Por
Bruno
Sgarzini
“El instituto Brookings y el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS) son los dos grandes centros de estudios con los que trabajamos y en los que participamos activamente”, sostuvo en 2019 el lobista de la petrolera Exxon Mobil, Keith McCoy, en una entrevista de trabajo. Lo que no sabía McCoy es que la conversación era grabada y que su reclutador, para una compañía de inversión en energía, en realidad, era un activista climático. El lobista, sin quererlo, había confesado que se apoyaba en los informes de los académicos de ambos tanques de pensamiento para influir en los congresistas, y los medios de comunicación, contra cualquier legislación en contra de los combustibles fósiles.
Los académicos, a cargo de presentar sus informes en el Congreso, y el directorio de ambas instituciones, por supuesto, negaron cualquier conexión con la petrolera. Pero los datos hablan por sí solos; Exxon Mobil ha aportado al CSIS 12 millones de dólares que han fluido hacia su programa de “Seguridad Energética y Cambio Climático” y otros relacionados hacia iniciativas energéticas en las “Américas y África”, dos regiones donde la petrolera tiene profundos intereses. También aportó, según los registros, cinco millones para la construcción de la nueva sede del instituto y en su directorio ejecutivo tiene a su actual CEO, Darren W. Woods. El ejecutivo sustituyó en el puesto al antiguo mandamás de la empresa, Rex Tillerson, exsecretario de Estado de Trump durante su primera Administración.
Woods heredó el encono personal de Tillerson con Hugo Chávez y Venezuela después de que Exxon Mobil no aceptara la política de nacionalizaciones que daba a su yacimiento venezolano Cerro Negro en la Faja del Orinoco, la mayoría accionaria a la estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA). Al no aceptar esta nueva conformación accionaria, Chávez ordenó la expropiación del yacimiento y Exxon Mobil, bajo el mandato de Tillerson, inició una larga batalla judicial en el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (CIADI) luego de no aceptar el pago ofrecido por el gobierno chavista. Exxon Mobil pidió un resarcimiento de 18 mil millones de dólares, pero después, de varias apelaciones, los tribunales le dieron la razón a Venezuela y la petrolera recibió más de 900 millones de dólares.
“La venganza de Exxon llegó de la mano del vecino vecino de Venezuela: Guyana. En 2015, Tillerson —quien se convirtió en secretario de Estado del presidente Trump dos años después— comenzó a trabajar con Guyana para explorar 11 mil millones de barriles de petróleo en aguas reclamadas por Venezuela”, según los investigadores José Bouchard y Nick Cleveland-Stout de Responsible StateCraf.
En concreto, Exxon Mobil se convirtió en accionista, junto a la petrolera Hess y la China National Corporation, del bloque Strabroek, uno de los mayores descubrimientos de gas y petróleo de los últimos 25 años, de acuerdo a The Wall Street Journal. Los recursos de Straboek, de forma paradójica, pertenecen a la misma formación geológica, conocida como “Roca Madre, la Madre”, que genera los recursos hidrocarburos de la Faja Petrolífera del Orinoco. El principal reservorio de petróleo del mundo del que se fue Exxon Mobil con las nacionalizaciones de Chávez.
Detrás del asedio a Venezuela; el lobby de Chevron y 35 mil millones de barriles de petróleo sin explotar
“Es la jugada más especulativa de mi vida”, exclamó en 1912 Henri Deterding, el presidente de la empresa petrolera anglo-holandesa Royal Dutch Shell (Shell), luego de definir la compra de la Caribbean Petroleum Company y, por ende, de sus concesiones petroleras en el Lago de Maracaibo. La “transacción más colosal” de la historia de Shell, tiempo atrás, había sido definida cuando Deterding abrió bien grande los ojos al ver la presentación de los estudios del geólogo Raph Arnold, contratado por la Caribbean Petrolum, en su despacho de La Haya en el corazón de Europa. Arnold, en pocas palabras, le había dejado en claro que las reservas de Venezuela eran una de las más grandes del mundo.
Diez años después, la jugada más especulativa de su vida le dio resultados cuando la Venezuela Oil Concessions taladró uno de los pozos abandonados por la Caribbean, comprada por Shell, en el Lago de Maracaibo y encontró que podía producir un total de 100 mil barriles diarios. “El pozo más productivo del mundo”, lo calificó The New York Times al dar la noticia de que ese el pozo más “productivo del mundo”; lo que desató una “fiebre inversionistas” que llevó en pocos años, a la competidora estadounidense de Shell, la Standard Oil de John Rockefeller, ha comprar distintas compañías petroleras venezolanas, la más importante de ellas, la Creole Corporation. Para 1933, esa apuesta especulativa del ejecutivo de Shell, basada en un estudio, convirtió a Venezuela en el mayor proveedor petrolero de Europa.
En pocos años, las concesiones volvieron a renovarse con la reforma petrolera de 1944, sancionada bajo la presidencia de Isaías Medina Angarita, un reclamo venezolano por el suministro petrolero estratégico dado a los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Esta legislación hizo más equitativas las ganancias que recibían las petroleras y el Estado Venezolano a través de impuestos y “royalties”, así como el compromiso de instalar varios parques de refinación de petróleo en lugares como Amuay (Standard) y Cardon (Shell), ambos en la Península de Paraguaná al Occidente de Venezuela, zona seleccionada por su relativa cercanía a los campos del Lago de Maracaibo, según el investigador petrolero Bernard Mommer, y exasesor de Hugo Chávez.
Más de cien años después, la historia del país sigue atada a los estudios sobre sus reservas y los planes “inversionistas” de Chevron, una de las principales compañías estadounidenses presentes en el país. Su principal interés en el país es un campo llamado Boscán, ubicado entre el Lago de Maracaibo y la frontera con Colombia, descubierto en 1946 por la antecesora de Chevron, Richmond Exploration, filial de la Standard Oil, hasta que un fallo judicial estadounidense obligó a la empresa a dividirse en múltiples compañías por sus prácticas monopólicas. Boscán fue administrado por la Richmond Exploration hasta la nacionalización de la industria petrolera en los años 70, que convirtió a sus gerentes en los mandamases de la división de la estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA) a cargo de este enorme campo, una de las mayores acumulaciones de petróleo de Venezuela, según el historiador venezolano Alejandro Cáceres. La situación fue tan surrealista que, tiempo después, varios empleados de la recién creada PDVSA denunciaron que en la junta directiva solía aparecer el gerente de Chevron para dar su opinión sobre las decisiones de la compañía, según el historiador petrolero venezolano Carlos Mendoza Potellá.
El CSIS, en consecuencia, se ha convertido en un gran promotor de Guyana al punto de invitar sus fotos al presidente del país, Mohamed Irfaan, para hablar de las bondades petroleras y gasíferas del país. Como sucedió con las políticas contra el cambio climático, el tanque de pensamiento se ha convertido en una correa más de su maquinaria petrolera de influencia y propaganda para vender sus intereses.
De Juan Guaidó hacia las sanciones y la promoción de bombardeos en Venezuela
Cuando Tillerson fue secretario de Estado, según el gobierno venezolano, llamó a Julio Borges, jefe negociador de la oposición, en febrero de 2018 para que no firmara un acuerdo con el chavismo, bajo el auspicio de José Luis Rodríguez Zapatero, con el fin de participar en las presidenciales de 2018 y consensuar un programa económico y una Comisión de la Verdad. A pesar de que la llamada fue negada por Borges, en la práctica, el boicot electoral dio lugar a que un año después, el 23 de enero de 2019, Juan Guaidó se autoproclamara presidente de Venezuela y desconociera el nuevo mandato de Nicolás Maduro. El CSIS, el 10 de abril de ese mismo año, organizó una reunión bajo el nombre “Evaluación del uso de la fuerza militar en Venezuela” de la que participaron figuras como el exjefe del Comando Sur del Pentágono, Kurt Tidd a cargo de América Latina, Roger Noriega, exsubsecretario para América Latina y uno de los arquitectos del escándalo Irán-Contras, William Brownfiel, exembajador estadounidense en Caracas responsable de armar una hoja de ruta para salir de Hugo Chávez, y el embajador paralelo en Washington de Guaidó, Carlos Vechio, un antiguo abogado, además, de Exxon Mobil.
El CSIS emitió, después del fracaso de Guaidó, un informe titulado “Las Sanciones están funcionando” para hablar a favor de que continúen como “instrumentos de presión contra el régimen de Maduro”. Por supuesto, esto no llama la atención si se tiene en cuenta que entre los integrantes de su “Iniciativa para el Futuro de Venezuela” hay una conjunción de exfuncionarios estadounidenses pro intervención en Venezuela, como Brownfield, Mark Feierstein, el exjefe de la Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos (USAID), Juan Crutz, exasesor de seguridad nacional de Trump para América Latina, y miembros de la línea más extremista de la oposición como el exprocurador de Guaidó, Juan Ignacio Hernández, culpable, por ejemplo, de la estrategia legal de la oposición para quedarse con los activos venezolanos en Estados Unidos.
Con la llegada de Biden, Ryan Berg, el director de la Iniciativa para el Futuro de Venezuela de CSIS, se convirtió en un acérrimo crítico de las licencias petroleras otorgadas a Chevron, rival de Exxon Mobil, por “darle hasta diez mil millones de dólares al régimen venezolano”, y un firme defensor de María Corina Machado. Con el regreso de Trump, el propio Berg, junto con el exprocurador de Guaidó, Juan Ignacio Hernández, escribieron un informe con el nombre “Terminando con la línea de vida petrolero de Maduro”, donde propusieron, otra vez, “usar las sanciones como instrumento de presión y pidieron la revocación de las licencias petroleras actuales que permiten a empresas occidentales asociarse con PDVSA”. En el evento de presentación del informe, incluso, participó la propia Corina Machado. De 2023 hasta 2025, la propia líder de la oposición ha participado en distintos eventos, moderados por Berg, en el CSIS, donde ha rechazado negociar con Maduro y ha llamado a endurecer las medidas contra Venezuela por parte de Estados Unidos.
Las posiciones del CSIS, por lo general, se emiten a través de informes y luego se repiten con la aparición de sus autores en los medios de comunicación convencionales, como CNN, Fox News, NBC y CBS, o columnas de opinión en diarios como The Wall Street Journal, The Washington Post, y revistas especializadas en temas internacionales como The Foreign Policy. También en audiencias del Congreso, lo que les da a estos expertos la posibilidad de influir en temas específicos que benefician a donantes del CSIS, como Exxon Mobil. Para Brooke Williams, profesora de periodismo de la Universidad de Boston; “los think tanks, que se presentan como “universidades sin estudiantes”, tienen influencia en los debates sobre políticas gubernamentales porque se les considera investigadores independientes de intereses económicos. Sin embargo, en su búsqueda de financiación, impulsan agendas importantes para los donantes corporativos, lo que difumina la línea entre investigadores y cabilderos. Y lo hacen mientras se benefician de su exención fiscal, a veces sin revelar sus vínculos con intereses corporativos”.
Según el CSIS, por lo general, tiene reuniones periódicas con representantes de sus donantes para hablar sobre los temas que tratan.
Con el despliegue militar de Estados Unidos en El Caribe, el CSIS ha desplegado un lobby guerrerista que coincide con los intereses de su principal donante, Exxon Mobil, para sacar al chavismo del poder. En un artículo en The Foreign Policy, el director de su programa sobre Venezuela, Berg, ha hablado a favor de “derrocar a Maduro sin tropas sobre el terreno”, donde ha cuestionado las visiones antibélicas del mundo maga sostenidas por el periodista Tucker Carlson o el antiguo estratega trumpista Steve Bannon. “A diferencia de una invasión terrestre de Venezuela para derrocar a Maduro, un colapso del régimen implicaría una campaña más limitada de ataques estadounidenses contra objetivos clave del régimen de Maduro de las fuerzas armadas del país y a sus élites políticas. Estos ataques utilizarían municiones guiadas de precisión y armas estadounidenses de distanciamiento, disparadas desde una distancia segura, lo que posiblemente catalizaría el movimiento interno para forzar la salida de Maduro, todo ello sin poner en riesgo al personal estadounidense, como en una estrategia de cambio de régimen”, según él.
Cuando, hace unos días, llegó a El Caribe, el portaaviones Gerald Ford, el más grande del arsenal estadounidense, Cancian, por ejemplo, escribió; “la potencia de fuego de largo alcance de la que dispone Estados Unidos en el Caribe es ahora comparable a los niveles utilizados en campañas anteriores de alcance y duración limitados.
Hay dos posibles objetivos para tales ataques: las instalaciones del cártel de Los Soles y las del régimen de Maduro. Los portaaviones son un recurso escaso, con solo un tercio de la flota en alta mar. Otros comandantes regionales querrán el Ford para la respuesta a crisis, ejercicios con aliados y demostraciones de fuerza ante competidores de nivel similar. Para el Comando Sur de los Estados Unidos, el comando regional para el Caribe, el portaaviones es un activo que se usa o se pierde”.
La tarea de los “expertos” del CSIS está concentrada más que nada en combatir, en la opinión pública estadounidense, el Congreso y la Administración Trump, cualquier tesis en contra de una intervención en Venezuela. Por eso, figuras como Berg promocionan, de forma constante, artículos de The Wall Street Journal, como uno escrito por Rafael de la Cruz, director de la oficina de Corina Machado, donde cuestiona que el “colapso del régimen venezolano” pueda generar un escenario caótico similar al de Libia post Muammar Gadafi. “Las guerras civiles suelen estallar cuando el poder colapsa y no hay un sustituto claro, o cuando facciones rivales se disputan la autoridad. En Venezuela, las condiciones son fundamentalmente diferentes. El amplio mandato de María Corina Machado guiará una transición unificada. Su legitimidad se arraiga en la voluntad popular; las transiciones con estas características tienden a ser ordenadas”, de acuerdo a Cruz.
O también las tesis de Elliot Abrams, exencargado del Departamento de Estado para Venezuela, quien señala que; “Trump debe entender que esto se trata de que gané él o Maduro”. Una cartelización deliberada de los expertos del CSIS con otros tanques de pensamiento, y figuras, para cavar trincheras en función de cambiar la percepción en contra de una acción militar en Venezuela de la mayoría de los estadounidenses, que alcanza el 70% según una encuesta de CBS News.
Por supuesto, esto coincide, además, con la propuesta de María Corina Machada, titulada Venezuela, la oportunidad de un billón de dólares, basada en privatizar todos los recursos petroleros y gasíferos de Venezuela. Un festín preparado para los gustos, y deseos, de una Exxon Mobil, que anhela cobrarse venganza de las nacionalizaciones de Hugo Chávez.
Fuente: Bruno Sgarzini











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