martes, 8 de julio de 2025

El colapso moral del liberal occidental en Gaza

 

 Por Amir Rotem  
      Fue editor jefe de Local Call. Anteriormente, dedicó más de dos décadas a editar y escribir en periódicos y revistas israelíes.


El nuevo libro de Omar El Akkad explora por qué Occidente sólo venera la resistencia en retrospectiva y cómo podemos reconstruir la humanidad a partir de las cenizas del genocidio.


Palestinos desplazados regresan a lo que queda de sus hogares en el barrio de Shuja'iya, al este de la ciudad de Gaza, el 28 de enero de 2025.


     El 24 de octubre de 2023, dos semanas y media después del ataque de Hamás contra Israel, el Ministerio de Salud de Gaza informó de un nuevo y sombrío récord: el bombardeo israelí de la Franja había matado a 704 palestinos tan solo en las 24 horas anteriores. Al día siguiente, el escritor egipcio-canadiense Omar El Akkad publicó una frase ahora famosa en X: «Un día, cuando sea seguro, cuando no haya inconvenientes personales en llamar a las cosas por su nombre, cuando sea demasiado tarde para responsabilizar a nadie, todos habrán estado siempre en contra de esto».

Esa frase tan aguda, que desde entonces ha sido vista más de 10 millones de veces, acompañó a El Akkad hasta febrero de 2025, cuando se convirtió en el título de su tercer libro . «Un día, todos habrán estado siempre en contra de esto», su primera obra de no ficción tras dos aclamadas novelas, es una colección de ensayos que examinan los fracasos y la hipocresía del liberalismo occidental, en particular ante la campaña de limpieza étnica de Israel en la Franja de Gaza.

La propia historia de vida de El Akkad le brinda una perspectiva multifacética sobre el tema. Nacido en El Cairo, su familia emigró a Catar, donde asistió a una escuela estadounidense. A los 16 años, se mudaron a Canadá. 

En mi última mañana en Catar, la temperatura máxima rondaba los 40 grados Celsius, o 110 grados Fahrenheit”, escribe en el libro. “Ahora, magnificada por la sensación térmica, de la que nunca había oído hablar, Montreal desciende a 30 o 40 grados bajo cero, donde la diferencia entre Celsius y Fahrenheit ya no importa mucho”.


Omar El Akkad, en un evento en Powell's Books, Portland, Oregón, 8 de abril de 2025.

Tales recuerdos, de un hijo de inmigrantes de piel oscura que se desenvuelve en un mundo blanco, reflejan los tipos de colisiones culturales que sacuden los cimientos personales y hacen visibles las estructuras subyacentes de la sociedad. Sin embargo, la perspectiva única de El Akkad, a pesar de lo que su nombre y antecedentes puedan sugerir, está profundamente arraigada en la sociedad occidental. 

"He asistido a colegios británicos y estadounidenses desde los 5 años", dijo en una entrevista tras la publicación del libro. "Desde muy pequeño he estado muy conectado con esta parte del mundo". 

Durante el último año y medio, ha habido un elemento de complicidad personal que convierte todas estas pequeñas fracturas que vi durante mi infancia, o a lo largo de mi vida, en parte de una ruptura mayor —continuó—. Es el relato de una ruptura: ha habido algo a lo que he estado anclado la mayor parte de mi vida. Ahora me siento desvinculado de ello, pero no sé qué soy al otro lado.


Algún día, todos habrán estado siempre en contra de esto”, por Omar El Akkad.

La entrada y salida de El Akkad del "Primer Mundo" otorga a su lenguaje, rico en matices, una profundidad y un peso únicos. "Poco después de mi nacimiento, en 1982", escribe, "el hombre que mató a Sadat [presidente egipcio Anwar] fue fusilado, y durante años todo el país vivió bajo la asfixiante gravedad de la ley marcial. Para estar en la calle de noche se requería una razón formal, o de lo contrario uno se arriesgaba al acoso de los soldados, que parecían convertir cada intersección en un control militar. He aprendido que es un sello distintivo de las sociedades en decadencia, este requisito de tener siempre una razón válida para existir".

El arresto fortuito de su padre aceleró la emigración de la familia a Qatar, donde El Akkad conoció los extraños contornos de la vida de expatriado. 

En Oriente Medio vi llegar a norteamericanos y europeos y refugiarse de inmediato en complejos cerrados y amistades cerradas”, explica. “Tan normalizado estaba este aislamiento que un occidental podía pasar décadas en un lugar como Qatar y solo lidiar brevemente con las incomodidades del estilo de vida de su país anfitrión. (Me sorprendería mucho, años después, al llegar a Occidente y descubrir que precisamente esto era una acusación rutinaria dirigida a la gente de mi parte del mundo. Simplemente no hicimos lo suficiente para aprender el idioma, la cultura. Nos negamos obstinadamente a asimilarnos [énfasis en el original]).”

Aun así, decidió recorrer el camino que se le presentaba. «Sabía que nada de esto era para mi beneficio, pero podía establecerme en él [Occidente]», escribe. «Creía firmemente, no en ningún límite a lo que esta sociedad permitiría que se le hiciera a gente como yo, sino en lo que permitiría que se le hiciera a sí misma, a sus propios derechos, libertades y principios».

Durante una década, El Akkad trabajó como corresponsal extranjero para un importante periódico canadiense, informando desde Afganistán durante la guerra de Estados Unidos, desde El Cairo en pleno auge de la Primavera Árabe y desde Washington. Aunque entrenado para cuestionarlo todo, se aferró a una fe firme en la justicia inherente de la narrativa occidental. Hasta que ya no pudo más.


Humo se eleva tras un ataque israelí en el norte de la Franja de Gaza, 21 de mayo de 2025.

Arena en los engranajes del genocidio

Como narrador, El Akkad comenzó a percibir una narrativa recurrente entre los occidentales blancos bienintencionados: una reverencia hacia las poblaciones indígenas de todo el mundo que se habían enfrentado a sus conquistadores. Sin embargo, es crucial que esa reverencia rara vez se extendiera a la resistencia palestina. Para los árabes como él, existía una constante expectativa de contrición. 

En realidad, no importa mucho qué condene ni con qué vehemencia”, escribe El Akkad. “Pertenezco a una etnia, una religión y un lugar en el sistema de castas del mundo occidental para los que no existe condena suficiente. Esto es lo que debemos hacer, siempre y excluyendo todo lo demás: condenar, disculparnos y guardar silencio sobre cualquier atrocidad cometida por alguien que no sea aquel a quien se nos atribuye lealtad perpetua.

No basta”, continúa, “con decir que desprecio a Hamás por la misma razón que desprecio a casi todas las entidades gobernantes de Oriente Medio: entidades obsesionadas con la violencia como ética, brutales en su trato a grupos minoritarios que, en su opinión, no deberían existir y que se autoproclaman los verdaderos protectores de toda una religión”.

Para El Akkad, una de las señas de identidad del liberalismo occidental es «la suposición, en retrospectiva, de que la resistencia virtuosa es la única expectativa cortés de quienes sufren el colonialismo. Mientras ocurre lo terrible —mientras se sigue robando la tierra y se sigue asesinando a los nativos—, cualquier forma de oposición es terrorista y debe ser aplastada por el bien de la civilización. Pero décadas, siglos después, cuando se ha robado suficiente tierra y asesinado a suficientes nativos, es lo suficientemente seguro como para venerar la resistencia en retrospectiva».

El libro se escribió en Estados Unidos, antes de la victoria de Trump, mientras el gobierno de Biden mentía , encubría los crímenes de guerra de Israel y lo inundaba de armas para permitir la continua destrucción de Gaza. Una y otra vez, El Akkad expresa su disgusto ante la recurrente exigencia de elegir entre algo claramente terrible y algo apenas menos terrible. La amenaza implícita: si te niegas a alinearte con el mal menor, la carga de lo que viene después recae sobre ti, no sobre quienes no están dispuestos a ofrecer nada más ético, evolucionado o esperanzador. 

Cuando las naciones más ricas del mundo deciden, con el pretexto más frívolo, recortar la financiación a la única agencia que se interpone entre miles de civiles y una muerte lenta y espantosa por inanición, es una medida antiterrorista prudente”, escribe. “Pero cuando los votantes deciden que no pueden, en conciencia, participar en la reelección de quien permita esta inanición, se les tacha de patanes, en el mejor de los casos, o incluso de posibles facilitadores de una toma de control fascista de la democracia occidental”.


La eurodiputada franco-palestina Rima Hassan lleva la bandera palestina en una manifestación en París, Francia, el 12 de junio de 2025.

La mirada de El Akkad oscila entre el liberalismo occidental y sus limitaciones inherentes, y quienes se resisten a él, desde Aaron Bushnell , el aviador estadounidense que se prendió fuego frente a la embajada de Israel en Washington, hasta la poeta queer palestino-estadounidense Rasha Abdulhadi, cuyo llamado a la acción cita: «Estés donde estés, cualquier arena que puedas arrojar sobre los engranajes del genocidio, hazla ahora. Si es un puñado, tírala. Si es una uña entera, sácala y tírala. Interfiere como puedas».

Lo que es imposible de ignorar, señala, es la apatía que tan a menudo acompaña a este lanzamiento de arena. “Uno dona sus honorarios por conferencias a una organización benéfica que intenta llevar ayuda médica y alimentos a niños hambrientos y, al otro lado, solo hay silencio. Uno le aconseja al director de un festival que cualquier reconocimiento del horror es mejor que ninguno, sabiendo que lo que casi con seguridad seguirá a ese reconocimiento es un silencio, o un aplauso cortés que se convierte en su propia forma de silencio. Ninguna sociedad en la historia de la humanidad ha donado o aplaudido para salir de un genocidio”.

Ante la amenaza existencial que la guerra de Israel contra Gaza representa para su imagen, cabría esperar que los liberales occidentales consideraran el argumento central de El Akkad. Y, sin embargo, más allá de las facciones ideológicas proisraelíes que se aferran al dogma por encima de la verdad, es más probable que quienes se autodenominan progresistas reconozcan la injusticia del pasado solo cuando ya no se puede hacer nada para cambiarla, cuando lo máximo que pueden hacer es encogerse de hombros con cansancio: «Es lo que es» o «No teníamos otra opción».


El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, se reúne con el entonces presidente estadounidense, Joe Biden, en Tel Aviv, el 18 de octubre de 2023.

Una diferencia notable entre el conservador occidental moderno y su contraparte liberal”, escribe, “es que el primero firmará alegremente su nombre en el costado de la bomba, mientras que el segundo simplemente la inicializará tímidamente”.

El Akkad insiste en destacar el grito silencioso de quienes no pueden, o no quieren, hacerse a un lado; quienes sienten un malestar visceral al pensar en cómo se enmarcarán las cosas retrospectivamente. Pero también insiste en la esperanza de que, de las brasas ocultas en las ruinas y el trauma, algún día surja una humanidad de la que no nos avergoncemos de formar parte.

Por ahora, hay buenas razones para no cooperar con los santurrones. «Cada descarrilamiento de la normalidad importa cuando lo que se está volviendo normal es un genocidio», escribe El Akkad. «Cada pequeño acto de resistencia entrena el músculo que lo hace, de la misma manera que apartar la mirada del horror fortalece ese músculo en particular, preparándolo para ignorar un horror aún mayor por venir».

Fuente: +972

Concentración en Murcia contra el abandono de la Comunidad Autónoma a migrantes menores no acompañados

 










lunes, 7 de julio de 2025

Desastre planetario, negacionismo y revuelta

 

 Por Luiz Marques  
      Profesor brasileño de docencia libre y colaborador del Departamento de Historia del Instituto de Filosofía y Ciencias Humanas (IFCH) de la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp).


El planeta vive, desde el cambio de siglo, una sucesión anormal de crisis, guerras y ataques a la naturaleza. Gobiernos y corporaciones se vendan los ojos frente al abismo. Para evitarlo, necesitamos de rupturas institucionales recivilizadoras.


     La evidencia del desastre planetario en curso y la negación de esta evidencia —o al menos el rechazo a admitirla plenamente— son los dos rasgos que definen nuestro tiempo. De ahí la posición central en nuestros días del problema del negacionismo, fomentado por la desinformación y el autoengaño.




Negacionismo es un término polisémico, que presenta diversos aspectos y grados, desde el más tosco y pueril, típico de la extrema derecha, al más docto y universitario, camuflado en la ficción del crecimiento sostenible. Al contrario de la acepción original del término negacionismo como relativización o negación de la existencia de los campos de exterminio creados por el Tercer Reich, el negacionismo contemporáneo tiene por foco desacreditar el consenso científico. Debe definirse como el rechazo ciego e irracional a aceptar las alertas científicas sobre las causas de las catástrofes locales y regionales ya observadas cotidianamente, siendo que tal rechazo implica elegir la propia ruina. Esa elección está motivada en general por interés económico, pero también por la ideología del desarrollismo, por una inversión en la propia ignorancia, por fanatismo religioso y, con más frecuencia, por una mezcla de todas esas motivaciones.

En el cuadro general de este desastre planetario, la emergencia climática y la aniquilación de la biodiversidad son las crisis más sistémicas. El clima es la condición de posibilidad de los bosques y los bosques son, por su parte, la condición de posibilidad de la estabilidad del clima. Sin un clima mínimamente estable y sin bosques no hay agricultura, estabilidad de los ciclos hidrológicos y, sobre todo, posibilidad de regulación térmica de los organismos. No podemos —nosotros y las demás especies— sobrevivir fuera de nuestro nicho climático[1].




Se trata de una imposibilidad biológica, indiferente a las aparentes balas de plata de la tecnología. Pero viene mucho más a enfrentarnos además de las emergencias climática y de biodiversidad. La densificación (intensificación y mayor frecuencia) de innumerables crisis sistémicas, actuando en sinergia y reforzándose recíprocamente, indican de modo cada vez más inequívoco la inminencia de un desastre colectivo. Esbozamos un cuadro general de las más importantes de esas crisis:


  1. Aumento continuo del consumo de energía (sobre todo fósil, pero no solo)

  2. Aumento igualmente continuo de la minería, con inaceptables impactos ambientales

  3. Desestabilización del sistema climático sobre todo por la quema de combustibles fósiles

  4. Desregulación de los ciclos hidrológicos (sequías e inundaciones) como efecto de esa desestabilización

  5. Elevación del nivel del mar, afectando infraestructura, recursos hídricos y ecosistemas costeros

  6. Sustitución de la agricultura por el agronegocio en el ámbito de la globalización del sistema alimentario

  7. Destrucción y degradación de los bosques y demás mantos vegetales naturales por el agronegocio

  8. Antropización, artificialización y degradación biológica de los suelos, sobre todo por el agronegocio

  9. Mayor riesgo de epidemias y pandemias con mayor extensión geográfica de sus vectores

  10. Facilitación de zoonosis por la cría intensiva de animales para la alimentación humana

  11. Aumento explosivo de la generación de residuos, incluso en la estratosfera

  12. Envenenamiento químico-industrial de la biosfera, con la creciente enfermedad de los organismos

  13. Disminución acentuada de la fertilidad humana y de otras especies

  14. Sobrepesca y destrucción generalizada de la vida marina

  15. Aumento de las especies invasoras a escala global

  16. Empobrecimiento genético de las especies seleccionadas por el agronegocio

  17. Creciente resistencia bacteriana a los antibióticos usados en humanos y otros animales

  18. Aniquilación de la biodiversidad resultante de los diecisiete factores precedentes

  19. Riesgos crecientes de las nuevas tecnologías (geoingeniería, nanotecnología, energía nuclear, etc.)

  20. Opacidad y transferencia creciente de poder de decisión a los algoritmos de IA

  21. Uso de estos algoritmos para la sustitución y precarización del trabajo

  22. Manipulación de comportamientos por estos algoritmos, exacerbando el individualismo

  23. Uso de estos algoritmos para fomentar el descrédito de la ciencia y de la democracia

  24. Brotes de irracionalidad y, en particular, de fanatismo religioso

  25. Aumento de la desigualdad y concentración de poder en manos de oligarquías económicas

  26. Financiarización extrema de la esfera económica

  27. Preponderancia de la economía como criterio de evaluación del éxito de las sociedades

  28. Reducción de los Estados a la función de facilitadores y gestores de las demandas del mercado

  29. Recrudecimiento del patriarcado, del racismo y de ideologías nacionalistas y nazifascistas

  30. Proliferación de guerras y conflictos armados, como efecto de los 29 factores anteriores.

Aunque de tipos y naturalezas muy diversas, estas crisis representan aspectos imbricados de una única crisis planetaria de la civilización a la que se da el nombre de capitalismo globalizado (incluyendo, obviamente, a Rusia y a China). Esta crisis planetaria puede ser mejor caracterizada como la crisis de nuestra civilización termo-fósil, una civilización basada en la quema de carbono, en la destrucción de la biosfera, en la acumulación y concentración de capital por megacorporaciones, en la disociación hombre-naturaleza, en la ilusión de la potenciación energética ilimitada y en la ideología de que no hay otro mundo posible.

En el cuadro general de este elenco de crisis, la emergencia climática, la aniquilación de la biodiversidad, el envenenamiento planetario y las guerras (con el riesgo ahora extremo de una guerra nuclear entre Rusia y la OTAN) tienen potencial, incluso consideradas de forma aislada, para amenazar existencialmente a las civilizaciones humanas y a la sobrevivencia de millones de especies, incluyendo la nuestra. Pero ellas están asociadas entre sí y actúan en sinergia con las demás crisis ya enunciadas, de modo que el caos irreversible que están en vías de engendrar se vuelve casi una certeza. Sucede que hay un bloqueo cognitivo, ideológico, emocional y psicológico de las sociedades para aceptar y comprender esta cuasi certeza. El negacionismo contemporáneo se vuelve, de este modo, el factor decisivo en precipitarnos hacia ese caos. Él es el mayor responsable de la baja reactividad de las sociedades frente a la ruina que ya empieza a caer sobre la vida en la Tierra. Si no hay una revuelta política de las sociedades a la altura de la extrema gravedad de esa poliédrica crisis planetaria, la condena a lo peor en un futuro cada vez más próximo es inapelable.

El rechazo de la guerra y la revalorización de la política

Esta revuelta política contra el caos tiene por primera condición de posibilidad la revalorización de la política y el rechazo a su reemplazo por la guerra. Clausewitz se equivoca cuando afirma que la guerra es la continuación de la política por otros medios[2]. Esa tesis es repetida ad nauseam por los que se lucran con la guerra o —más ampliamente— por los que la consideran inevitable, ya que derivaría de la agresividad de nuestra especie. Nadie ignora que nuestra especie es extremadamente agresiva y que la guerra es parte constitutiva de la historia humana. Pero justamente por eso la política es el invento más importante de nuestra especie, ya que su finalidad es doble. Primero, la política permite contener y controlar esa agresividad, sublimarla y canalizarla hacia el juego de enfrentamientos extremos, pero civiles y pacíficos, entre grupos sociales, entre alianzas partidarias, parlamentarias y electorales. Es justa la inversión de la fórmula de Clausewitz propuesta por Michel Foucault, cuando afirma en 1976 que “la política es la guerra continuada por otros medios”[3].


‘Apoteosis de la guerra’ (1871) de Vasily Vereshchagin.

Pero si la política es una forma de guerra a través de la que se puede evitar la guerra, ella también es la invención por la cual es posible fortalecer el otro componente constitutivo de nuestra especie y de nuestra historia: la cooperación. La política permite imaginar otras formas de civilización en las que el lenguaje, la lógica, el conocimiento de la experiencia histórica, los patrones de causalidad, la argumentación, el derecho y las aspiraciones a la justicia tienen mejores condiciones de prevalecer sobre nuestra agresividad. Política y lenguaje son dos caras de la misma moneda. Ambas constituyen en general el dominio de lo simbólico y del imaginario, y es a partir de ellas que se hace la sustancia de lo mejor de cualquier civilización. La guerra, al contrario, es la negación del poder del lenguaje y, por lo tanto, la renuncia del proyecto humano. Además de negar ese proyecto, la guerra hoy funciona como: (1) un poderoso feedback de retroalimentación de todas las crisis enunciadas arriba y (2) un obstáculo fundamental a cualquier esfuerzo de concertación entre las sociedades para atenuar los impactos actuales y venideros de las crisis planetarias, con el fin de hacerlos menos adversos a las sociedades y a la vida pluricelular en general. Hoy, más que nunca, la guerra debe ser evitada, si tenemos, de hecho, alguna intención de sobrevivir.

El trienio 2006-2008

Las Torres Gemelas de Nueva York en 2001, la guerra de Afganistán (2001-2020), las masacres de la OTAN en Kosovo y su expansión en dirección a Europa oriental (1999-2009) y, sobre todo, la invasión de Irak en 2003 por los EE. UU. —que engendró las guerras sucesivas del autodenominado Estado Islámico (2004-2019)— pusieron fin definitivamente al período en el que el capitalismo globalizado podía generar al menos la ilusión de que algún consenso político era posible. En este contexto de guerras, el trienio 2006-2008 presencia la conjunción de tres crisis íntimamente relacionadas:

  1. La superación del cénit de la curva ascendente de la oferta de petróleo convencional en 2006. Como afirma la Agencia Internacional de la Energía (AIE) en su informe de 2010: “la oferta de petróleo crudo alcanza una meseta ondulada entre 68 y 69 millones de barriles por día (mb/d) hasta 2020, pero nunca vuelve a superar su pico de 70 mb/d alcanzado en 2006, mientras la producción de gas natural líquido (NGLs) y de petróleo no convencional crece fuertemente”[4]. La superación de este pico de la curva de la oferta de petróleo convencional representa el fin de la era del petróleo barato y fácilmente accesible, con dos implicaciones: (a) una EROI (Energy Returned on Investement, o sea, la tasa de energía recuperada por energía invertida) cada vez más desfavorable y (b) crecientes emisiones de gases de efecto invernadero por cada barril de petróleo no convencional extraído. Entre otros factores más coyunturales, la percepción del fin de esa era del petróleo barato y fácilmente accesible causó un salto sin precedentes en los precios del barril de Brent (146 US$ en julio de 2008). La crisis financiera de 2008 —en parte causada por estos precios estratosféricos— precipitó una posterior caída no menos brutal de dichos precios y, sucesivamente, una crónica inestabilidad en este mercado, como muestra la Figura 1.




La crisis de las subprimes en los EE. UU. fue el detonante de un colapso financiero mundial y posiblemente de una desestabilización irreversible del orden financiero global, así como un punto de no retorno en el proceso de concentración de capital y renta. En los EE. UU., desde 2008, como bien señala Victoria Finkle[5]:

  1. La brecha entre los ricos y el resto también se ha ampliado. El 1% más rico de los estadounidenses ahora controla [2018] casi el 40% de la riqueza del país, mientras que el siguiente 9% controla casi la misma cantidad. Mientras tanto, la gran mayoría de los estadounidenses ha visto disminuir su participación desde la crisis: el 90% más pobre controlaba poco más del 20% de la riqueza total en 2016, frente a aproximadamente el 30% a inicios de la década de 2000.

    Otro efecto de esta crisis fue la polarización política en la sociedad estadounidense, con sus reflejos en los estados satélite de Europa. La incapacidad de las sociedades de vislumbrar una alternativa sistémica y radical al capitalismo causó la mayor paradoja de esta crisis en el ámbito político e ideológico: los protagonistas del neoliberalismo más depredador asumieron, a ojos de importantes segmentos de la sociedad, la imagen salvadora de políticos antisistema. En alguna medida, Trump, el Tea Party y la extrema derecha europea y latinoamericana (Bolsonaro, Milei, etc.) son el último resultado de la crisis de 2008 o, más precisamente, del rencor de las sociedades frente a un capitalismo financiero globalizado incapaz de atender a sus mínimas expectativas de seguridad económica. En esta tercera década crece entre los analistas del sistema financiero internacional el temor de una próxima crisis financiera de magnitud igual o superior a la de 2008[6].

  2. En 2007-2008 se registra un primer salto en los precios de los alimentos, repetido en 2001, como corolario de sequías exacerbadas por la emergencia climática, especulación financiera sobre las commodities agropecuarias y la cartelización de los insumos agrícolas por megacorporaciones agroquímicas, aumento que generó las revueltas del hambre en más de 40 países y la llamada Primavera Árabe. La Figura 2 muestra estos dos saltos (2008 y 2011) en los precios de los alimentos.




La proliferación de guerras en la segunda década

En parte como resultado de estos tres factores, a partir de 2011 estallan las guerras aún en curso en Siria, Libia (con la masacre de la población civil por siete mil incursiones de bombardeo de la OTAN en 2011), en Yemen (a partir de 2014) y en diversos países de África subsahariana. Según la FAO, tras décadas de progresos continuos en la disminución de la inseguridad alimentaria, esta tendencia se invierte después del 2014 con una mayor generalización del hambre, intensificada por gobiernos neoliberales y, más recientemente, por la pandemia, por la guerra de Ucrania y las demás guerras. A partir del tercer decenio, las guerras y los conflictos armados internos o entre dos o más estados nacionales se extendieron aún más por África, Asia y Europa. Algunos ejemplos son las guerras que surgen entre 2021 y 2023 en Myanmar, Ucrania, Sudán y Etiopía, como también el genocidio del pueblo palestino por el Estado de Israel con armas y apoyo de los EE. UU. y la Unión Europea y con la más completa indiferencia de los países árabes (2023-2024). Estas guerras y las crecientes tensiones entre Israel e Irán agregan aún más inestabilidad a la seguridad energética y alimentaria. El Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI) contabilizó 56 Estados nacionales en conflicto armado en 2022, cinco más que en 2021[7]. El informe de 2024 del SIPRI registra gastos militares globales de más de 2,4 billones de dólares en 2023, un aumento de 6,8% en términos reales en relación a 2022 y el mayor aumento desde 2009. Los gastos en defensa de los EE. UU. ascienden a 0,916 billones de US$ en 2023 (0,778 billones en 2020) y los de los 31 países de la OTAN, a más de 1,3 billones (el 55% de los gastos militares mundiales). Y ya que las armas piden guerras, la Figura 3 muestra la extensión global de conflictos armados a partir del segundo decenio.




Conclusión

Guerras entre humanos y guerra contra la naturaleza son las dos caras interrelacionadas del desastre planetario en curso, con sus víctimas cada vez más numerosas. El Internal Displacement Monitoring Centre (IDMC), de Ginebra, contabiliza, solo en 2023, desplazamientos internos de 75,9 millones de personas en todo el mundo, lo que representa un nuevo récord mundial, siendo que, de ese total, 68,3 millones perdieron sus lugares de residencia a causa de guerras y conflictos armados y 7,7 millones por desastres, la mayoría causados o exacerbados por la emergencia climática y la deforestación. El número de desplazados internos creció 50% en los últimos 5 años[8]. Por su parte, el Global Report on Food Crises 2024 contabiliza 90,2 millones de personas desalojadas en 2023, siendo 64,3 millones desplazados internamente en 38 países o territorios y 26 millones de refugiados buscando refugio en otros países, un aumento ininterrumpido de víctimas desde 2013, como se muestra en la Figura 4.




El único denominador común a las guerras, al inmenso sufrimiento y a la destrucción ambiental imperante es el negacionismo, es decir, la incomprensión de que lo que está en juego, aquí y ahora, es nuestra sobrevivencia como sociedades organizadas al igual que la de gran parte de las especies (de las cuales, además, dependemos existencialmente). Dicho con otras palabras, las guerras y la energía gastada en acusaciones mutuas y en retóricas nacionalistas de confrontación posponen ad calendas graecas la aplicación de los acuerdos globales para detener la quema de combustibles fósiles y la destrucción de la biosfera por el agronegocio y por la minería. La brutalidad de las guerras y la estupidez de las ideologías nacionalistas ocultan trágicamente la percepción de lo esencial: la vertiginosa destrucción de las bases físico-químicas y biológicas planetarias que viabilizan cualquier proyecto social.

Es necesario reaccionar contra este engranaje que no tiene nada de inevitable. Es necesario rebelarse contra el negacionismo de los gobernantes y de las corporaciones. Es necesario afirmar que somos capaces, como sociedades, de poner punto final a la procrastinación política y a este estado de guerra permanente. Esta revuelta es una apuesta por una alianza renovada entre principios heredados de la historia y la imaginación de un planeta futuro habitable para los jóvenes de hoy y las generaciones venideras. Esta alianza se puede expresar en cinco puntos programáticos:

  1. La democracia, entendida como soberanía popular participativa y como control efectivo de los gobernantes por los gobernados, tiene el poder de vencer las oligarquías, sean estas ejercidas por regímenes dictatoriales o por los engranajes corporativos y financieros. La política y la democracia son la única negación válida y posible de la injusticia, de la anomia y de la guerra.

  2. Las sociedades tienen la facultad de comprender sus propios desafíos, por más complejos que sean, y esta comprensión es un paso fundamental en el proceso de su enfrentamiento. Decisiones colectivas racionales pueden prevalecer sobre las pulsiones agresivas de nuestra especie.

  3. La cuestión social y la cuestión ecológica son indisociables. En el siglo XXI, se convierten en una sola cuestión, aunque poco asimilada por sectores hegemónicos de las izquierdas. En otras palabras, todo problema social solo puede ser considerado resuelto si redunda en la disminución del impacto antrópico sobre el sistema Tierra y si redunda también en la disminución de las desigualdades entre los humanos y entre estos y las demás especies.

  4. Resolver problemas de la magnitud de los que hoy enfrentamos supone abandonar gradualismos y aceptar el desafío de emprender una mutación civilizatoria, la cual requiere rupturas institucionales, con sus altos e inevitables riesgos, dada la naturaleza inherentemente conflictiva del proceso histórico. Estas rupturas, sin embargo, solo serán posibles y efectivas si son políticas, es decir, sin intervención de militares, sector primitivo y parasitario (2,4 billones de US$ en 2023, recordemos) de la sociedad que puede y debe, finalmente, extinguirse en el curso de esta mutación civilizatoria.

  5. Los que consideran esta mutación civilizatoria irrealista deben entender que no intentar realizarla es aún más irrealista, ya que la trayectoria actual, con sus cambios cosméticos y paso de tortuga, nos condena ciertamente a un planeta inhabitable en el horizonte de las próximas décadas.




Notas

[1Cf. Chi Xu et al., “Future of the Human Climate Niche”, PNAS, 117, 21, p. 11350-5, 26/05/2020.

[2Cf. K. von Clausewitz, De la guerre [1832], D. Naville (trad.), París, 1955, p. 67.

[3Cf. Michel Foucault, “Il faut défendre la société”, curso en el Collège de France, 1975-1976, París, 1997, pp. 15-16, citado por Audrey Hérisson, “Clausewitz versus Foucault: regards croisés sur la guerre”, Cahiers de philosophie de l’Université de Caens, 55, 2018, pp. 143-162: “Le pouvoir, c’est la guerre, c’est la guerre continuée par d’autres moyens. Et à ce moment-là, on retournerait la proposition de Clausewitz et on dirait que la politique, c’est la guerre continuée par d’autres moyens”.

[4Cf. AIEWorld Energy Outlook, 2010, p. 48.

[5Cf. Victoria Finkle, “The crisis isn’t over”, American Banker, 2018.

[6Cf. A. Leparmentier, “Aux États-Unis, les nuages d’une crise financière s’amoncellent à l’horizon”, Le Monde, 01/06/2024.

[7Cf. Stockholm International Peace Research Institute, SIPRI Yearbook 2023. Armaments, Disarmament and International Security, SIPRI, 2023.

[8Cf. “Conflicts drive new record of 75.9 million people living in internal displacement”, IDMC, 14/05/2024.

Fuente: 15/15/15