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sábado, 23 de diciembre de 2017

PASQUINES, nuevo poemario del asturiano José L. Campal


SINCERIDAD QUE EMOCIONA

 (SOBRE “PASQUINES”, DE JOSÉ L. CAMPAL)

Reseña de Isabel Marina

   Todos los que tenemos una edad hemos comprendido que, en cierto sentido, somos esclavos, que no es muy grande nuestra capacidad de acción y de elección en un mundo injusto. Sin embargo, para todos aquellos que escribimos hay un ámbito donde aún es posible ser libres: la palabra.

Pasquines (PiEdiciones, 2017) emociona porque es una expresión de libertad de pensamiento hasta sus últimas consecuencias. Plantea el poemario de José L. Campal (Asturias, 1965) una  descripción dura y realista de nuestra sociedad, que recuerda mucho a las escenas primeras de Metrópolis, de Fritz Lang. Ese cambio de turno de los trabajadores en que se muestra la alienación a la que el progreso tecnológico ha condenado a los obreros impresiona aún en nuestros días, cuando han pasado nada más y nada menos que noventa años. Es la nuestra una sociedad deshumanizada todavía, en la que Campal levanta su palabra con coraje.












La poesía ayuda a desvelar el corazón humano, tiene mucho de revelación, y en el caso que nos ocupa tiene, además, mucho de rebeldía. Los versos de Campal nos revelan un mundo de esclavos, en el que seguimos siendo piezas de un engranaje del que todos participamos: este capitalismo salvaje que nos engaña haciéndonos creer que somos libres. Ya que no podemos cambiar el mundo, al menos sí podemos alzarnos contra él, rebelarnos por escrito, y así el poeta dedica este libro, con valentía, «contra quienes juegan sucio aposta». El pensamiento y la escritura en libertad entrañan para Campal también una gran responsabilidad: ejercer la memoria, pues, en un mundo donde tantas cosas nos matan, él sabe que lo que más mata es el olvido.


Es la de Pasquines una poesía que no evade, sino que enfrenta al lector con la realidad, lo que subyace y no queremos ver, llamando a las cosas por su nombre: «Me aturde y desconcierta / que no veáis la cruda realidad / de este inmenso vertedero / en el que chapoteáis sin creéroslo / y donde triunfan lo feroz y lo mediocre». Es la de Pasquines una sinceridad que emociona, una poesía que se pone siempre del lado de la víctima. La extrañeza del poeta ante la sociedad hipócrita en la que vivimos le inspiran versos reveladores de sus íntimos sentimientos, en los que podemos, una vez más, sentirnos reflejados: «En la calle me tropiezo con los amigos / y hay días interminables en que sus saludos / me recuerdan vagamente mi cita con el psiquiatra». Y muestran el dolor por una patria que decepciona: «No nos merecerás jamás, / españanuestradeldesastre». El poder de la poesía para establecer el verdadero sentido de las cosas, el significado certero: «Compra sin que te importe lo que te dan, / cómo te lo dan y contra quién te lo dan, / cómprale al capitalismo otro cadáver más / con que seguir alimentando su sífilis galopante.»




Estos Pasquines no son anónimos, sino versos muy sentidos con los que el autor nos desvela, con belleza y honestidad, su concepción del mundo. Una poesía que ayuda a desvelar aquello que está en sombra en nuestro corazón, en nuestra vida cotidiana.

sábado, 27 de junio de 2015

viernes, 8 de abril de 2011

Un hombre ha terminado de escribir, de Alfonso Pascal Ros. Reseña literaria de José Luis Campal


José Luis Campal


Reconocible mosaico humano


Reseña literaria de José Luis Campal.

Avezados como, desgraciadamente, estamos a peregrinar, muchas veces sin brújula orientadora, por el panorama poético español, en el que impera la anemia y el pastiche, no deja de resultar refrescante el que los anaqueles de las librerías nos brinden un poemario de notables hechuras y sustanciosos contenidos. Me refiero a la reciente producción del pamplonica Alfonso Pascal Ros, quien, en plena madurez estilística, nos regala un trabajado alegato contra la vacuidad en Un hombre ha terminado de escribir (Salamanca, Celya, 2010, 60 páginas).



Reúne en su propuesta los frutos de una cabal observación de las debilidades humanas, escrutadas con vitriólico sarcasmo desde una atalaya que no pretende, en absoluto, adoctrinar a sus semejantes sino plasmar, con sintética habilidad, las fallas inherentes a la propia construcción psicológica de las criaturas que coloca en su ángulo de visión y va desmenuzando con precisa concreción.
Lo mejor de la nueva entrega del creador de Barañaín (al que descubrimos en 1991 con el libro dual Nocturnos sin protocolo / Tirones) es que para hablar de pulsiones cotidianas y de proximidad no roza, ni remotamente, los fangosos pantanos de la ordinariez y la explicitación fisiológica, tan frecuentados por una olvidable franja de nuestros aprendices de poetas y poetisas actuales. A resultas de todo ello, la voz de Pascal –a veces telegráfica, siempre contundente– sale fortalecida en su empeño comunicativo, pues sus retratos urbanos no carecen de un inmediato receptor al que el autor apela, y no margina la belleza expresiva que el género posee aun cuando desciende, o quizá por eso mismo, a ras de tierra. Incluso se deja tentar por el autorretrato en el que nos reflejamos: «Hombre sin más, feliz con su existencia, / sin conflicto mayor ni de los otros, / contento a su manera con su vida, / nunca en busca de ascensos, nunca solo, / defendiendo que es bueno todo el mundo, / que la vida es hermosa pese a todo / y se arreglan las cosas si se ponen / menos verbos difíciles, más hombros».
Emplea Pascal Ros, para este terapéutico ejercicio de antinomias deontológicas, una horma tradicional como la estrofa de doce versos asonantados. La elección no constriñe su libertad de movimientos ni le vence al retoricismo; al contrario, le permite zafarse de discursos inacabables y desentrañar los resortes que mueven a sus patéticos seres de paja, colocándonoslos en su antipedestal, ahítos de pedantería pretenciosa, para que los lectores gocen del espectáculo y reconozcan en tales arquetipos a un jugoso mosaico urbano de nuestros días.
Aunque pudiera escoger para ilustrar las bondades de Un hombre ha terminado de escribir cualquiera de los 48 poemas que lo integran, admírense los profanos del mundillo seudoliterario con siluetas caricaturescas tan demoledoras como la siguiente: «Que no te pase nada, ya estás dentro, / aún ni sospechas dónde te has metido, / esto es la selva, triunfan los más fuertes, / el que conoce a quien mueve los hilos / de cuanto aquí se cuece, pincha y corta, / nadie sale en la foto sin permiso».
Tengo para mí que esta obra, merecedora en su momento del IV Premio de poesía “Ciudad de Pamplona”, rescatará para la lírica contemporánea a más de un lector hastiado de reiteraciones figurativistas y empalagosidades culturalistas. Eso sí que es dar en el blanco.



José Luís Campal (Oviedo, 1965) es miembro del Real Instituto de Estudios Asturianos y de la Sociedad de Literatura Española del Siglo XIX, y participa asiduamente en congresos internacionales de literatura española.

miércoles, 6 de abril de 2011

Un hombre ha terminado de escribir, de Alfonso Pascal Ros. Reseña literaria de José Luis Campal


José Luis Campal


Reconocible mosaico humano


Reseña literaria de José Luis Campal.

Avezados como, desgraciadamente, estamos a peregrinar, muchas veces sin brújula orientadora, por el panorama poético español, en el que impera la anemia y el pastiche, no deja de resultar refrescante el que los anaqueles de las librerías nos brinden un poemario de notables hechuras y sustanciosos contenidos. Me refiero a la reciente producción del pamplonica Alfonso Pascal Ros, quien, en plena madurez estilística, nos regala un trabajado alegato contra la vacuidad en Un hombre ha terminado de escribir (Salamanca, Celya, 2010, 60 páginas).



Reúne en su propuesta los frutos de una cabal observación de las debilidades humanas, escrutadas con vitriólico sarcasmo desde una atalaya que no pretende, en absoluto, adoctrinar a sus semejantes sino plasmar, con sintética habilidad, las fallas inherentes a la propia construcción psicológica de las criaturas que coloca en su ángulo de visión y va desmenuzando con precisa concreción.
Lo mejor de la nueva entrega del creador de Barañaín (al que descubrimos en 1991 con el libro dual Nocturnos sin protocolo / Tirones) es que para hablar de pulsiones cotidianas y de proximidad no roza, ni remotamente, los fangosos pantanos de la ordinariez y la explicitación fisiológica, tan frecuentados por una olvidable franja de nuestros aprendices de poetas y poetisas actuales. A resultas de todo ello, la voz de Pascal –a veces telegráfica, siempre contundente– sale fortalecida en su empeño comunicativo, pues sus retratos urbanos no carecen de un inmediato receptor al que el autor apela, y no margina la belleza expresiva que el género posee aun cuando desciende, o quizá por eso mismo, a ras de tierra. Incluso se deja tentar por el autorretrato en el que nos reflejamos: «Hombre sin más, feliz con su existencia, / sin conflicto mayor ni de los otros, / contento a su manera con su vida, / nunca en busca de ascensos, nunca solo, / defendiendo que es bueno todo el mundo, / que la vida es hermosa pese a todo / y se arreglan las cosas si se ponen / menos verbos difíciles, más hombros».
Emplea Pascal Ros, para este terapéutico ejercicio de antinomias deontológicas, una horma tradicional como la estrofa de doce versos asonantados. La elección no constriñe su libertad de movimientos ni le vence al retoricismo; al contrario, le permite zafarse de discursos inacabables y desentrañar los resortes que mueven a sus patéticos seres de paja, colocándonoslos en su antipedestal, ahítos de pedantería pretenciosa, para que los lectores gocen del espectáculo y reconozcan en tales arquetipos a un jugoso mosaico urbano de nuestros días.
Aunque pudiera escoger para ilustrar las bondades de Un hombre ha terminado de escribir cualquiera de los 48 poemas que lo integran, admírense los profanos del mundillo seudoliterario con siluetas caricaturescas tan demoledoras como la siguiente: «Que no te pase nada, ya estás dentro, / aún ni sospechas dónde te has metido, / esto es la selva, triunfan los más fuertes, / el que conoce a quien mueve los hilos / de cuanto aquí se cuece, pincha y corta, / nadie sale en la foto sin permiso».
Tengo para mí que esta obra, merecedora en su momento del IV Premio de poesía “Ciudad de Pamplona”, rescatará para la lírica contemporánea a más de un lector hastiado de reiteraciones figurativistas y empalagosidades culturalistas. Eso sí que es dar en el blanco.



José Luís Campal (Oviedo, 1965) es miembro del Real Instituto de Estudios Asturianos y de la Sociedad de Literatura Española del Siglo XIX, y participa asiduamente en congresos internacionales de literatura española.

lunes, 4 de abril de 2011

Un hombre ha terminado de escribir, de Alfonso Pascal Ros. Reseña literaria de José Luis Campal


José Luis Campal


Reconocible mosaico humano


Reseña literaria de José Luis Campal.

Avezados como, desgraciadamente, estamos a peregrinar, muchas veces sin brújula orientadora, por el panorama poético español, en el que impera la anemia y el pastiche, no deja de resultar refrescante el que los anaqueles de las librerías nos brinden un poemario de notables hechuras y sustanciosos contenidos. Me refiero a la reciente producción del pamplonica Alfonso Pascal Ros, quien, en plena madurez estilística, nos regala un trabajado alegato contra la vacuidad en Un hombre ha terminado de escribir (Salamanca, Celya, 2010, 60 páginas).



Reúne en su propuesta los frutos de una cabal observación de las debilidades humanas, escrutadas con vitriólico sarcasmo desde una atalaya que no pretende, en absoluto, adoctrinar a sus semejantes sino plasmar, con sintética habilidad, las fallas inherentes a la propia construcción psicológica de las criaturas que coloca en su ángulo de visión y va desmenuzando con precisa concreción.
Lo mejor de la nueva entrega del creador de Barañaín (al que descubrimos en 1991 con el libro dual Nocturnos sin protocolo / Tirones) es que para hablar de pulsiones cotidianas y de proximidad no roza, ni remotamente, los fangosos pantanos de la ordinariez y la explicitación fisiológica, tan frecuentados por una olvidable franja de nuestros aprendices de poetas y poetisas actuales. A resultas de todo ello, la voz de Pascal –a veces telegráfica, siempre contundente– sale fortalecida en su empeño comunicativo, pues sus retratos urbanos no carecen de un inmediato receptor al que el autor apela, y no margina la belleza expresiva que el género posee aun cuando desciende, o quizá por eso mismo, a ras de tierra. Incluso se deja tentar por el autorretrato en el que nos reflejamos: «Hombre sin más, feliz con su existencia, / sin conflicto mayor ni de los otros, / contento a su manera con su vida, / nunca en busca de ascensos, nunca solo, / defendiendo que es bueno todo el mundo, / que la vida es hermosa pese a todo / y se arreglan las cosas si se ponen / menos verbos difíciles, más hombros».
Emplea Pascal Ros, para este terapéutico ejercicio de antinomias deontológicas, una horma tradicional como la estrofa de doce versos asonantados. La elección no constriñe su libertad de movimientos ni le vence al retoricismo; al contrario, le permite zafarse de discursos inacabables y desentrañar los resortes que mueven a sus patéticos seres de paja, colocándonoslos en su antipedestal, ahítos de pedantería pretenciosa, para que los lectores gocen del espectáculo y reconozcan en tales arquetipos a un jugoso mosaico urbano de nuestros días.
Aunque pudiera escoger para ilustrar las bondades de Un hombre ha terminado de escribir cualquiera de los 48 poemas que lo integran, admírense los profanos del mundillo seudoliterario con siluetas caricaturescas tan demoledoras como la siguiente: «Que no te pase nada, ya estás dentro, / aún ni sospechas dónde te has metido, / esto es la selva, triunfan los más fuertes, / el que conoce a quien mueve los hilos / de cuanto aquí se cuece, pincha y corta, / nadie sale en la foto sin permiso».
Tengo para mí que esta obra, merecedora en su momento del IV Premio de poesía “Ciudad de Pamplona”, rescatará para la lírica contemporánea a más de un lector hastiado de reiteraciones figurativistas y empalagosidades culturalistas. Eso sí que es dar en el blanco.



José Luís Campal (Oviedo, 1965) es miembro del Real Instituto de Estudios Asturianos y de la Sociedad de Literatura Española del Siglo XIX, y participa asiduamente en congresos internacionales de literatura española.

sábado, 2 de abril de 2011

Un hombre ha terminado de escribir, de Alfonso Pascal Ros. Reseña literaria de José Luis Campal



José Luis Campal


Reconocible mosaico humano


Reseña literaria de José Luis Campal.







Avezados como, desgraciadamente, estamos a peregrinar, muchas veces sin brújula orientadora, por el panorama poético español, en el que impera la anemia y el pastiche, no deja de resultar refrescante el que los anaqueles de las librerías nos brinden un poemario de notables hechuras y sustanciosos contenidos. Me refiero a la reciente producción del pamplonica Alfonso Pascal Ros, quien, en plena madurez estilística, nos regala un trabajado alegato contra la vacuidad en Un hombre ha terminado de escribir (Salamanca, Celya, 2010, 60 páginas).



Reúne en su propuesta los frutos de una cabal observación de las debilidades humanas, escrutadas con vitriólico sarcasmo desde una atalaya que no pretende, en absoluto, adoctrinar a sus semejantes sino plasmar, con sintética habilidad, las fallas inherentes a la propia construcción psicológica de las criaturas que coloca en su ángulo de visión y va desmenuzando con precisa concreción.
Lo mejor de la nueva entrega del creador de Barañaín (al que descubrimos en 1991 con el libro dual Nocturnos sin protocolo / Tirones) es que para hablar de pulsiones cotidianas y de proximidad no roza, ni remotamente, los fangosos pantanos de la ordinariez y la explicitación fisiológica, tan frecuentados por una olvidable franja de nuestros aprendices de poetas y poetisas actuales. A resultas de todo ello, la voz de Pascal –a veces telegráfica, siempre contundente– sale fortalecida en su empeño comunicativo, pues sus retratos urbanos no carecen de un inmediato receptor al que el autor apela, y no margina la belleza expresiva que el género posee aun cuando desciende, o quizá por eso mismo, a ras de tierra. Incluso se deja tentar por el autorretrato en el que nos reflejamos: «Hombre sin más, feliz con su existencia, / sin conflicto mayor ni de los otros, / contento a su manera con su vida, / nunca en busca de ascensos, nunca solo, / defendiendo que es bueno todo el mundo, / que la vida es hermosa pese a todo / y se arreglan las cosas si se ponen / menos verbos difíciles, más hombros».
Emplea Pascal Ros, para este terapéutico ejercicio de antinomias deontológicas, una horma tradicional como la estrofa de doce versos asonantados. La elección no constriñe su libertad de movimientos ni le vence al retoricismo; al contrario, le permite zafarse de discursos inacabables y desentrañar los resortes que mueven a sus patéticos seres de paja, colocándonoslos en su antipedestal, ahítos de pedantería pretenciosa, para que los lectores gocen del espectáculo y reconozcan en tales arquetipos a un jugoso mosaico urbano de nuestros días.
Aunque pudiera escoger para ilustrar las bondades de Un hombre ha terminado de escribir cualquiera de los 48 poemas que lo integran, admírense los profanos del mundillo seudoliterario con siluetas caricaturescas tan demoledoras como la siguiente: «Que no te pase nada, ya estás dentro, / aún ni sospechas dónde te has metido, / esto es la selva, triunfan los más fuertes, / el que conoce a quien mueve los hilos / de cuanto aquí se cuece, pincha y corta, / nadie sale en la foto sin permiso».
Tengo para mí que esta obra, merecedora en su momento del IV Premio de poesía “Ciudad de Pamplona”, rescatará para la lírica contemporánea a más de un lector hastiado de reiteraciones figurativistas y empalagosidades culturalistas. Eso sí que es dar en el blanco.



José Luís Campal (Oviedo, 1965) es miembro del Real Instituto de Estudios Asturianos y de la Sociedad de Literatura Española del Siglo XIX, y participa asiduamente en congresos internacionales de literatura española.