Desmontando
el macartismo en La Sexta
En
un contexto de pérdida de credibilidad de los medios tradicionales
serviles al poder, aparecen experimentos televisivos que apuestan por
aplicar técnicas agresivas de caza al disidente. Uno de ellos es el
programa ‘Conspiranoicos’ que, pese a ser un fracaso en
audiencia, no deja de ser un aviso a navegantes. En este artículo
desgrano cuál fue su proceder a la hora de intentar ponerme en la
diana, quiénes están detrás y las posibles motivaciones.
El
pasado 17 de Octubre, el programa de la cadena de televisión en
España La Sexta titulado ‘Conspiranoicos’
dedicó su emisión a lo que ellos titularon como ‘Putinistas en
España’. Emplazado en ‘prime time’, diferentes espacios
previos del canal estuvieron promocionándolo previamente en redes y
durante toda la jornada con un vídeo en el que utilizaban, sin
permiso del autor, extractos editados de una entrevista
que yo misma di al escritor y militar español Pedro Baños en su
canal de Youtube.

Antes
incluso de la emisión del programa, me llamó la atención el hecho
de que ningún trabajador de La Sexta se hubiera puesto en contacto
conmigo. En el ejercicio del periodismo en medios de comunicación
tradicionales, es rutinario escribir o llamar a quien es objeto de
una “investigación”, entre otras cosas, para obtener su versión
o dar derecho a réplica. Doy por hecho que una invitación al propio
estudio o una videollamada ni siquiera se les pasó por la cabeza, no
fuera que, en directo, tuviera la oportunidad de desmontar cada una
de las supuestas acusaciones. Sin embargo, ni siquiera hicieron un
triste amago de contacto mediante email, contraviniendo así su
propio código deontológico. Quizá ni siquiera lo apliquen más
allá del noticiero, lo que viene a confirmar que este tipo de
programas no tienen precisamente como objetivo informar, ni tampoco
código ético.
¿Qué
dijeron?
De las
aproximadamente tres horas que duró el programa, pese a utilizar mi
imagen para la promoción del espacio, finalmente sólo dedicaron
unos minutos a mi persona, aunque “personaje” fue el término
usado con ánimo despectivo por parte de Joaquín
Castellón, el presentador. Elia Gonzalo, la co presentadora, me
introdujo como periodista, ex trabajadora de Televisión Española y
actualmente corresponsal en Washington para Russia Today. Ambos
vendieron como un gran descubrimiento que RT está financiada por el
gobierno ruso, pese a que es una información completamente pública
y conocida (obsérvese que utilizan la expresión “financiada por”,
como si desvelaran un secreto inconfesable, en lugar de decir
directamente televisión pública, como se usa para referirse a
Televisión Española o la RAI italiana).
Joaquín Castellón
La web
de RT en Español recoge mi
perfil con mis trabajos, los televidentes de la cadena están
acostumbrados a verme prácticamente a diario y, en casi todas mis
redes sociales, especifico esta información desde hace ya casi
una década. Así figura, incluso, en mis acreditaciones expedidas
por el propio Departamento de Estado de Estados Unidos o la ONU, por
poner algunos ejemplos.
El
grotesco ejercicio de “investigación” de La Sexta continuó con
el anuncio de que iban a dar datos de un presunto “vínculo
Helena-Putin”. La primera prueba fue un extracto de mi entrevista
con Baños en el que, precisamente, ridiculizo a este tipo de
programas propaganda que se dedican a intentar relacionar con el
presidente ruso cualquier protesta, decisión política o incluso
malestar general que sea contrario a los deseos de la OTAN. La
segunda, un
mensaje en X en el que aseguro que, desde Occidente, se han
ocultado esfuerzos diplomáticos de Moscú. El mensaje lo presentaron
aislado, aunque, si nos dirigimos a la fuente
original, puede comprobarse que forma parte de un hilo
explicativo en el que, además, enlazo una de mis crónicas.
Precisamente
este tema, el de la diplomacia de las partes de los conflictos
internacionales, es algo que conozco bien. Al ser corresponsal en
Estados Unidos, suelo cubrir Consejos de Seguridad de Naciones
Unidas, cuya sede está en Nueva York. Como mi canal está censurado
en la Unión Europea o existen dificultades de acceso en otros países
como Estados Unidos, en ocasiones suelo publicar hilos en esa misma
red social con las reuniones diplomáticas de alto nivel que cubro,
con el ánimo de compartir la información para que se conozcan todas
las posturas.
Esos
fueron los ‘increíbles’ hallazgos que ‘Conspiranoicos’
obtuvo sobre el presunto vínculo que mantengo con Vladimir Putin.
Cualquiera diría que lo que se trataba era de hacer honor al propio
título del programa. De hecho el tono y contenido durante todo el
programa fue tan surrealista que la audiencia no sabía muy bien si
por conspiranoicos se referían a los señalados o a los guionistas y
presentadores del programa por ver en putinistas por todos lados.
Ya en
la mesa de tertulia, ocupada por presuntos expertos sin ninguna
pluralidad, se dijo que yo parecía “muy preocupada por el
imperialismo norteamericano”. Una corresponsal en Estados Unidos
que relata el imperialismo estadounidense. Habrase visto tamaña
osadía, utilizar mi posición para relatar el poder de Estados
Unidos dentro y fuera de sus fronteras, en lugar de dedicarme a hacer
crónicas de la gala de los Óscar, el último estreno
hollywoodiense, la risa de Kamala Harris o, directamente, servir de
vocera del Pentágono.
Más
allá de mi caricaturesco perfil, el programa fue un desfile bastante
cómico de acusaciones y señalamientos torticeros en un espacio que
en teoría se pretendía serio pero que, por ejemplo, decidió que su
inicio fuera una especie de parte de guerra en el que se aseguraba
que “España está siendo atacada” por Rusia, con el himno de la
URSS como banda sonora. “Aquí no se debate, se argumenta”, llegó
a decir el presentador, para a continuación no hacer ni uno ni lo
otro.
Algunos
momentos francamente parodiables fueron cuando el presentador le
preguntó al conocido periodista Vicente Vallés sobre el significado
del “abrazo” entre Vladimir Putin y el periodista ruso español
liberado en un intercambio de rehenes entre Occidente y Moscú como
prueba de que es un espía. El otro comenzó sin vacilaciones su
disertación sobre un abrazo que nunca sucedió y que las propias
imágenes que ellos emitían en bucle desmentían. En otro momento,
Vallés
afirma haber visto un documento en el que González pide un
aumento de sueldo al Kremlin. Cuando le preguntan el formato del
documento, balbucea y dice que no lo sabe. Sin embargo ponen sobre
impreso en pantalla el supuesto texto de ese mensaje. Más adelante,
contactan con una experta en Moscú para discutir este tema y ella
misma asegura que a los rusos no les interesa y que ella no puede
asegurar que González sea espía.

Podría
seguir pero me parece que, llegados a este punto, quizá les esté
haciendo demasiada promoción como para que alguien quiera rescatar
el espacio con el objetivo de echarse unas risas. Yo misma he
reflexionado sobre si este análisis pudiera ser contraproducente en
este sentido. Al fin y al cabo, el programa sólo
tuvo un mísero 4% de audiencia. Fue el menos visto de la
televisión en España, superado incluso por un concurso de citas
románticas y marcó mínimo desde su estreno en La Sexta. Sin
embargo, no quería dar la callada por respuesta.
Poca
audiencia, mucho peligro
Si bien
es cierto que lo burdo del contenido daba para que cualquier persona
con un mínimo de sentido común lo tomase con humor,
desgraciadamente, no todo el mundo goza de un estado mental sensato.
En un contexto de polarización generalizada y de aumento de ataques
a políticos y periodistas, semejante ejercicio de señalamiento
macartista puede dar alas a, esta vez sí, la actuación de
personajes violentos contra cualquiera de las personas a las que se
nos colocó en una diana. Yo misma he afrontado y sigo afrontando
insultos, amenazas (incluso de muerte), comentarios denigrantes en
redes sociales y hasta episodios puntuales de acoso personal durante
el ejercicio de mi trabajo. Esto supone que, rutinariamente, tenga
que tomar algunas precauciones de índole personal. Si algún día
sufro algún incidente, no les quepa duda de que este tipo de
propaganda y demonizaciones, incluso burdas, contribuyeron a ello. En
La Sexta, cadena que incluso ha llegado a producir documentales
contra el ‘bullying’, se está dando pie a formatos que
básicamente son un ejercicio del mismo en horario de pretendida
máxima audiencia.
No sólo
el programa, también sus colaboradores. “Heil-caniche
amaestrado”, “azafata
de dictaduras”, “falangista del Caribe” o “tu
único mérito es chillar y tragar” son sólo algunos ejemplos
de insultos y calificativos que uno de ellos suele lanzar contra mí
en redes sociales con tal asiduidad que, en más de una ocasión,
numerosos usuarios le han llamado la atención y lo han calificado de
auténtico acoso. No sé si puede llamarse así pero, lo que sí es
un hecho, es que mientras yo ni siquiera sigo a los perfiles en
cuestión, ellos sí parecen estar muy pendientes de lo que publico y
son ellos quienes vienen expresamente a mi muro a hacerse
notar. También es fácilmente comprobable que, las veces en las
que he optado por no ignorarles y defenderme, han acabado siendo
verbalmente vapuleados, por lo que no es descartable que hayan
utilizado ‘Conspiranoicos’ como vendetta personal
para criticar sin derecho a réplica, en un alarde de la falta de
profesionalidad y valentía que les caracteriza.
En este
sentido, no es baladí el hecho de que el título del espacio fuese
‘Putinistas en España’, cuando yo hace más de siete años que
ni vivo ni ejerzo en ese país. ¿Cómo se es putinista en España
viviendo en Washington? Si el criterio de selección de mi persona es
mi trabajo para la cadena pública rusa, llama la atención que fuese
yo la diana y no el propio corresponsal de RT en España, mucho menos
el compañero que también reporta desde Estados Unidos o figuras que
sí hacen programas donde cabe la línea editorial y el comentario de
opinión. Mi trabajo principalmente se centra en los noticieros y en
programas de carácter informativo. Da la sensación, por tanto, que
se ha intentado construir un enorme muñeco de paja mediante
acusaciones sin sustento, para intentar neutralizar mi influencia en
redes sociales y aprovechando el hecho de que la audiencia en España
no puede comprobar por ella misma qué es lo que digo o hago.
Recordemos que RT, además de llevar censurada
en la Unión Europe más de dos años, también lo está en
Youtube,
la principal plataforma de vídeos del mundo.
Valga
la aclaración de que, en mis casi diez años ejerciendo para RT en
Español, nadie ha sido capaz de exponer una sola mentira o
argumentar propaganda alguna en ninguno de mis trabajos
periodísticos. Ellos tampoco pudieron. Por el contrario, sí he sido
internacionalmente reconocida e incluso premiada
en diversas ocasiones en los propios Estados
Unidos, esto último antes de que ese país y sus circunstancias
geopolíticas decidieran que Rusia y cualquier cosa relacionada con
Moscú fueran el enemigo a batir.
¿Conflicto
de intereses?
El
programa ‘Conspiranoicos’ está presentado por Joaquín
Castellón. Tal y como él mismo destaca en sus redes sociales, forma
parte de la organización ICIJ, el Consorcio Internacional de
Periodistas de Investigación. Según la propia página
web del ICIJ, la organización se mantiene principalmente por
donaciones de entidades financiadas por Estados Unidos, filántropos
atlantistas o la propia Unión Europea. Tomemos como ejemplo uno de
sus más conocidos mecenas, la NED.
La
Fundación Nacional para la Democracia (NED) es hoy en día uno de
los principales elementos del llamado ‘soft
power’ del gobierno de Estados Unidos para la promoción de sus
intereses. Fundada en 1983 y pese a definirse como una ONG
independiente, la NED depende de la financiación continua del
Congreso estadounidense y de la Casa Blanca. Según
la propia organización, la NED otorga más de 2.000 subvenciones
para “apoyar proyectos” en el extranjero que trabajen por
“objetivos democráticos”. Es decir, que sirvan a los intereses
estratégicos de Washington.
Ya en
1991, el fundador de la NED, Alan Weinstein, expresó sin rodeos en
una entrevista con el Washington Post que, mucho de lo que estaban
haciendo, era
lo que había hecho la CIA hace 25 años. A través de sus
diferentes institutos, la NED se ha convertido en el cerebro detrás
de numerosos disturbios separatistas, revoluciones de colores, crisis
políticas y bulos al servicio de Estados Unidos.

No hay
más que ver su junta directiva. En ella figura, por ejemplo, la
escritora Anne
Applebaum, conocida escritora neon y anticomunista, ligada a
chiringuitos de inteligencia anglosajona y que, entre otras cosas, ha
llegado a justificar el bombardeo de medios de comunicación
palestinos. Applebaum está casada con el ex Ministro de Defensa,
de Relaciones Exteriores y ex miembro del Parlamento Europeo de
Polonia que agradeció
a EEUU la voladura de los gasoductos Nordstream en su cuenta de
Twitter. Cabe destacar que el presidente de España, Pedro Sánchez ,
se
reunió el pasado 14 de octubre con Applebaum para abordar “cómo
fortalecer las democracias”, fijando como prioridad “la lucha
contra la desinformación”.
Otra
integrante de la junta directiva es Victoria
Nuland, ex subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos de
Estados Unidos y embajadora estadounidense en Ucrania durante el
Maidán. Es conocida por decir “Fuck
the EU” (que se joda la UE), al considerar que desde Bruselas
no estaban siendo lo suficientemente agresivos a la hora de imponer
la agenda de Washington en Kiev. Nuland es uno de los rostros y
cerebros en los últimos tiempos de varios conflictos importantes con
sello estadounidense, sirva como resumen esta radiografía
de su trayectoria que yo misma elaboré cuando anunció su
retiro.
Sigamos.
La productora detrás del programa ‘Conspiranoicos’ es Newtral,
de la periodista Ana Pastor. Newtral mantiene acuerdos con la EFCSN,
una red de “fact-checking”, lo que comúnmente se conoce como
verificación de noticias, fundada por la propia Comisión Europea.
La empresa de Pastor también trabaja con Google, matriz de Youtube
(recordemos, plataforma de vídeo que desde hace más de dos años
censura internacionalmente RT) o la red social Facebook,
perteneciente a Meta. Son numerosas las investigaciones e
informaciones sobre cómo Meta y las principales empresas
tecnológicas se han convertido en auténticas puertas
giratorias de miembros del Departamento de Estado estadounidense
y del propio Pentágono.
De hecho, las tecnológicas se nutren en buena parte de contratos
con la rama militar de Estados Unidos. Recomiendo, por ejemplo,
el trabajo de periodistas como Michael Shellenberger o Matt Taibi,
periodistas dados a conocer sobre todo por formar parte de los
llamados Twitter Files, una serie de revelaciones sobre cómo el
gobierno de Estados Unidos utilizó y sigue utilizando las redes
sociales para promover sus intereses y censurar a la disidencia.
Es
notorio el capítulo de la supresión de la historia en redes
sociales del portátil de Hunter Biden. Para quien no la recuerde, a
muy poco de la celebración de los pasados comicios presidenciales,
las tecnológicas censuraron o minimizaron el impacto de dicho
escándalo para no dañar la campaña de Joe Biden. La excusa, que se
trataba de “desinformación rusa”, como así
atestiguaron ni más ni menos que más de 50 ex oficiales de
inteligencia. La historia se demostró que era verdadera.
Más
allá de los cuestionables objetivos y las relaciones de su
productora, Ana Pastor es una conocida periodista que saltó a la
fama trabajando para TVE, cadena pública española (financiada por
el gobierno español habría que decir si usáramos el estilo de
LaSexta) de la que posteriormente fue despedida. Es notable y aún
viral en redes un
intercambio que mantuvo con el ex presidente de Ecuador, Rafael
Correa, quien le aseguró: “Desde que se inventó la imprenta, la
libertad de prensa es la voluntad del dueño de la imprenta”. La
frase fue pronunciada en una entrevista que ambos mantuvieron
mientras Pastor ya estaba fuera del canal público desde donde había
cuestionado previamente a Correa de manera tensa. “¿Qué pasó en
TVE? ¿No decías que había independencia y todas esas cosas?”, le
preguntó el ex mandatario.
Pastor
desarrolló después buena parte de su carrera en La Sexta, cadena de
la que su marido, Antonio García Ferreras, es director. Ferreras,
por cierto, es también presentador de uno de esos programas que se
dedicaron a promover el espacio producido por su mujer,
‘Conspiranoicos’. Todo queda en casa. No obstante, si por algo es
conocido, es por su estrecha relación con el empresario Florentino
Pérez, uno de los mayores oligarcas de España, conocido por sus
redes de poder y turbios negocios. Son remarcables, por ejemplo, los
audios
filtrados del propio Pérez reconociendo que Ferreras es “su
hombre” en los medios o los que expusieron cómo el periodista era
consciente de estar dando
pábulo a un bulo en su programa contra el ex político de
izquierdas Pablo Iglesias. El famoso: “Yo voy con ello pero esto es
muy burdo”. Un escándalo y unos vínculos que exponen muy bien
quién es el gerifalte de una cadena que intenta venderse como
“progresista”.
En el
caso de Elia Gonzalo, la co presentadora del espacio encargada de
establecer el perfil de cada uno de los señalados, poco se puede
decir de ella. De hecho, apenas la mencionan en la web del programa y
en la propia nota
de presentación oficial del espacio, donde sólo se le califica
de “experta”. Aunque su
perfil en la red social X está protegido, Gonzalo sí ha
publicado algunos ‘reels’ en Youtube con muestras
de su trabajo en numerosos a la par que temporales magazines
televisivos, donde destaca una enorme versatilidad. Es capaz de pasar
de informar sobre vibradores sexuales y programas del corazón a
“investigaciones” sobre los hombres y las mujeres “de Putin”
en España.
Conspiranoicos.
De qué estamos hablando.
Conspiranoico
es un término que fusiona con sentido despectivo las palabras
“conspiración” y “paranoia”. Vendría a ser el equivalente
del “conspiracy theorist” en inglés. Personas que caen en
creencias infundadas o que tienden a interpretar determinados eventos
o la realidad en general como producto de una conspiración.
El
término, aunque precede a la CIA (tal y como se encargó AP
de puntualizar de una forma un tanto torticera recientemente) sí fue
sobre todo popularizado por la agencia a raíz del asesinato de JFK,
en un intento por acallar las voces críticas y las dudas sobre quién
podría estar detrás del magnicidio. Desde entonces, se ha venido
recuperando con más o menos asiduidad como arma arrojadiza
discursiva a la hora de intentar denigrar o neutralizar posiciones
que pretendían presentarlas como descabelladas.
No me
voy a extender mucho en este punto, pero sí diré que conozco parte
de la historia relativa a esta cuestión porque yo misma dirigí un
programa
especial en el año 2021 en RT en Español sobre teorías de la
conspiración en Estados Unidos. En él, repasaba con bastante más
educación y rigor que la mostrada por La Sexta, algunas de las
teorías de la conspiración más conocidas y hablaba con verdaderos
expertos en este tema. A modo de resumen, apuntar que las
conspiraciones forman parte del mismo origen de la nación
norteamericana y que buena parte de la culpabilidad sobre la
popularidad del fenómeno reside en una clase política y mediática
deshonesta a la hora de abordar la corrupción del sistema. El espejo
donde La Sexta parece querer mirarse.
Más
allá de que ‘Conspiranoicos’ haya resultado un ejercicio de
deshonestidad intelectual, y por supuesto profesional, con escaso
éxito, coincido con buena parte de la argumentación esgrimida en
este brillante hilo
en X.
Además
de una defensa en lo relativo a mi persona, la causa principal por la
que he creído necesario publicar estos apuntes es porque considero
vital que el público empiece a concienciarse sobre el objetivo real
de programas como este.
Vivimos
en un contexto en el que se están eliminando a nivel internacional
canales de noticias por orden del hegemón, se están construyendo
aparatajes legales por parte de estados y organizaciones supra
estatales para blindar su propia propaganda frente a la herramienta
de cotejo que supone la información venida de bloques antagónicos;
y se están difundiendo declaraciones, sin tapujos, de dirigentes
políticos sobre la necesidad de moldear el discurso público
mediante la censura.
Los
medios de comunicación tradicionales, utilizados por los sistemas de
poder para crear consensos en torno a los mismos, viven una crisis de
credibilidad. Desde hace un tiempo, elementos como el “fact-check”
(algo que debería ser intrínseco al periodismo, sin necesidad de
vigilante ajeno) fueron remedios ideados para intentar seguir
marcando la superioridad o liderazgo de los de siempre, sin
resultado. Ahora estamos en una fase de testar lo que se viene: un
control férreo de la información.
En este
sentido, aquellos elementos que forman parte del sistema informativo
tradicional, también se están dedicando a señalar al disidente y
establecer elementos previos de neutralización. Valga como ejemplo
el propio ‘Conspiranoicos’ sobre “putinistas”. En él se puso
en la diana a personas de muy distinto carácter político,
profesiones, objetivos y trabajos bajo un mismo saco descriptivo,
mediante los métodos de culpabilidad por “presunta” asociación
y contagio. Conocidas técnicas de señalamiento fascista. Una vez
agrupados y convertidos de alguna forma en “tóxicos”, resultará
más fácil convencer a la opinión pública (o los disidentes) de
que deben de callar y estar de acuerdo cuando se les intente
silenciar, por ejemplo.
El
método de contagio y equiparación no sólo es utilizado dentro de
cada programa, sino en la serie en general. Es claramente intencional
que el primero fuese dedicado a un youtuber
muy
influyente o que el próximo sea sobre antivacunas y negacionistas
del cáncer. Se trata de mezclar elementos donde puede ya haber
establecido un consenso social en contra, con personajes o ideas
completamente legítimas pero contrarias a los intereses del poder de
turno, con la intención de ampliar ese consenso y “encargarse”
de quien incomoda.
“No
buscan ganar ninguna discusión, sino no callar jamás”. Fueron
algunas de las afirmaciones categóricas que uno de los presuntos
expertos del programa hizo en redes sobre los supuestos “putinistas”
para promocionar el bizarro programa. Efectivamente, nadie me va
callar. Incluso cuando intenten robarme el derecho a réplica.
Fuente:
Helena
Villar