
Director de arte del festival Magmart, diseñador gráfico y web y autor de articulos sobre arte y cultura.
Ucrania: Una guerra larga ya en el tiempo, y cientos de miles de víctimas. Conversaciones de paz que se estancan, y cientos de miles de víctimas. Una guerra que Ucrania no puede ganar.
Si observamos el conflicto en Ucrania —en muchos sentidos un anticipo de cómo se librarán las guerras durante al menos los próximos quince años—, el factor tecnológico parece predominar. Misiles balísticos e hipersónicos, vehículos aéreos no tripulados (UAV) de reconocimiento y ataque, municiones de merodeo, drones FPV, guerra electrónica y sistemas antimisiles… En una guerra simétrica, las capacidades en tecnologías ofensivas y defensivas —investigación y desarrollo, velocidad de adaptación, capacidad industrial, rentabilidad…— se convierten sin duda en un factor de enorme importancia. Sin embargo, esto corre el riesgo de eclipsar un factor aún decisivo: la mano de obra. Toda la tecnología del mundo puede ser más o menos útil, ya sea para infligir daño al enemigo o para reducir su eficacia ofensiva, pero en última instancia, el territorio debe ser capturado —o defendido— por la infantería. Además, en un ejército moderno, el número de combatientes de primera línea es solo una fracción, y ni siquiera la mayor, del personal necesario. Toda la cadena logística, y los operadores de sistemas de armas desplegados en la retaguardia, y el personal necesario para las rotaciones en la línea de batalla… Por cada combatiente en el frente, se necesitan al menos tres hombres más.
Aunque poco se enfatiza, este es un problema para un ejército moderno que no puede subestimarse.
Analizando el conflicto en Ucrania, por ejemplo, podemos ver con mayor claridad su importancia. Rusia, por ejemplo, salvo una movilización parcial tras el lanzamiento de la Operación Militar Especial, ha dependido esencialmente de un flujo constante de voluntarios (unos 30.000 al mes), mientras que los reclutas se utilizan para el control territorial o la logística, mientras que las operaciones de combate se reservan para los soldados contratados.
La reciente llegada de personal norcoreano (según se informa, entre 30.000 y 50.000) parece tener como objetivo principal proporcionar experiencia de combate a las fuerzas armadas aliadas, más que ser un refuerzo efectivo para los rusos.
Además, la tasa de alistamiento voluntario sigue siendo significativamente mayor que la de bajas (muertos y heridos irreparables), lo que permite un entrenamiento adecuado antes de ir al frente y un aumento constante del personal de combate. Es evidente que Rusia (con más de 180 millones de habitantes) ya disfruta de una considerable ventaja numérica en la reserva potencial de reclutas, aunque no es fácil predecir qué ocurriría si fueran necesarias movilizaciones masivas posteriores.
En cuanto a Ucrania, sabemos que se enfrenta al problema opuesto. A su desventaja demográfica se suma una considerable reticencia a participar en el esfuerzo bélico —a pesar de considerarse invadida por el enemigo—, lo que se manifiesta tanto en una importante huida de la guerra (refugiados en el extranjero), una pronunciada disminución del alistamiento voluntario y una reticencia a movilizarse (existen ahora miles de vídeos de reclutadores del TCC prácticamente secuestrando gente en las calles). Si bien los ucranianos se mantienen a la defensiva en casi toda la línea del frente —lo que reduce significativamente el número de personal desplegado en comparación con el atacante—, el problema de la escasez de efectivos (y, como mínimo, la baja motivación) se refleja tanto en el entrenamiento (apresurado) como en la capacidad de combate (en constante deterioro). La clara supremacía de Rusia en artillería, así como su dominio del espacio aéreo, también tienen un impacto muy significativo en las pérdidas. Mientras que los rusos probablemente tienen un saldo de pérdidas irreparables de entre 300 y 350.000 hombres, los ucranianos tienen un saldo de entre dos y dos millones y medio de pérdidas.
Si bien la guerra moderna, incluso simétrica y basada en el desgaste, no requiere masas de hombres comparables a las de la Segunda Guerra Mundial, algunas comparaciones pueden ayudar a comprender la cuestión. En 1939, la población del Tercer Reich (Alemania, Austria y los Sudetes) ascendía a entre 80 y 86 millones. La Wehrmacht alcanzó su nivel máximo de movilización alrededor de 1944, cuando contaba con aproximadamente 12 millones de hombres (más las pérdidas de los primeros cuatro años de la guerra).
Ucrania, antes de la guerra, tenía aproximadamente 45 millones de habitantes, y sus fuerzas armadas actualmente suman aproximadamente 1.500.000 hombres. La diferencia es sorprendente. Mientras que Alemania, en el apogeo de su esfuerzo bélico, tenía aproximadamente el 14% de su población en armas, la de Ucrania es de poco más del 3%. Obviamente, las causas son muchas (millones de refugiados, tanto en Europa como en Rusia; la población de las regiones que han pasado a formar parte de la Federación Rusa; una reticencia generalizada – 230.000 casos oficiales de deserción…), pero está claro que, aunque los ucranianos deberían estar más motivados para luchar que los rusos, en realidad no es así.
Entre los muchos factores que deben tenerse en cuenta, por los numerosos aedos de la próxima guerra contra Rusia, este no es en absoluto secundario. Aunque Europa tiene una población de casi 450 millones, la propensión al servicio militar —y mucho menos al combate hipotético— es extremadamente baja. Si estallara un conflicto cinético entre los países europeos de la OTAN y la Federación Rusa, es muy probable que los ciudadanos de esta última lo percibieran como existencial para su patria, mientras que en Occidente —donde este sentimiento está muy debilitado, incluso habiéndose opuesto durante mucho tiempo como negativo— es previsible una baja propensión a tomar las armas «en defensa de la democracia».
Dejando a un lado todos los demás problemas (no menores), esto podría resultar crucial. Un conflicto que muy probablemente implicaría el uso de armas nucleares tácticas por parte de Rusia, sin una capacidad europea efectiva de movilización —tanto cuantitativa como cualitativa—, solo podría terminar en una derrota desastrosa.
Fuente: El Viejo Topo
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