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martes, 2 de septiembre de 2025

Aquella brisa de los veranos de antes (3 de 20).

 

Águilas: Tocata y fuga de Mari Carmen


 Por Pedro Costa Morata
      Politólogo. Ha sido profesor en la Universidad Politécnica de Madrid. Premio Nacional de Medio Ambiente.


     “Me voy como vine: con mi bolso y sin nada material dentro”, dice Mari Carmen Moreno, la alcaldesa dimisionaria de Águilas. Qué lástima, nene, y qué humilde y generosa; pues no que se calla que hasta ha salido perdiendo cuartos, que incluso ha tenido que desembolsar de ese mismo bolso y junto con otros dos funcionarios descuidados 9.143 euros, más intereses y costas, por sentencia del Tribunal de Cuentas sobre emolumentos del secretario municipal, Jesús López, indebidos pero consentidos. El tal López López -funcionario a quien hay que echarle de comer aparte, como veremos- estuvo ingresando ese dinero durante cinco meses a título de “acumulación de servicios” en Águilas, mientras trabajaba en el Ayuntamiento de Torrevieja contratado como jefe de los Servicios Jurídicos. Cobraba pero no acudía a Águilas, ya que estaba de bien calculada baja: un caso de defraudación de caudales públicos que la alcaldesa conocía y por eso ha de pagar su parte; una parte que, como la de los otros funcionarios que hicieron de interventores accidentales, el propio Tribunal de Cuentas señaló que podían tramitar exigiendo su devolución al listo de don Jesús, verdadero infractor, pero ese expediente de reintegro, la jefa de personal en el Ayuntamiento de Águilas, Rosario Martínez, se niega a tramitarlo sencillamente porque es de la cuerda de López y porque la alcaldesa no ha mostrado ningún empeño en recuperar ese dinero, es decir, en enfrentarse al maniobrero y peligroso secretario.

     Pero esto, lo de los 9.143 euros a repartir entre tres, no deja de ser peccata minuta, siendo lo sustantivo la grotesca situación en la que ha quedado atrapada doña Mari Carmen Moreno en las redes y maldades del secretario López, que ha acabado dominando a la alcaldesa y a la administración municipal; hasta el punto de que en los mentideros aguileños bien informados se plantea que haya sido ésta la principal y verdadera causa, por los peligros que presenta, presentes y futuros, de su espantá. Asunto serio y grave, que en otro artículo habré de desarrollar, aludiendo en detalle al estilo y las malas artes de López López.


La alcaldesa de Águilas con el secretario y el interventor.

     Para resumir el excesivo periodo de Mari Carmen como alcaldesa -que prometió presentarse dos veces y se atrevió a tres, enfangándose a continuación- este cronista ha de referirse a los conflictos personales, nunca directos sino mediáticos, que le suscitó el proceder cada vez más osado y autoritario de la alcaldesa, como aquel Plan Parcial de la Playa de la Cola, que vulneraba cuatro o cinco espacios protegidos; su indiferencia ante la suerte de Cabo Cope, que debía haber comprado al “banco malo” ya que disponía del derecho de tanteo y retracto; su empeño en autorizar un camping-caravaning dentro del Parque Regional Cabo Cope-Calnegre; sus manejos con ADIF para construir una nueva estación ferroviaria en el quinto pino, sin la intención de consultar al pueblo sobre tan sensible asunto y destinando -que nadie lo dude- las actuales instalaciones, más que centenarias, a urbanización y especulación; su guerra declarada a actividades culturales de prestigio; su sentida indiferencia hacia el medio ambiente en general; su alianza con los depredadores de la agricultura intensiva, etcétera, etcétera. (Asuntos, por cierto, sobre los que la izquierda local oficial ha guardado un silencio que ni explica ni se explica, y que pensará que le va a dar votos).


Estación ferroviaria de Águilas (1890).

     La hasta ahora alcaldesa, en su escenificada despedida, declaró que ha llegado el momento de “priorizar la familia y la salud”, cosa natural después de 22 años de más que regular carrera política, y que se dedicará a la enseñanza, como bióloga que es (de sensibilidad ecológica casi nula, ya digo). Y ha dejado asentado que “no me arrepiento de nada”, que es la costumbre en políticos en retirada, y que realmente refleja el sentimiento de quienes así se expresan, sí, pero que también suelen ocultar inquietud de fondo, inseguridad del pasado y desconfianza ante lo que pueda venir.

     Esto es cosa de la tradicional e histórica discrecionalidad de los ediles patrios, sean franquistas, socialistas o populares, que no suelen abandonar el puesto sino por la fuerza, bien de las urnas, bien de sus superiores en el partido, ya que el poder enferma y el poder prolongado enferma prolongadamente. Buena ocasión para recordar cómo saludé, en su día, la victoria electoral de Mari Carmen tras los años de gobierno municipal del PP y la eclosión del escándalo urbanístico a lo grande: “una zagala lista, paciente y apañá” (La Opinión, “Elecciones, revuelo y vuelta a la tarea”, 3 de junio de 2015), decía yo. Porque sin duda la carrera política de Mari Carmen, pese a serlo en un PSOE ya desoladoramente descolorido, era notable y muy esperanzadora. Hasta que, ya en su segundo mandato tuve que ponerme serio y tratar de enderezarla, ya que su andar por la política municipal se hacía cada vez más arrogante y provocador; y no tuve más remedio que echarle en cara, ya en su tercer mandato -perjuro, imprudente, fatal-, lo mal que veía esto y lo urgentemente que debía abandonar el cargo, vistos los charcos en que se metía y los jardines por los que prometía perderse. Ahora, cuando resulta que me he hecho caso (pero tarde, ay, ay, ay), no explica que su abandono sea por los peligros que la rodean y las chapuzas en las que ha incurrido, qué va. Entre llantos de colaboradores, babosadas de la prensa adicta (no os perdáis el columnón de Ángel Montiel en La Opinión, de 24 de agosto, que más que panegírico parece publirreportaje) y el sopor agosteño del aguileño medio, ha querido despedirse con los pretextos a los que recurren de costumbre -en trances como éste- los malos/as políticos/as una vez pillados/as en su mal hacer, es decir, alegando causas escasamente convincentes.

     (Coincidiendo con el anuncio de la dimisión de Mari Carmen se ha producido otro, de muy parecido jaez, protagonizado por el también socialista Antonio Merino, teniente de alcalde de Calasparra, discípulo y delfín del marrullero Vélez, e imputado como éste por el asunto de la Fiesta Taurina del Arroz en los años 2018 y 2019. Como marca el guion, Merino ha declarado que se retira, “tras diez años de dedicación y compromiso”, alegando que la política resulta “difícil de compaginar con las obligaciones laborales y profesionales”, algo tan lógico si atendemos a sus competencias municipales: nada menos que Hacienda, Urbanismo, Seguridad Ciudadana, Festejos, Cultura, Patrimonio y Comunicación… todo un fenómeno este político calasparreño, tan joven y prometedor, vaya que sí.)

      En el bolso de Mari Carmen -supongo que ya descolorido y hasta raído- no le ha podido caber la parcela que ha adquirido a precio ventajoso al empresario Juan Montiel, ese mismo que mantiene con el Ayuntamiento una deuda que ronda el millón de euros y al que la administración municipal trata con excepcional deferencia, compensando esa deuda, poco a poco, al parecer de forma relacionada con su actividad hotelera, no se sabe muy bien cómo, pero saltándose la legalidad vigente, cosa que Mari Carmen conoce perfectamente. El caso es que el infractor logra pasar poco menos que como un benefactor del pueblo, hasta el punto de que la alcadesa ha tenido el dudoso gusto de dedicar la plaza de esa urbanización que tan bien se le ha dado, a los meritorios nombres de don Juan y doña Beatriz, su esposa, dos señalados incumplidores de la legalidad vigente; de doña Beatriz recuerdo su tropelía urbanística en lo que llamó “Castillo del Esfuerzo”, por La Zerrichera, de la que salió de rositas por el apoyo, descarado pero incondicional, del alcalde popular Juan Ramírez y por un juez que me dejó pasmado por su banalidad (cosas, ambas, que afeé en su día a los protagonistas en La Verdad, 2008 y 2014). El caso es que los señores de Montiel se sienten tan cómodos en sus fechorías con el PSOE como con el PP.

     Y para acabar (por ahora), con el acontecimiento de la dimisión de la alcaldesa, que tanto ha sorprendido a la opinión ignara aguileña, necesario es aludir, siquiera esquemáticamente, a su designado sucesor, Cristóbal Casado, que también debe pertenecer a esa hornada de jóvenes políticos socialistas capaces de comerse al mundo, si atendemos a las competencias que hasta ahora mismo le estaban atribuidas: Seguridad Ciudadana, Contratación, Deportes, Comercio, Carnaval, Festejos y Patrimonio (otro fenómeno: qué envidia). Del que solo sé que ha escurrido el bulto cuando se le ha requerido para tratar del feo asunto del atentado del que este cronista fue objeto el pasado 16 de junio, por lo que -qué queréis que os diga- no empieza nada bien. Aunque, claro, más importante resulta que esté considerado, en relación con el maniobrero López, aún más sumiso que Mari Carmen.



sábado, 19 de abril de 2025

La Estación FC de Águilas bien vale la pelea, el conflicto y el respeto

 

 Por Pedro Costa Morata   
      Ingeniero, periodista y politólogo. Ha sido profesor de la Universidad Politécnica de Madrid. Premio Nacional de Medio Ambiente.


Como cronista aguileño apegado al ferrocarril por sangre, vocación y ecología, celebro que la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia se oponga al desvarío que, al alimón, el Ministerio de Transportes y el Ayuntamiento de Águilas capitaneado por su alcaldesa, Mari Carmen Moreno, han tramado contra la principal herencia sociocultural de tiempos modernos de la que puede, con razón, enorgullecerse el pueblo, que es su ferrocarril. Y ambos han decidido abandonar la actual Estación, núcleo indiscutible del entorno y la historia ferroviarias, por un sucedáneo avieso y especulativo fuera del pueblo y de la gente. Un ferrocarril, activo desde 1890, que es un compendio de muy humanos esfuerzos y servicios, con su historia minera y exportadora, su servicio de viajeros de un siglo, la presencia británica (que para Águilas siempre ha sido mucho más que una herencia industrial) y los miles de aguileños que trabajaron en esas instalaciones y de ellas vivieron: Estación de viajeros, talleres generales, depósito de máquinas, trenes, vías, embarcadero… No voy a ignorar que entre esos miles de obreros y empleados estuvieron mi padre, mi abuelo, mis tíos y algunos primos; ni dejar de recordar que yo mismo soy beneficiario, y deudor por estudios y formación, de la meritoria institución Colegio de Huérfanos de Ferroviarios, creada en 1929.


Estación ferroviaria de Águilas en 1888.


Puja política por la Estación: ¡pelea, pelea!


Indignado por la escasa respuesta crítica con que el pueblo ha venido respondiendo al envite contra la estación, me congratulo especialmente porque el encontronazo entre Administraciones se plantee en el terreno político, que es donde políticos e instituciones deben enfrentarse y entenderse. Esto es lo que parece implicar que las razones aducidas por el Consistorio de mayoría socialista, que son de tipo técnico-urbanístico, van a ser contrastadas por las socio-histórico-territoriales del Gobierno regional, que todo ello pertenece a lo político, desde luego, pero los matices y peculiaridades son la salsa del conflicto. Las primeras, las que parecen contemplar el “desarrollo del pueblo” como razón primera del argumentario municipal (o sea, de Mari Carmen), nada tienen que ver con la realidad, ya que la expansión urbana no tiende a superar las vías por el norte, y sí se ha de observar, y tener en cuenta, que la actividad urbano-turística se dirige y consolida en dirección levante a partir, precisamente, de la Estación actual y sus instalaciones.


La alcaldesa de Águilas, Mari Carmen Moreno, ante los planes "ferroviariarios" para su pueblo.

Y encuentro oportuno que hayan de criticarse las pretendidas “exigencias” técnicas del trazado del AVE, que también se exhiben como dificultad “insuperable” para mantener la situación actual. No sin insistir en que cuando un político o política dice someter su acción sociopolítica a los requerimientos técnicos de cualquier tipo, está desertando de sus verdaderas obligaciones, optando por hacer de cobarde, débil mental o cínico/a contemporizador/a. Que los seis servicios diarios ferroviarios existentes antes de que nos cortaran la vía por -diciendo y mintiendo- por cinco años, que en verano llegaban a diez, no pueden generar atasco ni bloqueo alguno en el tráfico local; que por el ramal a construir no se puede alcanzar (ni mucho menos) esa alta velocidad que es propia del AVE y determinante de las características de su infraestructura; y que, dado que en su aproximación a la estación actual el tren discurre semi soterrado, no hay dificultad insuperable alguna para un rediseño parcial que, sin afectar a las viviendas cercanas no hagan necesario ni realista soterrar nada de nada. Esta anotación sobre la tontería del soterramiento la hago dirigiéndola a ambas Administraciones contendientes, la murciana y la aguileño-madrileña: que no nos vengan con los cuentos de los pasos a nivel necesariamente soterrados, que el AVE está siendo cada vez más, por toda España, objeto de “reconsideraciones y replanteamientos” también en su diseño, dado su astronómico coste social, económico y ambiental; y que así debe ser.

El AVE que llega a Águilas, pues, no es ni puede ser (ni falta que hace) ese AVE que, por su alta velocidad, impone criterios técnicos tan novedosos como perniciosos: no alcanzará en sus veinte kilómetros de recorrido, desde el enlace en Pulpí con la verdadera alta velocidad, ni la mitad de su velocidad máxima y acaba en una estación-término, así que la muy exigente velocidad no puede ser el criterio que marque todo lo demás.


Más leña al fuego en el que se cuece la alcaldesa


Esta interesante “crisis de la Estación” pilla de lleno a la alcaldesa en este su tercer mandato, a la sazón perjuro (negó que aspirara a él), y que le va a salir carísimo, dadas las pifias políticas, administrativas y otras en que va incurriendo. Y así, su ética socialista se ha volatilizado ante la mirada de tantos aguileños que creían que ya se las sabían todas. La ética de doña Mari Carmen, me dicen, yace en manos del secretario municipal, Jesús López, un personaje de mucho cuidado, al que hay que vigilar y tener lo más lejos posible, pero que goza de un vergonzoso ascendiente sobre la alcaldesa. Y no duda en atacar a la cultura (liquidando ferozmente ese ejemplar fenómeno musical de Promúsica, tras 14 años de influencia musical sin precedentes y debiendo miles de euros a los tenaces organizadores, todo ello con la saña del tal secretario López); y menospreciar la ecología (permitiendo que compraran Cabo Cope, primero, los pillos de ANSE y, luego, de rebote, la Comunidad Autónoma, y oponiéndose a la protección del Parque Natural Cabo Cope-Calnegre). Vaya socialista y vaya Partido Socialista que la mantiene y respalda.

Es de ver la fulminante e indignada reacción de la alcaldesa al conocer la decisión del Gobierno Regional de oponerse al destrozo y el saqueo de tan entrañable parte de la historia y naturaleza de la villa marinera (que lo ha sido tanto como ferroviaria, siendo estas dos las señas de identidad más íntimas y propiamente urbanas con que todavía exhibe sus peculiaridades, si bien disminuidas, este nuestro pueblo). Y que se haya puesto tan digna frente al “cambio de opinión” -según ella- de la Comunidad Autónoma y, sobre todo, de los dos altos cargos aguileños ahí instalados (responsables de Turismo y Ordenación del Territorio), como si dudáramos de que ella misma, de estar el Ministerio de Transportes en manos del PP y proponer una nueva estación fuera del pueblo, no se pondría al frente de la opción por la actual Estación, apelando a sus valores históricos, a la tradición aguileña, etc. etc. Y se ha subido arriba al señalar que todas las instancias, estamentos y hasta “la gente de la calle” en Águilas se ha manifestado a favor de una nueva estación en el quinto pino en “todos los procesos de participación habidos”, proclamación que yo niego por carecer de fundamento. Todo lo contrario: esta maniobra de desmantelamiento y especulación, ha eludido en lo posible luz y taquígrafos, manteniéndose en un entendimiento semiclandestino con ADIF y el Ministerio. Es ahora cuando se quiere endosar a un deseo “general”.


Huerto de Don Jorge, adosado a la estación ferroviaria, ambos de construcción británica.


El pasado exige respeto y hasta devoción, sobre todo, por los políticos


A nuestra alcaldesa no le conmueve en absoluto la sensibilidad ferroviaria local, que incluye el recuerdo activo, ya que no el culto debido, del papel que jugó la “Estación” (nombre genérico con que los aguileños siempre aludieron a todo el conjunto ferroviario) cuando la Guerra Civil. Por eso hay que recordarle que en esos talleres hoy silenciados se construyó día a día un material rodante y blindado vital para la República, lo que le valió incesantes y criminales bombardeos -la Estación, más el puerto y, de paso, el pueblo- por la aviación fascista italiana. Que sepa que era el Sindicato Ferroviario (UGT-PSOE) el que controlaba y dirigía aquel esfuerzo de guerra, y que de ahí proviene en gran medida la “veta socialista” aguileña, esa que a Mari Carmen parece traerle al pairo, más allá de usufructuarla como alcaldesa socialista de mero nombre, sin la conciencia política que le sería propia.

Mi padre y mi abuelo también eran de ese Sindicato. Mi padre fue enviado durante la Guerra al frente de Teruel y mi abuelo trabajó ahí durante toda la contienda, muriendo en 1940, nada más acabar ésta (“por los bombardeos”, decía mi abuela, seguramente aludiendo a los daños psíquicos que le produjo el trabajar aquellos años pendiente de la sirena, la carrerilla y el refugio, lo que quiebra los nervios del más templado). Esto lo cuento porque fue el caso de cientos de obreros ferroviarios aguileños, y porque sus descendientes tenemos la obligación de sacarlo a la luz siempre que haga falta.

Cuando la alcaldesa muestra su decepción frente a los de Murcia y alude, vigorosa, a los avances urbanísticos que suponen el sustituir la vía férrea de entrada en la ciudad -esa “Trinchera” rasgo diferenciador de mi barrio, por cierto, conocido como del “Paso a Nivel”- por un vial que alivie el tráfico, y se calla las negociaciones que, según todos los indicios, ya ha mantenido con los beneficiarios del suculento pelotazo a la vista: en primer lugar, los de la nueva estación, con el cambio de uso de los terrenos agraciados, que siendo ahora agrícolas van a sobrevalorarse significativamente; y en segundo y más importante lugar, el de los amplios y apetecibles (¡ay!) terrenos de la Estación y su entorno, tan próximos a la playa, para los que sospecho que se prevé el mismo destino -el de la especulación- marcado por la anterior operación, creo recordar que de una Corporación de “independientes” (en realidad, mercaderes oportunistas), con la construcción de espantosos bloques de viviendas que permanecen vacíos en su mayor parte, incluso en verano.


Menos aspavientos y más debate: por una consulta sin trampas


En principio, ha de suponerse que cualquier político servidor de los intereses de su pueblo y sus electores debiera estar alerta, y alzarse en cuanto le corresponda hacerlo, contra las pretensiones de “racionalidad ferroviaria” del Ministerio y de ADIF, estupideces que gravan con ignominia a un modernísimo tren que se revela más dañino según se impone el “AVE para todos”, eslogan que califica a un país desnortado, crédulo y manoseado por tecnócratas y burócratas carentes de sensibilidad social.


"AVE para todos".

Las pretensiones de modernidad y -peor todavía- inevitabilidad del poderoso ascendiente del AVE, al que hay que rendirse porque sí, no pueden ocultar el mismo “aire” avieso y destructivo que envuelve a este súper tren (que no es, en realidad, un tren) desde su aparición como rapaz dispuesta a engañar, arrasar y aniquilar cuanto se opone a sus estruendosas exigencias. Pero téngase muy en cuenta que, a cambio de ofrecer una ultra velocidad que nadie pidió entre los españoles, ni se necesita, nos regala con el cierre de estaciones, líneas y servicios, el alejamiento de las nuevas instalaciones de los centros urbanos y -no por ello menos importante- el trazado múltiple y feroz de las heridas en nuestra geografía y ecología. Ahí vemos, mientras tanto, a los líderes políticos de la región, y muy destacadamente los socialistas -que dispusieron de Pedro Saura como secretario de Estado de Transportes para evitarlo- cómo se la envainan con un silencio cobarde tras la eliminación de la línea de viajeros Murcia-Albacete por Cieza y Hellín, sin reconocer que eso, y tantas cosas más, son pérdidas a cargar al culto al AVE.

Nada de esto observo en la postura de los de Murcia, bien es verdad, frente a las “razones” de la de Águilas y los de Madrid, que no es la sensibilidad, en esos campos aludidos, lo que haya de distinguirse, especialmente, en el “espíritu de San Esteban”. Pero siempre es bueno que unos y otros pongan sobre la mesa sus cartas por jugar, que los observadores -costumbre y experiencia obligan- sabremos completar con las trampas y las intenciones ocultas que han de subyacer bajo el tablero.

En lugar de hacer de Juana de Arco del dislate de la nueva estación, nuestra Mari Carmen debiera fomentar una serie de debates técnicos, urbanísticos y políticos en Águilas, y a continuación convocar a los vecinos a expresarse con un o un no sobre la nueva estación; atengámonos así, sin trampa ni cartón, a la voluntad del pueblo soberano. Y quítese ese baldón de sus preocupaciones, respetando al pueblo y su historia para atender los feos asuntos con los que ha de lidiar hasta que -y puede que más allá- por fin abandone el solio municipal, empleándose en atender a las diversas, y feas, acusaciones que se vienen dirigiendo contra ese Ayuntamiento (como la del mangoneo y el control ejercidos por el secretario López), que con tantos conflictos ha acabado dirigiendo; y trate de librarse en lo posible de ellas.

domingo, 1 de septiembre de 2024

“El tren vive su mejor momento” (el ministro Puente, provocando)

 

Respingos de la calor (6 de 10)


 Por Pedro Costa Morata

Sin duda tenemos un problema con el ministro de Transportes, Óscar Puente que, a más de exhibir un estilo dialéctico y político desafiante, y por tanto imprudente y arriesgado, demuestra no conocer el asunto principal que le está estallando entre las manos, que es el ferrocarril español, que arrastra una crisis eminentemente política, a la que políticos sin talla ni estilo no pueden contribuir más que a su empeoramiento.

Vamos a ver. Óscar Puente se ha permitido decir, como arma arrojadiza contra sus críticos en una comparecencia en el Congreso de los Diputados, que “El tren vive en España el mejor momento de su historia”, con lo que ha querido decir, pero sin expresarlo bien, que el tren vive un momento estupendo para sus enemigos, es decir, los saqueadores de lo público, los tontos en política y el imbatible complejo de la carretera, ese triángulo del petróleo, el asfalto y los vehículos a motor con sus accidentes mortales, sus contaminaciones, su gasto público sin fondo, etc. Un poder, siempre en auge, que manipula y determina a un ferrocarril minimizado, mangoneado y antisocial.

Nuestro ministro, en modo triunfal, se debe referir al AVE, que transporta un número creciente de viajeros y con puntualidad muy estimable, y hace como que ignora que (1) conecta entre sí solo ciudades importantes, (2) induce cierre de líneas y estaciones allá por donde se construye, (3) es rentable en ciertas líneas y tramos, pero no en todos, y según algunos nunca podremos pagar el coste de su infraestructura, y (4) sus accidentes (Santiago de Compostela, 2013: 78 muertos, masacre sin precedentes) e incidentes técnicos ponen en evidencia que a su tecnología hay que temerla más que admirarla.

Puente añadió, en esa comparecencia en la que sus críticos no lo superaron en nivel técnico ni político, que “los españoles se sienten satisfechos con su tren”, un dato que se habrá obtenido entre los usuarios del AVE, viajeros de la España de primera categoría. Porque si la encuesta la hace en la España de segunda categoría lo normal es que la respuesta sea más bien irreproducible. Me refiero a esos españoles que perdieron el tren entre Madrid y Ciudad Real cuando entró en servicio el primer AVE (en 1992, a la Sevilla de aquellos sevillanos en el poder), lo que implicó la eliminación de la línea de 1879 y el cierre de sus 175 km con quince estaciones (o sea, pueblos); o el cierre en 2022 de la línea de Madrid a Valencia por Cuenca, tan reciente como de 1947, con unos 250 km y 22 estaciones clausuradas desde Aranjuez; o ese mismo año, cuando se cerró a los viajeros la línea Cartagena a Albacete, de 1865, por Cieza y Hellín, con 180 km y 17 estaciones eliminadas, otros tantos pueblos, a los que se les dejó con un palmo de narices a cambio de trazar 70 kilómetros de AVE de Murcia a Alicante, para llegar a Madrid tras ir haciendo eses por media España. Estos españoles ninguneados según avanza el AVE victorioso, no se sienten satisfechos ni con el súper tren ni con la pandilla de antisociales en cuyas manos viene cayendo desde hace decenios. Toda esa gente sin tren ha de recurrir al coche o el bus para los trayectos que antes hacían en tren, aumentando el tráfico por carretera, la contaminación y el riesgo, en abierta contradicción con el propio nombre del Ministerio de Transportes, que también lleva, añadido, el falso y ridículo título de “Movilidad Sostenible”, que hay que tener cuajo para llamar así a un ente en el que son la carretera y su enjambre de empresas e intereses los que se llevan el gato al agua. (¿No será este sector/lobby de la carretera el que traza los planes del AVE?).


Estación de Cieza, ahora cerrada, en la línea Murcia-Albacete.

Porque, en efecto, la “función social” del AVE (Puente no ha caído en ello) resulta en vestir a Juan para desnudar a Pedro: un ejercicio netamente antisocial, que la historia reciente debe atribuir a los socialistas, que ya se marcaron aquel punto de sabia racionalidad cuando en 1985 el ministro de Transportes Enrique Barón (del Gobierno de Felipe González) sacó el hacha para eliminar casi 1.800 km de líneas de tren de viajeros (con 900 km desmantelados para siempre); líneas que, siendo altamente estratégicas e integradoras, resultaban, ¡ay!, carentes de esa rentabilidad económica que sólo saben medir tecnócratas neoliberales. En Francia, víctima de la misma pasión por rentabilizar el tren, pero con una red ferroviaria que duplica la española (para una superficie nacional solo un 10 por 100 superior), los protestones advierten que, al igual que está pasando con la recuperación de cientos de líneas de tranvías urbanos, no hace mucho eliminadas porque estorbaban la expansión del automóvil en las ciudades, pronto habrá que hacerlo con decenas de líneas férreas finiquitadas, aunque esto ya comportará un alto coste.




Estos tecnócratas anti tren aprovechan su insania antisocial para hacer liberalismo ejemplar, y por eso (1) entregan las líneas más rentables del AVE a la competencia extranjera (que ya hay que ser tontos), e incluso crean un tren propio, el AVLO, para hacerse la competencia a sí mismos; y (2) lo mismo hacen con el escasísimo tráfico de mercancías, privatizando sus servicios rentables. Alegan que estas medidas de liberalización y de libre competencia vienen marcadas desde la Unión Europea, como si no supieran que Bruselas lleva años saltándose masivamente las medidas liberalizadoras que propugna, con -dice la prensa- 27.000 medidas intervencionistas desde 2019. A estos dirigentes incompetentes sólo les faltaba eso: hacer el tonto por europeístas.

Tampoco parecen reconocer que la hora del AVE ya pasó, con su canto de cisne en 2008 y la trascendente crisis financiera desatada. Y les da lo mismo verse envueltos en sobrecostes abrumadores, reducciones de doble vía a vía única (en todo el despliegue del norte, hacia Asturias y Cantabria), prolongación inacabable de proyectos (¡la Y vasca!) y daños ambientales inasumibles (como en el túnel de Pajares), hacia los que la operadora de infraestructuras ferroviarias, ADIF, trata de escabullirse. Así, ¡oh, maravilla!, resulta que España, ya dispone de casi 4.000 km de vías del AVE, superando al Japón pionero de la alta velocidad (3.147 km), Francia (2.735 km), Alemania (1.631 km)… El ministro Puente seguro que considera esto como la prueba más evidente del maravilloso momento que vive nuestro tren, y de los emprendedores que son él y su gente del Ministerio, sin que parezca muy capaz de mirarse a sí mismo con lealtad política y calificar sus chorradas como debiera.

Al parecer, en su arrolladora comparecencia ante flojillos diputados de la oposición a los que devoró el impetuoso Puente, el sobrado ministro abroncó a sus críticos con un “me ha faltado escuchar aquello de que con Franco los trenes iban mejor”, metiéndose en un jardín de esos que vienen identificando al ministro como frivolón y un tanto bocazas, ya que el ferrocarril de aquellos tiempos llegaba a casi toda España con sus 15.000 km de líneas, escasas pero bien aprovechadas (¡y tanto, los usuarios de aquellos años de 1960 lo recordamos muy bien!), y resolvía las necesidades de la movilidad de los españoles con muy bajo coste y una accesibilidad mayor que la de ahora, cuando pueblos y ciudades ven cómo pierden el tren de sus hábitos e historia. Lo de circular a 300 km/h no responde a demanda social alguna, es una imposición tecnológica y arrastra la pérdida de servicios accesibles, la desintegración territorial y la segregación de los ciudadanos. Era el año de gracia de 1986 y el Plan General de Ferrocarriles trazaba un futuro para nuestro tren muy progresivo, asequible y social, pero ese mismo año surgió en el horizonte el tren de alta velocidad francés, con la perspectiva de la Expo de Sevilla y la entrega por París de ciertos presos de ETA, y nuestros socialistas se enajenaron y perdieron el sentido (la sensatez).

Tengo todavía otro reproche que lanzarle a Oscar Puente, que es de Valladolid, ciudad muy ferroviaria, en la que el discurrir de los trenes con parada en la histórica estación de Campo Grande hacia todo el norte de España siempre ha sido un hermoso y distraído espectáculo para la vista y el conocimiento. Pero, como candidato a alcalde ya se dejó ganar por esa maldita especie de que “el tren estrangula el futuro de la ciudad”, reconstituida y agudizada por la expansión del AVE, y nos ha dejado un video sin desperdicio en el que promete -ante notario, dice- a sus futuros electores que de ganar la alcaldía se encargaría de soterrar las vías de esa inmensidad férrea del Valladolid actual. No se planteó -como hubiera sido propio de un alcalde de cierta ambición social- el encargarse con prioridad de frenar el crecimiento macrocefálico de Valladolid, cáncer urbanístico de la Meseta Norte, contribuyendo con estilo de político capaz y sensible a suavizar ese exilio de la buena gente que sigue abandonando sus casas y pueblos en las desvalidas y desesperanzadas tierras de Castilla y León; no. Demostró, por el contrario, dejarse influir por esa desvergonzada filosofía del “estrangulamiento” de las ciudades que hace recaer sobre el (pobre) tren un castigo atroz, aun sabiendo, como todo el mundo sabe, que son los ubicuos y exigentes coches los que lo provocan, y rindiéndose ante esa campaña, generalmente de prensa, que movida por el dinero y la publicidad de los constructores prefigura apetitosas operaciones de especulación urbanística en la que incurren, con muy parecido descaro, los tecnócratas rentabilizadores de RENFE/ADIF y los (casi) siempre predispuestos alcaldes.




A este cronista le ha gustado siempre ver a los trenes entrar y salir de las estaciones de España, y siente un nublado en su corazón cuando asiste al soterramiento inútil de vías y estaciones, que atribuyen la calidad de villano al tren, cuando no es ni justo ni realista. Esto es de aplicación general a las estaciones importantes, por donde los trenes no pasan de largo. Porque hay casos -también motivados por el nefasto AVE- en que lo justo es soterrar las vías, como debiera hacer ADIF en Navalmoral de la Mata, por ejemplo, por donde la mayoría de los trenes futuros de alta velocidad camino de Cáceres, Badajoz o Lisboa no pararán, machacando al pueblo con la alta velocidad y unos muros salvajes que pretenden “proteger” del tren a la villa y su gente, humillando a un pueblo que se las arreglaba con su tren anterior.


Protesta en Madrid por el Muro del AVE en Navalmoral de la Mata. 

De todo lo cual infiero que Óscar Puente carece de ese “·espíritu ferroviario” que han compartido durante casi dos siglos entregados trabajadores de la red y usuarios agradecidos cuyas demandas se limitaban a puntualidad y comodidad progresivas, pero sin mermas ni cantinelas de forofos de la tecnología: que con ir a 140/160 km/h se llega a todos los sitios antes que con el coche o el bus, pero con las indiscutibles ventajas de muy reducidos impactos humanos, ambientales y financieros. Ese es el tren social, es decir, civilizado, solidario y de futuro: lo del AVE es, en realidad, todo lo contrario.

En un magnífico y oportuno monográfico, “Les batailles du rail” (Le Monde Diplomatique, col. “Manière de Voir”, nº196, agosto-septiembre de 2024), que reúne más de una veintena de trabajos de análisis de la realidad ferroviaria francesa e internacional, uno de los autores califica de “ferrovicide” (p. 95) al cierre de líneas regionales en Francia, y otro, aludiendo al desmantelamiento del sistema ferroviario sueco, en otro tiempo considerado uno de los más fiables e igualitarios del mundo, considera que se trata de un “grand brigandage” (p. 42): bandidismo sin disimulos, para entendernos.

Exacto, señor ministro. Así que haga el favor de no volver a pronunciar esa “boutade” de que “el tren vive su mejor momento en España”, y deje de provocar.



domingo, 11 de agosto de 2024

¡Que nos devuelvan el tren!

 

Respingos de la calor (3 de 10)


 Por Pedro Costa Morata

Mis últimas indagaciones sobre la situación del “espíritu ferroviario” de los murcianos me ha alarmado por no encontrarlo, en absoluto, capaz ni decidido a afrontar los despojos y humillaciones que describen a las políticas de RENFE y ADIF para nuestra tierra. Afectadas ambas por el “virus del AVE”, y logrado el encantamiento que esta rapaz mecánica produce en tantos españoles, incluidos los murcianos, la mala ralea de los tecnócratas del transporte nos prepara estragos importantes a los que hay que hacer frente.

Al AVE hay que “dirigirse” destacando su naturaleza rapaz, exclusivista, cara y absurda, por lo que constituye una agresión social de primera magnitud. Por eso deja, a su paso, líneas de ferrocarril cerradas o desmanteladas, y decenas de pueblos y ciudades sin servicio, teniendo la gente que recurrir al automóvil y al autobús para trasladarse. Con el trazado radial y esquelético de las vías del AVE por la Península, este tren incrementa los tráficos interurbanos por carretera, así como -inevitablemente- los de larga distancia. Anula, así, una de las ventajas tradicionales -e imbatibles- del tren como alternativa a la carretera. Circulando a 300 km/h, y queriendo competir con el avión, el AVE lo rompe y envilece todo en cuanto a modo de transporte, desequilibra el territorio, vulnera el carácter eminentemente social del tren, produce impactos ambientales demoledores y nos regala, como resumen, un pan como unas hostias.

La Región de Murcia, de dirigencia política inepta y malvada, y de opinión pública endeble y secuestrada, ha caído en la trampa del AVE gozosa y confiadamente, sin tener más referencia “sociopolítica” que el acceder a lo que otros ya tienen, quejándose como siempre de ser “la última”, de ir “detrás de Alicante” y de ser “menospreciada por Madrid”. La consecuencia de esta tontuna colectiva -desapego, pueblerinismo-, tan ampliamente compartida, ha sido perder el tren en la línea estructural Murcia-Albacete, por Cieza y Hellín, y en el histórico ramal a Águilas. En su lugar, se ha decidido “reforzar” el eje mediterráneo y llevar a los viajeros por un periplo geográfico absurdo, fiando el objetivo a la velocidad y considerando que a 300 km/h las distancias no cuentan ni el consumo de energético que conllevan. (Ese engendro arquitectónico antiestético, caótico y sublunar, que revela a la nueva estación subterránea de Murcia, se empareja perfectamente con la procacidad global con que la región se relaciona con el ferrocarril).




Porque cuando el criterio rector es la velocidad y no la distancia ni la geografía, el resultado ambiental ha de ser funesto inevitablemente. Y ahí está el itinerario Madrid-Murcia por Alicante, Albacete y Cuenca, que es una producción tecno-económica (pero de dirección política) digna de profesionales descerebrados de la ingeniería y pervertidos de la economía (y, en ambos casos, analfabetos ambientales). El AVE evidencia, además, que los tiempos no han introducido ninguna mejora en conocimiento o voluntad en la política de transportes, pese al esfuerzo singular de crítica propositiva realizado en la década de 1970 cuando, contra la dictadura decrépita el paradigma de la ordenación del territorio esgrimido por los ecologistas mantenía la esperanza de un futuro cercano con dirigentes políticos mejorados.

Junto a la eliminación del itinerario más directo y sensato entre Murcia y Madrid, la otra ofensa que los murcianos parecen dispuestos a encajar es la que se cierne sobre Águilas, es decir, ese ramal histórico de la empresa británica The Great Southern of Spain Railway Company Limited, en funcionamiento desde 1890 hasta que hace dos años quedara sin servicio junto con el tramo Murcia-Lorca-Almendricos, como efecto de las obras del futuro AVE desde Murcia hacia Almería. Estas obras y estos planes, vinculados con la extensión del AVE (por una línea ruinosa de necesidad entre Lorca y Almería) amenazan el enlace ferroviario de Águilas, pese a las “originarias” promesas de ADIF que, conociendo el aire economicista de sus rectores, no deben tenerse por serias ni sinceras.




Y en este ambiente más que sospechoso de futura agresión de ADIF al pueblo de Águilas y su historia, hay que contemplar la alegre actitud de su alcaldesa actual, que cree estar negociando con ADIF un plan que ninguna de las dos partes quiere revelar porque ni está claro ni se acomete con lealtad. Así, la alcaldesa socialista de Águilas espera que se recupere el ramal ferroviario, ahora desde Pulpí, a escasos 15 km de Águilas, con una nueva estación netamente separada de las -históricas, meritorias e incluso grandiosas- instalaciones ferroviarias de lo que fue cabeza técnica de la Great Southern, estación que, medio negociada con propietarios de la periferia aguileña, se ubicaría en un lugar nuevo y remoto. Y las vías y las todavía extensas propiedades de la actual ADIF pasarían a ser bocado apetitoso de promotores y constructores. Más o menos relacionados con esta conspiración está el relativo fomento de actos de recuerdo y reconocimiento del pasado ferroviario aguileño, haciendo justicia a aquellos ingleses y aquellas espectaculares obras de ingeniería mientras se prepara la ruptura y desintegración del tren respecto de ese pasado, que los politicastros de hoy han decidido convertirlo en un tiempo inútil y que hay que “superar”. Así que se ensalza el pasado para adormecer la opinión pública y cercenar el futuro.




La alcaldesa no sabe, ni tiene interés en sospechar, que lo que puede estar tramando ADIF es descartar ese ramal y esa conexión ferroviaria de Águilas con la red nacional, proponiendo una solución consistente en un servicio de autobuses que enlacen la futura estación de Pulpí con Águilas, dando por finalizada de un plumazo la historia ferroviaria de Águilas. Porque ADIF, con el estilo despótico que ha acuñado bajo el imperio de la alta velocidad, pretende que ciudadanos e instituciones se allanen ante sus proyectos de infraestructuras del AVE sin decir ni mu: tan necesario y estratégico para el país considera que es ese maldito tren. Y RENFE, igualmente manejada por tecnócratas desalmados, incultos y antisociales, se permite desarticular el territorio, en sus bases fundamentales y de mayor alcance social, por sus santos objetivos de llevar el tren loco a los cuatro sitios que considera rentables.




Los tecnócratas del ferrocarril actual parecen ignorar que ni RENFE ni ADIF ni el ferrocarril les pertenece, y que su función es la de depositarios responsables del cumplimiento de un fin eminentemente social. Y ni se plantean el inconmensurable coste global de la inseguridad de las carreteras (bueno, sí es mensurable: estamos hablando de un 2/3 por 100 del PIB), que es algo que ridiculiza los argumentos de la falta de rentabilidad de ciertas líneas ferroviarias, pero esta es una reflexión social que estos tecnócratas ni huelen. Y tampoco sienten que el sistema ferroviario pertenece a la ciudadanía, no solamente en cuanto pobladores de un país que necesita disponer de un sistema integrado, lo más denso posible, de líneas férreas y sus servicios correspondientes, sino porque la construcción del mismo la han realizado, durante casi dos siglos, las manos de la ciudadanía trabajadora, y porque sus miles de empleados han dedicado su vida laboral a facilitar el movimiento -las relaciones humanas y los afectos, la actividad económica y los negocios- dentro del país construyendo ese “espíritu ferroviario”, eminentemente descrito como actitud de entrega, para que todo eso funcionara, aun con dificultades técnicas y presupuestarias ajenas totalmente a su papel laboral y social. Esta reflexión, que no entra en la cabeza de los tecnócratas, es, sin embargo, el núcleo de la argumentación en favor del tren útil social y ambientalmente. Que la propiedad pública, al menos en este caso, no está asignada a un cuerpo de tecnócratas o políticos intermediarios entre un poder abstracto y una sociedad más abstracta aún, sino que es cosa que nos toca y pertenece a cada uno de los ciudadanos de este país, con nombres y apellidos.

Pero nuestros políticos dirigiendo el transporte, y esos tecnócratas con la misión de rentabilizarlo, se dedican a engañarse a ellos mismos, a maltratar nuestra inteligencia y a malgastar los recursos públicos: son unos auténticos traidores al pueblo y a la patria, y hay que encontrar la forma de, primero, castigarlos con el desprecio de la gente, segundo, enviarlos a un centro ad hoc de reeducación sobre costes comparativos del transporte (incluyendo los ambientales), a ver si se enteran, y, tercero, inhabilitarlos definitivamente para cualquier empleo o puesto públicos, por su alta peligrosidad social.

Con mi nieto Pedro, al que saludaban los maquinistas con un pitido al verlo tantas noches conmigo, entusiasmado, al paso del último tren, recorro las vías silenciosas y cubiertas de hierba y herrumbre, pero que lo atraen de una forma que me emociona, como conjurándolas a que recobren su vida y su futuro. El no entiende muy bien -tampoco yo- eso de que las obras del AVE nos tendrán sin tren durante cinco años, y me pregunta que por qué no hay tren. El otro día, al llegar a casa se lanzó sobre un folio y me dibujó el tren, el maquinista, el paso a nivel y un texto, “Quiero que vuelva el tren”, al que respondí, para mi caletre, con una enfurecida promesa. Cada uno a su manera, ambos nos juramentamos para conseguir que nos devuelvan el tren, nuestro tren, por donde siempre circuló, siguiendo la sabiduría de aquellos profesionales amantes del tren cuyo recuerdo se quiere ennoblecer, precisamente, para disimular la necedad de sus enemigos de ahora.