Israel, el Papa y un millón más
Cuando Europa exhibe sus valores y los funda en sus raíces cristianas, mira a Roma, esa Segunda Jerusalén desde donde se pronuncian (casi) inaudibles palabras de protesta cuando los israelíes masacran a palestinos musulmanes; y tampoco se estremeció mucho el nuevo Papa cuando el ejército israelí asesinó a unos cuantos católicos bombardeando la iglesia de Gaza, e hiriendo al párroco: unas palabras de lamento y la contestación de los asesinos de que investigarían el caso, que ha sido producto de un error. Todo lo cual retrata al nuevo Papa como se sospechaba: tímido y sin carisma, de “transición” (como siempre se dice, es la costumbre) hacia la nada: una inopia calculada en la situación internacional y un silencio cínico ante las asechanzas del fascismo actualizado.
Contemplando el millón de jóvenes amontonados en Roma con motivo del Jubileo de la Juventud, no pude dejar de pensar en la ocasión perdida por este Papa que, aunque escasamente arrojado no deja de recibir sobre sus hombros la responsabilidad y la entrega de los santos y mártires de la Iglesia, y lanzara a esos jóvenes, tan inflamados de fe como se les veía, hacia la Tierra Santa , profanada y víctima de tanta violencia, como ya hiciera su lejano antecesor Urbano II en 1095, predicando la cruzada a aquellos miles de fanáticos desharrapados. Nada hubiera sido más indicado, teniendo en cuenta el dramatismo y la sangre que se vierte en Tierra Santa, que redirigir a tantos miles de bien alimentados jóvenes entusiastas hacia la tierra del Islam, ahora en manos de esos primos nuestros cuyas atrocidades dejan en mantilla a las de aquellos adoradores de Alá; unos parientes que ya han acumulado casi 70.000 cadáveres de inocentes, claro que musulmanes en su inmensa mayoría, que debe ser la diferencia, cualitativa, que marque la actitud de este León y aquel Urbano.
Pero no, no ha habido nada de eso: son ciudadanos europeos horrorizados -pocos católicos, muchos ateos- los que pujan una y otra vez por romper el cerco de los desgraciados gazatíes. Con un “conocemos la violencia del terrorismo y respetamos a los muchos que han muerto y a los rehenes, que deben ser liberados. Pero también hay que pensar en los muchos que están muriendo de hambre” nuestro León XIV ha mostrado sus formas prudentes y “equilibradas”: unos y otros son malos, y qué pena que los niños mueran de hambre; y con un patético “la Santa Sede no puede detener los conflictos”, ha dejado bien claro que el papel de la Roma vaticana es “rezar por todos los pueblos que sufren la guerra”. No me extrañaría que estos lamentos, tan suaves y comedidos se los hubieran redactado los sionistas del Sacro Colegio cardenalicio, donde es seguro que están infiltrados.
Sin duda que el nuevo Papa reconoce -en el confortable silencio de su corazón- la masacre de los genocidas en Gaza pero no puede obviar que el Estado de Israel pretende ser el “cumplimiento” de las promesas de Yahvé (que también es el Dios de los cristianos, ¿o no?) a Abrahán, Isaac y Jacob. Unas promesas ferviente y dogmáticamente asumidas por el cristianismo, muy especialmente por la rama católica, apostólica y romana, que comparte esa Biblia veterotestamentaria y su vasta mitología.
Pero que nadie tome por frívolas estas anotaciones, porque estas masacres cuestionan no solo al sionismo y su base bíblico-religiosa (o sea, Yahvé y sus promesas y concesiones), sino también al cristianismo con su armadura teológica, su estricto vínculo judaico y, sobre todo, sus complacencias ante el Estado de Israel y sus inmensos crímenes (entre los que cabe al menos una mención a su maltrato a los Santos Lugares del cristianismo). Un vínculo y una responsabilidad que son atroces e indigeribles, pero a las que el Papa no puede objetar porque pondría en serio peligro la e integridad, y sobre todo la esencia, del imperio religioso de Roma: su historia, su relato, sus valores y sus pretensiones.
Cuando Netanyahu -como hace con frecuencia- se dirige a un foro de cristianos (generalmente en sus visitas a Estados Unidos, donde bulle un fanático sionismo cristiano, si bien evangélico), y se atreve a decir que tanto él como el Estado de Israel también defienden al cristianismo cuando combaten a Hamás en Gaza, esas palabras blasfemas, en boca de un tipo sanguinario y que chorrea sangre, no encuentran el menor eco desde las instancias vaticanas, asustadizas e hipócritas, que debieran denunciar al Estado de Israel por falsario y criminal, pero que iría contra la cobertura histórico-ideológica del cristianismo católico, sacudiéndolo hasta sus cimientos.
Y recuérdese, que el momento es el oportuno, cómo los papas Pío XI y Pío XII se hicieron en realidad cómplices de los regímenes de Mussolini y de Hitler, de los que estuvieron muy lejos de plantarles cara conociendo bien su ideología y sus fechorías, nada cristianas; y por ello algunos historiadores no dudaron en calificarlos, a ambos papas, de fascistas.
Es verdad que León XIV, como sus antecesores, lo tiene muy difícil y delicado: ¿cómo salir al paso, condenando y estigmatizando como merecen a los que se dicen nada menos que Pueblo elegido y receptor en cuanto tal de la Tierra prometida? ¿Cómo entrar a saco en esos absurdos bíblicos sin sufrir directamente el impacto de la farsa inasumible y el reconocimiento de que los cristianos estamos atados a esos mitos, incluyendo los más sangrientos? ¿Cómo lanzar contra esos sionistas sanguinarios la acusación de genocidas si, en definitiva, son nuestros genocidas? Así que a callar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario