jueves, 20 de febrero de 2025

Frente al Múnich de los nuevos fascistas, Europa debe aliarse con Rusia

 

 Por Pedro Costa Morata  
      Ingeniero, periodista y politólogo. Ha sido profesor de la Universidad Politécnica de Madrid. Premio Nacional de Medio Ambiente.


La situación política internacional se configura, velozmente, con grandes semejanzas esenciales con el episodio de septiembre de 1938 en Múnich, en el que el Reino Unido y Francia, principales potencias europeas (liberales), capitularon sin honra ni prudencia ante las exigencias expansionistas del nazismo alemán y de su comparsa, el fascismo italiano. Pretendían, cediendo ante Alemania, evitar una guerra en suelo europeo, aun teniendo suficientes indicios de que nada frenaría al Führer en sus ambiciones territoriales y su locura racista.

En el cuadro comparativo que pretendo perfilar, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, reproduce varios de los tics nefastos de Hitler, ciñéndose claramente a la definición más tradicional y contundente de fascismo, esto es, (1) el estilo violento y la agresividad del discurso y las políticas, (2) el racismo hacia otros pueblos y el supremacismo en relación con la humanidad y el planeta, y (3) el expansionismo territorial, económico y comercial, con la guerra como amenaza, preparación y horizonte.




Este nuevo fascismo, que en realidad es el ya conocido, redivivo, se completa con rasgos adicionales muy de tener en cuenta, como -siguiendo con Trump como referencia y diana- la incultura y la codicia empresarial de la élite dirigente, el recurso a la tecnología digital como instrumento privilegiado de poder y dominación, la convicción de que el mundo debe doblegarse ante una nación “elegida por Dios” (lo que, se supone, se aplica a él mismo) y, last but not least, una sociedad paranoica que “respalda” mayoritariamente la deriva catastrófica de un alienado que ha sido votado en las urnas. Aunque la descripción actual del poder norteamericano no es, en realidad, más que la continuación, “ampliada y mejorada”, del particularismo belicista norteamericano, que desde los mismísimos orígenes de ese Estado ha pretendido dominar el mundo convencido de su neta y global superioridad.

La cadencia se cumple: si Biden nos machacaba con los “valores occidentales” y esos sermones hipócritas refiriéndose a la democracia y la libertad, Trump continúa la farsa imponiendo al mundo su ¡América first!, en su precisa y prístina traducción: democracia de violencias y amenazas, libertad que conculca derechos e intimida y -añadido de oportunidad- “¡ay de quien se me resista!” Lo que no duda de expresar en su jerga de matón y utilizando el ultimátum, especialmente contra los palestinos y su movimiento de resistencia: “Se me acaba la paciencia...”, “se desatará el infierno” (en Gaza, como si el trabajo de su compadre Netanyahu hubiera sido el trato caritativo hacia esos millones de seres humanos encerrados y bombardeados).

El lenguaje trumpiano es propiamente hitleriano, si recordamos las repetidas amenazas del nazi en sus reuniones con Chamberlain y Daladier, primeros ministros británico y francés, en la tristemente célebre reunión de Múnich, exigiendo, y consiguiendo, que los líderes occidentales aceptaran el desgajamiento de los territorios checos habitados por alemanes (los sudetes) y se integraran en el Reich. Lo que no impidió que unos meses más tarde Hitler invadiera militarmente Checoslovaquia, estableciendo en Bohemia y Moravia su protectorado y concediendo a Eslovaquia una independencia ficticia y sometida. Trump imita a Hitler cuando expresa sin remilgos que quiere anexionarse Canadá, comprar Groenlandia y recuperar el Canal de Panamá. O cuando coacciona a los Estados latinoamericanos -México, Colombia y Venezuela, en primer lugar- exigiendo la repatriación de emigrantes.


Chamberlain, Daladier, Hitler, Mussolini y su yerno, el conde Ciano, fotografiados antes de firmar los Acuerdos de Múnich.

Reconozcamos, al mismo tiempo, que resulta extraordinaria la similitud de las características fascistas de Trump con las que adornan al neonazi Benjamín Netanyahu, líder del Estado de Israel y notorio criminal internacional, que en varios aspectos atroces supera al gran amigo norteamericano. Hasta el punto de que, analizando atentamente la actualidad internacional, podría incluso destacarse una perceptible “dirección moral-intelectual” de la parte más perversa, la sionista, que en definitiva hace mucho tiempo que lleva uncida a su carro aniquilador a la primera potencia mundial. A este respecto, destáquese la cínica e intolerable comunión de ambos con la ideología bíblica, atribuyéndose la unción divina y, en consecuencia, el respaldo de sus crímenes por tamaño privilegio, que los hace justos a los ojos de Dios.




Y así como Hitler (y Mussolini) abandonaron la Sociedad de Naciones para mejor subvertir el Derecho internacional, Trump abandona la OMS, mantiene el despego (anterior a su presidencia) del Acuerdo climático de París, se retira del Consejo onusiano de Derechos Humanos, amenaza al Tribunal Penal Internacional y... no extrañaría nada que en fecha próxima abandone la propia ONU, a la que desprecia, y sin ninguna duda se burlará de las resoluciones que adopte la Asamblea General cuando condene sus políticas en la esfera internacional. Una actitud que, más o menos, coincide con la de Israel acerca de las organizaciones internacionales, declarando enemiga a la UNRWA, bombardeando a representantes y edificios de la ONU y, por supuesto, riéndose de las advertencias e imputaciones tanto del Tribunal Internacional de Justicia como del Tribunal Penal Internacional.

Los planes de “vaciamiento” de la población de Gaza para expulsar a más de dos millones de palestinos y convertir la Franja en un resort lúdico que maraville a todo Oriente Próximo, tan clara y ferozmente anunciados por Trump y coreados por Netanyahu como “fresca idea” y “propuesta revolucionaria”, son anuncios y aproximaciones de aquella “solución final” nazi que, prevista en el caso israelí para diversas fases y oportunidades, aletea en la mente colonial sionista desde marzo de 1948, cuando una docena de políticos, militares y universitarios trazaron la estrategia de limpieza étnica (sin hacerle ascos a la eliminación física, como se ha ido viendo, especialmente desde 1967). Porque el sionismo, al que tan entusiásticamente se adhieren Trump y su Gobierno, siempre consideró un estorbo a la población palestina, por lo que en sus planes pronto figuró su eliminación, por vía de hecho -mediante expulsión o eliminación- o por la de derecho -vetándole el acceso a la ciudadanía israelí a aquellos que, inevitablemente, hubieran de vivir dentro del Estado de Israel.

Sin duda, los hechos que siguieron al ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 han afianzado la ola fascista que ya era perceptible en la ultraderecha europea, y que viene ocasionando una creciente tendencia en Occidente al autoritarismo y a la adopción de legislaciones racistas y liberticidas (ejemplo altamente significativo es la proliferación en Europa de leyes que castigan la negación del genocidio de los judíos por el nazismo); es decir, la aparición de un fascismo “difuso” occidental y occidentalista. Una ultraderecha que, incluso expresándose de cierta manera como antisemita, es sin embargo prosionista furibunda; y deja claro, en consecuencia, que el sionismo surge en realidad aparte de lo más esencial y respetable del judaísmo. Esto subraya algo muy trascendente: que los sionistas son unos oportunistas que nada tienen de judíos étnicos ni, en consecuencia, de semitas. Así que ese antisemitismo de la ultraderecha europea ha de tomarse como auténtico racismo (en general, simultáneo con una islamofobia no menos rabiosa).

Se trata de un fascismo directa y “legítimamente” surgido de un capitalismo voraz e indisimulado, que nunca ha hecho ascos a los fascismos: todo lo contrario, los ha visto como etapa de multiplicación de pedidos, negocios y beneficios (recuérdense, a este respecto, la Alemania nazi y la Italia fascista de las décadas de 1930 y 1940, jubilosamente saludadas por la industria y el empresariado). Un fascismo, como es el caso de Trump y su equipo, dirigido y usufructuado por empresarios sin escrúpulos y que alinean sus decisiones políticas en orden y concierto con sus apetencias de negocio. Atroz y repulsiva resulta esa iniciativa de Trump por una Gaza eminentemente crematística, que implica el acuerdo con Israel de que sea Estados Unidos y sus empresas (incluidas las de Trump), las que dirijan la transformación tras la limpieza étnica; naturalmente, con joint ventures de codiciosas empresas norteamericanas e israelíes. O los planes de paz para Ucrania, que Trump se reserva para negociar con Putin, y que incluye la apropiación de diversos recursos naturales de la rica Ucrania, en especial las ahora llamadas tierras raras, esenciales para la industria digital.




A todo esto, Europa, es decir, la UE, se siente tocada por las provocaciones comerciales de Trump, que afectan a lo más profundo y sensible de su identidad mercantil, por lo que ha amagado con decir que no a la cuestión de los aranceles y a la blasfemia anti mercado, pero se está adaptando porque sabe que ha de pasar por el aro. Resulta muy curiosa esta “sacudida autárquica” con que se quiere mostrar el país de mayor déficit comercial del mundo… con el detalle agregado, también ajeno a cualquier manual de liberalismo económico, de imponer caprichosamente aranceles y amenazar con agravarlos si los demás hacen lo mismo. Trump y su equipo de descerebrados esperan que con este desorden práctico y teórico van a estimular la economía norteamericana hasta hacerla más poderosa que nunca, imponerla al mundo entero y asegurar su predominio frente a la pujanza china.

Pero Europa, rendida antes de combatir, ya se dispone a trastocar su presupuesto para dotar al rearme de las exigencias del autócrata de la Casa Blanca, ya que a eso no se opone ni mucho menos, y porque le resulta necesario para mantener el autoengaño (empeño, estupidez, prejuicio) de Rusia como enemiga. Esta es una Europa contradictoria, pero desvergonzada y sin honor que, después de haber estado atizando la guerra en Ucrania como punta de lanza sobre el terreno del hostigamiento otánico, quiere ahora que se la tenga en cuenta en las conversaciones de paz, sin duda para poder compartir con Estados Unidos el saqueo anunciado de sus recursos naturales como precio de la paz.

No debe faltar en este análisis una nota sobre Alemania, doblemente enfeudada con Estados Unidos e Israel (tengamos en cuenta que, oficialmente, “el apoyo al estado de Israel es parte de la razón del Estado alemán”), culpable en primer grado de la beligerancia europea con Rusia, después de protagonizar un entendimiento que hubiera cambiado la historia de Europa; y de la que dicen algunos comentaristas, olvidadizos, que con el auge de la ultraderecha filonazi de AfD, “entra en terreno desconocido”, como si no conociéramos suficientemente bien ese terreno y esos recuerdos, que hacen temblar.

Esta Europa se olvida de aquel Múnich y no quiere establecer paralelismo alguno, pese a las evidencias. Y rehúye reconocer que, aprendiendo de la historia y sus repeticiones, debiera deponer su absurda rusofobia para ir trabando un entendimiento, con horizonte en la alianza, con la Rusia actual (volver, en definitiva, a los acuerdos energéticos y comerciales, renunciando a su ruinosa hostilidad). Porque, ahora como en los meses previos a la Segunda Guerra Mundial, las potencias fascistas no respetarán acuerdos ni negociaciones, e irán a por todas; y Rusia vuelve a ser la única barrera contundente frente al diktat, las amenazas y los exabruptos de Trump. Porque si Trump quiere ganarse a Rusia es solo, o principalmente, para evitar una alianza estrecha de Moscú con Pekín, ya que su objetivo verdadero e irrenunciable (herencia, por otra parte, desde los tiempos de Obama) es bloquear a la potencia china, temiendo que acabe con la hegemonía norteamericana. Esta ruptura, inevitable, del (sorprendente, en apariencia) entendimiento Trump-Putin, podrá suceder cuando, por ejemplo, Israel y Estados Unidos decidan provocar y atacar a Irán, como ambos anuncian y desean, ya que el régimen de Teherán es un aliado que Rusia no va a permitir que sea eliminado del panorama político de Oriente Próximo.

En 1938 el Reino Unido y Francia se resignaron a aplacar a Hitler, sin el menor resultado, negándose al entendimiento con la Unión Soviética, que era -y así se demostró- el principal enemigo y anunciado objetivo militar de la Alemania nazi, concretamente, y al mismo tiempo la única potencia capaz de detener y vencer a la poderosa Alemania en Europa. Ahora debieran, con el bloque de la UE, decidirse por la resistencia activa ante Trump y la mejora de las relaciones con Putin, y no acordar -desmemoriados e irresponsables- una alianza militar específica y reforzada contra… Rusia, esperando que la crisis ucraniana se eternice y la debilite; y esto parecen pretender, precisamente, el Reino Unido y Francia. Porque es Rusia la potencia que, ciertamente, resulta ser la que posee las ideas y las armas necesarias para afrontar a los nuevos fascistas. Una Rusia que representa la sensatez y la firmeza, cualidades que no quiere reconocer la maquinaria poderosísima político-mediática de Occidente; más la experiencia del enfrentamiento directo y trágico, pero victorioso, con el fascismo militarista, invasor y exterminador. 

Hora es de recordar el falseamiento que la historia ha hecho de la actitud soviética de concertar con la Alemania nazi un acuerdo de no agresión germano-soviético en agosto de 1939 (el famoso y vituperado Pacto Von Ribbentrop-Molotov), tras el ninguneo irresponsable de la parte franco-británica, que prefirió entenderse con Hitler, y con el objetivo principal y urgente de ganar tiempo para prepararse ante la inevitable ruptura de ese tratado por Hitler, previo al masivo ataque de la Werhmacht a la URSS en junio de 1941. Y de tener en cuenta que aquel pacto, por contradictorio y coyuntural, puede tener actualmente su reflejo, si no reproducción, en el diálogo ruso-norteamericano derivado de la guerra en Ucrania, que con toda evidencia está desprovisto de sinceridad, garantía o futuro, con lo que con casi total seguridad cuenta la Rusia de Putin, que aparece nítidamente diferenciada, en política y prudencia internacionales, de los Estados Unidos de Trump.


Mólotov a punto de firmar, junto a Von Ribbentrop, de pie y con los ojos entrecerrados y con Stalin a su izquierda.

Del caótico marco de las decisiones del presidente Trump en tantos y tan peligrosos ámbitos de las relaciones internacionales algo seguro hay que extraer, y es que de la catadura política y moral de este personaje ningún líder o Estado podrá fiarse, debiendo por el contrario estar preparados para pararle los pies (y cuando antes, mejor).

1 comentario:

  1. Un artículo buenisimo sobre la problemática del momento:Trump-Putin.

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