Respingos de la calor (5 de 10)
No debemos cansarnos -por más que el esfuerzo que se nos pida pueda resultar agotador- de poner en evidencia la “imposibilidad” legal, histórica y política del Estado de Israel, entidad responsable de múltiples crímenes y aberraciones, y cuya existencia debe atribuirse, exclusivamente, a la violencia y el poder militar. Sobre todo si se trata de expresiones y proclamas de su actual primer ministro, Benjamín Netanyahu, reconocido criminal que puja con el mayor entusiasmo por tener su lugar entre los genocidas más acreditados de la Historia moderna. Detengámonos, como propongo y aun sabiendo del tedio y la ira que suscitan, en las palabras que con cierta frecuencia pronuncia este Netanyahu admirado por (casi) todo Occidente, cuando tiene que opinar sobre los crímenes de Israel sobre el pueblo y la tierra palestinos: “Esta tierra nos pertenece porque lo dice la Biblia”.
En el mundo cristiano en general la sobrevaloración de la Biblia se vive en silencio, con el comprensible miedo a reconocer que todo lo que se relaciona con ella en materia de creencias y de fe, de “respaldo histórico” y de encumbramiento de un monoteísmo supremacista, con el espantoso hecho de los crímenes cometidos en su nombre, carece de fundamento material. El mundo judío lo ve de otra forma, ya que se apropia la Biblia con inocultables esfuerzos de exclusividad, dada su tirria hacia el cristianismo (cordialmente correspondida, como todos sabemos). Y por lo que al sionismo se refiere, la utiliza como principal arma de legitimidad puesto que -como sucede en el caso del Estado de Israel y en gran parte del judaísmo internacional, principalmente el norteamericano- resulta imposible detectar la existencia de una etnia judía, siendo ajenos a ella los dirigentes sionistas fundadores de ese Estado y la mayor parte de la población israelí actual: ni son judíos ni son, en consecuencia, semitas sino europeos orientales con origen lejano centro asiático.
Para justificar sus crímenes contra el pueblo palestino y dar legitimidad a ese Estado que contraviene la legalidad internacional desde su mero anuncio (Declaración Balfour, 1917), y dado que no corresponde a derecho alguno de una etnia judía, por inexistente e indemostrable, los líderes israelíes echan mano de la Biblia apelando a “fundamentos religiosos” para justificar su existencia. Y así, pese al ateísmo o descreimiento de gran parte de sus fundadores y dirigentes, el Estado de Israel se convierte en construcción teocrática de hecho, en estridente contradicción con la Historia y el Derecho y la Justicia internacionales.
Porque tampoco cabe, bajo ninguna cobertura sensata, incluyendo la política, que haya de admitirse la existencia de un Estado por razones confesionales, que es lo que, sin embargo, hay que consentir. Y siendo de tan descomunal tamaño esa agresión a la sensatez política, el mundo entero se ve obligado a tragarse esa píldora, a la que -ahítos de poder y de arrogancia, de abusos y de impunidad- los sionistas nos han acostumbrado. A esto, desde luego, contribuye la Biblia, de contenido literario tan estimable como anómalo es su discurso religioso y, lo peor de todo, de ausencia casi absoluta de historicidad. Pero que sí le sirve a esos que se la apropian aferrándose al literal más oportunista e indigerible -es decir, racista, exterminador- puesto en boca de aquel Yahvé que el pueblo hebreo inventó para su uso exclusivo y supremacista.
Netanyahu suele proclamar ese “derecho de base bíblica”, como exabrupto de difícil parangón, cuando su pandilla en el poder perpetra alguno de los frecuentes expolios de la tierra palestina, según la política de bantustanes y siguiendo el plan de segregación de la ribera occidental del Jordán de la propia Cisjordania: Y lo ha repetido estos últimos días -con la intención adicional de recordar al judaísmo internacional que mejor controla, es decir, los lobbies norteamericanos- que no hay que hacer caso a las condenas internacionales -las colonias judías son crímenes de guerra- ni a su propia imputación por el Tribunal Penal Internacional -por crímenes de guerra y contra la Humanidad-, ni por supuesto prestar demasiada atención a los 39.000 civiles asesinados -que llevaba a la espalda cuando entró sonriente y victorioso al Capitolio-; toda esa acumulación de méritos recientes fueron la preparación de su último viaje a Estados Unidos, buscando la aclamación de la flor y nata de la clase política estadounidense en respuesta a esa ristra de iniquidades.
Y ahí hemos visto a Netanyahu poniendo en pie, para aplaudirlo y aclamarlo, a senadores y representantes del muy democrático Congreso de los Estados Unidos, a los que periódicamente los líderes israelíes les recuerdan -sin necesidad de palabras expresas- que están ahí gracias al dinero de los lobbies norteamericanos, principalmente de la AIPAC, directamente controlados por Israel, sin el que la inmensa mayoría de esos sinceros entusiastas nunca harían carrera política. Por eso, si Netanyahu les pide que le aplaudan con las orejas, lo harán ruidosos y entregados. Esos incondicionales de Israel también creen -siendo la mayoría ateos o descreídos- que Israel acoge al Pueblo Elegido, ya que fue designado como la Tierra Prometida por la Biblia y por Yahvé. Y ellos, los que se consideran judíos y los que no, también comparten -si bien en un grado menor de prestigio, nobleza e incluso de distinción- el origen divino de su historia, la norteamericana, con el heroico esfuerzo puesto en la aniquilación de los amerindios y la no menos providencial saga, con más de dos siglos de éxitos, de su dominio del mundo.
Aparte de pasearse por Washington con su arrogante exhibición de vilezas, correspondidas con tan vivas muestras de aprobación, al acudir en plena feria de la candidatura demócrata a la Presidencia norteamericana Netanyahu ha trasladado- con sus gestos, la costumbre sionista y el poderío israelí- que el próximo presidente, o presidenta, solo llegará a serlo si expresa, por activa y por pasiva, de aquí a noviembre, que la política norteamericana hacia Israel no cambiará ni un ápice, dando a entender que no se conmoverá en absoluto por las masacres de inocentes. Con lo que, asegurado y reconfortado, el cautivador Bibi ha regresado a la Tierra Prometida a seguir con lo suyo y la guerra de los tres frentes, sabiendo que en ninguno de ellos vencerá, aunque los marcará a sangre y fuego con la destrucción inmisericorde de vidas y haciendas (que es muy distinto).
Cómo no evocar, desde esta pasmosa tierra murciana, cuyos dirigentes tantas veces demuestran proximidad y colusión con este Israel agente singular del terror internacional, la idea de aquel dueño y fundador de la UCAM, José Luis Mendoza, de nombrar al brillante intelectual Netanyahu como doctor honoris causa, a lo que, llevado de santa ira, contesté con mi invectiva “¿Netanyahu en Murcia?”, aprovechando para subrayar que “es, sí, el rótulo y la pretensión de ‘católicos’ en la UCAM, lo que me resulta grotesco e insoportable: porque no creo que tal iniciativa pueda pretenderse católica, cristiana o simplemente ética” (La Opinión, 23 de agosto de 2013). Hacer objeto de distinciones académicas a ese personaje, resumen de todas las iniquidades (aunque, también es verdad, fielmente inscrito en la línea sangrienta del relato bíblico, volcado en la preferencia a toda prueba de Yahvé hacia el pueblo hebreo), ponía en evidencia el buen ojo -iluminado de piedad y genio profético- de aquel Mendoza, protagonista reconocido de uno de los hechos más característicos del tercermundismo murciano: la universidad privada católico-reaccionaria.
Cuando conocí más detalles de la trama urdida para distinguir a Netanyahu en esta UCAM pecaminosa, dediqué al asunto un segundo torpedo, “Murcia: Universidad Católica que honra a Netanyahu”, y descubrí entre los conspiradores al “ubicuo José María Aznar, que a su integrismo estructural (¡y rampante!) añade en esta ceremonia tan grotesca dos notas complementarias: el anti islamismo y el pro sionismo; a Aznar, que dirige la cátedra de Ética Política y Humanidades de la UCAM, se le reserva el papel de padrino en ese acto miserable” (cuartopoder.es, 6 de noviembre de 2013).
(Por razones que no vienen al caso, pude alertar a quienes supuse interesados en este desafuero a través de la Nunciatura de Madrid en el nuevo equipo del recién elegido Papa Francisco, y pude tener la seguridad y una inmensa satisfacción, un tiempo después, de que hice bien y de que mi intromisión resultó acertada y bien recibida).
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