sábado, 18 de diciembre de 2010

Acto de presentación de "una luz de relámpagos", de Jesús Belotto, en Elda


Por Rafael Carcelén

frontispicio

A propósito de la cocina de la abuela, soy de los que piensan que sin una pizca de atrevimiento y un buen manojo de ingenuidad, apenas si hay hoy receta estética que merezca ser catada. Y más en un panorama como el actual donde lo esclerotizado, lo que funciona y se vende, se repite hasta la glotonería. Porque bien mirado, el poema siempre supuso lanzarse a un abismo en el que nadie sabe si acabaremos remontando y volando más o menos en armonía o estrellándonos precipitadamente contra la papelera. Como a Ícaro, al poeta, le corroe un hambre por aquello que no entiende o no capta o no interpreta. Y su apetencia no es la del esnob que aspira a deslumbrarnos con imágenes alucinantes, cuanto la de quien persigue (otra vez Ícaro) la transparente luz de “los ojos deseados que llevo en mis entrañas dibujados”, en la insuperable imagen de san Juan de la Cruz. Y, aun cegado y desorientado, su impulso es incontenible. Como su precipitación reiterada hacia el fracaso. O no. Porque al fin y al cabo es el vuelo, no las plumas, lo que anhela el auténtico poeta (según Rainer Kunze). Algo que alguna vez ocurre “y ya nada vuelve a ser lo mismo” cuando el virus calcina en el poema.

 

Por momentos la lectura de estos diez poemas puede, como las magdalenas de Proust, retrotraernos al realismo sucio (Carver, Bukowski, Roger Wolfe, etc.) o a ciertos escenarios aledaños al expresionismo. Pero me agradaría más emparentar a Jesús con Juan Gelman y lo que yo llamaría su ternura crítica, esa sensación que nos permite encontrar amparo en algunas palabras para seguir conviviendo y que, tan magistralmente, sustenta muchos poemas del argentino. O lo que denominaría la ironía fecundante de Ángel González, y cuya distante mirada, aunque más empática que antipática, más compasiva que altiva y, sobre todo, más solidaria que frívola, nos ayuda a comprender desde dentro la problemática de todo lo humano y el desamparo en que habitamos. Hay varios guiños a estos grandes poetas en la plaquette.

 

Como ambos, Jesús Belotto afronta el poema sin esperanza “en la belleza de las putas”, pero con convencimiento de albergar “certezas que me asaltaron en sueños”. Porque apenas si esta fragilidad está gestándose perpetuamente en la urdimbre de todo proceso creador. Y sin su dosis de insatisfacción, sin esa cucharadita de rebeldía, estos poemas no serían lo que son. No se habrían incubado en él. A pesar de su desesperanza, de su renuncia, de su descreimiento. O precisamente por ellos. Y aun sabiendo que no son el mismo Ulises aquel que partió y el que regresa. Aunque las palabras sean trampas, y el poeta un fingidor, que diría Pessoa. Porque también nosotros, igual de ingenuos y desprevenidos, avanzamos bajos de defensas como él. Como cadáveres o maniquíes extrañamente sorprendidos. Y entre paréntesis. “Como un piso abandonado;/ no por vacío, sino por helado”.

Sí. Una luz de relámpagos: eso es el tiempo, se nos dice antes de llevarnos hasta un banco de un parque. A esa intemperie que es el poema. Tal es la constatación a la que aspiran responder estos textos. Y nada más. ¿O nada menos?.  That is the question, que dijera el otro. Por eso hypocrite lecteur,-mon semblable,-mon frère!, ha llegado la hora de que degustes estos mínimos destellos y de que, a propósito de la cocina de la abuela, paladees sus más íntimos jugos. Al raso. Sin argucias. Atrévete. No te arrepentirás. Quedes o no atrapado entre sus cepos. Y que aproveche.

Rafael Carcelén



Rafael Carcelén presentando el acto






Jesús Belotto







Fotografías de Tania y Bruno

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