miércoles, 29 de enero de 2025

El “Estado profundo” europeo

 


      Director de arte del festival Magmart, diseñador gráfico y web y autor de articulos sobre arte y cultura.


Los líderes europeos merecen sin duda este calificativo inapelable: patéticos. Los que, en la trastienda, “cortan el bacalao”, están desconcertados, indecisos, indefensos ante la ofensiva trumptiana. Y con Elon Musk a la ofensiva.


     Se ha dicho y escrito mucho sobre el Estado profundo estadounidense –e, inevitablemente, se ha dicho todo y lo contrario de todo sobre él, hasta el punto de perder completamente de vista lo que realmente es–, pero nunca se ha hablado de un Estado profundo europeo. Este; sin embargo, existe y se manifiesta cada vez con más claridad. Naturalmente, hay una profunda diferencia con el americano, que representa un mundo compuesto, pero todavía centrado en mantener la hegemonía estadounidense sobre el mundo, mientras que el europeo se centra sobre todo en preservarse a sí mismo y a su propio poder.






Este Estado profundo europeo está formado esencialmente por políticos, burócratas, grandes comités y lobistas, en conexión cada vez mayor con soldados de los mandos de la OTAN, y forma efectivamente una especie de masonería europea, fuertemente comprometida con la promoción y defensa de sus miembros, pero sobre todo con al ejercicio de un poder supranacional cada vez más rampante y cada vez más antidemocrático.

Este Estado profundo se ha ido coagulando, especialmente en los últimos 10 o 15 años, y ha vaciado progresivamente de todo poder real a los distintos gobiernos nacionales, los únicos que tienen alguna representación democrática. La Comisión Europea se ha caracterizado cada vez más como una comisión muy diferente, una verdadera cúpula de superpoder completamente desprovista de cualquier legitimación democrática.

De manera cada vez más evidente, figuras que desempeñaban roles fundamentalmente meros representativos (Presidente de la Comisión Europea, Secretario General de la OTAN), han comenzado a actuar y presentarse como autoridades supremas de mando, no sujetas a ningún control por parte de los países que deberían representar, y que, además, habiéndose dejado vaciar progresivamente de todo poder efectivo, siguen en gran medida sin oponerse, reforzando así el papel (ilegal) de la cúpula.


La actual cúpula de la Comisión Europea.

Esta asunción subrepticia del poder también se produjo gracias a una alineación perfecta con el bloque de poder dominante en Estados Unidos –es decir, la alianza entre demócratas y neoconservadores– en cuyo cono de sombra ha prosperado el Estado profundo europeo. Es decir, se ha convertido en un dócil instrumento de la facción dominante en el Estado profundo estadounidense, encontrando en este dócil vasallaje la garantía de su dominio continental.

Inevitablemente, por tanto, el cambio de equilibrio en el Estado profundo estadounidense está produciendo una avalancha inesperada, y los miembros del Estado europeo ya no saben dónde posicionarse, indecisos entre la subordinación histórica al imperio de ultramar y la coherencia con el poder político.

El surgimiento de la dura verdad sobre la naturaleza de la relación entre el imperio y los países vasallos, con el desinterés, si no el desprecio, de la nueva administración estadounidense arrojado descaradamente a nuestra cara, sumado a la conciencia de que se está abriendo un periodo de mayor marginación, y al mismo tiempo de mayor subordinación, hace temblar la cúpula del poder europeo. La perspectiva de una guerra en las puertas orientales del continente y, sobre todo, el miedo a tener que afrontarla solos, desorientan a los miembros del Estado profundo europeo, que ahora intentan confusamente encontrar un nuevo punto de equilibrio y, esencialmente, preservar su jardín.

Mientras el eje geopolítico del mundo se desplaza inevitablemente hacia Asia y la arquitectura del poder europeo cruje, las élites que han estado guiando el continente durante varias décadas se están situando como un erizo; la restricción de los espacios de libertad y democracia, ya ampliamente iniciada durante el episodio de la pandemia y luego fuertemente relanzada con la guerra en Ucrania, se convierte cada vez más en la obsesión dominante. Incluso si, por el momento, la ausencia de fuerzas auténticamente antisistema (sólo se ven movimientos de oposición parciales) amenaza como mucho al personal político superior, pero no al sistema en sí.
Lamentablemente, la única perspectiva visible que pone esto en duda es una derrota rotunda y dolorosa en la guerra.


Fuente: EL VIEJO TOPO

No hay comentarios:

Publicar un comentario