Por
Fernando
Prats
Lo más alarmante no son únicamente sus efectos institucionales, sociales o económicos, sino su ruptura sistemática con límites indispensables para preservar la vida, la dignidad humana y la convivencia en paz
Ante el flujo constante de noticias que llegan a ritmo vertiginoso desde el universo trumpista, resulta imprescindible conservar la lucidez necesaria para comprender las claves de la situación actual en Estados Unidos. Lo verdaderamente importante ahora es descifrar el significado profundo del proyecto global de la extrema derecha estadounidense: un proyecto que cuenta con un amplio respaldo electoral que abarca desde sectores populares –incluidos migrantes– defraudados por las élites políticas tradicionales, hasta personas y grandes corporaciones, especialmente en el ámbito tecnológico, que manejan recursos billonarios y un poder extraordinario.
Más allá de la personalidad despótica y falsaria de Trump, existe un proyecto político coherente, cuidadosamente articulado por la ultraconservadora Fundación Heritage a través del Programa 2025.
Financiado generosamente por entidades afines, este plan constituye una propuesta distópica frente al cambio de ciclo histórico que atravesamos. Se trata de un programa integral que la Administración trumpista aplica con fidelidad y que aspira a expandir su contenido a otras regiones de Occidente. Sus rasgos fundamentales, se sintetizan a continuación:
En el contexto de una crisis civilizatoria que amenaza la vida tal como la conocemos, cuestiona los paradigmas vigentes en Occidente y genera una profunda inquietud y polarización social, el trumpismo representa la respuesta extrema del capitalismo estadounidense.
Se trata de un punto de inflexión que supera las políticas de Bolsonaro, Milei, Orbán o Meloni e influye sobre las posiciones de la extrema derecha en ascenso en otros países europeos como Francia, Alemania, Inglaterra o España. Con una posición central en esa dinámica, el trumpismo ofrece un perfil propio y enfrenta su decadencia intentando preservar su dominio global –“America first”– a toda costa.
El trumpismo ejerce un poder institucional en el país sin precedentes, con mayorías absolutas en el Congreso, el Senado y la Corte Suprema. Este poder se manifiesta mediante un creciente autoritarismo presidencial, que desafía decisiones de jueces federales (incluida la Reserva Federal) y transgrede de forma cada vez más evidente las tradiciones, prácticas e incluso la Constitución. Las medidas represivas se intensifican: se arenga a los altos mandos del ejército, se proyecta la idea del “enemigo interior”, se “limpian” militarmente ciudades opositoras, se interfiere en las universidades, se promueve la persecución judicial de adversarios políticos, se amedrenta a los medios independientes etc.
- Protestas estudiantiles en la Universidad de Columbia (Nueva York, EEUU) en solidaridad con el pueblo palestino en abril de 2024.
El régimen ya es denunciado en manifestaciones masivas por su deslizamiento hacia una forma de autoritarismo posdemocrático. Las elecciones intermedias de 2026 (Congreso y Senado) y las presidenciales de 2029 podrían marcar un punto de inflexión crítico para la democracia, ante la posibilidad de enfrentamientos violentos provocados por la impugnación de resultados adversos al actual presidente.
El respeto a los derechos humanos ha dejado de ser un principio rector del gobierno federal. En la era Trump, más allá del desmontaje sistemático de los derechos de género, diversidad, equidad o inclusión, se promueven iniciativas orientadas a la criminalización, persecución y deportación masiva de millones de inmigrantes en situación irregular, sin garantías jurídicas adecuadas y mediante procedimientos crueles y deshumanizantes.
Según datos oficiales, se estima que hay alrededor de 13 millones de personas sin papeles en EEUU, de las cuales casi el 80 % lleva más de cinco años en el país y menos del 4 % posee antecedentes penales, de acuerdo con el propio Departamento de Seguridad Nacional.
Estados Unidos figura entre los seis países con mayor desigualdad de riqueza real por habitante del mundo, y esta brecha se profundiza bajo el mandato de Trump. La llamada “Gran y Hermosa Ley” del 4 de julio se alinea con los recortes fiscales extraordinarios de 2017 que favorecen a los más ricos mientras reduce programas sociales clave como Medicaid y SNAP.
La Oficina Presupuestaria del Congreso advierte sobre su carácter regresivo: mientras los ingresos del 10 % más rico crecen, el 30 % más pobre ve deteriorada su situación, y hasta 12 millones de personas podrían perder su cobertura médica. Los presupuestos federales para 2026, con recortes históricos en políticas sociales, han sido calificados por analistas de la Universidad de Nueva York como “antipobres, antiminorías, anticiencia y antimedioambiente”.
Desde el Gobierno, Trump impulsa un neoliberalismo radical orientado a sanear los desequilibrios estructurales de una economía imperial deficitaria y a privatizar nuevas estructuras de poder soberano que pasan al control de elites tecnoautoritarias. Para ello, apuesta por el aumento de la imposición arancelaria a las importaciones, el estímulo inversor –prioritariamente en un campo tecnológico recalentado–, el establecimiento de un marco fiscal y regulatorio favorable a la acumulación de capital y la fuerte reducción del gasto social. Esta opción, sometida a fuertes tensiones interrelacionadas –contradicciones arancelarias, burbuja IA y deuda global– podría acabar complicando la situación económica y generar una crisis global de considerables dimensiones.
Las tensiones entre resiliencia y desestabilización del sistema económico tardarán un tiempo en concretarse, aunque expertos en la materia, como la ex economista jefa del FMI y profesora de Harvard, G. Gopinath, apuntan en un reciente artículo en The Economist a la posibilidad de que se llegue producir un crash de dimensiones billonarias. El tema es clave, ya que no solo las próximas contiendas electorales podrían depender del estado de la economía y su repercusión en la vida de los norteamericanos, sino que también pondría en cuestión la arquitectura impuesta por el trumpismo en el exterior.
En paralelo, el llamado Complejo Tecnológico Autoritario, conformado por figuras clave de Silicon Valley como P. Thiel, E. Musk y otros afines a las políticas antidemocráticas del trumpismo, consigue contratos milmillonarios en infraestructuras críticas del Estado –información de la población, suministro monetario, defensa, comunicaciones orbitales y energía– que les confiere un poder fáctico sobre la soberanía del país como nunca se había conocido en la historia de Estados Unidos. Un artículo reciente en Le Monde Diplomatique “El Golpe de Estado del autoritarismo tecnológico” de Francesca Bria –entre otras cosas consejera del Gobierno español sobre Inteligencia Artificial– describe con detalle dicho proceso.
El activo boicot del trumpismo a los insuficientes acuerdos internacionales para afrontar la crisis ecosocial lo convierten en un factor decisivo en la aceleración del deterioro climático y ambiental del planeta. Trump y su Gobierno pretenden ignorar que EEUU es el segundo emisor de gases de efecto invernadero (5.961 millones de toneladas equivalentes de C02 en 2023) o que las catástrofes ambientales y climáticas, con creciente impacto humano y económico, ofrecen ya un panorama escalofriante en su país.
Todo ello ocurre en momentos en los que referentes como el “Planetary Health Check 2025” del Instituto de Postdam y el Global Atmosphere Watch (NNUU), acaban de informar que siete de los nueve límites que sostienen la vida actual en el planeta ya han sido desbordados, y que la concentración de CO2 en la atmósfera alcanza el 120% del nivel máximo de seguridad.
Bajo las consignas de “América primero”, “paz (americana) a través de la guerra” y una contención incondicional de China, el trumpismo ignora a las NNUU, rechaza la vía de los acuerdos multilaterales e impulsa un nuevo orden mundial basado en la hegemonía unilateral y la fuerza militar de EEUU. Este dominio, que requiere garantizar el acceso a territorios con nuevos recursos estratégicos escasos concentrados en China, se refuerza mediante alianzas estratégicas con países clave en regiones consideradas críticas como el Indo-Pacífico, Europa y Oriente Próximo (y el Ártico), con el fin de impedir la consolidación de otras potencias emergentes, en especial de China.
Simultáneamente, la Administración trumpista, impone aranceles, reduce drásticamente la ayuda a países pobres, promueve el rearme y alimenta una retórica de amenazas, miedo y confrontación. Esta actitud, basada en la imposición y la fuerza militar, genera rechazo en numerosos países, alienta nuevas alianzas en el Sur Global en torno a China, India y Rusia, y aumenta el riesgo de conflictos armados –incluso nucleares– en el ámbito regional y global. Trump acaba de ordenar retomar las pruebas de armas nucleares en EEUU.
Finalmente, una parte importante de la fortaleza del trumpismo radica en la profunda crisis del Partido Demócrata, hoy prácticamente ausente del debate político. Incapaces de comprender la magnitud del cambio de ciclo, los demócratas han renunciado a liderar un proceso de transformación democrática y solidaria para enfrentar la crisis del capitalismo. Acomodados en los privilegios de las élites políticas, han perdido el vínculo con amplios sectores de la ciudadanía que se sienten engañados por promesas incumplidas desde Washington.
Mientras emergen con fuerza nuevos y jóvenes líderes políticos con programas innovadores, como Mamdami en Nueva York, encuestas recientes reflejan un rechazo mayoritario –superior al 55 %– a las principales políticas de Trump en materia migratoria, económica, fiscal y exterior. Pero otras investigaciones muestran que más de la mitad de los millones de manifestantes convocados por la sociedad civil en abril y octubre en miles de ciudades con consignas como “No kings”, también expresan su descontento con las políticas de Biden.
Lo más alarmante del proyecto ultracapitalista que encarna el trumpismo no son únicamente sus efectos institucionales, sociales o económicos, sino su ruptura sistemática con límites indispensables para preservar la vida, la dignidad humana, la convivencia en paz y los entornos existenciales que las sustentan.
Más allá de la constante violación de los derechos humanos o la agresión a los sistemas que sustentan la vida en la Tierra, lo que revela la total ausencia de límites en la defensa del dominio de las élites del capital extremo se manifiesta de manera brutal en la complicidad de EEUU con Israel en el genocidio de Gaza. El trato inhumano a millones de personas, las hambrunas inducidas y las decenas de miles de víctimas masacradas constituyen una crisis moral de magnitudes colosales que señalará trágicamente a ambos países –y a quienes miraron hacia otra parte– en el futuro. Si las políticas extremistas del trumpismo no son desplazadas del poder mediante la acción política, democrática y civilizada del pueblo estadounidense, Gaza podría convertirse en una metáfora distópica reproducible en otras partes, amenazándonos a todos.
Naomi Klein y Astra Taylor, en un contundente artículo titulado “El auge del fascismo del fin de los tiempos”, denuncian que la ideología dominante de la extrema derecha contemporánea carece de una visión creíble y esperanzadora de futuro. Y concluyen: “Cuanta más gente comprenda hasta qué punto esta ideología ha sucumbido al complejo de Armagedón, más dispuesta estará a luchar, al darse cuenta de que ahora está en juego absolutamente todo”.
Finalmente, Klein y Taylor proponen dos vías para contrarrestar esta fiebre apocalíptica: primero, ayudarnos mutuamente a enfrentar la profundidad de la depravación que ha tomado la extrema derecha; y segundo, contrarrestar sus narrativas con una historia mucho mejor sobre cómo atravesar los tiempos difíciles sin dejar a nadie atrás. “Una historia no del fin de los tiempos, sino de tiempos mejores; no de separación y supremacía, sino de interdependencia y pertenencia; no de huida, sino de permanecer y ser fieles a la turbulenta realidad terrenal en la que estamos inevitablemente enredados”.
Fuente: Ctxt


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