martes, 14 de enero de 2025

En defensa de la caña de río, tras su condena

 

      Ingeniero, periodista y politólogo. Ha sido profesor de la Universidad Politécnica de Madrid. Premio Nacional de Medio Ambiente.

Así, de pronto, como suele suceder con los grandes descubrimientos de la Historia, se ha extendido que la caña de río (Arundo donax, de latinajo) es mala en general, por lo que hay que erradicarla ya. Que esa dócil, útil y familiar caña que tantas y tan importantes funciones ha desempeñado durante siglos resulta que -porque viene de Asia y alcanzó el mundo mediterráneo en época desconocida, seguramente muy remota- ha sido declarada especie invasora por la Unión Europea, tan celosa, ella, de su integridad físico-ambiental (compatible con su obsesión con un desarrollo económico entusiásticamente antiecológico), por lo que manda que se la agobie, acorrale y, finalmente, elimine de tan exquisito territorio.

Cuando, para mi dolida sorpresa, he sabido que esta sentencia de muerte iba en serio a raíz de la última riada de Valencia y el aireo de sus perjuicios, no he podido evitar la rememoración de esa caña en nuestra vida y pasado, y también me he preocupado en conocer más de ella y de sus muchos usos. Y en primer lugar he contemplado aquellas techumbres de cañizo y yeso, generalizadas en las regiones mediterráneas y perfectamente bioclimáticas (como la original de mi propia casa, luego, ay, renovada en clave anticlimática), las cercas, cobijos, tambanillos y usos múltiples en el campo y los cultivos; leyendo además ese numeroso listado de utilidades, que han desaparecido del recuerdo y la práctica, y que abarcan desde ciertos usos alimenticios humanos y ganaderos hasta la descontaminación de suelos, aplicaciones químicas y energéticas... todo ello puesto entre paréntesis debido al abandono de su presencia activa en la vida social, primordialmente agraria: a destacar que el abandono de tantos aprovechamientos ha desequilibrado su presencia en nuestros cauces, llevándola a ser percibida claramente como excesiva.


El Segura a su paso por Murcia, de ribera plastificada.

A lo que tengo que añadir entrañables recuerdos de los caballos de caña con que los chiquillos de mi calle y barrio reproducíamos las aventuras y batallas de las (pocas) películas que veíamos, siempre de guerra, desde luego; y si eran cañas de buen espesor, también nos valían como fusiles y trabucos eficaces y duraderos; el ramal en un caso y la bandolera en el otro lo resolvíamos con guita de esparto, y tan felices.

No me queda, por otra parte, nada claro que, como se arguye, en caso de inundación más o menos violenta, la caña resulte menos eficaz que otras especies para frenar sus daños y consecuencias, siendo necesario tener en cuenta sus especificidades positivas. El caso es que no he querido refrenar un impulso instintivo a defender a la acosada caña, seguro de que necesita ayuda en lo que veo para ella un muy negro trance, porque me escama lo que entiendo como un (demasiado) repentino odio hacia ella. Y no descarto que se la haya designado como chivo expiatorio para alejar la atención desde los políticos y las técnicas responsables de la política de aguas (que, naturalmente, incluye la protección y adecuación de cauces, dominios fluviales y redes hidrográficas en general). O sea, que creo que me voy a poner a defender a la caña ahora perseguida, aun a costa de tener que afrontar a científicos y técnicos, con sus argumentos de valor, no digo que no, pero que surgen ahora tras siglos de silencio y conformidad; a estos no les tengo miedo, y no dudaré en darles caña. Porque sospecho que, al menos en parte, este novedoso rigor científico encubre al delito político, y este ya sé yo bien señalarlo y condenarlo. Mi amigo Marià Martí, biólogo director durante años del Parc Natural de Collserola del área metropolitana barcelonesa, y colaborador mío en varios trabajos profesionales sobre el territorio catalán, ya me ha advertido de algunos de los problemas de la caña y de sus desventajas frente a otras especies riparias propiamente celtíberas, así que estoy avisado y prevenido (además de agradecido). Así que me adheriré a una “sociobotánica de la adaptación secular de especies”, para entender mejor todo esto.

Desde que en Cieza un día me fue mostrada la tenacidad de la caña cuando la querían eliminar -por corte y asfixia- en la ribera del Segura, con la idea de trazar un paseo “limpio” a su paso por la ciudad, me impresionó ver cómo sobrevivía y su rizoma tenaz humillaba a los plásticos felones que pretendían acogotarla, poniendo en evidencia la estupidez de orlar los ríos con escollera y la demagogia de los “paseos fluviales” (que, como los “marítimos”, suelen ser empeño necio de nuestros alcaldes, que se creen con derecho a maltratar la orilla del mar para darse lustre público atacando la belleza natural de la línea litoral). Aprendí, de buena pedagogía, la simbiosis que ahí se formaba sobre el combate del Segura y su cañaveral; y desde aquel momento, de mi descubrimiento de la potencia y los derechos del agua fluyente, mis vínculos atávicos con la caña se han fortalecido, agradeciéndolo a quienes me dieron aquella primera lección sobre el padre Segura (muy oportuna para un costeño obsesionado por el litoral y poco más).


El Segura por Cieza: la caña se abre paso por la escollera y el plástico.

Por otra parte, desde que vengo oyendo que la caña de río es una especie invasora indeseable, y así lo establece desde 2013 el Catálogo Español de Especies Exóticas Invasoras, minimizando su asentamiento y adaptación de siglos a nuestra geografía, he evocado el caso de otra especie brillantemente ajena, como es el castaño del norte (Castanea sativa), especialmente presente en el viejo Reino de León y, más todavía en el Bierzo; su origen se ha señalado en tiempos del dominio romano, pero a nadie se le ha ocurrido decretar su erradicación. También me he acordado de la impresión, con rechazo, que me produjo el declarar non grato y abatible sin más al “toro de Osborne”, cuando Josep Borrell, viniéndose arriba como ministro de Obras Públicas y Transportes, aprobó un decreto en 1994 contra la publicidad en las carreteras y no cayó -rígido de mente, insensible ecológico, jacobino en general- en que el caso merecía consideración aparte. Un cierto y acertado clamor permitió in extremis que se indultara a unas docenas de aquel “toro de nuestros horizontes lejanos y legendarios, de silueta mayestática y ruborizante” (escribía yo entonces, en su defensa), y triunfó la excepción justificada sobre el anatema ciego y devorador.

Niego, cuando menos, y me opongo a que eso de “acabar con los cañaverales en los ríos” adquiera urgencia o justificación suficiente alguna, por más que tantos se empeñen en ello. Antes hay otras tareas a acometer, mucho más necesarias, objetivas y, desde luego, evidentes, es decir, marcar las prioridades con criterios de sensatez y no a empujones según modas o consignas. Y empezar por eliminar a los ingenieros de Caminos Canales y Puertos de las Confederaciones Hidrográficas y vetarles el acceso a cargos ministeriales decisivos (muy especialmente, a ministros), dada su neta deformación académica respecto del agua, el territorio, el medio ambiente y la vida (términos y referencias inexistentes o mal estudiados en su curricula), así como su vicioso apego al privilegio gremial que les sigue reservando el acceso a determinados espacios y regalías administrativas. Y de permitir, y prever, el acceso a esas administraciones, tercas y nocivas, de profesionales formados en disciplinas de muy otro tipo que el dictado en esas Escuelas de Ingeniería del ladrillo y el asfalto: o sea, antropólogos, sociólogos, filósofos, algún biólogo... en fin, gente de mente abierta, amplia cultura, sensibles y capaces, no alienados por la técnica y sus falacias. Sin excluir a los ecologistas y los poetas que, aun no procediendo de hormas académicas identificables, poseen una visión y una iluminación plenamente holísticas, lo que los capacita para entender adecuadamente cuanto se refiere al recurso de recursos: el agua.

Frente al arrebato exterminador hacia la Arundo de nuestras vidas y geografías mi rebeldía esgrime también una profunda desconfianza hacia gran número de directivas europeas que, so capa de beneficiar al medio ambiente, en realidad están determinadas y redactadas con un objetivo poco disimulado y claramente menos noble, que es estimular el negocio y la actividad económica: filosofía radical y global que inspira a la Europa comunitaria desde su creación, y que está firmemente asentada en su “política ambiental” (aunque tantos, incluidos muchos ecologistas, ni lo vean ni lo quieran ver). Para la UE este momento histórico de un medio ambiente calamitoso que empeora cada día a manos de sus políticas de desarrollo económico, adquiere categoría primerísima entre las “oportunidades de negocio”, y de ahí su entusiasta dedicación a aprobar normas que creen y promuevan negocios relacionados con la alarma climática, el envenenamiento de las aguas, la desaparición de especies, etcétera. Porque tenemos que enterarnos de una vez por todas de que el objetivo de la política ambiental comunitaria es la expansión de un sector prometedor entre los prometedores, no la protección de la naturaleza, que es considerada, de hecho y también de derecho, como excepcional objeto de explotación y de rentabilidad económica.

Por lo que el destinar como objetivo de restauración biológica/botánica las márgenes fluviales y la red hidrológica en toda la vertiente mediterránea y otras áreas de ecología semejante, antes o después tenía que figurar entre los (hipócritas, maleados) objetivos de política ambiental, y no deberá extrañar que a numerosas empresas de servicios se les haga la boca agua al contemplar ese panorama, en realidad ilimitado, de proyectos y encargos sobre un proceso destructivo especialmente atractivo, dado su alto coste. Y ya presenciamos la avidez de empresas de servicios y sus equivalentes, con el habitual “apoyo científico” que tantas veces se porta en mercenario, así como la visiblemente creciente presencia de organizaciones ecologistas orientadas (y desviadas) a los negocios.


Experimentos de asfixia de la caña en el Segura moratallense.

Así, no ha hecho falta que se produjera el drama hidrológico de Valencia, inscrito en la historia trágica de nuestras cuencas mediterráneas cuando, en nuestros pagos, los avispados de Anse ya estaban manos a la obra con la “renaturalización” de un tramo del Segura calasparreño y de otro en la propia capital murciana, financiados, respectivamente, por el Ministerio para la Transición Ecológica y por Coca-Cola (en este caso, sin el menor pudor, a lo antiecológico y antiético: vamos ya). Y Ecologistas en Acción, en su decidido camino de imitación de Anse y sus éxitos eco-económicos (pero sin la técnica crematística ya practicada por sus admirados compas, que llevan años en el negocio), lanzaba un ambicioso proyecto de lo mismo para un tramo de 750 metros del Segura a su paso por Murcia: se supone que pretendiendo, aunque secreta y sobre todo ingenuamente, que les tocara a ellos.


Escaso cañaveral en la vegetación de ribera del Segura calasparreño.

Para este ecologismo, degenerado y escandaloso, rige cada vez menos subrepticiamente el principio de “dar caña y poner el cazo”, auténtica y muy genuina especie reivindicativa de los últimos tiempos, y neto producto de su institucionalización oportunista: se ataca a las administraciones hostiles y se salva a las afectas, a las que se les pide, y se obtiene, recompensa económica, sea como contrato, sea como subvención. Y esto, el ecologismo moral, único aceptable, debe marcarlo como impostura.

Vean, amigos míos, tras este inicial examen de la cuestión de la entrañable caña, que creíamos parte cuasi eterna, afectuosa y servicial de nuestras vidas, cómo ha ido cayendo en desgracia y ha sido condenada, por alóctona, a ser sustituirla por especies autóctonas; y cuánto el asunto da y debe dar de sí. Porque si hay que erradicar a nuestra caña, tenemos ante nosotros miles de kilómetros de cañaverales a abatir, es decir, millones de euros a repartir. Nada más natural que tantos intereses, legítimos o no, decidan lanzarse sobre ellos.

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