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lunes, 9 de junio de 2025

Ignora a Elon Musk. Préstale atención a Russell Vought

 

 Por Branko Marcetic  
      Redactor de Jacobin Magazine y autor de Yesterday’s Man: The Case Against Joe Biden.


Elon Musk fue expulsado de la Casa Blanca de Trump. Su comportamiento errático y sus payasadas lo convirtieron en un blanco fácil para los medios de comunicación. Pero Musk siempre estuvo llevando a cabo la agenda del autor del Proyecto 2025, Russell Vought, que sigue teniendo mucho poder.



     Al abandonar oficialmente la Casa Blanca, Elon Musk se quejó repetidamente de que él y su Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por sus siglas en inglés) se convirtieron en el «chivo expiatorio» de la administración, absorbiendo la culpa y la indignación por casi todo lo que hicieron el presidente y su equipo que no le gustó a la gente. Lo curioso es que esta es una de las pocas veces que el multimillonario de Tesla tiene razón en algo.




Durante los últimos cinco meses, Musk fue una bolsa de boxeo muy útil para los demócratas, la izquierda en general, la prensa y cualquiera que quisiera dañar políticamente a la segunda administración Trump. ¿Y quién puede culparlos? Su extraño comportamiento, su flagrante corrupción y su antipatía general eran perfectos para generar clics y compartidos, por no hablar de que lo convertían en un blanco fácil para los críticos de Trump que buscaban vincular al presidente a un barco que se hunde, lo que tuvo consecuencias políticas reales para la administración.




Así que no es de extrañar que, incluso mientras los medios de comunicación publican artículos en los que se hace un balance de la etapa de Musk en el Gobierno, la cobertura esté salpicada de sugerencias de que no se va de verdad y que seguirá ejerciendo influencia sobre la Casa Blanca de Trump desde afuera, por lo que será responsable de lo que esta haga a partir de ahora. Sin duda, esto será al menos en parte cierto, y el público parece estar de acuerdo. Pero intentar mantener el foco de atención en un Musk que ya se marchó puede que no sea tan eficaz políticamente como esperan los críticos, y se corre el riesgo de no comprender lo que realmente está sucediendo en la Casa Blanca de Trump.

La realidad es que, aunque Musk era y sigue siendo un conveniente contrapunto político, incluso cuando estaba en el meollo de la acción en la Casa Blanca, solo hacía el trabajo sucio y práctico de otra persona: Russell Vought, el arquitecto del Proyecto 2025 y director de la Oficina de Gestión y Presupuesto (OMB) de Trump.

Cualquiera que desee pedirle cuentas a la administración Trump, por no hablar de intentar comprender lo que quieren hacer quienes la dirigen, debe dejar de centrarse en el multimillonario y fijar su atención en Vought. Si la política estadounidense fuera Kill Bill, Musk y su equipo DOGE serían los secuaces extravagantes y pintorescos con los que la Novia pasa la mayor parte de su tiempo y energía, mientras el anónimo Bill espera, impasible, y dirige los hilos desde salas oscuras alejadas de la acción.

Cambiar el foco de atención a Vought será complicado, porque pasó este primer semestre de máxima indignación por los recortes a DOGE trabajando en silencio y fuera de la vista, porque es mucho menos mediático y menos propenso a generar clics y audiencias que el escandaloso Musk, y en general es una figura menos errática y más entrenada para los medios de comunicación, por lo que no es probable que cree el mismo conjunto de dolores de cabeza políticos para la Casa Blanca. Pero, aparte del propio presidente, él es la fuerza motriz de la agenda de Trump, y ahora va a empezar a actuar como tal.

El Wall Street Journal informó hace ya un mes que, con Musk fuera de juego, Vought se convertirá ahora en el arquitecto oficial del programa de austeridad de Trump, trabajando con el Congreso para realizar más recortes y obtener la aprobación legislativa de algunos de los ya realizados bajo Musk, al tiempo que recorre los medios de comunicación para vendérselos al público. El domingo pasado, Vough estuvo en la CNN defendiendo los recortes y otras partes de la agenda de la Casa Blanca.


Russ Vought llega a una audiencia ante el Comité de Seguridad Nacional del Senado en el Capitolio, el 15 de enero de 2025.

Pero no es que antes estuviera de brazos cruzados. Vought fue, incluso antes de ser nombrado para un cargo en el Gobierno, el responsable de la desastrosa orden ejecutiva de Trump de enero que suspendía todas las subvenciones federales, que la Casa Blanca se vio obligada a revocar rápidamente. Toda la teoría jurídica y el enfoque en que se basa el DOGE —por la que que el presidente de los Estados Unidos puede simplemente negarse a gastar el dinero que el Congreso ya autorizó para diversos organismos y programas, y puede desmantelarlos o eliminarlos por completo a su antojo— proviene de Vought, que ha estado muy estrechamente involucrado en los recortes del DOGE desde su mismo inicio. En su conjunto, el segundo mandato de Trump siguió muy de cerca el Proyecto 2025, el plan político en cuya elaboración Vought desempeñó un papel fundamental. Y él mismo admitió el año pasado a unos periodistas encubiertos que seguiría influyendo en la política de Trump desde fuera del Gobierno, incluso si no se le concedía un cargo en la Casa Blanca.


La línea entre dónde termina el trabajo del Departamento de Eficiencia Gubernamental de Elon Musk y dónde comienza el de la Oficina de Administración y Presupuesto de Russ Vought es difusa.

Si se analizan los presupuestos y las políticas que Vought redactó y defendió mientras trabajaba en el Congreso o como activista, se comprueba rápidamente que los recortes atribuidos a Musk se habrían producido de una forma u otra mientras Vought estuviera en la Casa Blanca. A lo largo de los años, se manifestó a favor de privatizar el Servicio Postal de Estados Unidos y derogar el Obamacare, así como de recortar o eliminar el Departamento de Educación, Medicaid, USAID, la radiodifusión pública, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, la Autoridad Federal de Aviación y muchos más.

También ayuda a ver hacia dónde es probable que se dirija la administración Trump en el futuro. Vought lleva mucho tiempo teniendo en su punto de mira a grandes prestaciones sociales como la Seguridad Social (que quiere privatizar) y Medicare, y hace dos años reconoció abiertamente que su objetivo es utilizar la actual oleada de recortes para acostumbrar al público a la idea, de modo que en algún momento se pueda atacar a estos grandes programas que antes eran «intocables».

Pero esto es precisamente por lo que Vought podría, de hecho, convertirse para Trump en un lastre político tan grande como lo fue Musk: solo se necesitarían críticas sustantivas y bien dirigidas, menos propicias para los titulares sensacionalistas que las que suscitó Musk. Hasta ahora, eso no sucedió.

La prensa liberal tendió a presentar a Vought como un temible «nacionalista cristiano», un término que no significa mucho para el ciudadano medio y que incluso puede resultar atractivo para un público que sigue siendo mayoritariamente cristiano y que, como cualquier población, considera que su propio interés nacional es su máxima prioridad. Mientras tanto, en su entrevista dominical con el director de la OMB, la periodista de la CNN Dana Bash, dedicó mucho tiempo al tema de la teoría de Vought sobre la «incautación» y su constitucionalidad, un tema jurídico importante pero arcano que probablemente no resulte muy interesante para muchos.

Lo que es acertado y constituye una línea de crítica más eficaz es que la ideología de Vought —un fanatismo militante y antigubernamental que le lleva a considerar como completamente ilegítima la inversión pública en infraestructura y a querer eliminar o vender al mejor postor prácticamente todos los programas gubernamentales, desde Medicaid hasta la NASA— es ajena y poco atractiva para la mayoría de los estadounidenses modernos, incluida la propia base obrera de Trump, y que los perjudicará, a ellos y a sus seres queridos. Una mayoría récord de estadounidenses, la más grande en treinta años, ahora quiere que el gobierno haga más para resolver los problemas del país, no que haga menos o que apenas exista, como sueña Vought.

Si se conoce la historia de Vought, se sabe que toda su carrera estuvo definida por el hecho de que sus objetivos políticos resultaron tan tóxicos para los estadounidenses de a pie, incluyendo a los votantes republicanos, que nunca pudieron promulgarse democráticamente. La gran queja de Vought es que cada vez que redactaba un presupuesto que eliminaba la asistencia sanitaria para la gente y disolvía la mitad del Gobierno (excepto el Pentágono, por supuesto), nunca se aprobaba, porque los miembros republicanos del Congreso que apoyaban de palabra su ideología antigubernamental se echaban atrás cuando al darse cuenta de que sus electores los destrozarían si se atrevían a ponerla en práctica.

Esto es lo que finalmente llevó a Vought a Trump. Vought declaró abiertamente que tanto el consenso político estadounidense como la opinión jurídica mayoritaria están tan lejos de su visión antigubernamental y que la única forma de hacerla realidad es tomar medidas radicales y sin precedentes, como confiarle a un presidente todopoderoso la tarea de desmantelar por sí solo el gobierno federal y declararle la guerra a los demás poderes si se interponen en su camino. Esto es asombrosamente antidemocrático, pero también es antidemocrático por necesidad, en tanto está al servicio de una agenda política que resultaría repulsiva para la mayoría de los estadounidenses si estuvieran debidamente informados al respecto.

De hecho, ya lo demostró: basta con ver la furiosa reacción pública a la suspensión de las subvenciones impulsada por Vought, que obligó a los miembros republicanos del Congreso a presionar a la Casa Blanca para que la revocara, o la ira que los republicanos están expresando en los ayuntamientos por el avance de presupuestos que diezman Medicaid, siguiendo el modelo trazado por Vought.

La salida de Musk debería ser una oportunidad para volver a centrar la atención en Vought, que logró pasar bastante desapercibido durante los últimos cinco meses gracias a la búsqueda de atención del multimillonario de Tesla. Puede que Vought no sea un personaje tan pintoresco, pero si el público supiera con precisión lo que cree y planea hacer, quedaría igual de perturbado por su influencia en la Casa Blanca.


Fuente: JACOBIN

jueves, 13 de febrero de 2025

Si esto no es corrupción…

 

      Redactor de Jacobín Magazine.


Donald Trump dijo una vez a los votantes que estaba luchando contra un sistema político corrupto. Sin embargo, con Elon Musk operando con impunidad en todo el gobierno federal, Trump ha llevado la corrupción política a niveles sin precedentes.


     Casi una década después, mientras encarga al hombre más rico del mundo que destruya y arruine las instituciones de las que dependen millones de familias estadounidenses, es fácil olvidar que Donald Trump llegó a la cima política prometiendo acabar con la corrupción de Washington.




Acertadamente, pintó de «corrupta» a su oponente, Hillary Clinton, que había recibido millones de dólares por discursos ante bancos de Wall Street y tenía un historial de corrupción y de pago por favores con donantes corporativos. Para demostrar que «el sistema está roto», Trump admitió abiertamente que, como empresario, había dado dinero «a todo el mundo», incluidos políticos demócratas como Clinton, para que «cuando necesite algo de ellos» más adelante, «estén ahí para mí».

El hecho de que él se autofinanciara su campaña de 2016 significaba que «no formaba parte del sistema corrupto» como candidato, dijo a los votantes, prometiendo en su lugar «escuchar su voz, oír sus gritos de ayuda». Incluso presentó un plan para «hacer que nuestro gobierno vuelva a ser honesto» que implicaba expulsar a los lobbistas de los cargos oficiales.

«Nuestro movimiento consiste en reemplazar un sistema fallido y (…) totalmente corrupto por un nuevo gobierno controlado por ustedes, el pueblo estadounidense», dijo Trump a los votantes un mes antes de ser elegido por primera vez.

Este tipo de discurso se abrió camino incluso en su campaña más reciente. Durante el año pasado, Trump se quejó de que «políticos corruptos» robaban la Seguridad Social para «financiar sus proyectos favoritos», y se comprometió a «recuperar nuestra democracia de la corrupción de Washington» y a enfrentarse a «la corrupción que ha plagado nuestro gobierno federal y perjudicado a los estadounidenses».

Así que su decisión de nombrar a Elon Musk, un multimillonario inmigrante, para formar un gobierno dentro del gobierno que no rinde cuentas para disolver amplias franjas del Estado posterior al New Deal es un duro despertar. En pocas palabras, Trump ha abrazado plenamente el sistema corrupto contra el que una vez afirmó estar luchando y, de hecho, lo ha llevado a nuevos e inéditos extremos que hacen que los Clinton parezcan modelos de ética e integridad.




A esta altura, resulta más fácil preguntarse en qué partes del gobierno federal no metió ya sus garras Musk que en cuáles sí. Musk y su equipo del «Departamento de Eficiencia Gubernamental» (DOGE, por sus siglas en inglés) están ahora instalados y juguetean con los sistemas de los Departamentos de Trabajo, Educación y Energía, así como con las agencias responsables de administrar los programas Medicare y Medicaid de los que dependen casi 150 millones de estadounidenses, administrar el programa de la Seguridad Social que mantiene a millones de estadounidenses fuera de la pobreza, vigilar y advertir al país cuando se forman huracanes mortales y proteger a los estadounidenses de delincuentes de cuello blanco, por nombrar algunos.




Quizá lo más alarmante es que, según se informa, tienen poder de edición sobre el código informático del Departamento del Tesoro, el sistema responsable de los enormes pagos federales por valor de 5,5 billones de dólares que hacen funcionar a la América del siglo XXI. Su objetivo es reducir radicalmente todos estos organismos mediante despidos masivos y recortes de programas, supuestamente para erradicar el fraude y el despilfarro, lo que planean hacer alimentando con la información de sus sistemas a programas de inteligencia artificial plagados de errores que decidirán qué recortar. De hecho, Trump está luchando activamente contra los tribunales para asegurarse de que Musk pueda seguir manipulando el sistema de pagos del Tesoro, lo que pone en riesgo la información privada más sensible de los estadounidenses.

Para que eso suceda, Musk está tomando decisiones tanto políticas como de dotación de personal, incluyendo el despido de funcionarios experimentados y veteranos si se interponen en su camino. Según lo que los funcionarios de Trump le dijeron al New York Times, nadie en la administración, excepto Trump, tiene autoridad sobre él o siquiera sabe lo que está haciendo. Mientras Musk y su equipo llevan a cabo este programa radical antigubernamental, están tomando medidas para eludir la ley y asegurarse de que el público no pueda solicitar y ver sus comunicaciones más adelante.

Incluso antes de que Trump tomara posesión, Musk estaba presente en reuniones con líderes mundiales y asesorando informalmente al presidente electo. Musk no fue elegido en ningún momento, confirmado por el Congreso, ni siquiera nombrado para ningún cargo oficial por el presidente: es un ciudadano privado que puede entrar y salir de la Casa Blanca cuando quiera, no responde ante nadie y puede manipular y potencialmente arruinar programas gubernamentales a su discreción personal y sin responsabilidad democrática.

¿Qué ha hecho exactamente Musk para merecer este tipo de poder sin precedentes sobre las vidas de millones de personas en su país de adopción? No es talento ni habilidad. La habilidad de Musk para autopromocionarse y hacer grandes declaraciones con bombos y platillos que luego incumple en silencio ha pulido una imagen pública de genio pionero que ha servido para enmascarar la mediocridad y la fanfarronería de charlatán que se esconde en su corazón.

Gracias a este esfuerzo de relaciones públicas, pocos estadounidenses saben que, por ejemplo, Musk no fundó la empresa por la que es más famoso, Tesla, sino que fue solo un inversor que más tarde expulsó a los verdaderos fundadores, se instaló como director general y más tarde ganó el título de «fundador» mediante una demanda. Tampoco muchos de ellos conocen o recuerdan su constante incapacidad para cumplir las grandiosas promesas de ciencia ficción que le gusta contar a multitudes de fanáticos de la tecnología, su empleo masivo de trucos y mentiras para embellecer los productos de su empresa, o su historial de ideas derrochadoras e inventos que no funcionan.

El mandato de Musk en Twitter/X ha sido una muestra de primera mano de lo exagerada que es su reputación de genio de los negocios, ya que la plataforma se ha vuelto mucho menos funcional, más represiva con la libertad de expresión, plagada de spam y falsificaciones y más precaria económicamente, mientras que su base de usuarios se ha reducido, todo ello mientras las nuevas funciones e innovaciones que aportó al sitio demostraban ser fallos técnicos vergonzosos y de alto perfil.

Ya está trayendo este mismo tipo de incompetencia a su nuevo trabajo en el gobierno. Cuando Molly Jong-Fast, de Vanity Fair, señaló acertadamente que la directiva de Musk y DOGE de recortar miles de millones en fondos biomédicos acabaría recortando los fondos para la investigación del cáncer, él respondió: «No lo hago. ¿De qué carajos estás hablando?». En otras palabras, Musk, literalmente, no tiene ni idea de lo que está recortando mientras reduce sin pensar el gobierno federal.


Prácticamente todas las universidades y centros de investigación médica del país se verán afectados por los recortes de subvenciones.

La única razón por la que Musk está en condiciones de hacer este tipo de daño es porque es multimillonario y porque le dio al presidente casi 290 millones de dólares en los meses previos a las elecciones, el mismo tipo de soborno flagrante de financiación de campaña que ha sido endémico en ambos partidos durante décadas, y exactamente el tipo de corrupción de Washington que Trump afirmó estar limpiando, solo que ahora con esteroides.

Más allá de la hipocresía, es la demostración más clara que se puede tener de cómo la extrema y creciente desigualdad del país corroe su democracia: mientras la gran mayoría de los estadounidenses se sienten frustrados por la falta de respuesta de Washington a sus necesidades, el hombre más rico del mundo puede simplemente comprar su entrada al gobierno y hacer lo que quiera con él, sin importar lo que el resto de nosotros pensemos o cómo nos afecte.

Pero la situación de Musk es solo un caso particularmente extremo de un patrón en la administración Trump, que en sus cortas cuatro semanas ha entregado el gobierno de Estados Unidos a una cohorte récord de trece mil millonarios, así como a especuladores corporativos en general, que a veces dirigen departamentos que afectan directamente a sus intereses comerciales. Pero esto es el business as usual de Washington, y la única desviación de Trump respecto a presidentes anteriores como Bill Clinton y George W. Bush en este frente hasta ahora es en cuánto más descarado y agresivo ha sido al hacerlo.

Desde hace años, el público estadounidense se queja de que el sistema político está amañado en su contra y a favor de los ricos y poderosos, lo que Joe Biden llamó tan atinada como tardíamente una «oligarquía incipiente», y lo que Trump denominó el «pantano» la primera vez que se presentó, cuando prometió drenarlo y hacer que el gobierno funcionara para los estadounidenses comunes y corrientes, olvidados. De hecho, la ira popular ante este tipo de corrupción es precisamente lo que ayudó a impulsar la popularidad de Trump en primer lugar.

Lejos de drenarlo, Trump se ha convertido en este pantano. Trump «escuchó la voz de la gente» y «oyó sus gritos de ayuda», pero aparentemente decidió que prefería atender el parloteo de un torpe oligarca tecnológico.


Fuente: JACOBIN