Borrell ante Israel: de la cobardía al cinismo
No puedo aludir a sensibilidad, sino a caradura, al tener en cuenta las críticas que Josep Borrell viene dirigiendo a Israel y a la Unión Europea por las masacres de Gaza. Porque no me consta que durante los cinco años de su mandato como Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad (2019-2024), es decir, la persona obligada -que no llamada ni invitada ni adecuada: obligada-, se atreviera a poner sobre la mesa los crímenes de Israel y pedir la ruptura de toda relación de la UE con ese Estado criminal, así como la intervención armada de una coalición internacional, a ser posible la OTAN, para impedir el genocidio de los palestinos a manos de la pavorosa maquinaria militar sionista. Anoto, antes de seguir que, así como la OTAN atacó en 1999 con ferocidad a Serbia pretextando “razones humanitarias” por la (aireada, pero esencialmente falsa) “limpieza étnica de kosovares”, mucho más directo y duro ataque debiera ahora de lanzar sobre Israel por la operación de limpieza étnica derivada en auténtico genocidio.
Por supuesto que lo de la intervención de la OTAN contra Israel producirá incluso la sonrisa del político Borrell, porque como es bien sabido OTAN e Israel forman coalición fascistoide en un mundo en el que Occidente, que engloba a ambos, sigue marcando la pauta y siempre está dispuesta a castigar a los pueblos y Estados que se salen del aprisco señalado (caso de Serbia, caso de Rusia). El caso es que nada de eso pasó por la cabeza de tan notable figurón que, cuando el 7 de octubre, se alineó claramente con quienes ponían de relevancia “el derecho de Israel a defenderse”, expresión que no pocas veces salió de su boca y que parecía incluir la “obligación de someterse” para el pueblo y las organizaciones palestinas; y ponía exquisito cuidado en pedir a Israel que su respuesta al ataque de Hamás “fuera proporcionada”, ignorante al parecer de cómo es la respuesta habitual de Israel hacia los palestinos masacrados desde 1948 y aun antes.
Hace un tiempo, en un artículo que titulaba “Borrell: de jacobino a lacayo” (elDiario.es, 5 de junio de 2021), recriminaba yo “a Borrell y sus socios de la UE (que) se permiten la indecencia de marcar y perseguir a los grupos de combate palestinos, como Hamás, a los que describen como ‘terroristas’ porque su objetivo es oponerse a la invasión, el expolio y los crímenes de Israel; y no lo hacen con el Likud, los partidos sionistas o el propio Gobierno israelí, cuyo objetivo en la historia y la región (ya establecido antes de la declaración unilateral de independencia en 1948) es eliminar a los palestinos de Palestina y apoderarse de todo aquello”. Y luego, harto de tener que soportar su exhibición enfermiza de rusofobia, en mi libro ¡Rusia es culpable” (cinismo, histeria y hegemonismo en la rusofobia de Occidente), tuve que incluir la columna “Patético Borrell” (pp. 280-281) para, entre otras cosas y al hilo de su entrevista con Lavrov, ministro ruso de Exteriores (que las crónicas describían como extremadamente breve, se suponía que por el escaso interés y mal humor del ruso hacia el enviado de Occidente), recomendarle que estudiara “las relaciones euro-rusas de los últimos 30 años, llenas de cinismo y perfidia”. Cosa que, evidentemente, no ha hecho, como no se ha interesado por la historia de Israel, por lo que no se ha podido enterar todavía de que se trata de un Estado expansionista, ilegítimo e ilegal.
He de reconocer que cuando la expiración de su mandato estaba a la vista, pareció moverse algo, poca cosa, anunciando que pediría a la Comisión Europea una reunión para plantear algo así como sanciones a Israel. Pero no recuerdo que esa reunión tuviera lugar: ni la Comisión estaba por la labor ni él disponía de fuerza o prestigio para introducir una cuña, al menos ética, en tan acorazada trinca de desalmados (la Comisión, digo). Tampoco, por supuesto, pasó por su cabeza la idea de dimitir de tan sabroso chollo, ni cuando se vio que Israel no jugaba a la “proporcionalidad” ni cuando la liquidación de Gaza y sus habitantes ya era plan público y notorio de los verdugos de Tel Aviv. Mientras tanto, este mismo Borrell no se cansaba de pedir, insistente y entusiásticamente, sanciones y más sanciones contra Rusia, acusada de invadir Ucrania, cuyo régimen semi nazi era el resultado de un golpe de Estado (2014) estimulado por EE. UU, la UE y la OTAN.
Y cuando se reunía con el embajador israelí en Bruselas, celebrando la presencia de éste en el Consejo de la UE en el intervalo de dos años en que Netanyahu dejó de dirigir el Gobierno israelí, declaraba, sin que se lo mandara nadie ni fuera, desde luego, la posición israelí del momento, que “ahora tenemos un ministro de Exteriores que defiende la solución de los dos Estados, que es la solución defendida por nosotros” (prensa del 17 de julio de 2021). Borrell debe ser adepto de ese cinismo doctrinario, muy socialista, de que Israel es malo ahora con la derecha y ultraderecha en el poder, pero que no lo era cuando gobernaban los laboristas.
Que “ha perdido su alma”, dice Borrell abroncando a la UE, sin darnos una pista de cómo es o era esa alma ni, mucho menos, por dónde anda la suya; ni confesarnos que en esa UE -Comisión y Parlamento- es Israel el principal mercader de almas. Y no ha sido una vez, sino varias, cuando ejerciendo de rusófobo oficial de la UE alardeaba de los “valores europeos”, generalmente cuando ha despotricado de la Rusia de Putin, lo que -como lo del alma- no se sabe muy bien a qué va referido: ¿valores específicamente europeos, a comparar, por ejemplo, con la Rusia tenida, con tanta hipocresía, por bárbara, oriental y autoritaria? ¿se referirá Borrell al colonialismo, al saqueo del planeta y la esclavitud generalizada, a la continua generación de guerras, a la OTAN para fascista e intervencionista? Curiosos valores, francamente.
Yo creo que este personaje, sin preparación alguna en política internacional -recordemos que es ingeniero, economista y matemático- y quizás por ello, por su ignorancia, elevado a funciones de esa índole, no ha llegado a “aprender Europa” pese a su dilatada estancia en los pesebres bruselenses como fatuo burócrata (europarlamentario, vicepresidente de la comisión, diplomático). Y, así, no se ha enterado de la sistemática manipulación de la historia que hace Europa, de su supremacismo incorregible o de sus crímenes innumerables. En realidad, como funcionario político europeo, siempre me ha parecido de género parásito, un correveidile sin profundidad ni mensaje, cuyo intelecto recorta por su reconocida arrogancia. Y cuando pasó por los sucesivos gobiernos de Felipe González no dejó de mostrarse como netamente insensible a los asuntos ambientales, que es lo primero que me interesó del personaje.
No puedo olvidar, de su obsesiva campaña contra Rusia, aquella expresión de que “Mariúpol equivale a varios Gernika” (prensa del 19 de agosto de 2023), aludiendo al duro sitio con que los rusos castigaron a ese puerto ucraniano, que produjo unos 4.000 muertos, entre militares y civiles. Pero ni siquiera su instinto calculador de matemático lo ha llevado a evaluar a cuántas Gernika equivale Gaza. Ni tampoco cuando, tan sensible frente a las exacciones rusas, exclamó indignado que “esto es un verdadero crimen de guerra”, acusando a Rusia de mantener el bloqueo de los puertos cerealeros del mar Negro (que fue temporal y sin efectos, prácticamente) y de provocar la “hambruna mundial”, sin que se le haya oído calificar a la hambruna de los gazatíes ni a los culpables. Se trata de un personaje que realmente la política internacional lo ha acogido como verdadero outsider, mero instrumento de sus amos y aplicado difusor de sus consignas, y de ahí el rastro que deja de estulticia.
Considero a Josep Borrell un personaje de ideología imperfecta, esquinada, oportunista y, en suma, peculiar e inexplicable: ¿de qué va este tipo socialistoide y, como tal, indefinible? Ahí tenemos a alguien al que el PSOE siempre ha tenido que darle algo, como para que se entretenga e incluso demuestre el brillo que él mismo se atribuye, pero que no incordie. Y quizás debido a esa dinámica de atender a un estorbo, de forma discreta pero evidente, se le expulsó a la escena internacional al ser nombrado ministro de Asuntos Exteriores de España (2018-2019) por Pedro Sánchez, enlazando a lo largo de su vida cargo tras cargo y prebenda tras prebenda. Pero en su última etapa de volandero prohombre internacional no ha tenido dificultad alguna en demostrar su incapacidad para ese negocio, su moral descalabrada, su dislexia político-ideológica. Especialmente visible es esa necia actitud -que es la que asume la socialdemocracia internacional, atlantista y antirrusa- que es incapaz de ver la conexión de la OTAN con Israel, disimulándola con todo tipo de argumentos, ¡incluyendo los éticos! Y ni puede ni quiere distinguir, entre fondo y forma, discurso y realidad, izquierda y derecha, agresores supremacistas y resistentes tenaces...
Su biografía pública señala que frecuentó de joven un kibutz israelí, llevado sin duda de aquel romanticismo de izquierdistas ignorantes del momento, y no se pararía a pensar si ese kibutz repintado de socialista por los sionistas, en el que colaboraba por la consolidación de un Estado colonial, se asentaba sobre alguna aldea palestina de aquellas -más de doscientas- dinamitadas en muchos casos con sus habitantes dentro y vaciadas en la operación de limpieza étnica de 1948-49, que los palestinos llaman Nakba. Tal sería su consistencia socialista, lo que explica que haya demostrado durante años una clara postura filosionista favoreciendo siempre a Israel. Una actitud que no parece haber variado, en el fondo, cuando se expresa a favor de “los dos Estados”, según la postura oficial de su partido y la tendencia última en la Europa comunitaria, que ahora es grotesca, cínica y cobarde.
Con este aire actual de aparente arrepentimiento, con el que quisiera, digo yo, proclamar que no conocía la naturaleza diabólica y sanguinaria de Israel pese a haber estado siempre en inmejorable posición para saberlo, Borrell se añade al grupo de políticos, sobre todo israelíes pero también prosionistas de todo el mundo, que a modo de plaga exculpatoria salen al paso del genocidio en Gaza para alarmarse y pedir su final (sin arrepentirse en realidad de nada), tras haber cumplido con años de martirio contra los habitantes de Gaza y Cisjordania. Es una postura inaceptable, que ni suaviza la responsabilidad ni puede blanquear a tanto miserable que contribuyó, directa o indirectamente, expresa o tácitamente, a la aniquilación de los palestinos, ahora en su fase más atroz.
Borrell hace como que ignoraba la instrumentalización que de él se ha hecho, tratando ahora de ventilar el oprobio vivido con una pose de lamento y una acusación hacia otros, con la UE que lo ha amamantado en primer lugar. Pero con sus cargos de designación ha asistido -y en alguna manera asentido- a abusos y crímenes tomándolos por práctica común de la vida política internacional, sobre esa corrupción mental, bien asentada, de que los buenos somos nosotros y los nuestros, con derecho y capacidad para declarar malos a quienes nos pete.
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