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jueves, 20 de febrero de 2025

Frente al Múnich de los nuevos fascistas, Europa debe aliarse con Rusia

 

 Por Pedro Costa Morata  
      Ingeniero, periodista y politólogo. Ha sido profesor de la Universidad Politécnica de Madrid. Premio Nacional de Medio Ambiente.


La situación política internacional se configura, velozmente, con grandes semejanzas esenciales con el episodio de septiembre de 1938 en Múnich, en el que el Reino Unido y Francia, principales potencias europeas (liberales), capitularon sin honra ni prudencia ante las exigencias expansionistas del nazismo alemán y de su comparsa, el fascismo italiano. Pretendían, cediendo ante Alemania, evitar una guerra en suelo europeo, aun teniendo suficientes indicios de que nada frenaría al Führer en sus ambiciones territoriales y su locura racista.

En el cuadro comparativo que pretendo perfilar, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, reproduce varios de los tics nefastos de Hitler, ciñéndose claramente a la definición más tradicional y contundente de fascismo, esto es, (1) el estilo violento y la agresividad del discurso y las políticas, (2) el racismo hacia otros pueblos y el supremacismo en relación con la humanidad y el planeta, y (3) el expansionismo territorial, económico y comercial, con la guerra como amenaza, preparación y horizonte.




Este nuevo fascismo, que en realidad es el ya conocido, redivivo, se completa con rasgos adicionales muy de tener en cuenta, como -siguiendo con Trump como referencia y diana- la incultura y la codicia empresarial de la élite dirigente, el recurso a la tecnología digital como instrumento privilegiado de poder y dominación, la convicción de que el mundo debe doblegarse ante una nación “elegida por Dios” (lo que, se supone, se aplica a él mismo) y, last but not least, una sociedad paranoica que “respalda” mayoritariamente la deriva catastrófica de un alienado que ha sido votado en las urnas. Aunque la descripción actual del poder norteamericano no es, en realidad, más que la continuación, “ampliada y mejorada”, del particularismo belicista norteamericano, que desde los mismísimos orígenes de ese Estado ha pretendido dominar el mundo convencido de su neta y global superioridad.

La cadencia se cumple: si Biden nos machacaba con los “valores occidentales” y esos sermones hipócritas refiriéndose a la democracia y la libertad, Trump continúa la farsa imponiendo al mundo su ¡América first!, en su precisa y prístina traducción: democracia de violencias y amenazas, libertad que conculca derechos e intimida y -añadido de oportunidad- “¡ay de quien se me resista!” Lo que no duda de expresar en su jerga de matón y utilizando el ultimátum, especialmente contra los palestinos y su movimiento de resistencia: “Se me acaba la paciencia...”, “se desatará el infierno” (en Gaza, como si el trabajo de su compadre Netanyahu hubiera sido el trato caritativo hacia esos millones de seres humanos encerrados y bombardeados).

El lenguaje trumpiano es propiamente hitleriano, si recordamos las repetidas amenazas del nazi en sus reuniones con Chamberlain y Daladier, primeros ministros británico y francés, en la tristemente célebre reunión de Múnich, exigiendo, y consiguiendo, que los líderes occidentales aceptaran el desgajamiento de los territorios checos habitados por alemanes (los sudetes) y se integraran en el Reich. Lo que no impidió que unos meses más tarde Hitler invadiera militarmente Checoslovaquia, estableciendo en Bohemia y Moravia su protectorado y concediendo a Eslovaquia una independencia ficticia y sometida. Trump imita a Hitler cuando expresa sin remilgos que quiere anexionarse Canadá, comprar Groenlandia y recuperar el Canal de Panamá. O cuando coacciona a los Estados latinoamericanos -México, Colombia y Venezuela, en primer lugar- exigiendo la repatriación de emigrantes.


Chamberlain, Daladier, Hitler, Mussolini y su yerno, el conde Ciano, fotografiados antes de firmar los Acuerdos de Múnich.

Reconozcamos, al mismo tiempo, que resulta extraordinaria la similitud de las características fascistas de Trump con las que adornan al neonazi Benjamín Netanyahu, líder del Estado de Israel y notorio criminal internacional, que en varios aspectos atroces supera al gran amigo norteamericano. Hasta el punto de que, analizando atentamente la actualidad internacional, podría incluso destacarse una perceptible “dirección moral-intelectual” de la parte más perversa, la sionista, que en definitiva hace mucho tiempo que lleva uncida a su carro aniquilador a la primera potencia mundial. A este respecto, destáquese la cínica e intolerable comunión de ambos con la ideología bíblica, atribuyéndose la unción divina y, en consecuencia, el respaldo de sus crímenes por tamaño privilegio, que los hace justos a los ojos de Dios.




Y así como Hitler (y Mussolini) abandonaron la Sociedad de Naciones para mejor subvertir el Derecho internacional, Trump abandona la OMS, mantiene el despego (anterior a su presidencia) del Acuerdo climático de París, se retira del Consejo onusiano de Derechos Humanos, amenaza al Tribunal Penal Internacional y... no extrañaría nada que en fecha próxima abandone la propia ONU, a la que desprecia, y sin ninguna duda se burlará de las resoluciones que adopte la Asamblea General cuando condene sus políticas en la esfera internacional. Una actitud que, más o menos, coincide con la de Israel acerca de las organizaciones internacionales, declarando enemiga a la UNRWA, bombardeando a representantes y edificios de la ONU y, por supuesto, riéndose de las advertencias e imputaciones tanto del Tribunal Internacional de Justicia como del Tribunal Penal Internacional.

Los planes de “vaciamiento” de la población de Gaza para expulsar a más de dos millones de palestinos y convertir la Franja en un resort lúdico que maraville a todo Oriente Próximo, tan clara y ferozmente anunciados por Trump y coreados por Netanyahu como “fresca idea” y “propuesta revolucionaria”, son anuncios y aproximaciones de aquella “solución final” nazi que, prevista en el caso israelí para diversas fases y oportunidades, aletea en la mente colonial sionista desde marzo de 1948, cuando una docena de políticos, militares y universitarios trazaron la estrategia de limpieza étnica (sin hacerle ascos a la eliminación física, como se ha ido viendo, especialmente desde 1967). Porque el sionismo, al que tan entusiásticamente se adhieren Trump y su Gobierno, siempre consideró un estorbo a la población palestina, por lo que en sus planes pronto figuró su eliminación, por vía de hecho -mediante expulsión o eliminación- o por la de derecho -vetándole el acceso a la ciudadanía israelí a aquellos que, inevitablemente, hubieran de vivir dentro del Estado de Israel.

Sin duda, los hechos que siguieron al ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 han afianzado la ola fascista que ya era perceptible en la ultraderecha europea, y que viene ocasionando una creciente tendencia en Occidente al autoritarismo y a la adopción de legislaciones racistas y liberticidas (ejemplo altamente significativo es la proliferación en Europa de leyes que castigan la negación del genocidio de los judíos por el nazismo); es decir, la aparición de un fascismo “difuso” occidental y occidentalista. Una ultraderecha que, incluso expresándose de cierta manera como antisemita, es sin embargo prosionista furibunda; y deja claro, en consecuencia, que el sionismo surge en realidad aparte de lo más esencial y respetable del judaísmo. Esto subraya algo muy trascendente: que los sionistas son unos oportunistas que nada tienen de judíos étnicos ni, en consecuencia, de semitas. Así que ese antisemitismo de la ultraderecha europea ha de tomarse como auténtico racismo (en general, simultáneo con una islamofobia no menos rabiosa).

Se trata de un fascismo directa y “legítimamente” surgido de un capitalismo voraz e indisimulado, que nunca ha hecho ascos a los fascismos: todo lo contrario, los ha visto como etapa de multiplicación de pedidos, negocios y beneficios (recuérdense, a este respecto, la Alemania nazi y la Italia fascista de las décadas de 1930 y 1940, jubilosamente saludadas por la industria y el empresariado). Un fascismo, como es el caso de Trump y su equipo, dirigido y usufructuado por empresarios sin escrúpulos y que alinean sus decisiones políticas en orden y concierto con sus apetencias de negocio. Atroz y repulsiva resulta esa iniciativa de Trump por una Gaza eminentemente crematística, que implica el acuerdo con Israel de que sea Estados Unidos y sus empresas (incluidas las de Trump), las que dirijan la transformación tras la limpieza étnica; naturalmente, con joint ventures de codiciosas empresas norteamericanas e israelíes. O los planes de paz para Ucrania, que Trump se reserva para negociar con Putin, y que incluye la apropiación de diversos recursos naturales de la rica Ucrania, en especial las ahora llamadas tierras raras, esenciales para la industria digital.




A todo esto, Europa, es decir, la UE, se siente tocada por las provocaciones comerciales de Trump, que afectan a lo más profundo y sensible de su identidad mercantil, por lo que ha amagado con decir que no a la cuestión de los aranceles y a la blasfemia anti mercado, pero se está adaptando porque sabe que ha de pasar por el aro. Resulta muy curiosa esta “sacudida autárquica” con que se quiere mostrar el país de mayor déficit comercial del mundo… con el detalle agregado, también ajeno a cualquier manual de liberalismo económico, de imponer caprichosamente aranceles y amenazar con agravarlos si los demás hacen lo mismo. Trump y su equipo de descerebrados esperan que con este desorden práctico y teórico van a estimular la economía norteamericana hasta hacerla más poderosa que nunca, imponerla al mundo entero y asegurar su predominio frente a la pujanza china.

Pero Europa, rendida antes de combatir, ya se dispone a trastocar su presupuesto para dotar al rearme de las exigencias del autócrata de la Casa Blanca, ya que a eso no se opone ni mucho menos, y porque le resulta necesario para mantener el autoengaño (empeño, estupidez, prejuicio) de Rusia como enemiga. Esta es una Europa contradictoria, pero desvergonzada y sin honor que, después de haber estado atizando la guerra en Ucrania como punta de lanza sobre el terreno del hostigamiento otánico, quiere ahora que se la tenga en cuenta en las conversaciones de paz, sin duda para poder compartir con Estados Unidos el saqueo anunciado de sus recursos naturales como precio de la paz.

No debe faltar en este análisis una nota sobre Alemania, doblemente enfeudada con Estados Unidos e Israel (tengamos en cuenta que, oficialmente, “el apoyo al estado de Israel es parte de la razón del Estado alemán”), culpable en primer grado de la beligerancia europea con Rusia, después de protagonizar un entendimiento que hubiera cambiado la historia de Europa; y de la que dicen algunos comentaristas, olvidadizos, que con el auge de la ultraderecha filonazi de AfD, “entra en terreno desconocido”, como si no conociéramos suficientemente bien ese terreno y esos recuerdos, que hacen temblar.

Esta Europa se olvida de aquel Múnich y no quiere establecer paralelismo alguno, pese a las evidencias. Y rehúye reconocer que, aprendiendo de la historia y sus repeticiones, debiera deponer su absurda rusofobia para ir trabando un entendimiento, con horizonte en la alianza, con la Rusia actual (volver, en definitiva, a los acuerdos energéticos y comerciales, renunciando a su ruinosa hostilidad). Porque, ahora como en los meses previos a la Segunda Guerra Mundial, las potencias fascistas no respetarán acuerdos ni negociaciones, e irán a por todas; y Rusia vuelve a ser la única barrera contundente frente al diktat, las amenazas y los exabruptos de Trump. Porque si Trump quiere ganarse a Rusia es solo, o principalmente, para evitar una alianza estrecha de Moscú con Pekín, ya que su objetivo verdadero e irrenunciable (herencia, por otra parte, desde los tiempos de Obama) es bloquear a la potencia china, temiendo que acabe con la hegemonía norteamericana. Esta ruptura, inevitable, del (sorprendente, en apariencia) entendimiento Trump-Putin, podrá suceder cuando, por ejemplo, Israel y Estados Unidos decidan provocar y atacar a Irán, como ambos anuncian y desean, ya que el régimen de Teherán es un aliado que Rusia no va a permitir que sea eliminado del panorama político de Oriente Próximo.

En 1938 el Reino Unido y Francia se resignaron a aplacar a Hitler, sin el menor resultado, negándose al entendimiento con la Unión Soviética, que era -y así se demostró- el principal enemigo y anunciado objetivo militar de la Alemania nazi, concretamente, y al mismo tiempo la única potencia capaz de detener y vencer a la poderosa Alemania en Europa. Ahora debieran, con el bloque de la UE, decidirse por la resistencia activa ante Trump y la mejora de las relaciones con Putin, y no acordar -desmemoriados e irresponsables- una alianza militar específica y reforzada contra… Rusia, esperando que la crisis ucraniana se eternice y la debilite; y esto parecen pretender, precisamente, el Reino Unido y Francia. Porque es Rusia la potencia que, ciertamente, resulta ser la que posee las ideas y las armas necesarias para afrontar a los nuevos fascistas. Una Rusia que representa la sensatez y la firmeza, cualidades que no quiere reconocer la maquinaria poderosísima político-mediática de Occidente; más la experiencia del enfrentamiento directo y trágico, pero victorioso, con el fascismo militarista, invasor y exterminador. 

Hora es de recordar el falseamiento que la historia ha hecho de la actitud soviética de concertar con la Alemania nazi un acuerdo de no agresión germano-soviético en agosto de 1939 (el famoso y vituperado Pacto Von Ribbentrop-Molotov), tras el ninguneo irresponsable de la parte franco-británica, que prefirió entenderse con Hitler, y con el objetivo principal y urgente de ganar tiempo para prepararse ante la inevitable ruptura de ese tratado por Hitler, previo al masivo ataque de la Werhmacht a la URSS en junio de 1941. Y de tener en cuenta que aquel pacto, por contradictorio y coyuntural, puede tener actualmente su reflejo, si no reproducción, en el diálogo ruso-norteamericano derivado de la guerra en Ucrania, que con toda evidencia está desprovisto de sinceridad, garantía o futuro, con lo que con casi total seguridad cuenta la Rusia de Putin, que aparece nítidamente diferenciada, en política y prudencia internacionales, de los Estados Unidos de Trump.


Mólotov a punto de firmar, junto a Von Ribbentrop, de pie y con los ojos entrecerrados y con Stalin a su izquierda.

Del caótico marco de las decisiones del presidente Trump en tantos y tan peligrosos ámbitos de las relaciones internacionales algo seguro hay que extraer, y es que de la catadura política y moral de este personaje ningún líder o Estado podrá fiarse, debiendo por el contrario estar preparados para pararle los pies (y cuando antes, mejor).

jueves, 28 de noviembre de 2024

“Si se quiere legar a las futuras generaciones un planeta habitable en sus equilibrios más fundamentales, hay que cambiar por completo de sistema socio-económico y de mentalidad”

 

Fue corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania de la eurocrisis.

(Una entrevista con Diario Socialista


En esta entrevista, Rafael Poch-de-Feliu responde a varias interrogantes que están surgiendo sobre la escalada bélica a la que asistimos en el contencioso ucraniano: ¿Por qué y cómo se ha llegado hasta este momento? ¿Qué está sucediendo en el frente? ¿Qué reacciones se están desencadenando dentro de Ucrania y entre las principales potencias del mundo? ¿Donald Trump va a parar la guerra? ¿Qué consecuencias se pueden prever?




     Tras más de dos años del inicio de la Guerra de Ucrania, ¿Cuáles consideras que son las principales consecuencias que ha tenido a nivel mundial y en Europa en particular?

La “guerra de Ucrania” no es una, sino tres. Por orden de relevancia cronológica: la guerra de la OTAN contra Rusia, la guerra civil entre ucranianos y la guerra de Rusia contra Ucrania. Está última no habría sido posible sin las otras dos. Este hecho no excusa la grave responsabilidad de Rusia por su invasión de febrero de 2022 violadora del derecho internacional, sino que la sitúa en su contexto y medida real. En mi opinión la responsabilidad general por esa triple guerra es occidental en un 70% y ruso-ucraniana en el restante 30%. Podemos discutir ese reparto, y conviene hacerlo, pero lo que no podemos hacer es renunciar a la realidad y abrazar los cuentos que se nos ofrecen desde las instituciones, think tanks y medios de comunicación europeos, sobre la “lucha entre democracia y autocracia” y la “agresión rusa no provocada”.

El principal vector del conflicto arranca del cierre en falso de la guerra fría, hace tres décadas y se trata de infringir una “derrota estratégica” a Rusia. Si en Gaza todo el mundo informado entiende que la violencia no comenzó el 7 de octubre de 2023 sino setenta años antes, en Ucrania se desconoce su contexto. En 1992 en Washington se decidió que Estados Unidos había vencido en la guerra fría y que por tanto podía imponer su dominio hegemónico en solitario. El asunto funcionó al precio de toda una serie de guerras desastrosas entre Yugoslavia, Afganistán, Irak, Libia, Siria y demás, con el resultado de más de cuatro millones de muertos, unos 40 millones de desplazados y sociedades enteras dislocadas. Tras la gran juerga privatizadora-depredadora de los noventa en Rusia, la élite de ese país quiso restablecer su papel soberano en el mundo. La élite rusa creía que sería admitida en pie de igualdad en la internacional capitalista de depredadores pero el capital occidental solo le ofrecía un papel de “burguesía compradora”, subsidiaria-intermediaria en el comercio internacional de recursos y materias primas que Rusia, séptima parte de la superficie terrestre, posee en enorme abundancia. La identidad secular de Rusia como gran potencia impedía aceptar ese papel de vasallo y ese es el choque fundamental del que se deducen los demás, entre ellos la presión militar, el avance de la OTAN hacia el este, las sanciones, y la guerra.

El segundo elemento de la situación es la pujanza china y el cambio que determina en la correlación de fuerzas general en el mundo. Algunos de los antiguos enanos del Sur hoy son gigantes y tienen capacidad para ser soberanos. La suma de ambos factores, el ruso y el chino, abre posibilidades sin precedentes para acabar con el dominio occidental del mundo en solitario y afirmar algo más compartido, lo que obliga a una profunda reforma de las instituciones internacionales diseñadas por Occidente tras la segunda guerra mundial a la medida de su dominio: ONU, FMI, Banco Mundial, OMS, OMC, etc, etc. La crisis general del mundo actual, consiste, fundamentalmente, en que Occidente intenta resolver por medios militares el problema del declive de su dominio mundial indiscutible durante los últimos siglos. Ese es un problema general del Norte global, es decir que también afecta a Rusia, porque todo el mundo entiende que, pese a su actual recuperación, no volverá a ser la potencia que fue con la URSS, pero sobre todo es un problema de Occidente.

«La élite rusa creía que sería admitida en pie de igualdad en la internacional capitalista de depredadores pero el capital occidental solo le ofrecía un papel de “burguesía compradora”, subsidiaria-intermediaria en el comercio internacional de recursos y materias primas».

Esto me parece que es lo que la mayoría de la población del mundo deduce de lo que se está viendo en Ucrania, tal como lo reflejan las votaciones en la ONU. Se condena la invasión rusa pero fuera de Occidente nadie apoya las sanciones contra Rusia, pues se entiende que cualquiera que pretenda ser soberano, dueño de su destino en el mundo, sufrirá esa medicina de Occidente. Y eso explica también que se estén creando mecanismos económicos y alianzas alternativas que, gracias al peso específico de China, permiten a la mayoría mundial independizarse del corsé occidental y ensayar otras fórmulas: Brics, Organización de Cooperación y Seguridad de Shanghai, integración euroasiática, etc., etc. Esa es la principal consecuencia mundial que se desprende del pulso de Ucrania.

Respecto a Europa, mas allá del enorme desastre que supone una nueva gran guerra en suelo europeo, que ya se ha cobrado varios centenares de miles de muertos ucranianos y rusos, pero que si se extiende puede producir muchos más en Europa central/oriental, la principal consecuencia es la sumisión de la Unión Europea a Estados Unidos. Con la guerra Washington ha conseguido romper dos procesos que le dejaban fuera de todo control del viejo continente, lo que restaría mucho a su potencia global. El principal es la integración euroasiática lanzada por China, desde el Pacífico hasta el Atlántico. En esa Eurasia, Estados Unidos no figura geográficamente y actualmente la Unión Europea se está enemistando estúpidamente con su principal socio comercial. El segundo es la complementariedad de los recursos energéticos y científicos rusos con la tecnología y el capital europeo, alemán en primer lugar. Recordemos que Rusia “no ha cortado el gas a la UE” como se dice, sino que ha sido ésta la que ha renunciado a la energía rusa, con la ayuda de Estados Unidos reventando gaseoductos, por cierto… Sobre esos dos vectores, la Unión Europea se convertía en la península occidental de la gran Eurasia y accedía a una autonomía estratégica dentro de ese gran conglomerado, cosa contra la que alertaban muchos documentos y estrategas de Estados Unidos desde mediados de los noventa. Pero la actual generación de políticos europeos ha demostrado ser muy inepta, algo que precisa estudio, así que en lugar de eso hoy tenemos una UE sometida a Estados Unidos en el papel del “ayudante del Sheriff, lo que es un desastre para el futuro económico y político de Europa, como estamos empezando a ver.

En lo relativo a los avances bélicos y las relaciones diplomáticas de los contendientes, ¿Cuál es la situación actual de la guerra?

La situación pinta mal para Ucrania. Estados Unidos prioriza la ayuda militar a Israel y a los preparativos en el frente chino, pero no puede atender a los tres. La ayuda militar de Estados Unidos a Ucrania va a la baja. Así que se trata de transferir el asunto a la UE, pero ésta carece de la capacidad militar productiva necesaria para tomar el relevo. Alemania ha transferido un sistema de defensa antiaérea a Ucrania de los ocho que tiene. Francia podría transferir dos sistemas de los diez que dispone, pero para proteger Ucrania de la aviación y los misiles rusos eficazmente se necesitan muchas decenas, dicen los militares. No existe capacidad europea para eso. Se necesitan muchos años. No digo que Rusia no tenga problemas, pero de momento las sanciones han incentivado la diversificación de proveedores y potenciado la industria local, algo que desde luego yo mismo no esperaba. No se sabe si será sostenible a largo plazo, pero la economía rusa crecerá este año más que cualquier otra europea, alrededor del 4,2%.

«Los voluntarios rusos cobran un salario de 2.100 dólares al mes y reciben al alistarse un bono de 4.100 dólares. Si mueren en combate, sus familias cobran hasta 150.000 dólares, 50.000 inmediatamente y el resto en diversos plazos. Si son heridos pueden cobrar hasta 75.000 dólares».

Por otro lado, Ucrania tiene un serio problema de falta de efectivos. Según el Financial Times, que citaba en agosto al jefe de la comisión de desarrollo económico del parlamento ucraniano, Dmitri Nataluji, unos 800.000 hombres ucranianos en edad militar “han pasado a la clandestinidad”, cambiando de domicilio y trabajando en negro para no dejar registro laboral y eludir la movilización. Los efectos de la carnicería que está sufriendo Ucrania son inconmensurables. El 78% de los ciudadanos declaraba en junio del año pasado tener parientes próximos y amigos que han resultado muertos o heridos en la guerra. Desde su independencia el país ha perdido 15 o 20 millones de habitantes, nadie conoce muy bien la cifra exacta. Por cierto, es Rusia el país que tiene más emigrantes ucranianos. Mientras tanto, Putin ha administrado con habilidad su picadora de carne rusa. Los voluntarios rusos cobran un salario de 2.100 dólares al mes y reciben al alistarse un bono de 4.100 dólares. Si mueren en combate, sus familias cobran hasta 150.000 dólares, 50.000 inmediatamente y el resto en diversos plazos. Si son heridos pueden cobrar hasta 75.000 dólares. En todas partes los pobres son los que ponen más soldados de las guerras, pero en Rusia este sistema llena las oficinas de reclutamiento y resuelve de momento el consenso de una sociedad aún menos dispuesta a “morir por la patria” que la ucraniana. 2100 dólares es cinco o seis veces el salario medio en las regiones pobres del país. Con ese dinero un soldado resuelve la economía de su familia y la de sus parientes cercanos, como quien dice. Ahora mismo en regiones pobres como Tuva o Buriatia se vive una explosión en los depósitos bancarios que duplican la media rusa…Todo eso permite a Putin mantener la guerra sin necesidad de una movilización general que crearía problemas y protestas entre la mayoría sensata de las clases intermedias. Naturalmente todo esto cambiaría si la OTAN interviniera con tropas en suelo ruso y se confirmara el escenario patriótico de una nueva gran invasión occidental de la madre Rusia como las de Napoleón y Hitler, pero de momento las cosas están así.

¿Qué puedes contarnos sobre la situación de la represión interna en Ucrania?

Desconozco la situación concreta porque no he estado allí desde 2014, pero es obvio que estar activamente contra la guerra en Ucrania o discutir la narrativa étnico-nacionalista anti rusa que rompe el consenso entre regiones ucranianas, es tan peligroso como en Rusia. Han suprimido partidos políticos, toda la izquierda, y medios de comunicación críticos o que no se alinean con el “patriotismo” oficial etno-nacionalista que antes solo era ideología habitual en Ucrania occidental y que hoy es ideología de estado en Kíev. Se ha ilegalizado a la Iglesia Ortodoxa dependiente del Patriarcado de Moscú que era la mayoritaria en el país. Muchos disconformes o excesivamente independientes han sido detenidos, en algunos casos eliminados, y muchos más están callados. La situación no parece muy diferente a la de Rusia, pero repito que no he estado allí.

¿Cuáles han sido las principales reacciones internacionales a la guerra? ¿Qué posiciones presentan respecto de ella las principales potencias mundiales?

En el Sur global, Ucrania tiende a ser vista como un instrumento del hegemonismo occidental, independientemente del grado de disconformidad hacia la invasión rusa. En China son conscientes de que la presión de la OTAN contra Rusia forma parte de lo que desde hace años se prepara y anuncia contra ella. En los inicios de la guerra, cuando Occidente exigía a China que se sumara a las sanciones contra Rusia, la comentarista de la televisión china Liu Xin enunció así la cuestión: “Lo que nos están diciendo es, ayúdennos a luchar contra su amigo para que luego podamos concentrarnos mejor en luchar contra usted” . Todo esto hace que la causa ucraniana carezca de apoyos fuera del “occidente ampliado”: Unión Europea, Canadá, Australia y los aliados asiáticos de Occidente como Japón y Corea del Sur.

«Trump dice que expulsará a los emigrantes ilegales que son varios millones y que solucionará la guerra de Ucrania en “24 horas”. Su declaración de guerra comercial “contra todos” se volverá contra su país y creará más inflación, deuda y caída del nivel de vida para la mayoría».

En Europa este conflicto ha dado alas a antiguas víctimas de la URSS en Europa del Este como Polonia y las repúblicas bálticas, que tienen un gran peso en la narrativa de la Unión Europea y de la OTAN. La influencia en ambos clubs de Bruselas de esos países estrechamente vinculados a Estados Unidos, se deriva de su extrema beligerancia contra Rusia. Gente como la nueva responsable de la política exterior, la estoniana Kaja Kallas, y el nuevo responsable de la defensa común, el lituano Andrius Kubilius, sueñan con la disolución de Rusia en pequeños estados y representan la garantía de una línea de confrontación que costará mucho revertir. Sería anecdótico si no fuera porque esa línea ha encontrado terreno fértil en Alemania, donde los nietos de quienes perdieron en Stalingrado, la von der Leyen es una de ellos, recuperan viejos agravios hacia los “subhumanos” soviéticos que les derrotaron. En este conflicto, Alemania es un país clave que debería acostarse en el diván del Doctor Freud. El timorato Canciller Scholz ha tirado por la borda lo que quedaba de la cultura socialdemócrata en materia de relaciones exteriores, pero expresa algunas dudas desde la debilidad de su precario gobierno de coalición. Naturalmente, la invasión rusa aceleró este revanchismo pero ya antes de 2022 la historia europea se estaba reescribiendo, según el guión de los años cincuenta de esa caverna ex nazi de Alemania reciclada en la posguerra como luchadora contra el comunismo, y sus colaboracionistas y víctimas de la URSS de Europa del Este. En ese cuadro, Francia no está ni se la espera y los escandinavos sorprenden por su beligerancia, algo que alguien debería explicar. De momento los únicos que expresan posiciones de sentido común son el derechista Viktor Orban en Hungría, cuya posición hacia la masacre de Israel en Gaza es indecente, y los eslovacos, ambos tachados de “pro rusos” en la UE por su oposición a la espiral de escalada bélica.

¿Cómo crees que influenciará en la guerra la elección de Trump como presidente de Estados Unidos?

Lo más probable es que Trump genere un desastre en su país. Tiene olfato e instinto político para ganar elecciones, jugando con el interés de los mega ricos y los bajos instintos del populacho, pero dudo que sepa gobernar. Ha nombrado para su administración a gente dispar dispuesta a profundizar el suicidio de Israel en Oriente Medio, luchar contra Irán y China. Al mismo tiempo quiere colocar a Tulsi Gabbard, que acusó a Estados Unidos de apoyar a terroristas en Siria y de provocar la invasión rusa de Ucrania al ignorar los intereses de seguridad de Moscú, como directora nacional de inteligencia supervisadora de las agencias imperiales. Trump dice que expulsará a los emigrantes ilegales que son varios millones y que solucionará la guerra de Ucrania en “24 horas”. Su declaración de guerra comercial “contra todos” se volverá contra su país y creará más inflación, deuda y caída del nivel de vida para la mayoría. Así que lo más probable es que en lugar de “hacer América grande de nuevo”, genere un gran desbarajuste que acelere el declive mundial de Estados Unidos. Puede ser una especie de “Yeltsin americano”, el presidente ruso responsable del desastre de los años noventa, que meta a Washington en un conflicto abierto con Irán y China. El principal think tank del Pentágono, la RAND Corporation, dice que Estados Unidos no podrá ganar ese pulso. Habrá que ver, pero de momento lo que es seguro es que la ayuda militar y económica a Ucrania se va a reducir mucho.

Para acabar, ¿qué futuro crees que le depara a Ucrania? ¿Y a Europa?

Hay que empezar a preguntarse por las consecuencias de una derrota occidental en Ucrania. Eso no solo podría descomponer a la OTAN, sino que tendría seguramente consecuencias fuera de Europa, por ejemplo en la AUKUS, esa especie de OTAN del Pacífico orientada contra China que Washington anima, y en general para toda la red sobre la que se sostiene el poder imperial de Estados Unidos en el mundo. Algunos países que tienen bases militares de Estados Unidos, y son muchos, dejarían de confiar en ellas como protección. A su vez tal derrota aceleraría los impulsos de desdolarización de la economía mundial que ya están en marcha. Por todo eso Occidente se resistirá mucho a admitir una derrota. En el caso de que no escale hacia una guerra mayor, mucho dependerá de cómo se cierre el conflicto, de la habilidad e inteligencia de las partes. De cualquier forma, las guerras solo dejan heridas humanas. De momento lo que se dibuja es una Ucrania vencida, resentida, y, física, geográfica y demográficamente, mutilada.

«Siempre hemos tenido guerras, pero nunca había sido tan grande la contradicción entre la estupidez guerrera de las potencias y la urgente necesidad de que se pongan de acuerdo para afrontar los problemas del cambio global que amenazan directamente a la humanidad».

Respecto a Rusia, hay que preguntarse qué significaría su victoria. Desde luego de puertas afuera saldría fortalecida en su prestigio y credibilidad, pero me pregunto cómo administraría el Kremlin los territorios arrebatados a Ucrania.¿Habrá consenso allá hacia una anexión? ¿Habrá resistencia armada, clandestinidad, “terrorismo” y “antiterrorismo”? Seguramente en Crimea y el Donbas hay bastante consenso, pero ¿en las provincias de Jersón y Zaporozhye, por ejemplo? ¿Será la victoria estable para Rusia, o será un cáncer? Mucho dependerá de cómo se cierre el conflicto, pero la brecha, el odio y el resentimiento hacia Rusia de buena parte de toda una generación de ucranianos, deberá ser incluida en la cuenta.

En el orden interno, la guerra y la confrontación con Occidente ya están transformando las opciones del régimen ruso. Su contrato social con la población se está abriendo a un mayor reparto de la renta, sus posiciones internacionales se están “sovietizando” en el sentido de que se acercan a las de la antigua URSS, y se pone aún más coto a la disidencia. Habrá que ver. De momento, si se impone en la guerra de una forma convincente para su población, el régimen bonapartista de Putin conseguirá posponer algunos años más sus contradicciones internas, su falta de pluralismo y de mecanismos de alternancia y relevo en el poder, lo que genera una oposición enfocada hacia el derribo frontal y total del régimen por falta de espacios y canales de consenso y reforma, los problemas de la sucesión del caudillo, etc.

Todos esos problemas siguen ahí y resurgirán algún día. Pero todo lo mencionado me parece anecdótico al lado de lo principal: siempre hemos tenido guerras, pero nunca había sido tan grande la contradicción entre la estupidez guerrera de las potencias y la urgente necesidad de que se pongan de acuerdo para afrontar los problemas del cambio global que amenazan directamente a la humanidad. En el siglo XXI debemos mirar todas estas guerras desde la evidencia que se desprende de una observación más amplia y fundamental de nuestra realidad como especie. Los problemas del cambio global aumentan conforme no se encaran con una estrecha concertación internacional y estamos perdiendo un tiempo precioso del que no disponemos. Si se quiere legar a las futuras generaciones un planeta habitable en sus equilibrios más fundamentales, hay que cambiar por completo de sistema socio-económico y de mentalidad.


Fuente: Rafael Poch de Feliu

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