En el origen de las atrocidades israelíes
Poco a poco, las atrocidades israelíes han ido venciendo la instintiva -por no decir cómplice- indiferencia de Occidente y se ha generalizado el término genocidio para describirlas y calificarlas. Aunque las dudas y las disquisiciones sobre la propiedad o no de utilizar esa palabra quedan colgadas, y así permanecerán, en el limbo de derechosos de todo pelaje, desde politicastros prosionistas incapaces de abrir su mente o su corazón a académicos alienados por el formalismo lingüístico. Elucubraciones, todas ellas, un tanto vergonzantes y miserables, dadas las circunstancias y las matanzas diarias en Gaza.
El siguiente paso, a dar diligentemente por políticos, periodistas, analistas y gente de buena voluntad, es declarar la suma perversidad en que se desenvuelve el Estado de Israel frente al pueblo palestino y los pueblos de la región, comparándola sin miedo y con abundancia de datos con los horrores nazis de los años 1940 para concluir en que los crímenes israelíes superan en más de un motivo a los del Estado hitleriano. Y veamos, aquí y ahora, cómo puede fundamentarse esta tesis, postura o proclama (que no sean las semánticas, sino las históricas y las políticas las referencias de análisis y prueba), haciendo observar la diferencia, de gran enjundia, entre ambos racismos, el nazi y el sionista.
Por lo que la primera observación a tener en cuenta es que, así como el racismo nazi que llevó al holocausto judío se expresaba, aparentemente y en primera instancia, como estrictamente racista, es decir, como un odio hacia una comunidad étnica concreta a la que se declaraba enemiga tachándola de racialmente inferior (más socialmente amenazante y económicamente indeseable) en la perspectiva de la soberbia y el purismo alemanes, el racismo israelí es declaradamente religioso, es decir, que funda su supremacismo en “razones” extraídas de la Biblia, donde se recoge repetidamente la declaración del favor divino hacia el pueblo hebreo como elegido entre todos los demás, y la promesa caprichosa y exclusivista de una tierra otorgada a ese mismo pueblo. Así que el Estado de Israel asume, en manos del sionismo reivindicativo, el cumplimiento de esas promesas de Yahvé, y gracias a las circunstancias que favorecieron su desarrollo en la segunda parte del siglo XIX (principalmente relacionadas con el estímulo y el respaldo británicos) pudo lograr con cierta facilidad la invasión colonial, la ocupación militar y la limpieza étnica necesarias para apoderarse de la “tierra prometida”, que era de otros y sobre la que no poseían ningún título legal ni relación étnica o histórica; porque se había perdido la esencia judeo-judía inevitablemente desde las guerras judías contra Roma en los años 70-71 d. C., debido a la prolongada y sucesiva presencia, durante al menos catorce siglos, de bizantinos, árabes y turcos. De hecho, hacia 1890/1900, la población judía étnica en la provincia otomana de Palestina era de un 5 por 100, siendo el 85 por 100 de árabes musulmanes y el 10 por 100 restante de árabes cristianos (maronitas, ortodoxos griegos y otras confesiones orientales).
Es decir que, al racismo, digamos, fisiológico expresado por los nazis, científicamente imposible de demostrar, se ha de comparar el racismo religioso de los sionistas israelíes, que recurre a argumentos y textos divinos que no solamente son, también, imposibles de demostrar, sino que resultan especialmente abstrusos e hirientes. No ha de extrañar que con estas pretensiones ese pueblo hebreo/judío haya concitado odios extendidos histórica y geográficamente, a cuenta de sus pretensiones de superioridad religiosa y étnica.
El caso es que las masacres israelíes actuales se expresan con tal grado de atrocidad y de singularidad que, no solo hay que compararlas con los crímenes nazis, sino que hay que reconocerles la insania espectacular con la que se perpetran, lo que raramente han visto los siglos. Porque, ¿es posible describir, científica y lealmente -razones, orígenes, variaciones…- el odio generalizado e histórico desde estos israelíes hacia tanta gente? Por supuesto que no vale ceñirse a la actitud oficial -sionista, israelí y judía ultra- de que Israel no hace más que defenderse frente a la hostilidad de los árabes vecinos y los palestinos en particular, ya que es evidente que estos han sufrido la invasión colonial y la opresión militar injusta e ilegalmente, y es a ellos, a los agredidos a quienes asiste el derecho a defenderse, no a los que los machacan; porque las milicias palestinas son, desde su origen a finales de los años 1950, un movimiento de resistencia y liberación, como lo han sido tantos otros enfrentados al colonialismo en África y Asia (o en América Latina contra el imperialismo yanqui). Y que no es de recibo que a cada crítica a esos crímenes contra la humanidad que ya contemplan incluso las instancias penales internacionales, el establishment israelí responda con la acusación de antisemitismo, atribuyéndolo a un odio universal de los gentiles hacia un pueblo elegido por Dios y, por lo tanto, superior y con derechos especiales.
Cuando el parlamento israelí, la Knesset, aprobó en 2018 la ley sobre el “Estado-nación del pueblo judío”, marcó “legalmente” el empeño racista del sionismo supremacista: sólo podrán ser ciudadanos israelíes los judíos “de raza”. Así quedará eliminada de la vida pública esa molesta minoría de palestinos que, por una razón u otra, poseen la ciudadanía israelí, lo que les permite su presencia en parlamentaria, y cualquier otra minoría que pueda perjudicar al predominio absoluto de lo judío. Esta ley fue suspendida por el Tribunal Supremo israelí, siendo una de las causas, latente y sin reconocer, el que resulta imposible encontrar un ADN específicamente judío ya que, de hecho y como consecuencia del tiempo y sus avatares, puede decirse que el “pueblo judío” (el étnico) no existe. A este respecto, el cuadro muestra la transformación “vivida” por europeos orientales desde su condición de “judíos yidis”, en el caso de muy notables líderes israelíes, mediante el cambio de apellidos.
Nombre aparente - Cargo político - Nombre originario - Ascendencia:
- David ben Gurion - Primer ministro - Grün - alemana-polaca
- Chaim Weizmann - Presidente - Weizmann - alemana-bielorrusa
- Mose Sharet - Primer ministro - Shertok - ucraniana
- Levy Shkol - Primer ministro - Shkolnik - ucraniana
- Golda Meier - Primera ministra - Mabovich - ucraniana
- Menájem Beguín - Primer ministro - Wolfovitch - bielorrusa
- Shimon Peres - Varios cargos - Persky - bielorrusa
- Ariel Sharon - Primer ministro - Scheinermann - alemana
- Benjamín Netanyahu - Primer ministro - Mileikovsky - polaca
Y como se sabe desde hace tiempo, esos europeos orientales que no son judíos étnicos tienen su origen en el reino jázaro, desarrollado entre los siglos VII y XI, que se convirtió al judaísmo por mantener su independencia entre los imperios cristiano de Bizancio y musulmán de Bagdad.
Inmediatamente después de la devastadora operación militar de los combatientes palestinos del 7 de octubre de 2023, creo que fue el ministro de Defensa o el jefe de Estado Mayor israelí el que declaró que “eliminarían a 50 palestinos por cada israelí” víctima de Hamás y las milicias aliadas. Fue el momento de recordar que, durante la ocupación de gran parte de Europa, el ejército alemán ejecutaba como costumbre a diez civiles por cada soldado caído a manos de los partisanos. Estos israelíes no han dudado en superar a los nazis en esta práctica, y no se plantean límite cuando la cantidad de asesinados se acerca a los 70.000, ni mostrando intención alguna de frenar la intensa dinámica de su afán de matar.
Y no faltan declaraciones de militares y políticos calificando a los palestinos de animales, cucarachas y cosas así, mostrando especial inquina hacia los menores de edad, considerados potenciales terroristas y por tanto objetivo legítimo de sus bombardeos y sus francotiradores. El bloqueo de alimentos en los pasos de Gaza con el exterior, la consiguiente aniquilación por hambre y los asesinatos de hambrientos en la cola de auxilios son prácticas en las que las llamadas Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) se empeñan, con indudable éxito, en imitar, y si es posible superar, a las prácticas nazis. Nada de lo cual impide que los políticos israelíes aseguren que sus FDI tienen instrucciones precisas de salvaguardar a la población civil y que su labor de asistencia alimentaria a la población de Gaza es ejemplar (o que califiquen de “amenaza de genocidio” las medidas del Gobierno español que responden con restricciones en sus relaciones globales con Israel, tratando de “espantar” las generalizadas acusaciones de genocidio por tantos miles de asesinatos de civiles ya cometidos).
A los favores del Yahvé como genial creación del pueblo hebreo/judío, detallados en esa Biblia escrita a conveniencia (cuyos libros más antiguos proceden del siglo VII a. C., aunque describen acontecimientos supuestamente acaecidos en los siglos XIX-XVIII a. C.), y a la natural resistencia de los pueblos de la región de Canaán a la invasión de gente extraña, violenta y pretenciosa, el pueblo de Dios respondió con un despliegue de atrocidades que más parecen satánicas, y que el libro de Josué, sexto del conjunto bíblico (y como los anteriores -menos mal- de casi nulo interés histórico), describe y desmenuza con la frialdad más espantosa. “Álzate ya, pues, y pasa ese Jordán, tú y tu pueblo, a la tierra que yo doy a los hijos de Israel” (Josué, 1:2), siendo la primera gran operación bélica la conquista de Jericó (ciudad en la actual Cisjordania, que los colonos ultras tratan de apropiarse), en la que el Dios de Israel obró el prodigio de que, haciendo sonar las trompetas por los sacerdotes, se derrumbaran las murallas y pudieran apoderarse de ella los hebreos. El relato bíblico continúa: “Apoderándose de la ciudad, dieron al anatema todo cuanto en ella había, y al filo de la espada a hombres y mujeres, niños y viejos, bueyes, ovejas y asnos” (6:21).
El libro de Josué, cuya lectura no puede ser más instructiva para entender la ferocidad y el gen exterminador del pueblo de Israel, debe ser considerado el manual de guerra de las FDI, pese a la aparente modernidad tecnológica de éstas. Y cuando la escritura sagrada, en este caso el libro de Josué, cuenta las victorias de los hebreos sobre los numerosos reinos y ciudades cananeas, así se expresa su anónimo autor, celebrando siempre la asistencia de Yahvé: “Derrotado y batido hasta exterminarlos”, “la pasó al filo de la espada a ella y a cuantos en ella había, sin dejar escapar uno”, “le derrotó a él y a su pueblo, sin dejar escapar a nadie”, “y pasaron a filo de espada a todos los vivientes que había en ella”, “dando al anatema a todo viviente, como lo había mandado Yahvé, Dios de Israel” (10:40), “sin tener para ellos misericordia y los destruyera, como Yahvé se lo había mandado a Moisés” (11:20); a los líderes de esas entidades políticas, Josué los mandaba “colgar de árboles”.
Tomemos nota, como resumen, de que la violencia impuesta por el pueblo de Israel a los originarios habitantes de Canaán siguiendo la injusta e inexplicable prodigalidad de Yahvé y debido precisamente a ella, necesaria e inevitablemente ha impreso una violencia estructural a quienes se reclaman, creyéndolo o no, de esa tradición de estructura justificativa oprobiosamente religiosa, y alcanza claramente al actual Estado de Israel. Es una violencia, política y militar, igualmente estructural frente a los pueblos y los Estados vecinos y, poco a poco, contra el mundo (como vemos en estos días con los ataques israelíes a Qatar y a la flotilla que pretende romper el inhumano bloqueo de Gaza), así como dentro de la propia sociedad israelí, instintiva y fatalmente violenta, que no puede (ni quiere) vivir en paz.
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