(El paseo litoral de la
Entrevista, contra la sensatez y la historia)
El panorama que ofrece el área costera de Pulpí,
es decir, el espacio comprendido entre la sierra del Aguilón, con Jaravía, y el
núcleo de San Juan de los Terreros es el de un urbanismo caótico que tritura el
territorio sin la menor racionalidad y desguaza a lo salvaje la naturaleza y
sus ecosistemas, así como el paisaje. Con una sensación global de costa
agobiada, víctima de un libertinaje (urbanístico, político, mental) ensañado
sobre ese enclave, de hermosa evocación africana. Aquí han hecho su agosto las
iniciativas de promotores ávidos y codiciosos que han querido explotar unos
valores, los del litoral, que son públicos, comunes e inapropiables, pero que han
resultado malvendidos y esquilmados en favor de quienes, con el mero poder del
dinero, han logrado apropiarse de un suelo excepcionalmente valioso. Un suelo
que, por sus cualidades físico-naturales, paisajísticas, históricas o morales, debiera
de haber quedado al margen de cualquier construcción o urbanización, declarándosele
protegido y no urbanizable.
Responsable de este espectáculo de desorden,
fealdad y avaricia es un Ayuntamiento que viene demostrando, desde hace décadas,
una ineptitud maliciosa hacia le ordenación de su territorio, y un entreguismo
sin apenas cortapisas a iniciativas y caprichos de inversores sin escrúpulo.
Así han
proliferado esas “urbanizaciones turísticas”
que hoy machacan el paisaje con un enloquecido desorden de estructuras, formas
y colores: absurdas en su concepto y perversas en su realización, tanto territorial
como socialmente. En primer lugar, porque una mínima sensibilidad urbanístico-territorial
resulta contraria a las actuaciones “exentas”, es decir, sin vínculo estrecho
con los núcleos existentes: se favorece así la exclusividad y la incomunicación
de propios y extraños, con los numerosos males que esto entraña, no siendo los
menores el derroche de recursos y la multiplicación de los servicios, es decir,
la agravación de las obligaciones municipales.
De la inicua colonización de nuestro litoral,
contra la que apenas ha resultado eficaz la dura pelea de los ecologistas desde
mediados de la década de 1970, y ante la lacerante separación del interior
respecto del litoral por una cadena de construcciones abusivas, ha llegado a
levantarse el clamor por dejar a salvo unas “ventanas al mar”, es decir, el
respeto estricto por todos los espacios no construidos, con independencia de
sus méritos naturalísticos, es decir, por sus simples valores de escasez y
excepcionalidad, tras haberse salvado de las sucesivas oleadas de asaltos
piratescos, repetidas periódicamente desde que España decidió prostituir su
litoral ante turistas y constructores.
Y en estas, es decir, sobre este
panorama de saqueo y destrucción de su territorio más valioso, el Ayuntamiento
de Pulpí se propone realizar, a poniente de Terreros, un “Proyecto refundido de
recuperación ambiental del borde litoral de la playa de la Entrevista”, vulgo,
una estructura mitad paseo marítimo, mitad pasarela elevada, por un espacio
libre, es decir, por una de esas “ventanas al mar” que no debieran tocarse ni,
mucho menos, envilecerse. Con la consiguiente protesta de los grupos
ecologistas y las asociaciones litorales de esa costa, que han elaborado unas
alegaciones que suponen un esfuerzo científico notable, aun temiendo que los
receptores se apresten a hacer un uso cuidadosamente higiénico de esos textos,
pese a precisos y fundamentados. Contra el empeño municipal de ocupar y
endurecer la costa, con obras y actuaciones de las que espera obtener réditos
perversos o mercenarios, favoreciendo claramente a la urbanización existente en
el extremo de esa playa, los que protestan lanzan este sensato y un tanto
desesperado mensaje: “Dejen esa costa como está, por favor, y garanticen que no
se va a degradar más”.
Las
alegaciones destacan los valores biológicos de ese tramo litoral, bien
conocidos por científicos y estudiosos, de lo que es buena muestra la duna
existente, en recuperación y acotada; o la existencia de una cañada ganadera
paralela a la línea de mar, que ha ido degradándose por el uso espurio y la
intromisión (prohibida) de vehículos, pese a constituir un espacio longitudinal
de dominio público; o la presencia de dos ramblas convergentes que generan un
pequeño delta digno de respeto y temor, en parte ocupado y maltratado; o el hecho
de que ese borde litoral es geológicamente apreciable, que nunca ha sido playa
ni debe serlo, mereciendo, por el contrario, la protección que merecen todos los
litorales sumergidos bien conservados.
Se trata, en realidad, de un
ejercicio de corrupción del objeto y la idea del dominio público
marítimo-terrestre, cuyas características jurídicas de, para entendernos,
espacio “libre y común” no señalan que haya que someterlo a un uso general e
indiscriminado, sino a una protección decidida como bien común (Lo que no
parece que se entienda muy bien, a tenor de los atentados y asaltos que este
dominio público sufre, con la más variada gama de trampas y excusas: porque, en
la costa, proteger significa aplicar un enfoque restrictivo en casi todos los
casos). La experiencia dice, por lo demás, que la pretensión de “regenerar” un
espacio costero suele conllevar el “ponerlo en producción”, es decir, malearlo;
y más, cuando los promotores de tal “regeneración” suelen exhibir cerebros
suficientemente degenerados por los oropeles del turismo y la codicia de las
licencias de obras.
La cuestión que en este caso se ventila es más -y antes- que científica, siendo de aplicación el sentido común que -tras luchas, desastres y arrepentimientos- ha acabado trasluciéndose y expresándose en normas y recomendaciones que miran sobre todo a la naturaleza del litoral como un espacio escaso y frágil. Así lo recogen los criterios generales de ordenación y protección del litoral, elaborados tenazmente por el movimiento ecologista desde 1978; la Ley de Costas española de 1988; la Carta Europea del Litoral de 1981; y, mira por dónde, el folleto que en 1980 fue elaborado por los ecologistas pulpileños y almerienses en defensa de los valores seriamente amenazados del entorno de las Salinas de Terreros: El litoral: conservación o destrucción (El caso de Pulpí).
Y aquí, este cronista ha de mostrar su molestia y
cabreo por el prolongado desprecio de las corporaciones pulpileñas hacia toda
una historia de esfuerzos de los grupos ecologistas y las asociaciones
ciudadanas locales -pulpileños y almerienses- por defender y conservar este
litoral, que se expresó en una muy instructiva batalla, iniciada en 1978, por
la defensa de la playa de Terreros y su entorno, a los que amenazaba un gran
puerto deportivo (tipo “marina”) proyectado por un inversor belga. Era la
primera gran batalla, propiamente ecologista, en defensa del litoral
almeriense, y la dirigía el Grupo Ecologista Mediterráneo (GEM), que acababa de
ser fundado un año antes por quien esto escribe y con el que formaron piña y
estrategia los hermanos Guirao, Beatriz y José, así como una entusiasta
Asociación de Vecinos y un grupo de proto ecologistas.
Era urbanística, cómo no, la trama urdida para hacer “colar” aquel proyecto, a medias entre la corporación municipal de entonces, todavía franquista, y un asesor urbanístico, en realidad un pillo logrero de infeliz memoria, al que hubo que marcar en Pulpí y en otros municipios de la costa almeriense e incluso murciana. Entre ellos elaboraron un estrambótico “Plan General Zona Costera de Pulpí” que, por su propia y falaz naturaleza, fue desmontado radicalmente por los técnicos del Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo (no existían todavía esos intermediarios, tan frecuentemente negativos, de las Consejerías autonómicas). Y, más importante todavía, que habiendo ganado las primeras elecciones municipales (de abril de 1979) una coalición de vecinos y ecologistas, ese Plan y ese proyecto fueron mandados a hacer puñetas.
Con esta rememoración de tipo,
digamos, “heroico”, este autor quiere condenar el desastre urbanístico y
territorial que vive Pulpí casi desde que se fueron sucediendo las
corporaciones siguientes a aquélla, primeriza y memorable. Y lamenta que la
penalización introducida en los años 1980 en el Código Penal de los delitos del
territorio no llegue a alcanzar a estas fechorías, ya que tanto las leyes autonómicas
del Suelo como el planeamiento urbanístico municipal dejan a salvo a los
malhechores del litoral y hasta se diría que favorecen esa delicuescencia
generalizada.
Y le gustaría que, por imaginar un
futuro más amable para este litoral, que dos o tres corporaciones municipales pulpileñas,
incluyendo la actual, más los técnicos municipales, fueran sometidas a un
programa de reeducación que les obligara a valorar y amar su tierra y, más
específicamente, su litoral, abjurando de los desastres cometidos y prometiendo
no volver a las andadas... Más la decisión, claro, de bloquear cualquier nueva
actuación en el área litoral pulpileña mientras estos responsables municipales
no sean capaces de demostrarse a sí mismos un mínimo de sensibilidad y de
competencia.
Una regeneración intensiva, pues, de
mentes y afectos que, en el caso del paseo/pasarela proyectado para la playa de
la Entrevista, se traduzca en la decisión de dejar la naturaleza que siga su
marcha y rumbo en libertad y sin intromisiones falaces y destempladas,
favoreciendo la recuperación de sus desperfectos y protegiéndola de verdad de
sus enemigos, por encima de cualquier otra ocurrencia (como la actual).
Y que el Ayuntamiento de Pulpí deje
de generar desdichas territoriales y enderece, de una vez, esa trayectoria disparatada
en la que viene traicionando, reiteradamente, la sensatez y la historia.
Pedro Costa Morata
Fundador
del GEM y primer presidente (1977-1981)
Premio
Nacional de Medio Ambiente, 1998
Profesor
jubilado de la Universidad Politécnica de Madrid
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