente avanzadas y estrechamente alineadas que puedan tomar decisiones colectivamente. A lo largo de la historia, ha habido muchos partidos comunistas formados por unas doce personas sentadas alrededor de una mesa, que rápidamente se convirtieron en vehículos de masas. Pero aquí, las discusiones se dan entre personas con orígenes y prioridades muy diferentes, que carecen de esta perspectiva colectiva. 

Como resultado de estos tres factores estructurales, surge un factor contingente adicional de gran importancia. Es, de hecho, el factor determinante, aunque sea posterior a los demás. Se trata de la cuestión de las personalidades. En momentos de insuficiencia colectiva como este, los problemas individuales cobran protagonismo. Esto se vuelve mucho más decisivo en condiciones de parálisis objetiva. Pero ahora, afortunadamente, parece que se están logrando avances. Un nuevo partido está tomando forma a pesar de estos obstáculos, porque tanto la necesidad política como la presión externa son abrumadoras. No se puede dejar de construir un nuevo partido cuando el partido, aún sin nombre, ya está empatado con el partido gobernante en las encuestas. De alguna manera, va a suceder.

OE: ¿Qué planes hay para el lanzamiento oficial, ahora que Corbyn y Sultana han anunciado esta conferencia? 

Desafortunadamente, el partido ya se ha lanzado, aunque no existe. Nos han privado de un lanzamiento cuidadosamente planificado, pero podemos aceptarlo. Lo que necesitamos ahora es minimizar la importancia del factor humano contingente creando un tipo diferente de autoridad soberana: un organismo con el poder de impulsar el proceso. En la práctica, esto se concreta en una conferencia democrática. Esta podría ser responsable de establecer un comité que tendría entonces verdadera legitimidad en su toma de decisiones. Toda persona que se afilie al partido debería tener pleno derecho a participar. La conferencia debe reunirlos a todos, con instalaciones híbridas y votación totalmente en línea. Podría elegir un equipo de liderazgo colectivo al que se le confiaría el desarrollo de la organización durante el próximo año, aproximadamente, y luego podríamos desarrollar estructuras y culturas que permitan tomar decisiones más significativas. Nada de esto sería perfecto. De hecho, sería muy subóptimo, ya que básicamente significa construir el coche mientras se conduce. Podrían cometerse todo tipo de errores con consecuencias más adelante. Pero al menos aceleraría el proceso. Ofrecería cierta esperanza en un momento político en que escasea desesperadamente. Y eso sería algo muy significativo. 


Fuente: SIDECAR