
El 1 de mayo de 2025, vi las noticias de portada habituales en nuestros medios de comunicación: el conocido criminal de guerra Benjamin Netanyahu ha declarado la “emergencia nacional” en Israel y desplegado tropas de las FDI para intervenir… ¿Dónde? ¿Contra quién? ¿Se había producido un nuevo ataque “terrorista” a gran escala en el país? Aquí viene la sorpresa. Se trataba de algo completamente distinto: Israel se enfrentaba a los peores incendios en una década, los bomberos se afanaban en controlar fuegos devastadores que han dejado varios heridos y amenazado con arrasar incluso las afueras de Jerusalén.
Lo que hace que esta noticia sea tan especial es que el territorio controlado por Israel, asociado en la actualidad con el genocidio en Gaza y la limpieza étnica en Cisjordania, estaba ahora afectado por una catástrofe que se está produciendo continuamente en todo el mundo: la crisis ecológica. Recuérdese el caso más reciente: el 28 de abril, lunes, un enorme apagón afectó a toda la península ibérica (España y Portugal al completo) más una pequeña parte del sur de Francia, dejando miles de personas atrapadas en trenes y ascensores, millones sin cobertura de teléfono e Internet, semáforos apagados que causaron atascos inmensos, etc. El martes, con la electricidad restaurada, se hicieron preguntas: ¿cómo se produce con tanta facilidad un apagón que afecta a 60 millones de personas? ¿Qué lo causó?
En un principio se habló de que se habían producido fluctuaciones de temperatura inesperadamente fuertes; pero tanto la operadora española, Red Eléctrica, como el portavoz gubernamental de Portugal rechazaron la posibilidad de que se tratara de un ciberataque, de un error humano o de un fenómeno meteorológico, dando por supuesto que el corte estaba causado por una desconexión repentina entre dos plantas de generación eléctrica en el suroeste de la Península. Tres días después, sigue sin haber respuesta clara, y tal vez tardemos meses en tenerla. Deberíamos prestar una atención especial a la reacción de la nueva derecha populista, que culpa del apagón a la propia “locura verde”, apuntando a que la insistencia “verde” en el uso de coches eléctricos, en lugar de los de combustión, es lo que ha causado la sobrecarga de la red eléctrica.
La cuestión crucial aquí es la siguiente: ¿Puede evitarse un apagón de este calibre, o mayor aún? La respuesta es clara e inequívoca: no. La razón no está solo en amenazas ajenas al control humano (un gran asteroide que golpee la Tierra) o en las consecuencias imprevistas de nuestra propia actividad, sino también en nuestra creciente interconexión. En 2010, ante la posibilidad de que las cenizas volcánicas expulsadas por el volcán islandés Eyjafjallajökull dañasen los motores de los aviones, muchos países europeos cerraron su espacio aéreo, el mayor cierre desde la Segunda Guerra Mundial. Las cancelaciones dejaron en tierra a millones de pasajeros no solo en Europa sino en todo el mundo. Con grandes partes del espacio aéreo europeo cerradas al tráfico, muchos más países se vieron afectados, puesto que se cancelaron tanto los vuelos con destino o procedencia en Europa como los que sobrevolaban el territorio. El hecho de que la nube provocada por una erupción volcánica menor en Islandia –una pequeña perturbación dentro del complejo mecanismo de la vida en la Tierra– sea capaz de paralizar el tráfico aéreo de todo un continente nos recuerda que, pese a su enorme capacidad para transformar la naturaleza, la humanidad sigue siendo una especie más del planeta Tierra… aunque también con una todopoderosa capacidad de autodestrucción.
Esta compleja interconexión no solo permite que los accidentes locales tengan consecuencias mundiales, sino que posibilita asimismo formas de sabotaje sutiles. Es bien sabido que las grandes potencias tienen planes detallados sobre cómo perturbar la vida cotidiana de un país enemigo: cortar el suministro de agua y electricidad, suspender las redes digitales, etc. La interconexión mundial hace que cualquiera de estos sistemas pueda suspenderse con una pequeña intervención en numerosos puntos de entrada. La imagen que yo me he formado de una catástrofe mundial no es la de la superficie terrestre abrasada por explosiones nucleares, sino una nueva realidad en la que todo lo que vemos permanezca exactamente como suele estar, pero sin electricidad, agua corriente, aire acondicionado, conexiones digitales y telefónicas, o previsiones meteorológicas, con caos en las tiendas por falta de dinero en efectivo…
¿Qué podemos hacer, entonces? En la conocida lectura que hace de Marx, Kohei Saito demuestra que, a partir de 1868, Marx abandonó la insistencia en el progreso para centrarse cada vez más en la amenaza que la despiadada explotación capitalista de la naturaleza supone para la supervivencia misma de la humanidad. Saito no se anda con rodeos a este respecto: el problema es el capitalismo en sí. Es consciente de que hoy en día la ecología forma parte de la ideología capitalista convencional, (casi) todos afirman prestarle atención. Por eso, el principal objetivo de Saito no son quienes niegan directamente el calentamiento planetario, sino quienes defienden el “crecimiento sostenible”, el principio organizador fundamental que rige las respuestas al cambio climático. Se muestra especialmente crítico con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), a los que califica como “el nuevo opio de las masas”. Al establecerlos, no se ha tenido en cuenta el hecho brutal de que son inalcanzables bajo un sistema capitalista. La ideología del “crecimiento sostenible” desempeña exactamente la misma función que la actitud del Estado de Israel y de las principales potencias europeas hacia la expansión de asentamientos en los territorios ocupados por Israel. Daniella Weiss, la “madrina” de los colonos cisjordanos, hablaba recientemente, en una entrevista concedida a Louis Theroux, de la estrategia de expansión los asentamientos. Su descripción de cómo se relacionan los colonos con el poder estatal israelí no puede sino parecernos una verdad pura y simple:
“Hacemos por los gobiernos lo que ellos no pueden hacer por sí mismos. Fíjate incluso ahora en Netanyahu. Está muy satisfecho con lo que nosotros hacemos aquí, y con nuestros planes de establecer una comunidad judía en Gaza. Le gusta, pero no puede decirlo. Al contrario, afirma que no es realista. Pues bien, nosotros haremos que sea realista. No es forzar al Gobierno, es ayudar al Gobierno. Es brindarle la capacidad, la valentía, el apoyo ciudadano, el respaldo político”.
Weiss ve esta estrategia como una continuación de la propia fundación de Israel: primero construyeron gradualmente asentamientos en Palestina, y cuando había suficientes y la situación geopolítica cambió, sus organizaciones formales exigieron que el territorio fuese reconocido como un Estado. Lo crucial aquí es la duplicidad entre el movimiento cívico (de colonos) y la política oficial de los órganos estatales: el movimiento cívico hace aquello que el Estado niega oficialmente desear, aquello que condena incluso. De esta forma, el movimiento cívico crea gradualmente las condiciones para que el Estado acepte lo que es ya un hecho… No podemos dejar de observar tampoco que el Occidente “democrático” está ahora haciendo lo mismo: oficialmente condena la limpieza étnica en Gaza y en Cisjordania, pero la tolera en silencio, es decir, al no tomar medidas serias contra ella, e incluso respaldar a Israel, esperando sin más el momento en el que la máscara caiga y pueda aceptar abiertamente la situación sobre el terreno (el Gran Israel)… No es de extrañar que un grupo de académicos judíos propusiera oficialmente a Daniella Weiss como candidata al premio Nobel de la paz del próximo año.
El gran problema para la hasbara (la propaganda israelí) hoy en día es que, tras los horrores cometidos por Israel en Gaza y en Cisjordania, la mayor parte de la población, incluso en los grandes países occidentales, se muestra crítica con Israel y experimenta una simpatía humanitaria hacia los palestinos. La nueva estrategia es, en consecuencia, la de promover una fuerte movilización de todas las voces proisraelíes unida a formas de censura directas e indirectas. Rara vez podemos leer en los grandes medios de comunicación que la mayoría de la población simpatiza con los palestinos: a quienes manifiestan esta simpatía se les tacha de minoría terrorista antisemita, y grandes plataformas digitales como Instagram reciben con regularidad desde Israel listas de miembros cuyas cuentas son suspendidas por supuesto contenido proterrorista.
Esto nos devuelve a nuestro punto de partida: el doble estado de emergencia en Israel. Al igual que la ideología del “crecimiento sostenible” abre efectivamente el camino hacia las catástrofes ecológicas, la incesante palabrería sobre la solución de los dos Estados y la repugnantemente ineficiente simpatía por las víctimas del holocausto que se está perpetrando en Gaza constituyen solo una máscara que permite a la Europa de los derechos humanos esperar cómodamente al hecho consumado del Gran Israel.
Fuente: Público
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