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martes, 29 de julio de 2025

Indignidad europea ante el engaño trumpista

 

      Economista español. Integrante del Consejo Científico de Attac España y catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla.


La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el de Estados Unidos, Donald Trump, acaban de escenificar una auténtica y desvergonzada obra de teatro


Fuente: Ganas de escribir


     Como ha hecho con otros países, Donald Trump no ha buscado ahora con la Unión Europea un buen acuerdo comercial para los intereses de la economía estadounidense, como él se empeña en decir. Y en lo que ha cedido von der Leyen no es en materia arancelaria para evitar los males mayores de una escalada de guerra comercial, como afirman los dirigentes europeos. El asunto va por otros derroteros.

Los aranceles del 15 por ciento acordados para gravar casi todas las exportaciones europeas los pagarán los estadounidenses y, en algunos casos, con costes indirectos aún más elevados.

Eso pasará, entre otros productos, con los farmacéuticos que se ven afectados. Puesto que en Estados Unidos no hay producción nacional alternativa y siendo generalmente de compra obligada (los economistas decimos de muy baja elasticidad de la demanda respecto al precio) los consumidores terminarán pagando precios más elevados. Suponiendo que fuese posible o interesara la relocalización de las empresas para irse a producir a Estados Unidos (lo que, desde luego no está nada claro), sería a medio plazo (lo expliqué en un artículo anterior).

Los aranceles a los automóviles europeos serán del 15 por ciento, pero los fabricantes estadounidenses deben pagar otros del 50 por ciento por el acero y el cobre, y del 25 por ciento por los componentes que adquieren de Canadá y México. Sería posible, por tanto, que los coches importados de la Unión Europea sean más baratos que los fabricados en Estados Unidos y que a los fabricantes de este país les resulte mejor producirlos en Europa y llevárselos de vuelta. Además, la mayoría de los automóviles de marcas europeas que se venden en Estados Unidos se fabrican allí, de modo que no les afectarán los aranceles, mientras que en Europa apenas se venden coches estadounidenses, no por razones comerciales sino más bien culturales o de gustos. Otros productos en los que Europa tiene ventajas, como los relativos a la industria aeroespacial y algunos químicos, agrícolas, recursos naturales y materias primas no se verán afectados.

En realidad, en términos de exportación e importación de bienes generales, el «acuerdo» no es favorable a Estados Unidos. Como explicó hace unos días Paul Krugman en un artículo titulado El arte del acuerdo realmente estúpido, el que suscribió con Japón (y se puede decir exactamente lo mismo ahora del europeo y de todos los demás) «deja a muchos fabricantes estadounidenses en peor situación que antes de que Trump iniciara su guerra comercial».




No obstante, todo esto tampoco quiere decir que Europa haya salido beneficiada. Las guerras comerciales no suele ganarlas nadie, y muchas empresas y sectores europeos (los del aceite y el vino español, por ejemplo) se verán afectados negativamente. Pero no perderán porque Trump vaya buscando disminuir el déficit de su comercial exterior, sino como un efecto colateral de otra estrategia aún más peligrosa.

La realidad es que a Estados Unidos no le conviene disminuirlo porque este déficit, por definición, genera superávit y ahorro en otros países que vuelve como inversión financiera a Estados Unidos para alimentar el negocio de la gran banca, de los fondos de inversión y de las grandes multinacionales que no lo dedican a invertir y a localizarse allí, sino a comprar sus propias acciones. El déficit exterior de la economía estadounidense no es una desgracia, sino el resultado deliberadamente provocado para construir sobre él un negocio financiero y especulativo de colosal magnitud.

Lo que verdaderamente busca Estados Unidos con los «acuerdos» comerciales no es eliminar los desequilibrios mediante aranceles. Eso es algo que no se ha conseguido prácticamente nunca en ninguna economía). El objetivo real de Estados Unidos es hacer chantaje para extraer rentas de los demás países, obligándoles a realizar compras a los oligopolios y monopolios que dominan sus sectores energético y militar y, por añadidura, humillarlos y someterlos de cara a que acepten más adelante los cambios en el sistema de pagos internacionales que está preparando ante el declive del dólar como moneda de referencia global.

En el «acuerdo» con la Unión Europea (como en los demás), lo relevante ni siquiera son las cantidades que se han hecho públicas. Los aranceles son una excusa, un señuelo, el arma para cometer el chantaje. Lo que de verdad importa a Trump no es el huevo que se ha repartido, sino el fuero que acaba de establecer. Es decir, la coacción, el sometimiento y el monopolio de voluntad que se establecen, ya formalmente, como nueva norma de gobernanza y dominio de la economía global y que Estados Unidos necesita imponer, ahora por la vía de la fuerza financiera y militar debido a su declive como potencia industrial, comercial y tecnológica.

Siendo Donald Trump un gran negociador, si quisiera lograr auténticas ventajas comerciales para su economía no habría firmado lo que ha «acordado» con Europa (y con los demás países), ni hubiera dejado en el aire y sin concretar sus aspectos más cuantiosos. La cantidad de compras de material militar estadounidense no se ha señalado: «No sabemos cuál es esa cifra», dijo al escenificar el acuerdo con von der Leyen. El compromiso de compra de 750.000 millones de dólares en productos energéticos de Estados Unidos en tres años sólo podría obligar a Europa a desviar una parte de sus compras y tampoco parece que se haya concretado lo suficiente. Y la obligación de inversiones europeas por valor de 600.000 millones de dólares en Estados Unidos es una quimera porque la Unión Europea no dispone de instrumentos (como el fondo soberano de Japón) que le permitan dirigir inversiones a voluntad y de un lado a otro. Además, establecer esta última obligación sería otro disparate si lo que de verdad deseara Trump fuese disminuir su déficit comercial con Europa: si aumenta allí la inversión europea, disminuirán las compras de Europa a Estados Unidos, y lo que se produciría será un mayor déficit y no menor. 

Lo que han hecho von der Leyen y Trump (por cierto, en Escocia y ni siquiera en territorio europeo) ha sido desnudarse en público. Han hecho teatro haciendo creer que negociaban cláusulas comerciales, pero en realidad se han quitado la ropa de la demagogia y los discursos retóricos para mostrar a todo el mundo sus vergüenzas manifestadas en cinco grandes realidades:

1. El final del gobierno de la economía global y el comercio internacional mediante reglas y acuerdos y el comienzo de un nuevo régimen en el que Estados Unidos decidirá ya sin disimulos, a base de chantaje, imposiciones y fuerza militar.

2. A Estados Unidos no le va a importar provocar graves daños y producir inestabilidad y una crisis segura en la economía internacional para poner en marcha ese nuevo régimen. Quizá, incluso lo vaya buscando, lo mismo que buscará conflictos que justifiquen sus intervenciones militares.

3. La Unión Europea se ha sometido, se arrodilla ante el poder estadounidense y renuncia a forjar cualquier tipo de proyecto autónomo. Como he dicho, a Trump no le ha importado el huevo, sino mostrar que Europa ya no toma por sí misma decisiones estratégicas en tres grandes pilares de la economía y la geopolítica: defensa, energía e inversiones (en tecnología, hace tiempo que perdió el rumbo y la posibilidad de ser algo en el concierto mundial). Von der Leyen, con el beneplácito de una Comisión Europea de la que no sólo forman parte las diferentes derechas sino también los socialdemócratas (lo que hay que tener en cuenta para comprender el alcance del «acuerdo» y lo difícil que será salir de él), ha aceptado que la Unión Europea sea, de facto, una colonia de Estados Unidos.

4. Ambas partes han mostrado al mundo que los viejos discursos sobre los mercados, la competencia, la libertad comercial, la democracia, la soberanía o la paz eran lo que ahora vemos que son: humo que se ha llevado el viento, un fraude, una gran mentira.

5. Por último, han mostrado también que el capitalismo se ha convertido en una especie de gran juego del Monopoly regido por grandes corporaciones industriales y financieras que han capturado a los estados para convertirse en extractoras de privilegios, en una especie de gigantescos propietarios que exprimen a sus inquilinos aumentándoles sin cesar la renta mientras les impiden por la fuerza que se vayan y  les hablan de libertad. 

La Unión Europea se ha condenado a sí misma. Ha dicho adiós a la posibilidad de ser un polo y referente mundial de la democracia, la paz y el multilateralismo. Ahora hace falta que la gente se entere de todo esto y lo rechace, lo que no será fácil que suceda, pues a esos monopolios se añade el mediático y porque, como he dicho, esta inmolación de Europa la ha llevado a cabo no sólo la derecha, sino también los socialistas europeos que, una vez más, traicionan sus ideales y se unen a quien engaña sin vergüenza alguna a la ciudadanía que los vota.


Fuente: Rebelión

lunes, 2 de junio de 2025

Ucrania: ¿La paz es imposible?

 

 Por Roberto Iannuzzi   
      Analista independiente especializado en política internacional, mundo multipolar y (des)orden global, crisis de democracia, biopolítica y “nueva normalidad pandémica”.


A la luz de las posiciones irreconciliables de Kiev y Moscú, el maximalismo europeo y la falta de incisividad de Trump, la perspectiva de una solución a la guerra de Ucrania parece estar alejándose.


     Las conversaciones de Estambul del 16 de mayo, las primeras entre Rusia y Ucrania en tres años, pusieron de relieve todos los obstáculos para alcanzar un acuerdo de paz entre Moscú y Kiev.


Las negociaciones de Estambul del 16 de mayo pasado.

Obstáculos confirmados por la llamada telefónica entre el presidente estadounidense Donald Trump y su homólogo ruso Vladimir Putin tres días después.


El presidente ruso Vladimir Putin el y el presidente estadounidense Donald Trump.


La reunión de Estambul fue un paso adelante, considerando que hace apenas tres meses el gobierno ucraniano rechazó incluso la idea de un diálogo con el Kremlin, considerándolo ilegal, y pidió la retirada de Rusia de todos los territorios ucranianos como condición previa para las negociaciones.

Pero el progreso de las conversaciones siguió siendo incierto hasta el final y tenso en su corta duración (menos de dos horas).

Como denunció el diplomático ruso Rodion Miroshnik, la delegación ucraniana estaba compuesta en gran parte por miembros del aparato militar y de inteligencia, lo que confirma que había llegado a Estambul sólo para negociar los detalles de un posible alto el fuego.

Había muy pocos diplomáticos y figuras políticas capaces de discutir los elementos de una paz duradera. Pero hasta el final, el presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, exigió la implementación de un alto el fuego de treinta días como condición previa para el inicio de las negociaciones.

Una petición que Trump reiteró en la conversación telefónica posterior con Putin, aunque en este caso actuó esencialmente como portavoz de Kiev y sus aliados europeos.

Sin embargo, esta es una premisa que Moscú siempre ha rechazado, considerándola un pretexto para que Kiev se reorganice militarmente, movilice nuevos hombres y se rearme.

Por otra parte, los aliados occidentales de Ucrania nunca han aceptado la demanda rusa de cese de los suministros militares a Kiev como condición para un alto el fuego.

Estrategia de negociación rusa

Las conversaciones de Estambul fueron posibles gracias a la propuesta de Putin de iniciar negociaciones directas entre las partes, y luego se pusieron en riesgo cuando Zelensky las relanzó pidiendo una reunión directa entre él y el presidente ruso.

El líder ucraniano esperaba una negativa de Putin y pretendía utilizar esa negativa para subrayar la supuesta falta de voluntad de Rusia para negociar. Junto a él, gran parte de la prensa occidental ha definido a la delegación enviada por el Kremlin a Estambul como una “delegación de perfil bajo”, subrayando que ello demostraría la falta de seriedad de los rusos.

Normalmente, sin embargo, en un conflicto amargo y complejo como el ucraniano, los líderes de los países involucrados se reúnen sólo al final de largas y profundas negociaciones llevadas a cabo por sus diplomáticos, quienes tienen la tarea de definir el marco y los detalles de un posible acuerdo.

Al señalar a Estambul como sede de las conversaciones, pareció muy clara la intención rusa, es decir, reiniciar las negociaciones ruso-ucranianas que tuvieron lugar en la metrópoli turca en marzo de 2022, cuando el conflicto recién había comenzado, y que fueron saboteadas por los ingleses y los estadounidenses.

Lejos de ser un grupo de perfil bajo, la delegación rusa estuvo encabezada por Vladimir Medinsky, el asesor de confianza de Putin, el mismo que había liderado las negociaciones de 2022.

Una confirmación de que los rusos pretendían establecer las nuevas conversaciones como una continuación directa de las que estuvieron cerca de culminar en un acuerdo de paz tres años atrás.

Medinsky, ex ministro de cultura, es un historiador y politólogo que conoce bien Ucrania y sus relaciones con Rusia, pues nació en la región de Cherkasy, al sur de Kiev, otro elemento que muestra que la cuestión ruso-ucraniana es mucho más compleja que la versión que suelen difundir los medios occidentales.

Condiciones rusas para la paz


En Estambul, Medinsky volvió a dejar claras las condiciones de Rusia para llegar a un acuerdo:

1) Neutralidad de Ucrania, con imposibilidad de desplegar tropas extranjeras o armas de destrucción masiva en el país;

2) Renuncia mutua a cualquier reclamación de reparaciones de guerra;

3) Reconocimiento de los derechos de los ucranianos de habla rusa, de conformidad con las normas europeas sobre derechos de las minorías;

4) La no oposición de Ucrania a la reivindicación de Rusia sobre cinco regiones: Donetsk, Luhansk, Kherson, Zaporiyia y Crimea. Moscú pretende obtener el reconocimiento internacional de la anexión rusa de estas regiones;

5) Se podrá lograr un alto el fuego cuando las fuerzas ucranianas se retiren de estas regiones, entregándolas en su totalidad a Rusia.

Ante la aparente reticencia de Ucrania a aceptar tales condiciones, Medinsky también afirmó que Rusia «no quiere la guerra, pero está dispuesta a luchar durante uno, dos o tres años, sin importar cuánto tiempo lleve. Luchamos con Suecia durante 21 años [la referencia es a la Gran Guerra del Norte, que duró de 1700 a 1721]. ¿Cuánto tiempo más están dispuestos a luchar? Quizás alguien sentado en esta mesa pierda a otros seres queridos. Rusia está dispuesta a luchar eternamente».

El jefe negociador de Rusia también advirtió que si Ucrania no acepta el acuerdo y la guerra continúa, Kiev terminará perdiendo cuatro regiones más (algunos han sugerido Sumy, Kharkiv, Odessa y Nikolayev; otros han incluido Dnepropetrovsk y Chernihiv entre las posibilidades).

Abordar las causas profundas del conflicto

Tras las conversaciones de Estambul, Putin dejó claro que Moscú aspira a lograr una “paz sostenible y duradera”, pero también que Rusia tiene “suficiente fuerza y recursos para llevar a su conclusión lógica lo que comenzó en 2022”.

En vísperas de la llamada telefónica entre Trump y Putin, el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, explicó que Moscú sigue abierto a la posibilidad de lograr sus objetivos por medios pacíficos. Expresó su agradecimiento por la mediación estadounidense y señaló que “si nos ayuda a alcanzar nuestros objetivos por medios pacíficos, sin duda sería preferible”.

Putin reiteró por enésima vez cuáles son estos objetivos al día siguiente de la llamada telefónica, cuando declaró que "la posición de Rusia es clara: eliminar las causas profundas de esta crisis es lo que más nos interesa".

Estas “causas fundamentales” ya se habían establecido en el proyecto de tratado que Moscú había propuesto a Washington en diciembre de 2021 para evitar la guerra en Ucrania, y pueden resumirse de la siguiente manera:

1) La continua expansión de la OTAN hacia el Este; 2) el despliegue de fuerzas de la OTAN y bases de misiles en Rumania y Polonia; 3) el derrocamiento ilegal del presidente ucraniano Viktor Yanukovych en 2014; 4) la infiltración progresiva de la OTAN en Ucrania y el entrenamiento y rearme del ejército de Kiev en preparación para la adhesión del país a la Alianza Atlántica; 5) la influencia desproporcionada de los grupos políticos y armados de extrema derecha y afiliados a los neonazis en los gobiernos establecidos en Kiev después de 2014; 6) la agresión posterior contra la población étnicamente rusa del Donbass; 7) el fracaso en la implementación de los acuerdos de Minsk de 2015 que habrían garantizado los derechos y la autonomía de las regiones del Donbass, pero también la integridad territorial de Ucrania (con excepción de Crimea) y el fin del conflicto.

En particular, es con referencia a los puntos 4) y 5) que Moscú siempre ha indicado la “desmilitarización” y la “desnazificación” de Ucrania como dos objetivos clave de la operación militar rusa.

La neutralidad de Ucrania

Como ya se ha mencionado, otro objetivo esencial para Moscú es restablecer la neutralidad de Ucrania.

A este respecto, puede ser útil recordar que, al lograr la independencia, Ucrania se definió como un Estado neutral. Así lo establece el artículo IX de la Declaración de Soberanía Estatal de 1990, según el cual el Estado ucraniano “declara solemnemente su intención de convertirse en un Estado permanentemente neutral que no participe en bloques militares”.

Esa promesa fue posteriormente incorporada a la Constitución, que comprometía a Ucrania a mantenerse neutral y le prohibía unirse a cualquier alianza militar, incluida, por supuesto, la OTAN.

Es sobre esta base que Rusia reconoce la soberanía de Ucrania. Como reiteró el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Lavrov, en 2023, Moscú “reconoció la soberanía de Ucrania en 1991, sobre la base de la Declaración de Independencia, adoptada por Ucrania tras su salida de la Unión Soviética”.

También puede ser útil recordar que, incluso después del levantamiento de Maidán en 2014, una clara mayoría de la población ucraniana seguía oponiéndose a la membresía del país en la OTAN, según una encuesta realizada por el Instituto Republicano Internacional estadounidense (afiliado al Partido Republicano).

Fue recién en 2019 que el gobierno del entonces presidente Petro Poroshenko modificó la Constitución para incluir el objetivo de unirse a la Alianza Atlántica, sin recurrir a un referéndum popular.

Y es precisamente la restauración de la neutralidad de Ucrania (y el consiguiente fin de la guerra que acababa de comenzar) lo que estaba a punto de lograrse durante las negociaciones de Estambul de 2022, cuando fueron boicoteadas por la intervención angloamericana.


El primer ministro británico, Boris Johnson, comparece ante los medios de comunicación junto al presidente ucraniano, Volodimir Zelenski.

Está claro, sin embargo, que la continuación del conflicto ha ido (y seguirá yendo) en detrimento de Kiev, que está destinada a perder una porción de territorio mayor que la prevista en 2022, e incluso más que la prevista en los acuerdos de Minsk de 2015.

Por lo tanto, al Gobierno ucraniano le debería interesar poner fin a las hostilidades lo antes posible, aunque en condiciones más desventajosas que las que hubiera obtenido en el pasado.

Valor estratégico de la península de Kinburn

En comparación con las condiciones propuestas por Moscú, la propuesta negociadora estadounidense, presentada por el enviado presidencial Steve Witkoff a los socios europeos en París el pasado abril, busca limitar los daños a Ucrania.

Propone el reconocimiento legal de la anexión rusa de Crimea por parte de Estados Unidos, y el reconocimiento de facto de la anexión de la región de Luhansk y de las regiones de Donetsk, Zaporiyia y Kherson (pero sólo las porciones actualmente controladas por Rusia, por lo tanto no en su totalidad).

La propuesta estadounidense también exige que Ucrania recupere la soberanía sobre la central nuclear de Zaporizhia, pero que delegue el control a Estados Unidos, lo que dividiría la producción de electricidad de la planta entre las partes ucraniana y rusa.

Un aspecto menos conocido del borrador estadounidense es que exige a Rusia permitir a los barcos ucranianos el libre paso por el río Dnieper y devolver a Kiev la península de Kinburn, una estrecha franja de tierra que separa el estuario del río Dnieper del Mar Negro.


En rojo, la península de Kinburn.

En términos navales, la península de Kinburn es un punto de estrangulamiento, un paso estratégicamente importante por donde pasa una gran cantidad de tráfico marítimo.

Quien controle esta península determinará qué barcos podrán acceder al Dnieper, la vía fluvial más grande de Ucrania y su principal salida comercial en el Mar Negro.

Frente al extremo occidental de la península de Kinburn se encuentra el puerto de Ochakiv, mientras que al norte y al este se encuentran los puertos de Mykolaiv y Kherson.

El tráfico naval desde estos puertos está potencialmente bajo fuego de la artillería rusa. Por otra parte, esta península es una puerta de entrada potencial a Crimea, situada al sureste.

Por estas razones, la península de Kinburn ha sido históricamente una codiciada franja de tierra. Y ha sido objeto de una amarga disputa durante el conflicto actual.

Parece muy poco probable que los rusos cedieran un trozo de tierra tan estratégico a Ucrania, especialmente si Kiev permaneciera bajo un gobierno hostil a Moscú.

El obstáculo de las fuerzas nacionalistas ucranianas

Aunque la propuesta estadounidense excluye explícitamente la adhesión de Ucrania a la OTAN, sí prevé "sólidas garantías de seguridad" para el país y que los países europeos deberían estar entre los garantes.

La condición no se especifica más, dejando abierta la posibilidad de que los países europeos no sólo proporcionen asistencia militar a Kiev en caso de un nuevo conflicto armado con Rusia, sino que continúen armando al país incluso en tiempos de paz. Una eventualidad inaceptable para Moscú.

Además, la posibilidad de que el actual gobierno permanezca en Kiev contraviene en principio el mencionado objetivo ruso de “desnazificación” de Ucrania, es decir, de una Ucrania que no sólo sea nominalmente neutral sino concretamente no hostil a Moscú.

Independientemente de las preferencias rusas, la permanencia de facciones nacionalistas de extrema derecha en posiciones de poder en el gobierno ucraniano pone en riesgo el éxito de las negociaciones incluso sobre la base de la propuesta estadounidense.

De hecho, se oponen a cualquier concesión territorial y a cualquier reconciliación con Moscú. Dada su influencia en el gobierno y en el aparato militar y de inteligencia, Zelensky es efectivamente un rehén de estas fuerzas.

En el pasado, tanto él como su predecesor Poroshenko abandonaron los esfuerzos para implementar los acuerdos de Minsk debido a la presión y las amenazas de estos grupos.

Se consideran los guardianes del interés nacional de Ucrania y están dispuestos a “tomar el asunto en sus manos” si perciben que el gobierno es débil o “traidor”.

Si Zelensky se inclinara por un compromiso negociado, incluso sobre la base de la propuesta estadounidense (no necesariamente aceptable para los rusos, como hemos visto), las fuerzas nacionalistas podrían decidir derrocar al gobierno, sumiendo al país en el caos.

Es difícil, pues, pensar en una solución negociada sin el desmantelamiento previo de estas fuerzas dentro del aparato de seguridad y del gobierno de Kiev, una operación quizá sólo factible con medios militares (y ésta podría ser sin duda la persuasión de Moscú).

Las posiciones intransigentes de estas fuerzas se han reflejado hasta ahora en la actitud del ejecutivo dirigido por Zelensky, quien de hecho dijo estar en contra de la propuesta estadounidense.

Maximalismo europeo

Por lo tanto, Ucrania ha presentado una contrapropuesta para las negociaciones que incluye un alto el fuego incondicional antes del inicio de cualquier negociación, “sólidas garantías de seguridad para Kiev también por parte de los EE.UU.” (efectivamente equivalente al Artículo 5 de la OTAN, aunque Ucrania está renunciando a la membresía formal en la Alianza), ninguna restricción a las fuerzas armadas ucranianas y la presencia de armas y tropas de países aliados en territorio ucraniano.

Una propuesta inaceptable para Moscú en todos los aspectos, incluso antes de entrar en el fondo de las disputas territoriales, precisamente porque prefigura el escenario para evitar el cual Rusia inició la guerra.

Ante esta propuesta, las posiciones de Kiev y Moscú parecen absolutamente irreconciliables. Pero quizás lo más importante es que esta propuesta fue apoyada por los aliados europeos de Ucrania, principalmente Francia, Gran Bretaña y Alemania.

Estos mismos países, junto con Polonia, reaccionaron con dureza al resultado de las conversaciones celebradas el 16 de mayo en Estambul, calificando de “inaceptable” la negativa de Rusia a un alto el fuego incondicional e instando a Trump a imponer nuevas sanciones a Rusia.

Desde la elección de Trump, los socios europeos de Ucrania, junto con la UE, han intentado sabotear cualquier negociación, alentado a Zelensky a mantener posiciones intransigentes, propuesto enviar tropas europeas a Ucrania (como una fuerza de mantenimiento de la paz o de "reafirmación", a pesar de que claramente son partes cobeligerantes en el conflicto), e impuesto nuevos paquetes de sanciones a Rusia, el último de los cuales llegó a raíz de la llamada telefónica de Trump con Putin el 19 de mayo.

La falta de incisividad de Trump

El presidente norteamericano, por su parte, debe lidiar con exponentes rusófobos dentro de su propia administración, en primer lugar su enviado y ex general Keith Kellogg y el secretario de Estado Marco Rubio.

Hasta ahora, Trump se ha mostrado reacio a ejercer presión real sobre Zelensky, como suspender el suministro de armas o la asistencia esencial de inteligencia estadounidense.

Tras la llamada telefónica con Putin, Trump planteó la posibilidad de que el Vaticano pudiera intervenir como mediador entre Moscú y Kiev, sugiriendo que Washington podría retirarse de las negociaciones, aunque Estados Unidos sigue involucrado en el conflicto a nivel militar.

Por su parte, Moscú, también a través del nombramiento de un nuevo comandante de las fuerzas terrestres rusas, el general Andrey Mordvichev que se distinguió en el sangriento asedio de Mariupol en 2022, ha dejado claro que está dispuesta a confiar en una solución militar si no se abordan las razones que provocaron el conflicto.

La poco atractiva perspectiva de un alto el fuego frágil, durante el cual Kiev tendría tiempo para reagruparse y rearmarse, y de un conflicto congelado que podría estallar de nuevo en cualquier momento, ciertamente no es lo que el Kremlin tenía en mente cuando comenzó su campaña militar en Ucrania.

Considerando todo, la perspectiva de una solución a la guerra de Ucrania parece trágicamente lejana, y probablemente nunca estuvo al alcance a pesar de las pretenciosas declaraciones hechas por Trump al comienzo de su mandato.


Fuente: Inteligencia para el pueblo

martes, 22 de abril de 2025

El cuervo, la paloma y la impotencia

 

      Escritor y filósofo italiano. Activista de la izquierda.  

Qué miseria ser sabio

cuando el conocimiento no puede hacer nada al respecto”.


Sófocles, Edipo Rey



Cuervos y palomas


     El 26 de enero de 2014, Francisco acababa de ascender al trono de Pedro, después de que otro Papa hubiera inclinado la cabeza ante las potencias ingobernables del caos y la impotencia invencible de la depresión, como había anticipado el genio de Nanni Moretti.

Ese día el Papa aparece con dos niños en el balcón de una ventana de San Pedro. Las cámaras apuntan hacia ellos.

Mientras el Papa acaricia las cabezas de los niños, estos sueltan dos palomas blancas en el aire. Pero entonces un cuervo negro aparece desde la izquierda y persigue durante unos instantes a la pobre paloma mientras intenta escapar. Luego la agarra, la arrastra y la devora.

No sé si aquella noche de enero de 2014 Francisco reunió a sus arúspices para interpretar aquella señal. Quizás no, porque el santo no pretende interpretar los enigmas. Acepte el veredicto sin pretender entenderlo.


ISTUBALZ, 2018.

Pero a los poetas se les concede lo que está prohibido a los santos. Los poetas dan sentido a signos que no tienen significado, como si la red infinita del ser estuviera unida por un plan simbólico que, en cambio, no existe.

El simbolismo que el poeta puede leer en ese acontecimiento es inquietante: el mal surge de las profundidades del caos y tiñe de sangre inocente el cielo del siglo. La ferocidad estalla nuevamente en la historia mundial.

La impotencia de Dios

De Francisco viene una lección política: la batalla de Cristo se libra en nombre de la caridad, del compartir gozoso y doloroso de la experiencia humana. No en nombre del dogma, de la certeza, sino en nombre de la fragilidad y del cuidado.

Pero de las palabras y acciones de Francisco extraigo también una lección filosófica sobre la impotencia divina.

En su homilía de marzo de 2020, mientras alrededor de la plaza vacía no había nada más que noche, Francisco dijo que Dios no castiga a sus hijos, dijo que el virus no es un castigo divino. No es la voluntad de Dios la que se manifiesta en el mal, dijo entonces. Por lo tanto, la voluntad divina no puede hacerlo todo.

El virus que siembra la muerte es la complejidad del caos que excede nuestra capacidad de comprender, gobernar y curar.


ISTUBALZ, 2018.

Los poderes del mal no son otra cosa que emanaciones del caos, siempre que el caos sobrepasa nuestra potencia de afecto, de sentido y de razón. Los poderes del mal surgen de la tiranía de la voluntad humana, incapaz de comprender y aceptar los límites de su poder, y decidida a someter el caos con ferocidad y dogma.

En la entrevista a Antonio Spadaro publicada en Civiltà Cattolica en octubre de 2013, Bergoglio afirma que la Iglesia es un hospital de campaña: la caridad es compartir solidariamente la impotencia.

Desde entonces, el profeta Papa comprendió que la voluntad de Dios no podía impedir que la guerra volviera al mundo para sustituir al lenguaje.



Fuente: Il disertori

viernes, 11 de abril de 2025

Shirley Temple y Adolf Hitler

 

      Escritor y filósofo italiano. Activista de la izquierda.


Ya nadie sabe qué es Europa, cada país está dividido entre los demoliberales occidentales y los fascistas putinistas. No está claro quién ganará, pero mientras tanto nos estamos rearmando.

La pregunta es: ¿quién rearma a quién?

No hay respuesta a esta pregunta.


María Cañas, La Cartuja, Sevilla.


     La única respuesta es la que Hitler dio a sus seguidores en 1933.

¿Recuerdas lo que Hitler les dijo a sus seguidores? Les dijo: muchachos, la economía alemana está en problemas, para recuperarse hay que convertirla en una economía de guerra. Merz y Scholz repitieron el razonamiento de Adolf Hitler.

¿Pero qué tiene que ver Shirley Temple con esto? Mago, alias Marco Magagnoli, te lo explica en el texto que puedes leer a continuación.


Shirley Temple.

No podemos estar seguros de que el juego funcione tan bien como después de 1933, pero hay grandes posibilidades de que Alemania ponga en marcha la dinámica que conduzca a la hecatombe.

La única esperanza de evitar una repetición de la historia reside en el hecho de que los europeos han envejecido. Incluso los jóvenes (que son pocos) no parecen animados por intensos sentimientos patrióticos. De hecho, yo diría que para la gran mayoría de la gente la palabra “patria” provoca una reacción vagamente avergonzada, porque quien pronuncia esa palabra es un idiota o un estafador.

Shirley Temple y Adolf Hitler


¿Irías a luchar por Alemania? Ninguno de nosotros quiere la guerra, pero debemos prepararnos ahora. Debemos tener el coraje de ser más heroicos y menos hedonistas. Más esfuerzo colectivo y menos individualismo. La libertad solo puede ser defendida por quienes están dispuestos a aceptar sus límites.


Y después de Los feroces, formidables, orgullosos y victoriosos guerreros de Occidente de Antonio Scurati (que debieron perderse bastante leyendo las tonterías de Mussolini sobre Romaña) ahora la revista alemana Stern, el periódico más leído en Alemania, invita a los jóvenes a prepararse para la guerra. Y este artículo me recuerda a Fruttero y Lucentini cuando escribieron: «No existe una relación directa ni demostrable entre Shirley Temple y Adolf Hitler, entre los rizos dorados y las cámaras de gas. Eran populares, ambos lo eran, lo eran de forma irracional, cáustica, total. Ambos pescaban en ese oscuro pantano donde el máximo sentimentalismo roza la máxima ferocidad, y quizá la provoca». Y lo repito en voz alta "en ese pantano lúgubre donde la máxima sacarina roza la máxima ferocidad y quizá la provoca".




Cuando es moda es solo moda: si durante años la cultura neoliberal Woke Washing quiso hacer creer a la gente que eran mejores personas a las que les importaban los derechos civiles y salvar el planeta si comprabas este o aquel producto pero era solo marketing para incentivar una reconversión industrial ahora hemos pasado al otro lado de la moneda, es decir al War Washing, un nuevo marketing de batalla para motivar mejor esta nueva reconversión industrial (principalmente de Alemania) que ya se ha llamado ''ReArm EUROPE'' en ''ReArm AUTOMOTIVE''.


El rearme de Europa ha comenzado en una fábrica de Volkswagen en Alemania, en vez de coches producirán tanques.


Este llamado a las armas es una forma de espectacularización como lo fue el Woke.


Porque entonces la Realidad llama a la puerta. Y la realidad me dice que de las 70 bases americanas todavía presentes en Alemania, de los 40 mil soldados que ocupan Alemania desde el final de la Segunda Guerra Mundial con sus 20 cabezas nucleares sobre las que el Estado alemán no tiene ningún control, no me parece que estén haciendo las maletas y diciendo: "adiós, nos vamos".

Y ni siquiera creo que si el 100% del pueblo alemán votara en un referéndum para enviarlos a casa, lo harían sin ningún problema.

Por eso no debemos confundir el objetivo. Están vendiendo una guerra inminente en la que estaríamos solos y desarmados sólo para justificar unos gastos que ya tienen decididos, gastos con los que la opinión pública europea discrepa totalmente dado como están colocados la Escuela y la Sanidad por todas partes.

Precisamente por eso, manifestaciones como la de Roma el sábado sirven, aunque sólo sea para desenmascarar este juego, esta ilusión, y el hecho de que es un juego en el que nadie quiere participar.

Que se rearmen asumiendo su responsabilidad política, poniendo la cara y no creando campañas de marketing inútiles que después de 20 años de Woke espero al menos tengan los anticuerpos para entender que son campañas absolutamente inútiles si no hay un sentimiento real que las respalde.

Y no veo en ningún país de Europa a ningún joven dispuesto a entrar en batalla por estos payasos (solo por dar un ejemplo banal en Inglaterra menos del 10 por ciento estaría dispuesto a luchar por el imperio y la reina, un mínimo histórico desde que crearon la Corona y menos aún que cuando se cantaba ANARQUÍA EN EL REINO UNIDO en las calles).


Fuente: Il disertori