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sábado, 21 de junio de 2025

Israel dinamita la política internacional con su ampliación de la guerra a Irán

 

      Periodista freelance.


Los ataques de Israel y la presión a Estados Unidos para que se involucre en la guerra descalabran los complejos equilibrios en la región. Netanyahu aprovecha la ofensiva para que el mundo deje de hablar de Gaza.





     La retórica belicista, las amenazas cruzadas y los ultimátum han sido los protagonistas de las últimas horas entre tres países que, ahora mismo, tienen a la región de Oriente Próximo pendiente de un hilo: Estados Unidos, Israel e Irán.


Varios misiles de largo alcance instalados en el Jardín del Museo de la Santa Defensa de Hamadán, en Teherán.

Desde que se iniciaran las hostilidades entre estos dos últimos, la madrugada del 12 de junio, la tensión no ha hecho más que aumentar. Solo ha faltado la implicación del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, para que la región se acerque al abismo. El régimen de Tel Aviv busca un Irán contenido, debilitado y militarmente desmoronado; una situación en la que Israel siempre tenga el derecho a atacar y a responder, similar a lo que hace en Líbano o en Siria.


Ataque Israelí al edificio de la compañía de radiodifusión de la República Islámica de Irán que ha dejado 18 muertos.

En las últimas horas, Trump ha desplegado decenas de aviones en la región, ha asegurado “tener localizado” al líder supremo iraní, el ayatolá Ali Jameneí, y ha pedido la rendición de Irán. Ha dejado claro en su red social Truth que no quiere un acuerdo entre las dos partes, sino una rendición. Sin embargo, la volatilidad del presidente estadounidense y sus cambios de opinión de un día para otro hacen que su palabra esté exenta de credibilidad. De hecho, las últimas informaciones publicadas apuntan a que el presidente estadounidense tiene un plan para atacar a Irán, pero que aún no ha tomado una decisión final al respecto.


Misiles iranies cayendo en Tel Aviv el 14 de junio.

Degradar la capacidad militar de Teherán y… ¿acelerar su programa nuclear?

Las hostilidades bélicas ya han causado casi 250 muertos en Irán y una cincuentena en Israel. Además, este último ha conseguido destruir algunas de las infraestructuras militares clave del régimen de los ayatolás. Esta es la crisis más seria que vive Irán desde la guerra con Iraq, en la década de los 80. Y, a pesar de que el régimen ha conseguido alcanzar algunos puntos estratégicos de Israel, concretamente en Tel Aviv y el puerto de Haifa, también el hospital Soroka (Beersheba, en el sur del territorio), en las últimas horas, lo cierto es que Israel ha conseguido interceptar el 90% de los ataques con misiles.

En un seminario impartido el martes 17 de junio por Chatham House, Sanam Vakil, directora del Programa para Oriente Medio de esta organización, aseguraba que los acontecimientos recientes han dejado expuestas las vulnerabilidades de Irán y que los ataques israelíes están afectando a su confianza en términos armamentísticos. Sin embargo, y a pesar de que Israel ha asesinado a altos cargos de la Guardia Revolucionaria y la inteligencia del país, la estructura más importante, el complejo nuclear de Fordo, fuertemente fortificado y a 80 metros bajo tierra bajo tierra, continúa operativo. Israel no tiene la capacidad para alcanzar estas instalaciones, pero Estados Unidos, sí.

Paradójicamente, en un intento de degradar las capacidades militares de Irán, esta nueva ronda de hostilidades, lo que puede comportar es precisamente lo contrario, la aceleración de su programa nuclear. Y, si bien Israel es la potencia militar más importante de la región, continúa necesitando de la ayuda de Estados Unidos, concretamente de sus aviones de combate, para alcanzar sus objetivos.

Vakil recuerda la “asimetría” de las capacidades militares de Irán y la necesidad del régimen de mantener su legitimidad: “El ataque a Teherán, en particular, ha creado una presión real sobre el sistema y el Estado, lo que ha alarmado a la población”. Considera la analista, que ahora mismo, el principal objetivo de los ayatolás es demostrar su capacidad de “resistencia”. “Como la parte más débil, Irán solo puede resistir por un tiempo, por lo tanto ahora para el país es primordial demostrar que su estructura de mando está preparada para un ataque y que el Gobierno del país sigue operativo. Quieren evitar la capitulación. Sabiendo, además, que esto terminará en una mesa de negociaciones, el régimen quiere llegar en las mejores condiciones posibles [...] En última instancia, Irán también persigue desgastar la política israelí y ver cómo crece la presión internacional para detener esta guerra y alcanzar un alto el fuego”.

Paralelamente, los ayatolás se están centrando, estas últimas horas, en la reconstrucción y reestructuración de los puestos de mando tanto de la Guardia Revolucionaria como de la inteligencia iraní, en estos momentos, decapitados tras perder a sus principales dirigentes.

Ksenia Svetlova, investigadora asociada del Programa para Oriente Medio y el Norte de África de la misma organización, también es de la opinión de que en esta última ronda de hostilidades Irán se está debilitando. “A pesar de las promesas de los líderes de la República Islámica de asestar un golpe mortal a Israel, lo cierto es que la cantidad de cohetes que utilizan en cada lanzamiento ha ido disminuyendo. Comenzaron con unos 100 misiles, luego 50, y en las últimas 24 horas, entre 20 y 30. Esto significa que el el régimen iraní está intentando ahorrar. Sin embargo, sus infraestructuras nucleares clave no han sufrido daños tan graves como para que podamos hablar de un cambio radical”. Para ella, esto abre la puerta a que, en términos de capacidad balística Irán vea reducida su fuerza pero que apriete el acelerador en materia de capacidad nuclear.

Estados Unidos, el tercero en discordia y actor clave en la reconfiguración de la región

Si algo parece evidente de todo lo que ha sucedido en los últimos días es que una participación directa y plena de Estados Unidos empeoraría claramente la situación, y no solo tendría efectos en Irán, sino en toda la región.

Israel no ha escondido nunca sus intenciones de que Estados Unidos se involucrase en esta guerra, ya que sin la implicación de los estadounidenses, hoy por hoy, resulta complicado que Tel Aviv pueda acabar por sí mismo con el programa nuclear iraní. Pero con un presidente impredecible como Trump, resulta complejo hacer predicciones. “Esta guerra fue diseñada por Israel con la esperanza de que Estados Unidos se uniera, pero si no lo hace, habrá sido un gran error de cálculo que puede costarle muy caro”, explica Svetlova y añade: “En Israel existe la expectativa de que Trump no les presione para el alto el fuego antes de que hayan cumplido sus objetivos”, apuntó Svetlova durante el seminario.

Renad Mansour, investigador principal del Programa para Oriente Medio y el Norte de África e integrante de Iniciativa para Iraq, explicó cómo la invasión de Gaza por parte de Israel, iniciada el 7 de octubre de 2023 y también este nuevo ataque por parte de los israelíes están cambiando considerablemente la configuración de la región, que se dirige a un futuro incierto. “Todos los grupos y todos los países están en modo de supervivencia”.


Restos de un bombardeo en un campo de refugiados.

El analista hizo referencia al debilitamiento de grupos tradicionalmente aliados de Irán, como Hezbolá en Líbano o el régimen de Assad, derrocado a finales del año pasado, o los hutíes en Yemen. “La cuestión es que cada uno de estos grupos no es solo un ‘representante’ de Irán, sino que responde principalmente a sus propios intereses locales, y eso es precisamente lo que está intentando salvaguardar. De hecho, para muchos de ellos, el conflicto actual perjudica sus negocios, que necesitan estabilidad”.

Para Mansour, y esto es algo en lo que coincidieron los otros ponentes, las áreas de influencia tradicionales, o ideológicas, se están transformando, y se ven “desafiadas por mecanismos de supervivencia primarios, económicos y políticos”. Esto se observa, según él, en la posición de Iraq, que desde la invasión del 7 de octubre, se ha mantenido al margen. “Iraq ha estado en el centro del conflicto durante los últimos años, pero ahora se mantiene al margen. Mientras que en lugares como Líbano, Yemen, Palestina o Siria se ha organizado un eje de resistencia, en Iraq no ha habido ese movimiento; ya que la entrada en el conflicto perjudicaría seriamente sus intereses locales [...] Por otra parte, los diferentes grupos que conforman la movilización popular y que operan en Iraq no están unidos, como sucede en Líbano con Hezbolá. Algunos de estos grupos están en el Gobierno, y les va muy bien. Luego hay otros grupos que, en algún momento, se desarrollaron con el apoyo de Irán, pero durante muchos años han tenido su propia independencia económica y política, por lo que siguen su camino propio”.

Quienes sí están muy atentos por las implicaciones que puede tener para ellos una escalada del conflicto regional son los países del Golfo. A pesar de que, hoy por hoy, no se estén viendo directamente afectados por las tensiones entre Irán e Israel, esto podría cambiar en un futuro.

Como apunta Mohammed Baharoon, director general del Dubai Public Policy and Research Center existe una seria preocupación por la radiación en el Golfo si se producen ataques directos a reactores activos en Irán, lo que podría afectar la seguridad nacional, el suministro de alimentos y agua, y a la capacidad de exportar petróleo. “Este conflicto afecta a la seguridad nacional de toda la región, donde se esperaba que Israel fuera un socio de paz. Hoy, sin embargo, se ha convertido en un foco de inestabilidad. No es un aliado ni para la paz ni para la seguridad”.

Baharoon considera que una implicación total de Estados Unidos en este conflicto, solo empeorará la situación, y recuerda que para los países del Golfo, más allá de lo regional o lo global, pueden sufrir un impacto en su seguridad nacional.

El papel del Golfo Pérsico y los esfuerzos diplomáticos

Ahora no lo vemos, aún pero en el futuro nos daremos cuenta del fracaso de los gobiernos internacionales. Ninguna entidad puede hoy detener a Israel. Ni la ONU, ni la UE, ni el Consejo de Cooperación del Golfo, ni la Liga Árabe, ni la Organización de Cooperación Islámica. Nadie. Estados Unidos le apoya. La pregunta que debemos hacernos aquí es: ¿qué tipo de respaldo surge cuando estallan las guerras? A estas preguntas ya se enfrentó el mundo entero durante la Primera y Segunda Guerra Mundial”, reflexiona Baharoon.

Preguntado acerca del futuro en la región y las implicaciones de los acontecimientos actuales, el analista no tiene ninguna certeza: “Cuando los Estados y las organizaciones internacionales no cumplen con su labor, se crea un vacío, y son los individuos quienes lo llenan. Este conflicto podría provocar un resurgimiento de grupos como Al Qaeda y el Daesh. Lo único que parece evidente es que el programa nuclear no puede ser completamente desmantelado sin que haya consecuencias importantes tanto para el pueblo iraní, como para toda la región”, advierte; y asegura que esta escalada supondrá una reevaluación de las perspectivas sobre la región y el papel de Israel. “Emiratos Árabes ha sido uno de los primeros en intentar encontrar una manera para que Israel coexista en la región; y no solo exista, sino para que pueda tener más alcance económico. Se intentaba convencer a Israel de que había una manera de coexistir en la región; por eso lo de ahora supone un gran revés”.

La pregunta que cabe hacerse es si los países del Golfo, en un intento de defender sus propios intereses y su papel como mediadores presionarán a las partes implicadas para llegar a una solución diplomática del conflicto. Y quizás ahí podría estar una de las claves. A pesar de que no ha trascendido, Mohammed Baharoon explica que los líderes de Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Omán y Qatar están en conversaciones con ambas partes para intentar estabilizar la situación. “Están intentando convencer a Irán de que acepte cierto compromiso para llegar a un acuerdo”. El tiempo, sin embargo, “apremia”, reconoce el experto.

Por otra parte está el tema del precio y el flujo del petróleo. Y no solo el flujo continuará disminuyendo y el precio continuará subiendo, también lo hará el precio de los seguros, y esto no son buenas noticias para países como India, Japón, Corea o China, que son los mayores compradores de petróleo de Irán. Tampoco para Estados Unidos y en especial para Donald Trump que sostiene buena parte de su narrativa “social” en los bajos precios del petróleo para el consumidor final.

¿Podría colapsar el régimen iraní?

La gran pregunta que se hacen todos los analistas, pero también aquellos y aquellas que siguen esta nueva ronda de hostilidades entre Israel e Irán, la más grave de los últimos años, es si la ofensiva de Israel podría acabar con el sistema iraní. En un principio ese no era el objetivo de Israel, si bien en los últimos días —y en una huida hacia adelante— las voces del Gobierno de Benjamin Netanyahu, apuntan a que el objetivo es la caída del régimen en Teherán.

Todos los expertos del panel lo ven improbable sin la implicación directa de Estados Unidos. Vakil considera que, llegado a este punto, hay poco que Irán pueda hacer sin arriesgar mucho y sin exponerse a una nueva etapa de aislamiento pero que, si bien el país se encuentra “acorralado”, no es tan fácil que Israel lo aniquile.

Irán no busca una guerra regional y aún posee cierta influencia para presionar en la mesa de negociaciones”, explica. La analista vaticina que, si bien se podría avecinar un cambio de régimen en los próximos años, parece poco probable que sea efecto de esta ofensiva. “No creo que el colapso sea el resultado inmediato. Creo que lo que podemos ver es un desmoronamiento con el tiempo. Y es más, considero que Israel no quiere ser el responsable del cambio de régimen, sino atribuirse el mérito cuando llegue la ocasión. Irán ya está en proceso de transición, e Israel lo único que hace es acelerar ese proceso. Este cambio, sin embargo, no será fruto de la gestión de actores externos, sino que será una cuestión de alineaciones internas”.

Por otra parte y, si bien Netanyahu ha declarado, desde el principio que su objetivo es la degradación del programa nuclear y balístico de Irán, tampoco se cree que el objetivo de Israel sea aniquilar el régimen de los ayatolás, considera Svetlova. “Su objetivo es debilitar significativamente al régimen iraní para reducir sus capacidades, y, eventualmente, llevarlo a la mesa de negociaciones”.

De hecho, y a pesar de que en las últimas horas el Jefe del Estado Mayor del Ejército iraní ha expresado su intención de continuar bombardeando “cualquier objetivo del agresor sionista”, Irán ya ha mencionado su disposición a un alto el fuego si Israel también lo acepta, y ha expresado su confianza en mantener las conversaciones con Estados Unidos. A tal efecto, existe la posibilidad de una “salida temporal” o un “alto el fuego temporal” para evaluar la voluntad de Irán de negociar un acuerdo; y en esta línea, una reunión entre Washington y Teherán, con el apoyo de los países del Golfo, podría ayudar a definir los contornos de un posible acuerdo entre ambas potencias.

El analista Baharoon, sin embargo, considera lo contrario y cree que Netanyahu sí busca un cambio de régimen, y no solo la decapitación o su degradación. “Israel quiere acabar con el programa de misiles y el programa nuclear de Irán; y también quiere acabar con su liderazgo. En las últimas horas se ha hablado seriamente sobre la posibilidad de asesinar a Alí Jamenei, lo que prácticamente significaría un cambio de régimen. Estos objetivos, si se cumplen, tendrán grandes repercusiones en la región”, añade.

La legitimación de Netanyahu

Otra realidad evidente a lo largo de esta semana de intercambio bélico entre Irán e Israel es que Gaza ha desaparecido prácticamente de los titulares de las principales cabeceras mediáticas. En cuestión de una semana, Gaza ha dejado de ser la prioridad para Netanyahu (y para el resto del mundo), que se ha centrado en los iraníes. “También ha sido percibido así tanto por los familiares de las personas aún retenidas por Hamás como por los familiares de los soldados que se oponen a la guerra en Gaza”, apunta Svetlova.


Desplazados esperan el reparto de comida.

Con esta ofensiva contra Irán, Netanyahu ha conseguido otro de los fines que perseguía: una tregua en el debate público sobre la guerra en Gaza. El ataque sobre Irán ha hecho que se legitimase no solo ante su población, sino también ante los diferentes agentes internacionales. Netanyahu, persona non grata para muchos líderes mundiales, con una orden de arresto por parte de la Corte Penal Internacional (CPI) por crímenes de lesa humanidad y con una serie de ministros sancionados por Reino Unido, ahora vuelve a recibir toda la atención. Y no lo hace por ser un genocida.

Ksenia Sevetlova afirma: “A él le gusta estar en el centro, recibir la atención del mundo entero. En este nuevo contexto, se puede presentar como ganador, algo que no puede hacer en el contexto de Gaza”. Y prosigue: “Durante años se creyó que los líderes israelíes preferían no ir a la guerra, y eso fue algo que Netanyahu también repitió en varias ocasiones: ‘No queremos ver los ataúdes de nuestros soldados. No queremos ver los ataúdes de nuestros ciudadanos’; pero ahora esto ha cambiado; porque la percepción pública de cómo se deben tratar los ‘asuntos pendientes’ se ha transformado [...] A diferencia de la guerra en Gaza, o los ataques en Líbano, existe un consenso increíble sobre esta guerra. A pesar de las divisiones sociales, la población israelí apoya esta operación, a pesar del precio que está pagando Israel. La gente [en Israel] parece estar dispuesta a llegar hasta el final, si eso implica derrocar al régimen iraní”, concluye.

¿Dónde está Rusia? ¿Y China ¿O la India?

Para hablar de la postura de países como China o la India, pero también Brasil o Sudáfrica, hay que pensar ya no solo en términos económicos, sino de estabilidad. “La riqueza de algunos países llamados ‘el sur global’ no es como la de los países del G7, pero se trata de países con un gran número de población. La postura de estos países ante esta situación es bastante clara: Israel es un peligro potencial porque es un agente desestabilizador, algo que anteriormente se le había atribuido a Irán”, dice tajantemente Barahoon.

Por eso los y las expertas coinciden en que se está produciendo un cambio importante en la percepción global. El baile de nuevas dinámicas trae consigo una reconfiguración de no solo en la región, sino en la consideración que hay hacia ciertos regímenes.

Para Renad Mansour, esta nueva situación es más peligrosa que nunca. “El mundo es un lugar mucho más peligroso. En 2024 se produjeron el mayor número de conflictos armados desde la Segunda Guerra Mundial. El número de guerras aumenta cada año; y se está produciendo una transformación global en la que los derechos humanos y el derecho internacional ya no son relevantes. Mucha gente ya no ve la existencia de una arquitectura de seguridad global, ni siquiera de un orden basado en reglas que supuestamente gobernaba el mundo. Todo esto ha terminado. Israel, tanto en términos militares como en términos de derecho internacional, está mostrando al mundo cómo será la guerra”.

Para el analista, las dicotomías regionales, fruto de la Segunda Guerra Mundial, están desapareciendo o ya no funcionan. “Los acuerdos de paz ya no conducen a una paz sostenible. Por eso, la relación con China, India y otros países se vuelve cada vez más importante en la región, porque estamos hablando de la configuración de un nuevo orden global”.

Termina la sesión y Barahoon se muestra contundente en su diagnóstico, que funciona también a modo de conclusión: la situación actual es un “fracaso de la gobernanza global”, puesto que no hay nadie que aparentemente esté dispuesto o pueda “pararle los pies al Gobierno de Netanyahu”.


Fuente: EL SALTO

jueves, 19 de junio de 2025

Irán, la guerra que (casi) nadie quiere

 

 Por Branko Marcetic  
      Redactor de Jacobin Magazine.


Donald Trump está al borde de una guerra con Irán, un conflicto que sería perjudicial para Israel, para Estados Unidos, para los civiles de todas las partes e incluso para el futuro del propio mandatario estadounidense.





     Hay momentos en una presidencia en los que no hay vuelta atrás; decisiones tomadas y medidas adoptadas que son tan trascendentales y de tan largo alcance que marcan un punto de inflexión fundamental. La invasión de Irak por parte de George W. Bush, por ejemplo, envenenó su tiempo al frente de la Casa Blanca y reconfiguró Oriente Medio para peor de un modo que todavía repercute. La guerra que Israel acaba de iniciar con Irán bien podría ser otro de esos ejemplos.


ISIS ha vuelto a la carga: las fuerzas del Gobierno de Acuerdo Nacional de Libia atacan a militantes de ISIS en los Distritos Uno y Dos, Sirte, Libia, 28 de agosto de 2016.

En los últimos meses, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu observó con inquietud cómo la paz amagaba con asomar en Medio Oriente. Y pese a haber desechado inútilmente el acuerdo que había contenido eficazmente cualquier potencial ambición nuclear iraní en su primer mandato, Donald Trump parecía ahora estar volcando una considerable cantidad de energía y capital político en negociaciones con Teherán para reestablecerlo, conversaciones que habían logrado avances y estaban pautadas para continuar el pasado domingo. Entretanto, Netanyahu, quien en su momento había procurado boicotear el acuerdo, parecía entrar en una etapa de desencuentros con Trump, lo que dejaba a Israel marginado. Quizás era posible evitar la guerra después de todo.

Pero entonces Israel lanzó de repente un ataque importante contra Irán, dañando una de sus instalaciones nucleares clave y asesinando a seis científicos nucleares. El ataque se vendió como una forma de detener el programa nuclear de Irán, pero fue mucho más allá: Israel también asesinó a varios altos mandos militares iraníes, al hombre que lideraba las negociaciones con la administración Trump y a decenas de civiles, entre ellos niños, en bombardeos contra edificios residenciales.


Se eleva humo tras una explosión en Teherán.

Decir que se trata de una provocación no le hace justicia. Hay muchos países que consideran a Estados Unidos una amenaza, de la misma manera que Israel ve a Irán. Si cualquiera de ellos empezara de repente a bombardear Estados Unidos, a matar científicos y niños estadounidenses, a asesinar al enviado para Oriente Medio, al Estado Mayor Conjunto y a otros altos mandos militares, todo ello basándose en el temor a que los políticos belicistas de Washington quizás los ataquen algún día, todo el mundo lo vería inmediatamente como algo inaceptable y escandaloso. Pero Netanyahu e Israel no actúan con las limitaciones del sentido común y la decencia, y parecen quedar por fuera de las reglas del derecho internacional.

Durante más de treinta años trabajó Netanyahu para que esto suceda, repitiendo una y otra vez que Irán estaba a punto de fabricar un arma nuclear. Este discurso se extendió también durante todo este año, con sus reiteradas «advertencias» de que el mundo debía actuar de inmediato para detener la bomba inexistente. Por supuesto, en todo ese tiempo, la tan mentada bomba nuclear iraní nunca se materializó, y sigue sin materializarse al día de hoy. Sin embargo, Netanyahu decide ahora atacar, pese a que la inteligencia estadounidense nunca modificó su evaluación de que Irán no está trabajando en la fabricación de ninguna bomba nuclear.

No importa. El problema para Netanyahu nunca fue el hecho de que la bomba nuclear sobre la que no dejaba de advertir fuera un peligro real: una posible arma nuclear iraní era solo la versión geopolítica del Macguffin de Alfred Hitchcock, el objeto intercambiable que no importaba más que como mecanismo para hacer avanzar la trama. Para Netanyahu, esa trama es una guerra con Irán que finalmente acabaría con un rival regional líder, un conflicto que espera y desea que sea librado y pagado por Estados Unidos.

«Estados Unidos es algo que se puede mover muy fácilmente en la dirección correcta», dijo una vez Netanyahu sin darse cuenta de que lo estaban grabando. Ahora está a punto de demostrar que tenía razón, y de la manera más dramática. Netanyahu está más cerca que nunca de su objetivo vital: que hombres y mujeres estadounidenses luchen y mueran en su nombre contra Irán, y en gran parte gracias a un presidente «aislacionista» estadounidense cuya vida política se ha construido sobre la crítica a las guerras en Oriente Medio y la promesa de mantener a los estadounidenses al margen de ellas.

En este momento se vislumbran dos caminos por los que esta guerra israelí puede convertirse en una guerra estadounidense. En uno de ellos, la represalia iraní contra las tropas y los activos estadounidenses en la región —que Teherán ya había advertido explícitamente que podrían ser objetivos— hace que la clase política estadounidense, y tal vez incluso la opinión pública, se movilice en favor de una represalia directa de Estados Unidos, alimentando una espiral que conduce a una profundización del conflicto.


El ministro de Defensa de Irán, general de brigada Aziz Nasirzadeh.

La Casa Blanca intentó en vano evitar este resultado anunciando rápidamente que no estaba involucrada en los ataques. Pero ese camino fue rápidamente desandado por el propio presidente, que ahora se regodeó repetidamente del «excelente» ataque, reveló que se llevó a cabo con la plena cooperación de Estados Unidos («No fue un aviso. Nosotros sabemos lo que está pasando») y ha insinuado varias veces que Israel no estaba actuando por su cuenta sino castigando a Irán por incumplir su plazo de sesenta días para llegar a un acuerdo. La intención de desligarse de los ataques también se vio socavada por un flujo constante de filtraciones por parte de Israel de que todo había sido coordinado con Trump, hasta el punto de inventar una disputa entre Trump y Netanyahu para que Irán bajara la guardia.




Con comentarios como estos, Trump y el gobierno israelí están jugando con las vidas de miles de personas. Irán y otros actores de la región ya se inclinaban por considerar esto como un ataque conjunto de Estados Unidos e Israel, dado que todo lo que hace Israel está respaldado militar y políticamente por Washington. Pero estos comentarios eliminan incluso la fina capa de negación plausible que podría haber llevado a los líderes iraníes a excluir de la represalia a los objetivos estadounidenses.

Pero ni siquiera sería necesario un ataque contra personal o intereses estadounidenses para que esta se convirtiera en otra guerra desastrosa para Estados Unidos. Gran parte de Washington ya considera que cualquier ataque contra Israel equivale a un ataque contra los propios Estados Unidos, a pesar de que Israel no es uno de los cincuenta y un aliados con los que Estados Unidos tiene un tratado que lo obligaría legalmente a entrar en guerra si es atacado. Los misiles iraníes ya han caído sobre ciudades israelíes, en lo que parece ser el primer bombardeo de muchos más.

Junto con el poderoso lobby Israel First, que utiliza donaciones para campañas y presión política para garantizar el apoyo de Estados Unidos a cualquier medida del gobierno de Netanyahu, un ataque devastador de Irán contra Israel probablemente crearía una presión irresistible sobre Trump y casi toda la clase política estadounidense para intervenir directamente, sacrificando aún más vidas y dinero estadounidenses en nombre de un país extranjero que ha perdido completamente el rumbo.

Y no nos equivoquemos: Israel lo ha perdido. No hay que olvidar que Israel también sigue bombardeando el vecino Líbano, violando el alto el fuego que firmó, ocupando ilegal y violentamente el territorio de su otro vecino, Siria, intensificando su guerra en la cercana Yemen y continuando con el genocidio, que dura ya casi dos años, contra la población de Gaza. Cinco guerras diferentes que Israel libra en simultáneo. Aparte de Estados Unidos, no hay ningún otro país en la Tierra del que se pueda decir lo mismo.

Si puede sorprender que un país tan pequeño, con una población poco mayor que la de Nueva York, pueda hacer esto, solo hay que fijarse en la respuesta a estos ataques. Funcionarios de todos los partidos políticos de Estados Unidos y del resto del mundo occidental, ya sea Francia, Alemania o el Reino Unido, se alinearon no solo para no condenar la guerra preventiva de Israel —un caso tan claro de agresión ilegal como es posible— sino que, en algunos casos, condenaron a Irán, el país atacado. Lo han hecho insistiendo perversamente en el «derecho a la autodefensa» de Israel, un derecho que aparentemente le permite hacer de todo, desde matar de hambre y quemar vivos a niños hasta lanzar una guerra preventiva ante la remota posibilidad de que su objetivo pueda algún día iniciar una.

Todo esto configura un nuevo escenario. En general, Estados Unidos y Occidente siempre habían apoyado a Israel. Pero nunca habían sido tan reacios a frenarlo ni tan indulgentes como ahora, cuando lo alimentan con armas y ayuda militar y le proporcionan cobertura política para seguir llevando adelante una verdadera orgía de criminalidad. Varios presidentes estadounidenses, desde Ronald Reagan hasta los dos Bush, tiraron de la correa y recordaron Israel quién es la superpotencia y quién es el Estado cliente; Trump y Joe Biden, por el contrario, cedieron dócilmente el timón a Netanyahu, incluso cuando este ha rebotado violentamente contra Estados Unidos.

La ironía es que esto no impedirá que Irán se haga con una bomba nuclear ni conducirá a la paz, sino que hará exactamente lo contrario. Los radicales iraníes ahora señalan este ataque para justificar abiertamente por qué el país necesita realmente una bomba nuclear. Y mientras Israel e Irán se enzarzan en ataques mutuos, los hutíes que gobiernan Yemen amenazan con intervenir también e incluso declarar la guerra a Estados Unidos si es necesario, rompiendo la frágil tregua que Trump acordó el mes pasado.

La espiral en la que nos encontramos ahora mismo no beneficia a nadie: ni al pueblo de Israel, ni a Estados Unidos, ni a Irán, ni a ningún otro civil de la región que se vea atrapado en medio, ni siquiera a Trump. No beneficia a nadie, excepto a los extremistas de derecha israelíes que tienen un control desmesurado sobre el gobierno de su país y a un primer ministro que lucha por su supervivencia política y contra una posible pena de cárcel.

La incapacidad de Biden para plantar cara a Netanyahu ha dañado significativamente su presidencia y cualquier legado positivo que haya logrado reunir en el ocaso de su vida. Al igual que Biden, Trump también parece preferir seguir a Netanyahu al abismo antes que frenar la mano a Israel. Queda por ver si los acontecimientos realmente degenerarán en una guerra regional a gran escala en la que se verá involucrado Estados Unidos, o si la parte nada desdeñable de la base electoral y los aliados de Trump que se oponen rotundamente a otra guerra autodestructiva de Estados Unidos serán capaces de hacer entrar en razón al presidente. Una cosa es segura: esto no es «America First» según ninguna definición razonable de la frase.


Fuente: JACOBIN

jueves, 1 de mayo de 2025

Se está jugando una gigantesca partida de ajedrez entre Estados Unidos, Rusia e Irán

 

 Por Roberto Iannuzzi   
      Analista independiente italiano especializado en asuntos internacionales.


Las negociaciones en Ucrania y las siguientes sobre la cuestión nuclear iraní son parte de una batalla más amplia para redefinir el equilibrio mundial. Moscú y Teherán son plenamente conscientes de lo que está en juego.


     En medio de constantes giros y vueltas, negaciones, declaraciones contradictorias, acusaciones y contraacusaciones, finalmente han surgido las líneas generales del plan de paz que la administración Trump está ofreciendo a Kiev y Moscú.


Desayuno de trabajo entre las delegaciones rusa y estadounidense, Helsinki 2018.

Mientras tanto, el enviado especial del presidente estadounidense, Steve Witkoff, además de jugar un papel importante en las negociaciones con Rusia, está involucrado en otra negociación crucial e incierta con Irán.

No es exagerado decir que una parte importante del equilibrio mundial y la paz en dos regiones estratégicas como Europa y Oriente Medio dependen del resultado de las dos mesas de negociaciones.

También existe un vínculo entre ambos juegos diplomáticos, aunque se jueguen en tableros de ajedrez diferentes.

Ambas son parte del intento (desesperado) de Washington por preservar un papel hegemónico, aunque disminuido en comparación con el de la pasada era unipolar estadounidense, en un mundo cada vez más claramente multipolar.



Ambigüedades e incertidumbres del plan de Trump

Queda por ver si el plan de paz estadounidense para resolver el conflicto ucraniano resulta atractivo para alguno de los contendientes. Exige concesiones dolorosas de ambas partes y ya ha sido calificado de esencialmente inaceptable por el presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky.


Trump y Zelenski en la Casa Blanca.

Pero sobre todo, el plan parece ir en la dirección de congelar el conflicto y no de eliminar las causas que lo provocaron.

En términos concretos, por tanto, también podría ser inaceptable para Moscú, aunque los negociadores rusos, diplomáticamente más astutos que los ucranianos, hasta ahora han evitado asumir ningún compromiso.

La propuesta de la administración Trump incluye:

1) El reconocimiento “de iure” por parte de los Estados Unidos de la anexión rusa de Crimea;

2) el reconocimiento de facto de la anexión rusa de las cuatro provincias de Luhansk, Donetsk, Kherson y Zaporiyia;

3) la promesa de que Ucrania no se unirá a la OTAN (aunque podría convertirse en miembro de la Unión Europea);

4) el levantamiento de las sanciones impuestas a Rusia desde 2014;

5) la devolución a Ucrania de la pequeña porción de la región de Járkov actualmente ocupada por Rusia;

6) “garantías de seguridad” no especificadas para Kiev;

7) asistencia para la reconstrucción de Ucrania (definida nuevamente en términos vagos);

8) un acuerdo de cooperación conjunta entre Kiev y Washington en la explotación de los recursos minerales y energéticos de Ucrania;

9) La central nuclear de Zaporizhia, actualmente bajo control ruso, sería considerada territorio ucraniano, pero operada por Estados Unidos; La electricidad producida abastecería tanto a Ucrania como a Rusia;

10) Fortalecimiento de la cooperación económica entre Washington y Moscú, especialmente en los sectores de energía y materias primas.

El aspecto problemático del plan es que Estados Unidos guarda silencio sobre los derechos de los rusoparlantes en suelo ucraniano, no propone un límite al tamaño de las fuerzas armadas ucranianas y no descarta el envío de ayuda militar occidental a Kiev o el despliegue (aunque improbable) de tropas europeas en suelo ucraniano, todo lo cual Moscú ha dicho que se opone.

El secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, dijo que “toda nación soberana de la Tierra tiene derecho a defenderse” y que Ucrania también tendría derecho a hacerlo si llegara a “acordar de forma bilateral con diferentes países”.

Algunas de estas cuestiones tendrán que aclararse en futuras negociaciones entre Ucrania, Rusia y otros países europeos, después de que se haya alcanzado un acuerdo marco y un alto el fuego (lo cual está lejos de ser algo seguro).

Como se ha mencionado, entre estos temas está la propuesta de enviar a Ucrania una fuerza de “reaseguro” europea de unos 30.000 hombres por parte de la llamada “coalición de los dispuestos” liderada por Francia y Gran Bretaña, una idea que siempre ha sido rechazada por Rusia.


Los líderes de los países de la 'coalición de los dispuestos' de Ucrania posan para una foto familiar durante una cumbre en París el pasado 27 de marzo.

Además, no es del todo seguro que los países europeos, esencialmente alineados con Kiev, estén dispuestos a levantar su parte de sanciones, y en particular a permitir la reconexión de los bancos rusos a la red financiera SWIFT.

Ante la reacción negativa de Zelensky a su propuesta de negociación, Trump acusó al presidente ucraniano de poner en peligro el acuerdo de paz, diciendo en cambio: "Creo que tenemos un entendimiento con Rusia".

Por su parte, el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, afirmó que existen “muchos matices” en las negociaciones en curso y que aún es necesario acercar las posiciones negociadoras. Esto sugeriría que, desde el punto de vista ruso, aún no se ha alcanzado un acuerdo.

Desde hace varios días, varios miembros de la administración (incluido Rubio y el vicepresidente J.D. Vance) vienen diciendo que si Kiev y Moscú no aceptan el plan de paz, Estados Unidos abandonará las negociaciones.

Sin embargo, no está claro si esto es meramente una táctica de negociación o la verdadera intención de la Casa Blanca. Además, si Trump culpara a Kiev por el fracaso de las negociaciones, no está claro si dejaría de brindar ayuda militar y de inteligencia a Ucrania.



Las razones estratégicas de Washington

Como escribió el teniente coronel retirado del ejército estadounidense Alex Vershinin , el punto clave que hay que entender en estas negociaciones es que a Kiev se le está acabando el tiempo. Ucrania tiene una creciente escasez de soldados y en algún momento se enfrentará a un colapso de la línea del frente.


Las condiciones del campo de batalla afectan las negociaciones de paz en Ucrania.

Los rusos están en la situación opuesta: su ventaja en hombres y material bélico está aumentando. Es por esto que Moscú se muestra reacio a aceptar un alto el fuego antes de que estén claros los términos de un acuerdo de paz.

Pero el tiempo está de su parte: cuanto más se prolonguen las negociaciones, más favorable será la posición de Rusia en el campo de batalla.

Negociar una paz en los términos rusos puede no ser gran cosa desde el punto de vista de Kiev y sus aliados occidentales. Pero apostar por una mejora improbable de la posición militar de Kiev sobre el terreno significaría encontrarse negociando con Moscú en términos aún más desventajosos.

Es el leitmotiv de todo el conflicto, en el que Kiev se ha ido retirando inexorablemente con la excepción de un breve paréntesis en otoño de 2022.

Si bien la administración Trump ha tomado nota de esta situación, los aliados europeos de Kiev mantienen una línea tan inflexible como irrealista y, en última instancia, desastrosa para Ucrania.

Estados Unidos, por su parte, después de haber sido el principal socio de Kiev desde el estallido del conflicto (e incluso antes de que estallara), con la nueva presidencia se ha reinventado como un simple "mediador" entre los dos principales contendientes.

Aunque la posición estadounidense puede no ser convincente (y ciertamente no ha convencido del todo a Moscú), la estrategia de la Casa Blanca había sido claramente expuesta por el Secretario de Defensa, Pete Hegseth, ya en febrero.

Al dirigirse a los ministros de defensa europeos, Hegseth dijo que “las duras realidades estratégicas impiden que Estados Unidos de América se centre principalmente en la seguridad de Europa”, y que Washington debe centrarse en contener a China en el Indo-Pacífico.

Por lo tanto, Estados Unidos y Europa tendrán que aplicar una “división del trabajo” que maximice la “ventaja comparativa” de Occidente en el viejo continente y en el Pacífico respectivamente, dijo Hegseth.

Según la Casa Blanca, la seguridad europea (y posiblemente la de Ucrania) deberá ser garantizada por los miembros europeos de la OTAN, que deberán proceder a una operación de rearme ampliando su propia industria de guerra.

En el contexto de un desapego (pero no de una retirada) de Europa, a Washington le conviene llegar a una solución del conflicto ucraniano (y, de hecho, debería serlo también para los europeos).



Retrasar los conflictos para preservar la hegemonía

La estrategia de la actual administración es explicada con más detalle por Wess Mitchell, un destacado estratega estadounidense, miembro vitalicio del Consejo de Relaciones Exteriores y exsecretario de Estado Adjunto para Europa y Eurasia durante la anterior administración Trump.

Mitchell dice que Washington debe usar la diplomacia para “gestionar la brecha entre los medios finitos de Estados Unidos y las amenazas prácticamente infinitas que enfrenta”.

Para él, la diplomacia no sirve para dirimir rivalidades ni resolver conflictos, sino simplemente para retrasarlos en el tiempo para evitar que se superpongan y que EE.UU. tenga que luchar en demasiados frentes al mismo tiempo.

El objetivo de la diplomacia es por tanto reducir las tensiones con los rivales más débiles de Estados Unidos "para centrarse en los más fuertes".

Esto es lo que hicieron Kissinger y su jefe, el presidente Richard Nixon, cuando mejoraron las relaciones con Pekín para que Estados Unidos pudiera centrarse mejor en Moscú a principios de la década de 1970”, escribe Mitchell.

Hoy en día el oponente más débil de Washington es Rusia. Por lo tanto, Estados Unidos debería “buscar una distensión con Moscú que perjudique a Pekín”.

El objetivo”, aclara Mitchell, “no debería ser eliminar las razones del conflicto con Rusia, sino limitar su capacidad de dañar los intereses estadounidenses”.

Esto implica, por tanto, llevar a cabo la guerra en Ucrania de la manera más favorable posible a Estados Unidos. “Esto significa que, en general, Kiev debe ser lo suficientemente fuerte como para bloquear el avance de Rusia hacia el oeste”, concluye Mitchell.

Cita a Corea en la década de 1950 como modelo: “Dar prioridad a un armisticio y aplazar las cuestiones de un acuerdo más amplio a un proceso separado que podría tardar años en dar frutos, si es que los da”.

Mitchell sugiere que Estados Unidos establezca con Ucrania una relación similar a la que tiene con Israel: no una alianza formal, sino un acuerdo que permita a Kiev recibir todo lo que necesita para defenderse.

Pero serán los europeos quienes tendrán que asumir la responsabilidad de Ucrania y, más en general, de la seguridad del viejo continente.

La estrategia de Trump, según Mitchell, está funcionando al menos en parte: ha conseguido empujar a Europa a rearmarse y, mediante aranceles, puede convencer a los europeos de que acepten una mayor cuota de productos estadounidenses.

La intención de Washington, por tanto –como se desprende también del plan de paz formulado por Trump– no es acabar de una vez por todas con el conflicto ucraniano (y por tanto con la rivalidad con Moscú), sino congelarlo y luego proceder a intentar debilitar el vínculo entre Rusia y China aprovechando el carácter desequilibrado de esta relación.



El juego iraní

Se puede emplear una estrategia similar con Irán, sostiene Mitchell. Estados Unidos tiene un fuerte interés en debilitar a ese país, limitando al mismo tiempo la necesidad de intervenciones militares estadounidenses en la región.

Si bien es difícil imaginar que Irán abandone su programa nuclear, escribe Mitchell, el momento en que Trump utiliza su carta negociadora es favorable, dada la actual debilidad de Irán tras la derrota de muchos de sus aliados regionales a manos de Israel.

La negociación nuclear sirve para evitar la posibilidad de que Teherán adquiera armas nucleares. El momento de debilidad de Irán sirve para arrebatarle las condiciones más favorables a Washington.


El ministro iraní de Exteriores, Abbas Araghchi, a la izquierda, en Teherán, Irán, el martes 25 de febrero de 2025, y a Steve Witkoff, a la derecha, enviado especial de la Casa Blanca, en Washington, el 9 de marzo de 2025.

Mientras tanto, la campaña militar multifacética de Israel puede permitir a Estados Unidos deshacerse finalmente de los aliados regionales de Irán, y luego posiblemente completar el plan de los Acuerdos de Abraham normalizando las relaciones entre Israel y Arabia Saudita.

La estrategia de negociación seguida por Trump en realidad parece seguir de cerca la teorizada por Mitchell.

El enviado especial del presidente estadounidense, Steve Witkoff, gestiona directamente tanto las negociaciones con Moscú como las que se llevan a cabo con Teherán.

Tras una estrategia estadounidense inicialmente extremadamente agresiva, que incluyó la reintroducción de un duro régimen de sanciones contra Irán (la llamada estrategia de “máxima presión”) y el envío de bombarderos a la base de Diego García en el océano Índico con un claro propósito intimidatorio, Witkoff ha adoptado una línea pragmática y constructiva con Teherán.

Esta línea ha consistido hasta ahora en limitar las negociaciones al programa nuclear, excluyendo la cuestión del arsenal de misiles de Irán y de sus aliados regionales.

Incluso en lo que respecta al programa nuclear, Witkoff ha seguido por el momento una línea muy realista, proponiendo el establecimiento de un régimen de control que impida a Irán adquirir armas nucleares, pero no el desmantelamiento de su programa nuclear (una condición que sería inaceptable para Teherán).

Witkoff parece estar dispuesto a permitir que Irán continúe enriqueciendo uranio hasta el 3,67 por ciento necesario para producir combustible para sus plantas de energía nuclear.

Según algunas fuentes, Irán podría incluso aceptar ejecutar el programa de enriquecimiento en una “empresa conjunta” con un tercer país para permitir un nivel adicional de control sobre el proceso de enriquecimiento.

Como alternativa, Teherán podría aceptar enviar sus reservas de uranio enriquecido a Rusia.

Mientras tanto, sin embargo, Washington sigue imponiendo nuevas sanciones a Irán y enviando bombas "rompebúnkeres" a Israel que podrían ser utilizadas en un posible ataque a instalaciones nucleares iraníes.

Además, el Pentágono está llevando a cabo una violenta campaña de bombardeos contra el grupo chiíta Houthi (también conocido como Ansar Allah) en Yemen, uno de los aliados regionales de Teherán.

Mientras tanto, el enviado estadounidense al Líbano, Morgan Ortagus, además de agradecer públicamente a Israel "por haber derrotado a Hezbolá (sin importar que los israelíes mataron a miles de libaneses para obtener tal "victoria"), está trabajando abiertamente para impulsar un proceso en el país que conduzca al desarme del grupo chií libanés.

Parece que Trump está siguiendo muy de cerca el plan de Mitchell: negociar un acuerdo que garantice que Irán no adquiera armas nucleares, en los términos más favorables para Washington, y mientras tanto hacer todo lo posible para debilitar o destruir a los aliados regionales de Teherán.



Halcones estadounidenses e israelíes

Sin embargo, incluso del lado iraní de las negociaciones hay numerosas incógnitas que podrían llevar a un fracaso de las negociaciones, a una acción militar arriesgada contra Irán, pero también empujar a Estados Unidos hacia una participación regional insostenible desde el punto de vista militar.

En primer lugar, el enfoque pragmático de Witkoff no es aprobado por todos dentro de la administración (Rubio, por ejemplo, no quiere permitir que Teherán enriquezca uranio), y no es compartido por Israel, que desearía un desmantelamiento total del programa nuclear iraní según el llamado "modelo libio".

Según una reciente investigación del New York Times , Trump bloqueó un plan israelí para atacar las instalaciones nucleares iraníes con la ayuda de Estados Unidos.

Después de meses de debate interno, ha surgido una oposición significativa al plan israelí (que incluye, entre otros, a la directora de Inteligencia Nacional, Tulsi Gabbard, el secretario de Defensa, Pete Hegseth, y el vicepresidente J.D. Vance).

Trump habría decidido entonces centrarse inicialmente en las negociaciones, posponiendo una posible operación militar.

Sin embargo, Israel no parece haber renunciado a la posibilidad de llevar a cabo un ataque más limitado sin la ayuda estadounidense, si las negociaciones toman un giro considerado inaceptable por Tel Aviv.

El jefe del Mossad, David Barnea, y Ron Dermer, ministro de Asuntos Estratégicos de Israel y mano derecha del primer ministro Benjamin Netanyahu, también están ejerciendo una fuerte presión sobre Witkoff para que adopte una línea de negociación más dura con Teherán.

Dermer fue visto en Roma, en el mismo hotel donde se alojaba Witkoff, durante las conversaciones que éste mantuvo con la delegación iraní en la embajada de Omán en la capital italiana.

Y previamente, Dermer y Barnea habían “interceptado” a Witkoff en París, nuevamente con el objetivo de presionarlo a adoptar una línea más dura con Irán.

Los funcionarios iraníes han acusado a Israel de intentar por todos los medios sabotear las negociaciones.



El Pentágono en problemas

Mientras tanto, sin embargo, en el conflicto ucraniano, luego en la extremadamente violenta operación militar israelí en Gaza y, finalmente, en la acción estadounidense en el Mar Rojo contra los Hutíes, Estados Unidos está desperdiciando su arsenal bélico como no lo ha hecho desde la Segunda Guerra Mundial.

En agosto de 2024, incluso antes de la reciente campaña de bombardeos lanzada por Trump, Estados Unidos había lanzado 125 misiles Tomahawk contra objetivos del grupo yemení, lo que equivale a más del 3% del arsenal estadounidense de estos misiles de crucero.

Estados Unidos ha disparado cientos de otros tipos de misiles para alcanzar objetivos hutíes o defender sus barcos en la zona.

Los expertos estadounidenses señalan que se trata de un consumo que supera la capacidad de producción estadounidense para sustituir estas municiones, lo que mina la preparación militar de Estados Unidos en caso de un conflicto con China en el Pacífico.

Una posible operación contra Irán agravaría aún más la situación de las fuerzas armadas estadounidenses, que ya operan a ritmos de consumo insostenibles a medio y largo plazo.



Rusia e Irán están vigilantes

Tanto Moscú como Teherán parecen conscientes de los propósitos estratégicos detrás de las maniobras negociadoras de Washington.

Rusia aún no ha revelado sus cartas en las negociaciones sobre el conflicto ucraniano. El Kremlin prefiere que Trump eche la culpa de un posible fracaso de las negociaciones a Kiev, para evitar posibles represalias de los estadounidenses.

Mientras tanto, parece haber una estrecha coordinación entre Rusia e Irán con respecto a las negociaciones sobre el programa nuclear iraní.

Moscú podría asumir el papel de “garante” en un posible acuerdo entre Teherán y Washington, albergando las reservas de uranio enriquecido de Irán y posiblemente devolviéndolas a Irán si Estados Unidos viola el acuerdo.

En una carta al presidente ruso Vladimir Putin, el ayatolá Ali Jamenei reiteró el interés de Irán en mantener su asociación estratégica con Moscú independientemente del resultado de las negociaciones con Washington.

Putin respondió afirmando que las negociaciones en curso entre Rusia y Estados Unidos no alterarán la relación con Irán.

La carta de Jamenei fue entregada personalmente por el ministro de Asuntos Exteriores iraní, Abbas Araghchi, quien viajó a Moscú para actualizar al Kremlin sobre el progreso de las negociaciones nucleares.

Araghchi también viajó a Pekín para informar de manera similar a las autoridades chinas.

De la misma manera, el Kremlin envió a Sergei Shoigu, jefe del Consejo de Seguridad de la Federación Rusa, a China para asegurar al presidente chino, Xi Jinping, la fortaleza de la relación entre Moscú y Pekín tras el inicio de las negociaciones sobre Ucrania con Estados Unidos.

En un discurso pronunciado en marzo ante la Unión Rusa de Industriales y Empresarios, Putin dijo a sus oyentes que no se hicieran ilusiones: “Las sanciones y restricciones son la realidad actual, junto con una nueva espiral de rivalidad económica que ya se ha desatado”.

No hay nada más allá de esta realidad”, afirmó el presidente ruso.

Las sanciones no son medidas temporales ni específicas; son un mecanismo de presión sistémico y estratégico contra nuestra nación. Independientemente de los acontecimientos globales o los cambios en el orden internacional, nuestros competidores buscarán constantemente contener a Rusia y reducir su capacidad económica y tecnológica.

Sin embargo, Putin añadió que si Rusia tiene desafíos que afrontar, los de sus adversarios también son numerosos: «El predominio occidental se desvanece. Se están consolidando nuevos centros de crecimiento global».

Las negociaciones sobre Ucrania y la cuestión nuclear iraní son parte de una batalla más amplia para redefinir el equilibrio mundial. Moscú y Teherán son plenamente conscientes de lo que está en juego.


Fuente: Sinistrainrete