miércoles, 8 de enero de 2025

Mirar mal a las estrellas

 

      A las teclas de la newsletter “La vida que vendrá”.


     Hace semanas que vengo pensando en este artículo de Albert Burneko en El Salto. Explica, con muy buenos argumentos, por qué los sueños de Elon Musk de convertir a la especie humana en “interplanetaria” instalando una colonia en Marte (usando buena parte de recursos públicos, poniendo a centenares de personas a trabajar en lo que el autor denomina una fantasía eugenésica y recibiendo una cantidad extraordinaria de publicidad) son absurdos. Marte no tiene una magnetosfera que nos protege de la radiación solar, es incapaz de otorgar las condiciones necesarias para la vida a un mísero helecho y, en el caso de que logremos mantener una colonia estable allí, levantada con el esfuerzo y la vida miserable de los pioneros y dilapidando innumerables recursos, solo podría aspirar a salvar de un supuesto empeoramiento de la vida en nuestro planeta a unos cuantos elegidos, dejando en la Tierra -como siempre- a la mayoría.


Elon Musk está obsesionado con visitar Marte y establecer una colonia humana permanente (SpaceX).

Pero sobre todo, remarca el autor, el absurdo radica en pensar que cualquier intervención sobre el ecosistema marciano va a mejorar las extraordinarias, para algunas milagrosas, circunstancias que permiten que la vida en la Tierra sea variada, próspera y floreciente. Aun en el peor de los escenarios en nuestro planeta, incluyendo guerras nucleares, supervolcanes, asteroides que aparecen por sorpresa, pandemias de virus que se comen la carne de tu cara o el más acelerado de los cambios climáticos, sigue siendo un lugar mucho más conveniente. para vivir que un planeta rojo terraformado:

“Ni siquiera en todos estos escenarios la Tierra cesaría de tener oxígeno respirable, por ejemplo, o dejaría de gozar de una magnetosfera. En el día después de incluso el peor de estos escenarios, si tuvieses que elegir uno de los dos planetas a los que aplicar fórmulas de ingeniería para convertirlos en habitables, la Tierra seguiría siendo una opción infinitamente superior. A efectos de planificación, el planeta que hay que preparar como una base de supervivencia en caso de un acontecimiento apocalíptico es en el que estás leyendo este artículo”.

A nadie sorprende, a estas alturas del partido, que Elon Musk tiene una mala idea, basada en su cosmovisión infantil, envidiosa y profundamente acomplejada de la realidad que le rodea. Lo que puede llamar más la atención es la cantidad de aplausos que recaba ya no entre los ultraderechistas que jalean su ataque coordinado a las democracias
, también entre divulgadores científicos que se consideran libres de todo sesgo. Apegados a los papers, a los datos, a los hechos, confunden continuamente la soberbia con seguridad y, son tan fáciles con la palabra 'magufo' a quienes no les bailan el agua como incapaces de identificar la inmensa construcción de prejuicios e ideología neoliberal sobre la que se asienta su trabajo.

Aquí varios ejemplos.
En este artículo, el divulgador Álex Riveiro no disimula su entusiasmo ante el éxito de uno de los experimentos de las naves espaciales de SpaceX (la compañía espacial de Musk). Escribe: “El gran objetivo de fondo, no podemos olvidarlo, es el de conseguir que la humanidad se convierta en una especie multiplanetaria. Uno de los sueños de Elon Musk es que en unas tres décadas, en los próximos 30 años, con Starship, se pueda llegar a establecer un asentamiento de más de un millón de personas en Marte. Es algo que todavía está lejos de convertirse en una realidad, pero la capacidad de Starship de transportar 100 personas en cada viaje, desde luego, lo podría convertir en realidad”.


Imagen del regreso de SuperHeavy a la torre de lanzamiento, en el que SpaceX ha logrado atrapar la primera fase en el primer intento. Steve Jurvetson-Wikimedia Commons.


Por supuesto, ni una sola mención a que la labor más nítidamente política de Musk consiste en tumbar gobiernos que pueden acercar a la especie humana a soportar con garantías el cambio climático., la amenaza más clara que enfrentará el bienestar global del ser humano en los próximos 30 años -y aún así, recordemos, seguiría siendo un planeta muchísimo más agradable y soportable que cualquier estructura que pueda levantar en Marte-.

En este otro artículo, los “expertos” consultados, algunos de ellos con cargos en la NASA, celebran los avances del ultraderechista aludiendo a que “no hay mejor manera de vivir que tratar de dónde entender estamos, qué es la vida y el universo y dónde vivimos en la naturaleza”. Sin embargo, ese “tratar de entender” nunca pasa por preguntarse por qué un magnate que alienta discursos de odio contra minorías con audiencias de millones de personas mientras se prepara el café pierde el tiempo y los recursos en una ensoñación escapista sin sentido.

En parte lo entiendo y, si me abstraigo, puedo conectar con ese entusiasmo. Siempre es sugerente mirar a las estrellas y es fácil dejarse llevar por la idea de una civilización superpoderosa, que avanza por los planetas por el hiperespacio mientras paisajes descubre y formas de vida nunca antes imaginadas. La fascinación por lo desconocido, por lo vasto, extraño y aterrador del espacio atraviesa, en mayor o menor medida, a muchos de nosotros. Por otro lado, es mucho más fácil, como divulgador, aplaudir estas iniciativas acríticamente a ponerse a cuestionar, a entrar en materia, a hacer política. Es incómodo, pierdes seguidores, abres melones que no sabes cómo repartir.


Fotografía de la Tierra captada por la sonda espacial Voyager 1 desde una distancia de algo más de 6000 millones de kilómetros. 


Sin embargo, en estos tiempos que corren, con Musk ganando poder a espuertas, con herramientas bien afiladas para ayudar a fascistas a asaltar Estados y promoviendo abiertamente la violencia sectaria contra la otra trinchera de la guerra cultural, mirar hacia otro lado se convierte en negligencia. y en complicidad.

En estos ejemplos se perciben más claramente las costuras de la pretendida neutralidad de la divulgación científica. Sin embargo, en otros polos de contenido e interés de estos particulares creadores de contenido también se deja entrever el andamiaje ideológico sobre el que montan el púlpito. Si tecleas en YouTube 'Esfera de Dyson' puedes encontrar centenares de vídeos sobre esta hipotética infraestructura, consistentes en una esfera que rodea a una estrella con el objetivo de aprovechar la mayor parte de su energía para el consumo de una civilización que necesita todos esos recursos, no se sabe muy bien para qué.


La esfera de Dyson de tipo enjambre.


Bueno, en realidad sí que se sabe. Se supone que una civilización propia o ajena se metería en tal embolada para “saltar de nivel”, asumiendo que la evolución de una sociedad, su progreso, consiste en consumir cada vez más energía, en ser más grande y más numerosa, en colonizar - expoliar- cada vez más planetas, en hacerse todopoderosa.

Considerar que una civilización cualquiera va a elegir la senda del crecimiento exponencial e ilimitada para progresar es comprar absolutamente todos y cada uno de los postulados ideológicos del capitalismo, lo cual no solamente es político, sino que es profundamente vanidoso (¿por qué una raza extraterrestre? iba a replicar el modelo productivo que se ha impuesto en el equivalente al 1% de la historia de la Humanidad ya es casualidad) y, en mi opinión, estúpido? Ni siquiera se plantea, ni siquiera insinúan, no se les pasa por la cabeza que unos extraterrestres “avanzados” se puedan plantear como principal meta garantizarse para sí mismos una vida plácida, con todos sus miembros disfrutando de sus necesidades básicas cubiertas, y con tiempo y recursos para disfrutar de la compañía mutua, de la creación compartida y del descanso, sin meterse en carreras desquiciadas por aumentar las riquezas de la minoría dirigente ni mantener a pueblos enteros. en la miseria y la humillación.

Para garantizar los derechos humanos básicos del ser humano en todas partes del globo se necesita, a largo plazo y corregidos desequilibrios, mucha menos energía de la que consumimos actualmente. Lo que pasa es que fantasear con una especie extraterrestre socialista, que jamás se haya planteado la construcción de una esfera de Dyson, contradice lo que nos han enseñado sobre lo que es “avanzar” y, sobre todo, es profundamente aburrido: tener en cuenta la inimaginable inmensidad del Universo y nuestra limitada concepción del tiempo, será con casi toda probabilidad indetectables.

No es, en cualquier caso, una carencia intelectual de un puñado de divulgadores: los programas de detección de vida extraterrestre, en nombre de “la ciencia”, incluyen la esfera de Dyson entre los posibles indicios, haciendo sonar las alertas si la luz de una estrella es artificialmente irregular o se apaga en un corto periodo de tiempo. Es el síntoma de una construcción hegemónica, parte del “sentido común” sobre lo que entendemos -a mi juicio mal- que es el avance, el progreso, el sentido de la existencia.

A mí me gusta mirar a las estrellas. En sentido amplio: me gusta preguntarme qué es lo que hay más allá, por qué el cielo es tan grande y nosotros somos tan pequeños; de qué está hecha la red con la que se teje el cosmos, cómo funciona realmente el tiempo, qué aspecto tiene un agujero negro y qué se debe sentir al aterrizar en un cuerpo astral ajeno, absolutamente desconocido, amenazador. Consumo bastante ese tipo de contenido: esta carta no va de otra reprimenda asceta sobre nuestros hábitos, sobre lo que nos hace evadirnos. Me parece una curiosidad infantil, pero en el mejor de los términos: en parte innata, natural, bonita y tierna contra la que es inútil luchar o tratar de acallar. Sin embargo, seguir mirando a las estrellas mientras los proyectos genocidas y segregadores se erigen bajo nuestros pies es peligroso: máximo cuando la misma persona que nos señala con su dedo al cielo está destruyendo el suelo con la otra mano.


Campaña "Espacio para respirar" de Clean Cities, con Ecologistas, Ecodes, Con Bici, Is Global y Salud por Derecho. Álvaro Minguito.


Muchas de las campañas ecologistas se han basado en este conflicto, desde el “no hay planeta B” de los orígenes de Fridays for Future al 'No me voy a Marte' de Ecologistas en Acción y Nacho Vegas. Cualquier campaña climática tiene que plantearse como principal meta ser popular, por lo que no podemos girarle la cara al cielo, acallar esa inclinación natural hacia preguntarse qué hay más allá. En la vida que vendrá seguiremos mirando a las estrellas, faltaría más. Pero las prioridades son otras. La Tierra va a seguir aquí, hagamos lo que hagamos; se trata de salvar nuestra capacidad para disfrutar de ella, para recibir los rayos del sol sin que nos queme, para seguir maravillándonos con la increíble biodiversidad, tan increíble que nos harían falta varias vidas para conocerla por completo. Para que los desiertos no se conviertan en infiernos y el agua siga fluyendo.

Fuente: La vida que vendrá

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