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jueves, 17 de abril de 2025

Europa reacciona ante la inacción de Trump en Ucrania: más sanciones, supermisiles y envío de tropas

 

      Periodista y analista para Público en temas internacionales. Especialista universitario en Servicios de Inteligencia e Historia Militar.


El plan danés de enviar tropas a Ucrania para “aprender” de la guerra, los misiles alemanes y las nuevas sanciones a Moscú disparan la presión europea a la entente de EEUU y Rusia.


     Europa no se lo está poniendo fácil al presidente estadounidense, Donald Trump, y a su estrategia para finiquitar la guerra de Ucrania cuanto antes. Pese a las noticias que llegan del campo de batalla, donde Rusia mantiene la iniciativa y el ejército ucraniano es incapaz de recobrar un solo kilómetro del territorio anexionado por Moscú desde hace tres años, los aliados europeos de Kiev siguen convencidos de que se puede torcer el brazo militarmente al Kremlin.

Por eso desconfían de las negociaciones que está llevando a cabo EEUU con Rusia, pues ratificarían las anexiones rusas, y apuestan por gastar miles de millones de euros en el envío de armas al frente aunque de momento hayan dado pocos frutos. Es en este contexto en el que Europa ha decidido pasar nuevas líneas rojas en su confrontación con Rusia.


El presidente de EEUU, Donald Trump, habla con la prensa durante un vuelo en el Air Force One, el 6 de abril de 2025.

Además, este apoyo a Ucrania está sirviendo a Bruselas para lanzar un pulso a Washington y llevar al terreno geopolítico la pugna que mantienen europeos y estadounidenses por la cruzada arancelaria de Trump. Los países de la UE tienen mucho que perder con esta ofensiva de tasas de EEUU, pero al menos pueden poner muy nerviosa a la Casa Blanca con su furibunda política exterior antirrusa cuando lo que quiere Trump es concentrar sus esfuerzos en China e Irán.


Soldados ucranianos en Donetsk el 16/04/2025.


Asfixiar a Rusia con nuevas sanciones


Esta semana, la UE confirmó que multiplicará sus esfuerzos para sancionar a Moscú. Uno de los más implacables enemigos que tiene Rusia en Europa, el ministro de Exteriores francés, Jean-Noël Barrot, reclamó este lunes "las sanciones más duras contra Rusia, para asfixiar su economía e impedirle alimentar su esfuerzo de guerra".

Con una similar posición se manifestó la alta representante para la Política Exterior de la UE, Kaja Kallas, quien, tras participar en un Consejo de Ministros de Exteriores de la Unión, afirmó que es necesario "ejercer la presión, la máxima presión, sobre Rusia, para que realmente ponga fin a esta guerra, porque hacen falta dos para querer la paz".

El problema en este conflicto es que nadie parece querer la paz, salvo Trump, aunque en este caso sus razones son tan oportunistas como las del resto, con su plan para apoderarse de la mitad de los recursos energéticos y minerales estratégicos de Ucrania en cuanto se firme la paz o con su interés en la reconstrucción de la arquitectura de seguridad europea al concluir la guerra, con más compras al complejo armamentístico estadounidense.

Este rearme de una Europa deseosa de participar en los pingües beneficios de las industrias armamentísticas necesita de un enemigo exterior "permanente" y ninguno mejor que Rusia. El miedo a los rusos es uno de los argumentos enarbolados por los 27 para "animar" a los ciudadanos europeos a acatar ese multimillonario esfuerzo en defensa y seguridad, a costa de los beneficios sociales, la sanidad, las pensiones y otras partidas del sistema de bienestar construido durante décadas en el viejo continente.


La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, habla en la Academia de Oficiales del Ejército en el Castillo de Frederiksberg , Dinamarca.


Nadie quiere una tregua


Si los europeos no están por la negociación de un armisticio del que además han sido excluidos por Trump, menos lo está el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski. El líder ucraniano se encuentra entre la espada y la pared: mientras trata de impedir que su país sea derrotado por Rusia, intenta a la vez conseguir más armas para resistir, aconsejado por los lobbies belicistas de Bruselas, y, a la par, almacenar el mayor volumen posible de armamento para que, cuando se firme la paz, Ucrania tenga mucho que decir en la nueva Europa de postguerra.

Tampoco tiene prisas en alcanzar un acuerdo de paz Rusia, al menos hasta que consolide todas sus conquistas y termine de ocupar esas partes de las cuatro regiones ucranianas ya anexionadas y que considera imprescindibles para su propia seguridad.

Mientras refuerzan sus posiciones bélicas, tanto Rusia como Ucrania hacen el paripé sobre su cumplimiento supuesto de la tregua de un mes bajo la égida de EEUU que prohibió el ataque a las infraestructuras energéticas del enemigo y cuyo plazo terminaba este miércoles. En realidad, ninguno de los contendientes respetó mínimamente este alto fuego.

Los ucranianos afirman que los rusos violaron tal tregua al menos en treinta ocasiones. Moscú señala que quienes han violado reiteradamente el acuerdo, que entró en vigor el 18 de marzo, han sido los ucranianos. Este mismo miércoles, el Ministerio de Defensa ruso acusó al ejército de Ucrania de dejar a más de 20.000 personas sin electricidad en la región de Bélgorod. También denunció sendos ataques con drones a instalaciones energéticas rusas en las regiones fronterizas de Briansk y Kursk.


Los deseados Patriots que nadie da ya a Kiev


En esta situación peliaguda, en las que los rusos han aumentado sus ataques a objetivos militares ucranianos localizados en núcleos de población, sin que muestren ya pudor alguno en causar víctimas civiles con sus misiles balísticos, Zelenski ha pedido a EEUU la venta de sistemas antimisiles Patriot, que antes le suministraban el propio Pentágono y sus aliados europeos, pero que ahora ni unos ni otros parecen tener deseos de entregar gratis.

Tal intención de adquirir esos eficaces sistemas antiaéreos, los únicos capaces de derribar los misiles Iskander rusos, fue formulada el pasado fin de semana en una entrevista que dio Zelenski a la cadena de televisión CBS y reiterada el martes al secretario general de la OTAN, Mark Rutte. La idea de Zelenski es comprar por 15.000 millones de dólares una decena de sistemas Patriot, con los que se habrían evitado ataques como los realizados en los últimos días contra las localidades ucranianas de Krivói Rog y Sumi, y que se saldaron con más de medio centenar de civiles asesinados por los misiles balísticos rusos.

Trump, quien no simpatiza con Zelenski, arremetió contra el presidente ucraniano el lunes y le pintó como un pedigüeño que "siempre está buscando misiles". El mandatario estadounidense dejó entrever que su país no está ya dispuesto a entregar ese tipo de armamento. "No se empieza una guerra contra alguien veinte veces más grande y luego se espera a que la gente te dé misiles", le indicó, acusando incluso a Zelenski de haber comenzado la guerra contra Rusia.

Este tipo de sistemas antimisiles es una de las armas más eficaces empleadas por Ucrania para frenar los ataques contra ciudades e infraestructuras. Sin embargo, su elevado coste y la escasez de unidades lo convierten en la joya de la corona de los suministros de armas occidentales.


El supermisil Taurus


Como lo es también el misil de largo alcance alemán Taurus, que hasta ahora Berlín se había negado a entregar a Ucrania, pero que puede convertirse en un contrapeso suficientemente poderoso como para alargar más la guerra y ocasionar daños sustanciales en Rusia, sobre todo contra objetivos militares y civiles muy alejados de la frontera ucraniana.


Misil de largo alcance alemán Taurus.

El que será con probabilidad nuevo canciller alemán, el democristiano Friedrich Merz, reiteró este semana su intención de enviar estos misiles Taurus de largo radio a Ucrania en cuanto jure su cargo a principios de mayo.

Merz también sugirió que estos misiles podrían ser empleados por Kiev para "destruir la principal comunicación terrestre entre Rusia y Crimea", la península ucraniana anexionada por Moscú en 2014. Ello permitiría, agregó el político germano, cortar el suministro a las tropas rusas desplegadas en el sur ocupado de Ucrania.

Se refería Merz a la destrucción del puente de Kerch, que sufrió ya dos ataques en el curso de la guerra. "Ucrania tiene que estar en condiciones de destruir la comunicación más importante entre Rusia y Crimea porque en Crimea tiene el ejército ruso buena parte de sus reservas", dijo el político alemán. Ello llevaría a Ucrania a retomar la iniciativa bélica, añadió.

Los Taurus, con alcance de 500 kilómetros, son superiores en radio de acción a los ATACMS estadounidenses, los Storm Shadow británicos y los Scalp franceses, de los que ya dispone Ucrania, además del permiso de utilizarlos contra territorio ruso.

En plena campaña electoral, Merz amenazó con enviar los Taurus a Ucrania en caso de que Moscú no accediera a detener sus ataques en cuanto asumiera el poder, en principio el 6 de mayo. El aún canciller alemán, Olaf Scholz, había rechazado el suministro de este tipo de misiles a Ucrania para evitar una confrontación directa con Rusia.

Pero tras la llegada de Trump al poder y su acercamiento a Rusia, los aliados europeos de Ucrania parecen ya desbocados. La andanada comercial lanzada por Trump y la obligación de aceptar alzas hasta ahora impensables en los aranceles a los productos europeos, mientras se negocian muchas otras, han terminado de quebrar los nervios en Europa. Los antaño influyentes países europeos ven menguar su influencia a nivel mundial ante estadounidenses, rusos y chinos, y han hecho de Ucrania su último bastión de resistencia ante el nuevo sistema geopolítico mundial propugnado por Trump.

La respuesta rusa a la amenaza de Merz fue contundente. El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, vaticinó "una mayor escalada de la situación sobre Ucrania" que alargará la guerra.


Tropas danesas a Ucrania para aprender de la guerra


Dentro de estas apuestas europeas a favor de una mayor implicación en la guerra de Ucrania destaca la ahora formulada por Dinamarca, uno de los países que se ha significado más en el apoyo a Kiev. Este miércoles, el comandante en jefe del ejército de tierra danés, general Peter Boysen, anunció que Copenhague planea despachar a partir del verano un contingente militar a Ucrania para que aprendan técnicas de combate en un país en guerra.

El militar indicó que los soldados daneses, cuyo número no precisó, "no van a participar activamente en la guerra", sino que "van a aprender de las experiencias" de las tropas ucranianas.

Boysen no dio importancia a la certeza de que los soldados daneses se conviertan en objetivo de los rusos, como ya ha advertido Moscú ante los tanteos realizados por británicos y franceses para enviar tropas a Ucrania como asesores o como fuerzas de disuasión en caso de alto el fuego. No sería este el caso, pues el despacho de las tropas danesas sería en medio de la guerra actual.

"Si se produjera un ataque con misiles, los ucranianos disponen de buenos sistemas de alarma y buenos refugios. Yo mismo he pasado tiempo en algunos en Kiev", argumentó, ufano, el general danés.


Fuente: Público

lunes, 31 de marzo de 2025

Las grandes mentiras de la guerra de Ucrania

 

 Por Thomas Palley  
      Economista estadounidense orientado hacia la construcción de sociedades democráticas y abiertas.


     En el libro La marcha de la locura: la sinrazón desde Troya hasta Vietnam, la historiadora Barbara Tuchman aborda la desconcertante cuestión de por qué a veces los países promueven políticas radicalmente opuestas a sus intereses. Esta pregunta vuelve a cobrar relevancia ahora que Europa ha decidido empeorar aún más la marcha de la locura sobre Ucrania. Continuar con esta marcha tendrá graves consecuencias para Europa, pero abandonarla plantea un desafío político colosal que obliga a explicar cómo la Unión Europea ha resultado perjudicada por su política ucraniana; cómo es evidente que, si redobla esa apuesta, va a verse aún más perjudicada; cómo se ha vendido políticamente esa marcha de la locura; y, por último, por qué el poder político porfía en esa idea.







Los costes político-económicos de la locura


A pesar de no haber intervenido directamente en el conflicto ucraniano, Europa –y, sobre todo, Alemania– se ha convertido en uno de los grandes perdedores de la guerra debido a las sanciones económicas, que han tenido un efecto bumerán en la economía europea. La energía barata procedente de Rusia ha sido reemplazada por energía cara procedente de Estados Unidos. Esto ha tenido un impacto negativo sobre el nivel de vida de la sociedad y la competitividad del sector manufacturero; asimismo, ha influido en el aumento de la inflación en el territorio europeo.


«Las terminales de Gas Natural Licuado estadounidense son inversiones extremadamente costosas que requieren décadas de inversión», afirma Lukas Ross.

A lo anterior se suma la pérdida de un mercado importante como es el ruso, en el que Europa vendía productos manufacturados y obtenía inversiones y oportunidades de crecimiento. Además, Europa se ha quedado sin el fastuoso gasto de las élites rusas: la combinación de estos factores ayuda a esclarecer el estancamiento de la economía europea. Por si fuera poco, su futuro económico está gravemente comprometido por la marcha de la locura, que amenaza con hacer permanentes esos efectos.

La llegada masiva de refugiados ucranianos también ha tenido consecuencias adversas: ha aumentado la competencia a la baja de los salarios; ha agravado la escasez de viviendas, lo que ha subido el precio de los alquileres; el sistema escolar y los servicios sociales se han sobrecargado, y el gasto público se ha incrementado. Aunque estas consecuencias han repercutido sobre el conjunto del territorio europeo, Alemania se ha llevado la peor parte. Esto, sumado a los efectos económicos adversos, ha contribuido a enturbiar el clima político, lo que ayuda a explicar el ascenso de la política protofascista, sobre todo –de nuevo–, en Alemania.


La gran mentira y cómo se vende la locura


La “gran mentira” es una idea que Adolf Hitler formuló en Mein Kampf (Mi lucha). Viene a decir que, si una mentira descarada asociada a un prejuicio popular se repite muchas veces, terminará por aceptarse como verdad. Joseph Goebbels, propagandista nazi, logró perfeccionar la teoría de la gran mentira en la práctica. Es innegable que muchas sociedades la han usado en cierta medida, y el poder político europeo ha recurrido a ella con total libertad para vender ahora la marcha de la locura.


Los creadores de la "gran mentira", Hitler y Goebbels, junto a la esposa de este último, Magda Ritschel.

La primera gran mentira es el resurgimiento de la narrativa sobre los acuerdos de apaciguamiento de Múnich de 1938, que afirma que Rusia invadirá Europa central si no es derrotada en Ucrania. Esa mentira también se alimenta con los restos de la teoría del dominó de la Guerra Fría, según la cual la conquista de un país desencadenaría una oleada de colapsos en otros países.

La narrativa de apaciguamiento motiva, asimismo, comparaciones sumamente desacertadas entre el presidente Putin y Hitler, avivadoras de una segunda gran mentira: el moralismo maniqueo que presenta a Europa como la encarnación del bien y a Rusia como la encarnación del mal. Este marco impide reconocer la responsabilidad de Occidente en la gestación del conflicto, por medio de la expansión de la OTAN hacia el este, y la propagación del sentimiento antirruso en Ucrania y otras repúblicas exsoviéticas.


Expansión cronológica de la OTAN hacia el Este.

La tercera gran mentira atañe a la capacidad militar de Rusia: se argumenta que su poderío militar representa una amenaza existencial para Europa central y oriental, y esto aporta credibilidad a la acusación del expansionismo ruso. Ninguna ecuación matemática podría desmentirlo; sin embargo, los antecedentes en el campo de batalla indican lo contrario, al igual que el análisis de su base económica, relativamente exigua en comparación a la de los países de la OTAN, sin olvidar el envejecimiento demográfico que padece.

El “apaciguamiento de Múnich”, el “expansionismo ruso”, “Rusia como encarnación del mal” y la “amenaza militar rusa” son imágenes ficticias que se utilizan para deslegitimar a este país y, a la vez, justificar y encubrir las agresiones occidentales. Nunca existieron pruebas de que Rusia tuviese la intención de controlar Europa occidental, ni durante la Guerra Fría ni hoy en día. Al contrario, la intervención de Rusia en Ucrania fue motivada principalmente por el miedo –en términos de seguridad nacional– que desató la expansión de la OTAN por parte de Occidente, de la que Rusia se ha quejado repetidamente desde la desintegración de la Unión Soviética.


Reunión entre el Consejo de la OTAN y Rusia en Bruselas a finales de enero de 2022, un mes antes de que empezara la guerra.

La gran mentira emponzoña la posibilidad de paz, porque no se puede negociar con un adversario que encarna el mal y constituye una amenaza existencial. Con todo, y a pesar de su naturaleza engañosa, las mentiras ganan terreno entre la opinión pública; por un lado, porque se conectan con una dilatada historia de sentimiento antirruso, que incluye la Guerra Fría y el miedo a los rojos de los años veinte; por otro, porque apelan a la soberbia pretensión de superioridad moral, uno de los emblemas de la marcha de la locura.


Cortina de humo: el establishment europeo intensifica la marcha de la locura


La gran mentira ayuda a explicar cómo el poder político europeo ha vendido la marcha de la locura, pero invita a preguntarnos por qué. La respuesta es tan simple como compleja. La parte simple del análisis advierte que el establishment político europeo ha fracasado en la política interior y se asoma al abismo: adoptar la locura con mayor ahínco es un intento de salvación.

Ejemplo de ello es Francia, con un presidente, Macron, bastante impopular y menguante legitimidad democrática. La estrategia de guerra exterior actúa como cortina de humo redirigiendo la atención de los fracasos en la política interna hacia un enemigo externo. Así, Macron apela al nacionalismo militarista y se posiciona como defensor de La France.


Macron apela al nacionalismo militarista en nombre de La France.

En la misma línea, Keir Starmer, primer ministro británico, ha redoblado la apuesta por la estrategia política de la triangulación, de modo que los laboristas siguen los pasos del partido conservador. Starmer y su partido han llevado la estrategia tan al extremo que de laboristas ya solo les queda el nombre, e incluso han superado a los conservadores con su postura belicista en Ucrania. Ahora bien, estas decisiones lo han hundido políticamente. En un escenario en el que lo único que ofrece son medidas conservadoras, los votantes de derecha eligen la marca original y los de centroizquierda se abstienen cada vez más. Como respuesta, Starmer ha optado por ampliar la intervención de Reino Unido en Ucrania y ha participado en sesiones fotográficas acordadas con fines militares en un intento de evocar las figuras de Winston Churchill y Margaret Thatcher.


Keir Starmer, primer ministro británico, apuesta por la estrategia política de la "triangulación".

Pero es que, si observamos el panorama general, comprobaremos que los socialdemócratas europeos tienden a una postura aún más militarista que los conservadores. En parte, esto se debe al fenómeno de mimetización derivado de la triangulación, que fuerza a estos grupos a tratar de superar a sus rivales constantemente. De igual manera, se debe al infame abandono de la oposición al nacionalismo militarista que ha definido a la izquierda desde los horrores de la I Guerra Mundial. En otras palabras: muchos socialdemócratas se han convertido ahora en amigos de la locura.


La animadversión de Europa contra Rusia y las largas raíces de la locura


La parte compleja de por qué Europa ha adoptado el paradigma de la locura se arraiga en las largas y enmarañadas raíces de esta, que se remontan a muchos años atrás. Esa historia ha sembrado la animadversión institucionalizada contra Rusia que ahora impulsa la marcha de la locura europea. Hace setenta años que Europa carece de un enfoque independiente en materia de política exterior. En su lugar, se somete al liderazgo de Estados Unidos y designa a personas afines a los intereses estadounidenses para ocupar los cargos de defensa y política exterior que ostentan el poder.

Este sometimiento se propaga a las élites de la sociedad civil –laboratorios de ideas, universidades prestigiosas y grandes medios de comunicación– y al complejo industrial-militar y el empresariado, que han secundado este posicionamiento con la esperanza de abastecer al ejército de Estados Unidos y conseguir acceso a los mercados estadounidenses. Todo esto ha desembocado en el secuestro del pensamiento político europeo en materia de política exterior y la conversión de Europa en un actor subordinado a la política exterior estadounidense, una situación que sigue vigente.

Dada la falta de autonomía en política exterior, Europa se ha mostrado dispuesta a apoyar la expansión hacia el este de la OTAN comandada por Washington en la era posterior a la Guerra Fría. El objetivo de Estados Unidos era crear un nuevo orden mundial en el que se consolidaría como potencia hegemónica sin que ningún país pudiese disputar su dominación, como había hecho la Unión Soviética. El proceso comprendía tres pasos, siguiendo el plan maestro articulado por Zbigniew Brzezinski, exconsejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos. Primero, expandir la OTAN hacia el este para incorporar países del antiguo Pacto de Varsovia; segundo, expandir la OTAN hacia el este para incorporar repúblicas exsoviéticas; tercero, concluir el proceso con la división de Rusia en tres estados.

El sometimiento de Europa al liderazgo estadounidense también permite explicar la urgencia paralela de la Unión Europea por expandirse hacia el este. Habría sido muy sencillo acceder a las ventajas económicas del mercado por medio de acuerdos de libre comercio, que, además, habrían posibilitado el aprovechamiento de la mano de obra barata procedente de Europa central y oriental por parte de las empresas europeas. Lejos de eso, se optó por la ampliación –a pesar de resultar sumamente costosa en términos económicos y de que Europa del Este carecía de una tradición política democrática común–, porque así se afianzaba a los Estados miembro en la órbita occidental y se acorralaba a Rusia; esto es, la expansión hacia el este de la UE complementaba la expansión hacia el este de la OTAN.

Por último, también existen factores idiosincráticos propios de cada país que sirven para explicar la adopción de la locura por parte de Europa. Uno de los casos que ilustran la histórica animadversión contra Rusia es el de Reino Unido, cuya antipatía se origina en el siglo XIX, cuando veía la expansión rusa en Asia central como una amenaza a su dominio en India. A esto se sumó el miedo a que Rusia ganase influencia ante el declive del Imperio Otomano, lo que propició la Guerra de Crimea. Hoy en día, la animadversión británica contra Rusia se asienta en la Revolución bolchevique de 1917 y el establecimiento del gobierno comunista, la ejecución del zar y su círculo familiar, y el incumplimiento de pago por parte de la Unión Soviética de los préstamos que Reino Unido había concedido en el marco de la I Guerra Mundial. En 1945, menos de seis meses después de la firma del Acuerdo de Yalta con la Unión Soviética, Winston Churchill propuso la Operación Impensable, un plan que incluía el rearme de Alemania y la continuación de la Segunda Guerra Mundial contra Rusia. Afortunadamente, el presidente Truman lo rechazó. Tras la Segunda Guerra Mundial, el servicio secreto británico apoyó un levantamiento en la Ucrania soviética comandado por el ucraniano Stepan Bandera, fascista y colaborador nazi. Este trazado histórico clarifica el alcance de la animadversión de la clase gobernante británica contra Rusia, un sentimiento que perdura en la concepción de la política y la seguridad nacional del presente.

Todo lo que se sembró en este largo e intrincado recorrido histórico se está cosechando ahora con el conflicto ucraniano. Dada su condición de actor subordinado, Europa se posicionó de inmediato con la respuesta estadounidense, a pesar de los costes en términos económicos y sociales y de que el conflicto apelaba a la hegemonía estadounidense, no a la seguridad europea.

Peor aún: debido a la expansión previa de la OTAN y la UE, estas instituciones han anexado Estados –a saber, Polonia y los países bálticos, entre otros– con una profunda y activa aversión hacia Rusia, lo que los convierte en firmes partidarios de la marcha de la locura. Como miembro de la OTAN, incluso antes de la intervención militar rusa en Ucrania, Polonia acogió con agrado el despliegue de instalaciones para misiles que podrían suponer una amenaza directa a la seguridad nacional de Rusia. En el mismo orden de ideas, y con anterioridad a la intervención en Ucrania, los países bálticos habían insistido en el despliegue de más fuerzas de la OTAN en su territorio.

En cuanto a la UE, ha elegido mandatarios rusófobos deliberadamente, como Ursula von der Leyen, actual presidenta de la Comisión Europea. El último nombramiento en ese sentido ha sido el de la estonia Kaja Kallas, nacionalista extremista designada como alta representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad. Kallas ha pedido abiertamente la disolución de Rusia y, durante su mandato como primera ministra de Estonia, promovió con vehemencia políticas contra la población de etnia rusa.


Más papista que el papa: los amargos frutos político-económicos de la locura


Paradójicamente, es Estados Unidos, bajo el gobierno de Trump, el que ha roto con la estrategia de seguridad nacional estadounidense del aparato bipartidista que abogaba por cercar a Rusia y escalar la tensión cada vez más. Esta ruptura abre una oportunidad para que Europa se libre de la trampa en la que ha caído por su falta de visión política. No obstante, se muestra más papista que el papa; leal al Estado profundo estadounidense que vela por la seguridad nacional.

Tanto el presidente Macron como el primer ministro Starmer hablan del envío unilateral de efectivos militares franceses y británicos a Ucrania. No hay duda de que eso escalaría drásticamente el conflicto, además de evocar la estupidez de los eventos que condujeron a Europa a la I Guerra Mundial. El Gobierno laborista de Starmer también habla de una “coalición de los dispuestos”, ignorando que esa expresión hace referencia a la invasión ilegal de Estados Unidos en Irak.

Mientras tanto, la Unión Europea, con la aprobación del establishment político europeo, impulsa un mastodóntico plan de gasto militar de 800.000 millones de euros, financiado a través de bonos. La facilidad con la que se diseñó un plan con un presupuesto de este calibre dice mucho sobre el carácter de la UE. El dinero para el keynesianismo militar se dispone con prontitud; el dinero para las necesidades de la sociedad civil nunca está disponible por razones de responsabilidad fiscal. Reino Unido, Alemania y Dinamarca, entre otros países, también han presentado propuestas para incrementar su propio gasto militar.

El giro hacia el keynesianismo militar generará un impacto macroeconómico positivo, ya que está respaldado por el complejo industrial-militar europeo, uno de los grandes beneficiarios. Eso sí: fabrican cañones, no mantequilla. Peor todavía, esta deriva augura la consolidación de una economía impulsada por la guerra, sin espacio para la política fiscal; es decir, sin espacio para la inversión pública en ciencia y tecnología, educación, vivienda o infraestructura, áreas que realmente aportan bienestar.

Por otro lado, el giro hacia el keynesianismo militar traerá consecuencias políticas negativas, ya que reforzará la posición y el poder políticos del complejo industrial-militar y de los partidarios del militarismo. La celebración del militarismo, por otra parte, va calando paulatinamente en la percepción del electorado, de forma que promueve el desarrollo de movimientos políticos reaccionarios más amplios.

En definitiva, los frutos político-económicos de la marcha de la locura se anuncian amargos y tóxicos. La única manera de evitarlos es que los liberales y los socialdemócratas europeos recuperen el sentido común, pero me temo que el panorama es desolador.


Fuente: ctxt

domingo, 30 de marzo de 2025

Los dirigentes europeos están jugando con fuego

 

     Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga (España).


El anuncio de que debe haber un kit de supervivencia en los hogares europeos es la última desvergüenza de los burócratas que gobiernan Europa. Por ahora, y no la única.




     Al mismo tiempo, financian informaciones en los medios para que hablen de reclutamiento y sobre cómo hacer frente individualmente a una guerra, o difunden informes de servicios de inteligencia, como el alemán, asegurando que pronto se va a producir un ataque ruso a la OTAN.




No explican, sin embargo, para qué querría atacar Putin a algún país europeo, qué ganaría con eso, o cuándo ha dicho que pudiera o deseara hacerlo. Deliran y les vale todo, con tal de hacer creer a la población que la guerra es inminente e inevitable y que la única solución es aumentar el gasto militar, su negocio.

Hay que dejar ya de disimular y es imprescindible que, por cualquier vía en la que sea posible, digamos a los dirigentes de la Comisión Europea, a los parlamentarios y a los líderes de los partidos que el objetivo de prepararse para la guerra contra Rusia es una auténtica locura. La mejor forma de provocarla.


Banderas de la UE ondean frente a la sede de la Comisión Europea en Bruselas.

Hay que decirles que si Europa se ha quedado ahora desnuda, cuando los Estados Unidos de Trump ha girado en su posición estratégica, es porque los dirigentes europeos no han promovido nunca una auténtica política de defensa, sino que se han limitado a propiciar que el gasto militar sea lo mismo que para ellos es Europa, un negocio para las grandes empresas y bancos. Exactamente lo mismo que se proponen hacer ahora. No buscan defendernos. Se inventan un enemigo para justificar el gasto multimillonario del que sólo se aprovecharán, ganando aún más dinero con recursos públicos, los mismos de siempre.

Hay que decírselo: son los dirigentes de la Unión Europea los que está creando las condiciones para que la guerra se produzca si siguen por este camino. Exactamente lo mismo que sucedió cuando, siguiendo a Estados Unidos, apoyaron la estrategia de acorralamiento a Rusia que terminó con lo que todo el mundo sensato vaticinaba que iba a suceder.

Ya he explicado en otros dos artículos (aquí y aquí) que es imposible que, con el programa de rearme que se proponen llevar a cabo, se defienda realmente a Europa o se consiga más seguridad frente a cualquier tipo de amenaza. De hecho, en lugar de disipar las que pudieran existir, hará que aumenten y aparezcan otras nuevas.

No se puede creer que los dirigentes europeos busquen de verdad lo que dicen: crear un auténtico ejército europeo. No pueden buscar eso de veras, como aseguran, porque -para formar un ejército europeo- lo que principalmente se necesitaría no es más dinero sino, sobre todo, que exista un único «mando», una única autoridad, una verdadera unión política, una Europa federal. Y esta es una aspiración a la que hace tiempo renunciaron para dejar a Europa reducida a ser un mercado único que ni siquiera ha sido capaz de generalizar el uso de su propia moneda. No van por ese camino: bastó ver a Macron ofreciendo a los demás países la bomba nuclear de Francia pero reservándose para sí la decisión de cuándo y cómo usarla. O a los líderes europeos dejándose convocar y liderar para fijar estrategias por el único país que se ha salido de la Unión.

Y tampoco se puede creer que sea aumentando aún más el gasto militar como se disiparía la amenaza que pueda suponer Rusia. Los países de la Unión Europea en su conjunto ya realizamos el segundo mayor gasto militar del planeta -350.000 millones de dólares- tras Estados Unidos -968.000 millones- y por delante de China -235.000 millones. Aumentando sin cesar las armas no se ha conseguido la paz. El peligro de guerra con Rusia se eliminaría si se le da el lugar que debería corresponderle en las instituciones y los acuerdos internacionales y si se negocia y se respeta, si no se provoca ni acosa, y si se cumplen los acuerdos que se firman, lo cual -hay que decirlo- no es lo que ha hecho la Unión Europea, ni sus diferentes países, por su cuenta, como miembros de la OTAN.


El ex secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, ofreciendo una conferencia de prensa el día de una reunión de los ministros de defensa de la Alianza, en Bruselas, Bélgica, el 14 de junio de 2023.

No exculpo a Rusia bajo el liderazgo de Putin de todo lo que ha sucedido y sucede. Ni mucho menos. Sólo escribo esto porque las cosas son como son, porque me importan y les hablo a quienes me representan y gobiernan y porque creo que tengo la obligación moral de decirles que vienen actuando desde años como auténticos pirómanos y con una doble moral que avergüenza e indigna.

Para defender a Europa, empecemos por construirla como algo más que un mercado, como un bastión de democracia y derechos humanos y con las herramientas y políticas comunes que generan cohesión, bienestar e identidades, valores y sueños compartidos.




Fuente: Rebelión