martes, 15 de julio de 2025

Andrea Rizzi y la revancha del occidentalismo

 

 Por Pedro Costa Morata
      Ingeniero, periodista y politólogo. Ha sido profesor en la Universidad Politécnica de Madrid. Premio Nacional de Medio Ambiente.


Andrea Rizzi, distinguido periodista en el diario El País nos ha obsequiado con un ensayo, La era de la revancha (2025), para informarnos de que el orden actual, pese a sus defectos, sufre el acoso injusto y perverso de sus enemigos, y que estos (aunque hayan sufrido siglos de humillaciones y de saqueos) no hacen más que buscar la revancha contra sus explotadores y genocidas. Así, nuestro autor confunde arteramente revancha con insumisión e insubordinación, que consisten en la oposición a la injusticia o a un orden decisivo, arrogante e impune. Y deja bien claro que, a esos insumisos, muchos de los cuales enarbolan los siglos o los crímenes de Occidente como motivo más que sobrado para oponerse y resistirse, no les asiste motivo ni derecho alguno para ir contra el orden establecido…




Ante el éxito presumido que iba tener el término de “revancha”, AR ha descuidado el concepto y, sobre todo, ha montado su trabajo enteramente dirigido a malversar su sentido y su realidad en el mundo de hoy, ese mundo en el que el orden tradicional, el bueno, corre peligro desde varios horizontes y puntos de vista. Nuestro autor se muestra incapaz de entender -y mucho menos, de felicitarse por ello- que por fin parece llegado el momento de pedirle cuentas al orden imperante impuesto por Occidente, y de que las pague. La revancha a la que repetidamente se refiere es atribuida a los otros, lo que (1) le hace ocultar la actitud de la OTAN, a la que alude muy pocas veces, hacia una Rusia debilitada, tras los años del “equilibrio” de la Guerra Fría, rodeando siempre a esta organización militarista con un halo civilizatorio y superior que, sin embargo, hoy enfrenta a Occidente a más de medio mundo; y (2) considera que es cosa de todos los Estados que se oponen al liderazgo de los EE. UU., dando por bueno y justo que permanezca ese liderazgo. Ni una palabra sobre el belicismo de Occidente, como tratando de suavizar esta “transición” a la guerra que nos preparan.




Como marca de la casa, no falta en su relato, clásico y de ordenanza, una rusofobia militante, en la que, en su periódico, florón de la rusofobia, sólo es superado por Lluis Bassets, que es inalcanzable en su inquina a la realidad de la Rusia actual. Y se deja llevar, como descalificaciones profundas e indiscutibles, aludiendo una y otra vez a Rusia y China, como “grandes regímenes asiáticos” incursos en la “corriente autoritaria oriental”.

De ese derroche de occidentalismo, mínima y estéticamente crítico, destaco su referencia al Estado de Israel (EdI), consistente en un breve resumen que califica muy bien a su autor. Conociendo su profusa producción de analista y columnista, era de esperar de nuestro AR la grotesca manipulación histórico-política con que se explaya cuando alude a Israel y su enésima guerra contra el pueblo palestino, dando por descartado que sus lectores son ignorantes o que pertenecen a su propia cuerda falsificatoria; esto lo hace densificando con expresiones infamantes las cuatro páginas que dedica a este Estado. Es ahí donde describe a un Israel “rodeado de peligros” y sufriendo un “espantoso ataque terrorista”, el de Hamás; como un “Estado que nace de la más aborrecible de las persecuciones de la historia humana”; que lo que hace es exhibir su “derecho a defenderse” y su “derecho a existir en seguridad”. Falsedades y negaciones de la realidad que debieran ser suficientes para enviar a Rizzi a recibir elementales lecciones de historia (a ser posible, en la Cisjordania ocupada o la Gaza masacrada, para que la letra con sangre le entrara). Es un planteamiento general que trata de exculpar a Israel, recurriendo a los mitos modernos con que Occidente lo salvaguarda: un (pobrecito) Estado acosado por incivilizados enemigos, que se ve obligado a defenderse como puede, una (heroica) entidad merecedora de respaldo internacional, etc.

Menos mal que reconoce la “réplica brutal” de Israel, “como es la tradición”, y emite la (suavísima) opinión de “respuesta inaceptable: castigo colectivo a la población palestina”, calificando así a las masacres de Gaza; y alude al asentamiento sionista en Palestina como “proyecto colonizador abusivo”, sin que aclare si conoce algún proceso colonizador, en tierra extraña pero habitada, que no sea abusivo. Pero no parece haberse enterado, a estas alturas de la desgraciada historia del EdI, de que su política básica y fundacional es la eliminación, espacial o física, de esa población.

Nada de estas (levísimas) anotaciones críticas suaviza las falsedades enunciadas y las interpretaciones fraudulentas a las que se libra. Siendo la más descarada de todas ellas eso de que el EdI “nace de la más aborrecible de las persecuciones de la historia humana”, lo que carece absolutamente de rigor histórico: Israel es el resultado de un golpe de mano de unos asaltantes, llamados sionistas, que decidieron por propia decisión y con la necesaria ayuda -El Estado judío, Theodor Herzl, 1896; la creación de la Agencia judía; la promesa de Londres seguida del Mandato de 1922 y la entrega fervorosa de todos los dirigentes británicos hacia el Hogar judío; la colonización masiva y la apropiación de lo que no era suyo-, construir ese Estado judío a costa de la población y el territorio árabes de Palestina.

Sin olvidar aquel vergonzoso episodio, sistemáticamente ocultado por los sionistas actuales y sus compañeros de viaje, de la Operación Haavara, de negociación nazi-sionista, por la que las autoridades alemanas (1933-39) enviarían varios miles de judíos alemanes a Palestina, lo que fue una realidad, si bien con la resistencia de gran parte de esos ciudadanos alemanes, a los que les obligó la Gestapo a emigrar. A cambio, las SS armarían a la Haganá, ejército clandestino sionista, origen del actual Ejército de Israel. Por lo demás, los sionistas del futuro Estado de Israel nunca ocultaron su desprecio por los judíos europeos, a los que se les acusó de no oponer resistencia a su captura y exterminio.


Operación Haavara

AR anda falto de lecturas serias y actualizadas: tome nota, solamente, de este rigurosísimo trabajo de Norman Finkelstein, La industria del holocausto (2014). Aunque lo mejor es que amplíe su obligación de enterarse de todo esto, para lo que deberá leer (y “empaparse” de sus contenidos) la obra de Shlomo Sand, La invención del pueblo judío (2019). Doy por descartado que su documentación no incluye ninguna de las extraordinarias obras de Ilán Pappé (como la última, extraordinaria, El lobby sionista, 2025) y que de caer en la tentación de ojear mi Israel: del mito al crimen (2024) sufriría un inmediato sarpullido cutáneo que podría alcanzarle el corazón y, peor aún, su cerebro prosionista.




De ahí que no entienda que Israel no puede pretender vivir sin peligro alguno después de haber surgido de forma ilegítima (pretensiones bíblicas, imposición étnica) e ilegal (decisiones contra Derecho del Imperio británico y de la Asamblea General de la ONU), apropiándose de un territorio tras invadirlo y expulsar a cientos de miles de sus habitantes originarios. Con estos mimbres, el EdI no puede pretender “una existencia segura”, ya que la obligación, y el derecho, de los palestinos expulsados y masacrados es oponerse siempre y por todos los medios a una potencia ocupante militarista y criminal.

Tampoco asiste al EdI ningún “derecho a responder” ni “a defenderse”, ya que ese derecho le corresponde a los colonizados, invadidos y humillados; no a los que colonizan con violencia e invaden forzando la voluntad de los autóctonos, a los que humillan y aniquilan como práctica esencial de su política. Su violencia es la colonial, bien conocida, y la respuesta, justamente violenta, es la misma de todos los movimientos de resistencia y liberación que en el mundo han sido.

No obstante, AR parece lamentar que, teniendo en cuenta todo esto, el EdI “sufrirá más acciones de odio revanchista”, como si fuera posible calificar la acción de resistencia, de combate y de reivindicación de los palestinos humillados como acción revanchista. También aquí manipula e invierte la acción de revancha, ya que es el “vengativismo” israelí, de fondo bíblico, el que considera al combate árabe-palestino como agresión a sus (inventados) derechos. Por supuesto que AR no alude en ningún momento al racismo y el fascismo israelí, lo que, siendo una realidad incuestionable que se resiste a contemplar, “iluminaría”, con la mitología de los fascismos de siempre, ese impulso fanático a la revancha.

Acabo esta referencia al prosionismo de AR subrayando su vocabulario cuidado, más bien contemporizador, así como un relato que esquiva el plantearse el verdadero origen de las masacres que actualmente comete el EdI contra los palestinos gazatíes. Definitivamente, parece superior a las fuerzas intelectuales de AR el examinar las masacres israelíes a la luz de un Estado meramente colonial y por lo tanto rapaz y exterminador, preciada criatura de Occidente y de sus mitos judeo-cristianos. Y por esto mismo, cuando AR alude al “eje de resistencia” frente a Israel, que califica de “sedicente”, rechaza aceptar esa verdad a la que se opone la ideología occidentalista, y es que ese eje -Hamás y los grupos palestinos combatientes, Hezbollah libanés, huttíes yemeníes y, por supuesto Irán- forman en realidad un eje de dignidad que se opone a los abusos y la opresión del EdI hacia los acorralados y desamparados palestinos: un grito, contra la cobardía de Occidente y contra esos crímenes israelíes (de guerra, contra la humanidad, de genocidio…), que no parecen conmover a AR, que prefiere arremeter contra las únicas fuerzas que se alzan contra el horror.

La esencia de esa especie de sermón final con el que AR imparte instrucciones para que cambien las cosas es que los países occidentales deben encabezar la reforma, con lo que nos demuestra que no ha entendido nada de la evolución del mundo, tomándonos por ignorantes o ingenuos, además de no finalizar su ensayo de forma consecuente con lo que parece -o quiere parecer- un examen crítico de su apreciada referencia occidentalista. De nada le vale observar que “el viejo orden se deshace, se despedaza” o que “2008 marcó la implosión del sistema liberal occidental como posible modelo”, ya que estas deficiencias “no deben inducir al catastrofismo. Asistimos a avances admirables y, en ciertos aspectos, vivimos en el mejor mundo que ha existido nunca”: son arrebatos de quien relaciona su idea de progreso con los vuelos espaciales o los avances de la IA, al (ridículo) modo panglosiano.

Claro que, si hay que criticar a Occidente, Oriente es peor ya que si “aquel pisotea valores que en teoría defiende, este tiene directamente como objetivo sepultarlos”, sin que este cronista tenga tiempo de hacerle al entregado occidentalista AR ciertas aclaraciones sobre los “valores” de Occidente, esos que cada día que pasa exhiben con cada vez mayor propiedad y entusiasmo los líderes occidentales en su solárium comunitario o desde la borregada otanista. Nada de lo cual debe hacer pensar que nuestro autor no se integre en el verdadero “espíritu” de Occidente, ya que “las políticas reformistas deben acompañarse de políticas de disuasión que inhiban a quienes piensen en obtener un cambio del orden por la violencia”, respaldando esa convicción con la alusión al entrañable Roosevelt (Theodore), que recomendaba, y practicaba, “hablar suave y llevar un buen garrote”. Aunque hablando de violencia, su mente no puede dejar de lado a la OTAN, de la que dice haber garantizado “la paz en Europa Occidental sin que se disparara una bala, y en esa paz arraigó la democracia y floreció el progreso”; sin añadir cómo está prolongando su instinto pacifista esa OTAN que ha provocado y hostilizado a Rusia sin tapujos, hasta obligarla a responder.

Nuestro AR, naturalmente, no puede dejar de alarmarse por el retorno de Trump a la política internacional, pero parece ignorar que, en esencia, el papel y el destino en el mundo de EE. UU no han cambiado, por grotesco que resulte el presidente actual. Como hace su periódico, trata de “diferenciar” a Netanyahu y sus políticas, que no tiene más remedio que criticar, del Estado de Israel y su historia y sociedad, quizás añorando a los gobiernos laboristas, provocadores de guerras y abusos cuyas consecuencias permanecen.

AR gusta de citar a autores bien conocidos para dar cuerpo a su texto, mezclando -y quizás creyendo poder atender a ese lector izquierdista que en su origen creyó en El País- unos y otros, como hace con aquellos lacayos del Imperio, Huntington y Fukuyama atreviéndose a juntarlos con Gramsci y su pesimismo de la inteligencia y optimismo de la voluntad. Destaca, sobre todo, la abundante alusión a Dante, un toque intelectual con que pretende respaldar los valores de Occidente. Este lector no está seguro, ni mucho menos, de que el poeta, al que trata de rebelde y debelador de “indiferentes y pusilánimes”, tenga mucho que ver con lo que AR quiere transmitirnos en relación con su tratamiento de la revancha y su análisis del momento actual, con opción clara por un Occidente asediado desde dentro y desde fuera. ¿Trata AR de identificar los valores -los espirituales, a la sazón- de Occidente en la Divina comedia? ¿Cree alinear con aquellos sublimes versos al amoral de Trump, los bribones de Bruselas o los lameculos de la OTAN?

Como resumen, el lector de La era de la revancha difícilmente podrá advertir que su autor se posicione de forma interesante, dada la compleja, cuasi diabólica situación actual internacional, ya que opta por lo de siempre y plantea lo que había de esperarse, dando continuas vueltas dialécticas con abundantes contradicciones e inconsecuencias. Y no cumple, sino todo lo contrario, con lo que finalmente aconseja para afrontar tiempos tan tormentosos: “averiguar los hechos, defenderlos, explicarlos”

No hay comentarios:

Publicar un comentario