A
las teclas de la newsletter “La vida que vendrá”.
Hace
semanas que vengo pensando en este
artículo de Albert Burneko en El Salto.
Explica, con muy buenos argumentos, por
qué los sueños de Elon Musk de convertir a la especie humana en
“interplanetaria” instalando una colonia en Marte (usando
buena parte de recursos públicos, poniendo a centenares de personas
a trabajar en lo que el autor denomina una fantasía eugenésica y
recibiendo una cantidad extraordinaria de publicidad) son
absurdos. Marte
no tiene una magnetosfera que nos protege de la radiación solar, es
incapaz de otorgar las condiciones necesarias para la vida a un
mísero helecho y, en el caso de que logremos mantener una colonia
estable allí, levantada con el esfuerzo y la vida miserable de los
pioneros y dilapidando innumerables recursos, solo podría aspirar a
salvar de un supuesto empeoramiento de la vida en nuestro planeta a
unos cuantos elegidos, dejando en la Tierra -como siempre- a la
mayoría.
Elon Musk está obsesionado con visitar Marte y establecer una colonia humana permanente (SpaceX).
Pero
sobre todo, remarca el autor,
el absurdo radica en pensar que cualquier intervención sobre el
ecosistema marciano va a mejorar las extraordinarias, para algunas
milagrosas, circunstancias que permiten que la vida en la Tierra sea
variada, próspera y floreciente.
Aun en el peor de los escenarios en nuestro planeta, incluyendo
guerras nucleares, supervolcanes, asteroides que aparecen por
sorpresa, pandemias de virus que se comen la carne de tu cara o el
más acelerado de los cambios climáticos, sigue siendo un lugar
mucho más conveniente. para vivir que un planeta rojo terraformado:
“Ni
siquiera en todos estos escenarios la Tierra cesaría de tener
oxígeno respirable, por ejemplo, o dejaría de gozar de una
magnetosfera.
En el día después de incluso el peor de estos escenarios, si
tuvieses que elegir uno de los dos planetas a los que aplicar
fórmulas de ingeniería para convertirlos en habitables, la Tierra
seguiría siendo una opción infinitamente superior. A efectos de
planificación, el planeta que hay que preparar como una base de
supervivencia en caso de un acontecimiento apocalíptico es en el que
estás leyendo este artículo”.
A
nadie sorprende, a estas alturas del partido, que Elon Musk tiene una
mala idea, basada en su cosmovisión infantil, envidiosa y
profundamente acomplejada de la realidad que le rodea. Lo que puede
llamar más la atención es la cantidad de aplausos que recaba ya no
entre los ultraderechistas que jalean su ataque coordinado a las
democracias,
también entre divulgadores científicos que se consideran libres de
todo sesgo. Apegados
a los papers,
a los datos, a los hechos, confunden continuamente la soberbia con
seguridad y, son tan fáciles con la palabra 'magufo' a quienes no
les bailan el agua como incapaces de identificar la inmensa
construcción de prejuicios e ideología neoliberal sobre la que se
asienta su trabajo.
Aquí varios ejemplos. En
este artículo,
el divulgador Álex Riveiro no disimula su entusiasmo ante el éxito
de uno de los experimentos de las naves espaciales de SpaceX (la
compañía espacial de Musk). Escribe: “El
gran objetivo de fondo, no podemos olvidarlo, es el de conseguir que
la humanidad se convierta en una especie multiplanetaria.
Uno de los sueños de Elon Musk es que en unas tres décadas, en los
próximos 30 años, con Starship, se pueda llegar a establecer un
asentamiento de más de un millón de personas en Marte. Es algo que
todavía está lejos de convertirse en una realidad, pero la
capacidad de Starship de transportar 100 personas en cada viaje,
desde luego, lo podría convertir en realidad”.
Imagen del regreso de SuperHeavy a la torre de lanzamiento, en el que SpaceX ha logrado atrapar la primera fase en el primer intento. Steve Jurvetson-Wikimedia Commons.
Por
supuesto, ni
una sola mención a que la labor más nítidamente política de Musk
consiste en tumbar gobiernos que pueden acercar a la especie humana a
soportar con garantías el cambio climático.,
la amenaza más clara que enfrentará el bienestar global del ser
humano en los próximos 30 años -y aún así, recordemos, seguiría
siendo un planeta muchísimo más agradable y soportable que
cualquier estructura que pueda levantar en Marte-.
En
este otro artículo,
los “expertos” consultados, algunos de ellos con cargos en la
NASA, celebran los avances del ultraderechista aludiendo a que “no
hay mejor manera de vivir que tratar de dónde entender estamos, qué
es la vida y el universo y dónde vivimos en la naturaleza”. Sin
embargo, ese “tratar de entender” nunca pasa por preguntarse por
qué un magnate que alienta discursos de odio contra minorías con
audiencias de millones de personas mientras se prepara el café
pierde
el tiempo y los recursos en una ensoñación escapista sin sentido.
En
parte lo entiendo y, si me abstraigo, puedo conectar con ese
entusiasmo. Siempre es sugerente mirar a las estrellas y es fácil
dejarse llevar por la idea de una civilización superpoderosa, que
avanza por los planetas por el hiperespacio mientras paisajes
descubre y formas de vida nunca antes imaginadas. La
fascinación por lo desconocido, por lo vasto, extraño y aterrador
del espacio atraviesa, en mayor o menor medida, a muchos de nosotros.
Por otro lado, es
mucho más fácil, como divulgador, aplaudir estas iniciativas
acríticamente a ponerse a cuestionar, a entrar en materia, a hacer
política. Es incómodo, pierdes seguidores, abres melones que no
sabes cómo repartir.
Fotografía de la Tierra captada por la sonda espacial Voyager 1 desde una distancia de algo más de 6000 millones de kilómetros.
Sin embargo, en estos tiempos que
corren, con Musk ganando poder a espuertas, con herramientas bien
afiladas para ayudar a fascistas a asaltar Estados y promoviendo
abiertamente la violencia sectaria contra la otra trinchera de la
guerra cultural, mirar
hacia otro lado se convierte en negligencia. y en complicidad.
En
estos ejemplos se perciben más claramente las costuras de la
pretendida neutralidad de la divulgación científica. Sin embargo,
en otros polos de contenido e interés de estos particulares
creadores de contenido también se deja entrever el andamiaje
ideológico sobre el que montan el púlpito. Si tecleas en YouTube
'Esfera
de Dyson' puedes
encontrar centenares de vídeos sobre esta hipotética
infraestructura, consistentes en una
esfera que rodea a una estrella con el objetivo de aprovechar la
mayor parte de su energía para el consumo de una civilización que
necesita todos esos recursos, no se sabe muy bien para qué.
La esfera de Dyson de tipo enjambre.
Bueno, en realidad sí que se sabe. Se supone que una
civilización propia o ajena se metería en tal embolada para “saltar
de nivel”, asumiendo que la evolución de una sociedad, su
progreso, consiste en consumir cada vez más energía, en ser más
grande y más numerosa, en colonizar - expoliar- cada vez más
planetas, en hacerse todopoderosa.
Considerar que una
civilización cualquiera va a elegir la senda del crecimiento
exponencial e ilimitada para progresar es comprar absolutamente todos
y cada uno de los postulados ideológicos del capitalismo, lo cual no
solamente es político, sino que es
profundamente vanidoso (¿por
qué una raza extraterrestre? iba a replicar el modelo productivo que
se ha impuesto en el equivalente al 1% de la historia de la Humanidad
ya es casualidad) y, en mi opinión, estúpido? Ni siquiera se
plantea, ni siquiera insinúan, no
se les pasa por la cabeza que unos extraterrestres “avanzados” se
puedan plantear como principal meta garantizarse para sí mismos una
vida plácida, con
todos sus miembros disfrutando de sus necesidades básicas cubiertas,
y con tiempo y recursos para disfrutar de la compañía mutua, de la
creación compartida y del descanso, sin meterse en carreras
desquiciadas por aumentar las riquezas de la minoría dirigente ni
mantener a pueblos enteros. en la miseria y la humillación.
Para
garantizar los derechos humanos básicos del ser humano en todas
partes del globo se necesita, a largo plazo y corregidos
desequilibrios, mucha menos energía de la que consumimos
actualmente. Lo que
pasa es que fantasear con una especie extraterrestre socialista, que
jamás se haya planteado la construcción de una esfera de Dyson,
contradice lo que nos han enseñado sobre lo que es “avanzar” y,
sobre todo, es profundamente aburrido: tener en cuenta la
inimaginable inmensidad del Universo y nuestra limitada concepción
del tiempo, será con casi toda probabilidad indetectables.
No
es, en cualquier caso, una carencia intelectual de un puñado de
divulgadores: los programas de detección de vida extraterrestre, en
nombre de “la ciencia”, incluyen la esfera de Dyson entre los
posibles indicios, haciendo sonar las alertas si la luz de una
estrella es artificialmente irregular o se apaga en un corto periodo
de tiempo. Es el síntoma de una construcción hegemónica, parte del
“sentido común” sobre lo que entendemos -a mi juicio mal- que es
el avance, el progreso, el
sentido de la existencia.
A
mí me gusta mirar a las estrellas. En sentido amplio: me
gusta preguntarme qué es lo que hay más allá, por qué el cielo es
tan grande y nosotros somos tan pequeños;
de qué está hecha la red con la que se teje el cosmos, cómo
funciona realmente el tiempo, qué aspecto tiene un agujero negro y
qué se debe sentir al aterrizar en un cuerpo astral ajeno,
absolutamente desconocido, amenazador. Consumo bastante ese tipo de
contenido: esta carta no va de otra reprimenda asceta sobre nuestros
hábitos, sobre lo que nos hace evadirnos. Me parece una curiosidad
infantil, pero en el mejor de los términos: en parte innata,
natural, bonita y tierna contra la que es inútil luchar o tratar de
acallar. Sin embargo, seguir
mirando a las estrellas mientras los proyectos genocidas y
segregadores se erigen bajo nuestros pies es peligroso:
máximo cuando la misma persona que nos señala con su dedo al cielo
está destruyendo el suelo con la otra mano.
Campaña "Espacio para respirar" de Clean Cities, con Ecologistas, Ecodes, Con Bici, Is Global y Salud por Derecho. Álvaro Minguito.
Muchas de las
campañas ecologistas se han basado en este conflicto, desde el “no
hay planeta B” de los orígenes de Fridays for Future al 'No
me voy a Marte' de Ecologistas en Acción y Nacho Vegas.
Cualquier campaña climática tiene que plantearse como principal
meta ser popular, por lo que no podemos girarle la cara al cielo,
acallar esa inclinación natural hacia preguntarse qué hay más
allá. En la vida que
vendrá seguiremos mirando a las estrellas, faltaría más. Pero las
prioridades son otras. La
Tierra va a seguir aquí, hagamos lo que hagamos; se trata de salvar
nuestra capacidad para disfrutar de ella, para recibir los rayos del
sol sin que nos queme, para seguir maravillándonos con la increíble
biodiversidad, tan increíble que nos harían falta varias vidas para
conocerla por completo. Para que los desiertos no se conviertan en
infiernos y el agua siga fluyendo.
Fuente:
La vida que vendrá
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