
Donald Trump está al borde de una guerra con Irán, un conflicto que sería perjudicial para Israel, para Estados Unidos, para los civiles de todas las partes e incluso para el futuro del propio mandatario estadounidense.
Hay momentos en una presidencia en los que no hay vuelta atrás; decisiones tomadas y medidas adoptadas que son tan trascendentales y de tan largo alcance que marcan un punto de inflexión fundamental. La invasión de Irak por parte de George W. Bush, por ejemplo, envenenó su tiempo al frente de la Casa Blanca y reconfiguró Oriente Medio para peor de un modo que todavía repercute. La guerra que Israel acaba de iniciar con Irán bien podría ser otro de esos ejemplos.
En los últimos meses, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu observó con inquietud cómo la paz amagaba con asomar en Medio Oriente. Y pese a haber desechado inútilmente el acuerdo que había contenido eficazmente cualquier potencial ambición nuclear iraní en su primer mandato, Donald Trump parecía ahora estar volcando una considerable cantidad de energía y capital político en negociaciones con Teherán para reestablecerlo, conversaciones que habían logrado avances y estaban pautadas para continuar el pasado domingo. Entretanto, Netanyahu, quien en su momento había procurado boicotear el acuerdo, parecía entrar en una etapa de desencuentros con Trump, lo que dejaba a Israel marginado. Quizás era posible evitar la guerra después de todo.
Pero entonces Israel lanzó de repente un ataque importante contra Irán, dañando una de sus instalaciones nucleares clave y asesinando a seis científicos nucleares. El ataque se vendió como una forma de detener el programa nuclear de Irán, pero fue mucho más allá: Israel también asesinó a varios altos mandos militares iraníes, al hombre que lideraba las negociaciones con la administración Trump y a decenas de civiles, entre ellos niños, en bombardeos contra edificios residenciales.
Decir que se trata de una provocación no le hace justicia. Hay muchos países que consideran a Estados Unidos una amenaza, de la misma manera que Israel ve a Irán. Si cualquiera de ellos empezara de repente a bombardear Estados Unidos, a matar científicos y niños estadounidenses, a asesinar al enviado para Oriente Medio, al Estado Mayor Conjunto y a otros altos mandos militares, todo ello basándose en el temor a que los políticos belicistas de Washington quizás los ataquen algún día, todo el mundo lo vería inmediatamente como algo inaceptable y escandaloso. Pero Netanyahu e Israel no actúan con las limitaciones del sentido común y la decencia, y parecen quedar por fuera de las reglas del derecho internacional.
Durante más de treinta años trabajó Netanyahu para que esto suceda, repitiendo una y otra vez que Irán estaba a punto de fabricar un arma nuclear. Este discurso se extendió también durante todo este año, con sus reiteradas «advertencias» de que el mundo debía actuar de inmediato para detener la bomba inexistente. Por supuesto, en todo ese tiempo, la tan mentada bomba nuclear iraní nunca se materializó, y sigue sin materializarse al día de hoy. Sin embargo, Netanyahu decide ahora atacar, pese a que la inteligencia estadounidense nunca modificó su evaluación de que Irán no está trabajando en la fabricación de ninguna bomba nuclear.
No importa. El problema para Netanyahu nunca fue el hecho de que la bomba nuclear sobre la que no dejaba de advertir fuera un peligro real: una posible arma nuclear iraní era solo la versión geopolítica del Macguffin de Alfred Hitchcock, el objeto intercambiable que no importaba más que como mecanismo para hacer avanzar la trama. Para Netanyahu, esa trama es una guerra con Irán que finalmente acabaría con un rival regional líder, un conflicto que espera y desea que sea librado y pagado por Estados Unidos.
«Estados Unidos es algo que se puede mover muy fácilmente en la dirección correcta», dijo una vez Netanyahu sin darse cuenta de que lo estaban grabando. Ahora está a punto de demostrar que tenía razón, y de la manera más dramática. Netanyahu está más cerca que nunca de su objetivo vital: que hombres y mujeres estadounidenses luchen y mueran en su nombre contra Irán, y en gran parte gracias a un presidente «aislacionista» estadounidense cuya vida política se ha construido sobre la crítica a las guerras en Oriente Medio y la promesa de mantener a los estadounidenses al margen de ellas.
En este momento se vislumbran dos caminos por los que esta guerra israelí puede convertirse en una guerra estadounidense. En uno de ellos, la represalia iraní contra las tropas y los activos estadounidenses en la región —que Teherán ya había advertido explícitamente que podrían ser objetivos— hace que la clase política estadounidense, y tal vez incluso la opinión pública, se movilice en favor de una represalia directa de Estados Unidos, alimentando una espiral que conduce a una profundización del conflicto.
La Casa Blanca intentó en vano evitar este resultado anunciando rápidamente que no estaba involucrada en los ataques. Pero ese camino fue rápidamente desandado por el propio presidente, que ahora se regodeó repetidamente del «excelente» ataque, reveló que se llevó a cabo con la plena cooperación de Estados Unidos («No fue un aviso. Nosotros sabemos lo que está pasando») y ha insinuado varias veces que Israel no estaba actuando por su cuenta sino castigando a Irán por incumplir su plazo de sesenta días para llegar a un acuerdo. La intención de desligarse de los ataques también se vio socavada por un flujo constante de filtraciones por parte de Israel de que todo había sido coordinado con Trump, hasta el punto de inventar una disputa entre Trump y Netanyahu para que Irán bajara la guardia.
Con comentarios como estos, Trump y el gobierno israelí están jugando con las vidas de miles de personas. Irán y otros actores de la región ya se inclinaban por considerar esto como un ataque conjunto de Estados Unidos e Israel, dado que todo lo que hace Israel está respaldado militar y políticamente por Washington. Pero estos comentarios eliminan incluso la fina capa de negación plausible que podría haber llevado a los líderes iraníes a excluir de la represalia a los objetivos estadounidenses.
Pero ni siquiera sería necesario un ataque contra personal o intereses estadounidenses para que esta se convirtiera en otra guerra desastrosa para Estados Unidos. Gran parte de Washington ya considera que cualquier ataque contra Israel equivale a un ataque contra los propios Estados Unidos, a pesar de que Israel no es uno de los cincuenta y un aliados con los que Estados Unidos tiene un tratado que lo obligaría legalmente a entrar en guerra si es atacado. Los misiles iraníes ya han caído sobre ciudades israelíes, en lo que parece ser el primer bombardeo de muchos más.
Junto con el poderoso lobby Israel First, que utiliza donaciones para campañas y presión política para garantizar el apoyo de Estados Unidos a cualquier medida del gobierno de Netanyahu, un ataque devastador de Irán contra Israel probablemente crearía una presión irresistible sobre Trump y casi toda la clase política estadounidense para intervenir directamente, sacrificando aún más vidas y dinero estadounidenses en nombre de un país extranjero que ha perdido completamente el rumbo.
Y no nos equivoquemos: Israel lo ha perdido. No hay que olvidar que Israel también sigue bombardeando el vecino Líbano, violando el alto el fuego que firmó, ocupando ilegal y violentamente el territorio de su otro vecino, Siria, intensificando su guerra en la cercana Yemen y continuando con el genocidio, que dura ya casi dos años, contra la población de Gaza. Cinco guerras diferentes que Israel libra en simultáneo. Aparte de Estados Unidos, no hay ningún otro país en la Tierra del que se pueda decir lo mismo.
Si puede sorprender que un país tan pequeño, con una población poco mayor que la de Nueva York, pueda hacer esto, solo hay que fijarse en la respuesta a estos ataques. Funcionarios de todos los partidos políticos de Estados Unidos y del resto del mundo occidental, ya sea Francia, Alemania o el Reino Unido, se alinearon no solo para no condenar la guerra preventiva de Israel —un caso tan claro de agresión ilegal como es posible— sino que, en algunos casos, condenaron a Irán, el país atacado. Lo han hecho insistiendo perversamente en el «derecho a la autodefensa» de Israel, un derecho que aparentemente le permite hacer de todo, desde matar de hambre y quemar vivos a niños hasta lanzar una guerra preventiva ante la remota posibilidad de que su objetivo pueda algún día iniciar una.
Todo esto configura un nuevo escenario. En general, Estados Unidos y Occidente siempre habían apoyado a Israel. Pero nunca habían sido tan reacios a frenarlo ni tan indulgentes como ahora, cuando lo alimentan con armas y ayuda militar y le proporcionan cobertura política para seguir llevando adelante una verdadera orgía de criminalidad. Varios presidentes estadounidenses, desde Ronald Reagan hasta los dos Bush, tiraron de la correa y recordaron Israel quién es la superpotencia y quién es el Estado cliente; Trump y Joe Biden, por el contrario, cedieron dócilmente el timón a Netanyahu, incluso cuando este ha rebotado violentamente contra Estados Unidos.
La ironía es que esto no impedirá que Irán se haga con una bomba nuclear ni conducirá a la paz, sino que hará exactamente lo contrario. Los radicales iraníes ahora señalan este ataque para justificar abiertamente por qué el país necesita realmente una bomba nuclear. Y mientras Israel e Irán se enzarzan en ataques mutuos, los hutíes que gobiernan Yemen amenazan con intervenir también e incluso declarar la guerra a Estados Unidos si es necesario, rompiendo la frágil tregua que Trump acordó el mes pasado.
La espiral en la que nos encontramos ahora mismo no beneficia a nadie: ni al pueblo de Israel, ni a Estados Unidos, ni a Irán, ni a ningún otro civil de la región que se vea atrapado en medio, ni siquiera a Trump. No beneficia a nadie, excepto a los extremistas de derecha israelíes que tienen un control desmesurado sobre el gobierno de su país y a un primer ministro que lucha por su supervivencia política y contra una posible pena de cárcel.
La incapacidad de Biden para plantar cara a Netanyahu ha dañado significativamente su presidencia y cualquier legado positivo que haya logrado reunir en el ocaso de su vida. Al igual que Biden, Trump también parece preferir seguir a Netanyahu al abismo antes que frenar la mano a Israel. Queda por ver si los acontecimientos realmente degenerarán en una guerra regional a gran escala en la que se verá involucrado Estados Unidos, o si la parte nada desdeñable de la base electoral y los aliados de Trump que se oponen rotundamente a otra guerra autodestructiva de Estados Unidos serán capaces de hacer entrar en razón al presidente. Una cosa es segura: esto no es «America First» según ninguna definición razonable de la frase.
Fuente: JACOBIN
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