(Originalmente publicado en el semanario Valle de Elda)
La literatura
No hace mucho, a mis anchas en una librería, encontré un tomo que atrajo mi atención: La literatura en peligro. Su autor, el búlgaro Tzvetan Todorov, me había introducido en plena juventud en el estudio de los formalistas rusos con su Teoría de la literatura, nada fácil pero donde aprendí mucho. Como quien regresa a un primer amor ya casi olvidado pero todavía palpitante, abrí el volumen al azar con tanto temor como expectación y me topé con esta frase: “Si hoy me pregunto por qué amo la literatura, la respuesta que de forma espontánea me viene a la cabeza es: porque me ayuda a vivir”. Me asombró que alguien que ha navegado por procelosas poéticas estructuralistas o semióticas tesis tan complicadas fuese capaz de expresar y resumir toda su trayectoria con una frase tan directa y contundente. Por supuesto lo compré y lo leí, fascinado, ese mismo día.
El mayor peligro para la literatura está en su propia enseñanza, nos dice el autor, cuando se aprende no de qué hablan las obras sino qué opinan de ellas los críticos, transmitiendo así nuestras teorías sobre los textos antes que promover sumergirnos en ellos por sí mismos. Los intrincados arbustos de la crítica moderna no nos han ayudado a desentrañar lo esencial, generándonos además una sensación de incomprensión de las obras que no es en realidad sino el más absoluto desconocimiento de los supuestos teóricos que sustentan sus análisis interpretativos. Y que no hace sino alejarnos cada vez más de los libros. Abundando en esta línea, el catedrático José- Carlos Mainer, coordinador de la recientísima, monumental e impagable Historia de la Literatura española editada en Crítica, se queja de haber “parcelado demasiado” en compartimentos estancos nuestra historia literaria, lo que ha redundado en una visión muy cuadriculada, en inflexibles agrupamientos, que ha restringido su apreciación en el tiempo. Y, por lo tanto, en una enseñanza muy encorsetada e inactual de sus autores.
El búlgaro termina por preguntarse si deberíamos liberar a la literatura de ese corsé asfixiante de “juegos formales, lamentos nihilistas y egocentrismo solipsista” a que ha llegado, concluyendo que la escuela debe esforzarse por acceder al sentido de cada obra, y que ha de permitirnos, más allá de ilustrar con sus textos la perspectiva de cualquier corriente crítico-literaria, profundizar en el conocimiento de lo humano, de sus conductas, de sus miserias o sus pasiones. En Sófocles, Shakespeare o Dostoyevski podemos aprender tanta o más psicología que en el manual más exigente. ¿Cuánta sociología no exhalan La Celestina o El Decamerón?. ¿Y ese manual de vida que es El Quijote?. La literatura, además de fuente inagotable de gozo imaginativo, es un caudal donde confluyen prácticamente todas las disciplinas humanísticas. He ahí su valor, su insustituible aportación para conocernos en una dimensión más integrada e integral.
“La literatura abre hasta el infinito esta posibilidad de interacción con los otros, y por lo tanto nos enriquece infinitamente. Nos ofrece sensaciones insustituibles que hacen que el mundo real tenga más sentido y sea más hermoso. No sólo no es un simple divertimento, una distracción reservada a las personas cultas, sino que permite que todos respondamos mejor a nuestra vocación de seres humanos”, afirma Todorov. Una lectura que me ha recordado aquel pensamiento de Pascal donde el francés asegura que "los mejores libros son aquellos cuyos lectores creen que también ellos los pudieron haber escrito". Desde luego mí me hubiese encantado escribirlo. Por su sencillez y visión alentadora, por su estilo fluído y esa capacidad de contagiarnos y seducirnos que solo poseen los grandes. Y Todorov ya lo es.
Rafael Carcelén es maestro de escuela en el CEIP Padre Manjón de Elda. Poeta, lector apasionado y perpetuo observador, opina sobre la realidad que nos rodea, bien en su columna Entre col y col en el semanario Valle de Elda o en otros foros independientes y/ o alternativos.
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