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miércoles, 2 de julio de 2025

Atentado a mi escala y proporción (con su relato)

 

 Por Pedro Costa Morata
      Ingeniero, Periodista y Politólogo. Ha sido profesor en la Universidad Politécnica de Madrid. Premio Nacional de Medio Ambiente.


Una de dos: o el terrorista procede de nuestro agro, donde varias veces -pero en años y años, poca cosa- se me han encarado muy alterados individuos sin pasar a mayores; o se trata de un prosionista enloquecido -o sea, como los de verdad- que se sienta agredido por mis textos contra el Estado de Israel y sus crímenes sin cuento, aunque esto lo sabe ya casi todo el mundo.

El desconocido que prendiera fuego a la puerta de mi casa de Águilas la noche del 16 de junio, utilizó gasolina y lo hizo al poco de dormirme yo, profundamente, al cabo de una jornada especialmente intensa en kilómetros y emociones: hubo, pues, nocturnidad y alevosía. También hubo “avance”, siguiendo la pista agraria, respecto al susto dado al representante de Ecologistas en Acción en Cieza, José Antonio Herrera, hace tres años, cuando encontró el portal de su casa rociado con gasoil y con un mechero de advertencia; el/los terrorista/as han pasado de la potencia y la advertencia al acto y la agresión, de aficionados a profesionales, de canallas a delincuentes, con un salto cualitativo la mar de fácil y en un ambiente, el murciano, de envalentonamiento de todo tipo de ultras y descerebrados.



Portal y fachada de la casa de Pedro Costa en Águilas, tras el incendio provocado.

Y si optamos por la pista sionista, la conjetura lleva, incluso, a sospechar que alguno de los asistentes aquella noche a la presentación (número 44 de la serie) de mi libro Israel: del mito al crimen, en Molina de Segura, aguardara a su final para seguir a un servidor hasta Águilas, apostarse hasta que las luces se apagaran en mi casa y proceder (los hechos dejan una mera hora entre mi apagón y el fuego) como pirómano más o menos aficionado. En cualquier caso, estoy seguro de que Israel y sus compinches han de enfrentarse a enemigos de mucha mayor calidad y poder que este cronista, por lo que no se explicaría muy bien su implicación.

Alguien avisó a la Policía Local, y dos de sus agentes acudieron y sofocaron a tiempo el fuego; luego me despertaron y tras verme que no profería palabra alguna, de puro pasmo, entre la oscuridad y el humo (sí acerté, menos mal, a darles las gracias), se marcharon no sin antes recomendarme que denunciara al día siguiente los hechos en el cuartel de la Guardia Civil. Cosa que hice, encontrándome con la (indignante) respuesta de que para presentar la denuncia debía pedir cita telemática; cosa que hice, a ver, dándome el ordenador la fecha para el 24, ocho días después del atentado. Mi segunda visita al cuartel no excluyó mi vigoroso requerimiento al agente de puertas, que no parecía muy interesado en cumplir con su obligación y atender al administrado, ya mosca por los ocho días y por el escaso ambiente que percibía; así que me atendió un joven agente que, aportando al asunto una redacción correcta que mereció mi agradecida aprobación, me deseó buena suerte. Me volvieron a dar otros seis días para que llamara y me pudiera atender la “persona indicada”, a la que yo quería preguntar si el expediente estaba bien compuesto con las fotos que envié y el informe de la Policía Local; cosa que hice, atendiéndome el mismo agente que me había tomado la declaración y la denuncia, y que igual de atento esta vez me anunció que, como no se conocía al autor de los daños, el asunto se archivaría. Asombrado de la rotundidad de tamaña lógica le recordé al agente que no era cuestión de daños sino de un atentado, lo que pareció sorprenderle un tanto, asegurándome que cuando se sepa algo se añadirá al expediente.

Sin pretender con ello pedir una atención excesiva sobre este problema mío, que es verdad que no es de los más graves a los que se enfrenta la Guardia Civil (pero tampoco el menor, oigan), he considerado oportuno informar de estos hechos tanto a la Fiscalía del TSJ murciano como a la Delegación del Gobierno.

En otro orden de cosas, y sin pretender con ello que la Región entera haya de conocer mis cuitas, me ha resultado algo desolador que solo personas y entidades próximas por amistad o afinidad político-ecológica me hayan enviado su afecto y solidaridad. Así, he tenido que constatar el exquisito silencio con que han “atendido” al incidente los dos periódicos tradicionales de la región (por no decir tradicionalistas), La Verdad y La Opinión, sin duda informados de los hechos, teniendo en cuenta la cantidad de cosillas, tantas veces chuscas, con que llenan sus páginas los corresponsales de los pueblos; el que estos dos medios me hubieran “liquidado” como colaborador, por evidente incompatibilidad, en años pasados no debiera haber sido óbice para reseñar el fuego y el humo ya que, bien mirado, tienen su importancia atendiendo a la materia y al destinatario (digo yo, oigan), en una tierra en la que la violencia -sobre todo la de cuño agrario- no cesa y amenaza con aumentar, dada la elevación del clima ultra imperante y la escasa eficacia policial y judicial en la persecución del crimen de firma agraria.

En mi pueblo, ni la alcaldesa ni el concejal de Seguridad se me han dirigido para, oigan, interesarse o apoyarme, y han aplicado el protocolo correspondiente, de índole miserable, a quien pisa tantos callos de gente que ni entiende el medio ambiente ni la cultura, resultando así este relator un hijo predilecto, desde luego, pero jodón y algo maldito... Y hasta el grupo AMACOPE, de defensa del medio ambiente aguileño, que mi menda contribuyó a crear, ha hecho mutis sobre el asunto y su víctima (anoto que uno de sus miembros principales sí me expresó su respaldo), confirmando que su preocupación por la fauna y la flora (que admiro y estimulo) no incluyen a esa especie bípeda, implume y erecta llamada Homo sapiens: por eso se confirma como grupo conservacionista, no ecologista, siendo así que se sale de mi tradición.

Mentiría si dijera que no me preocupa lo que me ha pasado, por nuevo e incisivo, en mi pequeña historia de agitador de conciencias y defensor de la Madre Tierra (que es lo que yo me creo, sin estar seguro del todo). Aunque también es verdad que no me ha quitado el sueño y creo recordar que -quizás por el impacto mental que sufrí- volví aquella noche a dormirme a pierna suelta tras resolver los atentos agentes locales el fuego traicionero.

Pero sí me tomo muy en serio -como la mayoría de la gente hará- que bandidos y descerebrados campen a sus anchas agrediendo o intimidando, sabiendo como sé que tampoco esto lo van a resolver los agentes del orden, ya que toda violencia en el grado que sea es producto de una sociedad desequilibrada y enferma, que en nuestro caso genera demasiada infamia, y esto las fuerzas positivas, creativas y estimulantes, no logran conjurarlo.

jueves, 19 de junio de 2025

Alto a las agresiones contra los movimientos sociales críticos

 

 

Nuestro compañero Pedro Costa Morata ha sufrido una agresión anónima: el portal de su vivienda en Águilas ha sufrido un incendio, que sin haberse extendido más allá de la puerta ha ocasionado desperfectos notables.


Así quedó el portal del domicilio de Águilas de Pedro Costa Morata después de un incendio apagado por la Policía Local.


Pedro es un señalado ecologista que ha luchado a lo largo de su vida contra la destrucción del entorno natural causada por el desarrollo capitalista, participando en numerosas acciones en defensa del medio ambiente. Además, ha publicado recientemente libros criticando al Estado genocida de Israel y mostrando las causas de la agresión de la OTAN contra Rusia. Su claro posicionamiento político puede haberle creado animosidad por parte de grupos incontrolados de gentes que niegan los problemas ecologistas y son partidarias de la guerra y la violencia.

Esperamos una investigación que aclare los hechos y determine las responsabilidades correspondientes para los autores de los mismos. Exigimos la desarticulación de los grupos violentos que amenazan la convivencia ciudadana y la paz social.

Manifestamos nuestra solidaridad con Pedro y todos aquellos que han sufrido agresiones por motivo de sus ideas políticas.

martes, 14 de enero de 2025

En defensa de la caña de río, tras su condena

 

      Ingeniero, periodista y politólogo. Ha sido profesor de la Universidad Politécnica de Madrid. Premio Nacional de Medio Ambiente.

Así, de pronto, como suele suceder con los grandes descubrimientos de la Historia, se ha extendido que la caña de río (Arundo donax, de latinajo) es mala en general, por lo que hay que erradicarla ya. Que esa dócil, útil y familiar caña que tantas y tan importantes funciones ha desempeñado durante siglos resulta que -porque viene de Asia y alcanzó el mundo mediterráneo en época desconocida, seguramente muy remota- ha sido declarada especie invasora por la Unión Europea, tan celosa, ella, de su integridad físico-ambiental (compatible con su obsesión con un desarrollo económico entusiásticamente antiecológico), por lo que manda que se la agobie, acorrale y, finalmente, elimine de tan exquisito territorio.

Cuando, para mi dolida sorpresa, he sabido que esta sentencia de muerte iba en serio a raíz de la última riada de Valencia y el aireo de sus perjuicios, no he podido evitar la rememoración de esa caña en nuestra vida y pasado, y también me he preocupado en conocer más de ella y de sus muchos usos. Y en primer lugar he contemplado aquellas techumbres de cañizo y yeso, generalizadas en las regiones mediterráneas y perfectamente bioclimáticas (como la original de mi propia casa, luego, ay, renovada en clave anticlimática), las cercas, cobijos, tambanillos y usos múltiples en el campo y los cultivos; leyendo además ese numeroso listado de utilidades, que han desaparecido del recuerdo y la práctica, y que abarcan desde ciertos usos alimenticios humanos y ganaderos hasta la descontaminación de suelos, aplicaciones químicas y energéticas... todo ello puesto entre paréntesis debido al abandono de su presencia activa en la vida social, primordialmente agraria: a destacar que el abandono de tantos aprovechamientos ha desequilibrado su presencia en nuestros cauces, llevándola a ser percibida claramente como excesiva.


El Segura a su paso por Murcia, de ribera plastificada.

A lo que tengo que añadir entrañables recuerdos de los caballos de caña con que los chiquillos de mi calle y barrio reproducíamos las aventuras y batallas de las (pocas) películas que veíamos, siempre de guerra, desde luego; y si eran cañas de buen espesor, también nos valían como fusiles y trabucos eficaces y duraderos; el ramal en un caso y la bandolera en el otro lo resolvíamos con guita de esparto, y tan felices.

No me queda, por otra parte, nada claro que, como se arguye, en caso de inundación más o menos violenta, la caña resulte menos eficaz que otras especies para frenar sus daños y consecuencias, siendo necesario tener en cuenta sus especificidades positivas. El caso es que no he querido refrenar un impulso instintivo a defender a la acosada caña, seguro de que necesita ayuda en lo que veo para ella un muy negro trance, porque me escama lo que entiendo como un (demasiado) repentino odio hacia ella. Y no descarto que se la haya designado como chivo expiatorio para alejar la atención desde los políticos y las técnicas responsables de la política de aguas (que, naturalmente, incluye la protección y adecuación de cauces, dominios fluviales y redes hidrográficas en general). O sea, que creo que me voy a poner a defender a la caña ahora perseguida, aun a costa de tener que afrontar a científicos y técnicos, con sus argumentos de valor, no digo que no, pero que surgen ahora tras siglos de silencio y conformidad; a estos no les tengo miedo, y no dudaré en darles caña. Porque sospecho que, al menos en parte, este novedoso rigor científico encubre al delito político, y este ya sé yo bien señalarlo y condenarlo. Mi amigo Marià Martí, biólogo director durante años del Parc Natural de Collserola del área metropolitana barcelonesa, y colaborador mío en varios trabajos profesionales sobre el territorio catalán, ya me ha advertido de algunos de los problemas de la caña y de sus desventajas frente a otras especies riparias propiamente celtíberas, así que estoy avisado y prevenido (además de agradecido). Así que me adheriré a una “sociobotánica de la adaptación secular de especies”, para entender mejor todo esto.

Desde que en Cieza un día me fue mostrada la tenacidad de la caña cuando la querían eliminar -por corte y asfixia- en la ribera del Segura, con la idea de trazar un paseo “limpio” a su paso por la ciudad, me impresionó ver cómo sobrevivía y su rizoma tenaz humillaba a los plásticos felones que pretendían acogotarla, poniendo en evidencia la estupidez de orlar los ríos con escollera y la demagogia de los “paseos fluviales” (que, como los “marítimos”, suelen ser empeño necio de nuestros alcaldes, que se creen con derecho a maltratar la orilla del mar para darse lustre público atacando la belleza natural de la línea litoral). Aprendí, de buena pedagogía, la simbiosis que ahí se formaba sobre el combate del Segura y su cañaveral; y desde aquel momento, de mi descubrimiento de la potencia y los derechos del agua fluyente, mis vínculos atávicos con la caña se han fortalecido, agradeciéndolo a quienes me dieron aquella primera lección sobre el padre Segura (muy oportuna para un costeño obsesionado por el litoral y poco más).


El Segura por Cieza: la caña se abre paso por la escollera y el plástico.

Por otra parte, desde que vengo oyendo que la caña de río es una especie invasora indeseable, y así lo establece desde 2013 el Catálogo Español de Especies Exóticas Invasoras, minimizando su asentamiento y adaptación de siglos a nuestra geografía, he evocado el caso de otra especie brillantemente ajena, como es el castaño del norte (Castanea sativa), especialmente presente en el viejo Reino de León y, más todavía en el Bierzo; su origen se ha señalado en tiempos del dominio romano, pero a nadie se le ha ocurrido decretar su erradicación. También me he acordado de la impresión, con rechazo, que me produjo el declarar non grato y abatible sin más al “toro de Osborne”, cuando Josep Borrell, viniéndose arriba como ministro de Obras Públicas y Transportes, aprobó un decreto en 1994 contra la publicidad en las carreteras y no cayó -rígido de mente, insensible ecológico, jacobino en general- en que el caso merecía consideración aparte. Un cierto y acertado clamor permitió in extremis que se indultara a unas docenas de aquel “toro de nuestros horizontes lejanos y legendarios, de silueta mayestática y ruborizante” (escribía yo entonces, en su defensa), y triunfó la excepción justificada sobre el anatema ciego y devorador.

Niego, cuando menos, y me opongo a que eso de “acabar con los cañaverales en los ríos” adquiera urgencia o justificación suficiente alguna, por más que tantos se empeñen en ello. Antes hay otras tareas a acometer, mucho más necesarias, objetivas y, desde luego, evidentes, es decir, marcar las prioridades con criterios de sensatez y no a empujones según modas o consignas. Y empezar por eliminar a los ingenieros de Caminos Canales y Puertos de las Confederaciones Hidrográficas y vetarles el acceso a cargos ministeriales decisivos (muy especialmente, a ministros), dada su neta deformación académica respecto del agua, el territorio, el medio ambiente y la vida (términos y referencias inexistentes o mal estudiados en su curricula), así como su vicioso apego al privilegio gremial que les sigue reservando el acceso a determinados espacios y regalías administrativas. Y de permitir, y prever, el acceso a esas administraciones, tercas y nocivas, de profesionales formados en disciplinas de muy otro tipo que el dictado en esas Escuelas de Ingeniería del ladrillo y el asfalto: o sea, antropólogos, sociólogos, filósofos, algún biólogo... en fin, gente de mente abierta, amplia cultura, sensibles y capaces, no alienados por la técnica y sus falacias. Sin excluir a los ecologistas y los poetas que, aun no procediendo de hormas académicas identificables, poseen una visión y una iluminación plenamente holísticas, lo que los capacita para entender adecuadamente cuanto se refiere al recurso de recursos: el agua.

Frente al arrebato exterminador hacia la Arundo de nuestras vidas y geografías mi rebeldía esgrime también una profunda desconfianza hacia gran número de directivas europeas que, so capa de beneficiar al medio ambiente, en realidad están determinadas y redactadas con un objetivo poco disimulado y claramente menos noble, que es estimular el negocio y la actividad económica: filosofía radical y global que inspira a la Europa comunitaria desde su creación, y que está firmemente asentada en su “política ambiental” (aunque tantos, incluidos muchos ecologistas, ni lo vean ni lo quieran ver). Para la UE este momento histórico de un medio ambiente calamitoso que empeora cada día a manos de sus políticas de desarrollo económico, adquiere categoría primerísima entre las “oportunidades de negocio”, y de ahí su entusiasta dedicación a aprobar normas que creen y promuevan negocios relacionados con la alarma climática, el envenenamiento de las aguas, la desaparición de especies, etcétera. Porque tenemos que enterarnos de una vez por todas de que el objetivo de la política ambiental comunitaria es la expansión de un sector prometedor entre los prometedores, no la protección de la naturaleza, que es considerada, de hecho y también de derecho, como excepcional objeto de explotación y de rentabilidad económica.

Por lo que el destinar como objetivo de restauración biológica/botánica las márgenes fluviales y la red hidrológica en toda la vertiente mediterránea y otras áreas de ecología semejante, antes o después tenía que figurar entre los (hipócritas, maleados) objetivos de política ambiental, y no deberá extrañar que a numerosas empresas de servicios se les haga la boca agua al contemplar ese panorama, en realidad ilimitado, de proyectos y encargos sobre un proceso destructivo especialmente atractivo, dado su alto coste. Y ya presenciamos la avidez de empresas de servicios y sus equivalentes, con el habitual “apoyo científico” que tantas veces se porta en mercenario, así como la visiblemente creciente presencia de organizaciones ecologistas orientadas (y desviadas) a los negocios.


Experimentos de asfixia de la caña en el Segura moratallense.

Así, no ha hecho falta que se produjera el drama hidrológico de Valencia, inscrito en la historia trágica de nuestras cuencas mediterráneas cuando, en nuestros pagos, los avispados de Anse ya estaban manos a la obra con la “renaturalización” de un tramo del Segura calasparreño y de otro en la propia capital murciana, financiados, respectivamente, por el Ministerio para la Transición Ecológica y por Coca-Cola (en este caso, sin el menor pudor, a lo antiecológico y antiético: vamos ya). Y Ecologistas en Acción, en su decidido camino de imitación de Anse y sus éxitos eco-económicos (pero sin la técnica crematística ya practicada por sus admirados compas, que llevan años en el negocio), lanzaba un ambicioso proyecto de lo mismo para un tramo de 750 metros del Segura a su paso por Murcia: se supone que pretendiendo, aunque secreta y sobre todo ingenuamente, que les tocara a ellos.


Escaso cañaveral en la vegetación de ribera del Segura calasparreño.

Para este ecologismo, degenerado y escandaloso, rige cada vez menos subrepticiamente el principio de “dar caña y poner el cazo”, auténtica y muy genuina especie reivindicativa de los últimos tiempos, y neto producto de su institucionalización oportunista: se ataca a las administraciones hostiles y se salva a las afectas, a las que se les pide, y se obtiene, recompensa económica, sea como contrato, sea como subvención. Y esto, el ecologismo moral, único aceptable, debe marcarlo como impostura.

Vean, amigos míos, tras este inicial examen de la cuestión de la entrañable caña, que creíamos parte cuasi eterna, afectuosa y servicial de nuestras vidas, cómo ha ido cayendo en desgracia y ha sido condenada, por alóctona, a ser sustituirla por especies autóctonas; y cuánto el asunto da y debe dar de sí. Porque si hay que erradicar a nuestra caña, tenemos ante nosotros miles de kilómetros de cañaverales a abatir, es decir, millones de euros a repartir. Nada más natural que tantos intereses, legítimos o no, decidan lanzarse sobre ellos.

domingo, 13 de octubre de 2024

Bueno, pues todavía hay quien habla de progreso

 

Respingos de la calor (10 de 10)


 Por Pedro Costa Morata

Mi recomendación, queridos amigos y queridas amigas, es que manden callar, o le dirijan una mirada de abierta e inteligible conmiseración, cuando alguien en su presencia les hable del progreso en el que vivimos o del progreso que nos espera. Muéstrense como militantes activos del descreimiento hacia esa palabreja, no ya por lo bajo que ha caído su prestigio secular, sino por el daño que nos causa como soporte de un inmenso engaño en lo económico, lo cultural, lo político y lo moral.

Con un “No hay progreso en la Historia”, titulaba un periódico, hacia 1996, la entrevista que se le hacía al escritor argentino Ernesto Sábato, que antes de novelista había sido ingeniero nuclear. Lo que me sirvió de empujón para ir poniendo en claro mi idea sobre ese asunto, tras haber salido “tocado” de mi lucha antinuclear y la crítica que, como consecuencia, fui extendiendo -en temática y en el tiempo- a las realidades y pretensiones de la técnica y la ciencia como encarnación más perversa -ambas en fusión- del manido progreso. Una idea o actitud que, para ir desarrollándola con la mayor seguridad (intelectual) posible, vinculé con la sistemática destrucción del medio ambiente. Porque, ¿quién puede creer en serio en el progreso, que es esencialmente una mirada al futuro, si nuestras sociedades se emplean sin tregua a arruinar el aire que respiramos, el agua que bebemos, el suelo del que nos alimentamos y tantos recursos naturales esenciales para la vida en el planeta, presente o futura? A esto, que venía constituyendo la esencia de mi ideología ecopolítica, llamé ecopesimismo, cuyo análisis minucioso y desarrollo metodológico encuadré en mis cursos de Doctorado de esos años; esta fue la gozosa ocasión en la que mi indagación (que, recogida en un grueso trabajo de curso, titulé El ecopesimismo. Apunte histórico-ideológico y bibliográfico) me llevó a comprobar que la mayoría de los pensadores y filósofos de tendencia social, o no han creído nunca en el progreso o lo han matizado tanto que con ello han conseguido abrir sucesivas perspectivas de más amplia y fructífera demolición del concepto y sus contenidos, desvirtuándolos sin remedio.

Y, afectado por la coyuntura política mundial de estos meses, en la que la agresividad de ese Estado imposible, pero tan dañino, que es Israel, no duda en encaminar al mundo hacia la catástrofe y el Armagedón, quiero completar mis “diez respingos de la calor” con esta llamada hacia la indignación por la guerra y los belicosos, y la conciencia de que este instinto destructor y genocida (que no es exclusivo del sionismo, desde luego) es la prueba más palpable de que cuanto trata del progreso -como idea ilustrada y ñoña, pretendidamente racionalista y evidentemente irreflexiva- es pura filfa. Porque el agravamiento de los ‘peligros de la guerra y la guerra misma desde que creíamos estar a salvo cuando acabó la Guerra Fría y Occidente se desembarazó del comunismo como rival estratégico, también niega cualquier progreso, qué duda cabe. Aquí quiero destacar la erosión que las tragedias íntimas, aparentemente nimias, de la vida ordinaria, producen en nosotros y en nuestra posición frente al mundo y el futuro, no pudiendo aferrarnos a ningún indicio, realista, de que tal progreso exista o se perfile. Es estúpido eso de decir, o pensar, que “Ya se arreglará esto en el futuro”.




Meditaba yo, so la calor y los sudores climáticos y políticos, sobre ese sentimiento de pérdidas (y escasas ganancias, como no sea en chorradas necias o infantiles...) que vivimos cada día y que afecta sobre todo a las espirituales que, aun siendo inmateriales, son seguramente las más dolorosas. Y asomado en la noche a mi acera (la “baldosa”, en murciano declinante), que contemplaba hueca y silente, añoraba las ristras de vecinos en sus sillas recostadas sobre la pared, en incesante conversación y ruidoso intercambio de bromas y novedades que podían alcanzar de un extremo a otro de la calle (mi calle es modesta, y se conoce como “callejón”), combatiendo el sofoco con humor y evasión. Y me dejaba llevar -con cierto y perverso regodeo en mi desazón, lo reconozco- por ese sentimiento que roe, haciéndonos sufrir por el despojo de retazos mínimos e íntimos, pero esenciales, de la vida ordinaria, buena y sin pretensiones; y de tener que encajar retrocesos en cadena, directos, agravados... Siendo lo peor de todo que nos acostumbramos demasiado fácilmente a ese proceso y lo sufrimos porque no sabemos cómo evitarlo ni creemos, en fin, que eso sea posible: son percepciones y sentimientos que arruinan nuestro cerebro y malean nuestra voluntad, degradándonos de arriba abajo.

En ese mismo nivel, el de los quebrantos del alma, hemos de enfrentarnos con un minucioso, generalizado e infatigable mal hacer… Y no necesitamos haber recibido clases especiales de estética para horrorizarnos del mal gusto que nos rodea y agobia, en las actuaciones que alteran el paisaje urbano o rural, en el nuevo comercio desalmado, en las políticas antisociales que -sin excepción- se nos administran como pasos indiscutibles de progreso y bienestar… cuando en realidad nos muestran ese camino, tan decidido, de demolición de lo mejor vivido, que se nos convierte en irrecuperable. Y no nos cuesta tanto apreciar, bajo el tumulto, el aspecto que suelen ofrecer todos esos objetivos implacables a que nos adhiere ese mal gusto: lo “económico”, lo apresurado… ¡lo funcional! El eslogan de la época parece ser este: “Pudiéndolas hacer mal, ¿por qué se han de hacer las cosas bien?”.

Calculemos qué ventajas nos proporcionan las grandes superficies que, con el bebedizo de “tenerlo todo a mano” e incluso de “estar las cosas más baratas”, nos han despojado del comercio cercano y familiar (y los mercados municipales), arruinando innumerables negocios y empleos para, a cambio, obligarnos a salir en coche al extrarradio, y condenarnos a picotear entre estantes, aumentar el consumo de lo innecesario y rendir cuentas a unas empleadas que a malas penas pueden ocultar su cansancio y su hastío (y de las que sospechamos su situación de semi esclavitud). Una semi esclavitud que se extiende por casi todos los sectores, en especial la hostelería, el gran comercio y el campo, ante la que los poderes públicos, que dicen combatirla, apenas pueden constatar éxito decisivo (o sistémico) alguno

Dudo mucho que la ciudadanía, si es mínimamente reflexiva, considere que todo esto se inscribe en la línea del progreso. Como tampoco creo que así haya de considerarse esa tendencia, camino de la consolidación, que ya atrapa a nuestros médicos y médicas que, mientras escuchan el relato de nuestros síntomas y achaques permanecen escondidos tras la pantalla del ordenador, reproduciéndolos en el teclado y, seguidamente, recibiendo por escrito y automáticamente la receta de la máquina -química, industrial, burocrática…- para lanzarla contra el paciente. Convénzase: pronto no serán necesarios ni médicos ni ciencia médica ni facultades de Medicina. Serán los algoritmos los que trabajen. Está al caer que también las sentencias de los tribunales se emitan atendiendo a las capacidades de los inventos informáticos, tras introducirles los datos del delito y la legislación vigente…




Por cierto que, insistiendo en esto de la salud, no se crean (casi) nada de lo que se nos muestra y anuncia como progreso científico-técnico de la medicina y el tratamiento de la enfermedad, por más que nos alivie o nos salve de trances indeseables, que bajo estas apariencias las enfermedades no hacen más que incrementarse y agravarse, en gran medida debido a la intromisión perversa de la ciencia y la tecnología en nuestra sociedad y en nuestras vidas: un círculo vicioso en el que siempre habrá de “ganar” el empuje malsano y tóxico original: las causas contra la salud aumentan y asustan, sin que preocupen gran cosa, y las soluciones científico-técnicas se aplican al negocio, floreciente y prometedor, de actuar sobre los efectos. Faltaban la murga y los alardes de la Inteligencia Artificial, de la que solo el entusiasmo empresarial y político con que es bendecida nos hace adivinar la dimensión de las humillaciones y canalladas que nos deparará. No lo dude y hágame caso: maldígala ya.

La negación del progreso se establece, también y con facilidad, si atendemos al espectáculo de la educación y la cultura, para lo que solamente quiero llamar la atención sobre nuestros pequeños, niños y adolescentes en particular, y sobre algo a lo que hay que atribuir la máxima importancia: si nuestros hijos y nietos no leen, como sucede ya generalmente, en consecuencia serán siempre deficientes en la escritura, la expresión y el raciocinio, mostrando de alguna manera la pobreza mental que entraña no ejercitar la imaginación. Es esta, en primer lugar, una gran responsabilidad de maestros y profesores, pero estos ya pertenecen a una generación de escasas e incidentales lecturas, y ya han sido víctimas de lo audiovisual y la informática crematística en la educación. Es prudente pensar que el sistema educativo, velozmente degenerado, tiene como objetivo que niños y jóvenes “progresen” por la vía de la pobreza cultural y, en consecuencia, moral y política.

Muy directamente conectada con la tecnología en expansión (que muchos tecnólogos, como este humilde crítico, no reconocen como verdadera tecnología, sino como mero “cachivachismo para alienados”), está la presencia, en amenaza y en acto, de los mil y un colapsos que azotan el mundo entero, empezando por nuestro micro mundo personal y atemorizado: que nuestro ordenador se niegue de pronto a marcar una sola palabra o a suministrarnos la información que más nos urge, nos maltrata pero no impide que el mundo siga dando vueltas; peor es que incidencias de la misma naturaleza impidan trabajar a las urgencias médicas, detengan trenes y pasajeros durante horas en mitad de un túnel, perturben el tráfico de cientos de aeropuertos o provoquen alarmas en sistemas militares enfrentados y que esperan cualquier señal, aunque sea falsa, para enzarzarse entre sí y y buscarnos la perdición. Esta tecnología, tenida por integradora (pero que solo lo es en términos de productividad económica y financiera) hace inevitablemente vulnerable a la sociedad y fragiliza el funcionamiento de sus servicios más esenciales: menudo logro y menudo progreso. La globalización informática y la intercomunicación, cuyos beneficios se han impuesto sin consulta a los más afectados ni la reflexión vigorosa necesaria de políticos e intelectuales (es alarmante la abundantísima grey de este tipo que proclama su admiración por estos “avances” o, como mucho, opina que “todo depende de cómo se use…”), consigue imponerse a la gran borregada universal, que carece de armas para afrontarla.

Y qué decir de la constante erosión de los salarios, o sea, del empobrecimiento relativo (puesto que la diferencial con el coste de la vida y el impulso consumista crecen sin cesar), y del progreso social con que se nos muestra la incorporación al trabajo de la mujer. Una entrada en el proceso productivo que, siendo generalmente tan alienante -proletarizado, forzado, insípido- como el del hombre, nos hace olvidar que los hogares han ido necesitando dos salarios para vivir igual, sobre poco más o menos, que cuando disponían de uno solo. Lo que no es más que una muestra de la fortísima degradación de lo laboral, que incluso se ensaña con el trabajo femenino, humillándolo, sin que este abuso evidente se resuelva.

No habrá de extrañar, pues, que en esta situación tan deprimente la desafección política cause estragos, principalmente entre los jóvenes que, percibiendo en su propia carne las negras perspectivas que los acechan -estudios sin salida profesional, vivienda inasequible, dependencia del hogar y los padres…- muestran su cabreo votando (cuando lo hacen) a esos oportunistas y mamarrachos que exhiben su ideología ultra como remedio para todos los males de la sociedad y, desde luego, de la política. Quedó muy atrás eso de que ser joven era ser crítico y exigente, o sea, de izquierdas; lo siguiente ha sido la impugnación hacia cuanto viven y experimentan, optando en lo político por el rechazo.

A más de las guerras, renovadas e inextinguibles -casi siempre emprendidas por nuestro mundo capitalista hegemónico y desvergonzado, para mayor gloria de sus valores, o sea, de sus negocios-, el panorama del mundo nos angustia con el espectáculo atroz de esos millones de humanos que buscan sobrevivir huyendo de un sitio a otro, sin hogar ni perspectivas… Que son recibidos -cuando no se les rechaza- de la peor manera posible, lo que nos obliga a meditar sobre el verdadero significado de esos (nuestros) “valores occidentales”, y el porqué de que se encaminen hacia nuestros países, siempre a la fuerza y con desesperación, tantos miserables jugándose la vida.




Sin dar de lado a la angustia climática, que se dice afecta sobre todo a los jóvenes, que multiplican sus grupos y acciones a base de una rabia incontenida bajo la que, sin embargo, no es fácil observar que subyazca la ideología política o ecologista correspondiente: la amenaza climática ha de combatirse no solo con ira sino, sobre todo, con conocimiento, argumentos, organización y apuntando bien a los causantes, tanto directos como lejanos, así como a nosotros mismos y nuestras pautas de vida, por antiecológicas.

Riámonos, por no llorar, ante cierta avalancha de “descubrimientos”, en realidad, vistosos signos de “progreso regresivo” con que los medios de comunicación pretenden sorprendernos e incluso insuflarnos valor y optimismo, vista la descomposición general de nuestro mundo y costumbres. Como que -cito titulares literales- “la calle mejora la salud mental de los niños”, como tímida condena del vicio infantil del teléfono móvil y sus juegos, que eliminan el contacto entre los niños, con los juegos de siempre. O los beneficios de “la convivencia intergeneracional”, encontrando, ¡oh!, que nuestros mayores son más felices en su casa y con sus familiares que en las residencias geriátricas y sus atentos servicios racionalizados. O que -cambiando de lo humano a lo urbano y vivencial- “el modelo de ciudad más sostenible arroja mayores tasas de mortalidad”, como si no se supiera que la ciudad moderna, apretada y fría, es receta de soledad, angustia y ruina humanas.




Pero no me extiendo más, ni creo que haga falta. Sí quiero que mi mensaje anti progreso sea recibido con interés y estimule su incomodidad frente a la idea y sus falacias, rebelándose contra ese angustioso proceso de pérdidas, sí, pero inquiriendo por las causas.

domingo, 6 de octubre de 2024

¡Qué escándalo, aquí se roba agua!

 

Respingos de la calor (9 de 10)


 Por Pedro Costa Morata


Resulta que en la Región de Murcia se roba agua, es decir, que hay quien extrae agua -de pozos, en primer lugar- sin la debida concesión administrativa y durante años. Esto se sabe de siempre, con escasa repercusión pública, ya que si el ladrón es un personaje o una empresa grande difícilmente trasciende; y si llega a tener eco, rápidamente actúa el “sistema” (autoridades, medios de comunicación, tribunales) para hacer pasar suavemente el trago al gran infractor ocultando mientras es posible su identidad, sea individual, sea corporativa; el sistema prefiere ensañarse con los errores o las trampas de los pequeños, que pagan de sobra con el sudor de su pelea con la tierra el agua que puedan detraer. Pero, en general, el sistemático robo de agua pública, diverso en métodos y geografías, pasa desapercibido porque quienes tienen que prevenirlo y castigarlo no tienen por costumbre hacerlo.


Río Luchena, en la pedanía lorquina de La Parroquia, 
cuyas aguas se roban para usar en macrogranjas porcinas.

Se roba agua todos los días en la cuenca del Segura, y solo de vez en cuando -como viene sucediendo con las piraterías descubiertas en los últimos años en la sierra de Almenara- la opinión pública se entera y se indigna; que es cuando ese coro cínico orquestado por la Confederación Hidrográfica del Segura (CHS) nos recuerda la desvergüenza de aquel policía pringado en el negocio ilegal del juego en la inmortal película Casablanca (1942), y la imita, a la murciana, con este “¡Qué escándalo, hemos descubierto que aquí se roba agua!”.

Por esto, cosa bien hipócrita es la repercusión que ha tenido el descubrimiento de que varios empresarios se llevan (cruda) el agua para alimentar el (insultante) campo de golf del (deshabitado y arruinado) resort del paraje de Villareal, una de tantas herencias –en este caso, con la marca de aquel alcalde, Miguel Navarro, que tan fuerte llegó a ser en el PSOE murciano y al que sus conciudadanos lo votaron repetidamente- que nos ha dejado la gloriosa era de los pelotazos, los convenios urbanísticos y la especulación general (y generalizada). Porque ahí, en ese entorno del tramo lorquino de la sierra de Almenara se ha perpetrado -sigo las informaciones de prensa- un abultado y sostenido robo de agua (extraída de una quincena de pozos ilegales y cinco manantiales) durante 17 años y por un valor, digamos, ambiental, de 65 millones de euros, el valor de los dos millones de m3 extraídos en ese tiempo, hasta dejar exhausto el acuífero rapiñado.



El gerente de un resort edificado en el tramo lorquino de la Sierra de Almenara usó durante 17 años un acuífero para regar su campo de golf.

Lo bueno, es decir, lo canalla del caso, es que después de participar la CHS en la investigación del asunto, conjuntamente con el Seprona, su presidente, Mario Urrea se ha sublevado contra los resultados, asegurando que esas cifras, las del desfalco hídrico, no coinciden con “nuestra realidad administrativa”. Según Urrea, solo existían nueve pozos ilegales, otros dos autorizados y cinco manantiales también con autorización. Y que, en todo caso, el abultado volumen extraído no puede conocerse porque, “evidentemente, al ser ilegales, no tenían contadores", así como tampoco es posible determinar la cuantía de los daños. ¡Olé tus cálculos, Mario Urrea!

Del inefable Urrea, que tan frecuentemente se muestra del lado de los empresarios, recuerdo ahora su descaro de funcionario desleal cuando daba garantías a la empresa aquella que quería volver a extraer hierro en Cehegín. Y ahora vuelve a expresarse con semejante estilo, es decir, suavizando el delito, cuando se enfrenta a los informes del Seprona por una investigación que debiera haber realizado la CHS con sus servicios de guardería (que sin duda conocían el asunto desde hace años) y le quita importancia y dimensión al saqueo con argumentos muy similares a los que utilizaría una sentencia emitida por un tribunal escorado al infractor (como sucede tantas veces). O sea, que ni son tantos pozos los ilegales ni es posible evaluar el monto del robo, material o económico: que se exagera, vamos.

No es que confíe en que este revuelo vaya a llevarnos muy lejos, pero el actual momento político-hidrológico parece más favorable para que al menos vayan aclarándose algunos aspectos -con expectativas muy moderadas, desde luego- acerca del latrocinio y el mafierío del agua en esta conservadora, complaciente y subdesarrollada Región de Murcia. Porque parece que se aúnan ciertas fuerzas para señalar y sacarle los colores a ese organismo estatal -hablo, claro, de la CHS-, desvergonzado e irresponsable, enemigo de bienes públicos sagrados e irrecuperables y consolidado nido de prevaricadores. Lo mejor de todo es que nuestros tribunales, cuando las denuncias van contra esta CHS o cuando es evidente su responsabilidad incumplida en tantos contenciosos del agua, toman como referencia documental determinante los informes que se le solicitan y que ella misma aporta, haciéndola en definitiva juez y parte.


Extracciones ilegales de agua en una finca de Archivel.

En la denodada lucha -de pocos y débiles, pero justos- llevada a cabo por defender el buen uso del agua, principal recurso natural de la región, es la CHS la principal enemiga a la que hay que enfrentarse: solamente leer y analizar las contestaciones que da a las denuncias, ya ponen en evidencia la prosa degenerada que ha ido elaborando, lanzándola contra el denunciante como resumen de (1) malhumor por el atrevimiento, (2) instinto defensivo tras quedar en evidencia, y (3) propósito de burlarlas tanto con las artimañas administrativas como con su impunidad instituida.

Concentra esta CHS, con una estructura ingenieril funesta, una incompetencia radical en su gestión del agua-vida, ya que para este organismo se trata de agua-flujo, a entubar, trasvasar y encajar contaminaciones como mal menor; y una caradura cementosa, a prueba de bomba, de sus principales dirigentes. Nada de lo cual hace que siga siendo inaccesible a la reforma o a la “limpieza” de indeseables, y que consiga salirse de rositas de todas sus abominaciones como si no fuera la principal responsable del desastre: del robo de agua, en primer lugar, ya que conociéndolo y teniendo como obligación investigarlo, perseguirlo y sancionarlo, no lo hace con el interés debido; y también de la degradación del recurso, lo que repercute en la evolución de los manantiales y fuentes de las áreas mejor dotadas.

A este papel desgraciado de la CHS hay que adjuntar el de las autoridades autonómicas y municipales, comparsas de la depredación, principalmente por su empeño en sacudirse deberes: para ellas es la CHS la única responsable en los asuntos del agua, por lo que se lavan las manos. Así que no se les ocurre ir contra ella, conociendo la situación provocada por su despolítica y por no atajar los abusos diarios a cargo de empresas y de la propia Administración regional. La alianza contra el agua es, así, cuádruple, con responsabilidades directas proporcionadas y distintas, evidentemente: la CHS, la Administración regional, los ayuntamientos y la sociedad global (desde empresas hasta tribunales, pasando por medios de comunicación).

Concretamente, nuestros ayuntamientos, en esta tierra donde el agua es objeto de todo tipo de insidias, no quieren saber nada del asunto, por más que conocen muy bien, de primera mano y estando en primera línea, los robos y las ilegalidades perpetradas diaria y sistemáticamente. “El agua no es competencia nuestra”, dicen, y se olvidan de su competencia política, que los compromete a trabajar e implicarse en todos los aspectos de la vida municipal, incluyendo el cuidado del medio ambiente y los recursos naturales. Dejan de lado, en definitiva, su competencia ética, sumergiéndose alegremente en la indiferencia.

Para señalar, por ejemplo, a un ayuntamiento pasota, descreído e intratable, no hay más que mirar al de Caravaca, concentrando la atención en su alcalde, José Francisco García, caso paradigmático de indolencia ante el atraco y el levantamiento del agua en su municipio, del desdén hacia quienes sí se alarman de la evolución de fuentes y manantiales y de clara enemistad hacia sus denunciantes, sabiendo ser -como este cronista comprobó- vengativo y rencoroso frente a quienes ponen en evidencia las miserias que más le escuecen.

El alcalde de Caravaca viene contemplando el trabajo del Consejo para la Defensa delNoroeste -desde su creación en 2017, para proteger los recursos del acuífero, la agricultura de los pequeños y la importancia del secano- con desapego y hostilidad. Y ahora, cuando ya se puede constatar el agotamiento de la fuente de Singla y el pésimo camino que llevan unas cuantas más, parece querer apuntarse a la oleada de indignación que va levantándose por el pillaje de las fuentes de su municipio a causa de los pozos salvajes de la agricultura intensiva; y se ha atrevido a dirigirse a la manifestación reivindicativa del pasado 15 de septiembre, en modo cínico y oportunista, como si se acabara de enterar. Me viene a la memoria cuando, delante de mí y de otro representante del Consejo del Noroeste, nos anunció, indignado, que multaría a la empresa multinacional Moyca, instalada ilegalmente para producir uva transgénica, con un millón de euros (o dos, no recuerdo bien: menuda tontería, dirigida a dos testigos que necesitaba que se llevaran buena impresión de él).


En defensa de la fuente de Singla, cuyas aguas han dejado estancadas, sin flujo.

Pero la realidad es que no me consta que haya adoptado ninguna medida en favor de la legalidad agraria en su municipio, sino que ha consentido transformaciones ilegales del secano al regadío y construcciones piratas de nuevas granjas porcinas; y ha estado perfectamente enterado de que esas granjas no disponían de agua legal y de que, por lo tanto, lo que harían sería obtenerla de pozos ilegales (que, como las granjas y los trabajos de invernadero, por cierto, también necesitan licencia municipal).


                                                                                               Estado actual del Río Quípar.


Gran consentidor de este desorden en un consistorio volcado en festejos y peregrinaciones, disimula ahora una despreocupación bien demostrada por la ruina del principal recurso de su tierra; y -me dicen- ha anunciado en esa aparición, de paripé y postureo, que denunciará a la CHS por no sé cuántas cosas; también he sabido que advirtió a los oyentes que todo esto hay que hacerlo “con rigor”, como si esa fuera la pauta a la que él se ciñe y con la que piensa redimir a su municipio de las exacciones de cada día.

Los antecedentes son imbatibles: este alcalde pertenece al tipo de político que se allana ante los poderosos y los organismos de su cuerda política, y por eso aparenta indignarse con la CHS, que pertenece al Gobierno de Madrid, del perverso Pedro Sánchez. Como si no hubiera demostrado, año tras año, que su ejercicio político está en perfecta consonancia con las maldades de las empresas agrícolas y ganaderas, con la lenidad de la Consejería de Agricultura y, por supuesto, con la negligencia de la CHS.

De modo que, si don José Francisco quiere ganarse el respeto al que un alcalde debe aspirar como guardián de derechos elementales de sus conciudadanos, como es el del agua, decídase a actuar y trabajar, haga algún mérito y consiga que quienes luchan de verdad, sin trampas ni medias tintas, lo puedan considerar uno de los suyos. Siendo, como es, de obligada asunción el arremeter contra la CHS -lo que habrá que loársele si llega a hacerlo-, también le corresponde hacer lo mismo contra el Gobierno regional y, en realidad, contra sí mismo y su corporación, por displicentes y tolerantes ante el desastre.



El rio Argos, que también han secado, por Oicas de Abajo.

(Mientras tanto, los que luchan de verdad por las fuentes y manantiales en Caravaca, no necesitan invitar a este alcalde a figurar y desfigurar, porque eso no lleva a ninguna parte).