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viernes, 6 de diciembre de 2024

Trump, la intensificación de la estrategia contra China

 

Analista internacional en Descifrando la Guerra.


Con la victoria de Donald Trump, Estados Unidos reforzará su plan “Pivot to Asia”, estrategia destinada a presionar a China para evitar que se consolide como potencia contrahegemónica.



     La victoria de Donald Trump en las elecciones del 5 de noviembre supuso un terremoto de dimensiones globales. Acompañado por un notable refuerzo republicano en el poder legislativo, y a pesar de que la hipótesis de un retorno del magnate a la Casa Blanca siempre estuvo encima de la mesa, lo cierto es que, en cierta medida, el resultado tomó por sorpresa a analistas y líderes mundiales, particularmente por la contundencia del éxito.




A lo largo de la campaña, Donald Trump había insistido en su enfoque aislacionista y en su tendencia a minimizar la importancia concedida desde Washington a Ucrania y Rusia.

En este sentido, la discrepancia entre demócratas y republicanos se ha visto acentuada desde la invasión rusa en 2022. El gobierno de Joe Biden mantuvo una perspectiva atlantista, hecho que habría persistido en una eventual (hoy, ya, imposible) presidencia de Kamala Harris. La ayuda financiera y armamentística a Ucrania, si bien matizada, se habría visto con toda probabilidad sostenida en el tiempo. Los demócratas han sido favorables a una presión contra Rusia en el escenario ucraniano que desgaste las capacidades de Moscú de ejercer como contención antiestadounidense en beneficio de China.




Mientras la guerra ruso-ucraniana se perfilaba como un innecesario dolor de cabeza para una nueva administración trumpista, el caso de la disputa con China es exactamente el contrario: demócratas y republicanos coinciden en la doctrina del Pivot to Asia; es decir, que Estados Unidos ha de enfocar su política exterior y sus recursos militares, diplomáticos y económicos en presionar a China en Asia-Pacífico. De esta forma, Washington busca limitar la consolidación de Pekín como gran actor contrahegemónico no alineado con el esquema de poder estadounidense y occidental.




China, más prioritaria que nunca

Los relativos fracasos de la guerra comercial de Estados Unidos contra la economía china, así como las limitaciones que demócratas y republicanos han enfrentado a la hora de tomar posiciones diplomáticas con actores regionales, elevan el carácter de urgencia del Pivot to Asia. Hace casi veinte años que la administración Obama, que empezaba por aquel entonces a dar sus primeros pasos, decretó el giro estratégico hacia Asia. Desde entonces, lo evidente es que el bloque no ha logrado su objetivo primario: impedir el asentamiento del orden multipolar.

Donald Trump buscará recrudecer la disputa contra China, intensificando además los métodos; el tiempo no parece jugar a favor de Estados Unidos. Aunque es probable que el nuevo ejecutivo trumpista no abandonará inmediatamente el escenario de Oriente Medio, sí está convencido de la necesidad de destinar buena parte de los recursos de disuasión militar a Asia-Pacífico.




China será el núcleo del interés estadounidense, pues es Pekín quien cuestiona en mayor medida el sueño unipolar de las élites norteamericanas y sus aliados en Europa y otras regiones”

Trump podría apoyar a Israel en Gaza, Líbano e Irán, sí, pero es posible que exija a Netanyahu una suerte de aceleración —las nominaciones de figuras “turbosionistas” para su gabinete refuerzan esta idea—, a cambio de algo parecido a una paz antes de 2026. Es decir, el nuevo gobierno en Washington daría “manga ancha” a Tel Aviv para que avance todo lo que pueda a lo largo de 2025, buscando así una especie de paz sobre “lo logrado” que permita derivar recursos a Asia y concentrar los que queden en Oriente Medio en torno a Irán.

En cualquier caso, China será efectivamente el núcleo del interés estadounidense, pues es Pekín quien cuestiona en mayor medida el sueño unipolar de las élites norteamericanas y sus aliados en Europa y otras regiones. Sin buscar el colapso del Gigante asiático o, en su defecto, su debilitamiento relativo, será imposible retornar al esquema de poder de la década de los noventa y los primeros años del siglo XXI.




De hecho, la narrativa trumpista de la reindustrialización nacional está estrechamente ligada con el Pivot to Asia: dado que la competitividad de las industrias chinas se ha logrado mediante prácticas “desleales” —que se parecen, sospechosamente, a las empleadas por las principales economías occidentales durante su fase de crecimiento—, y considerando que es esta misma competitividad la que atenta contra los intereses de la clase trabajadora nativa estadounidense, presionar a China militar, comercial y diplomáticamente es, en esencia, “defender” a los trabajadores de Estados Unidos.

La agresividad antichina del trumpismo, enmarcada en el Pivot to Asia, es parte también de una ofensiva cultural. La problemática del fentanilo, evidencia del negligente sistema de salud pública y prevención de problemas asociados a la drogadicción de Estados Unidos, ha sido empleada durante la campaña como parte de la arquitectura discursiva contra Pekín. Howard Lutnick, el nominado por Donald Trump para la secretaría de Comercio, llegó a asegurar que la droga estaba siendo introducida directamente por China para “atacar desde dentro” a la clase trabajadora norteamericana.

Los hombres de Trump

Aunque la mayoría han de recibir todavía el aval del Senado estadounidense, los nombres puestos encima de la mesa evidencian la voluntad de Trump de incidir en la lógica del Pivot to Asia contra China. JD Vance, el elegido por Trump para ser su candidato a la vicepresidencia (y, por ende, hoy vicepresidente electo), Marco Rubio, su secretario de Estado, Pete Hegseth, su secretario de Defensa, Howard Lutnick, su secretario de Comercio o Mike Waltz, su consejero de Seguridad Nacional. Todos coinciden, a grandes rasgos, en el enfoque respecto a China.




Lutnick, sin ir más lejos, fue uno de los nombres propios que en mayor medida mencionó la idea del fentanilo chino. Además, ha sido seleccionado por Trump para el área destinada a las políticas arancelarias, pues se ha manifestado favorable a un arancel del 60% para todos los productos chinos —una de las ideas sostenidas por el presidente electo durante la campaña—.

La batalla arancelaria, pues, debería ser un pilar más firme de lo que ya lo fue con Biden o con el primer Trump. A través de esta presión, Washington aspira a limitar o detener el crecimiento económico chino, que es la base de su consolidación como potencia contrahegemónica.

Rubio ocupará la cartera más importante de la política exterior estadounidense: será el secretario de Estado. Es cierto que su nominación responde en cierta medida al peso del electorado latino en las elecciones, pues Rubio (de ascendencia cubana) se ha mostrado como senador particularmente agresivo contra gobiernos regionales como el cubano o el venezolano. Sin embargo, y a pesar de que es reseñable que Trump otorgue esta cartera a un perfil “latinoamericanista”, no es menos notoria su posición al respecto de China.


Marco Rubio será el secretario de Estado en la Administración Trump a partir de 2025.

Rubio fue protagonista, desde el Senado, en varias campañas contra el Gobierno chino, en particular las relacionadas con Huawei, Tiktok y la minoría uigur en la región occidental de Xinjiang. Con nombres como Rubio, Lutnick o el propio Vance, es previsible pues que Estados Unidos intensificará su agresividad contra China, incluso aunque haya ciertas discrepancias al respecto en algunos sectores del capitalismo norteamericano.

Si Trump logra “apagar los fuegos” en Ucrania y Oriente Medio, podrá desviar recursos militares a Taiwán y, en general, al Asia-Pacífico”

Las alianzas regionales aspiran a ser decisivas en el apartado diplomático de la estrategia antichina. La incipiente “tríada” con Japón y Corea del Sur, el AUKUS con Reino Unido y Australia o el Quad, con Japón, Australia e India, acompañan la que apunta a ser la alianza más importante de Washington: la de la isla de Taiwán. Allí, los sectores anticomunistas y favorables a los intereses occidentales en Asia-Pacífico han ganado tres elecciones consecutivas, consolidando el protonacionalismo taiwanés en oposición a quienes defienden una reunificación con la China continental.

La “nueva” fase de la política exterior de Estados Unidos no es estrictamente “nueva”. Se trata, en realidad, de la intensificación de dinámicas ya existentes. Con Obama, primero, con Trump, después, con Biden, nuevamente, y ahora con Trump, Washington y su esquema colectivo de poder han puesto el foco en la presión contra China desde 2008. Lo que probablemente cambie sea la magnitud de dicha estrategia.




Comercialmente, el ascenso a un 60% generalizado de aranceles para productos chinos es un salto notable. Estratégicamente, este mandato será crucial. Si Trump logra “apagar los fuegos” en Ucrania y Oriente Medio, podrá desviar recursos militares a Taiwán y, en general, al Asia-Pacífico. De lograrlo, la dinámica multipolar podría tornarse bipolar. Si Washington no lo logra, es esperable que la consolidación china sea casi irreversible. El próximo lustro marcará la geopolítica del siglo XX… y el primer gran evento ha sido la victoria de Trump.


Fuente: EL SALTO

domingo, 1 de diciembre de 2024

La guerra de Washington en Ucrania: cada vez menos opciones y mayores consecuencias

 

Investigador geopolítico y escritor radicado en Bangkok.


El uso por parte de Rusia de su misil balístico de alcance intermedio Oreshnik en el este de Ucrania representa una escalada sin precedentes en lo que comenzó como una guerra indirecta de Estados Unidos contra Rusia en 2014.


Las capacidades del misil representan un medio no nuclear serio para atacar objetivos en cualquier lugar de Europa sin la capacidad colectiva de Occidente para defenderse suficientemente.




     La posibilidad de que Occidente enfrente ahora consecuencias directas por lo que hasta ahora ha sido una guerra por poderes puede reintroducir en Occidente un pensamiento racional que de otro modo no sería necesario cuando se trata de acabar con la vida de otros. Sin embargo, puede hacer que los responsables políticos occidentales redoblen sus esfuerzos, convencidos de que seguirán estando desvinculados de cualquier posible consecuencia a pesar de una escalada sin precedentes.

Fundamentos, no maravillas. Las armas están ganando la guerra

El uso del misil es sólo la última demostración del dominio militar y de escalada de Rusia en medio de la actual guerra por poderes. Por sí solo no podría tener un impacto significativo en los combates, pero como la Federación Rusa en las últimas dos décadas ha invertido profundamente en los fundamentos de la defensa nacional, complementa una serie de otras capacidades que sirven como elemento disuasorio contra la continua intrusión occidental.

Antes del despliegue del Oreshnik, el avance de las fuerzas rusas a lo largo de la línea de contacto en Ucrania se había acelerado, lo que desató el pánico en las capitales de las naciones occidentales. Esto no se logró mediante una única “arma milagrosa”, sino mediante la estrategia rusa posterior a la Guerra Fría de preparar sus fuerzas militares y su capacidad industrial militar para librar un conflicto a gran escala, prolongado e intenso contra las fuerzas respaldadas por Occidente que se estaban acumulando a lo largo de las fronteras rusas.

Esto incluyó el desarrollo y la producción a gran escala de armas simples y avanzadas, desde tanques de batalla principales y otros vehículos blindados hasta drones, misiles de crucero, sistemas de defensa aérea y capacidades de guerra electrónica.

Como la industria armamentística rusa funciona bajo la dirección de empresas estatales que priorizan las necesidades del Estado sobre la generación de beneficios, se pusieron a disposición los sistemas necesarios en términos de calidad y cantidad. Esto fue posible porque se había mantenido una capacidad de producción excedente en un gran número de instalaciones de producción de armas rusas. El exceso de mano de obra y de equipo que las empresas privadas en Occidente habrían recortado para maximizar los beneficios se mantuvo cuando fue necesario. En febrero de 2022, se utilizó este exceso de capacidad y desde entonces ha sido el factor central que contribuyó al creciente éxito de Rusia contra las fuerzas respaldadas por la OTAN en Ucrania.

Occidente, por otra parte, está sufriendo una creciente crisis militar industrial. El exceso de capacidad de producción debe construirse desde cero, lo que lleva años o más. En todo Occidente, la escasez de mano de obra calificada impide que las líneas de montaje se amplíen significativamente, incluso si existe la voluntad y los recursos para hacerlo. En todas las áreas de producción, desde los misiles de defensa aérea hasta los proyectiles de artillería, Occidente está teniendo dificultades para cumplir incluso los objetivos de producción más exiguos.

Washington, decidido a prevalecer en Ucrania ya sea directamente o mediante una excesiva intervención de Rusia en medio de esta guerra por poderes, ha intensificado constantemente el conflicto desde 2014, cuando Estados Unidos derrocó al gobierno electo de Ucrania, hasta 2019, cuando Estados Unidos comenzó a armar a las fuerzas ucranianas que ya estaban siendo entrenadas por la OTAN, hasta las sanciones de espectro completo contra Rusia a partir de 2022 en adelante, hasta la transferencia de artillería, tanques, aviones y misiles de largo alcance que Estados Unidos ahora finalmente ha autorizado para atacar a la propia Rusia.

Cada escalada representa un intento de Washington y sus aliados europeos de imponerle a Rusia costos prohibitivos. Y como cada escalada no logra alcanzar esos objetivos, se idean escaladas adicionales.

Recientemente, Francia y el Reino Unido han discutido la posibilidad de enviar sus propias tropas a Ucrania, como otra grave escalada de una guerra que el Occidente colectivo ya está librando directamente contra Rusia.

Hay que recordar que Estados Unidos también está tramando crisis en otros lugares de la periferia de Rusia, incluidas Georgia y Siria, para extender de manera similar el poder de Rusia. Las recientes operaciones militares llevadas a cabo por extremistas apoyados por Estados Unidos en Siria probablemente se prepararon con meses de antelación y se lanzaron como un sustituto de la propia incapacidad de Occidente para dominar a Rusia en Ucrania.

Limitación de opciones, aumento de consecuencias

Incluso sin la aparición de Oreshnik en medio del actual conflicto en Ucrania, está claro que los intentos de Occidente de intensificar sus hostilidades contra Rusia han quedado muy lejos de extender a Rusia en la forma que muchos analistas, políticos y líderes militares occidentales esperaban.

El efecto geopolítico más amplio parece estar reforzando, en lugar de socavar, el cambio del unipolarismo liderado por Estados Unidos al multipolarismo.

Las opciones de Occidente para una escalada de la violencia se están reduciendo. El despliegue de fuerzas occidentales en Ucrania provocaría los mismos problemas que enfrentan las propias tropas ucranianas: falta de artillería, vehículos blindados y sistemas de defensa aérea para proteger a sus fuerzas de los más de 4.000 misiles que Rusia ha disparado contra Ucrania cada año.

El misil Oreshnik representa un medio no nuclear para atacar cualquier objetivo, tanto en Ucrania como en el resto de Europa. Sería un medio para infligir graves daños a objetivos militares europeos y estadounidenses en la región, reduciendo aún más el ya menguante poder militar de Occidente. El misil, como muchos otros del creciente arsenal ruso, sería capaz de superar las defensas aéreas y antimisiles occidentales, tanto por sus defectos fundamentales de funcionamiento como porque las reservas occidentales de interceptores se han agotado y no hay medios para reponerlas con facilidad.

Debido a que la capacidad industrial militar colectiva de Occidente es tan limitada en comparación con su búsqueda desmesurada de la primacía global, el uso de su aviación militar, misiles de crucero y otras capacidades existentes sólo puede comprometerse en una de al menos tres regiones principales de enfoque: Europa, Medio Oriente o Asia-Pacífico.

Si Estados Unidos y Europa comprometieran fuerzas significativas en un conflicto directo con Rusia en Ucrania, incluso si no llegara a una guerra nuclear, agotarían el poder militar que Occidente busca preservar para una posible guerra con Irán y/o China. Si bien no habría garantía de que esas capacidades inclinaran el conflicto en Ucrania a su favor, garantizarían que las ambiciones de Estados Unidos y Europa en Oriente Medio y Asia-Pacífico se perderían indefinidamente.

Podría ser que Estados Unidos busque extender su guerra por poderes contra Rusia en Ucrania al resto de Europa, mientras que el propio Estados Unidos preserva sus capacidades militares para su continua participación en Oriente Medio y Asia-Pacífico. Pero el conflicto en Ucrania ha expuesto fallas fundamentales en el sistema colectivo de Occidente en general. Un sistema incapaz de dominar colectivamente a Rusia, habiéndose agotado en el proceso de intentarlo, tendrá menos suerte si logra vencer a una China mucho más grande y más capaz.

Si bien Estados Unidos puede creer que mejora sus posibilidades al trasladar la carga de la intervención en Ucrania a sus representantes europeos, todavía padece una incapacidad fundamental para producir la cantidad de armas y municiones necesarias para combatir un conflicto similar en Asia y el Pacífico.

La introducción del Oreshnik, una capacidad que China casi con toda seguridad también podrá producir si no la posee ya, representa otro medio de disuasión para Estados Unidos y sus aliados: una promesa de consecuencias no nucleares en un intercambio de misiles en el que Estados Unidos y Europa entrarían en desventaja. Esto, sumado a una gran y creciente disparidad en términos de capacidad industrial militar, limita las opciones de Estados Unidos y Europa a recurrir a las armas nucleares o reformular una política exterior más realista y constructiva en primer lugar.

Como Rusia y China poseen sus propios arsenales de armas nucleares, cada vez más numerosos, el uso de esas armas por parte de Occidente no es una opción. Pero como los actuales círculos de poder de Occidente carecen de la fuerza militar, la inteligencia y la fortaleza moral necesarias para reformular su política exterior, desde su punto de vista pueden creer en la posibilidad de una guerra nuclear limitada de la que podrían salir con ventaja, creyendo que esa puede ser su única opción. Por lo tanto, la noción de destrucción mutua asegurada debe inculcarse plenamente en Occidente ahora, como se hizo durante la Guerra Fría, reintroduciendo el miedo a las consecuencias personales para los responsables políticos, de modo que el pensamiento racional sea innecesario cuando se puede volver a introducir en la ecuación la pérdida de la vida de otros.


Fuente: NEO (Nueva Perspectiva Oriental)