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miércoles, 16 de abril de 2025

Una «bomba atómica» arancelaria

 

 Por Valerio Arcary  
      Historiador y profesor universitario doctorado en Historia. Integrante de la dirección nacional del Partido Socialista de los Trabajadores Unificado (PSTU) de Brasil.


Es imposible entender el «momento Trump» de la actual guerra arancelaria sin tener en cuenta la presión de más de cuarenta años de crónicos y gigantescos déficits comerciales y fiscales en Estados Unidos



     Estados Unidos ha desatado una ola de choque en la economía mundial sin parangón en los últimos cuarenta años: una contraofensiva en gran escala para defender la supremacía de Washington en el mercado mundial y en la comunidad internacional de Estados. Quienquiera que subestime las consecuencias de semejante contraofensiva está cometiendo un error imperdonable.




El impacto de esa contraofensiva podría compararse sólo con el «momento Nixon» de 1971, cuando Washington subvirtió los Acuerdos de Bretton Woods y puso fin a la convertibilidad fija del dólar en oro, para lo cual procedió a devaluar la moneda de reserva a fin de poder hacer frente al crecimiento alemán y japonés, al aumento del déficit comercial estadounidense y a la necesidad de financiar la guerra de Vietnam[i].

O con el «momento Reagan», cuando la Reserva Federal elevó al 21,5 % la tasa de interés de referencia para combatir una inflación superior al 13,5 %, el escalamiento de la deuda pública, que alcanzó entonces por primera vez el billón de dólares, la necesidad de financiar la carrera armamentística contra la URSS tras el triunfo revolucionario en Nicaragua —que amenazaba con extenderse a toda Centroamérica—, así como en Irán —que a su vez amenazaba con desatar una ola de radicalización islámica contra Israel—, y la caída de las dictaduras en el cono sur de América Latina[ii].

Es imposible entender el «momento Trump» de la guerra arancelaria sin tener en cuenta la presión que ejercen más de cuarenta años de crónicos y gigantescos déficits comerciales y fiscales que son el talón de Aquiles de Estados Unidos, aun cuando no hayan impedido un miniboom con Ronald Reagan en los ochenta, Bill Clinton en los noventa y George Bush hijo en la primera década del siglo XXI. Cualquier otro país, incluso entre las grandes potencias, se habría sumido en una espiral de inflación, desinversión, recesión y desgobierno. Por su comportamiento, tales déficits constituyen una distorsión, una «excepcionalidad» o una «anomalía».

Ningún país puede mantener indefinidamente una disfuncionalidad o un patrón de consumo dependiente de un endeudamiento «infinito» que descansa en las reservas de capital de otros Estados y de fracciones de la burguesía extranjera que compran bonos del Tesoro yanqui. Ello ha sido posible sólo porque Estados Unidos, la mayor potencia mundial, tiene casi el monopolio de la emisión de moneda de reserva, ya que el papel del euro, la libra o el franco suizo es mucho menor.

Paradójicamente, Estados Unidos funge como «aspiradora» de la acumulación capitalista al tiempo que mantiene sobrevalorado el dólar, haciendo menos competitiva la economía estadounidense. El desafío estratégico se ha hecho evidente en los últimos diez años: el contraste entre el estancamiento de los centros imperialistas tras la crisis de 2007/08 y el salto cualitativo del fortalecimiento de China ha hecho sonar las alarmas de una fracción de la burguesía estadounidense.




En 2024, el déficit comercial de Estados Unidos rondaba los 918.400 millones de dólares, mientras el déficit fiscal alcanzaba los 1,8 billones de dólares[iii]. La deuda pública es de 36 billones de dólares y solamente el pago de intereses consumirá 1 billón de dólares, cifra superior al presupuesto militar total del Pentágono[iv]. El Producto Interno Bruto (PIB) de Estados Unidos ascendía para esa fecha a 29,16 billones de dólares, todavía un 26,5 % del total mundial, pero en declive[v].


La deuda del gobierno federal estadounidense asciende a 36 billones de dólares.

En teoría, esos déficits gemelos no deberían ser posibles. Pero así es. El orden de Bretton Woods, surgido a raíz de la catástrofe de las dos guerras mundiales, dio paso a la creación del Fondo Monetario Internacional (FMI), precisamente para evitar que esos desequilibrios fueran sólo transitorios y susceptibles de mantenerse bajo control, y no el detonante de un nuevo crash mundial como el ocurrido en 1929. Aún así, Estados Unidos rompió con Bretton Woods en 1971 para preservar intacto su estatus de potencia, y de nuevo en 1981, para arrinconar a la URSS e imponerle la restauración del capitalismo.

Entre 2001 y 2005, América Latina se vio convulsionada por una ola revolucionaria provocada por una década de ajustes neoliberales. La crisis mundial de 2007/08 fue una señal de que la financiarización tenía límites inevitables y de que su costo era políticamente insostenible. En el Magreb, la oleada revolucionaria se extendió de Túnez a Egipto y a Siria.

¿Qué puede explicar esa «excepcionalidad» estadounidense? El hecho de que Estados Unidos emita la moneda de reserva mundial sin respaldo y sin reglas. El derecho de señoreaje del dólar enfrentó límites hasta 1971, pues Bretton Woods había condicionado el papel de moneda de reserva a la paridad fija de convertibilidad con el oro. Pero esa regla expiró hace más de medio siglo.

La superioridad de Estados Unidos se impuso en el mundo porque ese privilegio fue decisivo para mantener una maquinaria bélica que hacía las veces de «paraguas atómico» que protegía a la Tríada. Al mismo tiempo, el papel del gigantesco mercado interior estadounidense como «importador de último recurso» permitió a Europa y a Japón, pero también a China, entre otros, acumular superávits comerciales que financiaron el déficit fiscal por medio de la adquisición de títulos de deuda estadounidenses. Así funcionó durante décadas en el período posterior a 1989/91. La estrategia neoliberal de financiarización garantizó la supremacía unipolar tras la restauración capitalista en la exURSS. Pero con el tiempo se habría de agudizar una contradicción.

Desde la crisis de 2007/08 y la transición de Bush hijo a Barack Obama, hasta el primer mandato de Donald Trump, Estados Unidos ha practicado la estrategia del QE (Quantitative Easing), es decir, de la «flexibilización cuantitativa» o relajación monetaria. La llamada Quantitative Easing consistió en la adopción de tipos de interés negativos o inferiores a la inflación para estimular el consumo y la producción. De esa forma, se producía una «fuga hacia delante» —combatiendo el exceso de liquidez con más liquidez— y se mantenía a raya las perspectivas de una depresión mundial como la de los años treinta del siglo XX, sin que por ello se llegase a impedir lo que se conoce como la década perdida, tras lo cual vino la pandemia.

Entretanto, inevitablemente se sobrevalorizó el dólar y se exacerbó el desplazamiento industrial hacia Asia. El capitalismo mundial ganó «tiempo histórico», pero tanto en Europa como en Estados Unidos aumentaron la pobreza y la desigualdad social. Black Lives Matter se convirtió en el mayor fenómeno de movilización social en Estados Unidos en décadas, y echó a andar a toda una nueva generación. El choque arancelario de Donald Trump tiene como objetivo explícito internalizar las cadenas de producción. Pero también está dirigido a ejercer presión para que se devalúe el dólar, se reduzca la tasa de interés de referencia de la Reserva Federal —que ha aumentado con la inflación pospandémica— y se prorrogue el perfil de la deuda pública estadounidense.

La «ironía dialéctica» de la historia ha estribado en el hecho de que durante la etapa de la globalización, o del apogeo de la supremacía estadounidense, el país que más creció, se modernizó e industrializó fue China, que está empezando a desdolarizarse por medio de la articulación de los BRICS. China mantiene ya un sistema de pagos en su propia moneda con Rusia, desde que las sanciones por la guerra de Ucrania provocaran una ruptura con el sistema SWIFT[vi].

La sobrevaloración del dólar hizo que los costos de producción fueran muy elevados en Estados Unidos, y la estrategia de globalización favoreció la transferencia industrial a Asia. La libre circulación de capitales financió la industrialización acelerada de China. Lo gigantesco del mercado interior estadounidense le aseguró el papel de «importador mundial». Pero al mismo tiempo, la supremacía estadounidense pasó a depender de su superioridad financiera y militar. Los costos del mantenimiento de las fuerzas armadas como «paraguas atómico» llegaron a ser desproporcionados. El choque de Trump responde a esa amenaza. Los aranceles son una movida táctica que obedece a una estrategia mucho más amplia. Parece una «locura», pero sigue un «método».

Donald Trump tiene un plan y su estrategia es coherente con ese plan. En cuanto a la economía, apuesta a que la presión inflacionista que supondrán los aranceles pueda compensarse con la devaluación del dólar. Richard Nixon rompió con Bretton Woods para contener a Alemania y a Japón, Ronald Reagan rompió con la coexistencia pacífica para tender un cerco a la URSS, Donald Trump ha roto con la Organización Mundial del Comercio (OMC), el Tratado de París y hasta con la Organización Mundial de la Salud (OMS), y desafía a la OTAN y a las Naciones Unidas.

También promueve abiertamente una ofensiva nacional-imperialista neocolonial: amenaza con anexarse a Groenlandia e intimida a Dinamarca, ha recuperado el control sobre el Canal de Panamá, humilla a Canadá y ha hecho suya la línea de la extrema derecha sionista de Israel que propugna la depuración étnica en la franja de Gaza. Entretanto, exige a la Unión Europea que se alinee incondicionalmente con Estados Unidos contra China y maniobra para separar a Moscú de Pekín.

Han sido sólo los primeros pasos, que se han dado incluso antes de que se cumplan los primeros 100 días de su gobierno. Irán y Venezuela se verán amenazados. Cuba estará en la mirilla. México se salvará relativamente porque es una semicolonia con un estatus privilegiado. Estados Unidos apuesta por la recuperación de una mayor cohesión social interna en el país y por la industrialización de sectores estratégicos. Apoya la intensificación de las prospecciones petroleras para garantizar la soberanía energética. Pero sabe que necesita mantener la superioridad en las nanotecnologías, la biomedicina, el complejo industrial militar y los servicios, empezando por las grandes tecnológicas.

El «momento Trump» será muy grave, quizás peor que las contraofensivas de Richard Nixon y Ronald Reagan, y ello por tres razones. La primera es que supone la existencia de un liderazgo neofascista en la Casa Blanca. La segunda es que nos enfrentamos a una crisis medioambiental inevitable, respecto de la cual Donald Trump es un negacionista. La tercera es que China no parece dispuesta a dar marcha atrás y ceder al chantaje.

La ofensiva de Donald Trump se apoya internamente en una corriente supremacista blanca, misógina y homófoba que abraza una ideología nacionalista exaltada y tiene una fuerza social de choque, como dejó claro el asalto al Capitolio. La respuesta al calentamiento global depende de una estrategia global coordinada que no es posible sin Estados Unidos y ya ha quedado claro que el Tratado de París caducó.

La respuesta de China será decisiva ante una carrera armamentística que ya se ha puesto en marcha en Europa contra Rusia, un asedio inminente a Irán y la perspectiva de una amenaza a la soberanía de Venezuela. La tormenta ha cambiado de categoría y el mundo se ha vuelto más imprevisible. 


Fluctuaciones del mercado de valores chino en Beijing el 8 de abril de 2025.

El declive histórico de Estados Unidos ha engendrado un monstruo.


Notas


[i] Entre 1870 y 1970, Estados Unidos registró superávits comerciales ininterrumpidos de una media del 1,1 % del PIB. A partir de 1970, empezó a registrar déficits comerciales constantes. El cambio en el patrón de la balanza comercial a largo plazo mantiene una correlación estable con la inversión del papel de la industrialización en el contexto internacional.

https://www.stlouisfed.org/on-the-economy/2019/may/historical-u-s-trade-deficits

[ii] Antes de que Reagan lo hiciera en 1981, los presidentes que venían de prestar juramento no solían pronunciar un discurso oficial sobre el Estado de la Unión en su primer año de mandato. Reagan dijo a los legisladores: «Nuestra deuda nacional se acerca al billón de dólares. ¿Cuánto es realmente un billón? Mejor digamos que si tuviera en la mano una pila de billetes de 1.000 dólares de sólo 10 centímetros de alto, sería millonario. Un billón de dólares sería una pila de billetes de 1.000 dólares de 67 millas de altura.»

https://www.politico.com/story/2018/02/18/this-day-in-politics-february-18-1981-415852

[iii] Sobre la base de datos proporcionados por la Junta de la Reserva Federal y del Departamento del Tesoro, se encontraron las siguientes cifras: la deuda del gobierno federal estadounidense asciende a 36 billones de dólares; la deuda estatal y local, a 3 billones de dólares; la deuda de los núcleos familiares, a 20,2 billones de dólares; la deuda empresarial, a 21,4 billones de dólares; y la deuda interna de los sectores financieros, a 19,8 billones de dólares.

https://valor.globo.com/mundo/noticia/2024/10/08/dficit-fiscal-dos-eua-alcana-us-18-trilhes-em-2024.ghtml

[iv] https://www.infomoney.com.br/mercados/divida-de-us-36-tri-dos-eua-pode-inviabilizar-promessas-de-trump-dizem-analistas/

[v] El PIB de China se estimó en 18,27 billones de dólares; el de Alemania, en 4,71 billones; y el de Brasil, en 2,18 billones, el décimo más grande del mundo.

https://www.bea.gov/data/gdp/gross-domestic-product

[vi] El sistema SWIFT es una red de comunicación que permite el intercambio de mensajes financieros entre bancos e instituciones financieras de todo el mundo. Se utiliza para enviar y recibir pagos internacionales, transferencias y otras transacciones financieras.


Fuente: Jacobin

lunes, 21 de octubre de 2024

Tenemos un problema grave con los medios de comunicación.

 

 Por  David Moscrop

Periodista y comentarista político. Doctorado en ciencias políticas de la Universidad de Columbia.


¿Se pregunta por qué gran parte de nuestros medios de comunicación son basura? Hay varias razones para ello.


 A estas alturas, es de conocimiento público que nuestros medios de comunicación están en serios problemas. No es necesario que repasemos aquí las razones de ello, pero se debe principalmente a Internet, que está causando graves problemas tanto a los medios como a la democracia.


Está bien, pero... ¿dónde está el botón para compartir esto en Twitter?

    Abordo este tema como profesional independiente que ha trabajado con medios tradicionales, secundarios, de retransmisión parcial, de retransmisión parcial y de retransmisión nula durante más de una década. Hasta donde yo sé, la mayoría de esos medios los he inventado yo, pero ya os podéis hacer una idea. He escrito, he hecho podcasts, he aparecido en radio y televisión, etc., etc., en todos lados. He estudiado esto de cerca y he escrito sobre ello. Estoy profundamente preocupado por el estado del periodismo, y cada vez más.

    El domingo escribí un hilo en Twitter, que es la base de este artículo más extenso. Lo que me molesta en particular es que el contenido inteligente, bien investigado y cuidadosamente argumentado es poco común, costoso y difícil de producir. Es mejor para nosotros y para exigirle cuentas al gobierno, pero recibimos menos porque no tenemos los recursos (tiempo, dinero, energía, acceso) para producirlo.

    Mientras tanto, la basura es barata y fácil, y a pesar de lo que diga la gente, la leen y la comparten. Ese es un viejo problema que existía antes de Internet, pero ha empeorado mucho. Si bien la gente puede decir que quiere contenido inteligente y de formato largo, sus preferencias reveladas nos dicen lo contrario. A la hora de la verdad, a la gente le encanta un escándalo, le encanta un ataque, le encanta un artículo que confirme sus presunciones y no se preocupa demasiado por dar en el clavo en el proceso. La gente puede decir que quiere contenido más inteligente, pero sus clics y sus publicaciones compartidas no mienten.




    Puedes escribir tonterías grandilocuentes, partidistas y basadas en vibras y diversas lealtades, y a la gente le encantará, las promocionará y pagará por ellas. Es fácil . Resuena emocionalmente. Conecta. Se vuelve viral. Y como es fácil (y barato), puedes producirlo a gran escala.

    La inteligencia no paga, la estupidez sí. Por eso, en un mundo de recursos escasos, hay que optar por la estupidez. Si quieres sobrevivir en este negocio y no puedes centrarte en un nicho de mercado que pague mucho dinero sin necesidad de llegar a una audiencia masiva, no tienes muchas opciones si quieres escribir, hacer podcasts, crear vídeos, etc. y pagar las facturas.

    Como escribí en Twitter, el problema de muchos periodistas, en particular de los autónomos como yo, que no trabajamos a tiempo completo para ningún medio, se puede resumir así:

La economía de ser un profesional independiente que quiere vivir es tal que o haces tu trabajo a medias y logras crecer o lo haces a lo grande y te mueres de hambre. Si puedes, intenta hacerlo a lo grande y crecer, pero te convertirás en polvo en poco tiempo.

    Este dilema también es aplicable a los periodistas que trabajan para medios de comunicación. Tienen un trabajo, pero puede que no sea estable, probablemente no les paguen muy bien y sus recursos son limitados y cada vez más escasos, lo que significa que constantemente se les pide que hagan más con menos, que estén agotados y que les preocupe que todo se desmorone en cualquier momento.




    Esa dinámica es una receta para el desastre que le dará una cobertura cínica en lugar del trabajo cuidadoso que queremos, que lleva tiempo e incluye ir a reuniones, leer informes, revisar transcripciones, generar confianza con las fuentes y escribir, editar y verificar cuidadosamente los hechos de su trabajo.

    La economía de la atención actual no ayuda. Más allá de la limitación de recursos está el problema de los incentivos personales y emocionales. El hackeo grandilocuente no sólo vende, sino que atrae la atención, que en sí misma puede ser una moneda valiosa. Tu patrimonio personal crece a medida que la gente te presta atención, sigue tus cuentas y te da una sensación de protección (“mi material tiene éxito, así que supongo que podré conservar mi trabajo, con suerte”). Esta economía del trabajo se basa en incentivos perversos que hacen de los periodistas el centro de su trabajo, no del trabajo en sí. No es un problema nuevo en el negocio, pero Internet, y en particular las redes sociales, lo han potenciado.

    De vez en cuando me planteo dejar el periodismo porque me preocupa no poder hacer mi mejor trabajo. Creo que si tienes un mínimo de integridad, en algún momento tienes que preguntarte qué estás haciendo aquí y por qué; y si no puedes producir un trabajo inteligente y verdadero que desafíe a la autoridad y eleve la conversación, entonces solo estás escribiendo para pagar las cuentas y esperando hasta que mueras. ¿Qué clase de carrera es esa? ¿Qué clase de vida es esa?





    Los periódicos y revistas rara vez aumentan las tarifas que pagan a sus escritores, así que cada año acepto una reducción salarial debido a la inflación. Para solucionarlo, puedo aceptar más trabajo para compensar la pérdida. Con mi tiempo y energía limitados, eso me lleva a producir material de peor calidad, ya que tengo que hacer algunas cosas a medias. Podría simplemente asumir la pérdida de ingresos y luchar para pagar las facturas, pero al final eso te pasa factura. Podría intentar hacer más cosas a lo grande e inevitablemente agotarme (me ha pasado más de una vez), pero de todos modos terminaría produciendo basura. Ninguna de estas respuestas es buena.

    Los contratos estables y bien remunerados con los medios de comunicación, como los que tuve con el Washington Post y TVO, ayudan mucho. Pero, como aprendí, esos acuerdos pueden desaparecer de la noche a la mañana sin culpa alguna. Perder esos contratos me costó decenas de miles de dólares al año y cada uno desapareció de la nada, sin previo aviso, por razones que no tenían nada que ver con la calidad de mi trabajo.

    Substack, YouTube y otras plataformas de suscripción ofrecen algo de esperanza y algunos desafíos. La esperanza es que puedas publicar aquí y, a largo plazo, aumentar tu tarifa por artículo aumentando las suscripciones pagas. Si lo haces bien, puedes mantenerte al día con los costos crecientes o incluso superarlos agregando más y más suscriptores cada año y, al hacerlo, obtener un aumento. Puedes ganarte la vida de verdad haciendo esto si eres inteligente, persistente, afortunado y valiente.

    Pero plataformas como esta también corren el riesgo de acaparar audiencia. A medida que ganas más dinero, es posible que quieras —espera— ¡más dinero! Quieres darle a la gente lo que quiere y mucho, porque cuando lo haces, te dan ese dinero. Así que tal vez dejes de atacar a la gente y las cosas que les gustan y ataque más fuerte las cosas que no les gustan. Tal vez empieces a decirle a la gente lo que quiere oír, cualquier otra cosa que creas que es correcta o verdadera o buena, porque eso es lo mejor para el negocio. Eso también es piratería. No es un trabajo inteligente ni honesto.

    Para hacer bien este trabajo, tienes que ser capaz de decirle a tu audiencia cosas que quizás no les gusten, algo que me he comprometido a hacer porque me niego a traicionarme a mí mismo y prefiero renunciar antes que entregar mi cerebro y mi autonomía en la puerta.




    Plataformas como Substack y YouTube también corren el riesgo de realizar trabajos de menor calidad porque trabajar solo a menudo significa prescindir de controles y equilibrios editoriales, que incluyen edición, verificación de datos, intercambio de ideas y críticas, y tener a alguien que te diga: "No, realmente no deberías hacer eso".

    Si a todo esto le sumamos el hecho de que administrar una pequeña empresa (como hago con mi trabajo independiente) es en sí mismo una tarea que requiere mucho tiempo y dinero, con un montón de trabajo administrativo, seguimiento de facturas, correos electrónicos, facturas, impuestos sobre la nómina, etc. Ya sabemos cómo va la cosa, pero eso nos distrae del objetivo de escribir

    Escribo todo esto porque estoy pensando en mi carrera, el futuro de los medios y el estado de nuestra democracia. El ecosistema de los medios no es saludable y las cosas se están volviendo cada vez más difíciles. Estoy considerando duplicar mi apuesta por Substack y entrar en el mundo del video a través de YouTube para poder escalar mi trabajo en mis propios términos, crear una audiencia con la que pueda conectar directamente y ganar suficiente dinero año tras año en lugar de perder un poco más cada vez que pasa una página del calendario.

    Apostar todo o casi todo por Substack y YouTube es una decisión arriesgada, ya que implica alejarse del dinero estable y de las audiencias que ofrecen los canales tradicionales. Pero, como alguien me señaló, tal vez el riesgo esté en no dar ese paso. Creo que probablemente sea cierto y refleja un panorama mediático cambiante que conlleva muchas promesas y también muchos riesgos.

    Los problemas a los que nos enfrentamos son más graves que nunca y necesitamos periodistas preparados para afrontarlos. No hemos descubierto cómo crear, equilibrar y mantener un ecosistema mediático sano en el que podamos hacerlo. Pero a pesar de mis dudas y preocupaciones, mi plan es hacer todo lo posible para ayudarnos a intentar resolverlo. Espero que me acompañéis.


Fuente: David Moscrop

viernes, 23 de agosto de 2024

La necesidad de un nuevo vocabulario político

 

Ex-analista financiero de Wall Street y ahora asesor, entre otros, del gobierno chino.

   La aplastante derrota del 4 de julio de los conservadores británicos, neoliberales y pro-guerra, a manos del Partido Laborista, también neoliberal y pro-guerra, plantea la pregunta de qué quieren decir exactamente los medios cuando describen las elecciones y las alineaciones políticas en toda Europa en términos de partidos tradicionales de centroderecha y centroizquierda desafiados por neofascistas nacionalistas.




Las diferencias políticas entre los partidos centristas de Europa son marginales: todos apoyan los recortes neoliberales del gasto social en favor del rearme, la austeridad fiscal y la desindustrialización que conlleva el apoyo a la política de Estados Unidos y la OTAN. La palabra “centrista” significa que no aboga por ningún cambio en el neoliberalismo de la economía. Los partidos centristas con guiones están comprometidos a mantener el statu quo pro-EE.UU. después de 2022.

Eso significa permitir que los líderes estadounidenses controlen la política europea a través de la OTAN y la Comisión Europea, la contraparte europea del Estado profundo de Estados Unidos. Esta pasividad está poniendo a sus economías en pie de guerra, con inflación, dependencia comercial de Estados Unidos y déficits europeos resultantes de las sanciones comerciales y financieras patrocinadas por Estados Unidos contra Rusia y China. Este nuevo statu quo ha desplazado el comercio y la inversión europeos de Eurasia a Estados Unidos.




En Francia, Alemania e Italia, los votantes están abandonando este callejón sin salida. Todos los partidos centristas en el poder han perdido recientemente, y sus líderes derrotados tenían políticas neoliberales pro-EE.UU. similares. Como describe Steve Keen el juego político centrista: “El partido en el poder aplica políticas neoliberales; pierde la siguiente elección ante rivales que, cuando llegan al poder, también aplican políticas neoliberales. Luego pierden, y el ciclo se repite”. Las elecciones europeas, como la de noviembre en Estados Unidos, son en gran medida un voto de protesta, en el que los votantes no tienen otro lugar al que acudir que votar por los partidos nacionalistas populistas que prometen acabar con este statu quo. Este es el equivalente en Europa continental del voto por el Brexit en Gran Bretaña.

Se describe a la AfD en Alemania, a la Agrupación Nacional de Marine Le Pen en Francia y a los Hermanos de Italia de Georgia Meloni como grupos que están destruyendo la economía, al ser nacionalistas en lugar de conformarse a la Comisión de la OTAN y la UE, y específicamente al oponerse a la guerra en Ucrania y al aislamiento europeo de Rusia. Esa postura es la razón por la que los votantes los apoyan. Estamos viendo un rechazo popular al status quo. Los partidos centristas califican de neofascistas a toda la oposición nacionalista, al igual que en Inglaterra los medios describen a los conservadores y al laborismo como centristas, pero a Nigel Farage como un populista de extrema derecha.

No existen partidos de “izquierda” en el sentido tradicional de la izquierda política




Los antiguos partidos de izquierda se han unido a los centristas y se han convertido en neoliberales pro-estadounidenses. No hay ningún equivalente en la antigua izquierda de los nuevos partidos nacionalistas, salvo el partido de Sara Wagenknecht en Alemania del Este. La “izquierda” ya no existe como existía cuando yo era niño, en los años cincuenta.

Los partidos socialdemócratas y laboristas de hoy no son ni socialistas ni pro-laborales, sino pro-austeridad. El Partido Laborista británico y los socialdemócratas alemanes ya ni siquiera están en contra de la guerra, sino que apoyan las guerras contra Rusia y los palestinos, y han depositado su fe en la neoliberal reaganomics thatcherista/blairista y en una ruptura económica con Rusia y China.

Los partidos socialdemócratas, que hace un siglo eran de izquierda, están imponiendo medidas de austeridad y recortes del gasto social. Las normas de la eurozona, que limitan los déficit presupuestarios nacionales al 3%, significan en la práctica que su menguante crecimiento económico se destinará al rearme militar (entre el 2% y el 3% del PIB, principalmente para armas estadounidenses), lo que implica una caída de los tipos de cambio para los países de la eurozona.




En realidad, no se trata de una política conservadora o centrista, sino de una política de austeridad de extrema derecha que restringe el gasto público y laboral, una política que los partidos de izquierdas apoyaron hace mucho tiempo. La idea de que el centrismo significa estabilidad y preserva el statu quo resulta, por lo tanto, contradictoria en sí misma. El statu quo político actual está reduciendo los salarios y los niveles de vida y polarizando las economías. Está convirtiendo a la OTAN en una alianza agresiva contra Rusia y China que está obligando a los presupuestos nacionales a caer en déficit, lo que hace que los programas de bienestar social se recorten aún más.

Los llamados partidos de extrema derecha son ahora partidos populistas contra la guerra

La llamada “extrema derecha” está apoyando (al menos en la retórica de campaña) políticas que antes se llamaban “de izquierda”, oponiéndose a la guerra y mejorando las condiciones económicas de los trabajadores domésticos y los agricultores, pero no las de los inmigrantes. Y, como ocurría con la vieja izquierda, los principales partidarios de la derecha son los votantes más jóvenes. Después de todo, ellos son los que sufren el peso de la caída de los salarios reales en toda Europa. Ven que su camino hacia la movilidad ascendente ya no es el mismo que el de sus padres (o abuelos) en los años 50, después de terminada la Segunda Guerra Mundial, cuando había mucho menos deuda inmobiliaria del sector privado, deuda de tarjetas de crédito u otras deudas, especialmente deuda estudiantil.

En aquella época, todo el mundo podía permitirse comprar una casa con una hipoteca que sólo absorbía el 25% de sus ingresos salariales y se amortizaba en 30 años. Pero hoy las familias, las empresas y los gobiernos se ven obligados a pedir préstamos cada vez mayores para mantener su statu quo.

La vieja división entre partidos de derecha e izquierda ha perdido su sentido. El reciente aumento de los partidos calificados de “extrema derecha” refleja la oposición popular generalizada al apoyo de Estados Unidos y la OTAN a Ucrania contra Rusia, y especialmente a las consecuencias de ese apoyo para las economías europeas. Tradicionalmente, las políticas contra la guerra han sido de izquierda, pero los partidos de “centroizquierda” europeos están siguiendo el “liderazgo desde atrás” (y a menudo por debajo de la mesa) de Estados Unidos, que es partidario de la guerra. Esto se presenta como una postura internacionalista, pero se ha vuelto unipolar y centrada en Estados Unidos. Los países europeos no tienen voz independiente.




Lo que resulta ser una ruptura radical con las normas del pasado es que Europa sigue la transformación de la OTAN de una alianza defensiva a una alianza ofensiva en consonancia con los intentos de Estados Unidos de mantener su dominio unipolar de los asuntos mundiales. Sumar las sanciones de Estados Unidos a Rusia y China y vaciar sus propios arsenales para enviar armas a Ucrania con el fin de tratar de desangrar la economía rusa no ha perjudicado a Rusia, sino que la ha fortalecido. Las sanciones han actuado como un muro protector para su propia agricultura e industria, lo que ha provocado inversiones que desplazan las importaciones, pero han perjudicado a Europa, especialmente a Alemania.

El fracaso global de la actual versión occidental del internacionalismo

Los países BRICS+ están expresando las mismas demandas políticas de ruptura con el status quo que buscan las poblaciones nacionales de Occidente. Rusia, China y otros países BRICS líderes están trabajando para deshacer el legado de polarización económica plagada de deuda que se ha extendido por Occidente, el Sur Global y Eurasia como resultado de la diplomacia de Estados Unidos, la OTAN y el FMI.




Después de la Segunda Guerra Mundial, el internacionalismo prometía un mundo pacífico. Se atribuyó la culpa de las dos guerras mundiales a rivalidades nacionalistas. Se suponía que estas debían terminar, pero en lugar de que el internacionalismo pusiera fin a las rivalidades nacionales, la versión occidental que prevaleció con el fin de la Guerra Fría ha visto a un Estados Unidos cada vez más nacionalista encerrando a Europa y otros países satélites contra Rusia y el resto de Asia. Lo que se presenta como un “orden internacional basado en reglas” es un orden en el que los diplomáticos estadounidenses establecen y cambian las reglas para reflejar los intereses de Estados Unidos, mientras ignoran el derecho internacional y exigen que los aliados estadounidenses sigan el liderazgo de Estados Unidos en la Guerra Fría.

No se trata de un internacionalismo pacífico. Se trata de una alianza militar unipolar estadounidense que conduce a una agresión militar y a sanciones económicas para aislar a Rusia y a China. O, más concretamente, para aislar a los aliados europeos y de otros países de su anterior comercio e inversión con Rusia y China, haciéndolos más dependientes de Estados Unidos.

Lo que en los años 50, bajo el liderazgo de Estados Unidos, a los europeos occidentales les pareció un orden internacional pacífico e incluso próspero, se ha convertido en un orden estadounidense cada vez más egoísta que está empobreciendo a Europa. Donald Trump ha anunciado que apoyará una política arancelaria proteccionista no sólo contra Rusia y China, sino también contra Europa. Ha prometido que retirará la financiación a la OTAN y obligará a los miembros europeos a asumir todos los costos de restablecer su menguado suministro de armamentos, principalmente mediante la compra de armas estadounidenses, aunque estas no han funcionado muy bien en Ucrania.

Europa se quedará más y más aislada. Si los partidos políticos no centristas no intervienen para revertir esta tendencia, las economías de Europa (y también las de Estados Unidos) se verán arrastradas por la actual polarización económica y militar, tanto interna como internacional. De modo que lo que resulta radicalmente perturbador es la dirección que está tomando el statu quo actual bajo el liderazgo de los partidos centristas.

Apoyar la campaña de Estados Unidos para desmembrar a Rusia y luego hacer lo mismo con China implica sumarse a la campaña neoconservadora de Estados Unidos para tratarlos como enemigos. Eso significa imponer sanciones comerciales y de inversión que están empobreciendo a Alemania y a otros países europeos al destruir sus vínculos económicos con Rusia, China y otros rivales designados (y, por lo tanto, enemigos) de Estados Unidos.




Desde 2022, el apoyo de Europa a la lucha de Estados Unidos contra Rusia (y ahora también contra China) ha acabado con lo que había sido la base de la prosperidad europea. El antiguo liderazgo industrial de Alemania en Europa –y su apoyo al tipo de cambio del euro– está llegando a su fin. ¿Es esto realmente “centrista”? ¿Es una política de izquierda o de derecha? Como sea que la llamemos, esta fractura global radical es responsable de la desindustrialización de Alemania al aislarla del comercio y la inversión en Rusia.

Se está ejerciendo una presión similar para separar a Europa del comercio con China, lo que ha dado como resultado un creciente déficit comercial y de pagos con ese país. Junto con la creciente dependencia de Europa de las importaciones de Estados Unidos para lo que antes compraba a menor costo en Oriente, el debilitamiento de la posición del euro (y la apropiación por parte de Europa de las reservas extranjeras rusas) ha llevado a otros países e inversores extranjeros a deshacerse de sus reservas de euros y libras esterlinas, lo que ha debilitado aún más las monedas, lo que amenaza con elevar el costo de vida y de hacer negocios en Europa. Los partidos “centristas” no están generando estabilidad, sino contracción económica, pues Europa se está convirtiendo en un satélite de la política estadounidense y de su antagonismo con las economías BRICS.




El presidente ruso, Putin, dijo recientemente que la ruptura de las relaciones normales con Europa parece irreversible durante los próximos treinta años aproximadamente. ¿Quedará toda una generación de europeos aislada de las economías de más rápido crecimiento del mundo, las de Eurasia? Esta fractura global del orden mundial unipolar de Estados Unidos está permitiendo a los partidos antieuro presentarse no como extremistas radicales, sino como quienes buscan restaurar la prosperidad perdida de Europa y su autonomía diplomática –de una manera antiinmigrante de derecha, por cierto. Esa se ha convertido en la única alternativa a los partidos pro-EE.UU., ahora que ya no hay una izquierda real.



Fuente: https://michael-hudson.com/