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martes, 9 de septiembre de 2025

Los dilemas de Donald Trump: entre la amenaza del repliegue y la posibilidad de la escalada

 

 Por Manolo Monereo   
      Abogado, politólogo y político español.



La estrategia global de Trump divide a Estados Unidos, Europa y Rusia



Para Manolo Sacristán, desde la memoria vivida

    Aparentemente, del Presidente norteamericano depende la próxima decisión estratégica y sus consecuencias. Haga lo que haga tendrá costes; algunos pueden ser muy graves y lo fundamental es que delimitará la fase. La partida está ya muy definida. El núcleo duro de la Unión Europea (AlemaniaFrancia y el Reino Unido desde fuera) está dispuesto a aceptar todas las exigencias de Trump (incluida las más humillantes) siempre que continúe la guerra y, claro está, seguir escalando. El supuesto básico es que los rusos no se atreverán a usar armas nucleares; se les puede, si no ganar, sí al menos, conseguir una paz asumible, vendible. En esto tampoco hay que equivocarse, debe ser un acuerdo que no se puede interpretarse como una derrota de la OTAN y de la UEZelenski no tiene autonomía y sus márgenes de maniobra se estrechan dramáticamente. La guerra en sus actuales dimensiones, repito, en sus actuales dimensiones, la tiene perdida. El frente está al borde del derrumbe y la retaguardia, incluidos los sectores más duros de la extrema derecha, están cansados y con una moral muy debilitada. Su fuerza es la alianza (la coalición de los “necesitados” de Trump) con Von der LeyenMerzMacron y Stamer.


Donald Trump en el Despacho Oval.

El papel de Rusia es más complejo. Putin se sabe fuerte. Está ganando en el frente político-militar, las sanciones no han debilitado la estructura económico-productiva de Rusia; más bien al contrario, ha reforzado el papel dirigente y estratégico del Estado, reduciendo el peso de los sectores oligárquicos y propiciando una reindustrialización del país al servicio de su autonomía estratégica. Su liderazgo se ha fortalecido mucho en estos años. Si algo caracteriza al Presidente ruso es su prudencia y no dejarse llevar por las buenas noticias. Tarda en decidir e intenta, previamente, sopesar todas las variables desde una información meticulosa y detallada. ¿Cómo interpreta a Trump? No es fácil saberlo. Mi hipótesis es que lo piensa como el reflejo de bloque de fuerzas contradictorio, en pugna constante y en conflicto con, lo diremos así, el “Estado profundo” norteamericano. Putin cree que hay posibilidades de un acuerdo con él, más allá de Ucrania y, hasta cierto punto, de esta Europa que representa la UE. Dicho esto, hay que matizar inmediatamente: la posibilidad de un pacto en estas condiciones nunca estará garantizado del todo y siempre será reversible. No es personal, no es Trump, es una superpotencia en crisis y sus (contradictorias) dinámicas.


Banderas de la Unión Europea y de Ucrania ondeando en Bruselas.

La personalidad política del Presidente de los EE.UU. es (auto)conscientemente contradictoria. Su obsesión por controlar la agenda pública, su afición a la maniobra, a los golpes bajos y un estilo de negociación propio de una banda marsellesa no le impide, más bien al contrario, tener posición política y fortalecerse en ella. Su problema es otro, a saber, neutralizar a una parte sustancial del poder, de los poderes, que se oponen a su política y que están presentes en su propio equipo. ¿Qué política de Trump entre amenazas, desplantes y aranceles? Los EEUU, como toda potencia en declive, tiene dos grandes alternativas, moduladas -es fundamental- por el factor tiempo. Una, oponerse con todo su poder a los que cuestionan su hegemonía e intentan revisar el orden y las reglas impuestas, no lo olvidemos, por una victoria político-militar, económica y cultural. Dos, aprovechar su ventaja relativa para gobernar la transición hacia un mundo multipolar; es decir, hacia un Nuevo Orden Internacional. Mi opinión es que el Presidente, a trancas y barrancas, está desde siempre por esta última posición. Otra cosa es que la pueda llevar a cabo o que se lo consientan. Esto siempre lo supieron Biden y Hilary Clinton.

El Donald Trump del segundo mandato sabe algo más: oponerse política y militarmente a la emergencia de un nuevo orden ha sido un fracaso, ha debitado aún más a los EEUU, mostrado todas sus carencias industriales, tecnológicas y, lo peor, ha dividido duramente a la sociedad norteamericana. En el centro del debate, la globalización neoliberal y su paradoja, al menos para el Presidente, ha fortalecido el control del capitalismo norteamericano sobre el Occidente colectivo y está destruyendo a los EEUU como Nación y Estado. Esto es tan evidente, que hay voces significativas en su equipo que cuestionan el seguir defendiendo el dólar como moneda de reserva internacional.


El presidente Donald Trump, junto al vicepresidente JD Vance y el presidente de la FIFA Gianni Infantino, en el Despacho Oval.

La apuesta por gobernar la transición tiene fundamentos racionales; significa, en primer lugar, partir de la ventaja, relativa pero real, de los norteamericanos tanto por su control de las finanzas internacionales como por la amplitud y consistencia de sus alianzas y, sobre todo, por su fortaleza político-militar. Occidente colectivo, hoy por hoy, es el poder establecido y luchara hasta el final por él. Olvidar esto es confundir los sueños con la realidad. En segundo lugar, gobernar la transición no hace al mundo más seguro ni menos peligroso, más bien al contrario: Trump sabe que tiene que contar con las otras potencias y que tendrá que establecer relaciones basadas en el conflicto y en la cooperación, donde los compromisos serán flexibles y muchas veces volátiles, y que los enfrentamientos armados y las guerras estarán siempre presentes, como realidad o como posibilidad; más guerras “calientes” que “frías”.

El tiempo de las grandes declaraciones ideológicas de nuestros políticos y de nuestros sesudos analistas está pasando. Siguen ahí, pero el tono está cambiando, es verdad, entre lágrimas y lamentos. Ahora el enemigo favorito es Trump, él es el culpable de todo. ¡Con lo bien que nos iba antes!, ¡cuánta unidad había con Biden! Este es el problema. Ir en alianza con una gran potencia, subordinarse a su estrategia político-militar siempre es problemático, sobre todo cuando se está, como ahora, en un cambio de época. Los EEUU tienen la costumbre de defender sus intereses, girar cuando le es conveniente y de cobrarse, además, unos tributos cada vez más vastos en pago a su protección pasada, presente y futura. Los aliados europeos (la coalición de los necesitados, sobre todo) exigen que esa protección sea efectiva, clara, rotunda, continuando la guerra iniciada por la anterior Administración para derrotar al enemigo existencial ruso.

Seria bueno escuchar los consejos del siempre lucido Marco d’Eramo. Comienza: ”Ninguna clase dirigente que detenta el poder está dispuesta a cederlo o a ver como disminuye y, mucho menos, a presenciar como desaparece”; continua: “El debate entre las diferentes facciones de las clases dirigentes siempre girará en torno al modo de gestionar el imperio, a la estrategia para fortalecerlo y a las tácticas para expandirlo” Concluye “Y, por regla general, cada una de las facciones enfrentadas acusará a la otra de aplicar políticas que debilitan al imperio y conducen a su desaparición”. El razonamiento, se entenderá, va dirigido contra aquellos sectores de la opinión pública europea que se esfuerzan en distinguir entre malos y menos malos imperialistas o, diríamos nosotros, entre liberales y autoritarios de un país-continente en crisis. El artículo del conocido analista italiano (Diario Red 24/8/25. ”No existe algo así como la sociedad estadounidense) daría para más comentarios, para acuerdos y para algún desacuerdo, pero enseña más que un manual de relaciones internacionales al uso y da perspectiva para situarse en este mundo en transición. No es poco.

Volvamos al principio. Parece que Trump marcará la orientación y el sentido de la partida (estratégica) en juego. Insisto, no hay que dejarse confundir por las palabras. Los necesitados (Merz y compañía) no quieren sentarse a negociar y aspiraban, antes que nada, a un alto el fuego incondicional e inmediato. Tiene su lógica: están perdiendo en el campo de batalla, el frente emite señales inquietantes y, lo decisivo, Trump, una vez más, cambió de opinión; todo ello, después de las denigrantes concesiones hechas. Sentarse a negociar significa partir de una agenda rusa, ellos lo saben, ganada política y militarmente. Públicamente, no pueden negarse; tampoco enfrentarse a un Trump siempre colérico y mandón. Su táctica es más fina: centrarse en las condiciones de seguridad de Ucrania, hacerlas tan sobresalientes que las hagan inaceptables para Rusia e impidan la negociación de una salida pacífica al conflicto entre la OTAN y Rusia, que es de lo que se trata. Es decir, escalar y ampliar los “limites” de una guerra cada vez menos limitada.


El presidente Donald Trump junto al presidente ucraniano Volodymyr Zelensky en la Casa Blanca, 18 de agosto de 2025.

La diplomacia rusa está al tanto de la jugada y maniobra. Quiere cumplir lo acordado en Alaska con Trump y, a la vez, no dejarse enredar por las fintas que sabiamente les prepara el MI6. Zelenski entiende perfectamente que no habrá, ni a dos ni a tres, una reunión con Putin, por eso la pide; de haberla, sería solo para concretar los últimos detalles de un acuerdo ya muy perfilado. Es más, para los rusos la legalidad de un pacto firmado con el actual Presidente ucraniano es algo más que dudosa si se atiende el sistema jurídico-constitucional ya que no prevé la suspensión de las elecciones presidenciales en situaciones de emergencia. Los rusos, después de los (incumplidos) acuerdos Minsk 1 y 2, se han vuelto muy, digámoslo así, meticulosos con las formalidades. Lavrov seguirá exigiendo negociaciones con Ucrania, la fijación de una agenda clara y un calendario adecuado. La otra parte, intentará agradar al Presidente estadounidense, proseguirá con sus acusaciones de que Putin no quiere negociar y, lo fundamental, ganar tiempo para hacer fracasar lo pactado de Alaska. Mientras, la ofensiva rusa continuará. La situación no durará mucho.

La amenaza del Presidente de los EEUU es clara: replegarse y que la UE y Rusia resuelvan sus problemas. Si nos atenemos a las declaraciones de los dirigentes europeos sería el mayor de los males ¿Consecuencias? La guerra se generalizaría y el gobierno ucraniano usaría las armas disponibles para atacar a Rusia en profundidad, incluidas instalaciones nucleares estratégicas (militares y energéticas) infraestructuras claves y centros de decisión fundamentales ¿La respuesta de Rusia? Mejor no elucubrar demasiado. Sabemos que será algo más que proporcional. Con un detalle añadido: la revolución tecnológico-militar que está desarrollando Rusia, supera, en muchos sentidos, la rígida separación entre armas nucleares y armas convencionales cuando se trata misiles de nivel intermedio; dicho de otra forma, los resultados de un ataque, por ejemplo, con un Oreshnik equipado con ojivas convencionales pueden tener militarmente las mismas consecuencias que si portara dispositivos nucleares. Este se probó ya en Ucrania.

Si Trump se repliega, habrá escalada militar; si no se llega a un acuerdo con Rusia, también. ¿Será esta la jugada de los dirigentes de la Unión Europea? Pronto se verá.


Fuente: Nortes

domingo, 1 de diciembre de 2024

La guerra de Washington en Ucrania: cada vez menos opciones y mayores consecuencias

 

Investigador geopolítico y escritor radicado en Bangkok.


El uso por parte de Rusia de su misil balístico de alcance intermedio Oreshnik en el este de Ucrania representa una escalada sin precedentes en lo que comenzó como una guerra indirecta de Estados Unidos contra Rusia en 2014.


Las capacidades del misil representan un medio no nuclear serio para atacar objetivos en cualquier lugar de Europa sin la capacidad colectiva de Occidente para defenderse suficientemente.




     La posibilidad de que Occidente enfrente ahora consecuencias directas por lo que hasta ahora ha sido una guerra por poderes puede reintroducir en Occidente un pensamiento racional que de otro modo no sería necesario cuando se trata de acabar con la vida de otros. Sin embargo, puede hacer que los responsables políticos occidentales redoblen sus esfuerzos, convencidos de que seguirán estando desvinculados de cualquier posible consecuencia a pesar de una escalada sin precedentes.

Fundamentos, no maravillas. Las armas están ganando la guerra

El uso del misil es sólo la última demostración del dominio militar y de escalada de Rusia en medio de la actual guerra por poderes. Por sí solo no podría tener un impacto significativo en los combates, pero como la Federación Rusa en las últimas dos décadas ha invertido profundamente en los fundamentos de la defensa nacional, complementa una serie de otras capacidades que sirven como elemento disuasorio contra la continua intrusión occidental.

Antes del despliegue del Oreshnik, el avance de las fuerzas rusas a lo largo de la línea de contacto en Ucrania se había acelerado, lo que desató el pánico en las capitales de las naciones occidentales. Esto no se logró mediante una única “arma milagrosa”, sino mediante la estrategia rusa posterior a la Guerra Fría de preparar sus fuerzas militares y su capacidad industrial militar para librar un conflicto a gran escala, prolongado e intenso contra las fuerzas respaldadas por Occidente que se estaban acumulando a lo largo de las fronteras rusas.

Esto incluyó el desarrollo y la producción a gran escala de armas simples y avanzadas, desde tanques de batalla principales y otros vehículos blindados hasta drones, misiles de crucero, sistemas de defensa aérea y capacidades de guerra electrónica.

Como la industria armamentística rusa funciona bajo la dirección de empresas estatales que priorizan las necesidades del Estado sobre la generación de beneficios, se pusieron a disposición los sistemas necesarios en términos de calidad y cantidad. Esto fue posible porque se había mantenido una capacidad de producción excedente en un gran número de instalaciones de producción de armas rusas. El exceso de mano de obra y de equipo que las empresas privadas en Occidente habrían recortado para maximizar los beneficios se mantuvo cuando fue necesario. En febrero de 2022, se utilizó este exceso de capacidad y desde entonces ha sido el factor central que contribuyó al creciente éxito de Rusia contra las fuerzas respaldadas por la OTAN en Ucrania.

Occidente, por otra parte, está sufriendo una creciente crisis militar industrial. El exceso de capacidad de producción debe construirse desde cero, lo que lleva años o más. En todo Occidente, la escasez de mano de obra calificada impide que las líneas de montaje se amplíen significativamente, incluso si existe la voluntad y los recursos para hacerlo. En todas las áreas de producción, desde los misiles de defensa aérea hasta los proyectiles de artillería, Occidente está teniendo dificultades para cumplir incluso los objetivos de producción más exiguos.

Washington, decidido a prevalecer en Ucrania ya sea directamente o mediante una excesiva intervención de Rusia en medio de esta guerra por poderes, ha intensificado constantemente el conflicto desde 2014, cuando Estados Unidos derrocó al gobierno electo de Ucrania, hasta 2019, cuando Estados Unidos comenzó a armar a las fuerzas ucranianas que ya estaban siendo entrenadas por la OTAN, hasta las sanciones de espectro completo contra Rusia a partir de 2022 en adelante, hasta la transferencia de artillería, tanques, aviones y misiles de largo alcance que Estados Unidos ahora finalmente ha autorizado para atacar a la propia Rusia.

Cada escalada representa un intento de Washington y sus aliados europeos de imponerle a Rusia costos prohibitivos. Y como cada escalada no logra alcanzar esos objetivos, se idean escaladas adicionales.

Recientemente, Francia y el Reino Unido han discutido la posibilidad de enviar sus propias tropas a Ucrania, como otra grave escalada de una guerra que el Occidente colectivo ya está librando directamente contra Rusia.

Hay que recordar que Estados Unidos también está tramando crisis en otros lugares de la periferia de Rusia, incluidas Georgia y Siria, para extender de manera similar el poder de Rusia. Las recientes operaciones militares llevadas a cabo por extremistas apoyados por Estados Unidos en Siria probablemente se prepararon con meses de antelación y se lanzaron como un sustituto de la propia incapacidad de Occidente para dominar a Rusia en Ucrania.

Limitación de opciones, aumento de consecuencias

Incluso sin la aparición de Oreshnik en medio del actual conflicto en Ucrania, está claro que los intentos de Occidente de intensificar sus hostilidades contra Rusia han quedado muy lejos de extender a Rusia en la forma que muchos analistas, políticos y líderes militares occidentales esperaban.

El efecto geopolítico más amplio parece estar reforzando, en lugar de socavar, el cambio del unipolarismo liderado por Estados Unidos al multipolarismo.

Las opciones de Occidente para una escalada de la violencia se están reduciendo. El despliegue de fuerzas occidentales en Ucrania provocaría los mismos problemas que enfrentan las propias tropas ucranianas: falta de artillería, vehículos blindados y sistemas de defensa aérea para proteger a sus fuerzas de los más de 4.000 misiles que Rusia ha disparado contra Ucrania cada año.

El misil Oreshnik representa un medio no nuclear para atacar cualquier objetivo, tanto en Ucrania como en el resto de Europa. Sería un medio para infligir graves daños a objetivos militares europeos y estadounidenses en la región, reduciendo aún más el ya menguante poder militar de Occidente. El misil, como muchos otros del creciente arsenal ruso, sería capaz de superar las defensas aéreas y antimisiles occidentales, tanto por sus defectos fundamentales de funcionamiento como porque las reservas occidentales de interceptores se han agotado y no hay medios para reponerlas con facilidad.

Debido a que la capacidad industrial militar colectiva de Occidente es tan limitada en comparación con su búsqueda desmesurada de la primacía global, el uso de su aviación militar, misiles de crucero y otras capacidades existentes sólo puede comprometerse en una de al menos tres regiones principales de enfoque: Europa, Medio Oriente o Asia-Pacífico.

Si Estados Unidos y Europa comprometieran fuerzas significativas en un conflicto directo con Rusia en Ucrania, incluso si no llegara a una guerra nuclear, agotarían el poder militar que Occidente busca preservar para una posible guerra con Irán y/o China. Si bien no habría garantía de que esas capacidades inclinaran el conflicto en Ucrania a su favor, garantizarían que las ambiciones de Estados Unidos y Europa en Oriente Medio y Asia-Pacífico se perderían indefinidamente.

Podría ser que Estados Unidos busque extender su guerra por poderes contra Rusia en Ucrania al resto de Europa, mientras que el propio Estados Unidos preserva sus capacidades militares para su continua participación en Oriente Medio y Asia-Pacífico. Pero el conflicto en Ucrania ha expuesto fallas fundamentales en el sistema colectivo de Occidente en general. Un sistema incapaz de dominar colectivamente a Rusia, habiéndose agotado en el proceso de intentarlo, tendrá menos suerte si logra vencer a una China mucho más grande y más capaz.

Si bien Estados Unidos puede creer que mejora sus posibilidades al trasladar la carga de la intervención en Ucrania a sus representantes europeos, todavía padece una incapacidad fundamental para producir la cantidad de armas y municiones necesarias para combatir un conflicto similar en Asia y el Pacífico.

La introducción del Oreshnik, una capacidad que China casi con toda seguridad también podrá producir si no la posee ya, representa otro medio de disuasión para Estados Unidos y sus aliados: una promesa de consecuencias no nucleares en un intercambio de misiles en el que Estados Unidos y Europa entrarían en desventaja. Esto, sumado a una gran y creciente disparidad en términos de capacidad industrial militar, limita las opciones de Estados Unidos y Europa a recurrir a las armas nucleares o reformular una política exterior más realista y constructiva en primer lugar.

Como Rusia y China poseen sus propios arsenales de armas nucleares, cada vez más numerosos, el uso de esas armas por parte de Occidente no es una opción. Pero como los actuales círculos de poder de Occidente carecen de la fuerza militar, la inteligencia y la fortaleza moral necesarias para reformular su política exterior, desde su punto de vista pueden creer en la posibilidad de una guerra nuclear limitada de la que podrían salir con ventaja, creyendo que esa puede ser su única opción. Por lo tanto, la noción de destrucción mutua asegurada debe inculcarse plenamente en Occidente ahora, como se hizo durante la Guerra Fría, reintroduciendo el miedo a las consecuencias personales para los responsables políticos, de modo que el pensamiento racional sea innecesario cuando se puede volver a introducir en la ecuación la pérdida de la vida de otros.


Fuente: NEO (Nueva Perspectiva Oriental)