Redactor jefe de +972Magazine
El atentado de Hamás del 7 de octubre conmocionó a la sociedad israelí. Pero para el poderoso movimiento de colonos fue la oportunidad de hacer realidad su visión expansionista.
El 28 de febrero de 2024, a cuatro meses del inicio de la guerra de Israel contra la Franja de Gaza, docenas de jóvenes colonos israelíes vieron la oportunidad de sentar un precedente. Casi veinte años después de que el gobierno de Ariel Sharon evacuara los asentamientos judíos de Gaza, un pequeño número de colonos —al parecer, algunos llevaban materiales de construcción mientras que al menos dos iban armados con el tipo de fusiles que utilizan los militares— asaltaron el paso fronterizo de Erez, en un primer intento por reconstruir los asentamientos judíos.
«Vinimos aquí [porque] queríamos volver a casa. Vivo en una comunidad de deportados de Gush Katif, y queríamos volver», dijo a Local Call un colono de dieciocho años. «Me gustaría que el gobierno entendiera [lo que] la mayoría de la gente ya entendió: Estamos aquí. Es nuestro (…). Tenemos que ir a Gaza, destruir todo el terror que hay allí y construir nosotros mismos», dijo otro.
Los colonos tuvieron éxito, al menos momentáneamente. Consiguieron levantar un puesto de avanzada improvisado, no muy diferente de los que se ven en la Cisjordania ocupada, al que llamaron Nisanit Hachadasha (Nuevo Nisanit) en honor a uno de los asentamientos de Gush Katif, el bloque de asentamientos judíos evacuado como parte del plan de retirada de 2005. Pero a diferencia de aquella retirada, en la que policías y soldados sacaron por la fuerza a nueve mil colonos de una colonia construida en el corazón de la población civil palestina, esta vez las fuerzas de seguridad israelíes se mantuvieron cerca y proporcionaron protección mientras los colonos se arremolinaban. Pasarían varias horas antes de que la policía llegara para desalojarlos.
Para el ojo inexperto, Nisanit Hachadasha podría parecer una forma de teatro político marginal, que no debe tomarse demasiado en serio. Pero el acontecimiento supuso en muchos sentidos la culminación de una visión que lleva décadas filtrándose entre el movimiento de colonos: una visión que sólo podría hacerse realidad mediante una explosión de violencia que cambiara el paradigma, como una guerra total o una limpieza étnica, que frustrara de forma permanente la creación de un Estado palestino y convirtiera a los colonos en los amos de la tierra.
El ataque y la devastación sin precedentes de Israel en la Franja de Gaza, que se produjo como respuesta a los horribles ataques de Hamás contra el sur de Israel y la captura de cientos de rehenes el pasado 7 de octubre, proporcionó a los colonos precisamente esa explosión. Mientras que en la sociedad israelí dominante se respira un ambiente de doloroso sacrificio por una «necesaria» y «justa» guerra de defensa, a los colonos y a sus representantes en la Knesset les cuesta disimular su ánimo de celebración. Creen que llegó su momento de hacer historia. De hecho, la cuestión no es sólo si tendrán éxito, sino qué tipo de amenaza podría suponer para todo su proyecto un posible fracaso.
Revanchismo religioso nacional
En la mañana del 7 de octubre, cuando los horrores de los atentados de Hamás eran cada vez más evidentes (1.200 israelíes muertos, 252 rehenes y media docena de kibutzim destruidos), la ministra de Asentamientos y Proyectos Nacionales de Israel, Orit Strock, habló ante el gabinete. «En primer lugar, felices fiestas», dijo al principio de su intervención, refiriéndose a la festividad judía de Simchat Torá. «No serán unas felices fiestas», replicó el primer ministro Benjamin Netanyahu, reflejando la brecha que lo separa de sus socios fundamentalistas, que son la clave para mantener unido al gobierno.
A medida que la guerra se prolongaba, Strock llegaría a simbolizar lo que sólo puede describirse como un regocijo desafiante que viene caracterizando al movimiento Nacional Religioso desde que las elecciones de noviembre de 2022 los llevaron a la cima de su poder y, desde luego, desde el comienzo de la guerra. En mayo de 2024, Strock se opuso abiertamente al «terrible» acuerdo de alto el fuego, cuya aprobación equivaldría a una traición a los soldados de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF, por sus siglas en inglés) y a los objetivos de guerra de Israel. En respuesta a los esfuerzos estadounidenses para negociar un alto el fuego, Strock sostuvo que Estados Unidos «no merece ser llamado amigo del Estado de Israel». A principios de julio, le dijo a un grupo de colonos que Israel había entrado en una era «milagrosa», siendo el milagro en cuestión la expansión de los asentamientos.
No es, ni mucho menos, la única, y el movimiento de colonos no es, desde luego, el único segmento de la sociedad israelí que aboga por más matanzas. Toda la derecha, desde los aliados de Netanyahu en los medios de comunicación hasta los periodistas haredíes de derecha, está verdaderamente eufórica, pidiendo alegremente la expulsión de los palestinos y la aniquilación de Gaza tal y como la conocemos.
Los colonos nunca tuvieron tanta influencia en la política israelí, y Netanyahu teme que hagan caer al gobierno, lo que les da una enorme influencia y poder para mantener la guerra.
Esa euforia se extiende hasta lo más profundo de la sociedad israelí, mayoritariamente conmocionada por la brutalidad del ataque de Hamás y enfurecida por la incapacidad del gobierno y el ejército para impedirlo, que ahora se siente abandonada y traicionada por el mundo en las horas más difíciles del Estado judío. En este ambiente, las canciones de rap genocidas encabezaron las listas del pop, se desplegaron iniciativas civiles a gran escala para justificar la crueldad de Israel, artistas que antes se asociaban con el multiculturalismo abrazaron los argumentos de la extrema derecha, los llamamientos a poner fin a la guerra se consideran a menudo como equivalentes a la traición y las protestas contra el gobierno no alcanzan ni de lejos las cifras que se vieron el año pasado durante el movimiento contra el golpe judicial de la derecha.
Si no fuera por la fractura de la opinión pública israelí en torno a las motivaciones políticas de Netanyahu para anular cualquier acuerdo de alto el fuego y por el fracaso explícitamente declarado del ejército para derrotar a Hamás o rescatar a la gran mayoría de los rehenes mediante operaciones militares, no es difícil imaginar que el centro y gran parte de la centroizquierda seguirían apoyando el objetivo deliberadamente vago de Netanyahu de la «victoria total». Sin embargo, desde el 7 de octubre, los sionistas religiosos (la gran mayoría de los colonos de Cisjordania) fueron los partidarios más asiduos de la guerra y de su potencial para rehacer el país, tanto demográfica como geográficamente.
Los rabinos religiosos celebraron pública y desvergonzadamente la guerra y las posibilidades que abre para rehacer el orden político. Los medios de comunicación de los colonos, como el canal de televisión extremista Arutz Sheva y el semanario más digno Makor Rishon, ampliamente considerado como el portavoz de la élite de los colonos, fueron casi unánimes en sus demandas de celebración de la reocupación permanente y el reasentamiento de Gaza. Los soldados religiosos que luchan en la franja —en particular los «Hardalim», nacionalistas de extrema derecha cuyas creencias políticas están impregnadas de fanatismo religioso— utilizaron la guerra actual para rehacer el ejército a su imagen e influir en los soldados con retórica extremista.
Moshe Feiglin, colono de extrema derecha y ex miembro de la Knesset por el partido gobernante Likud, invocó a Adolf Hitler para describir lo que debería hacerse con los palestinos de Gaza. Bezalel Smotrich, ministro de Finanzas de Israel y una de las figuras más poderosas del actual gobierno, exigió públicamente el control militar permanente de Gaza, rechazando cualquier responsabilidad por los sucesos del 7 de octubre y planteándole a las familias de los rehenes que cualquier acuerdo con Hamás para traer de vuelta a sus seres queridos equivaldría a un «suicidio colectivo».
En Gaza, mientras tanto, docenas de soldados en la Franja de Gaza, incluidos oficiales, fueron documentados ondeando banderas naranjas asociadas con el movimiento para reasentar Gush Katif, mostrando carteles que anuncian la renovación de los asentamientos o pidiendo el restablecimiento de comunidades judías allí.
No es de extrañar, pues, que el intento de construir un asentamiento de avanzada en el norte de Gaza se produjera sólo un mes después de que quince miembros de la coalición gobernante, entre ellos Smotrich, participaran en la Conferencia para la Victoria de Israel en Jerusalén, donde exigieron al gobierno israelí que promoviera el restablecimiento de asentamientos en la Franja de Gaza. En un momento en que las bajas de soldados israelíes se acumulaban en Gaza, los líderes de los colonos fueron filmados bailando extasiados. En la pared de la sala de conferencias se podía ver un mapa gigante de Gaza salpicado con las ubicaciones de posibles nuevos asentamientos que se construirían sobre las ruinas de ciudades, pueblos y campos de refugiados. No se habló de qué ocurriría con los dos millones de palestinos que viven en la franja. A mediados de junio se celebró una conferencia similar para promover la colonización del sur del Líbano.
Al cabo de unos meses, el llamado Lobby para el Asentamiento de la Franja de Gaza celebró su primera reunión en la Knesset, donde ell miembro del parlamento del Likud, Zvika Fogel pidió a Israel que «convirtiera el Hospital Shifa en un museo del 7 de octubre» y el miembro del Partido Sionista Religioso Zvi Sukkot, presidente del Subcomité de la Knesset para Judea y Samaria [Cisjordania], prometió que un día «nuestros hijos jugarán en las calles de Gaza».
Sobre el terreno, los colonos y otros derechistas canalizaron su poder para bloquear camiones de ayuda humanitaria y, en ocasiones, destruir la carga para impedir su paso a la Franja de Gaza, donde según la ONU hay una «hambruna en toda regla». En algunos de estos casos, los agentes de policía se limitaron a mirar, sin hacer nada para impedirlo.
Para Meron Rapoport, veterano periodista israelí y editor de Local Call, el éxtasis de la derecha colona debe tomarse con cautela. A pesar del belicismo y la radicalización en curso, el público israelí no está interesado en enviar a sus hijos a proteger a los colonos mesiánicos de Gaza. «Por un lado, la influencia de los colonos está en su apogeo», dice Rapoport. «Nunca tuvieron este tipo de influencia sobre la política israelí, y Netanyahu teme que hagan caer al gobierno, lo que les da una enorme influencia y poder para mantener la guerra». Por otra parte, dice, la opinión pública israelí sigue siendo «completamente hostil» a la visión mesiánica de los colonos, sobre todo después de nueve meses de protestas masivas contra los intentos de la extrema derecha de hacer aprobar un golpe judicial que neutralizaría el poder de las instituciones jurídicas de Israel y haría extremadamente difícil desalojar a la derecha del poder.
Según Rapoport, los colonos saben que Israel no expulsará a los palestinos de Gaza por completo, sino que se conforman con arrasar la zona y hacerla inhabitable, lo que, según él, catalizará un éxodo palestino.
Creen que Israel creará esas horribles condiciones en Gaza para mantener el caos. Sabiendo cómo funcionan las cosas en Cisjordania, los colonos creen que en el momento en que el ejército controle toda Gaza, podrán establecer comunidades. Si no hay acuerdo de alto el fuego, y vamos hacia una larga guerra de desgaste en Gaza, hay muchas probabilidades de que eso ocurra».
No obstante, opina que los colonos se enfrentan a un momento crucial.
La derecha entiende que después de la guerra, sea cuando sea, el tema principal serán los palestinos después de años en los que fueron ignorados por el mundo entero. Los colonos temen que un posible futuro gobierno dirigido por Benny Gantz [principal rival político de Netanyahu] acepte la premisa de una solución de dos Estados, tirando por el desagüe cincuenta años de trabajo. Estaban a un paso de hacer realidad el plan de Dios de vaciar la tierra de sus habitantes no judíos y devolverla a sus «propietarios originales», ¿y de repente el país se encamina hacia una conversación sobre dos Estados? Esta es la mayor amenaza para su proyecto político, y no la tendrán.
Una larga espera
Para entender el movimiento de los colonos en 2024, hay que remontarse no sólo a sus raíces, sino a los traumas que siguen persiguiéndolo hoy en día. Hasta 1967, el movimiento Nacional Religioso o Sionista Religioso era pequeño y relativamente impotente, colindante con el gobernante Mapai, partido sionista laborista que dominó el orden político, económico y cultural de Israel en los primeros años del Estado. Pero la vertiginosa victoria de Israel durante la guerra de 1967 y la posterior ocupación de Cisjordania, Gaza, Jerusalén Este, los Altos del Golán y la península del Sinaí —que triplicaron el tamaño del Estado— inyectaron un sentimiento de euforia en la conciencia nacional. Esto fue especialmente cierto en el caso de la comunidad religiosa nacional, que consideraba a Cisjordania (a la que denomina Judea y Samaria) como la cuna de la civilización judía y el corazón histórico del pueblo judío.
Los nuevos territorios ocupados y sus habitantes fueron sometidos a un régimen militar. Mientras Jerusalén Este y los Altos del Golán se anexionaban ilegalmente, Israel mantenía lo que llegaría a parecerse a una dictadura militar sobre Cisjordania y Gaza. Los debates sobre el destino de los territorios se iniciaron casi inmediatamente después del comienzo de la ocupación, junto con los planes del gobierno para reducir la población y sofocar cualquier intento de rebelión de los cientos de miles de palestinos que, de repente, habían pasado a estar bajo una administración israelí que les negaba los derechos humanos y civiles básicos.
Inmediatamente después de la guerra, el gobierno israelí del Primer Ministro Levi Eshkol dudó en apoyar el asentamiento generalizado en los territorios ocupados, temiendo que las reacciones internacionales por violar la Cuarta Convención de Ginebra complicaran las perspectivas de negociaciones de paz. Sin embargo, a medida que la población de colonos crecía y establecía una presencia significativa en zonas clave, los gobiernos posteriores adoptaron políticas más complacientes, proporcionando incentivos y apoyo a la expansión de los asentamientos.
Aunque la mayoría de los primeros asentamientos en los territorios ocupados fueron construidos por judíos laicos que se identificaban con la izquierda israelí, no pasó mucho tiempo antes de que la comunidad religiosa nacional empezara a organizarse para la colonización. Una de las primeras y más influyentes organizaciones de colonos fue Gush Emunim, fundada en 1974, que abogaba por el establecimiento de comunidades judías en el corazón de Cisjordania y la Franja de Gaza. Gush Emunim atrajo el apoyo de los sionistas religiosos que veían en los asentamientos el cumplimiento de la profecía bíblica y un medio para reforzar el control de Israel sobre los nuevos territorios.
El movimiento de colonos se expandió rápidamente por los territorios ocupados durante las décadas de 1970 y 1980, especialmente tras la elección del partido Likud en 1977, a menudo con la aprobación y la ayuda financiera del gobierno. Los nuevos asentamientos abarcaron desde pequeños puestos de avanzada hasta grandes urbanizaciones, transformando el paisaje demográfico y geográfico de Cisjordania y Gaza. A finales de la década de 1980, doscientos mil judíos israelíes vivían en docenas de asentamientos y puestos de avanzada repartidos por los territorios ocupados.
Los Acuerdos de Oslo, firmados entre 1993 y 1995, supusieron un importante desafío para el movimiento de colonos, ya que Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) acordaron, al menos sobre el papel, el autogobierno palestino y la retirada israelí de amplias zonas de los territorios ocupados. Aunque algunos colonos y nacionalistas de extrema derecha se opusieron al proceso de paz y cometieron actos de violencia, incluido el asesinato del primer ministro Isaac Rabin, otros aceptaron a regañadientes la perspectiva de la evacuación de ciertas zonas a cambio de la promesa de una mayor seguridad y la normalización de las relaciones. Sin embargo, el fracaso de la Cumbre de Camp David en 2000 y el estallido de la Segunda Intifada pronto alimentaron un resurgimiento del activismo y el expansionismo de los colonos.
La retirada de Gaza en 2005 representó un momento decisivo —y una traición— para el movimiento de colonos, que desde entonces está empeñado en rectificar. «La retirada fue una bofetada en la cara. Fue la primera gran crisis a la que se enfrentó el movimiento de asentamientos, sobre todo porque vino de la derecha y no de la izquierda», afirma Aviad Houminer-Rosenblum, director general adjunto del Centro Berl Katznelson y miembro del movimiento de la Izquierda Fiel. «Tras ser evacuados, los colonos empezaron a replegarse sobre sí mismos y a dirigirse directamente al público israelí, para congraciarse con la corriente dominante».
Según Houminer-Rosenblum, el nuevo movimiento de colonos, ya integrado en la corriente dominante, trató de deshacerse de su imagen de segmento elitista, dominado por los asquenazíes y mimado de la población, y en su lugar trató de hacer causa común con el núcleo del Likud, gran parte del cual está formado por mizrahim (judíos israelíes procedentes de países árabes o musulmanes, en contraposición a los asquenazíes, o judíos de Europa del Este, que históricamente formaron parte de las clases altas israelíes) de clase media y trabajadora. «Esto permitió al movimiento de colonos hablar a la gente secular corriente sin tener que utilizar el lenguaje del mesianismo, la redención o el nacionalismo religioso».
En pocos años, empezaron a surgir comunidades religiosas fundamentalistas llamadas «núcleos de la Torá» en ciudades y pueblos israelíes con una población religiosa relativamente baja, o en lugares donde convivían judíos y palestinos, como las llamadas ciudades mixtas. La primera víctima de la violencia intercomunitaria en mayo de 2021 fue un palestino residente en la ciudad de Lod, presuntamente asesinado a tiros por un miembro del núcleo de la Torá de la ciudad.
El asesinato —junto con los intentos de expulsión de palestinos del barrio Sheikh Jarrah de Jerusalén, los ataques contra fieles de la mezquita de Al Aqsa y el lanzamiento de cohetes de Hamás desde Gaza— desencadenó días de disturbios y linchamientos mortales entre judíos y palestinos israelíes. Las imágenes de colonos trasladados en autobús desde Cisjordania a Lod, donde atacaron a residentes palestinos, fueron prueba suficiente de que la misión del sionismo religioso posterior a la retirada de «asentarse en los corazones» de la corriente dominante israelí iba de la mano de un tipo de violencia con la que los palestinos están familiarizados desde los primeros días del proyecto sionista.
«La retirada fue la gran herida, y hoy la guerra y el deseo de reasentar Gaza son el intento de cerrar ese círculo», afirma Houminer-Rosenblum.
Me sorprendería que no hubiera un 90% de apoyo entre el movimiento de colonos al reasentamiento de Gaza. Mientras que la centroizquierda israelí siente que su sueño fue destruido, el movimiento de asentamientos siente lo contrario. Está diciendo: «Teníamos razón todo el tiempo y ahora tenemos la oportunidad de rectificar la situación». Si nos fijamos en los medios de comunicación [de los colonos], el apoyo es total.
Según los informes, en 2023 cerca de 520.000 colonos vivían sólo en Cisjordania, y otros 200.000 en asentamientos judíos de Jerusalén Este, la ciudad que los palestinos reclaman como su futura capital. Independientemente de que lo consigan o no, las ambiciones de los colonos van mucho más allá del simple restablecimiento de Gush Katif; quieren importar una anexión al estilo de Cisjordania, donde la connivencia entre colonos y ejército se convirtió prácticamente en la política oficial del Estado, la colonización de tierras palestinas alcanza cotas sin precedentes y los palestinos quedan casi completamente indefensos.
Escalada en todos los frentes
El 23 de junio, el New York Times publicó un inquietante informe que apenas hizo mella en la prensa israelí. Según el artículo, el ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, que también es ministro de Defensa, con amplios poderes sobre Cisjordania, fue grabado en una reciente reunión de dirigentes y partidarios de los colonos declarando que el gobierno estaba realizando un esfuerzo secreto para transferir más autoridad de los militares —que oficialmente dirigen Cisjordania desde 1967— a la Administración Civil, el organismo que efectivamente dirige el día a día de la ocupación. En efecto, esto constituye otro paso hacia la anexión y la consolidación del control formal del territorio.
Smotrich, que pidió el asentamiento de un millón de nuevos judíos en Cisjordania, es el más poderoso defensor de la anexión y la expulsión masiva de palestinos en un gobierno de extrema derecha que considera el 7 de octubre como una oportunidad única en la vida para enterrar cualquier posibilidad de establecer un Estado palestino independiente. Sin embargo, si Smotrich trató de hacer estallar esa posibilidad a través de la política, los colonos sobre el terreno en Cisjordania fueron igual de eficaces.
Desde el 7 de octubre, Cisjordania fue testigo de un aumento de la violencia de los colonos contra los palestinos, sobre todo en la zona C, que está bajo pleno control militar. Funcionarios palestinos afirman que las tropas israelíes y los colonos mataron al menos a 550 palestinos en Cisjordania desde que comenzó la guerra en Gaza. Según Yesh Din, grupo israelí de derechos humanos que hace un seguimiento de la violencia contra los palestinos, los colonos expulsaron de sus aldeas al menos a quince comunidades palestinas, con un total de ochocientas familias palestinas.
Shahd Fahoum, coordinador de datos de Yesh Din, afirma que, en el pasado, los soldados destinados a proteger a los palestinos se quedaban de brazos cruzados durante los ataques de los colonos. Pero en los últimos años, dice, o bien participan activamente en milicias conjuntas o, sobre todo después del 7 de octubre, son desplegados como reservistas en los llamados batallones de defensa regional, parte de una convocatoria de emergencia que permite a los colonos vigilar sus propios asentamientos en tiempos de guerra. Al parecer, al amparo de la guerra, los miembros de estos batallones ejercen la violencia, amenazan y destruyen propiedades.
Fahoum explica cómo la completa militarización de los colonos y la creación de milicias conjuntas facilitó una violencia desenfrenada contra los palestinos.
Hoy, los soldados entran en pueblos y ciudades, y empiezan a atacar a los palestinos con piedras y rocas. A veces incendian coches. Muchas veces, si la gente de los pueblos viene a ayudar, los soldados abren fuego contra los palestinos. A veces los soldados y los colonos vienen juntos. A veces los colonos vienen solos y entonces los soldados atacan a los palestinos que vienen a defender su pueblo. Los medios de comunicación israelíes inevitablemente etiquetarán esto como «enfrentamientos entre palestinos y fuerzas de seguridad», lo que borra por completo la realidad sobre el terreno.
La aplicación de la ley contra la violencia de los colonos es casi inexistente.
Se ve en las cifras. En 2023, sólo el 6,6 por ciento de los colonos que tenían causas abiertas contra ellos fueron acusados, frente a alrededor del 8 por ciento en los últimos años. Cuando se trata de condenas, es aún más bajo. Cuando se examinan las sentencias de los colonos condenados, rara vez se encuentra una condena aceptable en proporción al ataque. Suelen ser servicios a la comunidad o tiempo cumplido: un tirón de orejas.
Para Fahoum, la falta de aplicación de la ley es una característica deliberada del dominio israelí sobre los palestinos. «Hablamos mucho de la violencia de los colonos como si fuera el problema, pero es un síntoma del problema: el verdadero problema es la ocupación y el colonialismo de los colonos. El propio Estado ve a sus colonos como algo bueno para sus ambiciones expansionistas, así que tiene sentido que haya menos aplicación de la ley contra ellos».
Al igual que Fahoum, Hagar Shezaf, corresponsal en Cisjordania de Haaretz, considera que la actual oleada de violencia de los colonos es la culminación de un proceso de años, puesto en marcha incluso antes de que este gobierno llegara al poder. «Cuando empecé a informar desde Cisjordania en 2019, la sensación general era que a poca gente le importaba lo que estaba pasando en los territorios ocupados», dice Shezaf. «Estábamos viendo el crecimiento constante de los puestos de avanzada, pero había una sensación de que toda la empresa estaba totalmente normalizada».
Pero a mediados de 2021, cuando Netanyahu fue sustituido por el llamado gobierno del cambio liderado por Naftali Bennett, Yair Lapid y Benny Gantz, las cosas habían empezado a cambiar. En primer lugar, dice, llegó la construcción de Evyatar, un asentamiento salvaje erigido cerca de la aldea palestina de Beita, que inició una prolongada lucha que acabó con la muerte de diez residentes a manos de soldados israelíes. Los colonos de Evyatar accedieron finalmente a abandonar el puesto, pero dejaron intactas sus estructuras. Incluso hoy, un grupo de soldados sigue vigilando los edificios vacíos, sentando las bases para el regreso de los colonos.
Shezaf también señala que Gantz, que en aquel momento era ministro de Defensa, permitió de hecho a los colonos regresar permanentemente a Homesh —uno de los cuatro asentamientos de Cisjordania evacuados durante la retirada de 2005, que los colonos intentan restablecer desde entonces— tras el asesinato de un colono a manos de pistoleros palestinos en la zona en diciembre de 2021. En mayo de 2021, señala Shezaf, los colonos habían asumido altos cargos de mando en Cisjordania y empezaron a hacer proselitismo de formas que antes sencillamente no se aceptaban.
En las décadas posteriores al inicio de la ocupación en 1967, Israel y el movimiento de colonos lograron establecer un verdadero imperio que prácticamente borró la Línea Verde, se tragó tierras palestinas y construyó una matriz de control mediante la expansión de carreteras exclusivas para colonos que conectan las colonias de Cisjordania con lo que a veces se conoce como «Israel propiamente dicho». Hoy en día, a pesar de las campañas internacionales para boicotear los asentamientos, apenas existe distinción entre la economía israelí y su contraparte de colonos.
Cuando el actual gobierno fue elegido, en noviembre de 2022, el camino estaba allanado para lo que el grupo anti-ocupación Paz Ahora denominó «probablemente el mejor año» para la empresa de los asentamientos. Las negociaciones de la coalición dieron lugar a los acuerdos más nacionalistas y favorables a los asentamientos de la historia de Israel, llegando incluso a afirmar que el pueblo judío tenía un «derecho natural» a la Tierra de Israel y haciendo promesas de ampliar la construcción de asentamientos y legalizar retroactivamente los puestos de avanzada de asentamientos que se consideraban ilegales incluso según la legislación israelí. En cuestión de meses, Smotrich se hizo con el control efectivo de los asentamientos, se promovió un número récord de viviendas en Cisjordania, se avanzó en la construcción de quince puestos de avanzada ilegales y el gobierno destinó tres mil millones de shekels israelíes (unos 800 millones de dólares) a carreteras en los asentamientos, lo que constituía alrededor del 20% del presupuesto total para este tipo de inversiones.
Grietas en la fachada
En los últimos veinticinco años se produjo un pronunciado declive de cualquier desafío político real a la supremacía de los colonos en la política israelí. La izquierda sionista, antaño la fuerza dominante en la sociedad israelí, se derrumbó con el fracaso del proceso de paz de Oslo y el auge de la lucha armada palestina durante la Segunda Intifada en la década de 2000. Todo el espectro político israelí se desplazaría pronto hacia la derecha.
Los israelíes que seguían creyendo firmemente en la solución de los dos Estados podían seguir constituyendo una mayoría numérica, pero se desplazaron hacia un centro político que daba prioridad a cuestiones como el costo de la vida, las relaciones entre laicos y haredíes, las libertades civiles y la lucha contra la corrupción política. Netanyahu volvería al poder en 2009 con la ayuda de la izquierda sionista y el centro bajo el pretexto de «gestionar» —en lugar de resolver— el conflicto. La ocupación, que había sido el eje de la política israelí desde 1967, sólo volvería al centro de la escena tras los atentados del año pasado.
Los palestinos y los israelíes de izquierda no cuentan con que la opinión pública israelí ponga fin a la impunidad israelí sobre los asentamientos. Pero, ¿puede la comunidad internacional seguir desempeñando un papel? Desde principios de febrero, Estados Unidos, seguido por el Reino Unido, la Unión Europea, Canadá y Francia, impusieron sanciones, que incluyen la congelación de activos y la prohibición de viajar, a varios colonos destacados y grupos de colonos sospechosos de cometer violaciones de los derechos humanos.
Michael Schaeffer Omer-Man, director de investigación sobre Israel-Palestina en DAWN, afirma que la decisión llega tras años de presiones para que Estados Unidos tome medidas contra los colonos, lo que califica de tema de consenso en la administración Biden. «Durante mucho tiempo no hubo voluntad política —afirma—, pero todo cambió con el nuevo gobierno, que vio cómo el ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir, ordenaba a la policía que no investigara la violencia de los colonos, cómo Smotrich se hacía cargo de la Administración Civil y cómo el gobierno israelí prácticamente negaba que estuviera ocurriendo algo inusual sobre el terreno en Cisjordania».
Entonces llegó el 7 de octubre y los brutales ataques de los colonos que le siguieron. «La Casa Blanca comprendió que había que hacer algo para detener esa violencia en Cisjordania, y esto se aprovechó como una oportunidad», continúa Schaeffer Omer-Man. «¿Y qué hacen? Buscan en su caja de herramientas en un momento en el que necesitan mostrar desesperadamente, de alguna manera, que todavía hay límites a lo que se puede permitir hacer a Israel, así como a lo que Estados Unidos apoyará».
En su opinión, las sanciones abrieron las compuertas, incitando a otros países a seguir su ejemplo. «Las sanciones a los colonos podrían crear un respaldo que tenga un efecto duradero, especialmente teniendo en cuenta el cambio político irreversible que se está produciendo ahora mismo con respecto a Israel. No importa cuántos republicanos lleguen al Congreso prometiendo su apoyo a Israel: se cruzaron líneas y va a ser difícil volver a un lugar donde la gente no está dispuesta a cruzarlas».
Sin embargo, para Lara Friedman, presidenta del Foro para la Paz en Oriente Medio, la medida es poco más que una «válvula de escape» para una administración que se enfrenta a críticas generalizadas por su apoyo desenfrenado a la guerra de Israel contra Gaza. «Quieren hacer ver que a la Casa Blanca le importan las vidas de los palestinos y el derecho internacional, pero dentro de un cierto límite», afirma Friedman. «De esta forma, la administración Biden puede intentar quitarse presión de encima y demostrar que están haciendo algo en Cisjordania, mientras siguen dando cobertura a la guerra de Israel».
Dicho esto, Friedman cree que cualquier intento de trazar una línea roja brillante entre los colonos y el ejército israelí es inútil.
Cualquiera que entienda cómo funciona la empresa de asentamientos en Cisjordania sabe que está co-dirigida, si no activamente liderada, por el gobierno israelí. La violencia de los colonos es violencia de Estado, y el hecho es que en este momento los estadounidenses ni siquiera se molestan en responder al borrado de la Línea Verde por parte de Israel. Perseguir a algunas manzanas podridas está bien, pero si quieres decir que esto va a evitar que el Titanic se hunda, mejor piénsatelo otra vez.
Schaeffer Omer-Man es menos pesimista sobre las posibles perspectivas, y afirma que la forma en que se redactaron las sanciones permite que abarquen a funcionarios locales, ministros del gobierno, oficiales militares, organizaciones de colonos e incluso asentamientos enteros. «Están empezando con las manzanas podridas, pero todo el mundo entiende que los programas de sanciones tienden a atrapar a entidades adyacentes y conectadas», afirma. «Dado que el proyecto de asentamientos es un proyecto estatal, cuanto más se asciende, más cerca se está de las instituciones estatales. Después de eso, se hace más difícil segregar las diferentes partes de la economía de los colonos de la de la economía israelí».
«Este programa de sanciones no va a poner fin a la ocupación ni a los asentamientos, —añade Schaeffer Omer-Man— pero está desplazando los objetivos de una manera que hace que el camino parezca más posible que el año pasado. El hecho de que se cuestione la credibilidad de Israel es una apertura; no significa que vaya a conducir necesariamente a algo, pero es una grieta que antes no existía».
A pesar de todas sus bravatas que sientan precedente, es poco probable que las sanciones contra los colonos basten para provocar un cambio fundamental en un futuro próximo, sobre todo si se contraponen a las políticas incipientes de la administración Biden en Gaza, y mucho menos si Donald Trump vuelve a la Casa Blanca. Incluso si Estados Unidos tratara de forzar a Israel a entablar negociaciones sobre el establecimiento de un Estado palestino —ya fuera por la fuerza, por milagro u ofreciendo amplios incentivos a la normalización saudí—, los hechos sobre el terreno son demasiado peligrosos para ser ignorados.
El movimiento de asentamientos es hoy un imperio extraterritorial en expansión, un golem diligentemente elaborado durante décadas por los actores más poderosos de la sociedad israelí. En última instancia, es un proyecto con demasiado que perder y todo que ganar, y cualquier intento real de deshacer su poder podría muy bien desencadenar una violencia entre el río y el mar como el mundo nunca vio.
Publicado por Rosa Luxemburg Stiftung.
Fuente: Jacobin
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