Durante muchos años viví a poca distancia de la prisión de Megiddo, en el norte de Israel, donde el periódico israelí Haaretz publicó un nuevo vídeo en el que se ve a guardias israelíes torturando a palestinos en masa. Pasé en coche por delante de la prisión de Megiddo en cientos de ocasiones. Con el tiempo, llegué a no fijarme en los edificios grises y achaparrados, rodeados de torres de vigilancia y alambre de púas.
En el norte de Israel hay varias cárceles grandes como la de Megiddo, donde acaban los palestinos que han sido secuestrados de sus casas, a menudo en mitad de la noche. Israel y los medios occidentales dicen que estos palestinos han sido “arrestados”, como si Israel estuviera aplicando algún tipo de procedimiento legal legítimo sobre sujetos oprimidos –o más bien objetos– de su ocupación. En realidad, estos palestinos han sido secuestrados.
Las prisiones están situadas invariablemente cerca de las carreteras principales de Israel, presumiblemente porque a los israelíes les tranquiliza saber que se encierra a un número tan grande de palestinos. (Aparte, debo mencionar que trasladar prisioneros de territorio ocupado a territorio del ocupante es un crimen de guerra, pero dejemos eso a un lado).
Incluso antes de las redadas masivas de los últimos 11 meses, la Autoridad Palestina calculaba que 800.000 palestinos –el 40% de la población masculina– habían pasado algún tiempo en una prisión israelí. Muchos nunca habían sido acusados de ningún delito y nunca habían sido sometidos a juicio. Pero eso no cambiaría nada: la tasa de condenas de palestinos en los tribunales militares israelíes es cercana al 100%. Al parecer, no existe tal cosa como un palestino inocente.
Más bien, el encarcelamiento es una especie de aterrador rito de iniciación que han padecido generaciones de palestinos, impuesto por la burocracia que gestiona el sistema de ocupación-apartheid de Israel.
La tortura, incluso de niños, ha sido una práctica habitual en estas cárceles desde que comenzó la ocupación hace casi 60 años, como han venido documentando periódicamente grupos israelíes de derechos humanos.
El encarcelamiento y la tortura de palestinos sirven a Israel para varios objetivos: aplastan el espíritu de los palestinos individual y colectivamente, traumatizan generación tras generación, creando miedo y sospecha, y ayudan a reclutar a una amplia clase de informantes y colaboradores palestinos que trabajan en secreto con la policía secreta israelí, el Shin Bet, para frustrar las operaciones de resistencia palestina contra las fuerzas de ocupación ilegales de Israel.
Cabe señalar que este tipo de resistencia palestina está expresamente permitida por el derecho internacional. En otras palabras, lo que Occidente denuncia como “terrorismo” es en realidad legal según los principios que Occidente estableció después de la Segunda Guerra Mundial. Paradójico, por decirlo suavemente.
La humillación y el trauma infligidos sistemáticamente a esos cientos de miles de palestinos y a la sociedad palestina en general –y la total falta de preocupación de la llamada "comunidad internacional" o, peor aún, su complicidad– han alimentado inevitablemente un creciente extremismo religioso entre sectores de una sociedad palestina que otrora era en gran medida secular.
Si no hay justicia ni reparación que puedan ofrecer las instituciones internacionales creadas por un Occidente que alardea de su secularismo y al mismo tiempo hace alarde de sus valores cristianos, entonces, concluyen los palestinos, tal vez puedan encontrar justicia –o al menos retribución– no a través de “negociaciones” inútiles y amañadas, sino a través de un mayor compromiso con la resistencia violenta llevada a cabo en nombre del Islam.
Eso explica el surgimiento del grupo Hamás a fines de los años 1980 y su incesante crecimiento en popularidad. La militancia islámica sin complejos de Hamás contrastaba con el nacionalismo secular más acomodaticio de Fatah, liderado durante mucho tiempo por Mahmud Abás. El apoyo a Hamás era algo que Israel estaba más que dispuesto a cultivar. Comprendía que el islamismo desacreditaría la causa palestina a los ojos de los occidentales y uniría aún más a Occidente con Israel.
Pero el sistema de tortura israelí –ya sea en cárceles “normales” como Megido o en la gigantesca prisión al aire libre que Israel convirtió en Gaza– también condujo a una determinación cada vez mayor de grupos como Hamás a liberarse mediante la violencia. Si no se podía razonar con Israel, si sólo entendía la espada, entonces ése era el lenguaje que los palestinos le hablaban a Israel. Ésa fue precisamente la lógica de las atrocidades del 7 de octubre.
Si usted se horrorizó por el 7 de octubre, pero no está más horrorizado por lo que Israel ha estado haciendo a los palestinos durante más de medio siglo en sus prisiones, entonces está usted en un estado de profunda ignorancia –algo que no sorprendería dada la falta de cobertura mediática del gobierno despótico de Israel sobre los palestinos– o en una profunda negación.
Si usted no puede ver la conexión causal entre los bárbaros abusos perpetrados contra los palestinos generación tras generación y los crímenes cometidos el 7 de octubre, entonces no entiende la naturaleza humana. No tiene conciencia interior de cómo actuaría si usted, su padre y su abuelo. hubieran sido torturados en una prisión israelí, un trauma que se transmite de generación en generación de forma similar al color del pelo o la complexión.
Las escenas filmadas en Megiddo. Las imágenes de hombres demacrados, destrozados por las palizas recibidas en prisión. La desaparición de cientos de médicos en las cámaras de tortura de Israel. El vídeo de un palestino violado por guardias de prisión israelíes. Las conclusiones de organizaciones israelíes e internacionales de que esto está sucediendo sistemáticamente. Los horrores nos miran a la cara. Pero muchos de nosotros miramos hacia otro lado, volviendo a la forma mágica de pensar de nuestra infancia en la que, cuando nos tapamos los ojos, el mundo desaparece.
Los horrores del sistema penitenciario israelí no son nuevos. Han estado ocurriendo durante décadas. Lo que sí es nuevo es que Israel ha intensificado los abusos y ahora disfruta de atrocidades que antes ocultaba como un oscuro secreto.
Israel está perdido. Está hundido en un agujero negro y genocida. La pregunta es: ¿va usted a dejarse arrastrar por el mismo vacío? ¿Va a seguir tapándose los ojos? ¿Terminará la tortura sólo porque prefiera no verla?
Fuente: Jonathan Cook
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