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sábado, 4 de enero de 2025

La filosofía como modo de vida

 

      Comunista marxista. Licenciado en Filología. Profesor de IES.


Este año se cumplirán cien años del nacimiento del pensador marxista más relevante nacido en España. No solo su obra es determinante y significativa; también lo fue su vida. Reproducimos aquí como primera entrega este texto publicado en Espai Marx.


(1) A menudo Sacristán juzga con rigor la validez de su obra. 

     Creo que, más allá de todas las dificultades que tuvo para disponer de tiempo y medios, hay un punto en el que se equivoca y no estoy de acuerdo con su valoración sobre sí mismo, y dirimo con él una querelle teórica.

Me explico: cuando leo sobre Diógenes Laercio y sus vidas de filósofos ilustres, siempre encuentro la misma opinión: es un centón de vidas de filósofos de anécdotas vitales, pero Diógenes se olvida de explicarnos sus «sistemas». Habla de vidas: ¡de vidas! Pero, si el filosofar es algo, es precisamente ser un saber segundo cuya primordial función debe ser orientar la propia vida, apelarse a sí mismo y ser capaz de vivir de otro modo, de un modo filosófico. En esto suscribo lo que explica Pierre Hadot (2). Hubo en la clasicidad personas a las que todos consideraban filósofos y que no escribieron nunca nada –a comenzar por Sócrates–, pero sus vidas eran vidas de filósofos, y por eso seducían, servían, orientaban, por eso eran y se convertían en maestros, es decir, tenían discípulos. No por su obra.

Entonces, para seguir con el ejemplo, si Diógenes Laercio nos cuenta cómo Diógenes el cínico, en su frugalidad, tira la taza que utilizaba para beber agua al ver a un niño que bebía con la mano –«hasta un niño me da lecciones»–, eso es anecdótico; si hubiese recogido las reflexiones de Diógenes el cínico sobre «el ser» o los atributos divinos eso sería filosofía. El filosofar de Sacristán –y el de Giulia Adinolfi (3)–, su concepción de la vida sabia, esto es, de la vida del sofós, incluía la reflexión y el estudio, ciertamente, como forma filosófica de praxis y de vida; incluía la praxis política y la preocupación por la polis. Desplegaba y acogía estas actividades y la sobriedad de vida, y la apertura a los demás. Lo que meditaba, meditaban, lo escribían; y lo que estudiaban lo escribían porque el estudio formaba parte de ese modo de vida que es el que nos impresionaba, el que nos cautivaba. Eran Silenos buscando seducirnos para la vida sabia, tal y como dice el Alcibíades de Sócrates en El Banquete (4).




Ninguna obra sistemática puede lograr eso, ninguna elaboración intelectual puede convertir a nadie en conciencia crítica de nadie. Sólo una vida filosófica. Por lo demás, el trabajo intelectual de Sacristán siempre poseía erudición, saber, rigor intelectual, y además rigor moral y capacidad de interpelar al sujeto.


Manuel Sacristán

Sería triste que una reminiscencia teoreticista nos hubiese hecho perder alguna página más de Sacristán que hubiese podido ser escrita, a pesar de su poco tiempo y de todas sus dificultades vitales (5).


  1. ) II. Hay una cosa que no he añadido y que muestra hasta qué punto no se le entiende –no se les entiende–, hasta qué punto se les interpreta como absurdos por leerlos desde el cursus honorum, esto es, desde fuera de la filosofía: cuando algunas personas se pasman por el hecho de que renunciara a las ofertas de trabajo e investigación que le hicieron en el extranjero –o que Giulia se quedase a vivir en España siendo italiana– (6). Pero, por encima de todo, Sacristán no era un investigador, no era una persona cuya meta y fin fuese una obra «científica», teorética. Por encima de todo su meta era vivir una vida conforme a unos principios, muy exigentes desde luego. Es la idea de vida sabia, que incluye el estudio como autodespliegue.

Tienen «razón», sin embargo, los que, para destruirles, atentan contra su recuerdo inventando calumnias sobre su moralidad (7) : saben, sintieron lo que eran; les pesó lo que eran, sus miradas. Y saben dónde estaba su fuerza, por eso tratan de destruirla. Es criticarlo de «inmoral».

III. Amigos, uno de nosotros, que sabía que yo tenía encargado el libro La tradición de la intradición (8), me ha preguntado sobre el libro. Hasta esta tarde, que he tenido que ir a Barcelona, no lo he tenido en las manos. Tengo, por tanto, muy poco leído, pero escribo esta nota como acuse de recibo de la pregunta. Creo que está magníficamente bien escrito, y decir eso es decir mucho. Y tiene una admirable concepción clara de lo que es la filosofía y el filósofo, pero eso ya lo había leído en la entrevista de Salvador, que editamos en EM, y cuya dirección electrónica adjunto de nuevo (9).

Lo que dice sobre qué es, cómo se entiende la filosofía y qué es un filósofo, cuando por ejemplo dice que hay que imitar a Unamuno, más que estudiarle… y que se aclara de forma meridiana, cuando habla de Sacristán. Considera que Sacristán es un filósofo logrado, «destino» es la palabra que usa de alguna manera (10). Yo estoy de acuerdo, por entero. Decir esto es decir «bastante», porque, precisamente, hace poco, otra persona, en un artículo por lo demás muy interesante, definía la obra de «Manolo» como «inacabada», como no creadora de «nada original», como «frustrada» por las circunstancias, la historia, el esto y lo otro. Hay ahí, una interpretación, dos, de lo que es ser filósofo. Una, es decir originalidades, en papers en inglés a ser posible, y esa es la que Méndez Baiges define como «grasa escolástica». En esa no está Manuel Sacristán Luzón; sí, quizá algunos de «los manolos». Otra, «ir en serio» (11), aunque eso no sea considerado «original» dentro de alguna corriente filosófica, y ese sí es el modelo de Sacristán: la filosofía como modo de vida.


  1. Sobre filosofías «acabadas», sobre obras filosóficas «acabadas» que, cuando se juzga la obra de MSL, es lo que se entiende por perfección, nada más sistemático, redondo y acabado que un estudio sobre Quine, o sobre el primer libro de El capital: estudios, en sí, sobre un material concluso, quietos y firmes, unos y otros, como las pirámides de Egipto. Por el contrario, nada más abierto e inacabado, por ser inacabable, que el filosofar sobre lo que pasa. Sólo que lo que es incierto, «in-cierto», precisamente porque fue y ya no es, es lo que pasó, y lo único que es cierto es lo que está pasando, que precisamente por eso, lo que nos causa es «incertidumbre» –me estoy poniendo cursi como Ortega, y sus «a redropelo», etc., disculpad–; y por ello, trabajar lo ido y concluido, es redondo, pero sobre el pasado, que es ficción, en relación con el presente. Y pensar lo que está pasando, filosofarlo, es trabajo abierto, tentativo e inacabado porque es inacabable. El «devenir» es lo que tiene, que constantemente está deviniendo, que es un no parar, o sea, un «despropósito», un «sindiós» de los de Amanece, que no es poco… ¡Qué se le va a hacer!

Por lo demás, él, MSL, en algún texto, recuerda que durante los años cincuenta, había pensado –«habíamos pensado»– que con Marx y el marxismo se tenía un pensamiento que bastaba; o una frase semejante. Supongo que quería decir que bastaba para elaborar una práctica revolucionaria. Cuando escribía esto, MSL consideraba implícitamente como positivo haber salido de aquel estadio intelectual. Salvador sabrá señalar dónde escribe esto MSL (12). Esto no excluye –según MSL– la necesidad de leer: 1) los clásicos, todos los clásicos 2) la tradición, el marxismo como tradición, incluida dentro de la tradición revolucionaria. Clásicos y tradición, palabras usadas por MSL a sabiendas de lo que quería decir clásicos y tradición: no saber perennis, sive ciencia, que sería siempre «Remurimiento» (13).


Notas de edición

A cargo de Salvador López Arnal

1 Carta de Sacristán, fechada en Barcelona el 30/VI/1985, dirigida a Eloy Fernández Clemente, Zaragoza, director entonces de la revista aragonesa Andalán:

Querido amigo,

estoy cascado, pero no chocheo. Con esa precisión podrás inferir que no me olvido de los amigos (al menos, todavía, y si el estar cascado no da un «salto cualitativo», tampoco los olvidaré en el futuro).

También he de protestar de que llames «magníficos» a los dos tomos [Sobre Marx y marxismo, Papeles de filosofía] aparecidos de Panfletos y Materiales. Me parece que ellos revelan bastante bien el desastre que en muchos de nosotros produjo el franquismo (en mí desde luego): son escritos de ocasión, sin tiempo suficiente para la reflexión ni para la documentación.

En cambio, te agradezco mucho lo que dices de una posible utilidad mía en otras épocas. Supongo que también eso es falso, pero el hombre es débil y acepta algunas falsedades.

Y en cuanto a la entrevista para Andalán, la hacemos cuando quieras. A propósito de lo cual es bueno que sepas que yo tengo algunas limitaciones graves: después de una operación de corazón, me falló definitivamente el riñón que me quedaba. Hace veinte años, cuando le pasaba a uno eso, el parte médico decía que falleció de fallo renal. Ahora te enchufan a una máquina de hemodiálisis cada 48 horas y sobrevives, aunque no lo pasas muy bien. Consecuencia: no haremos la entrevista en día de hemodiálisis. Cuando haya que hacerla me telefoneas antes (o me telefonea alguien de Andalán) y fijamos la fecha.

Mandaré uno de estos días una carta internacional a Lola Albiac: se trata de componer una cadena universitaria mundial en pro del desame nuclear. Espero que ella te enganche a la cadena,

Mientras tanto, un saludo afectuoso

Manolo.


  1. Véase, por ejemplo, Pierre Hadot, La filosofía como forma de vida. Conversaciones con Arnold I. Davidson y Jeannie Carlier, Barcelona: Ediciones Alpha Decay, S.A (varias ediciones).

3. Véase la página web dedicada a Giulia Adinolfi: https://giuliaadinolfi.wordpress.com/.


Giulia Adinolfi junto a Manuel Sacristán.

4 Sacristán tradujo, presentó y anotó en 1956 para la editorial Fama El Banquete de Platón, una traducción muy elogiada por José M.ª Valverde. Fue reeditada por Icaria en 1982, por iniciativa de discípulos suyos, profesores de filosofía en secundaria. Entre ellos: Paco Tauste, Maria Rosa Borràs, Sara Estrada, Pere de la Fuente, Francesc Xavier Pardo,…

  1. Sacristán falleció el 27 de agosto de 1986, con 59 años. Como señala en la carta de la primera nota, en 1984 le fue extirpado su segundo riñón, el primero de muy joven, y tuvo que seguir sesiones de diálisis hasta sus últimos días. Falleció de vuelta a casa, cuando salía de una de estas sesiones.

  2. Giulia Adinolfi, militante del PCI, dejó Nápoles para vivir en Barcelona desde 1957, en la España franquista.

    Sacristán no aceptó una oferta para dar clases en el Instituto de Lógica de Münster al finalizar sus cuatro semestres de estudio (1954-1956) en el centro de investigación y enseñanza alemán. Poco después pasaría a militar en el PCE-PSUC.

Declinó también varias ofertas y ayudas –una de ellas de Mario Bunge, de quien tradujo La investigación científica– para dar clases en universidades extranjeras al ser expulsado por razones políticas, vía no renovación de su contrato laboral, de la Facultad de Económicas de la Universidad de Barcelona en 1965.

  1. Los casos, por ejemplo, de Jaime Gil de Biedma, Gabriel Ferrater, Manuel Vázquez Montalbán y Josep Maria Castellet. Véase SLA, La observación de Goethe, Madrid: La Linterna Sorda, 2015 (pròlogo de Jordi Torrent Bestit).

  2. Véase Víctor Méndez Baiges, La tradición de la intradición. Historias de la filosofía española entre 1843 y 1973, Madrid: Taurus, 2021.

9, Entrevista a Víctor Méndez Baiges sobre La tradición de la intradición «Si algo llama la atención es el gran desconocimiento que hay, incluso entre los profesores de filosofía, de la historia de la filosofía española.» El Viejo Topo, diciembre de 2021 https://espai-marx.net/?p=10975.

10 Véase Manuel Sacristán, «Lógica formal y filosofía en la obra de Heinrich Scholz». Papeles de filosofía, Barcelona: Icaria, 1984, p. 65.

11, Sacristán usa esta expresión hablando de Ulrike Meinhof en su conversación con Antoni Munné y Jordi Guiu de 1979. Véase De la Primavdera de Praga al marxismo ecologista. Entrevistas con Manuel Sacristán, Madrid: Los Libros de la Catarata, 2004, pp. 98-100 (edición de Francisco Fernández Buey y SLA).

12, Tal vez en la entrevista con Dialéctica de 1983 o en la conversación con Antoni Munné y Jordi Guiu para El Viejo Topo anteriormente citada. Ambas en Ibidem, pp. 147-178 y pp. 91-114 respectivamente.

13, Neologismo usado por Sacristán en «Nota acerca de la constitución de una nueva filosofía» (1953). Papeles de filosofía, ob. cit., pp. 7-12. No fue el único neologismo que inventó. Otros ejemplos: tontiastuto, cultiprofundo, fobosofía, logorragia, sociofísica, letrateniente, liporiosa, sototeoría, polihístor, hierocracia,...

Fuente: EL VIEJO TOPO

lunes, 12 de febrero de 2024

¿Por un micro Estado palestino, tras la limpieza étnica?

 

Por Pedro Costa Morata


Ante los horrores de la venganza de Israel contra Gaza, a los más preclaros líderes occidentales, todos ellos proisraelíes, como quien dice, y todos enfeudados al sionismo aniquilador, no se les ocurre mandar a la OTAN a que bombardee Tel Aviv e Israel (que es lo que hicieron con Belgrado y Serbia por un motivo mucho menor, en realidad inventado), ni desloman desde la UE, tan escrupulosa, a ese régimen ultra con sanciones que le escuezan (como han hecho con Rusia por hacerles cara y frenar sus chulerías), ni votan unánimemente en la ONU decretando su expulsión y el bloqueo integral, mediante la acusación, cuando menos, de limpieza étnica histórica y reincidente; no. Tampoco les da por apoyar a las -limitadas- fuerzas que se oponen a la salvajada israelí, si es que de verdad quieren frenarla, es decir, el Hezbollah libanés, los hutíes yemeníes y, sobre todo, las milicias palestinas, movimiento de liberación enfrentado a un poder colonial al que combate con todo el derecho del mundo (derecho que no asiste a la potencia colonial ocupante); pero no. Lo que hacen es todo lo contrario a lo que debieran, y por eso expresan sin reservas su apoyo a los exterminadores suministrándoles armas a discreción y declarando terrorista a todo grupo o persona que se oponga a sus crímenes. Están, indefectiblemente y sin más reparos que unas pamplinas, respaldando el asesinato innumerable y la destrucción minuciosa.



Su desvergüenza, que quisieran disimular con declaraciones infames –“respuesta proporcionada”, “derecho a defenderse”, “pausa humanitaria de los combates”- ha entrado en una nueva fase en la que, a la tibieza y parcialidad, se une el supremo cinismo de pedir” (¿a quién?) un Estado palestino (¿independiente?) como panacea para calmar sus (improbables) escrúpulos ante la masacre de palestinos civiles. Unos escrúpulos que no pasan de esa absurda propuesta, sabiendo que el Estado fascista de Israel (al que sus democracias adoran) no lo consiente y, por eso mismo, no van a presionar en absoluto para obligarlo.

Hay que destacar en esta cínica propuesta de Estado palestino al Reino Unido que, por boca de su ministro de Exteriores, David Cameron, dice estar convencido de que la única vía para impulsar la paz en Oriente Próximo es ofrecer un horizonte político a los palestinos acelerando el reconocimiento de un futuro Estado independiente... Así que la Britania ahora ex imperial, que permitió en su día, con su confabulación necesaria, la instalación de los colonos sionistas en una tierra que no era la suya y que, ante el conflicto que opuso a los habitantes palestinos con los invasores bíblicos dijo “Ahí queda eso”, huyendo de la quema y abandonando el territorio en manos de los sionistas invasores, ahora pide, para los engañados y humillados, una justicia menor (e inviable), tras 75 años de injusticia a lo grande, sabiendo que la fiera que dejó suelta no va a consentirlo y que nada hará por domeñarla (Nótese, por cierto, la gran similitud, de inconfundible marca colonialista, de la cobardía británica de 1948 con la española de 1975 al abandonar el Sáhara Occidental en manos de los invasores marroquíes, con aquel otro “Ahí queda eso”.)

Y aunque esta petición (ruego tramposo, en realidad) de un Estado palestino se viene planteando a intervalos desde los Acuerdos de Oslo de 1993-1995, todos sus postulantes saben perfectamente (1) que Israel se opone a ello tenazmente, ya que sus designios son acabar apoderándose de todos los territorios palestinos, sin concesiones, (2) que si ese Estado se constituye sobre la Cisjordania actual, triturada y penetrada por más de medio millón de colonos integristas y por el ejército israelí, más la Franja de Gaza destruida por la guerra (donde se instalará Israel ya veremos cómo y se expulsará a los gazatíes ya sabremos dónde), sería sobre una rotunda inviabilidad económica y política (por no aludir a la militar), (3) que Occidente aceptaría una propuesta “de recambio” de Israel para que los palestinos se integren en el Estado jordano, que se anexionaría la parte de Cisjordania que ya no interese a Israel, a modo de isla, sin conexión territorial con ese Estado, y (4) que dejando a Israel actuar a su voluntad, como hacen desde 1948, el más favorable resultado para ese Estado palestino sería un enclave mínimo, maniatado y sin capacidad ni dignidad. Lo que las milicias de Hamás, o sus sucesoras nunca aceptarán, y seguirán echando en cara a Occidente su hipocresía y su cobardía.



No olvidemos que -según datos del Gobierno israelí, que los minimiza- a mediados de 2023 vivían en Cisjordania más de 500.000 colonos en unos 250 asentamientos, legales e ilegales (según el derecho israelí), con una población palestina de unos tres millones de habitantes, progresivamente desplazados a la parte occidental de ese territorio, es decir, a una “franja” de unos 4.000 km2, ya que la zona ribereña con el Jordán hace tiempo que está ocupada casi enteramente por los colonos y el ejército israelíes. A eso hay que sumar los más de 200.000 colonos de  Jerusalén-Este, y el dato de que algunos de estos “asentamientos” llegan a tener una población cercana a los 100.000 habitantes.

En las actuales condiciones, que son las de siempre, Israel no tiene necesidad de ceder a las “presiones” de Occidente y reconocer la “solución” de los dos Estados, ya que puede anexionarse la Cisjordania por las buenas, con permiso (tácito) de Estados Unidos, que siempre le tiene listo su placet, aunque gruña alguna vez (y no muy fuerte ni por mucho tiempo), y de la UE, tan activa en aspavientos. Y esto, tanto si gana Biden como si gana ese amiguete fascista del buen Trump, lo que facilitaría aún más la operación. Es decir, que, para que se dé una solución aceptable por Israel, habrá de “respetarse”, entre otros abusos reconocibles, la dinámica de desaparición del pueblo palestino por el repetido y exitosamente probado método de la “limpieza étnica” o por asesinatos masivos, como en estos momentos en Gaza; o, al menos, la neutralización absoluta de todo nacionalismo árabe-palestino, con sus grupos de resistencia y combate.



Desde la Nakba (“catástrofe”) de 1948-1949, con la expulsión de unos 800.000 palestinos, que eran la mitad del total existente en el territorio anteriormente bajo dominio británico, Israel ha provocado la expulsión de sus hogares de más de un millón y medio de seres humanos sin tierra ni horizonte, cumpliendo la estrategia sionista pre-independencia de que un Estado judío no sería viable con una población árabe significativa. La actual guerra de Gaza conlleva un episodio más, siempre previsto, de limpieza étnica con el amasijo de la población en el sector sur y, con toda probabilidad, una Nakba repetida. (A tal efecto, fuentes israelíes reconocen “trabajar” por un asentamiento de palestinos en ciertos países del África Central.) La declaración de Israel como “Estado judío” en 2018 no ha hecho más que “legalizar” ese proceso, con respaldo “constitucional” que, a más de estimular las expulsiones y las exacciones, pretende no reconocer como ciudadanos israelíes a los palestinos que han permanecido en el interior de ese Estado (un 20 por ciento de su población total).



La propuesta de Estado palestino, en estas circunstancias, no tiene ningún valor, ya que para que fuera creíble, viable y, sobre todo, justa, sería necesario (1) doblegar la política exclusivista y anexionista de Israel, lo que es imposible hoy por hoy, (2) enmendar en buena parte la Historia, corrigiendo la realidad actual territorial con la expulsión de militares y colonos de los territorios ocupados, lo que es imposible hoy por hoy, (3) reconocer que la Resolución de Partición, en 1947, de la Palestina británica, fue una decisión catastrófica de la ONU y que hay que rectificar, lo que es imposible hoy por hoy, (4), reconocer el derecho de los palestinos expulsados en 1948, y después, a retornar a sus casas y tierras, con recuperación de sus bienes expoliados, lo que es imposible hoy por hoy, (5) que se llegue a discutir sobre la solución más justa, lógica y prometedora, que es la de un Estado palestino con dos naciones, árabe y judía, de tipo federal, democrático, no alineado y sobre todo el territorio antiguamente británico, lo que es imposible hoy por hoy, y (6) que se desposea a Israel del arma atómica que guarda desde los años 1960, lo que es imposible hoy por hoy.

Esta, y no otra, ha de ser la base de partida de cualquier negociación nueva y futura, ya que es la justa y equilibrada, pero a la que se opuso ferozmente el sionismo colonizador, alimentando la incompatibilidad entre los dos pueblos con el objetivo de forzar la partición étnica como inicio de su ulterior y progresivo dominio territorial total. Tampoco ahora quieren oír hablar de eso los dirigentes actuales, porque “deslegitimaría” el sionismo fundacional (el del ideólogo Herzl y el del infame Netanyahu) y sus esencias fascistas (racismo, supremacismo, expansionismo).

Mientras tanto, no hace falta llevar a los tribunales internacionales –como ha hecho Sudáfrica sin mucha reflexión- la acusación de genocidio a cargo del Gobierno y el ejército israelíes, tan difícil de demostrar en esas instancias, que son y actúan habitualmente desde una ideología occidentalista y judeocristiana, es decir, plenamente conservadora; y a los que Israel intimida con facilidad echando mano de sus armas de efecto demoledor: acusar de antisemitismo y recordar el Holocausto. Aparte de que hay que contar con la frialdad con que Israel afronta las condenas internacionales, y su permanente rechazo a cumplir cualquier mandato o recomendación, contando con la impunidad con que el mundo lo obsequia.

La acusación contra Israel debe consistir en la evidencia de un proceso de “limpieza étnica”, que es crimen contra la humanidad, programado desde principios de 1948 y materializado, sistemática, cruel y descaradamente desde entonces en todas y cada una de las ocasiones que se le han presentado o ha provocado. Una limpieza étnica que se lleva a cabo por dos medios, bien conocidos y demostrables: la eliminación por expulsión, conminación o expolio, y la masacre genocida. Y que lleva a cabo Israel desde el mismísimo sionismo colonizador de los años 1880 que, tras la inmigración masiva e ilegal, se fue convirtiendo en crimen contra la humanidad (como ya lo prefigurara Gandhi cuando expresó su oposición a que se ocupara la Palestina árabe para crear un “Hogar Nacional Judío”).

El riguroso (y valiente) historiador israelí Ilan Pappé nos recuerda en Los diez mitos de Israel (2019) cómo se planificó esa limpieza étnica aun antes de constituirse (unilateralmente) el Estado de Israel, es decir, desde que el mando sionista elaboró el ultrasecreto “Plan D”, para eliminar a la población palestina del espacio que le había atribuido el Plan de Partición de 1947, teniendo en cuenta que necesitaban dotar al territorio atribuido de una mayoría judía suficiente. Y nos resume, así, la “eficacia” original de ese plan que dio lugar a la Nakba (“desastre”) trágica: “El proceso comenzó en febrero de 1948 en algunas aldeas y culminó en abril con la limpieza de Haifa. Jaffa, Safad, Beisan, Acre y Jerusalén occidental... no cabe sino definir las acciones israelíes en las áreas rurales palestinas como crimen de guerra y, de hecho, como un crimen de lesa humanidad... Tal acción equivale a la limpieza étnica, independientemente de los medios empleados para obtenerla, desde la persuasión y las amenazas de expulsión a los asesinatos en masa... En cuestión de siete meses, 531 aldeas fueron destruidas y once barrios urbanos vaciados. La expulsión masiva fue acompañada de masacres, violaciones y la reclusión de los varones mayores de diez años en campos de trabajo por periodos de más de un año. Esto tuvo lugar durante la guerra, en 1948-1949, contra los ejércitos de los Estados árabes que invadieron el territorio que se declaró independiente, mal equipadas y peor preparadas” (pp. 92-94).




Estos planes y, sobre todo, sus resultados desde 1948, son materia suficiente para acusar a Israel de ese crimen contra la humanidad que se llama limpieza étnica, con la aclaración documentada del empeño genocida basado en el profundo impulso racista contenido en el sionismo. Sin la verdadera presión y condena internacionales, que han de ser más políticas que jurídicas, la “solución” que proponen todos estos politiquillos internacionales serviles y sin criterio ni honor, enajenados por el diabólico tufo de Israel (entre los que quieren destacarse nuestro ministro Albares y el patético Borrell), lleva como mucho a la creación de un Estado-bantustán palestino, troceado en dos fracciones mínimas y carcomidas por colonos y militares israelíes, en régimen de apartheid y sin soberanía política de hecho ni viabilidad económica alguna.


jueves, 4 de enero de 2024

Contra Occidente

 

Por  Pedro Costa Morata


La masacre de civiles que lleva a cabo el Estado de Israel en la Franja de Gaza, que supera los horrores conocidos hasta ahora en esa tierra mártir de Palestina, es el resultado de una estrecha y larga colaboración de Occidente con el poder judío-sionista. Los ciudadanos de un mundo abrumado por guerras, mentiras y amenazas, no debiéramos dejar para después cuando de criticar se trata, con tino y dureza, a este Occidente que se empeña en llevar a la Humanidad al desastre. Hace mucho, muchísimo tiempo, que Occidente gira, para sí y para el resto del mundo, en una rueda de catástrofes que mejor habría que decir de traiciones ya que, pese a ensimismarse en sus ganancias e influencias, nunca desconoce el mal que expande.




El panorama internacional actual e inmediato es, para los occidentales europeos y españoles, el de una Europa pretenciosa, militarista, antirrusa y prosionista, renovadamente colonial o neoimperial, fundida en la armadura de una OTAN pendenciera. Una Europa decadente que ha secuestrado cualquier posibilidad, tras la Segunda Guerra Mundial, de enderezar su rumbo y ofrecerse al mundo como potencia colectiva dispuesta a contribuir, clara y lealmente, en la mejora y la recomposición de un mundo necesitado de paz y colaboración.




Lejos de lo cual, vieja y reincidente, se ha reconvertido para peor en esa Unión Europea (UE) occidentalista que actualiza, reforzándolas, sus abusos y malandanzas, tanto hacia sus propios pueblos, acostumbrados a su papel de rehenes tantas veces voluntarios, como hacia el ancho mundo, al que nunca deja de considerar subsidiario, inferior y deudor. En su actual forma exclusivista, la UE sigue obsesionada en la conquista y el dominio de nuevos mercados, renovándose como sempiterna potencia expoliadora y lanzándose en las últimas décadas sobre la Europa Oriental para provocar (y desgastar) a esa Rusia que, pese a capitalista, no se pliega a su arrogancia y hostilidad, como vicarias del chulesco Imperio norteamericano. Una Europa de élites peleles, dominadas por grandes corporaciones y sus intereses económico-financieros. En la que la Alemania de siempre vuelve a conseguir esa preeminencia y esa ambición genéticas y enfermizas, causas de tantas guerras y sufrimientos de los que ella misma ha acabado siendo víctima una y otra vez.




De esas transformaciones, que llevan impreso el signo de la degradación, surgen, como otras veces, esos líderes corruptos y esas derechas ultras, violentas y reincidentes. Una Europa liberal, cobarde y corrompida que, abandona la oportunidad de establecer una alianza perdurable con la Rusia actual, cediendo a los intereses estratégicos de Estados Unidos; y que se doblega ante Israel -como hizo ante Hitler- obsequiándolo con pueblos y territorios que no le pertenecen, pero que fortalecen a la bestia estimulándola y acercando el mundo al desastre.

Los europeos, en mayor o menor grado, dejamos atrás un mundo colonial lleno de conflictos, trampas e injusticias al que, sin embargo, no cejamos en seguir extrayéndole sus recursos manipulando a sus líderes y sus políticas, amenazándolo si se nos revuelve y exigiéndole que continúe sirviéndonos, abasteciéndonos y suplicándonos. Y tratamos a la emigración creciente, resultado de haberle impuesto nuestro modelo económico, cultural y religioso, con verjas, reclusión y rechazo.

Una UE en la que los españoles jugamos la baza de ser cola de león en una España desvergonzada que, tras ser erigida por Franco en “centinela de Occidente”, no ha hecho, después, más que afirmarse y hasta enfervorizarse en ese papel, solidarizándose con las miserias y los atropellos que lustran las relaciones de Occidente con el mundo. Y aunque nos dolemos y condolemos de nuestros problemas internos, nos hemos aficionado a la bronca, el riesgo y la infamia en el exterior, provocando con las armas a una Rusia con la que no mantenemos ningún contencioso que lo justifique (remitiéndonos nuestras élites sin pudor a la pertenencia a la OTAN belicista), y nos mostramos dispuestos a buscar pelea en el Mar Rojo contra los hutíes yemeníes, solidarios con los palestinos, para defender los intereses del Israel genocida (siempre -se nos anuncia- que así nos lo pidan la UE o la OTAN).




Cuenta nos trae, vista la pendiente por la que se nos desliza, de expresarnos claramente contra Occidente, sí, y en primer lugar contra esta Europa neoliberal que nos obnubila, con su potentísimo aparato de propaganda para mejor despellejarnos, y nos miente para que renunciemos a cualquier crítica a fondo y sin miramientos. Y contra esos otros “occidentes” que, o bien surgen como apocalípticos flagelos contra la Humanidad doliente, que es el caso de ese Estado fascista de Israel, o bien despuntan, desalmados y esquizofrénicos, como serviles vasallos de quien los somete y humilla, que es el caso del Japón postbélico, por obra y gracia de la misma potencia a la que imita, sirve y se entrega desde 1945. Dos referencias en las que el Occidente originario se mira, orgulloso de sus obras, aunque supongan afrenta a la Humanidad. Por no hablar de las monarquías del Golfo, dictaduras clánicas, grotescas y blasfemas, que tienen al Islam por tapadera pero que se hicieron fieles auxiliares de Occidente y su fatum.

Contra esa economía rapaz, falsaria y antihumana, creación propia, y entusiasta de un Occidente expansivo y esclavista, calificada de clásica (¡y liberal!) pero construida en la práctica sobre la depredación, y en la teoría sobre leyes falsas, estúpidas y funestas. Una economía impuesta, siempre, a punta de espada y tiro de cañón, aunque refinada y adaptada -gracias al brillo de sus teóricos y al prestigio de sus democracias- a una más intensa y envilecida explotación de los humanos y la naturaleza.

Contra esa ciencia y esa tecnología casi siempre desarrolladas para la guerra o para la exacción, y muy pocas veces para mejorar la (lamentable) condición humana… Una ciencia que cuaja en tecnologías más y más preocupantes, por codiciosas, tramposas y alucinógenas. Pero de las que sus beneficiarios, avariciosos y exhibicionistas, se jactan de esparcir en sus convenciones de embaucamiento programado, cuando se reúnen para anunciar nuevas insidias, dándonos al tiempo y sin pudor las claves para sobrevivir en el mundo digital al que nos empujan.

Ciencia y tecnología que surgen para deslumbrarnos y que no tardan en humillarnos, pero ante las que nos sometemos y deshonramos a nosotros mismos, exportándolas para envenenar al mundo entero, tanto si se trata de maltratar el campo y las cosechas como si es cosa de reventar la tierra por una minería terrorífica, corromper los mares que nos alimentan o degradar el aire que respiramos. Y que, ni pudiendo ni pretendiendo atender al alivio de los más profundos y pertinaces problemas de la Humanidad, inciden con obsesión, en penetrar y violentar la intimidad y los derechos más esenciales del género humano.




Contra la abundante nómina de líderes y regímenes que, repartidos por el planeta, siempre hallan amparo en sus amos y protectores occidentales, especialmente si de los Estados Unidos de América se trata, pródigos en abrazos, pésames, créditos, ayudas, y obsequios a todo tipo de dictadores, sicarios y criminales, atroces enemigos de la Humanidad… Una práctica que las orgullosas democracias occidentales ni abandonan ni condenan, recurriendo además, para salvar intereses o recuperar alianzas, a la agitación antidemocrática, los golpes de Estado o la guerra subterránea.

Contra ese Occidente autocalificado frecuentemente como heredero y defensor de la tradición cultural y religiosa judeocristiana, a la que decreta como única e indiscutiblemente superior a cualquier otra, por lo que ha sido impuesta a medio mundo mediante la presión sistemática de la violencia y la necesidad; y bajo cuyos auspicios o instigación se han acumulado en la historia más sangre y sufrimiento que bajo los pretextos de cualquier otra civilización.

Contra, claro, la filosofía occidental, nunca desembarazada del todo de teologías inexplicables y reacia a reconocer su insuficiencia, incluso inutilidad, para iluminar el (dramático) destino del ser humano, que no solo el occidental, y que en las no muy numerosas ocasiones de crisis reconocida, acaba eludiendo el reto de mirarse hacia sí misma, escapando hacia la reconfortante utopía política, religiosa o tecnológica (como en el Renacimiento, cuando asistía a la conquista y el saqueo del mundo) o se enajena, gustosamente, apuntando a un progreso doctrinario e ilocalizable (como en la Ilustración, cuando asienta firmemente las bases de la obstrucción del futuro por la contaminación del planeta y la perturbación de la atmósfera, fenómenos ambos directamente deudores de la arrogancia científico-tecnológica, que llega a su culminación con aquellas Luces). Más la exaltación de la razón eurocéntrica, que no admite parangón, comparación o vuelta atrás: todo lo cual impone al mundo esta filosofía con ínfulas de universalidad y con perspectivas e interpretaciones que tienen mucho de quimera y autoprotección.

Esa filosofía, tan propia y amañada que no puede por más que engendrar y sostener un pensamiento político resabiado, que mira a su ombligo por propia conveniencia, adaptado a los intereses de explotación y dominio planetarios con teorías y creaciones que contribuyen a liberar de responsabilidad al Occidente (por ejemplo) colonial, por los abusos seculares hacia un planeta y unas poblaciones sobre los que se abatió y ensañó. Un pensamiento reduccionista y ralo, incapaz hasta hace muy poco de reconocer el magno y crítico papel de la naturaleza, lo que unos pocos, aun a trompicones, han acabado por reconocer cuando ya es demasiado tarde.

Occidente y su cerco mental, orientado a la supremacía y la exclusividad, ha trastornado nuestras mentes y conciencias, despegándonos del Otro, encarnado y revestido en personas, culturas, religiones o territorios. Y así se ha desarrollado, en la Historia, su pugna y hostilidad frente a otras culturas, políticas, economías y religiones, principalmente en relación con el Islam, pero también hacia mundos tan ajenos -pero no menos sabios, admirables y, desde luego, mucho más pacíficos, como el chino, el indio... y ese tejido asombroso de sabiduría y resistencia que llamamos, con menosprecio evidente, culturas tradicionales. Es verdad que el agresivo predominio del capitalismo de origen europeo se ha extendido a todas las culturas, corroyéndolas, como también lo es que no cesan los esfuerzos y las resistencias por salirse de la homogeneidad global que se les impone, a lo que Occidente responde de forma desabrida y excluyente.

Y puesto que de Occidente tratamos, combatamos la guerra, sus guerras, que le son consustanciales y necesarias, dados sus presupuestos violentos y dominantes, porque su “personalidad” lo lleva a un estado de guerra permanente, abierta u oculta, parcial o global, por las armas o por las insidias. Guerras cada vez más devastadoras, ya que siguen siendo el instrumento predilecto, muy elaborado, para ejercer esta “superioridad” sobre las demás culturas e historias, y al que repetidamente Occidente recurre en su avasallamiento.

Y consciente de la dificultad de imponer este relato al mundo, el propio y el ajeno, Occidente ha tenido que desarrollar y desplegar un aparato propagandístico abrumador, falaz y descarado, desde el primer momento de su conciencia de superioridad utilitaria, lo que ha tenido que incrustar en el poderoso mito de la democracia, en malintencionado emparejamiento. Un aparato propagandístico de variadas formas y alcances, con fina adaptación al tiempo y en busca de mayor efecto y éxitos, dotado inevitablemente de un malévolo despliegue del arte persuasivo y la intención aletargante. Y que emplea a una pléyade de servidores forzados, generalmente conscientes de su papel lacayo y alienante.

Por todo lo cual se hace obligado estar del lado, en principio, de todo lo que no sea Occidente, con sus males ubicuos y expansivos, y a favor de todos los que se oponen a su cinismo y su opresión, sea esta militar, económica, cultural o religiosa. Y en primer lugar, claro, contra sus crímenes incontables, lo que nos obliga, como occidentales de grado o por fuerza, a escrutarnos, sin complejo, a nosotros mismos.