lunes, 17 de febrero de 2025

La nueva internacional fascista: la oligarquía tecnocrátrica y la amenaza a la democracia

 




Patrones históricos y paralelos modernos



     El surgimiento de una alianza transnacional entre multimillonarios tecnológicos, políticos autoritarios y movimientos de extrema derecha representa a la vez una continuación de patrones históricos y algo sin precedentes en la historia de la humanidad. Para entender este fenómeno, debemos examinar cómo se hace eco de movimientos fascistas anteriores, al tiempo que incorpora nuevos elementos que lo hacen potencialmente más peligroso que sus predecesores históricos.

La alianza clásica entre el capital industrial y los movimientos fascistas en los años 1920 y 1930 nos ofrece un primer modelo histórico. En Alemania, los grandes industriales como Fritz Thyssen y Gustav Krupp inicialmente vieron al Partido Nazi como un baluarte útil contra los movimientos obreros y el comunismo. De manera similar, los industriales italianos apoyaron el ascenso de Mussolini al poder, considerando al fascismo como un medio para suprimir las organizaciones obreras y al mismo tiempo mantener sus privilegios económicos. Este patrón –elites adineradas que apoyan movimientos autoritarios para su propia protección y beneficio– constituye un tema recurrente en el surgimiento de regímenes fascistas.

Sin embargo, los oligarcas tecnológicos de hoy se diferencian de sus predecesores industriales en aspectos cruciales. A diferencia de los Krupp o los Thyssen, cuyo poder estaba en gran medida confinado dentro de fronteras nacionales, figuras como Musk y Thiel operan en un espacio transnacional, ejerciendo influencia en múltiples naciones simultáneamente. Su poder no deriva de la capacidad industrial tradicional, sino del control sobre la infraestructura de las comunicaciones y el comercio modernos, un tipo de capitalismo cognitivo.




La situación actual se asemeja más a lo que el historiador Karl Polanyi identificó en la Europa de entreguerras como el "doble movimiento", en el que el intento de crear sociedades puramente de mercado genera resistencia social, lo que lleva a las élites a apoyar soluciones autoritarias para mantener su poder. Los oligarcas tecnológicos de hoy, que enfrentan una resistencia creciente a su acumulación de riqueza y poder, parecen estar siguiendo un manual similar, pero con herramientas mucho más sofisticadas a su disposición.

No se puede exagerar el papel de las plataformas de redes sociales en este proceso. La adquisición de Twitter/X por parte de Musk, supuestamente con el respaldo de intereses saudíes y rusos, representa una nueva fase en la relación entre el poder oligárquico y el control social. A diferencia de los magnates de los medios tradicionales como William Randolph Hearst, que sólo podían moldear la opinión pública mediante una comunicación masiva unidireccional, las plataformas tecnológicas actuales permiten una manipulación sofisticada del discurso social mediante el control algorítmico y operaciones de influencia dirigidas.

Esta manipulación se hace particularmente evidente en la alineación entre los oligarcas tecnológicos y los movimientos de extrema derecha en varios países. El patrón se asemeja a lo que los historiadores llamaron la "internacional fascista" de la década de 1930, cuando los movimientos fascistas de diferentes países se apoyaban entre sí mientras mantenían fachadas nacionalistas. Sin embargo, la versión actual es más sofisticada, ya que utiliza las redes sociales y el análisis de datos para coordinarse a través de las fronteras mientras mantiene la apariencia de movimientos nacionales separados.

La lógica estratégica que subyace a esta alianza se hace evidente cuando examinamos los precedentes históricos. Tanto en la Alemania nazi como en la Italia fascista, el acuerdo entre las élites económicas y los movimientos fascistas era claro: los industriales brindaban apoyo financiero y legitimidad al régimen a cambio de la supresión de los movimientos obreros y el mantenimiento de sus privilegios económicos. Los oligarcas tecnológicos de hoy parecen estar siguiendo una estrategia similar a escala global, apoyando a los movimientos de extrema derecha que prometen proteger su riqueza y poder mientras suprimen las demandas democráticas de redistribución y regulación económica.

Lo que hace que la situación actual sea particularmente peligrosa es la convergencia de tres tendencias históricas que anteriormente habían aparecido por separado: el poder transnacional del capital (que recuerda a fines del siglo XIX), la alianza entre la riqueza y la política autoritaria (similar a la de los años 30) y capacidades tecnológicas sin precedentes para el control social. Esta convergencia crea posibilidades de control autoritario que habrían sido inimaginables para las generaciones anteriores.

El rápido ritmo de este desarrollo refleja los patrones históricos de toma de poder fascista. Tanto la Marcha sobre Roma de Mussolini como el ascenso al poder de Hitler demostraron con qué rapidez pueden derrumbarse las instituciones democráticas cuando se enfrentan a un ataque coordinado tanto de las élites económicas como de los movimientos de masas. La infraestructura tecnológica actual permite potencialmente una coordinación y un control aún más rápidos, lo que hace que el plazo para la respuesta democrática sea potencialmente incluso más corto que en los ejemplos históricos.



Mecanismos modernos de control y coordinación



Las herramientas y técnicas que utiliza la alianza tecnofascista de hoy representan un salto cuántico con respecto a las capacidades disponibles para los movimientos fascistas históricos. Mientras que los autoritarios anteriores dependían de la propaganda cruda y la fuerza física, los aspirantes a oligarcas de hoy emplean el autoritarismo algorítmico, un sofisticado sistema de control social que opera a través de redes digitales y manipulación de datos.




La transformación de Twitter/X por parte de Musk es un ejemplo de los mecanismos de control autoritario modernos. A diferencia de la manipulación tradicional de los medios, que se basaba en controlar el contenido de los mensajes, las plataformas de redes sociales permiten la falsificación de preferencias, creando la ilusión de un apoyo generalizado a posiciones extremas mientras se suprimen los puntos de vista opuestos mediante la manipulación algorítmica. Esto crea un ciclo que se retroalimenta a sí mismo en el que la opinión pública percibida cambia drásticamente, aunque el sentimiento público real pueda permanecer en gran medida inalterado.

La coordinación entre los oligarcas tecnológicos demuestra que en la esfera política se comportan como si fueran cárteles. Figuras como Musk, Thiel y sus aliados parecen estar dividiendo esferas de influencia: algunos se centran en el control de los medios, otros en los sistemas financieros y otros en la organización política. Esta división del trabajo refleja la forma en que los industriales alemanes coordinaron su apoyo al régimen nazi, pero con mucha mayor sofisticación y alcance global.

Las ambiciones imperialistas de Trump, aparentemente motivadas por el ego personal y el beneficio económico, encajan en un patrón más amplio de autoritarismo cleptocrático. Su enfoque en territorios ricos en recursos como Groenlandia y activos estratégicos como el Canal de Panamá refleja el modo en que Putin y sus oligarcas han tratado a Rusia: como un recurso privado que debe ser explotado en lugar de una nación que debe ser gobernada. La diferencia clave es la escala de la ambición: Trump aparentemente imagina una cleptocracia global en lugar de meramente regional.

La infraestructura tecnológica que sustenta este nuevo autoritarismo crea una conformidad anticipatoria en la que las personas modifican su comportamiento sabiendo que están siendo vigiladas y analizadas. Mientras que la Stasi de Alemania del Este necesitaba cientos de miles de informantes humanos para crear este efecto, las plataformas tecnológicas actuales lo logran automáticamente a través de sistemas de vigilancia digital y de puntuación social omnipresentes.

La coordinación internacional entre líderes autoritarios y oligarcas tecnológicos representa una autocracia distribuida, con centros de poder que parecen independientes pero que en realidad operan en conjunto. La relación entre Musk, varios partidos de extrema derecha en Europa y líderes autoritarios como Putin y Orban demuestra este patrón. Cada uno parece actuar de forma independiente, pero en realidad promueve una agenda común de socavar las instituciones democráticas y concentrar el poder en manos privadas.

No se puede exagerar el papel de la inteligencia artificial en este sistema. A diferencia de los sistemas de propaganda históricos, la IA permite un autoritarismo de precisión con su capacidad de identificar y dirigirse a grupos demográficos, comunidades o incluso individuos específicos con mensajes y manipulaciones personalizados. Esta capacidad hace que las estrategias de resistencia tradicionales, diseñadas para contrarrestar la propaganda masiva, sean cada vez más ineficaces.

El modelo económico que subyace a este nuevo autoritarismo también difiere del fascismo histórico. Mientras que los movimientos fascistas tradicionales hacían hincapié en la autarquía económica nacional, los tecnofascistas de hoy imaginan una especie de globalización oligárquica con libre circulación de capitales y recursos entre autócratas aliados, manteniendo al mismo tiempo un control estricto sobre las poblaciones. Esto explica por qué figuras como Musk pueden promover movimientos nacionalistas y al mismo tiempo dirigir empresas transnacionales.

Tal vez lo más preocupante sea la aparición de una sumisión en cascada: a medida que cada país cae en esta nueva forma de autoritarismo, a las democracias restantes se les hace más difícil resistirse. El proceso refleja cómo las democracias europeas cayeron ante el fascismo en la década de 1930, pero la tecnología de las comunicaciones modernas acelera drásticamente el proceso. Cada transición autoritaria exitosa proporciona lecciones tácticas y recursos adicionales para el próximo intento.

El uso de empresas y sistemas financieros legítimos para fines autoritarios representa una captura institucional y la transformación de organizaciones aparentemente neutrales en herramientas de control autocrático. La adquisición de Twitter/X por parte de Musk, al igual que la inversión de Thiel en tecnologías de vigilancia, demuestra cómo las decisiones empresariales aparentemente privadas pueden servir a objetivos autoritarios más amplios.



Resistencia, respuesta e implicaciones futuras



El orden tecnofascista emergente no es invencible, a pesar de sus sofisticadas herramientas y su alcance global. La historia ofrece lecciones cruciales para la resistencia, aunque éstas deben adaptarse para enfrentar desafíos sin precedentes. La clave para una oposición eficaz radica en comprender tanto las vulnerabilidades del sistema como las nuevas herramientas disponibles para la resistencia democrática.

La primera vulnerabilidad de este nuevo sistema se deriva de su dependencia de la infraestructura tecnológica. Si bien esta infraestructura permite un control sin precedentes, también crea puntos de falla que no existían en los sistemas autoritarios tradicionales. Los trabajadores técnicos, desde los programadores hasta los operadores de centros de datos, tienen un poder potencial con el que los trabajadores de las fábricas de la década de 1930 solo podían soñar. Una huelga coordinada de los trabajadores tecnológicos podría paralizar los mecanismos de control del sistema con mucha más eficacia que una huelga industrial tradicional.

La naturaleza transnacional del nuevo autoritarismo, si bien le otorga un enorme poder, también crea debilidades estratégicas. Los movimientos fascistas históricos podían consolidar el control dentro de las fronteras nacionales, pero los oligarcas tecnológicos de hoy necesitan redes globales para mantener su poder. Esta dependencia crea oportunidades para la resistencia democrática en múltiples puntos de sus redes, desde los centros de datos locales hasta los flujos financieros internacionales.

Los movimientos laborales enfrentan un desafío crucial para adaptar sus estrategias a esta nueva realidad. La organización sindical tradicional centrada en las condiciones laborales debe ampliarse para abordar los sistemas de control tecnológico y los derechos sobre los datos. El éxito de esa resistencia depende de la creación de nuevas formas de solidaridad laboral internacional que estén a la altura del alcance global de los oligarcas tecnológicos. Los recientes esfuerzos de organización en las principales empresas tecnológicas demuestran el potencial de esa resistencia.

Los gobiernos democráticos que aún son capaces de actuar de manera independiente deben actuar con rapidez para impedir una mayor consolidación del poder oligárquico. Esto exige una acción inmediata en varios frentes:

        - Romper con la propiedad concentrada de las plataformas de comunicación.

    - Establecer un control democrático sobre la infraestructura digital crítica.

    - Creación de marcos internacionales para prevenir la manipulación algorítmica del discurso público.

    - Desarrollo de nuevos marcos antimonopolio que aborden los monopolios de datos.

    - Construyendo alternativas públicas a las plataformas digitales privadas.

El papel de las naciones más pequeñas se vuelve crucial en esta lucha. Así como Suiza y Suecia mantuvieron instituciones democráticas durante el período fascista de los años 1930 y 1940, las democracias más pequeñas de hoy podrían servir como reservorios cruciales de práctica democrática y soberanía digital. Países como Estonia, que ha desarrollado una infraestructura digital pública sofisticada, ofrecen modelos de alternativas democráticas al control oligárquico.

Las organizaciones de la sociedad civil deben desarrollar nuevas capacidades para la resistencia digital, lo que incluye la creación de plataformas de comunicación alternativas, el desarrollo de herramientas para detectar y contrarrestar la manipulación algorítmica y la creación de redes internacionales para una respuesta rápida a las iniciativas autoritarias. El éxito de la resistencia digital ucraniana contra la agresión rusa ofrece lecciones importantes para tales esfuerzos.

Los sistemas educativos deben transformarse para formar ciudadanos capaces de reconocer y resistir la manipulación digital. Esto significa ir más allá de la alfabetización digital básica para desarrollar una comprensión crítica de cómo las redes sociales y los sistemas algorítmicos moldean la percepción y el comportamiento. El objetivo debe ser crear poblaciones resistentes a la manipulación tecnológica y capaces de utilizar las herramientas digitales con fines democráticos.

No se puede ignorar la dimensión financiera de la resistencia. Los movimientos democráticos deben desarrollar nuevos mecanismos de financiación independientes de los sistemas financieros tradicionales, que están cada vez más sujetos al control oligárquico. Las instituciones financieras cooperativas, los bancos públicos y las nuevas formas de criptomonedas democráticas podrían desempeñar un papel crucial en la financiación de la resistencia y, al mismo tiempo, demostrar modelos alternativos de organización económica.

La crisis ambiental hace más urgente esta lucha. La visión de los oligarcas tecnológicos de colonizar el espacio y explotar los recursos amenaza con acelerar el colapso ecológico, al tiempo que construye enclaves fortificados para los ricos. La resistencia democrática debe vincular la democracia tecnológica con la sostenibilidad ambiental, demostrando que una acción climática eficaz requiere el control democrático de los recursos y la tecnología.

De cara al futuro, es probable que la próxima década determine si la democracia puede sobrevivir y adaptarse al cambio tecnológico o si entramos en una nueva era oscura de feudalismo tecnológico. El resultado no depende sólo de la resistencia al poder autoritario, sino de nuestra capacidad para desarrollar alternativas democráticas que aprovechen el potencial de la tecnología para el florecimiento humano en lugar de para el control.

Por lo tanto, la tarea que tienen ante sí las fuerzas democráticas es doble: la resistencia inmediata para impedir una mayor consolidación del autoritarismo y la construcción positiva de alternativas democráticas. Para lograrlo, es necesario comprender que no nos enfrentamos sólo a una lucha política, sino a un desafío civilizatorio que determinará el futuro de la sociedad humana en la era digital.

Para vencer a este nuevo fascismo es necesario reconocer que las medidas parciales y las reformas graduales no son suficientes. Así como la derrota del fascismo histórico requirió la movilización total de las sociedades democráticas, para contrarrestar el tecnofascismo se necesita una movilización democrática de amplio espectro en los ámbitos tecnológico, económico y social. El futuro aún no está escrito, pero la ventana para una acción efectiva se estrecha cada día que pasa.



Fuente: LA LENTE ESTRUCTURAL

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