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miércoles, 4 de junio de 2025

Diego Enrique Osorno: “El zapatismo permite encarar el regreso del fascismo”

 

      Periodista, escritor e investigador hispano-brasileño. Ha cubierto América Latina desde el año 1999, como corresponsal en Brasil la mayoría de ese tiempo.


     El 5 de octubre de 2020, cuando la pandemia de la covid todavía paralizaba el mundo, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) emitió un comunicado titulado “Una montaña en alta mar”. El subcomandante insurgente Moisés explicaba en el texto que “diversas delegaciones zapatistas, hombres, mujeres y otroas del color de nuestra tierra, saldremos a recorrer el mundo, caminaremos o navegaremos hasta suelos, mares y cielos remotos”. Sin dar detalles, Moisés anunciaba que una delegación zapatista zarparía hasta Europa en abril de 2021, para llegar a Madrid el 13 de agosto del 2021, “quinientos años después de la supuesta conquista de lo que hoy es México”. Encriptada en clave zapatista, la expedición de la deconquista estaba anunciada.


Mares del océano Atlántico surcados por una montaña de Chiapas.

Meses después del comunicado, que pasó casi desapercibido, el periodista mexicano Diego Enrique Osorno recibió en su teléfono móvil un mensaje de texto de los zapatistas lleno de suspense: en breve recibiría otra comunicación importante. Cuando estaba a punto de subirse al coche para pasar un fin de semana en la playa con su familia, un segundo mensaje le convocó a una conversación telefónica. En la llamada, su interlocutor zapatista le preguntó a bocajarro por sus planes para los meses de abril, mayo y junio. Osorno, que hasta entonces pensaba que el anuncio de viaje a Europa era “más literario que literal”, recibió la invitación de embarcar en el velero La Montaña junto a cuatro mujeres, dos hombres y unoa otroa zapatistas. Su parte del trato: narrar un viaje que invertía la lógica del “descubrimiento” de América.


Diego Enrique Osorno.

El comunicado destacaba dos puntos: “Uno: que no nos conquistaron. Que seguimos en resistencia y rebeldía. Dos: que no tienen por qué pedir que les perdonemos nada”. Diego Enrique Osorno canceló todos sus planes para embarcarse en el Stahlratte, “la rata de acero”, un viejo velero holandés rebautizado como La Montaña. Diego Enrique Osorno embarcó en el barco que zarpó el 2 de mayo de 2021 desde Isla Mujeres, en el estado de Quintana Roo, rumbo al puerto de Vigo. Entonces no sabía que acabaría escribiendo un libro y dirigiendo un documental. “El zapatismo es movimiento improbable, oscilación real de una montaña en alta mar”, escribiría después del viaje.


Memoria zapatista


Desde su casa en Hermosillo, en medio del desierto de Sonora, Osorno explica por videoconferencia los entresijos de su libro En la montaña (Anagrama, 5º premio Anagrama de Crónica / Fundación Giangiacomo Feltrinelli, 2024) y de su documental homónimo. Comienza confesando que todavía se siente muy asombrado de lo que vio cuando llegó “al territorio zapatista de Chiapas por primera vez en 2003”. No tengo cómo no hablar de mí. “Sospecho que coincidimos por allí, estuve en la comunidad zapatista de Dolores Hidalgo en 2005, en los preparativos de La Otra Campaña”, le digo. “Ah, claro, yo estaba allí”, me responde. La complicidad dibuja el tono apropiado para una entrevista que, como el libro En la montaña, no versa exclusivamente sobre una travesía en barco, sino sobre tres décadas de zapatismo.


La Otra Campaña.

Durante aquellos días de agosto de 2005, los “encapuchados zapatistas”, entre ellos el subcomandante Marcos, debatían sobre La Otra Campaña, que acabaría provocando el divorcio con Manuel Andrés López Obrador, el político que encandilaba a la izquierda mexicana y que ya quería entonces ser presidente. Durante aquellas noches en Dolores Hidalgo, bailábamos al son de la banda Marimba Rebelde, entre barro, un frío húmedo y olor a frijoles. “Yo llegué al zapatismo cuando estaba pasado de moda afirma Diego Enrique Osorno. Habían tomado la decisión radical de romper el diálogo con todo lo que implicara grupos de poder político. En 2001, los zapatistas llegan a la ciudad de México, van al Congreso, presentan los argumentos que venían negociando mucho tiempo... La izquierda, que ya había tomado el control político de la capital, en lugar de sumarse al reconocimiento de estos derechos, empieza a mostrar mezquindad, porque hay este cálculo de que si se le da el triunfo a los pueblos originarios se abre paso para que el EZLN se convierta en una fuerza electoral y les dispute el poder. El zapatismo no quería poder”. El periodista destaca que admira la coherencia del movimiento zapatista, que optó por la “construcción de autonomía para no volverse un membrete político de las izquierdas”. Paradójicamente, la idea de la Travesía por la Vida surge durante el mandato de Andrés Manuel López Obrador (2018-2024), que tardó más de lo previsto para conquistar el poder. “Hoy en día, en México gobierna una izquierda con el ejército y con el hombre más rico de México, Carlos Slim, a su lado, con una serie de intereses financieros y con una complacencia por lograr la integración con Estados Unidos que hace treinta años hubiera sido inimaginable”, asegura Osorno.

Algunos de los extractos de discursos del subcomandante Marcos recogidos en En la montaña inciden en la autonomía de los territorios zapatistas de Chiapas: “En lugar de dedicarnos a formar guerrilleros, soldados y escuadrones, preparamos promotores de educación, de salud, y se fueron levantando las bases de la autonomía que hoy maravilla al mundo; en lugar de construir cuarteles, mejorar nuestro armamento, levantar muros y trincheras, se levantaron escuelas, se construyeron hospitales y centros de salud: (...) en lugar de luchar por ocupar un lugar en el Partenón de las muertes individualizadas de abajo, elegimos construir la vida”.

Osorno continúa fascinado por la figura de Marcos, que durante La Otra Campaña se hacía llamar Delegado Zero. En 2014, se transformó en un silencioso y casi invisible Subcomandante Insurgente Galeano. Sus discursos, transformados en novela gráfica por el argentino Ian Debiase, siguen reverberando. “Aquí todo cambia de sentido: norte será el sur y sur será el oeste de una nada, pueblo convulsionado, heredero de una pesadilla imperial”, afirmaba el subcomandante Marcos (cita recogida en el libro). “La persona detrás del pasamontañas de Marcos y los pueblos mayas que lo acogieron crearon a uno de los personajes más fascinantes y enigmáticos del cambio de siglo latinoamericano. Un truco de magia terrible y maravilloso que llamó la atención de una de las causas más legítimas en el México que se pretendía moderno y cosmopolita en medio de un caudal de racismo, desigualdad y autoritarismos. Su visión política, la capacidad estratégica, un potente aliento literario, el sentido de autoironía y el rigor guerrillero hicieron de Marcos una referencia central del movimiento altermundista”, matiza el periodista a CTXT.





Viaje inverso


El viaje interoceánico de La Montaña también fue, para Diego Enrique Osorno, un itinerario narrativo: “Lo literal y lo literario se entrecruzan en el zapatismo. La palabra revolución va siempre ligada a la imaginación, o sea, al crear otra cosa, al sorprender creando algo inesperado, al dejar ir la imaginación por delante del proceso. Esta travesía es hija de esa imaginación política de zapatismo y también de una praxis muy radical”, matiza el mexicano.

Todo en la travesía interoceánica de La Montañamovimiento improbable, oscilación realtuvo vocación narrativa. El barco navegó con macetas y flores: tomillo, manzanilla, cilantro, laurel, epazote, ruda, geranios, claveles, tulipanes, rosas y mañanitas, entre otras. La bitácora de a bordo, escrita a muchas manos, voz en off en el documental, emanaba poesía: “La Montaña da el primer paso con un gesto de dolor, ahora le sangran las plantas a esta montaña pequeña, lejana de los mapas, los destinos turísticos y las catástrofes”. Las conversaciones sobre el Atlántico tejían un cuerpo colectivo. Los navegantes hablan de la “madre agua”, inesperado alter ego de la madre tierra. Le zapatiste otre (no binario en género) medita ante la cámara: “Vamos a sembrar, no como Hernán Cortés”. En el libro, Diego Enrique Osorno habla del “gran angular” de las comunidades indígenas: “Entienden que el mundo es amplio (y se supone que ellos son los cerrados) (...) ¿Quién te dice: ‘Te recibo en mi casa y no tienes que dejar de ser lo que eres, seas negro, blanco, amarillo, rojo o gay, lesbiana, transexual’, lo que sea, te acepta como tal y te dice que busques tu lugar?”.

Mientras Europa seguía semiconfinada debido a la pandemia, el zapatismo, como escribe Osorno, “alza velas y extiende horizontes”. Javier Elorriaga, uno de los zapatistas de La Montaña, resumía sus propósitos así: “Tratar de abrir ventanas, decir que no hay una sola, sino muchas posibilidades para resistir”. Antes de zarpar, un periodista lanzó una pregunta al subcomandante Moisés.

¿Qué significado tiene para ustedes hacer esta travesía que hace quinientos años hicieron los conquistadores?


Esta es una invasión para sembrar vida. Es una invasión para entender que nos ha invadido el capitalismo en el mundo y que todos debemos despertar, todos, hasta los ricos si quisieran despertar. Hay que luchar por la vida. La vida la tiene la Madre Tierra y hay que organizarse, hay que prepararse, hay que defender, pero juntos, tanto del campo y la ciudad, porque de la Madre Tierra viene lo que comemos. Vivimos del aire, del oxígeno, vivimos del agua para tomar y vivimos de la alimentación. Eso lo da la Madre Tierra, el que no lucha por eso de la vida está perdido (respuesta recogida en La Montaña).

El texto de Diego Enrique Osorno acabó siendo una crónica narrativa, formato defendido por el propio Osorno en sus páginas: “Hay una tormenta de mierda cubriendo todo, aunque seguramente habrá quienes no ven nada. Que tienen el cielo despejado. O que ven una lloviznita de mierda bonita nada más. Quizá por eso es importante la crónica, porque ayuda a mirar tormentas de mierda que no se ven. Una buena crónica puede lograr hasta que huelas lo que te está contando. Y lo que vive el mundo huele mal. En serio. Hay un sistema coprófago que perfuma las historias. El reto que tiene nuestra crónica es contar el olor que oculta la muerte. No es fácil, porque es tanta la mierda que nos inunda y desde hace tanto tiempo que nos hemos acostumbrado a su aroma”.


Vigencia zapatista


En la montaña recuerda una historieta de cómic titulada ¡Ay, qué mundo este!, que los zapatistas repartieron en las comunidades de Chiapas.


Fíjate, los siete países más ricos están en el Norte y la mayoría de los países pobres quedan al Sur, decía uno de los personajes.


Ahora el problema no es entre Este y Oeste, sino entre Norte y Sur, contestaba otro personaje.


¿Qué sucede entre Norte y Sur?


Los pobres no tienen participación. Son los mirones de lo que otros deciden, hacen y disfrutan.


Los ricos concentran la riqueza, el poder y disfrutan de los bienes. No dejan que los pobres se desarrollen.

Diego Enrique Osorno mantiene su admiración por las estrategias de comunicación popular zapatistas. Mientras ambos observábamos el debate-reflexión de La Otra Campaña en Dolores Hidalgo en 2005, Radio Insurgente emitía desde algún lugar secreto. Desde su frecuencia, Los Leones de la Selva educaban cantando rancheras sobre biogenética: “Los transgénicos producen inquietud y desconfianza. Multinacionales, no nos engatusen con proyectos criminales”.

Desde que el 1 de enero de 1994, cuando el EZLN se alzó en armas en Chiapas, el mundo ha ido asistiendo en diferido a los proféticos discursos del subcomandante Marcos. (Casi) todos sus agüeros sobre el neoliberalismo se cumplieron. “En estos 25 años del siglo XXI, la democracia, en lugar de traernos más libertad nos ha traído más terror. El sistema, a partir de ciertas lógicas criminales, busca imponer sus agendas. Hace un rato que estamos como en una nebulosa. El zapatismo, su discurso y su acción política tienen un asidero mucho más interesante. Son un resorte crítico que permite encarar este momento, este regreso del fascismo, este capitalismo tan arrogante y descarado que tenemos en la caricatura oscura de Trump y Musk”, asegura Diego Enrique Osorno.

El escritor destaca la vigencia absoluta del zapatismo. Si en los años noventa el zapatismo sedujo a los desencantados de todas las ideologías de izquierda de Europa, el Escuadrón 421 (como se bautizó a los tripulantes de La Montaña) y La Extemporánea (170 mujeres, hombres y niños que llegaron posteriormente en avión) desencadenaron, más que una conexión ideológica, un reconocimiento interoceánico de formas de vida comunitarias. La Gira Zapatista se dispersó por Europa sembrando vida. Manifestaciones en Viena, Madrid o París. Debates. Encuentros en espacios autogestionados de Madrid, con algunas de las personas que estuvieron en el II Encuentro Intergaláctico por la Humanidad y contra el Neoliberalismo de 1997, uno de los primeros encuentros internacionales del zapatismo. Algunos delegados zapatistas viajaron incluso hasta el Ártico para encontrarse con el pueblo nómada Sami.


Escuadrón 421.

Diego Enrique Osorno destaca que se produjo una conexión fortísima con las generaciones más jóvenes: “Las generaciones más grandes se sentían un poco cansadas, abrumadas, decepcionadas, desilusionadas. Las generaciones más jóvenes tienen angustia existencial pero quieren algo más. La frase ‘otro mundo posible’ no era solo una consigna sino una decisión de construir otra cosa. Lo que ya está no sirve. O sea, estos chicos que están haciendo sus huertos urbanos en Europa y pequeñas resistencias viven encarnadamente esa urgencia de querer hacer otra cosa, aunque no sepan qué es. Sienten la angustia climática, y los discursos de Marcos llevan toda la convicción indígena, y ahí está esa conexión con la tierra”.


Una imagen insólita, decenas de indígenas zapatistas en el aeropuerto con su pasaporte mexicano en mano para iniciar la gira zapatista a Europa.

Durante el viaje en La Montaña, la delegación zapatista construyó cuatro cayucos que acabarían entrando en la colección Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid, como parte de la sala Otro mundo posible. Los cayucos, explica el propio museo, “resumen las particularidades de la cosmovisión del movimiento revolucionario: el imaginario de los pueblos nativos, la resistencia desde la selva Lacandona y la lógica de comunidad”. Tras la irrupción en el mayor museo de arte contemporáneo de España, los zapatistas donaron el dinero obtenido por la venta de los cayucos a Open Arms, la ONG que rescata migrantes en el mar. La frase “un mundo en el que quepan muchos mundos” no es una consigna, sino una invitación a la acción. Un horizonte real más allá de lo posible. El zapatismo, escribe Diego Enrique Osorno, despliega un sistema de vida que es un sistema para la vida: “Teatro-laboratorio para un territorio multitudinario, revelado y mágico, donde convergen presente, pasado y porvenir”. Sin embargo, a pesar de llevar dos décadas escribiendo sobre el zapatismo, Osorno confiesa que aún no acabó de descifrarlo: “¿Qué es el zapatismo? No lo sé, quizá eres tú mismo cuando te quitas un poco de encima toda la mierda que te venden de que eres un ser individual y que tiene que decidir por sí mismo toda su vida, y ya que haces eso, piensas que no eres nada sin los otros, que lo que eres y lo que vas a ser es con los otros y por los otros, escuchando a los demás”, escribe en el libro.


Zapatistas llevan «otro mundo posible» al Museo Reina Sofía en Madrid.

Ante el enigma zapatista, Diego Enrique Osorno se apoya siempre en discursos del subcomandante Marcos. Palabras intergalácticas, vertidas hace décadas hacia la madre tierra, resucitadas tras una inesperada travesía sobre la madre agua. Palabras-semillas de múltiples formas de vivir colectivamente.

Muchas madrugadas me encontré a mí mismo tratando de digerir las historias que me contaban (los indígenas), los mundos que dibujaban con silencios, manos y miradas, su insistencia en señalar algo más allá. ¿Era un sueño el mundo ese, tan otro, tan lejano, tan ajeno? A veces pensé que se habían adelantado, que las palabras que nos guiaron y guían venían de tiempos para los que no había aún calendarios, perdidos como estaban en geografías imprecisas: siempre el sur digno omnipresente en todos los puntos cardinales”. Entre la luz y la sombra, Subcomandante Marcos. Mayo de 2014.


Fuente: CTXT

sábado, 24 de mayo de 2025

¿Qué puede enseñarnos la “Lista Conjunta” sobre la construcción del poder político palestino dentro de Israel?

 

 Por Rida Abu Rass  
      Ciudadano palestino de Israel y politólogo originario de Tayibe, ahora radicado en Kitchener, Canadá.


Diez años después de su formación, este experimento de unidad palestina dentro de Israel —y su colapso final— muestra la necesidad de alianzas cuidadosamente cultivadas.


     Hace diez años, los cuatro partidos de mayoría palestina de Israel lograron un avance sin precedentes al formar la Lista Conjunta, una alianza electoral histórica que pretendía superar las brechas ideológicas y las rivalidades interpersonales que dividían al liderazgo fragmentado de la comunidad.

Miembros de la Lista Conjunta durante las celebraciones en su sede en Nazaret, la noche de las elecciones generales israelíes, el 17 de marzo de 2015.


Aunque efímero, este experimento despertó un entusiasmo político poco común entre los ciudadanos palestinos de Israel, que desde hacía tiempo anhelaban unidad e influencia. En cinco años, la Lista Conjunta se convirtió en el tercer partido más grande de Israel y el mayor desafío a la política sionista dominante.

La influencia de la Lista alcanzó su punto máximo durante la crisis política israelí de 2019-2022, cuando múltiples elecciones sin resultados concluyentes dejaron al país en un punto muerto. De repente, los legisladores palestinos se encontraron en la improbable posición de ser posibles decisores, y su apoyo fue crucial para formar un gobierno que pudiera reemplazar a Netanyahu.

Una década después del prometedor inicio de la Lista Conjunta, la política palestina en Israel se ha fracturado hasta resultar irreconocible. El liderazgo unificado de la Lista se ha fragmentado en facciones rivales, paralizado por divisiones ideológicas, desacuerdos estratégicos y rivalidades personales, algunas antiguas y otras nuevas. Esta desintegración alimentó la desilusión de la ciudadanía palestina con el sistema político israelí y su ineficaz liderazgo, lo que ha provocado un desplome de la participación electoral y la representación parlamentaria.

Y en las calles, reina un clima de miedo. En medio de los horrores que se desarrollan en Gaza, los ciudadanos palestinos de Israel observan con un silencio desmoralizado. Si bien algunos se han opuesto abiertamente a la guerra, la mayoría teme alzar la voz contra ella y está igualmente aterrorizada por su posible propagación a través de la Línea Verde.

Manifestantes piden el fin de la guerra en Gaza, en la Universidad Hebrea de Jerusalén, el 12 de mayo de 2025.


El largo camino hacia la unidad

Para los ciudadanos palestinos de Israel, la formación de la Lista Conjunta era algo que debía haberse hecho hace tiempo. Por primera vez desde la fundación de Israel en 1948, la comunidad podía reivindicar un liderazgo unificado con autoridad legítima para hablar en nombre de todos.

Durante los primeros años de Israel, mientras los palestinos luchaban por recuperarse del trauma de la Nakba, el régimen militar (1948-1966) reprimió deliberadamente la organización política. El Partido Comunista Israelí (Maki) finalmente se convirtió en la fuerza política dominante en las décadas de 1960 y 1970, movilizando a los votantes palestinos a través de su estructura binacional. Sin embargo, aunque popular, no logró representar la diversidad ideológica completa de la comunidad.

A finales de la década de 1980, se expresaron por primera vez corrientes ideológicas emergentes, cuando las reformas liberales en Israel permitieron la fundación de nuevos partidos palestinos como la Asamblea Nacional Democrática (Balad). Aunque fragmentado, el liderazgo palestino gozó de una influencia sin precedentes en esta época, apoyando al gobierno del primer ministro Yitzhak Rabin (1992-1995), el más liberal de la historia de Israel, sin ser incluido formalmente en su coalición gobernante.

Tras la Segunda Intifada, el fragmentado liderazgo palestino fue relegado a los márgenes de la política israelí, mientras que sus aliados naturales de la izquierda judía fueron perdiendo relevancia electoral. Mientras tanto, un bloque de derechas cada vez más fuerte reforzó su control de la Knéset, lo que hizo cada vez más urgentes los llamados a la unidad política palestina.

Al principio, los líderes palestinos se resistieron a estos llamados, incluso cuando la apatía del electorado aumentó y la participación disminuyó. El punto de inflexión decisivo llegó en 2014, cuando el político de extrema derecha Avigdor Lieberman, entonces ministro de Asuntos Exteriores, ideó una reforma electoral crucial. Su propuesta de elevar el umbral de representación en la Knéset del 2 % al 3,25 % —diseñada, evidentemente, para eliminar a los partidos palestinos más pequeños— finalmente obligó a los líderes divididos a dejar de lado sus diferencias ante esta nueva amenaza existencial y a formar la Lista Conjunta.

Miembros de la Lista Conjunta se dirigen a sus simpatizantes en la sede del partido en Nazaret, al norte de Israel, mientras se anuncian los resultados de las encuestas de salida de las elecciones generales israelíes.


Si bien los líderes de la Lista Conjunta vieron su alianza como una respuesta táctica a las nuevas restricciones electorales de Israel, su creación desató un entusiasmo popular sin precedentes. La mayoría reconoció que la Lista no era la panacea: la creciente división entre los ciudadanos palestinos y la corriente sionista dominante seguía siendo profunda. Sin embargo, la campaña de 2015 despertó una auténtica esperanza entre los palestinos, en particular porque algunos izquierdistas judíos-israelíes también veían a la Lista como un posible factor decisivo en un gobierno de centroizquierda post-Netanyahu.

La campaña electoral de La Lista canalizó esta energía. Los líderes se mostraron unidos en conferencias de prensa conjuntas y en vallas publicitarias en las ciudades y pueblos palestinos de Israel. Los resultados superaron las expectativas: electores previamente desvinculados exhibieron productos de La Lista en redes sociales, mientras que las iniciativas de movilización electoral lideradas por voluntarios impulsaron la participación palestina del 56 % (2013) al 63 %. Lo más significativo fue que la lista unificada obtuvo 13 escaños, dos más que los que cada partido había obtenido por separado en 2013.

La crisis de 2019-2022

El éxito inicial de la Lista Conjunta pronto dio paso a una disfunción interna, y los representantes palestinos no lograron capitalizar el impulso de su avance de 2015. Los enfrentamientos ideológicos y las rivalidades personales fomentaron un clima de desconfianza mutua que alienó a sus bases, culminando en una división temporal en 2019. Las consecuencias se hicieron evidentes en las elecciones de ese año, cuando la participación electoral palestina se desplomó por debajo del 50% —un mínimo histórico— y los partidos fracturados obtuvieron solo 10 escaños en conjunto.

Sin embargo, el caos político que vivió Israel entre 2019 y 2022, marcado por cinco elecciones consecutivas y un electorado dividido casi a partes iguales entre partidarios y detractores de Netanyahu, dio a la Lista Conjunta un inesperado resurgimiento. Reconstituida antes de las elecciones de septiembre de 2019, recuperó inmediatamente sus 13 escaños. Posteriormente, en marzo de 2020, alcanzó un hito histórico al convertirse en el tercer partido más grande de Israel con 15 escaños, la mayor representación palestina en la historia. La participación electoral repuntó, mientras que el apoyo a los partidos sionistas entre los votantes palestinos se desplomó del 28 % a tan solo el 12 %.

Fundamentalmente, la Lista expandió su alcance más allá de su base palestina, realizando campaña en ciudades de mayoría judía y centrando su mensaje en la solidaridad árabe-judía. Este alcance, aunque modesto, duplicó su apoyo judío a aproximadamente 20.000 votos, un margen estrecho pero decisivo que le aseguró un escaño adicional. Por un breve instante, la Lista demostró que una voz palestina unificada podía transformar la política israelí. Pero sin una unidad institucional más profunda, estos logros serían efímeros.

La Lista Conjunta intentó aprovechar su recién adquirida influencia para forzar la posición de la centroizquierda judía. Su cálculo era claro: con la destitución de Netanyahu, que requería sus escaños, esperaban obtener concesiones en la inclusión palestina. Pero esta estrategia interpretó erróneamente la metamorfosis política de Israel . Lo que podría haber sido negociable en la era de Rabin se había vuelto impensable en el clima político de la década de 2020.

Ante la perspectiva de incluir en la coalición un bloque palestino antiocupación y no sionista, la centroizquierda israelí prefirió la autodestrucción. Optó por una y otra ronda de costosas elecciones y un eventual olvido político antes que por la legitimación de las demandas políticas palestinas.

Si bien los críticos señalaron acertadamente que la estrategia de la Lista Conjunta se enfrentó a obstáculos insalvables en el clima político etnonacionalista de Israel —evidenciado por la negativa de la centroizquierda a siquiera considerar sus demandas más modestas—, este enfoque limitado pasa por alto los logros más discretos de la coalición. La Lista demostró una sorprendente eficacia para unificar los fragmentados liderazgos cívicos y de base de la comunidad palestina. Su creación otorgó legitimidad a políticos y activistas asociados, quienes ahora podían afirmar con credibilidad que hablaban en nombre de toda la comunidad palestina.

Además, el impacto de la Lista Conjunta trascendió la política parlamentaria y transformó la sociedad civil palestina en Israel. Al igual que otras comunidades marginadas que operan en países occidentales neoliberales, los ciudadanos palestinos dependen de una red de ONG y organizaciones activistas que prestan servicios esenciales: investigación de políticas, incidencia política y movilización popular. Sin embargo, si bien estos grupos siempre han mantenido cierto nivel de coordinación, sus esfuerzos se vieron obstaculizados por la competencia entre ellos por recursos limitados.

Antes de la creación de la Lista, cualquier decisión —a qué miembro de la Knéset invitar como orador, con qué organizaciones colaborar— conllevaba el riesgo de distanciarse de facciones rivales o comprometer la financiación. La Lista Conjunta cambió este cálculo por completo. Al proporcionar un marco político cohesivo, permitió a la sociedad civil centrarse en su trabajo y colaborar sin la constante carga de cálculos partidistas.

No debemos minimizar las difíciles circunstancias que enfrentó la Lista Conjunta, incluida su exclusión por parte de posibles aliados políticos. Tampoco debemos subestimar las formas en que Netanyahu y la derecha israelí incitaron, intimidaron y cooptaron a la Lista, contribuyendo a su eventual caída. Pero para fortalecer y reconstruir la unidad, los palestinos —y la izquierda israelí— también deben aprender de los errores de la Lista.

La experiencia de la Lista Conjunta reveló tanto la necesidad como la dificultad de forjar alianzas interétnicas en el fragmentado panorama político israelí. Si bien su acercamiento al centro sionista resultó inútil, pasó por alto posibles alianzas con lo que quedaba de la izquierda judía, en particular Meretz y el Partido Laborista, cuyas bases, cada vez más reducidas, incluían miembros dispuestos a colaborar en igualdad de condiciones con los líderes palestinos.

El diputado de la Lista Conjunta, Ahmad Tibi, junto a la diputada de Meretz, Tamar Zandberg, en la Knesset, Jerusalén, el 2 de junio de 2021.


Como tercer partido más grande de la Knéset, la Lista estaba bien posicionada para revitalizar este campo, quizás incluso asumir su liderazgo. Ayman Odeh, líder de la Lista y presidente de su facción socialista, el Frente Democrático para la Paz y la Igualdad (conocido por su acrónimo hebreo Hadash), dio pasos tentativos en esta dirección: aceptó invitaciones para hablar en ciudades de mayoría judía, escribió artículos de opinión para medios israelíes liberales y expuso su visión de un nuevo "campo democrático" israelí opuesto a la jerarquía étnica. Pero más allá de estos gestos simbólicos, se hizo poco para aprovechar y transformar el impulso electoral palestino en un movimiento democrático binacional basado en la plena igualdad nacional y cívica.

El experimento de la Lista Conjunta demostró que las verdaderas alianzas políticas no pueden prosperar sin un cuidadoso cultivo. Si bien los líderes de la Lista compartían objetivos fundamentales, no lograron superar las barreras interpersonales e ideológicas. La ausencia de mecanismos de resolución de conflictos, estructuras deliberativas de toma de decisiones y acuerdos codificados para compartir el poder dejó a la alianza vulnerable a las mismas tensiones ideológicas y personales que debía superar.

En lugar de considerar la Lista como un marco para la unidad y la cooperación palestinas, sus líderes la consideraron simplemente una solución técnica al alto umbral electoral de Israel. Este, quizás, fue el defecto fatal de la Lista, convirtiendo lo que debería haber sido una plataforma transformadora en un acuerdo frágil constantemente al borde de la desintegración. La futura formación de coaliciones palestinas —ya sea dentro de Israel, en los territorios ocupados o en toda la diáspora— debe aprender de esta experiencia: una unidad sustancial requiere más que declaraciones de solidaridad y no puede sobrevivir sin la creación de instituciones sólidas que fomenten el consenso, la coordinación y la cooperación.

Un movimiento en espera

El panorama político de Israel se ha deteriorado drásticamente desde el colapso de la Lista Conjunta en 2022 y el estallido de la guerra en Gaza. Mientras la atención mundial se centra, con razón, en la devastación de Gaza, los palestinos dentro de Israel se enfrentan a una persecución cada vez mayor —vigilancia intensificada, arrestos, violencia policial y represión de la disidencia—, mientras que los aliados judíos son objeto de persecución y fragmentación.

Los intentos de revivir la Lista Conjunta o forjar nuevas alianzas de gran envergadura se han estancado. Algunos de sus antiguos líderes propusieron dividir los cuatro partidos de mayoría palestina en dos bloques para superar el umbral electoral, argumentando que esto satisfaría la demanda de unidad de los votantes. Sin embargo, es poco probable que los votantes palestinos, que siguen siendo muy diversos y tan desilusionados como siempre con las disputas por el liderazgo, se unan a estos acuerdos "técnicos" con la misma energía que antes.

Los recientes esfuerzos de la Asamblea Nacional Democrática y otros partidos para unir a las facciones antisionistas, si bien loables, enfrentan las mismas viejas divisiones estratégicas, ideológicas e interpersonales: brechas que son incluso más profundas entre los líderes que en las bases.

Fuente: +972

jueves, 10 de abril de 2025

Un golpe mortal para el neoliberalismo

 

 Por David Jamieson  
      Periodista residente en Escocia, editor de Conter


La guerra comercial de Donald Trump nos adentra en una fase cualitativamente nueva de la historia del capitalismo. Sin embargo, el nuevo orden económico que está tomando forma es tan «globalista» como el régimen neoliberal al que suplanta.


El artículo que sigue es una reseña de What Was Neoliberalism? Studies in the Most Recent Phase of Capitalism, 1973-2008, de Neil Davidson (Haymarket Books, 2024).





     Donald Trump aparece cada vez más como la pura negación del proyecto neoliberal. Algunos de sus seguidores ideológicos se complacen en presentarlo en términos similares. Sin embargo, el nuevo régimen de Trump ejemplifica muchas de las características que llegaron a definir la era neoliberal.




Consideremos la prominencia de multimillonarios simpatizantes en y alrededor de la nueva corte. Producto del periodo neoliberal, este estrato de oligarcas abarrotaba en homenaje el complejo de Mar-a-Lago de Trump incluso antes de su regreso a Washington.

El presidente le encargó al escabroso barón de la tecnología Elon Musk que encabece un gran asalto contra gasto «despilfarrador», que implica de forma prominente la disciplina laboral en el mayor empleador individual de EE.UU., el Estado federal. Otro asalto contra sistema tributario se perfila como un importante reto legislativo en el primer año de Trump. Ya escuchamos estas melodías antes.

Sin embargo, a pesar de todas las recapitulaciones de temas familiares, el propio neoliberalismo está muriendo definitiva y finalmente. El monótono alarde de Trump sobre la guerra comercial y su abierto desprecio por el «orden internacional liberal» marcan un cambio importante dentro de las estructuras del capitalismo global. Mantener que nada significativo está cambiando más allá de este punto requeriría desechar la definición de un período neoliberal en sí mismo.

¿La historia perdida de una era?

Los comentaristas ya anunciaron antes la hora de la muerte del neoliberalismo. En 2008, muchos se apresuraron a declarar el fracaso de una doctrina que finalmente se había derrumbado bajo el peso de su propia arrogancia. Este año decisivo inspiró al sociólogo escocés Neil Davidson para intentar un análisis más profundo del periodo transcurrido desde la década de 1970, en el que se habían producido tantas derrotas para el movimiento obrero internacional, una explosión de la desigualdad y el afianzamiento del poder capitalista. Aunque tuvo que ser recuperada de forma algo fragmentaria tras la prematura muerte de Davidson en 2020, esta obra nos ayuda a reflexionar sobre la naturaleza de los cambios en la cúspide de la sociedad capitalista.

Davidson era un sociólogo con mentalidad de historiador. Tenía una aguda comprensión de cómo los resultados del conflicto de clases tienden a distorsionar nuestra imagen de las épocas históricas. El propio éxito del neoliberalismo oscureció sus orígenes y su forma de tres formas generales.

En primer lugar, las derrotas experimentadas por la clase trabajadora en la era neoliberal, y las grandes desigualdades que surgieron de ellas, fomentaron una visión del consenso de posguerra que destrozó algo como una era dorada antediluviana. Dado que las oleadas de desregulación y privatización caracterizaron el triunfo de la clase capitalista bajo el neoliberalismo, las economías mixtas y la expansión de los niveles de vida de los años 50 y 60 deben haber representado la cristalización de un equilibrio diferente de fuerzas de clase en la política estatal. Esta es la teoría que subyace a la afirmación de David Harvey de que el neoliberalismo supuso la «restauración» del poder capitalista.




Esta tendencia a considerar al neoliberalismo como un contraataque contra un consenso de posguerra en cierto modo menos plenamente capitalista se ve reforzada por las afirmaciones de los ideólogos neoliberales. Como esos ideólogos proponen una retórica antiestatista poco sincera, argumenta Davidson, sus oponentes tienden a argumentar como si los campeones del neoliberalismo «realmente vieran a los Estados y a los mercados como antípodas», lo que los lleva a su vez a «invertir el supuesto juicio de valor implicado, tratando al Estado como un freno bienvenido a los excesos del mercado». El pensamiento reactivo de este tipo oscureció la verdadera naturaleza de la posguerra, que de hecho estuvo dominada por un período distinto de globalización capitalista.

La idea de que el acuerdo de posguerra tenía sus raíces en las victorias de la izquierda o de la clase obrera es también una simplificación. En Europa, el orden de posguerra fue, al menos en la misma medida, un producto de la derecha política tanto como de la izquierda: «En la mayor parte de Europa Occidental, fuera de Escandinavia, fueron los gobiernos demócrata-cristianos los que desempeñaron un papel decisivo en el establecimiento de los Estados del bienestar». Esto fue cierto hasta cierto punto, argumenta Davidson, incluso en el emblemático caso del Reino Unido, donde la coalición dominada por los conservadores en tiempos de guerra anticipó las reformas del gobierno laborista de Clement Attlee.

Los capitalistas no resultaron simplemente acobardados para aceptar este programa, aunque ciertamente hubo presión de la clase obrera en ese momento. Lo eligieron, en parte como forma de adaptación a las nuevas realidades políticas y económicas del mundo de la Guerra Fría, y se beneficiaron de él de forma crucial, al menos durante un tiempo. El consenso de posguerra, al igual que la era neoliberal que le seguiría, fue un complejo de factores localizados en tendencias que afectaban a todo el sistema: la competencia geopolítica (incluida la carrera armamentística mundial, que según Davidson creó las condiciones para una alta rentabilidad), y la composición cambiante y las necesidades de cualificación del capital, así como las distintas expectativas de la clase trabajadora de posguerra.


Una interpretación errónea de los años 60


En segundo lugar, la concomitancia de cambios culturales, sociales y demográficos más amplios al final de la posguerra hizo aún más confuso el proceso de transición de una fase de desarrollo capitalista a otra. Con fruición, algunos comentaristas presentan los movimientos radicales de finales de los 60 y principios de los 70 como precursores de un «hombre neoliberal» narcisista. En muchos de esos relatos, fue precisamente la comodidad de las décadas de posguerra la que engendró a una generación apta para la revolución neoliberal. A pesar de los discursos de emancipación social presentes en las protestas estudiantiles, la libertad negativa, el individualismo desalmado y el deseo de satisfacción consumista siempre habrían residido en el corazón secreto de las subculturas juveniles.

Esta lectura colapsa décadas de historia en una historia simple y lineal. Y lo que es más importante, elude la amplitud de los movimientos que caracterizaron la época. En Francia, el Mayo del 68 combinó la reivindicación de dormitorios mixtos con huelgas masivas de millones de trabajadores. En todo el mundo, el periodo implicó un amplio abanico de luchas que unían a los bloques occidental y oriental con el Sur Global.

En una de las partes más obviamente incompletas del libro, Davidson concluye que estos movimientos sólo experimentaron los resultados que el conflicto de clases les proporcionó. La derrota de los movimientos obreros y la eventual incorporación del anticolonialismo paramilitar al sistema capitalista mundial le dejaron vía libre a los impulsos bohemios de jóvenes profesionales y gurús indolentes, pero también les permitieron adaptarse a las fuerzas industriales y estatales que emergieron triunfantes del proceso.

Tanto los responsables políticos como las empresas se alegraron de reclutar selectivamente a su personal entre la sucesión de protestas, disturbios, huelgas, campañas armadas y experimentaciones en música, ropa y costumbres sexuales. Naturalmente, seleccionaron más de entre estas últimas, con fines de comercialización y legitimación ideológica. El nuevo orden expresaba así la derrota de los movimientos de finales de los sesenta y principios de los setenta, no su plena consumación.

La imagen del neoliberalismo como producto de la subversión de la generación del baby boom comparte su idealismo con la tercera gran ofuscación de la historia neoliberal. El grado de dominio del que gozaron los tropos neoliberales durante décadas fomentó la creencia de que una victoria en la batalla de las ideas fue lo que dio lugar a un régimen totalmente nuevo de organización capitalista.

Las historias populares ubican los orígenes neoliberales en pequeños grupos de intelectuales como la Sociedad Mont Pelerin o el departamento de Economía de la Universidad de Chicago. Sin embargo, los más importantes de estos intelectuales fueron voces solitarias durante décadas antes de que la crisis del régimen de posguerra los pusiera de moda entre los políticos.

Esta imagen del neoliberalismo como resultado de un triunfo de los intelectuales da a menudo la impresión de que hubo un aplastamiento planificado y monolítico del viejo consenso, en el que la terraformación del capitalismo global siguió la misma secuencia de avances en todas partes, dando lugar a una victoria completa. Davidson se esfuerza por demostrar que la ofensiva neoliberal generalmente encontró resistencia, a menudo con éxito parcial o temporal, lo que significa que al final nos quedamos con muchas variantes nacionales de neoliberalismo.

Variantes del neoliberalismo

Una mirada más atenta a algunas de esas victorias deja claro cómo eran posibles caminos alternativos al actual. Egipto fue el primer campo de pruebas del neoliberalismo en el Sur Global. El hecho de que tendamos a pensar en Chile como el pionero es revelador, tanto de la violencia con la que se impusieron los principios neoliberales en ese país, como de nuestra tendencia a subrayar el carácter total de la victoria neoliberal.

La adopción de la liberalización económica por parte de Anwar Sadat, que acompañó su giro geopolítico de la Unión Soviética a Occidente, se vio obstaculizada por las revueltas del pan en 1977. Esta venerable tradición volvería más tarde en la escala de una revolución en toda regla para destronar a Hosni Mubarak, el presidente egipcio que instituyó con más éxito la reforma neoliberal a partir de la década de 1990.


'Revueltas del pan' de 1977 en El Cairo.

América Latina es otro ejemplo del progreso lento, gradual y parcialmente reversible de la neoliberalización. Continuamente surgieron movimientos sindicales, de defensa de los derechos sobre la tierra y de lucha contra la privatización, que a veces respaldaron a los gobiernos nacionalistas de izquierda (y a veces chocaron con ellos), que vinculaban expresamente la oposición a la liberalización económica con la resistencia al poder estadounidense. Esta historia asombrosamente larga y explosiva sigue desarrollándose.


América Latina contra la neoliberalización, por los derechos sobre la tierra y en lucha contra la privatización.

Incluso en los centros del proceso neoliberal mundial, el proyecto nunca se completó. En Gran Bretaña, los experimentos monetaristas en materia de políticas públicas fracasaron, mientras que la clase trabajadora resistió ferozmente y logró derrotar el poll tax, un impuesto fijo que se cobraba por persona y que afectaba especialmente a los sectores populares. Aunque los gobiernos conservadores y laboristas dejaron el Servicio Nacional de Salud internamente fragmentado y estructuralmente debilitado, el apoyo popular lo mantuvo vivo durante décadas.


Derrotar el poll tax.

Davidson demuestra cómo el efecto de cámara oscura de la historia elude muchos de estos detalles. Las causas perdidas hoy parecen haber estado perdidas desde el principio, y los hechos consumados sugieren su propia inevitabilidad. Con sólo este presente concreto para trabajar, lo leemos hacia atrás en los acontecimientos pasados de manera que evoca la imagen de una época dorada y unos conspiradores sombríos e irresistibles que la socavaron.

La historia del colapso del consenso de posguerra, y especialmente la desintegración del movimiento sindical, la socialdemocracia, el nacionalismo del Tercer Mundo y, por último, el socialismo de Estado, se le impone implacablemente a los estudiantes modernos del pasado reciente con una conclusión ineluctable. Sólo en los últimos años se le reveló a capas crecientes de la sociedad que, al igual que el acuerdo de posguerra anterior, el neoliberalismo no puede sobrevivir a sus propias contradicciones crecientes.

Orígenes materiales

Davidson se enfrenta a dos retos. El primero —reconstruir un relato del neoliberalismo que vaya más allá de la historia popular— ya lo hemos esbozado. El segundo es reivindicar la conceptualización del neoliberalismo como un periodo distinto en la historia del capitalismo.

Esta segunda línea de argumentación es la que dirigió contra los copensadores de la izquierda marxista, para quienes el neoliberalismo no era más que «una ideología, o tal vez un conjunto de políticas» que apoyaban una tendencia general del capitalismo para revertir las conquistas logradas por los trabajadores en una generación pasada. Un problema de esta visión es que asume un estado natural de competencia capitalista, que puede ser mejorado por un mundo separado de la política o el Estado.

La periodización es una forma de pensar en la construcción necesariamente política de las economías capitalistas. También tiene la ventaja de poder acomodar las sincronicidades de la era neoliberal. Muchos regímenes estatales, con economías muy diferentes en distintas fases de desarrollo, con estructuras políticas y culturas nacionales diversas, iniciaron proyectos de reforma similares con pocos años de diferencia. También lo hicieron tras la ruptura del antiguo paradigma.

Si aceptamos la periodización pero rechazamos las historias populares de la reconquista capitalista, la conspiración intelectual o el zeitgeist individualista, necesitamos buscar los fundamentos materiales del neoliberalismo. Para Davidson, estos fundamentos se encuentran en la internacionalización del capitalismo y sus efectos transformadores sobre las funciones del Estado.

Entre estos desarrollos se incluyen la creciente importancia de las importaciones y exportaciones sobre el comercio nacional interno, la extensión de las cadenas de producción internacionales y, especialmente, el crecimiento de la inversión internacional. Todos estos acontecimientos complicaron las formas de capitalismo de Estado y fomentaron el conjunto de políticas que caracterizaron la era neoliberal.

Estos cambios no equivalen a un simple repliegue del Estado. En el núcleo del sistema capitalista, los Estados mantuvieron obstinadamente su escala tras décadas de planes para hacer retroceder las funciones de regulación, planificación y bienestar. Hoy, los dogmáticos de la derecha atribulada anuncian con consternación que la liberalización económica y la generosidad del «gran Estado» fueron de la mano.

En realidad, las cosas no podrían haber ido de otra manera, como señala Davidson. La desintegración social fomentada por la liberalización requería de un Estado que pudiera limpiar el desorden y aplicar disciplina donde fuera necesario.

El Estado neoliberal

Más allá de la expansión de las estructuras estatales para hacerle frente a las consecuencias cotidianas de la reordenación neoliberal, el Estado también debe soportar el riesgo de los capitales concentrados, complejos y transnacionales para los que pretende proporcionar un puerto seguro. A lo largo de la era neoliberal, el Estado estadounidense se vio obligado a interceder cada vez con mayor frecuencia para rescatar a las grandes empresas industriales.

Este proceso abarcó la década de 1970 con el rescate de Chrysler, la década de 1980 con la intervención del Estado en la banca estadounidense durante la crisis de la deuda latinoamericana y la década de 1990 con la protección del fondo de cobertura Long-Term Capital Management, por nombrar sólo algunos incidentes notorios. Las confirmaciones más profundas de esta tendencia fueron los gigantescos rescates estatales tras el crack financiero de 2008 y durante la pandemia del COVID-19.

La extensión de la acción estatal sobre la creciente transnacionalización y financiarización del capitalismo global fue acompañada de alteraciones en la constitución del Estado. Estos cambios transfirieron la soberanía y la responsabilidad a niveles tanto supranacionales —como en el caso de la UE— como locales (la descentralización en el Reino Unido, por ejemplo). Los Estados también externalizaron sus funciones cotidianas a una gran variedad de empresas privadas, ONG, empresas sociales, consultorías y empresas de todo tipo.

Inspirándose en la noción de «Estado de mercado» de Philip Bobbitt, Davidson prevé un mundo en el que las funciones del Estado central se reducen pero se intensifican, mientras que la provisión de bienestar público se traslada cada vez más a la vida privada. Con la centralización y el localismo unidos por un nuevo ethos de vigilancia y manipulación, los agentes económicos racionales del ideólogo neoliberal se están transformando en lo que Mark Olssen denominó «hombre manipulable», una creación del nuevo nexo entre Estado y mercado, preparado para responder a la incitación y el estímulo.

Dispuesto como siempre a desafiar los sentimientos de nostalgia por una edad dorada, Davidson insinúa (en lo que parece haber sido otra reflexión inacabada) que este proceso tiene sus raíces en el paradigma socialdemócrata en decadencia. Los estados de bienestar proporcionaron un programa original para despolitizar una forma de política de la clase trabajadora que antes era más independiente y autosuficiente. El Estado de mercado sólo está completando el movimiento hacia una atomización controlada y pospolítica.

Una falsa polarización

Los críticos del neoliberalismo divergen sobre la cuestión de si refundó radicalmente los tipos de personalidad y las formas de Estado de esta manera. En un extremo, los que especulan en estos términos pueden caer en la desesperanza, describiendo la resistencia como imposible, prevenida o cooptada. Sus argumentos se hacen eco de la visión de 1968 como un preludio inevitable al narcisismo de la era neoliberal. Esta perspectiva suele descartar a los jóvenes —nacidos bajo el nuevo orden— como presas irremediables de un «yo neoliberal», despojados de sentido histórico y de la posibilidad de una solidaridad genuina.

En el otro extremo, existe una tradición persistente de tratar el neoliberalismo como un fenómeno esencialmente superficial, o simplemente como un caso en el que las preocupaciones a largo plazo del capital quedaron al descubierto. Para los partidarios de este punto de vista, la aparición del neoliberalismo no hizo más que confirmar la crítica socialista sin complicarla.

Esta falsa polarización entre el catastrofismo y el activismo trillado oculta un debate más importante que persiguió silenciosamente las apreciaciones de la izquierda sobre la era neoliberal. Gran parte de la literatura canónica de izquierda trató el fenómeno como «económico» de la forma unilateral que el marxismo rechazaba tradicionalmente. El relato de Davidson nos ayuda a volver a entender al neoliberalismo como una forma de régimen político basado en las relaciones de clase, las formas de Estado y el orden internacional.

Podemos preguntarnos si Davidson va lo suficientemente lejos en esta dirección. ¿La acción emblemática del neoliberalismo es la privatización de una industria nacionalizada, o la firma de tratados que refunden la soberanía?

Durante décadas, como parte de un apego melancólico a formas más antiguas del capitalismo, muchos sectores de la izquierda enfrentaron al neoliberalismo presentándolo como un credo económico que podía ser fácilmente reemplazado por políticas más humanas. Esto significaba a menudo tratar a las nuevas formas políticas de la era como características secundarias o incluso benignas. Esto produciría una enorme confusión una vez que esas formas políticas entraran en crisis.

Base social

Uno de los grandes puntos fuertes del relato de Davidson es su separación de la historia neoliberal en dos fases principales: una fase de vanguardia, marcada por los regímenes agresivos del tipo de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, y una fase de consolidación, marcada por el neoliberalismo social del tipo de Bill Clinton y Tony Blair.

Sin embargo, se perdonaría al lector por pensar que los neoliberales sociales lograron esta fase de consolidación principalmente mediante la expresión de palabras amables y sentimientos nobles. Podría ser fácil, desde esta perspectiva, ver a socialdemócratas sucedáneos como Blair no más que como personajes que maquillan a un cerdo, tomando las brutales victorias de la era Thatcher y presentándolas de nuevo como un camino hacia la modernización, el multiculturalismo y el cultivo de estilos de vida modestos.

Cualquier régimen de acumulación exige alguna forma de consentimiento masivo —o al menos de resignación masiva— para el nuevo orden. A pocos en la izquierda les cuesta aceptar esto en relación con eras pasadas de desarrollo capitalista. El orden de posguerra generó esta base a través de diversos medios. Generalmente, éstos implicaron empresas de construcción nacional como el control estatal sobre industrias estratégicas, la extensión de nuevos servicios o provisiones estatales, y el ciclo de partes de la clase obrera hacia industrias emergentes, la generación de la llamada «nueva clase media».

Nuestra tendencia, criticada por Davidson, a considerar al neoliberalismo como una aplanadora demoníaca implica descuidar el lado «positivo» del fenómeno: la construcción del mundo que cualquier régimen de acumulación debe sostener para hacerlo viable. De un vistazo, podemos identificar al menos cuatro procesos importantes, ninguno de los cuales es uniforme en todo el alcance global del neoliberalismo.

El primero es la expansión del sector universitario, tomando como ejemplo el Reino Unido. Los ingresos reales de los proveedores de enseñanza superior en Inglaterra se duplicaron en los treinta años transcurridos hasta 2022/23. Para ese mismo curso académico, el tamaño del alumnado nacional en el Reino Unido alcanzaba casi los tres millones.

Los signos de esta explosión se encuentran por todas partes. Las viviendas para estudiantes transformaron el aspecto de muchas ciudades británicas de provincias, y surgieron microeconomías en torno a los campus en expansión. Junto con el auge de las finanzas, estos son los desarrollos urbanos característicos de la Gran Bretaña neoliberal. Sin embargo, el auge se desbordó. Las instituciones, agobiadas por las deudas, luchan ahora por atraer a estudiantes internacionales lucrativos en medio de las crisis mundiales.

Problemas de género

La expansión del sector universitario está vinculada a otro gran desarrollo: la llamada feminización del sector profesional. En 2017, el 55% de las mujeres británicas asistían a la universidad antes de los treinta años. En la actualidad, una proporción mucho mayor de mujeres que de hombres asiste a la universidad en toda una franja de las economías más avanzadas, incluidos el Reino Unido, Estados Unidos, Canadá, Corea del Sur y Noruega, entre otros.

En el Reino Unido, el empleo femenino se multiplicó por dos y medio entre 1951 y 2018. Las tasas de participación femenina en el mercado laboral aumentaron del 55,5% al 74,2% entre 1971 y 2018. A lo largo del periodo neoliberal, el trabajo femenino se hizo más profesional y de tiempo completo. En 2013, la mano de obra femenina en el Reino Unido era proporcionalmente más profesional que la masculina, con un 21% de todo el empleo femenino y un 19% de todo el empleo masculino en funciones profesionales.

Otro hito se alcanzó en 2023, cuando el salario de las mujeres superó al de los hombres en la franja de edad de veintiuno a veintiséis años en un 2,1 por ciento. Las mujeres son ahora el 51 por ciento de todos los empleados profesionales del Reino Unido con edades comprendidas entre los veintidós y los veintinueve años. Estas cifras eluden una serie de medidas por las que las mujeres siguen estando muy desfavorecidas en el empleo. Pero todas ellas apuntan a un proceso de renovación económica que lleva décadas gestándose y que genera nuevas fuerzas de trabajo y culturas industriales.

Podemos observar el declive de la estabilidad de estos dos pilares —la expansión del empleo profesional femenino y de la educación superior como formas de movilidad social e integración laboral limitadas— en los ataques de la derecha al neoliberalismo. La denigración del empleo femenino como promotor de la crisis demográfica, de la universidad como ámbito de un elitismo mimado e irresponsable, y del empleo profesional como un desperdicio de vida para los «perdedores» de la sociedad, refleja una toma de conciencia por parte de la derecha de las contradicciones del paradigma general, y una capacidad para incorporar estos problemas a una crítica parcial y motivada.

Este proceso está ahora tan avanzado que incluso los reaccionarios más inarticulados y vulgares pueden aprovecharla. ¿Qué otra cosa es la «Matrix» de Andrew Tate sino la constelación del fracasado institucionalismo liberal? Influyentes conservadores como Tate rechazan el mundo «femenino» de las carreras y la educación, ofreciendo en su lugar un culto a aquellos aspectos del neoliberalismo que dieron a luz a conspicuos «ganadores»: prestamistas, rentistas y mercachifles del estilo de vida. Estas nuevas capas de ganadores son a su vez subproductos del tercer y cuarto pilares: la extensión de la propiedad de activos y el crédito.

Inflación de activos

Una vez más, países como el Reino Unido y Estados Unidos, que consolidaron el proyecto neoliberal, lideran la explosión de la riqueza de activos (propiedades, acciones, bonos, etc.). En algunos casos, el más famoso en el Reino Unido, los gobiernos buscaron conscientemente generar una nueva base de propietarios de activos mediante la venta de viviendas públicas y acciones de industrias anteriormente nacionalizadas.

Los ganadores más conspicuos en este caso no fueron el creciente número de propietarios de viviendas. Más bien, la concentración de activos redefinió la riqueza en el siglo XXI, con el abismo entre propiedad y trabajo reforzado por el llamado «capitalismo popular». Al final del proyecto en el Reino Unido, cincuenta familias poseían más riqueza que la mitad de la población: 33,5 millones de personas de clase trabajadora. Empresas multimillonarias de gestión de activos como Blackrock y Vanguard en Estados Unidos se convirtieron en los símbolos internacionales de este cambio.

Un cuarto pilar, que Davidson analiza en mayor profundidad, es la ampliación del crédito y la deuda privada en los hogares de la clase trabajadora. Esto, combinado con la creciente participación de la mano de obra femenina, ayudó a mantener el poder adquisitivo frente a unos salarios estancados o a la baja. En particular, el endeudamiento se disparó tras las crisis neoliberales de 1997 y el colapso de las puntocom a principios de siglo. Los sectores más acomodados de la población activa obtuvieron un acceso más fácil al crédito, que podían garantizar con activos.

Davidson cita un estudio de Citicorp que describe el auge de la «plutonomía», en la que el consumo, la deuda y el ahorro están tan sesgados que hablar de un consumidor «medio» carece de sentido. Las recientes oleadas de inflación pusieron de manifiesto la incapacidad de los políticos para comprender lo fracturada que se ha vuelto la experiencia pública de las dificultades económicas.

Estas últimas tendencias, estrechamente relacionadas con la financiarización, contribuyeron a garantizar un elemento de apoyo o aquiescencia popular al neoliberalismo, argumenta Davidson. Aquellos que alcanzaron una parte desproporcionada de la riqueza y el consumo basados en activos —aunque tales ganancias palidecen al lado de la enorme riqueza de la clase capitalista propiamente dicha— están sobrerrepresentados en las capas sociales que todavía votan regularmente y son más propensos a comprometerse en áreas de responsabilidad descentralizada y localizada.

Davidson sostiene que el neoliberalismo fomentó una sensibilidad populista en parte de la nueva clase media:


Las actitudes neoliberales hacia la masa de la población implican una incómoda combinación de sospechas privadas sobre lo que podrían hacer sin la vigilancia y la represión del Estado, y disquisiciones públicas sobre la necesidad de escuchar al pueblo, siempre que, por supuesto, se le pida a los políticos que escuchen al tipo de pueblo adecuado.

Las formas de democracia subrepresentacional prefiguran así un estilo político demagógico, dirigido por los verdaderos ganadores del régimen neoliberal de acumulación.

Guerreros culturales

La consideración melancólica que tanta gente tiene del orden de posguerra hizo que a menudo se traten sus formas innovadoras como si fueran tendencias seculares y orgánicas y se las asocie con una marcha transhistórica del «progreso» más que a procesos materiales distintos de acumulación de capital. De este modo, se hace posible disociar la fase del «neoliberalismo social» de la historia más amplia de la época.

Los partidarios de esta perspectiva podrían así considerar el supranacionalismo, la descentralización y la ONGización como factores neutrales e inequívocos de la vida moderna. Las consecuencias se hicieron especialmente evidentes a partir de 2016, cuando la reacción de la derecha llevó a gran parte de la izquierda a una defensa reflexiva del institucionalismo liberal.

Las nuevas corrientes de derecha surgidas del neoliberalismo no estaban menos desorientadas. No sólo compartían la fijación en un mundo perdido de capitalismo nacional honorable. También, al igual que la izquierda, habían sido educadas en la cultura del distanciamiento neoliberal de la vida pública. Davidson argumenta que esto moldeó los contornos de la nueva derecha: «Los parámetros cada vez más estrechos de la política neoliberal, donde la elección se restringe a cuestiones “sociales” en lugar de “económicas”, fomentó la aparición de partidos de extrema derecha, normalmente obsesionados con cuestiones migratorias».

También en la izquierda, la política dio paso a campañas monotemáticas, al localismo y a la construcción ad hoc de «comunidades». Davidson indica que estos intentos de imitar la cultura asociativa perdida de las décadas de posguerra reflejaban la lógica del neoliberalismo, su alejamiento de las cargas de la gobernanza nacional y putativamente representativa.

El fenómeno a menudo denominado «guerra cultural» refleja esta fragmentación general de la política. El repliegue hacia la vida privada que permitió el conjunto institucional del neoliberalismo no fue una mera migración espiritual, sino material, arrastrada por la propiedad de pequeños bienes, el crédito barato, la baja inflación y las nuevas trayectorias profesionales.

A medida que cada túnel de escape se fue derrumbando, muchos, especialmente en las capas sociales que antaño tenían aspiraciones, se vieron obligados a salir a la superficie. Sin embargo, carecían del lenguaje para la política como tal, y en su lugar anunciaron su ira y paranoia a través de nuevas identidades tribales. Al final, siempre fue probable que la guerra cultural beneficiara a la nueva derecha, cuyos partidarios pueden permitirse un regodeo en la atomización y la bajeza de las pulsiones privadas y los antagonismos mutuos que corroen la política democrática.

El hecho de que sea Trump, por encima de todos los demás, quien finalmente busque un nuevo orden tantos años después de 2008, indica rasgos seminales del mundo al final del neoliberalismo. Del mismo modo, dice mucho sobre el grado de daño estructural infligido previamente al movimiento obrero el hecho de que los procesos de competencia geoestratégica e intraelitista estén configurando ahora la nueva era, con capas más amplias de la sociedad contribuyendo principalmente al proceso al apartarse de las formas neoliberales de gobierno.

Hay mucha rabia, y el compromiso y la actividad políticos aumentaron, al igual que los choques contra los decrépitos establecimientos de uno u otro tipo. Pero la izquierda existente demostró su falta de voluntad para enfrentarse al neoliberalismo en momentos cruciales. El populismo de izquierda se rompió al entrar en contacto con las instituciones rectoras del proceso neoliberal, como la UE en Europa y el Partido Demócrata en Estados Unidos.

Trump es una figura única para este nuevo fundamento. En toda Europa, los procesos combinados de enervación del Estado, postsoberanía, supranacionalismo y desindustrialización dejaron a los líderes políticos a la deriva, incapaces o poco dispuestos a afrontar la evidente necesidad de un cambio de rumbo. Sin embargo, el cargo de Presidente de Estados Unidos aún conserva un poder real, y Trump está decidido a utilizarlo.

En una fase temprana de su tratamiento del neoliberalismo, Davidson insiste en que la necesaria tarea de identificar distintas eras del capitalismo no debe llevarnos a trazar fronteras rígidas entre ellas. Inevitablemente, cada nueva era arrastra rasgos clave de la anterior. Esto no sólo se aplica a las relaciones más esenciales que sustentan toda la época capitalista, sino también a las tendencias de largo plazo que contribuyen a darle forma a cada subperiodo. El reconocimiento de tales continuidades nos deja con la difícil tarea de identificar la forma en que estas tendencias a largo plazo pueden condicionar las fuerzas a través de las diferentes fases.

El auge de los fondos soberanos, las medidas comerciales agresivas, la deslocalización, el estímulo fiscal y otros métodos «capitalistas de Estado» fueron una característica notable del interregno entre 2008 y el segundo mandato de Trump. Sin embargo, como señaló Alberto Toscano, «los gestos proteccionistas actuales respetan en su mayoría las condiciones límite del neoliberalismo y sus imperativos de clase». La desglobalización y la multipolaridad reflejan las presiones hacia una nueva competencia geopolítica. Pero no muestran signos de invertir realmente la internacionalización del capitalismo.

En condiciones en las que el capital seguirá siendo transnacional, sería burdo permitir que la derecha imponga su propio pronóstico ideológico de un conflicto entre nacionalismo y globalismo. Más bien, podríamos ver el neomercantilismo de Trump —un cambio en la función del Estado hacia la búsqueda agresiva del comercio en condiciones favorables, a expensas de la pretensión de liderazgo global— como una consecuencia de la globalización máxima.

La integración del mercado mundial dio lugar a un competidor de la talla de Estados Unidos en la forma de China, destruyendo la base de las viejas estrategias de Washington de pastoreo de los intereses capitalistas (en última instancia, interesadas y de base nacional, por mucho que esas estrategias, por supuesto, lo fueran). La siguiente mejor opción es la que hizo volar la imaginación de Trump durante muchos años: convertir al Estado más poderoso del mundo de pastor en lobo. De este modo, su visión realista-mercantilista del mundo, por muy a medio formar y errática que sea, desempeña un papel análogo al de las doctrinas de los ideólogos neoliberales de hace tantas décadas.

Aquellos que ven el nuevo orden de Trump como una inversión —el negativo ideológico del neoliberalismo globalizado— probablemente se confundan de la misma manera que aquellos que veían el neoliberalismo como la inversión de una edad de oro socialdemócrata. Este nuevo régimen de acumulación de capital y geopolítica será «globalista» tanto por su alcance como por su naturaleza. También se forjará a través del conflicto, sin un resultado garantizado.


Fuente: JACOBIN